NOVENA A LA VIRGEN DE LOS DOLORES - Patrona de Tornavacas Diócesis de Plasencia (Cáceres) - Bandomovil
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ÍNDICE Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María........................................................................... 2 ESQUEMA PARA TODOS LOS DÍAS .............................................................................................. 3 1. Inicio ............................................................................................................................................... 3 2. Invitatorio ....................................................................................................................................... 3 3. Lectura – reflexión ........................................................................................................................ 4 4. Canto de los “Dolores de la Virgen María” .............................................................................. 4 5. Rezo del “Ave María” .................................................................................................................. 4 6. Oración final .................................................................................................................................. 4 7. Canto final ...................................................................................................................................... 5 8. Bendición y despedida ................................................................................................................. 5 LECTURAS y REFLEXIONES .............................................................................................................. 6 Reflexión inicial a la novena ............................................................................................................ 7 Primer Dolor: La profecía del anciano Simeón (Lc 2,33-35) ........................................................ 8 Segundo Dolor: La huida a Egipto (Mt 2,13-15) ........................................................................... 8 Tercer Dolor: El niño Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2,41-46) .................................. 9 Cuarto Dolor: El encuentro de María con Jesús en el camino del Calvario (Lc 23,26-29)....... 9 Quinto Dolor: La crucifixión y muerte de Jesús (Jn 19,25-30) .................................................. 10 Sexto Dolor: María recibe el cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz (Jn 19,38) .................. 11 Séptimo Dolor: Jesús es colocado en el sepulcro (Lc 23,53-56) ................................................. 11 Reflexión conclusiva a la novena .................................................................................................. 12 LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA .......................................................................... 13 Grupo nº 1 ........................................................................................................................................ 14 Grupo nº 2 ........................................................................................................................................ 15 Grupo nº 3 ........................................................................................................................................ 16 CANTOS A LA VIRGEN MARÍA ..................................................................................................... 17 1. Stabat Mater (latín) ..................................................................................................................... 18 2. Stabat Mater (Versión de Lope de Vega) ................................................................................. 19 3. Madre del Redentor (P. Josico) ................................................................................................. 20 4. Madre de siete dolores (Florián R. Pizarro) ............................................................................ 20 5. Estás Madre Dolorosa (P. Olmedo) .......................................................................................... 20 6. El rey del cielo ............................................................................................................................. 21 7. Adiós, Madre dolorida ............................................................................................................... 21 8. Virgen llena de amores............................................................................................................... 21 9. Estaba al pie de la cruz (J. Madurga) ....................................................................................... 22 10. Salve, compasiva Virgen .......................................................................................................... 22 11. No fue fácil (C. Gabaráin) ........................................................................................................ 22 12. Madre de los pobres (C. Gabaráin)......................................................................................... 23 13. Dolorosa de pie junto a la cruz (J.A. Espinosa) .................................................................... 23 14. Dame tu mano, María (G. Diego) ........................................................................................... 24 15. Al pie de la cruz (J. Madurga) ................................................................................................. 24 16. Sola con tu soledad (B. Velado y A. Alcalde)........................................................................ 25 17. Llora la Virgen en la cruz (C. Erdozáin) ................................................................................ 26 18. Como a su Madre acuden (C. Gabaráin) ............................................................................... 26 19. Plegaria a la Virgen de los Dolores......................................................................................... 27 20. Hoy he vuelto (C. Gabaráin) ................................................................................................... 27 1
INTRODUCCIÓN Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María Se puede decir que, desde el principio del cristianismo, la espada que atravesó el alma de María, según las palabras de Simeón (Lc 2,35), ha provocado compasión tierna de los buenos cristianos. Y es que, al recordar la pasión del Redentor, los hijos de la Iglesia no podían menos de asociar al dolor del Hijo de Dios los sufrimientos de su bendita Madre. Parece como si el Stabat Mater del devoto franciscano Jacapone de Todi († 1306) hubiera resonado desde los albores de la cristiandad en el corazón de los fieles. De esta bellísima secuencia, que se recita en, la misa de esta festividad, escribió Federico Ozanam: "La liturgia católica nada tiene tan patético como estos lamentos tristes, cuyas estrofas caen como lágrimas, tan dulces, que en ellos se descubre un dolor divino consolado por los ángeles; tan sencillos en su latín popular, que las mujeres y los niños comprenden la mitad por las palabras y la otra mitad por el canto y el corazón". Y, ¡por qué no pensar que lo que se hizo estrofa y versos en la fervorosa Edad Media, no estaba ya latente, desde que murió Jesús, en la ternura compasiva de los amantes hijos de la Virgen! Los Padres de la Iglesia demuestran, efectivamente, que no pasó desapercibido el dolor de María. San Efrén, San Agustín, San Antonio, San Bernardo y otros cantan piadosamente los padecimientos de la Madre de Dios. Y, ya en el siglo V, vemos cómo el papa Sixto III (432-440), al restaurar la basílica Liberiana, la consagra a los mártires y a su Reina. según lo indica un mosaico de dicha iglesia, en el que celebra a María como "Regina Martyrum". Con todo, hay que admitir que la devoción a los Dolores de María fue extendida especialmente por los Servitas, Orden fundada por siete patricios de Florencia a mediados del siglo XIII. La historia nos cuenta cómo, en los duros tiempos de Federico II, se reunían estos piadosos varones para sus actos religiosos en la ciudad de Florencia, y cómo poco a poco fue surgiendo la Orden de los Siervos de la Virgen o Servitas, cuyo principal cometido era el meditar en la pasión de Cristo y en los dolores de su Madre. San Felipe Benicio († 1285), superior general de dicha Orden, fue uno de los más destacados propagadores de esta devoción, popularizando por todas partes el "hábito de la Dolorosa" y su escapulario. En el siglo XVII se dio principio a la celebración litúrgica de dos fiestas dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes después del Domingo de Pasión, llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre. La primera fue extendida a toda la Iglesia, en 1472, por el papa Benedicto XIII; y la segunda en 1814, por Pío VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en tiempos de Napoleón. Esta segunda fiesta se fijó definitivamente para el 15 de septiembre. La fiesta de este día hace alusión a siete dolores de la Virgen, sin especificar cuáles fueron éstos. Lo del número no tiene importancia y manifiesta una influencia bíblica, ya que en la Sagrada Escritura es frecuente el uso del número siete para significar la indeterminación y, con más frecuencia tal vez, la universalidad. Según esto, conmemorar los Siete Dolores de la Virgen equivaldría a celebrar todo el inmenso dolor de la Madre de Dios a través de su vida terrena. De todos modos, la piedad cristiana suele referir los dolores de la Virgen a los siete hechos siguientes: 1º la profecía del anciano Simeón; 2º la huida a Egipto; 3º el niño Jesús, perdido y hallado en el templo; 4º el encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura; 5º el encuentro de María con Jesús en el camino del Calvario; 6º María recibe el cuerpo de Jesús al ser bajado de la cruz; y 7º Jesús es colocado en el sepulcro. 2
ESQUEMA PARA TODOS LOS DÍAS 1. Inicio Una vez terminada la oración de poscomunión de la Eucaristía, se comienza la novena con un canto inicial. En caso de que no haya Eucaristía, se comienza con el saludo habitual. Si un ministro ordenado preside la novena, puede utilizar el siguiente saludo, o de uno los saludos habituales de la Eucaristía. (V/. En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. R/. Amén. V/. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros. R/. Amén.) 2. Invitatorio Terminado el saludo inicial, el que dirige la novena hace la antífona del invitatorio, que todos van repitiendo después de cada estrofa. V/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. V/. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva, Él eligió a María desde toda la eternidad. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. V/. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses, hizo grande a su Madre, preservándola de toda mancha de pecado. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. V/. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro, porque creó pura a su Madre, asociándola a su obra redentora. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. 3
V/. Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón, siguiendo el consejo de María, que nos dice: “Haced lo que Él os diga”. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. V/. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. R/. Venid, y alabemos a María, la Virgen Dolorosa, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo. 3. Lectura – reflexión Una vez terminado el invitatorio, todos se sientan, y un lector hace la lectura – reflexión para cada día de la novena. 4. Canto de los “Dolores de la Virgen María” Finalizada la lectura – reflexión, y tras un momento de silencio, se canta el dolor correspondiente a lo proclamado anteriormente. Los días en los cuáles no se medite sobre un dolor de la Virgen se cantará un canto apropiado. 5. Rezo del “Ave María” Acabado el canto correspondiente, tras un momento de silencio, y puestos todos en pie, todos rezan un “Ave María”. 6. Oración final Concluido el rezo del “Ave María”, todos juntos hacen la oración final. ¡Oh Virgen de los Dolores! Madre de amor y consuelo, ayúdanos en la vida y condúcenos al cielo. Tú qué sabes como nadie de penas y sufrimientos, acógenos como Madre y danos fuerzas y alientos. Te pido por los que sufren, en el alma y en el cuerpo, y recordando tu imagen, te ofrecen sus sufrimientos. Amén. 4
7. Canto final Terminada la oración final, se concluye con un canto final. Mientras tanto, se puede incensar la imagen de la Virgen de los Dolores. 8. Bendición y despedida Concluida la incensación de la imagen de la Virgen de los Dolores, se da la bendición y despedida final. En caso de no ser ministro ordenado, se hace la fórmula segunda de despedida de la asamblea. V/. El Señor esté con vosotros. R/. Y con tu espíritu. V/. Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/. Amén. V/. Podéis ir en paz. R/. Demos gracias a Dios. (V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna. R/. Amén. V/. Bendigamos al Señor. R/. Demos gracias a Dios.) 5
LECTURAS y REFLEXIONES 6
Reflexión inicial a la novena La vida de María está íntimamente unida a la vida de Jesús. María existe para Jesús, para ser su Madre en la carne. Los acontecimientos más importantes en la vida de Jesús, son también acontecimiento de primer orden en la vida de María. Los evangelios nos dan fe de ello. Uno de estos acontecimientos que unen la vida de Jesús y la de María es la Presentación de Jesús niño en el Templo de Jerusalén, cuarenta días después de su nacimiento, como mandaba la Ley de Moisés, y su encuentro con el anciano profeta Simeón, según el relato del Evangelio de san Lucas. “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo… Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones»” (Lc 2,21- 27a.34-35). En estos próximos días, reflexionaremos y meditaremos sobre esta íntima unión de Cristo con María, del Hijo con la Madre, y de los dolores que ella sufrió durante su vida. Aunque seguramente fueron muchos más, los que enunciaremos pueden ser considerados como los más importantes y significativos. A medida que avancen las jornadas en este tiempo de gracia y de conversión, pensemos en los sentimientos de Nuestra Señora, en las diversas circunstancias que tuvo que enfrentar como mujer y como Madre en cada uno de estos momentos, y de manera muy especial, en la inmensa desolación que experimentó su corazón, en el desarrollo de la Pasión y Muerte de Jesús. Hagámoslo con recogimiento y devoción, y ofreciendo a Dios el dolor de todas las madres de nuestro pueblo, de nuestro país y del mundo entero. El dolor de las madres de los secuestrados y de los desaparecidos, de sus niños y jóvenes que mueren a causa de la violencia; de las madres que pierden sus hijos en la droga y el alcohol, de aquellas mujeres que pierden a sus hijos antes que nazcan; el dolor de aquellas que ven sufrir a sus hijos a causa de la pobreza, del hambre, de la guerra, de los desastres naturales; en definitiva, de tantos males que afligen nuestro mundo de hoy, provocados muchos de ellos por la dureza del corazón de los hombres. Pidamos para todas ellas, y para todos nosotros, el consuelo y la protección de la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, que es consuelo de los que lloran y luz de los que se encuentran sumidos en las oscuridades de la vida, nos ayude en nuestro caminar diario siguiendo las huellas de su Hijo Jesucristo. 7
Primer Dolor: La profecía del anciano Simeón (Lc 2,33-35) “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones»”. Cuando Simeón se alejó, María y José emprendieron su camino de regreso a Belén. Las palabras del profeta continuaban resonando en la intimidad de sus corazones, y entendieron con toda claridad, que Dios mismo había hablado por boca del anciano. En el secreto de su alma, María repasaba todo lo que había oído decir sobre Jesús, primero al ángel Gabriel, luego a Isabel su parienta, después a José que le había contado su sueño con el ángel; hacía apenas unos pocos días, a los pastores de Belén, y ahora a Simeón, el anciano. El Misterio de Dios, presente en Jesús, llenaba su existencia; la fe y la esperanza eran su fuerza; la alegría de tener a su hijo y de compartir con Dios su secreto maravilloso, iluminaba su vida sencilla y pobre. El dolor que vendría y que ya sentían caminar a su lado, no podría, de ninguna manera, sumirlos en la tristeza, porque sabían que el amor de Dios es siempre más grande y más fuerte que todo dolor y todo sufrimiento. Entonces, alegre y gozosa, María renovó una vez más su entrega, repitiendo en su corazón, su “sí” incondicional a Dios, aquella bella mañana de la anunciación: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Segundo Dolor: La huida a Egipto (Mt 2,13-15) “Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo»”. El Evangelio según san Mateo nos refiere la visita de los sabios de Oriente a Jesús, guiados por una estrella. Y a continuación, la huida de María y José, con Jesús recién nacido, como desplazados de su país, para protegerlo de la ira de Herodes, que equivocadamente veía en él, una amenaza directa para su reinado. Del mismo modo que la visita de estos personajes extraños, fue para María y José, un motivo de gran alegría, el aviso del ángel para que salieran rápidamente de Israel y se refugiaran en Egipto, les causó un gran dolor, no sólo por lo que un viaje repentino implicaba en sí mismo, sino también por lo que significaba para ellos, dejar su tierra, su familia, sus amigos, su modo de vida, y dirigirse a un país extranjero donde todo es diferente y por la misma razón, profundamente intimidante. Sin embargo, ambos vieron en estas circunstancias difíciles de su vida la voluntad de Dios, y enfrentaron el momento con valor y dignidad, seguros de que Él mismo los protegía y los guiaba. La vida de Jesús, María y José, en Egipto, como desterrados, fue una vida con todas las dificultades propias de su condición. Pero su fe se fue haciendo cada vez más fuerte, y resistieron la prueba. 8
Tercer Dolor: El niño Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2,41-46) “Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas”. San Lucas nos cuenta que cuando Jesús cumplió los 12 años, edad en la que los varones israelitas empezaban a ser servidores de la Ley, fue con sus padres a Jerusalén, para celebrar allí la Fiesta de la Pascua. Y nos dice que, al volver a casa, al concluir la primera jornada de camino, María y José no lo encontraron entre sus parientes y amigos, por lo que debieron regresar a la ciudad. Allí, al cabo de tres días, lo hallaron en el Templo, hablando con los doctores, que estaban admirados de su sabiduría. Podemos imaginar fácilmente, el dolor de María ante la ausencia de Jesús, y también, el impacto que les causó a ella y a José su respuesta tajante y sin explicaciones: - “¿Por qué me buscabais?... ¿No sabíais que debo encargarme de las cosas de mi Padre?”. Nunca antes Jesús les había hablado de esta manera. Siempre había sido un niño cariñoso, obediente, sumiso... Entonces, ¿qué pasaba ahora?... ¿qué razones tenía para actuar de esta manera?... Todo sonaba extraño y difícil de entender. María guardó silencio. De su boca no salió ni una sola palabra de reproche, y su corazón permaneció libre de todo resentimiento. Se mantuvo serena y humilde. En lo profundo de su alma una luz empezaba a abrirse camino lentamente, y ella comprendió que aquel suceso era una nueva manifestación del Misterio de Jesús; un misterio que ni ella ni José entendían, pero que ambos amaban, aceptaban y acogían con su corazón de creyentes fieles. Y no sucedió nada más. El evangelista sólo dice que Jesús regresó con María y José a Nazaret, “y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2,51). Cuarto Dolor: El encuentro de María con Jesús en el camino del Calvario (Lc 23,26-29) “Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Aunque no estuviera presente constantemente a su lado, porque las circunstancias y las costumbres no se lo permitían, no podemos dudar de que María siguió muy de cerca todas las actividades de Jesús a lo largo de su vida pública. Hasta sus oídos llegaban las alabanzas de quienes creían en él, y también las falsas acusaciones que le hacían. Por eso, no fue difícil para ella, enterarse de la persecución de los fariseos, los doctores de la ley, y los sumos sacerdotes, y tampoco de los sucesos que tuvieron lugar en el Monte de los Olivos, mientras Jesús oraba, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos. Del juicio del Sanedrín, aquella misma noche; del juicio de Pilato, muy temprano en la mañana; de la flagelación y la coronación de espinas; y, finalmente, de su condena a muerte de cruz. 9
Tan pronto como llegó a sus oídos la noticia de que Jesús había salido del palacio de Pilato, cargado con la cruz, y que era llevado por los soldados para ser ejecutado, María ya no pudo permanecer más tiempo lejos de él, y aunque un dolor inmenso laceraba su alma, corrió a su encuentro. No podía dejarlo solo, en aquella hora trágica y definitiva; su amor de madre no se lo permitía. Ya podemos imaginar el infinito dolor de la Madre, cuando pudo acercarse a Jesús, abriéndose paso entre la turba. Lo que sintió al ver de cerca su mirada triste, su rostro ensangrentado, la corona de espinas que hería su cabeza, la pesada cruz que arrastraba con dificultad, y las heridas de su cuerpo castigado con los azotes de sus verdugos. Seguramente los soldados romanos trataron de alejarla, como hacían siempre con las madres de los condenados, pero ella insistió en seguir el cortejo a pesar de su inmenso sufrimiento, y su total impotencia para cambiar las cosas. Quinto Dolor: La crucifixión y muerte de Jesús (Jn 19,25-30) “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. Imposible pensar en otro momento más doloroso en la vida de María, que aquel en el que vio a Jesús crucificado como un criminal; desecho físicamente, humillado por los jefes de su pueblo, y a punto ya de morir, en medio del silencio y la aparente ausencia de Dios. La presencia de María al pie de la cruz, debió ser para Jesús un gran consuelo y a la vez un nuevo dolor. Sentía su amor de madre y todo lo que ese amor le comunicaba de ternura, de apoyo, de comprensión, de paz; pero experimentaba también la angustia de verla allí padeciendo todos y cada uno de sus sufrimientos físicos y espirituales, en una íntima compenetración, y no podía hacer nada para dar a su corazón adolorido, aunque fuera el más pequeño alivio, una esperanza. ¿Cómo pudo María permanecer al pie de la cruz de Jesús, sin morir ella también de dolor? La respuesta es clara: por la fuerza de su fe inconmovible y su amor profundo y generoso, a Dios y a su voluntad salvadora. El Espíritu Santo la llenó con sus dones y sus gracias para que viviera esta circunstancia trágica, sin dejarse arrastrar al abismo de la desesperación, segura y confiada en que si Dios había permitido que sucediera lo que estaba sucediendo, era porque aquel acontecimiento entraba en sus planes de amor por los hombres. La muerte de Jesús, dramática y sobrecogedora, pone punto final a la escena. María siente que su corazón se desgarra por el dolor que experimenta. Las palabras del anciano Simeón muchos años atrás, resuenan en su mente y en su corazón una vez más, pero un momento después, aunque todo sigue siendo oscuro, en el secreto de su alma, llena del Espíritu Santo, parece nacer una esperanza. 10
Sexto Dolor: María recibe el cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz (Jn 19,38) “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo”. Una de las obras del arte religioso, más famosas en el mundo entero, es "La Piedad" de Miguel Ángel. Representa a María con Jesús muerto en sus brazos. El artista plasmó majestuosamente en esta maravillosa obra, un momento cumbre en la vida de Nuestra Señora como madre de Jesús. María contempla amorosa y doliente, el cuerpo exánime de su hijo, que yace inmóvil en sus brazos de madre. Los mismos brazos que lo acunaron cuando era pequeño, las mismas manos que lo acariciaron con ternura y delicadeza cuando estaba enfermo y cuando dormía. Lo contempla en absoluto silencio que es oración callada. Con pleno dominio de sus emociones maternales. Su rostro expresa con total transparencia los sentimientos más íntimos y profundos de su corazón, desgarrado por la muerte injusta y horrible que ha padecido. Detenernos ante esta imagen de María, admirarla como obra de arte y también, como creyentes, nos lleva inmediatamente a pensar en el inmenso sufrimiento que invadió la vida entera de la Madre y la inmensa soledad en que quedó sumida su alma, después de la muerte cruel de Jesús. Muchos momentos de tristeza y de soledad interior debió enfrentar María a lo largo de sus años, pero este es el principal de todos, la circunstancia más difícil de encarar, y también la más incomprensible para ella. Pero en su corazón está la fe, y cuando hay fe, todo sufrimiento, por grande que sea, es soportable. Porque la fe da sentido aún a lo que no se puede comprender. Séptimo Dolor: Jesús es colocado en el sepulcro (Lc 23,53-56) “Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto”. Los evangelios no nos lo dicen con claridad, pero es fácil suponerlo. María acompañó a Jesús hasta su sepultura, la cual se realizó precipitadamente por la proximidad de la celebración de la Pascua. Estaban con ella, Juan y las demás mujeres que habían permanecido a su lado desde su llegada al Calvario, y durante todo el tiempo que se prolongó la agonía de Jesús. Una vez cerrada la tumba, y sellada, como era costumbre, María abandonó el lugar con su dolor y su soledad a cuestas. En el secreto de su corazón, María oraba y en su oración callada pero ferviente, repetía una y otra vez su “sí” de Nazaret. María no comprendía los hechos que acababa de presenciar, no entendía por qué Jesús, su Hijo querido, el Hijo del Dios Altísimo, había muerto así, en plena madurez, dejando a medio camino su misión de profeta del Señor; y tampoco entendía por qué su muerte había sido tan cruel, tan humillante; la muerte de un criminal. 11
María no comprendía, pero sabía, tenía plena certeza de que las cosas de Dios no son para entenderlas, sino para aceptarlas con humildad, con fe, con esperanza. María callaba... María oraba... María se entregaba nuevamente... María creía... Seguía creyendo a pesar de lo que había sucedido con Jesús. María amaba... Seguía amando a pesar de lo que le habían hecho a Jesús. María esperaba... Seguía esperando a pesar del aparente fracaso de Jesús; de su profundo dolor de madre, de su inmensa soledad, del hondo vacío que sentía en su corazón. Sabía que Dios no defrauda a nadie, porque es el Dios del amor, el Dios del perdón, el Dios de la Vida. Reflexión conclusiva a la novena Llegamos al final de nuestra novena. En estos días hemos podido contemplar como en María se realiza de una forma perfecta el plan de Dios sobre el ser humano. María es una criatura salida de las manos de Dios. A ella se dirige Dios para pedirle que colabore en su plan de salvación para la humanidad y le dice “sí” a Dios. En este supremo "sí" de María, resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús enseñaba a sus discípulos "que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección. La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor de su Hijo, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad. María debe convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. De ahí la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes. Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo, podemos seguir sus pasos para llegar a Cristo a través suyo. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio en nuestra vida cotidiana. Virgen María, Madre de los Dolores, bendícenos y protégenos con tu amor tierno y delicado, y bendice y protege a todas las madres del mundo. Ayúdanos a escuchar siempre con fe y esperanza, la voz de Jesús, y a acoger con amor la Voluntad de Dios para nuestra vida. Queremos, Señora Nuestra, vivir íntimamente unidos a tu corazón humilde y generoso, sencillo y fervoroso, y al corazón misericordioso y compasivo de Jesús, que, cumpliendo maravillosamente la Voluntad del Padre, alcanzó para todos nosotros, la salvación. 12
LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA 13
Grupo nº 1 1º Dolor que se ha perdido (bis) que se ha perdido. Profetiza, y ofrece la madre al Hijo (bis) 4º Dolor y el pecho de la madre hiere un cuchillo, (bis) La calle de amargura hiere un cuchillo. la vas subiendo (bis) por seguir a tu hijo ¡Ay, Madre buena! (bis) tú vas sufriendo (bis) Yo soy ese mal hijo Tú vas sufriendo. ¡Ay Madre buena! Yo soy ese mal hijo 5º Dolor ¡cuánto me pesa! Pendiente de una cruz 2º Dolor viste a tu hijo (bis) Tu pobre corazón Por librarle de Herodes siente un cuchillo (bis) la Madre al hijo (bis) siente un cuchillo. huyendo por desiertos le lleva a Egipto (bis) 6º Dolor le lleva a Egipto. Recibiste en tus brazos 3º Dolor a tu hijo muerto (bis) y tu corazón sufre ¡Ay, Madre triste y pura, tanto tormento (bis) cuánto has sufrido¡ (bis) tanto tormento. en busca de tu hijo 7º Dolor Al cerrar el sepulcro de tu hijo amado (bis) queda tu corazón todo llagado (bis) todo llagado. 14
Grupo nº 2 1º Dolor 4º Dolor Cuando presentáis a Dios, Al ver a mi hijo, fieles, mucho madre os martiriza en la calle de amargura la espada que, al Hijo y vos, decidme, llena de hieles, Simeón os profetiza. aunque soy vida y dulzura. 2º Dolor 5º Dolor Por no ver la triste muerte Duros hierros mortifican del Infante, Dios los guía a mi Jesús sin razón, y huyen con pena al desierto ¡Ay, cuál traspasan los clavos con Jesús, José y María. a María el corazón! 3º Dolor 6º Dolor Yo sin Jesús voy perdida, En los brazos de la aurora, dónde está mi dulce centro, sin vida, el dulce arrebol, tres días vivo sin vida, triste gime, canta y llora pues le busco y no le encuentro. la muerte del mejor sol. 7º Dolor Si el sepulcro me cerráis, dejad sepultura abierta, para mí, que si enterráis a Jesús, María es muerta. 15
Grupo nº 3 Ave de pena, María, consuelo de pecadores, por vuestros siete dolores, amparadnos, Madre mía. 1º Dolor 4º Dolor Un infantico decía Siendo la vida y dulzura, el anciano Simeón, se eclipsó su hermosa luz, le traspasa el corazón. viendo al Hijo con la cruz Para empezar a sentir, en la calle de amargura; esto se puede inferir: la luna entró en la apretura: ¡cuánto el dolor crecería! llanto de sangre vertía. 2º Dolor 5º Dolor San José, su casto esposo, Cuando en la cruz le enclavaron viéndose en grande conflicto, al divino redentor huye dolorosa a Egipto, con indecible dolor por guardar al Niño hermoso, le mirabais fatigado, cuando Herodes, tan furioso, y más cuando aquel soldado al Niño-Dios perseguía. con lanza su pecho abría. 3º Dolor 6º Dolor Perdido estuvo en el templo En los brazos recibiste tres días el niño amado, a Jesucristo, ya muerto entre los sabios fue hallado, al verle cadáver yerto dándoles su ley y ejemplo. De milagro no moristeis, En este paso contemplo en este paso tuvisteis, ¡cuánto el dolor crecería! bien cumplida tu agonía. 7º Dolor Como tu Hijo sepultado, quedaste, aurora del cielo, sin alivio y sin consuelo, tu corazón traspasado; solo el discípulo amado vuestras fatigas sabría 16
CANTOS A LA VIRGEN MARÍA 17
1. Stabat Mater (latín) 1. Stabat Mater dolorosa 11. Sancta Máter, istud agas, iuxta crucem lacrimosa, Crucifíxi fige plagas dum pendébat Fílius. cordi meo válide. 2.Cuius ánimam geméntem, 12. Tui nati vulneráti contristátam et doléntem tam dignáti pro me pati, pertransívit gládius. poenas mecum dívide! 3. O quam tristis et afflícta 13. Fac me vere tecum flere, fuit illa benedicta crucifixo condolére, Mater unigéniti. donec ego víxero. 4. Quae maerébat et dolébat. 14. Iuxta crucem tecum stare pia Mater, cum vidébat te libenter sociáre nati poenas íncliti. in planctu desídero. 5. Quis est homo qui non fleret, 15. Virgo vírginum praeclára, Matrem Christi si vidéret mihi iam non sis amára, in tanto supplício? fac me tecum plángere. 6. Quis non posset contristári, 16. Fac ut portem Christi mortem, piam matrem contemplari passiónis eius sortem doléntem cum Fílio? et plagas recólere. 7. Pro peccátis suae gentís 17. Fac me plagis vulnerári, vidit Iésum in torméntis cruce hac inebriari et flagéllis súbditum. ob amorem Fílii. 8. Vidit suum dulcem natum 18. Inflammatus et accénsus, morientem desolátum Per te virgo sim defénsus dum emísit spíritum. in die iudícii. 9. Eia Mater fons amóris, 19. Fac me cruce custodiri, me sentíre vim dolóris morte Christi praemuníri, fac, ut tecum lúgeam. confoveri gratia. 10. Fac ut árdeat cor meum 20. Quando corpus moriétur in amándo Christum Deum, fac ut animae donétur ut sibi compláceam. paradísi glória. Amen. 18
2. Stabat Mater (Versión de Lope de Vega) 1. La Madre piadosa estaba 11. Y, porque a amarle me anime, junto a la cruz y lloraba en mi corazón imprime mientras el Hijo pendía. las llagas que tuvo en sí. 2.Cuya alma, triste y llorosa, 12. Y de tu Hijo, Señora, traspasada y dolorosa, divide conmigo ahora fiero cuchillo tenía. las que padeció por mí. 3. ¡Oh, cuán triste y cuán aflicta 13. Hazme contigo llorar se vio la Madre bendita, y de veras lastimar de tantos tormentos llena! de sus penas mientras vivo. 4. Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba 14. Porque acompañar deseo del Hijo amado la pena. en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. 5. Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara 15¡Virgen de vírgenes santas!, de Cristo, en tanto dolor? llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea. 6. Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera 16. Porque su pasión y muerte sujeta a tanto rigor? tenga en mi alma, de suerte que siempre su pena vea. 7. Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo 17. Haz que su cruz me enamore tormento la dulce Madre. y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio. 8. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado 18.Porque me inflame y encienda, el espíritu a su Padre. y contigo me defienda en el día del juicio. 9. ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor 19. Haz que me ampare la muerte para que llore contigo. de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén. 10. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado 20. Porque, cuando quede en calma más viva en él que conmigo. el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén. 19
3. Madre del Redentor (P. Josico) Madre del Redentor, ruega por nosotros, ruega al Señor (bis). 1. Porque eres tú la Madre, que Cristo nos dio en la cruz, y sabes que somos hijos, que olvidan a su Señor. Estribillo 2. A lo largo de tu vida sufrías ya con Jesús. ¡Ayúdanos Madre nuestra, cuando nos llegue el dolor! 4. Madre de siete dolores (Florián R. Pizarro) Madre de siete dolores, en la cruz de tu Hijo, Madre de siete dolores, te clavaron a ti. ¡Oh dichosa muerte, que quita los pecados de los desterrados, muerte que vida es! Sola, tú, te quedas llorando sola, en la paz y el silencio; sombras oscurecen la tarde, cubren las tinieblas el sol; bajan del Calvario los hombres, gimen, golpeando sus pechos, gritan, confesando sus culpas. ¡Este era el Hijo de Dios! 5. Estás Madre Dolorosa (P. Olmedo) Estás Madre dolorosa, al pie de la cruz llorosa donde pende, donde pende donde pende el redentor. Oh que triste, oh que triste, oh que triste y afligida, fuiste reina esclarecida. Oh que triste, y afligida Virgen y Madre, Madre de Dios Virgen y Madre, Madre de Dios. 20
6. El rey del cielo El Rey del cielo, mi buen Jesús, por mis pecados está en la cruz. Por mis pecados muere mi Dios, perdón, Dios mío, piedad, Señor. Llora la Virgen, Madre de amor, porque yo ofendo a su Hijo Dios. ¡Ay, Madre mía¡ No más pecar, cesen las lágrimas, perdón, piedad. 7. Adiós, Madre dolorida Adiós, Madre dolorida, adiós, azucena del Calvario adiós, guirnalda tejida de las bondades de Dios. Lirio perfumado… adiós, de fragante olor… adiós, Madre dolorida, adiós, adiós. Lirio perfumado… adiós, de fragante olor… adiós, por tus dolores sálvanos. 8. Virgen llena de amores Virgen llena de amores, afligida Madre, no nos olvides, Madre de los Dolores. Ven, ven ¡oh Madre dolorida! y alcánzanos el cielo, tráenos dulce consuelo porque tuyos somos, Madre mía. Qué sin ti, Virgen María, no hay más que luchas y dolores; que sin ti los pecadores viven sin hallar bonanza; que sin ti no hay esperanza, ni hay fe, ni hay paz, ni hay amores. Ven, ven, ¡oh Madre dolorida! y alcánzanos el cielo; tráenos dulce consuelo, porque tuyos somos, Madre mía. Virgen llena de amores, afligida Madre no nos olvides, Madre de los dolores. 21
9. Estaba al pie de la cruz (J. Madurga) Estaba al pie de la cruz bebiendo todo el dolor que derramaba Jesús, que fue a la cruz por amor. 1. Al pie de la cruz estaba María, clavada su alma en cruz de dolor. Al pie de la cruz penaba y sufría la madre que al mundo nos dio al Redentor. 2. Al pie de la cruz estaba María, la madre que Cristo por madre nos dio. Al pie de la cruz, la cruz compartía y nos engendraba en sangre y dolor. 10. Salve, compasiva Virgen Salve compasiva, Virgen admirable, Mar de amargas penas y dulces piedades. Un nuevo martirio mis culpas añaden, a tu dolorosa alma inconsolable. Mis yerros hirieron tu corazón grande, que infundió a los nuestros alientos vitales. Flores de alabanza, nuestro efecto amante, mezcla con tus penas, espinas letales. Sean tus martirios, dolorosa Madre, Vida con quienes mueran las culpas mortales. 11. No fue fácil (C. Gabaráin) No fue fácil, María, tu largo camino peregrina en el alma por sendas oscuras. No fue fácil, María, vivir el misterio, la fe y el asombro, la luz y el dolor. Unida a tu Hijo aceptas y crees en horas felices y al pie de la cruz. El Padre tan sólo conoce a tu Hijo y sólo en la Pascua nos llega la luz. Te anunciaron la espada que hiere tu alma y esa honda fatiga de tu corazón. Peregrina cansada de pie en el Calvario, qué triste y qué lejos de la Anunciación. 22
12. Madre de los pobres (C. Gabaráin) Madre de los pobres, los humildes y sencillos, de los tristes y los niños que confían siempre en Dios. 1. Tú, la más pobre porque nada ambicionaste; tú, perseguida, vas huyendo de Belén; tú, que un pesebre ofreciste al Rey del Cielo, toda tu riqueza fue tenerle sólo a Él. 2. Tú, que en sus manos sin temor te abandonaste; tú, que aceptaste ser la esclava del Señor, vas entonando un poema de alegría: "Canta, alma mía, porque Dios me engrandeció". 3. Tú, que has vivido el dolor y la pobreza; tú, que has sufrido en la noche sin hogar; tú, que eres madre de los pobres y olvidados, eres el consuelo del que reza en su llorar. 13. Dolorosa de pie junto a la cruz (J.A. Espinosa) Dolorosa, de pie junto a la cruz, Tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre (bis). 1. Dolor de los cuerpos que sufren enfermos, el hambre de gentes que no tienen pan, silencio de aquellos que callan por miedo, la pena del triste que está en soledad. 2. El drama del hombre que fue marginado, tragedia de niños que ignoran reír, la burda comedia de huecas promesas, la farsa de muertos que deben vivir. 3. Dolor en los hombros sin tregua oprimidos, cansancio de brazos en lucha sin fin, cerebros lavados a base de slogans, el rictus amargo del pobre infeliz. 4. El llanto de aquellos que suman fracasos, la cruz del soldado que mata el amor, pobreza de muchos sin libro en las manos, derechos del hombre truncados en flor. 23
14. Dame tu mano, María (G. Diego) Dame tu mano, María, la de las tocas moradas; clávame tus siete espadas en esta carne baldía. Quiero ir contigo en la impía tarde negra y amarilla. Aquí, en mi torpe mejilla, quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima que brilla. ¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde el marco del dintel, te saludó: "Ave, María"? Virgen ya de la agonía, tu Hijo es el que cruza ahí. Déjame hacer junto a ti ese augusto itinerario. Para ir al monte Calvario, cítame en Getsemaní. A ti, doncella graciosa, hoy maestra de dolores, playa de los pecadores, nido en que el alma reposa, a ti ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de esta vía. A ti, Madre, a quien quería cumplir mi humilde promesa. A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María. Amén. 15. Al pie de la cruz (J. Madurga) Al pie de la Cruz estaba, afligida y dolorosa, la madre triste y llorosa traspasado el corazón, sufriendo junto a su Hijo el dolor de su Pasión. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros al Redentor. 24
Lloramos, Madre, la culpa por la muerte de tu Hijo, y nos conmueve el perdón de un amor tan infinito que a ti nos da como Madre y a nosotros como Hijo. Tus lagrimas Madre nuestra van teñidas de esperanza aun cuando tu hijo espira, crees tú en su palabra, si el grano de trigo muere resurge una nueva espiga. Contigo estamos Señora Madre de dolor transida, para enjugar esas lágrimas que corren por tus mejillas ofreciéndote el consuelo de una vida arrepentida. 16. Sola con tu soledad (B. Velado y A. Alcalde) Sola con tu soledad nos acompañas María, también la Iglesia está sola y espera en tu compañía (bis). 1. Tu maternal regazo quedó vacío cuando ya en el sepulcro dejaste al Hijo. Virgen y Madre, deja que compartamos dolor tan grande, dolor tan grande. 2. Tus blancas manos vuelan como dos alas, van en busca del Hijo de tus entrañas. Blanca Paloma no queremos tus hijos dejarte sola, dejarte sola. 3. Pasarán los tres días de ausencia larga y llegará el domingo muy de mañana. Al Hijo amado tú verás la primera, resucitado, resucitado. 25
17. Llora la Virgen en la cruz (C. Erdozáin) Llora la Virgen, llora en la Cruz. Ha muerto Jesús y ha muerto en una cruz. Llora la Virgen, su manto es soledad, porque ha muerto la fuente de bondad. Ha muerto Jesús y ha muerto en una cruz. Virgen Santa, yo quiero a tu lado a tu lado estar y en tu regazo de amor poder soñar. Que tu Hijo en el Alba muy pronto va a despertar y en una aurora de Luz Resucitar. Llora la Virgen de angustia y de dolor porque grande es su pena y aflicción, porque larga es la noche en su corazón llora de amor, llora a su Hijo Dios Y en la tumba del huerto el Señor ya descansó y la tierra en su seno lo abrazó. Llora la madre, mirad si hay dolor, si hay dolor, dolor mayor. Mirad si hay dolor, mirad si hay dolor. Virgen Santa, yo quiero a tu lado a tu lado estar y en tu regazo de amor poder soñar. Que tu Hijo en el Alba muy pronto va a despertar y en una aurora de Luz Resucitar. 18. Como a su Madre acuden (C. Gabaráin) Como a su madre acuden los hijos sin temor, venimos, Madre, a verte, a darte nuestro amor. Siguiendo tu camino hallamos a Jesús. Entre nosotros, Madre, todo lo hiciste tú. Madre, tus hijos vienen cantando alegres una canción, buscando en tu sonrisa, en tu regazo, su protección. Ponen entre tus manos cual rosa ardiente su corazón. Te dicen que te aman, que siempre, siempre, tus hijos son. Lleno de confianza acudo Madre a ti, pues sé que en mis peligros velando estás por mí. Cual hijo que te ama procuraré vivir, y en tu regazo, Madre, quisiera yo morir. 26
19. Plegaria a la Virgen de los Dolores Virgen sagrada, María, Madre de nuestros dolores, nosotros, los pecadores, somos causa de tu herida; pues, que quitamos la vida al Hijo de tus amores. Y, tú, Madre dolorida, que tantos sufres por mí, clávame tus siete espadas y que sufra yo por ti. Madre sagrada, María, ayer Reina de las flores, hoy Madre de los dolores, traspasada y afligida. Trono de sabiduría, enséñanos la virtud, para estar junto a la cruz y sanar mi triste herida, sentir mi alma dolorida y el perdón de tu Jesús. Virgen sagrada, María, Tú, maestra de dolores, playa de los pecadores, nido en que el alma reposa; a Ti ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de mi vida; a Ti, Madre, en quién quería cumplir mi humilde promesa, a Ti, celestial princesa, Virgen sagrada, María. Amén. 20. Hoy he vuelto (C. Gabaráin) 1. Cuantas veces siendo niño te recé, con mis besos te decía que te amaba, poco a poco, con el tiempo, olvidándome de ti, por caminos que se alejan me perdí (2). Hoy he vuelto, Madre a recordar, cuantas cosas dije ante tu altar, y al rezarte puedo comprender, que una madre no se cansa de esperar (2). 27
2. Al regreso me encendías una luz, sonriendo desde lejos me esperabas en la mesa la comida aún caliente y el mantel y tu abrazo en mi alegría de volver (2). Hoy he vuelto, Madre a recordar, cuantas cosas dije ante tu altar, y al rezarte puedo comprender, que una madre no se cansa de esperar (2). 3. Aunque el hijo se alejara del hogar, una madre siempre espera su regreso, que el regalo más hermoso que a los hijos da el Señor es su madre y el milagro de su amor (2). Hoy he vuelto, Madre a recordar, cuantas cosas dije ante tu altar, y al rezarte puedo comprender, que una madre no se cansa de esperar (2). 28
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