Qué es la "cultura" de la muerte?

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¿Qué es la "cultura" de la muerte?
                    Por William A. Donahue

Introducción

Todo este debate sobre el feticidio y el infanticidio es,
intelectualmente hablando, enormemente deshonesto: los que
defienden el matar fetos e infantes saben bien en el fondo de
sus conciencias lo que están aconsejando. Sin embargo, muy
pocos aceptan el verdadero nombre que merece: matar a seres
humanos inocentes. Por eso lo llaman "freedom of choice
("libertad para decidir").

En su Carta Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II
alerta sobre lo que él llama la "libertad perversa", aquella que
nos confiere "poder absoluto sobre los demás y en contra de los
demás", y de la cual resulta, sigue diciendo, una "cultura de la
muerte". La preocupación del Santo Padre nace de la realidad de
que "grandes sectores de la opinión pública justifican ciertos
crímenes contra la vida en nombre de la libertad individual". El
origen de esta "libertad perversa" se encuentra en una
concepción de la libertad que "exalta al individuo aislado de
forma absoluta y no da cabida a la solidaridad ni a la apertura y
el servicio hacia los demás". En resumen, el Santo Padre está
diciendo que cuando un individualismo extremista se interpreta
como libertad, el resultado es la "cultura de la muerte".

Puede ayudar a poner de manifiesto la asociación entre el
individualismo extremista y la "cultura de la muerte" el
considerar cómo el matar a niños todavía no nacidos mediante
el aborto y aún a pequeños infantes está siendo justificado en
nombre del concepto de libertad. Y qué mejor "ejemplo" de ello
que oír a Francés Kissling, la astuta y engañadora anticatólica
del grupo conocido como "Católicas por el Derecho a Decidir
("Catholics for a Free Choice"). Cuando Juan Pablo II expuso con
toda claridad sus conceptos y su doctrina sobre el aborto, el
infanticidio, la eutanasia, la pena de muerte, la ecología y la
ingeniería biológica en Evangelium vitae, Kissling respondió
diciendo que "lo que el Papa llama la ‘cultura de la muerte' es
realmente la libertad humana, el ser libre para tomar decisiones
basadas en la propia conciencia".
Pero en realidad la idea que tiene Kissling sobre la libertad es "la
libertad perversa", sobre la que el Papa nos advierte. Para
Kissling, el destruir la vida de un ser inocente es "realmente la
libertad humana", porque, dice ella, es una decisión "basada en
la propia conciencia". Tal "lógica", por supuesto, pudiera usarse
para justificar los asesinatos en serie y el genocidio, ambos
presuntamente justificados por personas que toman decisiones
"basadas en su propia conciencia". Considerar esto como "la
verdadera libertad humana" muestra la degradación de la
conciencia de Kissling y la objetividad de las preocupaciones del
Papa.

Aquellos que consideran aconsejable el feticidio y el infanticidio
saben en el fondo de sus conciencias la realidad de lo que están
aconsejando, sus consecuencias y su calificación moral. De aquí
que este debate haya terminado en algo tan intelectualmente
deshonesto.

La Conferencia sobre la Mujer de las Naciones Unidas celebrada
en Pekín (en 1995) y las reacciones que se produjeron en ella
ofrecen abundantes evidencias de la deshonestidad a la que nos
referimos. En las páginas del New York Times, apareció un
anuncio presentado por una organización llamada "International
Women's Health Coalition" ("Coalición Internacional para la Salud
de las Mujeres"). Manifestando su interés por la Conferencia de
Pekín, esta Coalición se declaraba decididamente partidaria del
derecho al aborto al declarar que "nosotras nos aseguraremos
de que en todos los programas y planes de acción que afecten
nuestra salud se tenga en cuenta el mantener la integridad de
las funciones reproductivas y sexuales y el derecho de acceso a
las mismas". Inmediatamente después de declarar su apoyo al
aborto, la organización denuncia amargamente el hecho de que
"100 millones de mujeres no están vivas hoy debido a la
discriminación que conduce a la mala nutrición, a la atención
médica deficiente y a la selección prenatal basada en el sexo del
feto".

Hacemos notar la selectividad de la preocupación sobre la
"selección prenatal basada en el sexo del feto". Evidentemente
las damas miembros de la Coalición Internacional para la Salud
de las Mujeres están justamente irritadas por la práctica
frecuente en algunas naciones del tercer mundo de matar fetos
en la matriz en cuanto se determina que son precisamente fetos
femeninos. Es extraña, sin embargo, la preocupación por estos
casos, ya que, para ellas, la vida humana no existe antes del
nacimiento, como lo han afirmado repetidamente en su defensa
del aborto en general.

El 16 de septiembre de 1995, un editorial del New York Times
se hizo eco de la misma preocupación cuando, al aprobar el
documento final de Pekín, llamaba la atención sobre la
"discriminación contra las niñas aún antes de su nacimiento en
algunos países del mundo". Una vez más, los que afirman que
los abortos no privan de la vida a inocentes seres humanos de
momento cambian su opinión cuando se trata de un feto
femenino. Pero, ¿no han repetido que es sólo un pedacito de
tejido y no un ser vivo lo que se desecha en el aborto? Y
también, si los abortos producen una reducción del índice de la
natalidad y disminuye la población de algunos países, como
recomiendan los que están a favor del aborto, ¿por qué este
criterio no se aplica a todos los abortos, incluyendo el aborto de
fetos femeninos?

No es solamente el sexismo lo que el movimiento proaborto
está recomendando, es más bien el homosexismo de lo que
hablan. De acuerdo con una última moda ideológica, es distinto
matar un feto heterosexual (o por lo menos uno que es
masculino) y otra hacer lo mismo con un feto homosexual. Si
este enfoque parece una locura considere lo siguiente.

En 1994, yo estaba mirando un "show" que moderaba Tom
Snyder. Dos homosexuales estaban siendo entrevistados y
hablaban sobre los derechos de los homosexuales, etc. Yo no
prestaba mucha atención hasta que la discusión trató sobre la
posibilidad de que pudiera encontrarse un gen que determinara
la homosexualidad. Admitiendo que la existencia de este gen se
prestaba a discusión, todos los participantes expresaron su
preocupación sobre lo que pudiera suceder, si el gen
homosexual realmente pudiera ser detectado antes del
nacimiento. ¿Llevaría esto a muchos padres a decidirse por un
aborto, si ellos supieran que tendrían un hijo homosexual y no
sería esto realmente horripilante?

Según parece, esto de estar abortando fetos homosexuales
posiblemente nunca suceda en la realidad. Sin embargo, en
febrero de l994, el científico que descubrió una posible
indicación genética de la homosexualidad masculina afirmó que
si se encontrara ese gen, él reclamaría la patente para su uso y
que "no permitiría su uso en la amniocentesis" para el
diagnóstico prenatal. Sorprendente, ¿verdad?

Así son las cosas y la gente proaborto se estremeció al pensar
que pudieran desaparecer los homosexuales. Por supuesto, no
sería muy bien recibido por los heterosexuales el hecho de que
la "acción afirmativa" entraría en el útero. Pero la realidad es que
aún aquellos que favorecen el aborto, están empezando a
preocuparse por estas posibilidades. Ante estos hechos, si los
que defendemos toda vida humana inocente, y por ello nos
oponemos al aborto, solamente pudiéramos convencer a los
activistas proaborto de que todo ser humano no nacido pudiera
ser niña u homosexual, posiblemente se acabarían todos los
abortos.

La Iglesia Católica afortunadamente no le está haciendo
compañía al movimiento extremista a favor de los animales.
Basándose en la Biblia, la doctrina católica comparte el derecho
de los seres humanos de ejercer dominio sobre los animales. Es
cosa sabida que muchos de aquellos que quieren proteger de su
exterminio a todos los animales, por lo general no tienen
problema con aceptar la muerte de los niños que todavía no han
nacido. Ingrid Newkirk, co-fundadora y Presidenta de "Personas
a favor del Trato Ético de los Animales" (PETA, por sus siglas en
inglés) una vez resumió los sentimientos de su grupo diciendo
"Una rata es un cerdo, es un perro, es un niño". ¿No se pondría
usted nervioso si su hijo pequeño fuera invitado a cenar a casa
de Newkirk?

Cada primavera, a los residentes de Stuart, Estado de la Florida,
Estados Unidos, se les advierte de que las tortugas Loggerhead
son una especie en peligro de extinción y de que el que moleste
su nidal está violando la ley. Pero no son solamente estos
animales a los que se les ha otorgado una protección especial,
aún aquellos animales cuyo peligro de extinción ha disminuído
(por ejemplo, el Águila Calva) tienen también sus nidos
protegidos por la ley. Esto es otra siniestra característica de la
"cultura de la muerte": que a la reproducción de los seres
humanos se les conceda mucho menos protección que la que se
les ofrece a los animales.

Desgraciadamente muchos proabortistas muestran mucho más
interés en preservar pájaros y tortugas, que en preservar la vida
de los niños. Y no estamos hablando ni siquiera de niños con
anormalidades congénitas (a quienes tampoco se debe abortar,
por supuesto). En 1995, salió a la luz publica que el repulsivo
"aborto por nacimiento parcial", que a todos horroriza, se ha
estado practicando más frecuentemente en niños normales y
madres saludables, que en fetos anormales y madres en peligro,
como se pretendía hacer creer.

El fundador del movimiento a favor de los "derechos" de los
animales es un filósofo australiano, llamado Peter Singer. En un
libro que escribió en la década del 70, titulado Animal
Liberation, Singer afirmó que algunos animales son más
sensibles al dolor que los fetos y que por lo tanto la sociedad
les debe dar el reconocimiento que merecen.

Este mismo autor admitió en l980 que el movimiento Pro vida
tiene razón al afirmar que si se acepta el feticidio (el aborto),
moralmente se pudiera justificar también el infanticidio.
Después de todo, según Singer, no habría moralmente
diferencia alguna entre matar a un niño en el útero materno y
matar a otro niño fuera del mismo. Pero "la solución", como él la
llamaba, era "el abandonar la idea de que toda vida humana
tiene igual valor" (como afirma el movimiento Pro vida), para
luego llegar a la perversa conclusión de que si era lícito matar a
niños antes de nacer, también sería lícito el hacerlo después de
su nacimiento.

No sólo Singer abriga estas infames conclusiones. También el
"teólogo" Joseph Fletcher dijo una vez que los infantes podían
ser muertos con toda propiedad si no satisfacían sus quince
"indicadores de personalidad humana" (una de los cuales era el
cociente de inteligencia). Un recién nacido no era propiamente
"una persona", sino solamente una "vida humana". Es
tristemente interesante hacer notar que Fletcher había ganado
previamente el premio del Humanista del Año.

El Dr. Watson fue el científico que descubrió la clave del código
genético en el ADN y que fue galardonado con el Premio Nóbel
por sus investigaciones. Por ello es sorprendente y triste a la vez
que, en 1970, este mismo científico, refiriéndose a niños con
defectos congénitos, tuvo la infame opinión de que "si a un niño
no se le declarara vivo hasta el tercer día después de su
nacimiento, a sus padres se les pudiera permitir tomar una
decisión: ...el doctor pudiera dejar morir al niño, si los padres
así lo decidían".
El filósofo Michael Tooley dio un paso todavía más atrevido
cuando formuló el argumento de que para tener derecho a la
vida era necesario poder desear continuar viviendo, y esto a su
vez necesitaba la existencia de lo que se conoce como
autoconciencia, la cual no posee ningún recién nacido. Así se le
dió un nuevo giro al ideal de Thomas Jefferson en nuestra
Constitución en relación con los derechos inalienables de la
persona humana: no puede haber derechos humanos mientras
los seres humanos no se consideren a sí mismos como entes
separados, con un pasado y un futuro. Esta concepción,
compartida por la historiadora Maria Ana Warren, es un asalto a
la doctrina natural de los derechos humanos que ha dado forma
tanto a la tradición católica como a la estadounidense.

No es de extrañar que la Iglesia Católica sea en estos momentos
en nuestra sociedad el blanco preferido de tantos ataques. Con
la autoridad de sus 2,000 años de existencia ha defendido la
dignidad de la persona humana. Ahora la defiende de esta
"cultura de la muerte" que hemos tratado de definir en este
artículo. A diferencia de sus adversarios, la Iglesia Católica no
cambia sus enseñanzas ni sus doctrinas para complacer
ideologías y tendencias que están de moda, o por motivos
egoístas de popularidad o supervivencia. Los que promueven la
"cultura de la muerte" saben que la Iglesia Católica es su
enemigo y por ello continúan sus virulentos ataques contra ella.
Pero precisamente por todas esas razones es que este es uno de
los mejores momentos para sentirse orgulloso de ser católico.

Esta es una traducción del artículo titulado "Qualifying the
Culture of Death", publicado en la revista Catalyst, en
noviembre de 1995. La revista Catalyst pertenece a la Liga
Católica para los Derechos Religiosos y Civiles. El Sr. Donahue
es el presidente de dicha liga.
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