Concurso de relatos cortos LengUAs Europeas 2021 de la Facultad de Filosofía y Letras Alumna: María de los Ángeles Blay Muñoz Grado en español: ...

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Concurso de relatos cortos LengUAs Europeas 2021
       de la Facultad de Filosofía y Letras

    Alumna: María de los Ángeles Blay Muñoz

 Grado en español: Lengua y Literaturas. Curso 3º

             Universidad de Alicante

         Título: Hijos de un dios distinto
HIJOS DE UN DIOS DISTINTO

       Estaba asustada, pero a pesar de ello decidió cruzar aquella avenida a la que sus
pesadillas la llevaban de vuelta una y otra vez; el estruendo de las bombas había cesado
tras aquel fatídico veinticinco de mayo, y pese a que ya había transcurrido poco más de
un año, en sus sueños aun podía oírlas y sentir aquel olor a muerte que se mezclaba con
el polvo de los escombros. Antes de aquel bombardeo, en muchas ocasiones, corrió a los
refugios sin saber si llegaría a ellos con vida, pero aquel día las alarmas no sonaron.
Aquellos aviones entraron por el interior sin que las escuchas antiaéreas de la playa del
Postiguet pudieran detectarlos.
       Lo que ahora pensaba hacer era complicado para ella, había evitado volver a pasar
por allí, pero sabía que la vida que llevaba dentro merecía cualquier sacrificio, y el mayor
de todos era acudir a aquel hombre, al que no amaba, en busca de protección. Parada
frente a la imponente casa meditó unos segundos su decisión de entrar. Cruzar aquella
avenida había sido para ella como cruzar el Siq (desfiladero que lleva a la ciudad
escondida de Petra), y ante aquella casa de tres plantas se sintió tan pequeña como si
realmente estuviese frente al Tesoro de Petra.
       Acarició su vientre con la mano y tras un profundo suspiro tocó aquella aldaba
dorada con cabeza de león que al golpear en la puerta pareció proclamarse victorioso y
orgulloso ante su derrota.
       Abrió la puerta Pedro, el secretario de Luis. _ Señorita, me alegro de verla, ¿se
encuentra bien?, pase, pase, avisaré enseguida a don Luis. _ aquel hombre, que durante
los dos años y ocho meses que había durado la guerra había visto no pocos horrores, se
compadeció de aquella joven cuya belleza había podido conocer en su máximo esplendor
poco tiempo atrás; ahora, frente a él solo había una mujer con un rostro triste y huesudo
que había usurpado el lugar de las mejillas sonrosadas que solían mostrar sus graciosos
hoyuelos al sonreír.
       _ Sí, sí gracias, estoy bien. _ siguió al secretario a través del hall hasta una estancia
con grandes ventanales en cuyos laterales estaban recogidas unas pesadas cortinas, que
de estar corridas, sin duda, oscurecerían mucho la estancia; la sala estaba habilitada con
unos sillones isabelinos y un precioso escritorio de caoba que precedía a la biblioteca que
se alzaba imponente tras él, pensó en cuánto disfrutaría leyendo aquellos libros, pero
también en los que nunca estarían en esos estantes al ser censurados por el nuevo régimen.
Mientras permaneció sola observó detenidamente la estancia, y pensó por primera vez en

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la magnitud de la situación económica y social en que se encontraba Luis. En aquella casa
se comenzaban a tejer muchas de las decisiones políticas del momento.
       Había conocido a Luis siendo un buen amigo de Miguel, pero aquellos momentos
de fraternidad habían terminado con el comienzo de la guerra. Ambos habían sido
alumnos de su padre, profesor de la única escuela de magisterio que había en la ciudad y
que había sido fusilado hacía apenas siete meses. En no pocas ocasiones, antes de la
guerra, su padre solía llegar acompañado de los dos a casa y los invitaba a café y unas
pastas, pues ambos vivían cerca y era habitual verlos en su vuelta a casa, sobre todo
después de la primera visita en la que ambos se enamoraron de la hija de aquel afable
profesor. Aquellas tertulias eran divertidas, María participaba de ellas y el viejo profesor
presumía de su preciosa hija; siempre les decía: mi pequeña es infinitamente más lista
que yo y más de lo que vosotros seréis nunca. De lo que no cabía duda es de que aquel
hombre, era un hombre extremadamente bueno.
       En su breve inspección de la sala se detuvo a contemplar un retrato del que supuso
sería el padre de Luis, no lo conocía, pero sabía que era un hombre adinerado que había
ayudado generosamente al bando nacional. El franquismo promovió sus propias élites y
Luis debido a sus contactos y el dinero proporcionado por su padre ocupaba un alto cargo
en aquella nueva y terrible realidad.
       María vio acercarse a Luis, estaba impecable, llevaba un buen traje y los zapatos
impolutos, no pudo menos que bajar la mirada y comparar cuan ajados estaban los suyos;
intentó recordar cuánto tiempo hacía que esa ropa que llevaba era la única de la que
disponía.
       Había intentado marcharse con Miguel a Francia poco antes de finalizar la guerra,
pero un cúmulo de fatalidades truncaron esa opción. Mientras Miguel la esperaba ella fue
detenida; era la hija de un republicano que había permanecido activo hasta su muerte, o
para ser más precisos, hasta su ejecución, y además se la acusaba de colaboracionista. No
sabía de qué modo Luis pudo enterarse de que estaba detenida, pero movió muchos hilos
para que quedase en libertad. Durante los días de su cautiverio había ido a visitarla en
numerosas ocasiones y en una de sus visitas le comunicó que Miguel había muerto sin
conseguir escapar a Francia.
       Estaba desolada, había perdido a los dos amores de su vida, su padre y Miguel;
pero una fuerza desconocida la impulsaba a no rendirse, debía vivir, aquella fuerza
emergía directamente de sus entrañas, era la vida que había surgido del amor más honesto,
apasionado y tierno.

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El día que la liberaron, Luis la estaba esperando y le expuso sus deseos; él siempre
había estado enamorado de ella, y le ofreció su protección a cambio de que ella aceptase
casarse con él. Ella que en otro tiempo había llegado a apreciarlo rehusó su propuesta y
se instaló en casa de unos tíos que sobrevivían a duras penas gracias al estraperlo. Poco
después de ser puesta en libertad había descubierto que tras su último encuentro con
Miguel había quedado embarazada.
       _Siempre es un placer verte_ le dijo sonriendo mientras le ofrecía asiento_ creía
que estabas con tus tíos.
       _Estaba, pero creo que no van a poder ocuparse de mí ahora que…_ María hizo
una pausa, no era fácil aquello que iba a decir. _ ahora que estoy embarazada.
       El semblante de Luis se tornó serio, se levantó y comenzó a caminar por la sala,
ninguno de los dos habló, transcurrieron unos minutos que María sintió como eternos.
       _ ¿De cuantos meses estás?, ¿Miguel es el Padre?
       _ ¡Sí!, ¡por supuesto que Miguel es el padre!, ¿por quién me tomas? Nunca ha
habido nadie más y estoy aquí porque él está muerto, y porque lo único que deseo es
poder salvar a nuestro hijo. Estoy embarazada de tres meses y necesito tu ayuda, supongo
que tu oferta en estas circunstancias no seguirá en pie, pero necesito que me ayudes con
algún trabajo, cualquier cosa.
       _ ¿Qué trabajo podría ofrecerte? Dentro de poco parirás a tu hijo y eso te limita
bastante.
       _ Puedo limpiar, cocinar, coser… solo pido un techo y comida para mi hijo y para
mí.
       _ Ya tengo servicio, no es eso lo que pretendo de ti. _ tras una pausa continuó _
Es cierto que tu embarazo lo complica todo, pero sigo queriendo que seas mía; no solo te
deseo de la forma más humana posible, deseo que un día me mires como le mirabas a él,
y sé que lo harás, sé que me amarás tanto que llegarás a borrarlo de tu memoria, y no
importa que ese hijo sea suyo, porque seré yo quien lo crie y eduque como mío y no tendrá
más padre que yo. Por lo tanto, sí, mantengo mi oferta; diremos que es mío y que quedaste
embarazada en un encuentro que tuvimos hace tres meses, pues no muchas personas de
mi círculo saben de ti.
       Las lágrimas caían por el rostro de María, con voz ahogada pudo alcanzar a decir
       _ Está bien, me casaré contigo, pero no quiero mentirte, sabes que no lo olvidaré
y no sé si alguna vez podré mirarte del mismo modo que a él. _
       _ Yo me ocuparé de que así sea.

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María ya no salió de aquella casa, la boda se dispuso para tres días después, se le
acomodó en una bonita habitación y se le encargó un vestuario adecuado a la condición
de su futuro marido. La guerra no solo había abierto una brecha entre vencedores y
vencidos por ideología y religión, además, había fomentado una separación de clases
abismal.
       La primera noche, durante la cena, no podía dejar de pensar en cómo era posible
que a esa casa la guerra no le hubiera hecho el más mínimo daño, pero le asombraba
mucho más aquel guiso de pollo; ella no había visto la carne en mucho tiempo, su
alimentación se había basado principalmente en boniatos, algunas patatas y cebollas, e
incluso a su pesar, recordaba un día en el que estando en un pueblito cercano escondida
con su padre, el hambre la llevó a tomar algunas algarrobas del morral de un caballo. El
hambre para ella era tan real como aquellas bombas que habían caído a no mucha
distancia de donde se hallaba aquel veinticinco de mayo, la realidad del hambre solo había
sido superada por la imagen de los cuerpos mutilados en el bombardeo del mercado, y
poco después por la de un joven de apenas dieciséis años, de rodillas y alzando su puño,
segundos antes de recibir un tiro en la cabeza. Sabía que aquellas imágenes nunca la
abandonarían y a veces pensaba que el suyo podría haber sido un final como el de aquel
joven y el de tantos otros, de no ser por aquella vida que debía proteger.
       _ Espero que estés cómoda y que todo sea de tu agrado.
       _Sí, gracias, es mucho más de lo que esperaba, en realidad no necesito tanto.
       _ No debemos ceñirnos a lo estrictamente necesario, sino a lo que queremos y
podemos conseguir, ¿no crees? _ María no contestó, tomó un trago de agua y prosiguió
con la cena. Ella no ambicionaba todo aquello, solo deseaba tener a su hijo a salvo; si
Miguel no hubiera muerto nunca hubiera pisado aquella casa.
       _Mañana por la tarde traerán la ropa que te he encargado, espero que te guste un
bonito vestido que me he permitido elegir para nuestra boda.
       _Seguro que sí, gracias. _ se esforzaba por ser agradecida, pero realmente le era
indiferente que vestido hubiera de llevar; la única “boda” con la que había soñado era la
que ya no podría tener, se había imaginado unida a Miguel de por vida, sin más
sacramento que el amor que se profesaban.
       Cuando terminaron de cenar Luis la acompañó a la puerta de su habitación y al
despedirse le dio un beso en la mejilla.
       _ El domingo serás mi esposa, y mis besos ya no serán tan castos. Descansa mi
amor. _aquellas palabras para María bien podían equipararse a las que recibe un reo a la

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puerta de su celda poco antes de ser ejecutado. Pero no era ingenua, sabía que él la había
deseado desde el primer momento en que la vio y que ella por esa protección tenía un
precio que pagar, pero esos pensamientos no la torturaban, ni se mortificaba por ello, no
era una mujer de convicciones religiosas y sabía que haría lo que fuese necesario.
         El domingo por la mañana despertó temprano y bajó al comedor donde encontró
a Pedro acompañado de una de las dos mujeres que asistían en la casa, estaban
organizando la sala para la recepción íntima que se realizaría tras la boda.
         _ Buenos días, señorita.
         __ Buenos días, Pedro, buenos días, Marta.
         __Pensábamos subirle el desayuno a su habitación, pues aquí hay bastante lío
como puede ver _ dijo sonriente la mujer.
         _ No hará falta, me acercaré a la cocina y tomaré algo allí mismo.
         _Señorita. _ Pedro se acercó y le habló en voz baja, para evitar ser escuchado por
Marta.
         _Sí, dime Pedro.
         _ No he hablado de ello con don Luis, pero he pensado que si usted necesita un
padrino para la ceremonia puede contar conmigo, y quería decirle que siento mucho que
su padre no pueda acompañarla en un día como este. Siempre fue muy agradable conmigo
y…_
         María lo interrumpió, debía mantenerse fuerte y oír hablar de su padre la conmovía
demasiado. _ Muchas gracias, Pedro, si Luis no ha dispuesto otra cosa, por supuesto que
estaré encantada de que tú ocupes ese lugar.
         María realmente sentía simpatía por aquel hombre de semblante sereno y gesto
bondadoso; lo conoció poco después de conocer a Luis, y podría decirse que, por aquel
entonces, más que su secretario parecía ser una especie de niñera que su todopoderoso
padre le había procurado. Pedro tendría unos diez años más que Luis, este, en una de esas
tertulias de “los tiempos felices” contó que Pedro había aparecido en su vida cuando él
era muy pequeño y que su padre lo acogió tras quedar huérfano, su madre había sido
empleada en la casa familiar y Pedro pasó a formar parte de los empleados de confianza
de don Jaime.
         _Será un placer, señorita. _ dijo sonriendo. Las palabras de Pedro siempre le
habían parecido sinceras y comprobó que la simpatía que ella sentía por él era reciproca.
         Mientras tomaba el desayuno en la cocina apareció Luis que se acercó y la beso
dulcemente en el cuello mientras la saludaba. El escalofrío que María sintió no fue el

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preludio de una excitación amorosa sino una reacción comparable a los escalofríos que
se tienen en un estado febril derivado de una enfermedad.
       _ ¿Nerviosa ante el gran día?, espero que todo quede perfecto para la recepción,
seremos muy pocos, mi padre por supuesto vendrá con unos allegados; el sacerdote que
oficiará nuestra boda es buen amigo suyo por lo que también vendrá después a casa.
       _Creo que no tienes de qué preocuparte, he visto a Pedro organizando todo y
seguro que estará a tu gusto.
       _Mi padre lo ha aceptado, me costó explicarle porqué habíamos estado separados
este tiempo estando tan enamorados y tú embarazada, pero le dije que la muerte de tu
padre y la situación de tus tíos hizo que permanecieras con ellos este tiempo sin saber de
tu embarazo, pero que no habíamos dejado de vernos mientras tanto. Saber que va a tener
un nieto realmente le hace muy feliz. Por supuesto no he dicho nada de que tu padre era
republicano, ni de que tú estuviste presa, hay cosas que no son necesarias decir.
       _Claro, ya entiendo.
       _Estoy deseando verte con ese vestido nuevo. Bueno, voy a hacer unas diligencias
y nos vemos luego para salir, termina de desayunar, debes recuperarte.
       _ Estoy bien.
       _Sí, pero me refiero a que estás demasiado delgada, casi ni se te nota el embarazo,
y ahora tienes que comer por dos, nuestro bebé debe estar sano y fuerte. _ La besó en la
mejilla y salió de la cocina.
       María no sabía cómo reaccionar a aquellas palabras, desde que él dijo que lo
aceptaría como a su hijo, se comportaba como si realmente así fuera. No le parecía normal
que no hubiese habido ninguna reticencia por su parte, que todo lo hubiese aceptado tan
rápidamente. Esto le daba miedo, pues la llevaba a pensar cuánta no sería su obsesión por
conseguirla. No iba a buscar los tres pies al gato, tenía casa, comida y un futuro para su
hijo, aunque hasta ahora no había pensado realmente en cómo sería ese futuro, alejado de
las convicciones por las que su padre y su abuelo habían muerto y en las que ella seguía
creyendo. Por primera vez se arrepintió de la decisión que había tomado, pero se dijo a sí
misma que ya pensaría en ello llegado el momento.
       La ceremonia religiosa se realizó después de la misa de doce en la sacristía de la
iglesia. Durante la misa, el sacerdote incluyó en su sermón alabanzas a aquellos que
habían luchado por la religión y la fe católica, venciendo con la ayuda de Dios a aquellos,
a los que poco le faltó para llamar demonios. María pensaba en como la Iglesia había
sabido sacar provecho de aquel alzamiento militar, haciendo de él una especie de cruzada

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religiosa. Nada de lo que en la Iglesia se predicase tendría nunca ningún sentido para ella,
por lo tanto, aquella boda no significaba nada más que un acto de supervivencia. La
Iglesia católica proclamó su apoyo a Franco durante y después de la guerra, y se procuró
que la población lo supiese. María había podido oír el eco que se hizo de las palabras del
Papa Pio XII emitidas en Radio Vaticano dos semanas después de finalizar la guerra, estas
decían:

                      Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la
                      Católica España, para expresaros nuestra paterna congratulación por el don
                      de la paz y de la victoria, con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo
                      cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan generosos
                      sufrimientos.

          ¿Fe y caridad?, pensó María al enterarse de aquellas palabras, nunca las había
visto durante todo ese tiempo; siempre pensó que tenía conciencia y por lo tanto no
necesitaba profesar una religión, pero si un Dios benevolente, como predicaban, estaba
del lado del fascismo, ella prefería estar en el mismísimo infierno. No obstante, María no
se extrañaba demasiado de los discursos que la Iglesia o los Nacionales pudiesen hacer,
las falacias del fascismo durante la guerra habían llegado incluso al periódico británico
The Times el 28 de junio, un mes después del bombardeo, en esa entrevista Franco decía:

                      El bombardeo de las poblaciones civiles por nuestros aviones (lo afirmó
                      rotundamente) no existe. Se bombardean tan sólo objetivos de carácter
                      militar. Es cierto que se producen bajas entre la población civil. Y son muy
                      de lamentar. Pero el Gobierno rojo, lejos de evitarlas, las sitúa cerca de los
                      objetivos militares. Después de todo, el ejército rojo necesita y desea esas
                      víctimas para su propaganda.

          María no creía que pudiese haber una mentira mayor que aquella, y sin embargo
fue creída, ¿cómo podía nadie pensar que un mercado de abastos pudiera ser un objetivo
militar?, de hecho ¿Cómo podía nadie pensar que hubiese una mínima organización
militar comparable a la que tenían los nacionales?, aquello no era un ejército, era el pueblo
defendiéndose, e intentando conservar su libertad. María se obligó a dejar de pensar en
esto, se enfermaba tan solo de pensarlo y ahora debía morderse la lengua por el bien de
su hijo, pues las opiniones contrarias al régimen debían ser silenciadas, y aunque por
entonces no lo sabían, ese mutismo generalizado del pueblo duraría cuarenta largos años.

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De camino a la iglesia, Luis le dijo a María que su padre o cualquier amigo de los
presentes podría ejercer de padrino, pero María le hizo saber que prefería que fuese Pedro,
pues al menos lo conocía; Luis no puso ninguna objeción.
          Tras la ceremonia, en la casa se sirvió un almuerzo y tuvo la ocasión de conocer
al padre de Luis, ya que en la iglesia solo se había producido un breve y protocolario
saludo.
          _ ¡Vaya! ¡Qué escondida te ha tenido mi hijo! Querida, bienvenida a nuestra
familia que pronto crecerá con el primero de los muchos nietos que espero me dé Dios.
          _ Gracias don Jaime.
          _ Ahora eres mi hija, déjate de protocolo, puedes llamarme Jaime o papá cuando
te sientas cómoda.
          _ Me va a ser difícil, pero ¿qué le parece si empiezo por intentar tutearle?, quizá
cuando tengamos más confianza avancemos más.
          _ Por supuesto, hija.
          Aquel hombre fue muy amable, e incluso percibía cariño y bondad en su mirada,
pero sabía que no la miraría del mismo modo en caso de saber toda la verdad. Había
aceptado comenzar a vivir una vida en la que debería ocultar no solo su pasado, también
su forma de ser, de pensar, e incluso de sentir. La libertad había desaparecido de su vida
igual que había desaparecido de su país.
          El día pasó demasiado rápido, más de lo que María hubiese deseado, tras la
recepción en la casa quedaron las doncellas que ocupaban en la última planta uno de los
cuartos destinados al servicio, el otro cuarto era la habitación en la que vivía Pedro, esta
era un poco mayor, pues tenía una zona en la que se ubicaba una pequeña librería y un
viejo escritorio en el que se amontonaban papeles relacionados con las actividades de
Luis y un bloque de papeles debidamente escondidos con bellos poemas de amor que
mostraban la enorme sensibilidad de su autor.
          _ Buenas noches, señores, ¿desean algo más antes de que nos retiremos? preguntó
Marta. _ No, podéis marcharos a descansar, gracias. _ dijo Luis
          Marta y Francisca se retiraron dejando en el salón a los recién casados y a Pedro.
          _ Don Luis, creo que yo también me retiro, no sin antes volver a desearles toda la
dicha del mundo_ al decir estas palabras miró a María y comprendió que aquella mujer
nunca podría ser dichosa en aquella casa.
          Gracias Pedro, mañana ocúpate de hacer llegar las cartas que dejé en mi despacho,
creo que me tomaré la licencia de disfrutar del día libre junto a mi encantadora esposa.

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_Por supuesto, señor. Buenas noches.
       _Buenas noches, Pedro_ dijo María con la tristeza de quien sabe que su partida
señalaba la hora de los posteriores acontecimientos; había llegado el momento en que
debía pagar por sus decisiones, sabía que la moneda era su cuerpo, pero se decía a sí
misma que su mente y su corazón nunca podrían pertenecer a Luis, aunque le dedicase el
resto de su vida.
       No tardó en encontrarse a solas con su marido en la habitación, Luis se acercó y
comenzó a desabrocharle los botones de la espalda, le levantó los brazos y María
permaneció con ellos en alto mientras le acariciaba las piernas a la vez que iba subiendo
aquel vestido hasta conseguir sacarlo a través de sus brazos y su cabeza; lo tiró al suelo y
prosiguió desnudándola. Una vez que la ropa interior estuvo en el suelo, tomó a María en
brazos y la llevó a la cama donde sin decir ni una palabra comenzó a poseerla, pero no
con la ternura y pasión que ella había conocido en brazos de Miguel, sino con un deseo
primitivo que lo volvía loco; satisfizo su deseo pronto y al terminar se recostó a su lado.
       _Sabía que serías mía desde el primer momento en que te vi, he soñado tanto con
esto. _María no contestó, estaba procesando lo ocurrido y no sabía realmente qué decir,
agradecía que aquello hubiese terminado pronto, pero para su sorpresa la noche no había
terminado. Poco después Luis comenzó a besar sus pechos, su vientre; las caricias que
antes no había recibido ahora cubrían cada centímetro de su piel, y aunque no las deseaba,
sabía que no debía negarse, así que no opuso resistencia a nada de cuanto él hacía. Esta
vez no fue algo rápido; su piel desobedecía a su mente, no podía evitar sentir placer.
Aquello la confundía, ella no lo amaba y sin embargo se excitaba con aquellas caricias y
besos, eso solo podía pasar, como en efecto ocurrió, con Miguel. ¿Por qué le pasaba
ahora?, pensó en si no sería por su condición de embarazada, quizá los cambios de su
cuerpo… no pudo seguir pensando en nada más, la excitación iba en aumento y sin poder
evitarlo, sus piernas rodearon el cuerpo desnudo que sobre ella se encontraba, empezando
a apretar a Luis con una fuerza que sacó a este por unos segundos de su abstracción, él se
dio cuenta de que ella estaba disfrutando y continuó, poco después sintió que los brazos
de María, que habían permanecido inertes, le abrazaban con igual intensidad que sus
piernas; la cadencia en el movimiento de los cuerpos se sincronizó, María empezó a gemir
de placer y ambos llegaron al clímax juntos. Una vez que María volvió en sí, se sintió
avergonzada, cómo podía haberse dejado llevar de ese modo, no podía entender que el
sexo y el amor no fuesen algo indisoluble.

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_ Es estupendo poder dormir cada noche contigo, eres maravillosa. _ dijo Luis
mientras la miraba con una sonrisa_ Bueno, ya podemos dormir_ dijo ella para zanjar el
tema mientras se ponía el camisón. _ Está bien, querida, descansemos.
        María quería pensar en lo ocurrido, pero el sueño la venció pronto.
        Al despertar se vistió sigilosamente evitando despertar a Luis y bajó a la cocina a
desayunar.
        _Buenos días, señora _saludó Pedro mientras tomaba su desayuno.
        _Buenos días, Pedro. ¿Podrías llamarme solo María? Me resulta raro lo de señora.
        _No creo que a don Luis le gustase demasiado que me tomase esa confianza.
        _Pues, ¿qué tal si lo haces cuando estemos solos?, no quiero ponerte en un
compromiso, haz lo que consideres mejor.
        _Lo intentaré _ dijo con una abierta sonrisa. _María, deberías desayunar en el
comedor, aquí en la cocina, como puedes ver, desayuna el servicio.
        _ Me gusta más la cocina, aunque cuando Luis me acompañe sé que habré de
hacerlo allí.
        El desayuno fue agradable, conversó con Pedro de muchas cosas que desconocía,
descubrió las ocupaciones de su marido y entendió que era un alto cargo en la ciudad de
la Falange Española, partido único que estaba al servicio de Franco. Ahora entendía que
tuviera tantos contactos. En la charla con Pedro averiguó que al comienzo de la guerra
salió de la zona republicana y se unió al ejército sublevado y que hacia el final fue
destinado a cargos administrativos. El destino de Pedro durante la guerra corrió de forma
paralela al de Luis, pero el motivo no fue el mismo. Pedro creía que debía seguir
protegiendo a don Luis como lo había hecho hasta el momento, además se sentía en deuda
con don Jaime que lo había acogido cuando no tenía a nadie más.
        Cuando estaban terminando el desayuno Luis entró en la cocina y reclamó la
compañía de María en el comedor, ella se despidió de Pedro y lo siguió.
        _ Pensaba que desayunaríamos juntos.
        _ Lo siento, desperté hambrienta. _ nada más terminar la frase María se arrepintió
debido a la sonrisa insolente de Luis. No había tenido tiempo para procesar lo ocurrido y
solo pensó en que aquel placer era algo que le resultaba inevitable y no iba a flagelarse
por ello, no lo amaba y representaba todo lo que ella detestaba, pero en aquellos
momentos de enajenación en que él la poseía, ella se sentía viva, y quizá después de todo
lo que había vivido, ese sentimiento era más que necesario.

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_ No me extraña, yo he despertado igual. Hoy saldremos a pasear un poco, ¿te
parece bien? Después iremos a misa antes de volver a casa.
         María aceptó, pues no ir a misa en este nuevo orden no era una opción, y no solo
habría de ir con su marido, sino que aquello tendría que ser algo que hiciera a diario. No
importa, se decía a sí misma, haré lo que sea necesario por el bien de mi hijo; y así fue,
cumplió con todas y cada una de las obligaciones que su nueva vida requería, y por las
noches se dejaba llevar con frenesí cuando él la buscaba.
         Una vez avanzado el embarazo, en el último trimestre, las relaciones sexuales
cesaron por el temor a que pudiesen influir de forma negativa en el bebé o en el parto.
Luis ocupó otra habitación pues como le dijo en una ocasión, le era imposible dormir al
lado de ella y no hacerle el amor. María se sorprendía algunas noches deseando que Luis
irrumpiese en su cuarto, pues, aunque sus sentimientos no hubiesen cambiado y no
pudiese amarlo, sí lo deseaba, deseaba esos momentos de pasión en los que se olvidaba
del mundo, un mundo desalentador que no había hecho más que empeorar. Poco después
del final de la Guerra Civil se produjo el inicio de la Segunda Guerra Mundial: España,
que había quedado devastada y excesivamente mermada en cuanto a capital y hombres,
se mantuvo al margen en la lucha activa, aunque la ayuda a Alemania se produjo de
diversas formas. Alemania tenía derechos de explotación de minerales en algunas zonas
pertenecientes a España, el principal recurso era el wolframio (también conocido como
tungsteno); esta venta resultó muy ventajosa a los nazis por los costes tan bajos a los que
lo adquirieron, siendo esta transacción una deuda que el bando sublevado tenía por el
apoyo recibido de los nazis durante la Guerra Civil.
         También contaron con la ayuda de la división azul en la lucha contra los
soviéticos, y otras ayudas de las que gran parte de la población no era consciente. En los
noticiarios del nodo no se mostraba ninguna derrota del eje, ni nada que pudiera dañar la
imagen de aquellos “amigos fascistas” que habían ayudado al dictador durante la Guerra
Civil.
         María dio a luz a un precioso niño. Luis decidió llamarlo Jaime como su padre,
pues el hombre estaba encantado con el hecho de ser abuelo. En el bautizo del niño, el
orgulloso abuelo no dejaba de presumir de su nieto y de su hijo, y solo por un segundo
mientras el hombre hablaba de la importancia de los hijos, María pudo ver en Luis un
gesto de tristeza que solo ella percibió y entendió, aquel gesto le hizo entender que Luis
buscaría cuanto antes tener su propio hijo.

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María no deseaba volver a quedarse embarazada tan pronto, aunque sabía que
tarde o temprano acabaría pasando, por lo que finalizada la cuarentena puso cuántas
excusas le fueron posibles para evitar el sexo con Luis, incluso argumentó posibles
molestias producidas por el parto, pero el doctor se encargó de afirmar que nada ocurría
para que Dios no pudiese bendecir aquella casa con otro niño. Así que llegó el momento
en que volvieron a tener relaciones, pero, el embarazo no llegaba ni llegaría nunca, Luis
era estéril.
          El pequeño Jaime crecía sano y feliz, y María intentaba centrarse en el cuidado de
su hijo, cumplir con sus obligaciones y evitar saber cualquier cosa que se relacionase con
las actividades de su marido. Había decidido permanecer viva y eso le obligaba a actuar
como se esperaba de ella y a cerrar los ojos ante muchas cosas que le dolían y con las que
no podía estar de acuerdo.
          Su amistad con Pedro había crecido y el pequeño Jaime adoraba a aquel hombre
que jugaba en muchas ocasiones con él.
          _ ¡Mamá, el oso! gritaba el pequeño cuando María entró al despacho y vio al
pequeño subido sobre Pedro que arrastrándose por el suelo imitaba a un gran oso _ ¡He
ganado al oso!
          _ ¡Vaya!, eres todo un campeón, pero ya es la hora de tu baño y después de ir a
dormir.
          El pequeño protestaba, pero Pedro se ofreció a que fuese el gran oso quien le
llevase hasta el cuarto de baño.
          _Pedro, le mimas demasiado.
          _ Es un niño adorable y disfruto mucho viéndolo tan feliz. _ dijo mientras se
dirigía al baño con el pequeño en brazos _ Marta, aquí traigo a este valiente que ha
vencido al gran oso, y que necesita un baño. Buenas noches, yo me retiro ya que mañana
tengo que acompañar a don Luis en su viaje a valencia y será mejor que descanse.
          _ Pedro espera, podrías recomendarme algún libro, he estado mirando en el
despacho y no me decido, después de los dos últimos que han sido de poesía, me gustaría
alguna novela.
          _ Pues si quieres, mañana antes de irme dejo algún libro que considere que pueda
agradarte sobre la mesa del despacho. De todas formas, te diré que cuando yo estoy
dudoso respecto a mi próxima lectura, recurro a los clásicos, pues siempre descubro
facetas nuevas que me habían pasado desapercibidas.

                                                                                         12
_ Muchas gracias, Pedro. Tal vez lo haga, quizá La Odisea se merezca otra lectura,
hace ya tanto tiempo que la leí…
       _Buenas noches, María. _ Pedro se había acostumbrado a tutearla cuando estaban
a solas, pero siempre la llamaba señora cuando alguien estaba presente, aunque fuese el
pequeño Jaime que con sus dos años y medio poco se fijaba en esas cosas.
       _Buenas noches, Pedro.
       Al día siguiente, María encontró sobre la mesa del despacho unos cuantos libros,
por supuesto, todos aprobados por la censura; Luis no tendría en su biblioteca libros que
fomentasen una política contraria a las ideas falangistas. La censura había realizado su
temprana aparición en 1936 en las zonas conquistadas por los sublevados y en 1938 se
promulgó la primera Ley de Prensa. Ahora, la censura había pasado a estar al cargo de la
Vicesecretaría Educación Popular de la Falange, entre 1939 y 1941, estuvo al cargo del
Ministerio del Interior. Mucha más prisa se dio el franquismo en ocuparse de purgar las
bibliotecas públicas, se eliminaron todos aquellos libros que pudieran ser considerados
indeseables por contener ideas contrarias a las doctrinas del régimen o al dogma y a la
moral católica. María, como hija de profesor que era, odiaba todo aquello y aunque no lo
pareciese estaba al tanto de todo lo que ocurría, en el despacho de su marido se producían
muchas reuniones y en ellas se hablaba alto y con orgullo de todo cuánto acontecía en esa
España de la que se sentían salvadores. Ella nunca se pronunció, por supuesto, era una
mujer, no habría podido hacerlo ni aun estando a favor de lo que decían, pero ese no era
el caso; en la mayoría de las ocasiones, tras saludar a los invitados de su marido, salía de
allí realmente consternada y contrariada.
       Entre los libros seleccionados por Pedro se encontraba El árbol de la ciencia de
Pío Baroja. María además de considerarlo una maravilla, lo había leído y comentado
después con su padre, por lo que guardaba un recuerdo dulce y nostálgico de él. Los
demás libros no le resultaron tan atrayentes, por haberlos leído ya, o bien porque sabía
que la carga doctrinal era enorme.
       Pensó en pasar por la habitación de Pedro y ver qué libros tenía en su biblioteca
personal, no pensó que pudiera molestarle cuando a su vuelta se lo comentase. En los
estantes no encontró nada que llamase su atención, muchos libros de poesía, clásicos
grecolatinos, pero cuando estaba a punto de abandonar la habitación el bajo de su vestido
se enganchó con la parte inferior de la librería y al tirar para soltarlo la librería se movió
hacia delante dejando a la vista un libro que parecía haberse colado por detrás, quizá al
caer del último estante. María al recogerlo supo inmediatamente que aquel libro no estaba

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allí por accidente, era La Regenta de Leopoldo Alas “Clarín”, al acercarse pudo ver que
había más libros, sin querer moverlos mucho pudo ver que uno de ellos era Guerra y Paz
de Tolstoi, pero lo que más llamaba su atención eran unas hojas cuidadosamente
encintadas; estaban tan cerca que no pudo contener su curiosidad y las cogió. Comenzó a
leerlas, la letra era de Pedro, descubrió unos poemas preciosos, a su parecer, continúo
leyendo un poco más y comprendió que algunos de esos bellos poemas iban dirigidos a
un hombre. Sintió más afecto, si cabe, hacia aquel hombre que igual que ella estaba
viviendo una vida carente de libertad que no le permitía ser quien realmente era. Volvió
a dejarlo todo como estaba, se enjugó las lágrimas y salió de la habitación.
       Aquella noche, en que Luis y Pedro estaban ausentes, tuvo tiempo de pensar en
muchas cosas, relacionadas con lo encontrado tras la estantería de Pedro. En primer lugar,
pensaba en el enorme esfuerzo que suponía ocultar algo así y no poder amar libremente,
pensó en que Pedro no tenía ni siquiera la opción de disfrutar del sexo, aunque fuese sin
amor como le ocurría a ella. Pero si además no era partidario de aquel régimen ¿por qué
había luchado al lado de Luis y no había huido al principio de la guerra?, cosa que no le
hubiera sido difícil en el puesto en que se encontraba. No sabía cómo, pero sabía que
hablaría con Pedro de todo aquello, estaba convencida de que esa simpatía que se
profesaban no disminuiría al sincerarse con él, por el contrario, los podría unir más. Ella
no tenía amigas, las señoras con las que se relacionaba, en contadas ocasiones, eran las
esposas de los hombres con los que se relacionaba Luis, y con aquellas mujeres era
evidente que no tenía nada en común.
       Pasaron un par de meses y María aún no había hablado con Pedro sobre el hallazgo
de su librería. Mientras, la relación con Luis se volvía más tensa debido a la ausencia de
un nuevo embarazo. Él no podía permitirse pensar que era el causante, pero aquello le
frustraba, ella había concebido un hijo con otro hombre y no lo podía hacer con él. María
sabía que era mejor evitar el tema, pues estaba convencida de que nada que dijera
mejoraría aquella situación. Una noche después de haber tenido relaciones, Luis se
disculpó por el modo en que se produjeron.
       _ María, lo siento, sé que he sido demasiado brusco, pero, aunque sigo loco por ti,
cada vez que te hago el amor me desespera la idea de que nunca me darás un hijo propio.
       _ Lo sé, pero eso no es algo que esté en nuestra mano, yo no puedo hacer nada y
tú tampoco.
       _Lo sé, está en manos de Dios, pero quizá Dios me está castigando.

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_ No creo que tu Dios tenga tiempo de castigarte, ¿por qué lo iba a hacer?, ¿has
hecho algo tan terrible como para merecer su castigo?, porque según vosotros, Dios
siempre ha estado de vuestro lado.
       _ Sabes que no me gusta que hables así, ni siquiera cuando estamos solos.
       _ ¡Vaya! ¿Creías realmente que estos años de ir a misa iban a cambiarme, que
abrazaría la fe?, sabes bien quién era y quien soy, pero aceptaste todo siempre que de cara
a los demás fingiese ser lo que tú deseabas. Aunque seguiré fingiendo delante de ti
también, si es lo que prefieres.
       _ Sí, prefiero olvidar que no crees en Dios y, además, fingir no solo me ha
beneficiado a mí, tú también has sacado partido de ello.
       _ Claro, no creas que olvido mis ganancias, he sobrevivido en lugar de ser fusilada
y he dado a mi hijo una vida; te aseguro que recuerdo esas ganancias cada día de mi vida,
pero no te preocupes, mañana tu perfecta esposa acudirá a misa como todos los días.
       Luis sabía de lo que hablaba cuando decía que aquello podía ser un castigo de
Dios, pero María aún lo ignoraba.
       Pasó otro mes más hasta que María pudo tener una conversación privada con
Pedro. Un sábado por la mañana mientras ella estaba paseando con el pequeño Jaime se
encontró con Pedro que había salido a hacer unas diligencias, al verlos se acercó y los
acompañó en su camino de regreso a casa.
       _ Pedro, ¿te parecería que nos sentásemos un rato en este banco?, estoy algo
cansada.
       _ Por supuesto _ se sentaron mientras el pequeño se entretenía poniendo algunas
hormigas sobre las hojas de los árboles que se encontraban en el suelo.
       _ Pedro, no sé cómo decirte esto, pero he de hacerlo, por favor no te enfades
conmigo, yo te aprecio muchísimo.
       _ ¿Por qué iba a enfadarme?, yo también te aprecio y lo sabes.
       _ Verás, ¿recuerdas el viaje que hicisteis a Valencia?
       _ Sí, hace como tres meses, ¿qué ocurre?
       _ Bueno, yo subí a tu habitación en busca de algún libro más interesante que los
que me habías elegido, y pensaba decirte a tu vuelta que había entrado y cogido un libro.
_ Pedro la interrumpió _ no te preocupes, no me enfado por eso, ¿qué libro cogiste?, no
noté que faltase ninguno.
       _ No, no llegué a coger ninguno, pero déjame acabar, por favor. Cuando iba a
marcharme, por accidente me enganché el vestido con la librería y al intentar soltarlo se

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movió y vi los libros que había detrás y tus poemas. _ Pedro se quedó sorprendido y
durante unos segundos no supo qué decir_
       _ No voy a negar nada porque sé que eres una mujer muy inteligente y negarlo
sería subestimarte, pero me gustaría saber tu opinión sobre ello.
       _ Tú sabes de mí antes de que me presentara aquel día en la puerta para pedir
ayuda a Luis, conocías a Miguel, y tampoco yo voy a subestimarte, sé que sabrás que
Jaime es hijo de Miguel y que yo accedí a casarme con Luis porque en aquellas
circunstancias era lo que debía hacer. Estoy un poco confundida, porque los libros que
encontré me llevan a pensar que tú no compartes las ideas de Luis, pero sin embargo
luchaste junto a él. Y sobre los poemas no tengo dudas, tan solo me duele que tengas que
aparentar ser alguien que no eres y sé de lo que hablo, no me parece mal que puedas amar
a un hombre, creo que el amor es bueno en todas sus facetas, yo no soy quién para juzgar
a nadie y no creo en los castigos divinos ni en los pecados, pues para ello antes debería
creer en ese Dios y en esa moral que predica la Iglesia. Para mí siempre serás un buen
hombre al que me gustaría poder considerar mi amigo.
       _ Sí, todo lo que dices lo sabía, pero agradezco tu franqueza. Yo te agradezco tu
opinión sobre mí, y ten por seguro que puedes contar con mi amistad. Mira, es algo difícil
de explicar, tienes razón, no comparto la ideología que defendí en la guerra, tampoco soy
un creyente típico, pues creo en Dios, porque así me lo enseñaron, pero en un Dios
diferente, uno que me ama y no me juzga, que no dicta las reglas que impone la Iglesia,
quizá he construido la imagen de un Dios que me consuela y sirve de guía.
       Luché en la guerra para poder estar cerca de Luis, porque sentía la obligación de
protegerlo. _María interrumpió, pues de repente una idea pasó por su cabeza_
       _ ¿Estás enamorado de Luis?
       _ No, no, no es eso. _ dijo casi riendo_ Verás, no es tampoco que mi lealtad como
empleado me obligase a ello, es que Luis es mi medio hermano. _ la cara de asombro de
María era indescriptible_ Mi madre que había trabajado para su… bueno, nuestro padre,
quedó embarazada y abandonó la casa, sin que nadie excepto nuestro padre lo supiera,
cuando enfermó me dijo quién era mi padre, y al morir, don Jaime, que así es como debo
llamarlo, se ocupó de mí. Es por eso por lo que siento ese vínculo que me lleva a
protegerlo.
       _ ¿Él lo sabe?
       _ No, y ha de seguir así, le prometí a don Jaime que nunca diría nada.
       _ Pero tú eres su hijo y nunca te ha tratado como tal, es terrible.

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_ No lo veas de ese modo, soy un hijo bastardo que nunca podría reconocer, no en
el mundo en que vivimos, y además imagina que supiera cómo soy realmente, entonces
sería mucho peor. No tengo queja, se ha portado bien conmigo, me ha dado una educación
y me ha tratado con respeto. En mis circunstancias no se puede pedir más.
       María cogió la mano de Pedro y lo miró con ternura _ ¡Qué injusta es la vida!
_Pedro soltó su mano rápidamente_ María, si alguien ve este gesto, podría pensar mal y
tendríamos problemas.
        _ Disculpa, no me he dado cuenta. Sabes, puedes pensar en mí como en una
hermana, porque creo que yo te considero como tal, aunque no pueda demostrarte mi
afecto en público. _Pedro le sonrió y volvieron caminando a casa.
       Después de aquella conversación la complicidad entre ambos fue en aumento y
cuando se encontraban solos Pedro contaba a María lo que ocurría fuera de España, pues
gracias a los contactos que Luis tenía en Madrid estaban al tanto de la evolución de la
guerra, cosa que no estaba al alcance de todo el mundo, ya que en los noticiarios del nodo
las noticias eran las que el régimen consideraba imprescindibles, sesgadas y escasas.
       El tiempo pasaba y María seguía cumpliendo con sus obligaciones en una vida
fingida que resultaba cómoda, pero que no habría elegido si Miguel no hubiese muerto.
       En la tarde del veinticuatro de agosto de 1944 ocurrió uno de los hechos decisivos
que marcaron el final de la Segunda Guerra Mundial. La unidad nueve formada por
soldados republicanos españoles ataviados con uniformes americanos y sobre carros
blindados, a los que habían puesto nombres españoles, rompieron la línea defensiva de la
Wechmacht, siendo la primera compañía en entrar a París. Durante el combate los
españoles tomaron el ayuntamiento, el hotel Majestic y la Plaza de la Concordia. A las
15:30 horas del veinticinco de agosto los alemanes se rindieron. Las tropas francesas y
americanas seguían llegando a París, donde al día siguiente se produjo el desfile de la
victoria en el que la unidad nueve tuvo el honor de escoltar a Charles de Gaulle. En el
desfile lucieron brazaletes con la bandera de la II República Española. Pedro contó a
María estos hechos en cuanto le llegó la noticia y ambos compartieron esos momentos de
felicidad.
       _ Estoy segura de que si Miguel no hubiese muerto y hubiera conseguido escapar
a Francia habría luchado contra los nazis y quien sabe si hubiese podido estar en la
liberación de París.
       _ Seguro que habría sido así. Ojalá que esta victoria llegue a repercutir en España.

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El final de la guerra se prolongó en el Pacifico hasta la rendición de Japón en
septiembre de 1945.
       Pocas semanas después de la liberación de París llegó una carta a nombre de Luis,
la recogió Pedro y no podía creer el nombre del remitente. Miguel Pérez Navarro. Pedro
entendió que Luis había mentido sobre la muerte de Miguel. Durante unos minutos dudó
a quién entregar la carta, pero pensó en que esta era una oportunidad para que Luis
confesara la verdad y obrara de forma correcta. Tocó a la puerta del despacho y entró
cerrando la puerta tras él.
       _ Don Luis, ha llegado una carta para usted.
       _ Déjala sobre la mesa _dijo mientras continuaba sin levantar la vista de las hojas
que estaba leyendo.
       _ Señor, es de Francia y el remitente es Miguel. _ Luis lo miró como si lo que
acababa de decir fuera una locura, su gesto se tornó serio y contrariado.
       _ No puede ser que siga vivo, debió morir. _ Decía mientras abría la carta. Pedro
no supo el contenido completo de aquella carta, pero sí lo que Luis dijo después de leerla.
       _ Está loco si cree que voy a ponerle en contacto con María, ¡es mi mujer! _decía
casi fuera de sí _ Él no puede volver a España, por lo que nunca sabrá de ella y ella no ha
de saber que sigue vivo, y quizá le responda que está muerta, así no volverá a escribir.
       _ Pero, señor, usted dijo que él había muerto.
       _Sí, lo dije porque esperaba que ocurriera antes o después, cuando me enteré de
su plan de escapar hice que apresaran a María, y pensaba que a él lo cogerían y lo
fusilarían, pero escapó ¡maldita sea! _ Pedro estaba horrorizado, sabía que Luis había sido
siempre un niño malcriado y egoísta, pero no que llegaría a ser un hombre tan mezquino.
_ Mira, Pedro, esta carta no ha llegado, ¿entiendes? María no puede saberlo, antes
preferiría verla muerta que con él.
       _ Sí, señor, descuide, no sabrá nada. _ antes de salir del despacho, vio como Luis
guardaba la carta en el cajón del escritorio.
       Aquel día en la cena, Luis estaba distraído y María le preguntó si le ocurría algo,
este contestó que era por cuestiones de trabajo; al terminar de cenar, antes de retirarse a
la habitación, llamó a Pedro y le dio instrucciones pues tenía un viaje programado para
dentro de tres días, y como era costumbre Pedro se encargaba de todo. Pedro accedió
como siempre y al despedirse miró a María que le devolvió la mirada con una amplia
sonrisa. No tenía dudas, él debía hacer lo correcto. Luis era un hombre poderoso y ahora
también tenía la certeza de que era un hombre extremadamente cruel. Debía actuar con

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cautela para evitar las represalias a las que no solo él se vería sometido, sino también
María. Los días anteriores a la partida de Luis nada fue distinto a otros días, pero mientras
Pedro se encargaba de los preparativos del viaje de Luis, también preparaba otro viaje.
       _Buenos días, querida. _dijo Luis entrando a la cocina donde María estaba
desayunando. _ ¿Te importaría terminar tu desayuno conmigo en el comedor?, no
entiendo esta manía tuya. María dio un último sorbo al café.
       _ Ya he terminado, pero te acompaño. _ se levantó y siguió a Luis al comedor.
       _Sabes, no me gusta pasar tantos días fuera de casa, pero este viaje a Madrid
podría cambiarnos la vida. Si finalmente los rumores son ciertos y me ofrecen el cargo en
unos meses nos trasladaremos.
       _ Espero que todo vaya bien. _María no deseaba trasladarse a Madrid, sabía que
aquello implicaría que Luis se relacionarse con hombres más influyentes y ella, por ende,
con sus correspondientes mujeres. Nada le parecía más tedioso que aquellas reuniones
con las señoras en las que los cotilleos eran la orden del día. Pero ¿quién era ella para
opinar?, se haría lo que Pedro desease.
       _ Me contraría que Pedro no pueda acompañarme esta vez, esperaba que hoy se
hubiese encontrado mejor y finalmente pudiera venir, pero he pasado por su habitación al
despertarme y sigue enfermo, dice que desde ayer no ha parado de vomitar, creo que
deberías llamar al médico para que se acerque a verlo.
       _ Por supuesto, así lo haré.
       Terminó Luis de desayunar y se despidió de María y del pequeño Jaime, cogió las
maletas y salió de la casa donde le esperaba el coche que lo llevaría a la estación.
       María preocupada por la indisposición que Pedro había comenzado a sufrir el día
anterior, se acercó a su habitación para ver cómo se encontraba antes de avisar al médico.
Llamó a la puerta.
       _ ¿Se puede? _ Pedro abrió y tirando de su mano la hizo entrar en la habitación.
       _ ¿Cómo te encuentras?, ¿aviso al médico?
       _ No, no es necesario. Se ha ido ya, ¿verdad?
       _ ¿Luis? Sí. ¿por qué?
       _ María, tengo que contarte algo muy importante, pero es imprescindible que no
llores, o grites, las criadas podrían estropearlo todo. ¿Lo entiendes?
       _ Sí, pero no sé a qué te refieres, ¿por qué iba a llorar o a gritar?
       Pedro le contó todo lo ocurrido lo más rápido posible. María contuvo su alegría
tanto como pudo, pero a esa alegría por saber que Miguel estaba vivo la acompañaba una

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inmensa rabia hacia el hombre que le había mentido durante todos esos años. Pedro sabía
cuál sería el deseo de María al conocer la noticia; había preparado todo para abandonar
aquella casa y el país. Todo se realizó como había planeado, pasaron el día como si nada
hubiera ocurrido y por la noche cuando las criadas se retiraron a dormir María buscó
aquella carta en el cajón de Luis. La leyó detenidamente y después la dobló con sumo
cuidado y la guardó entre el vestido y su pecho, cerca del corazón. Miguel contaba a Luis
que estaba vivo, que había estado en la legión extranjera francesa y que formó parte de la
compañía que liberó París, la nueve. Le pedía que por favor y en recuerdo de una buena
amistad le ayudase a encontrar a María para que pudiera reunirse con él.
       Con lágrimas en los ojos, María preparó una maleta con lo indispensable para su
hijo y para ella. A las cinco de la madrugada bajó las escaleras con su hijo en brazos
medio dormido y una maleta que Pedro, que esperaba abajo, se apresuró a coger. Pedro
los acompañaría en ese viaje en el que ambos encontrarían el amor y la libertad.
       El viaje no fue fácil, pero gracias a que Pedro había falsificado unos documentos
lograron salir del país. Durante el trayecto que realizaron en tren, María pensaba que quizá
nunca podría volver a Alicante, pero no importaba, sabía que el hogar siempre estaría
donde su corazón estuviese y el suyo estaba junto a Miguel y su hijo. Dejaba atrás un
tiempo que le había sido robado y junto a ese tiempo dejaba también el rencor y el odio
hacia quien se lo había arrebatado. Pensaba que para ser verdaderamente feliz no podía
llevar esa carga en su corazón.
       Una vez atravesaron la frontera Pedro preguntó a María si no le asustaba tener que
comenzar una nueva vida sin ningún recurso, pues habían huido con lo imprescindible; él
le hizo saber que disponía de unos ahorros, pero que no eran gran cosa. María le respondió
que no temía nada, no le importaba trabajar duro siempre que estuviese con las personas
que amaba, pero que no comenzarían sin nada, pues antes de partir había cogido una gran
cantidad de dinero que Luis guardaba con bastante celo.
       _ No sé qué le afectará más, que le haya abandonado o que me haya llevado todo
su dinero, de todas formas, debería verlo como una indemnización por los daños
causados, ¿no crees? _Pedro no pudo menos que reír, pues sabía que perder aquel dinero
era algo que enervaría muchísimo a Luis.
       _ Ciertamente eres una mujer muy inteligente.
       Una vez pasada la frontera se dispusieron para viajar a París esperando encontrar
a Miguel en la dirección que mencionaba en la carta; el viaje fue triste y pesado, desde

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