ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA - Raquel Osborne UNED 2007 Lesbianismo, feminismo y movimiento gay
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ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA (Lesbianismo, feminismo y movimiento gay: relato de unos amores difíciles) Raquel Osborne (UNED) 2007
ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA (Lesbianismo, feminismo y movimiento gay: relato de unos amores difíciles 1 ) Raquel Osborne (UNED) 1 Este artículo toma como su punto de partida el publica- do en 2006 por Raquel Osborne y Gracia Trujillo, “Ses- sualità periferiche: una panoramica sulla produzione GLBT e queer in Spagna”, en Domenico Rizzo, ed., Omosapiens: studi e ricerche sull´orientamento sessuale, Roma: Carocci editore, pp. 219-233. Esta versión es una reedición corregida del artículo publicado por Raquel Osborne en Labrys (Dossier Espagne), Brasi- lia/Montreal/Paris, études féministes/ estudos feministas juin/ décembre 2006/ junho/ dezembro 2006. http://www.unb.br/ih/his/gefem/
La visibilidad para lesbianas y gays es un asunto político de primer orden, es el punto primero en la agenda de cualquier asociación que luche por los derechos de las personas lgtb (Beatriz Gimeno, s/f) Lesbiana es una de las pocas palabras en nuestra lengua, si no la única, que privilegia la sexualidad femenina (Beatriz Suárez Briones, 1997: 276) Sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres, porque “la-mujer” no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las les- bianas no son mujeres (Monique Wittig, 2006: 57)
Introducción Que en España ha tenido lugar un enorme cambio en todos los órdenes de la vida es ya un lugar común para todo el mundo. En el caso par- ticular que nos ocupa, ese cambio ha sufrido una aceleración en los dos últimos años tras la llega- da al poder del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Hemos pasado en 35 años, y los textos que este artículo incluye lo van a reflejar, de leyes represivas y que además se cumplían porque iban unidas a actitudes enraizadas de profunda intolerancia hacia la diferencia/disidencia respec- to de la heteronorma, a una de las leyes más avanzadas del mundo en la medida en que equi- para al cien por cien los matrimonios y la p/ma- ternidad de personas homosexuales con respecto a las heterosexuales. Esta ley fue aprobada fi- nalmente por el Congreso de los Diputados el 30 de junio de 2005 y pudimos celebrar el 2 de julio
un día del orgullo gay verdaderamente glorioso. Entonces uno de los lemas de la manifestación fue Y ahora, l@s transexuales. Al año siguiente, y tras algunas vacilaciones, el gobierno aprobó en Consejo de ministros y envió al Parlamento el proyecto de Ley de Identidad de Género, aproba- do finalmente en marzo de 2007, que regula el proceso del cambio de nombre y sexo en los do- cumentos oficiales de las personas transexuales. España, pues, se ha convertido en un laboratorio de cambio social en temas LGTB: en poco tiempo la situación social ha cambiado drásticamente y la coyuntura política está permitiendo gozar de una igualdad de derechos poco menos que im- pensable hace nada. Ello ha provocado una importante reacción conservadora en España, liderada por la Iglesia católica, que se manifiesta en el rechazo a los nuevos modelos de familia –a no confundir sola- mente con las nuevas familias de gays y lesbia- nas, porque ese término abarca otras varias po-
sibilidades como son las familias monoparentales o las reconstituidas–: ven que se les ha acabado el monopolio de la transmisión de valores desde un punto de vista confesional católico. Dos culturas se oponen aquí: una cultura que restringe y oprime frente a una cultura del placer y la elección en torno al sexo. En España, como acabamos de comentar, dos polos visibles de es- tas posturas son la Iglesia católica de una parte, y de la otra los movimientos feministas y de gays y lesbianas. La sexualidad, el sexo está en primera línea de la discusión política, está condicionando de manera muy destacada las líneas maestras del debate público sobre los valores que rigen la sociedad y marcando las políticas públicas. La estadounidense Gayle Rubin (1989) acuñó en los años ochenta del pasado siglo el concepto de jerarquía sexual, para señalar, entre otras cuestiones, que hay unas sexualidades mejor vis- tas que otras, y por ende, que hay personas y grupos más aceptados o rechazados en función
del tipo de sexualidad en que se desenvuelven. Una de las consecuencias a extraer de esta con- ceptualización es que las fronteras de la sexuali- dad son móviles, y dónde y quién marca la línea divisoria entre unas sexualidades más aceptadas y otras que lo son menos depende de las fuerzas que se hallen en juego, lo que en lenguaje mar- xista se denomina la correlación de fuerzas. Cuando por los mismos años yo estudiaba en los Estados Unidos, mi profesor Edwin Schur pu- blicó un libro, The Politics of Deviance (1980). En él escribía que lo que se considera la norma y las desviaciones de la norma son el resultado de dis- putas políticas, una cuestión de poder: del poder de las definiciones, de imponer/consensuar las propias ideas frente a los que disienten de ellas. Los debates sobre la prostitución y las migracio- nes de las mujeres para el trabajo sexual, de las fuerzas LGTB a su vez con la ley del matrimonio y la adopción o el nuevo proyecto de Ley sobre la identidad de género –por mencionar los que nos
quedan más a mano en relación a la sexualidad– son ejemplos de ello: nos hablan de sexualidades plurales –el modelo tradicional de sexualidad y familia heterosexual está dejando de ser el único posible y legitimado– y de fronteras móviles en esto de la jerarquía sexual –las familias gays y lésbicas están adquiriendo legitimidad, mientras que por el contrario la consideración social de la prostituta está posiblemente descendiendo en esa escala jerárquica a tenor de como van los debates. Difícil lo tienen las fuerzas de la reacción en cuanto a volver a los modelos de familia tradicio- nal a partir del momento en que se produjo la se- paración entre sexo y reproducción, esa pareja tan duradera por siglos. Eso propició otras ruptu- ras, sobre todo en las sociedades occidentales, con las formas tradicionales de entender las rela- ciones erótico–afectivas entre las personas y los modelos construidos alrededor de eso. Nos refe- rimos a la ruptura del modelo que indicaba una
correspondencia entre un sexo determinado –ser hombre o mujer–, un género correspondiente – comportarse como hombre o como mujer– y orientar automáticamente el deseo hacia el sexo opuesto. El trinomio sexo=matrimonio=reproduc- ción como modelo dominante en nuestras socie- dades se quebró, asimismo, dando lugar a las di- versas formas de vivir el sexo, las relaciones y la p/maternidad que hoy se van extendiendo. Según los datos presentados por el Instituto Nacional de Estadística, desde el 30 de junio de 2005 en que se aprobó la ley que modificó el Có- digo Civil para permitir el matrimonio entre perso- nas del mismo sexo hasta finales de 2006 se han celebrado 4.574 matrimonios entre homosexuales –el 2,16% del total de matrimonios 2 . Un año des- pués de la promulgación de la ley, se habían ini- ciado al menos tres divorcios y unas 50 parejas 2 El País (2007): “El número de hijos por mujer alcanza su cifra récord en 15 años en España”, El País, Socie- dad, 4 de julio, p.46.
habían comenzado los trámites para la adopción conjunta de sus hijos, “cifras que demuestran la normalidad con que la sociedad ha aceptado esta ley. La familia tradicional no se ha roto, ni ha ocu- rrido ninguna de las desgracias que algunos vati- cinaban", comentaba Beatriz Gimeno cuando era presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FLGTB) 3 . Pero la “normalidad” se halla, como siempre, sesgada por sexo, a saber: –de los 4.774 matrimonios homosexuales mencionados, 3.190 se celebraron entre hom- bres, es decir, casi el 67% frente al 33% –1.384– celebrados entre mujeres. 4 3 Benito, Emilio de (2006): “Los derechos de los homo- sexuales 4.500 bodas, 50 adopciones y tres divorcios después”, El País, Sociedad, 2 de julio. 4 El País (2007): “El número de hijos por mujer alcanza su cifra récord en 15 años en España”, El País, Socie- dad, 4 de julio, p.46.
–cuando distintas “personalidades” han hecho su outing en la portada de la revista Zero, han si- do muchos más los varones que las chicas. De hecho, los medios de comunicación se quejan de que cuando quieren hacer un reportaje sobre les- bianas les cuesta encontrar quienes se atrevan a dar la cara, y siempre son las mismas las que lo hacen; –Mercedes Bengoechea (1997), a su vez, se preguntaba a propósito del libro pionero en los estudios universitarios lesbigays editado por Buxán: “¿cuál es la razón del silencio que rodea a la cultura lésbica? ¿Por qué se oyen tan pocas voces de mujer? ¿Por qué sólo hay (en este libro) tres firmas femeninas entre más de una decena de trabajos que versan sobre estudios gays y lésbicos?”. En relación al matrimonio Gimeno responde que “no es porque haya menos lesbia- nas, sino porque tienen menos necesidad de ca- sarse. Viven en su invisibilidad –no es tan extraño
que dos mujeres vivan juntas–, y sufren más si salen del armario” 5 . En lo que llevamos comentado hasta ahora, se perfilan algunas cuestiones relevantes: cuando las luchas de los gays y lesbianas tienen un obje- tivo común –los cambios legales en este caso– el movimiento se unifica y las supuestas diferencias se minimizan. De hecho así ha sido en esta últi- ma movilización encabezada por la ya menciona- da Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Tran- sexuales y Bisexuales, Plataforma unitaria que ha liderado el cambio legal en España. Pero la fiesta por la consecución de unos de- rechos impensables de lograr hace tan sólo tres años no debe hacernos pensar que el sexo de l@s homosexuales es neutro y que ser hombre o mujer homosexuales afecta por igual a cada uno, como estamos constatando. Los datos sobre las 5 Benito, Emilio de (2006): “Islotes de tolerancia”, El País, Sociedad, 17 de junio 2006.
diferencias en ¿el menor número? y la visibilidad de las lesbianas respecto de los gays nos indican que el género y la sexualidad atraviesan las dife- rencias entre las unas y los otros. Por otra parte, el colocar la sexualidad en el centro de la esfera de intereses de las lesbianas influye en la margi- nalidad que el lesbianismo ocupa en los debates sobre política feminista. Sobre las aproximacio- nes y alejamientos de las lesbianas respecto del movimiento gay así como del movimiento feminis- ta, y las razones de ello que, en suma, nos habla- rán de lo que tienen en común y lo que diferencia a las mujeres lesbianas de las heterosexuales así como de los varones gays, versará este trabajo. Para ello llevaremos a cabo una revisión biblio- gráfica no exhaustiva de la producción ensayísti- ca de los estudios lésbicos y lesbi–queer en Es- paña. No obstante, en las etapas correspondien- tes a las primeras fases de los movimientos femi- nista y lésbico cobrará protagonismo una literatu-
ra más de militancia ante la lógica ausencia de una producción de corte más académico.
De por qué las lesbianas “no son mujeres” El movimiento lesbiano en España comienza en los años de la transición política. Gracia Truji- llo (2006) ha escrito una tesis doctoral en la que muestra la trayectoria de dicho movimiento, compuesto por varias corrientes cuya evolución, en el caso español y en líneas generales, co- mienza con la integración de las lesbianas en los Frentes de Liberación Homosexual en los años setenta y, posteriormente, en el interior del movi- miento feminista a partir de la década de los ochenta; en los noventa (y hasta nuestros días), la militancia mixta con los gays vuelve a ser el modelo predominante, junto con un repunte de la radicalidad representado por los colectivos queer. Las cuatro grandes corrientes presentan discur- sos identitarios y posicionamientos diferentes en relación con los principales temas a los que hace frente el movimiento: la relación con otros movi-
mientos y con el conjunto de las lesbianas; los objetivos políticos (la consecución de derechos versus el cambio social); su posición ante los de- bates sobre sexualidad y la reacción ante el SIDA. Bajo el franquismo la disidencia sexual se for- jará contra los valores que definían al régimen nacional-católico: contra la institución familiar, contra la Iglesia católica y contra la unidad de la patria. Durante la mayor parte de este periodo la principal figura de la represión legal la del “es- cándalo público” (Llamas y Vila 1997: 193). En los Estados Unidos estaba comenzando el movi- miento gay tras las revueltas de homosexuales y travestis de Stonewall en 1969 y la lucha de los gays y lesbianas lograba en 1973 que la Ameri- can Psychiatric Association eliminara la homo- sexualidad de su lista de enfermedades mentales –aunque no será hasta 1990 cuando la Organi- zación Mundial de la Salud acuerde que la homo- sexualidad no es una patología.
Mientras tanto en España se promulga en 1970 la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación So- cial. Con ella se penalizaba a homosexuales y prostitutas, entre otros colectivos, con “medidas de seguridad”, que suponían un internamiento de enorme indeterminación –desde algunos meses a varios años –en centros especiales o, directa- mente, en prisiones–. Con ambas figuras delicti- vas se castigaba fundamentalmente a los varo- nes homosexuales, a los travestis y a las prostitu- tas, pero no a las lesbianas, cuya posible repre- sión bajo el franquismo ha sido apenas explorada y resulta difícilmente detectable 6 . Por tanto, el in- cipiente movimiento de gays, más visible que el cuasi inexistente de lesbianas, sale del franquis- 6 Beatriz Gimeno (2005b) escribió una novela, Su cuerpo era su gozo, sobre el caso de dos lesbianas, cuyo amor fue reprimido brutalmente en las postrimerías del fran- quismo por medio del internamiento y administración de electroshocks durante años a una de ellas en un psiquiá- trico y la amenaza de cárcel a su compañera. Sobre el mismo hecho Juan Carlos Claver hizo una desgarradora película, Electroshock (2006).
mo con una lucha específica clara contra la Ley de Peligrosidad Social, al tiempo que se articula con otros movimientos ciudadanos que también emergen por aquel entonces, entre otros con los movimientos nacionalistas y los antimilitaristas en el periodo de efervescencia política que florece con la transición española de 1975 a 1982 (Lla- mas y Vila 1997: 197). A finales de 1975 nace el movimiento feminis- ta en España. El malestar encapsulado bajo el franquismo eclosiona. Los problemas para las mujeres residían en la organización patriarcal de la sociedad y en la subsiguiente sumisión feme- nina al varón así como en la división de roles en- tre mujeres y varones. La sexualidad es uno de los asuntos puestos sobre el tapete con el cues- tionamiento de la separación entre las esferas de lo público y lo privado y la conciencia de que lo personal es político, en un contexto de represión sexual, el subsiguiente destape, los ecos de la “revolución sexual” y del feminismo reivindicativo
del exterior. Todo ello contribuye a que se desmi- tifiquen algunos asuntos en torno a la sexualidad: su no naturalidad, su plasticidad a lo largo de la vida, la negación de un impulso sexual irrefrena- ble y de una agresividad natural por parte de los varones, la separación entre sexualidad y mater- nidad, la necesidad de la anticoncepción y de su despenalización, el derecho al aborto... En torno a estos temas y relacionados con los partidos políticos o de forma autónoma surgen distintos grupos feministas, se crean librerías y centros de planificación familiar, se realizan deba- tes y se formulan reivindicaciones como el dere- cho al divorcio, a la anticoncepción y al aborto libre y gratuito bajo el eslogan feminista del derecho al propio cuerpo. Muchas de estas cuestiones eran defendidas por las lesbianas como feministas pero no eran sentidas como específicas de las lesbianas. Aun- que en algunos contextos se podían debatir te- mas que les interesaban, como por ejemplo en
1976 en las I Jornades Catalanes de la Dona, no siempre las relaciones eran tan fluidas en el seno del movimiento feminista y primaba más la ima- gen de que no se identificara públicamente femi- nismo con lesbianismo. Estos planteamientos re- sonaban en viejos prejuicios. Si la misoginia es- taba presente en el movimiento gay, la lesbofobia aparece en el feminismo, temeroso, de una parte, de ser identificado con las lesbianas, a las que se pide que se comporten, que guarden las formas en público “porque si no, las mujeres no vienen” (Ammann, 1979) –el miedo al “contagio del es- tigma”– y, de otra, nada dispuesto a cuestionar el heterocentrismo de sus discursos (Llamas y Vila, 1997: 202, Gimeno, 2005a: 195). Del temprano lesbianismo político de la épo- ca, corriente que nunca prosperó en España 7 , 7 Mientras que el lesbianismo político florecía en los USA en los años setenta y principio de los ochenta, aquí nos llegaban vagos ecos –como por ejemplo, el representado por Victoria Sau, una no lesbiana por otra parte; pense-
contamos con un curioso e inestimable documen- to por parte de la feminista heterosexual Victoria Sau 8 . Puesto que las reivindicaciones menciona- das debían ser asumibles por todas las feminis- tas, decía esta autora desde las posiciones del lesbianismo político, el feminismo, actuando co- mo paraguas, borraba las diferencias entre las lesbianas y las heterosexuales bajo el común de- nominador de que todas son mujeres (Sau, 1979: 71). Para ello, se relegaba la opción sexual de cada una a su vida privada. Las mujeres, unidas mos que el famoso trabajo de Adrienne Rich “Compulso- ry Heterosexuality and Lesbian Existence” no fue tradu- cido aquí hasta 1985–, y cuando las lesbianas organiza- das se posicionaron “políticamente” –véase, por ejem- plo, el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM)–, se desmarcaron tanto de este tipo de lesbia- nismo como del separatista. Véase a este respecto Gi- meno 2006 y Pineda 2007. 8 No conozco otro caso, ni aquí ni allende nuestra fronte- ra, en particular en los EEUU, donde esta corriente co- menzó a tomar cuerpo a principios de los años setenta, de una feminista heterosexual que articule y se manifies- te tan contundentemente a favor de esta propuesta.
ahora en su lucha contra la opresión masculina, descubren que su gran afinidad entre sí trascien- de tradicionales rivalidades por un hombre más allá de su posible vida privada con una pareja heterosexual. La afinidad, pues, se entiende co- mo mujeres, única identidad posible y deseable para las mujeres feministas, lesbianas o no. Sau valora el lesbianismo, no por ser “un fe- nómeno de expresión sexual diferenciada respec- to a la asumida mayoritariamente” sino por su ca- rácter de “auténtica subversión respecto al siste- ma”, lo que le confiere “un clarísimo contenido político y revolucionario” (Ibid., 6). Este feminismo asocia como constitutivo de la lesbiana una serie de cualidades deseables para el feminismo: “El lesbianismo cuestiona los valores que forman parte de la heterosexualidad, el matrimonio, la familia, la dependencia de la mujer respecto al hombre, la maternidad y los papeles masculino y femenino. Cuestiona, por lo tanto, indirectamente, el propio sistema económico” (Ibid., 5). En suma,
se aprecia el lesbianismo, en tanto vanguardia del feminismo, como una posición política que cualquier mujer puede hacer suya. Frente a esta posición Gretel Ammann 9 se queja de la nueva moral feminista que ha coloca- do a la lesbiana en un lugar excelso, como la me- jor feminista. Al considerar al lesbianismo como una opción política, más allá de gustos/ape- tencias sexuales, se fuerza a las lesbianas a ex- plicar por qué no les gustan los hombres y, en base a las supuestas respuestas, se elabora una teoría útil para concertar alianzas o rupturas etc... Además, como su comportamiento está destina- do a convertirse en un modelo, ha de ser espe- cialmente virtuoso. En consecuencia, se procla- ma como ideal una sexualidad “sensual”, no geni- talizada –de connotaciones masculinas–. En ge- neral se proscribe cualquier conducta asociada a 9 Agradezco a Rosalía Romero haberme hecho llegar un pequeño dossier con algunos textos no publicados de Gretel Ammann.
un rol masculino por entender que las diferencias fisiológicas llevan aparejadas ineludiblemente unos determinados comportamientos, que por tanto se deben evitar so pena de ser tachadas las lesbia- nas de imitadoras de comportamientos masculi- nos (Ammann Martínez, 1979) 10 . La crítica a estas posiciones presupone que desde ellas se está aceptando implícita y profun- damente la tradicional división de roles pues al hablar de un modelo sexual heterosexual mascu- lino, se concibe al varón como lo activo y por tan- to la mujer heterosexual no tiene otro papel que el de receptora de la sexualidad masculina. Se ignora, así, la sexualidad femenina (Ammann Martínez, 1980: 3). La segunda trampa que se esconde tras esta posición, siguiendo a nuestra autora, es la con- cepción de sólo dos papeles sexuales que decre- 10 Gretel Ammann, líder del Grupo de Amazonas de Bar- celona, conoció en esta época los escritos de Monique Wittig. Vid. Navarrete, Ruido y Vila. 2005. vol. 2, p. 167.
tan para cada sexo un código de conductas y crean una dependencia biunívoca e inevitable en- tre género y sexo. Ammann, sin embargo, si- guiendo a Stoller, piensa que pueden tomar vías independientes: que haya dos sexos no quiere decir que sólo haya dos géneros (Ibid.: 4). Lo que Ammann está reivindicando es a la lesbiana con una identidad propia, más allá de que como sexo fisiológico se pertenezca al grupo de las mujeres: lo que prima socialmente no es la definición por sexo sino por género, a diferenciar entre las mujeres heterosexuales y las mujeres lesbianas, con formas diversas de experimentar las fantasías, de hacer el amor, de alimentarse de mitos, vivencias o afectos. Del mismo modo se proclama la diferencia frente a los gays, más allá de los aspectos comunes de relacionarse sexualmente con personas del mismo sexo y de la opresión que sufren. Sexo, género y se- xualidad dejan de tener una correspondencia obligada con un solo sentido (Ibid.: 8-11).
Estos debates prefiguran muchos de los que con posterioridad han tenido lugar entre fe- minismo y lesbianismo. Si el feminismo cuestionó lo masculino y lo femenino, y para ello el concep- to central fue el de género, desde el lesbianismo se cuestionó la heterosexualidad/homosexuali- dad, y por ello se puede decir que el centro del pensamiento lesbiano es la sexualidad (Suárez Briones, 1997). Mas para ello hubo de pensarse qué era una lesbiana y cómo se definía. Y como hemos visto, dos definiciones opuestas se apun- taban: una la que la definía por la afinidad entre mujeres y la resistencia al patriarcado como nexo de unión entre las mujeres, y otra que apuntaba más bien a la lesbiana como mujer cuyo deseo sexual se orienta hacia otras mujeres, y que co- mo tal plantea una problemática específica. Era difícil, pues, para las lesbianas mantener su idiosincrasia en el seno del movimiento femi- nista. Se les decía que lo “suyo” no estaba a la orden del día y que mientras tanto debían apoyar
las cuestiones generales. Se argumentaba que el feminismo, como la vieja revolución, asumía la lucha de todos los grupos oprimidos y que las lesbianas debían entenderlo (Sau, 1979: 69). Sin embargo, aunque las nuevas perspectivas sobre la sexualidad “rompían con los moldes de la hete- rosexualidad dominante”, y eran rompedoras por- que se atrevían a presentar a las mujeres como seres sexuales y no sólo en tanto que objetos pa- ra el placer masculino, la sensación era que no se salía del marco heterosexual (Pineda, 2007). El movimiento feminista, en la práctica, se limita- ba a apoyar las posiciones del magro movimiento lesbigay en cuanto a las denuncias en torno a la represión padecida por las personas homosexua- les y a la derogación de la vigente Ley de Peli- grosidad y Rehabilitación Social. En 1979 se eliminan legalmente las referen- cias a los “actos de homosexualidad” en dicha ley. Las dificultades para contar con una voz pro- pia y específica en el seno del feminismo, más
las actitudes misóginas percibidas por muchas de las lesbianas que militaban en grupos mixtos con los gays, impulsan la constitución, a principios de los años ochenta, de grupos independientes de lesbianas. Así pues, en enero de 1981 se consti- tuye el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM). Le siguen distintos grupos simila- res repartidos por una buena parte de la geogra- fía española, incorporados a la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, que mantenía convocatorias estatales periódica- mente. En 1983 se organizan las primeras jorna- das de lesbianas sobre sexualidad en Madrid y más allá de continuar los debates sobre las dife- rentes aportaciones desarrolladas en el seno del feminismo sobre la sexualidad, este encuentro marca el inicio del movimiento organizado de les- bianas en el Estado español (Llamas y Vila, 1997: 202). A este conjunto de factores no es ajena la ge- neral evolución política en España, donde la tran-
sición política se acaba cuando triunfa el PSOE en las elecciones legislativas de 1982 y a la nue- va Administración del Estado se encarama buena parte de los cuadros feministas que habían co- menzado su andadura tras la muerte de Franco. Ello creó una cierta fractura entre el feminismo de base organizado y el feminismo institucionaliza- do. Las cuestiones relativas a la sexualidad no iban a incorporarse a las políticas públicas más allá del derecho al aborto –nunca defendido, por otra parte, como un factor necesario para una sexualidad más libre excepto por las feministas vinculadas a las Comisiones por derecho al abor- to de la Coordinadora Feminista estatal, muy li- gadas al CFLM–, y el feminismo de a pie quedó en buena parte descabezado.
La década de los ochenta: el caso del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM) 11 Para analizar los principales debates que cen- traban la atención de las feministas lesbianas en la década de los ochenta analizaremos el caso del CFLM, tanto porque lo consideramos una muestra representativa de la época como por hallarse bien documentado. Tres líneas de acción caracterizan al CFLM: la introducción de los problemas propios en la agenda feminista, la imagen ante los media y la respuesta puntual a las agresiones a las lesbia- nas. Al definirse fundamentalmente como feminis- tas, pero manteniendo una autonomía en tanto 11 Para esta parte he contado, más allá de mi propio co- nocimiento, sobre todo con los trabajos de Llamas y Vila (1997) y Pineda (2007).
que lesbianas, el colectivo de lesbianas pretendió definir sus propios intereses y prioridades y por- tarlas al movimiento feminista con la intención de que éste asumiera el hecho del lesbianismo al mismo nivel que la heterosexualidad. Si esto se lograba, el conjunto del feminismo serviría de ca- ja de resonancia y como plataforma para una ofensiva social a favor del lesbianismo y en co- ntra de la norma heterosexual. En cuanto a la forma de entender el lesbianismo, se abogaba por hacerlo como opción u orientación sexual mientras se lo desmarcaba, como ya hemos se- ñalado, tanto de la visión del lesbianismo como opción política como de la opción que propugna- ba el separatismo. Diversas cuestiones/debates como el de la doble militancia, la pugna igual- dad/diferencia y sobre todo el de la pornografía, las fantasías sexuales y en general, las sexuali- dades no ortodoxas marcan las posturas en la segunda mitad de la década.
Los debates relativos a la pornografía, presen- tes en el mundo anglosajón desde finales de los años setenta y primera mitad de los años ochen- ta, fueron introducidos en España en la segunda mitad de la década sobre todo por Raquel Osbor- ne (1989, 1993). La revista Nosotras, que nos queremos tanto (publicada por el CFLM), recoge algunos de estos textos, que se difunden entre todos los colectivos integrados en la Coordinado- ra Feminista (Osborne, 1988; Newton y Walton, 1989). Revolución, posteriormente renominada Talasa, publica libros tan relevantes como una selección de Placer y peligro, de Carole Vance (1989), y ya como Talasa, El malestar de la sexualidad, de Jeffrey Weeks (1993) y El don de Safo. El libro de la sexualidad lesbiana, de Pat Califia (1997). En esos debates se estaba discu- tiendo sobre todo acerca de qué tipo de sexuali- dad era capaz de asumir el movimiento feminista, si había “una sexualidad feminista” o podíamos hablar de sexualidades plurales, más allá de las
jerarquías sexuales. La buena feminista que, en suma, se correspondía con la lesbiana política defendida desde el feminismo cultural anglosajón, se contraponía a las feministas que se negaban a aceptar una sexualidad normativizada en aras de la buena apariencia y de la unidad feministas, de- fendiendo la promiscuidad hetero u homo, la re- presentación de los roles sexuales y el sadoma- soquismo entre lesbianas. Las relaciones de po- der entre las mujeres, el papel de las fantasías y las representaciones sexuales, el lugar de las trabajadoras del sexo en el seno del feminismo fueron desde entonces objeto de debate en esa redefinición del nuevo papel de las mujeres como seres sexuales y del papel de la sexualidad en la situación de las mujeres. Las discusiones sobre el lesbianismo de uno u otro signo tuvieron la vir- tualidad de poner en el centro del debate la figura de la sexualidad y el cuestionamiento de la hete- rosexualidad como institución.
En esos años se cuidó también por parte del Colectivo las relaciones con los medios de comu- nicación, especialmente la prensa. Corrían los tiempos del primer gobierno socialista y se bus- caba especialmente el contacto con la prensa progresista de la época –Diario16, Cambio16, In- formaciones, El País, Diario de Madrid– y con l@s periodistas amistosas con la causa feminista en general. El movimiento feminista que basculaba alre- dedor de la Coordinadora Feminista fue a su vez el que primero se ocupó en nuestro país de de- nunciar la violencia machista, las agresiones sexuales y el maltrato doméstico, liderando la campaña que culminó con la reforma del Código Penal de 1989. En este contexto se abrió un es- pacio para la denuncia de las agresiones contra las lesbianas. El apoyo a dos mujeres detenidas por besarse abiertamente en la calle dio lugar en 1987 a la primera Besada de la historia feminista y lesbiana en España, forma de agitación que se
ha repetido en tantas manifestaciones feministas y gays, atrayendo a los medios de comunicación y visibilizando por primera vez a las lesbianas. En el mismo año, el caso de la retirada de la custo- dia de su hija a una mujer en trance de separa- ción por “sospechas de lesbianismo” moviliza de nuevo a las lesbianas, poniendo sobre el tapete la problemática de las madres lesbianas separa- das de previas relaciones heterosexuales. El debate en torno a la pornografía tenía como metaobjetivo, al menos allende nuestras fronte- ras, unir a todas las mujeres, más allá de los in- numerables ismos que las separaban, en aras de una supuesta problemática común. Esta “como- nalidad” no fue reconocida así por el sector de las feministas denominadas prosexo, que la entendió más bien como una forma de puritanismo sexual y un intento de acallar las voces de una sexuali- dad que se antojaba “impresentable” para el ca- non feminista deseable por la mayoría del movi- miento, cuya “aparente” unidad no pudo soste-
nerse más ante el envite que se aproximaba des- de el feminismo post-estructural y posmoderno, y que se prolongó con la teoría queer. Desde el feminismo de color y poscolonial se estaba asi- mismo cuestionando esa supuesta unicidad del sujeto mujer blanca occidental de clase media y heterosexual. Otro lugar, pues, desde el que se estaban prefigurando algunos de los debates en- tre modernidad y postmodernidad: el nuevo suje- to fragmentado, por contraposición al sujeto único universal de clase media, en este caso en clave feminista. De este modo y ya a principios de los noventa las lesbianas se reúnen con sus colegas gays, bien en el re-naciente Movimiento de Liberación Homosexual –como ejemplifica Beatriz Gimeno–, bien como lesbianas autónomas críticas con el feminismo/lesbianismo político y próximas a otros grupos gays también críticos con los plantea- mientos mayoritarios de los varones gays –caso de LSD (siglas sin denominación fija sino varia-
ble: lesbianas sin duda, lesbianas sexo diferente, lesbianas sin destino, lesbianas sudando deseo o lesbianas sin dinero, entre otros), muy cercano al grupo “la Radical Gai”–, o continúan dentro del feminismo pero con sus posiciones lesbianas di- luidas y/o dedicadas a otras temáticas –véase el caso de las miembros del Colectivo de Feminis- tas Lesbianas de Madrid.
De las políticas de la identidad a las intervenciones queer Lesbianas y gays se han convertido en una fuerza colectiva crucial en occidente al dotarse de una identidad colectiva fuerte, la del “ser” homo- sexual, y así lograr amplias movilizaciones y con- quistas sociales y legales importantes. Pero el esencialismo inherente a dicha identificación se ha convertido en blanco preferido del activismo queer, interesado en disolver las identidades “fi- jas” por considerarlas un obstáculo para la trans- formación social (Suárez Briones, 2002). Una y otra corriente se interpelan mutuamente, en una tensión ineludible y esperemos que fructífera. En España, la producción de y sobre la reali- dad local lésbica ha estado mucho más ausente que la gay hasta el presente siglo. Uno de los primeros ensayos de lo que podríamos llamar es- tudios gays y lésbicos es el de Olga Viñuales so-
bre identidades lésbicas (2000, 2006), que se ha visto recientemente re-editado. En él se muestran las etapas observadas en la construcción de las identidades lésbicas –aceptación del estigma, re- velación de la identidad y la visibilidad–. La ads- cripción a una nueva categoría (la de lesbiana) proporciona la posibilidad de entablar relaciones personales y la formación de grupos, tal y como ha estudiado igualmente Jordi Monferrer (2006). En el momento en que Viñuales realiza su es- tudio (finales de los noventa), un sector de las lesbianas, el institucional o de carácter modera- do, se hallaba inmerso en un proceso de redefini- ción de la identidad, tratando de consensuar un discurso político “aceptable” que a la postre se ha visto ligado a las reivindicaciones que han hecho posible la legalización del matrimonio en España. Protagonista en ese proceso es la ya citada Bea- triz Gimeno (2005a), para quien los planteamien- tos queer, con su insistencia en el sexo genital y su falta de compromiso, simplifican, banalizan y
despolitizan los principios cuestionadores del les- bianismo –político, habría que añadir, pues es la corriente a la que se adscribe Gimeno–. De hecho Gimeno critica, por una parte, la misoginia y la invisibilidad en que se ve envuelto el lesbia- nismo cuando se alía con el movimiento gay, y por la otra, apela a la comunidad feminista, en cuya tradición se reconoce y en cuyo seno le gus- taría ver florecer los presupuestos del lesbianis- mo político, tarea más que difícil de realizar en la práctica y ante la que no profesa la mayor de las esperanzas. La puesta en cuestión del sujeto político lleva- do a cabo por las postestructuralistas consistió, entre otras cosas, en sacudir los fundamentos de la teoría y de la política de identidad y en promo- ver opciones de resistencia a la norma más a par- tir de nociones de diferencia o de margen que de identidad (Bourcier, 2002.). Así pues, desde la óptica queer, el criterio de coaliciones a pesar de las barreras de clase, raza, género y toda suerte
de disidencias sexuales, empuja a las lesbianas a alinearse con los sectores masculinos gays críti- cos con lo que Vélez-Pelligrini (2005) ha denomi- nado corrientes asimilacionistas –sobredimen- sionadas, a su entender, con las reformas legales en España– frente a las diferencialistas que ellos representan. El ejemplo de unidad de plantea- mientos y a veces de acción lo representó en Es- paña LSD y la Radical Gai en los años noventa. De hecho, el sector queer está contestando desde dentro y desde una postura radical pero muy minoritaria la lucha del movimiento por las reivindicaciones sobre el matrimonio como inte- gradora y conformista 12 . Gimeno cuestiona el al- cance de la crítica pues, en su opinión, el haber planteado desde el principio y como no negocia- ble la equiparación legal del matrimonio y la 12 Conviene aclarar que, hasta donde se me alcanza, la intensidad de sus críticas nunca ha negado la importan- cia de un logro del calibre de la legalización del matrimo- nio y la adopción.
adopción ha constituido la estrategia acertada: las airadas reacciones de las Iglesias 13 y la dere- cha mueven a pensarlo, y a raíz de eso ni matri- monio ni familia serán lo mismo porque se ha cuestionado la heterosexualidad y la procreación biológica como principio organizador de la familia y de la sociedad (Gimeno, 2006). Hace pocos años el crítico de la cultura Paul Julian Smith se preguntaba por qué no había teo- ría queer en España (Smith, 2001). Suárez Brio- nes (2002), a su vez, constataba el desinterés editorial por este pensamiento tan influyente en otras latitudes. Afortunadamente, en un breve lapso de tiempo el panorama ha cambiado y aho- ra contamos con una cascada de recientes publi- caciones, tanto de autores foráneos como loca- les, que permiten trazar una trayectoria que co- mienza a resultar consistente. 13 Benito, Emilio de (2005): “Los representantes de cua- tro confesiones se unen para pedir la protección del ma- trimonio homosexual”, El País, 21-4-2005, p. 34.
Entre las traducciones que han visto la luz en los últimos años, casi siempre un amplio retraso desde su publicación original, se encuentran Wit- tig (2006) 14 , las feministas lesbianas de color es- tadounidenses: Lorde, 1984, 2004; bell hooks et al., 2004 y Anzaldúa, 1987, 2004; De Lauretis (2000); Kosovsky Sedgwick (1990, 1998); Fuss (en Mérida, 2002); Haraway (1995). Destacamos los textos de Judith Butler, cuyo archicitado libro Gender trouble, publicado en 1991 y traducido como El género en disputa, fue publicado por Paidós en 2001, siguiéndole algún tiempo des- pués Cuerpos que importan (2003) y Deshacer el género (2006), publicados igualmente por Paidós. Lo queer se ubica entre diversas genealogías tales que el feminismo, el constructivismo social, el materialismo postmarxista y los estudios gays y lesbianos (Suárez Briones, 2002). Entre las les- 14 Wittig ya había sido publicada con anterioridad, pero esta nueva edición se hace en el contexto del floreci- miento de lo queer en España.
bianas, sin duda el trabajo más innovador de teo- ría queer hecho por una española es el de Beatriz Preciado. En el Manifiesto contra-sexual (2002) “reivindica su filiación con los análisis de la hete- rosexualidad como régimen político de Wittig, las investigaciones de los dispositivos sexuales mo- dernos llevada a cabo por Foucault, los análisis de la identidad performativa de Butler y la política del cyborg de Haraway” (p. 21). Contando, ade- más, entre sus musas a Carole Vance, Gayle Rubin y Pat Califia, entiende la contrasexualidad como el fin de la Naturaleza como orden que legi- tima la sujeción de unos cuerpos a otros. La nueva sociedad toma el nombre de socie- dad contra-sexual por dos razones. En primer lu- gar porque de manera negativa la sociedad co- ntra-sexual remite a la deconstrucción sistemática de la naturalización de las prácticas sexuales y del sistema de género. En segundo lugar y de manera positiva, la sociedad contra-sexual pro- clama la equivalencia (que no la igualdad) de to-
dos los cuerpos-sujetos parlantes que se compro- meten con los términos del contrato contra-sexual dedicado a la búsqueda del placer-saber (p. 19). La contrasexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa fuera de las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexual/ homosexual. Como señala Bourcier en el Prefa- cio, “Todos los impensados del feminismo se dan cita en el Manifiesto: los juguetes sexuales, la prostitución, la sexualidad anal, las operaciones del cambio de sexo, las subculturas sexuales sa- domasoquistas o fetichistas. Preciado los convo- ca a todos ellos como ‘los nuevos proletarios de una posible revolución sexual’” (pp. 12-13), que otros han denominado las multitudes queer. Desde una posición feminista queer que com- bina lo político con lo personal y lo académico, el libro colectivo El eje del mal es heterosexual (Romero Bachiller et. al., 2005) recoge un conjun- to de artículos, entre ellos algunos que se refieren al análisis de las producciones y articulaciones
políticas en el Estado español. Estos últimos se centran en las representaciones de los colectivos queer, la denuncia de la desidia de las institucio- nes ante la crisis del SIDA en los años noventa, las diversas prácticas sexuales y las diferencias que hacen estallar las nociones de identidades homogéneas: osos, leather, butch-femme, inter- sexuales, transgéneros… En una línea similar, en Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas (Córdoba, 2005), los y las autoras refle- jan la complejidad de la(s) teoría(s) y las prácti- cas políticas queer, protagonizadas por las mino- rías sexuales excluidas y marginadas por raritas, extrañas, desviadas en definitiva de un sistema heterocentrado que las empuja a los márgenes. En él se defiende la teoría queer no como una teoría cerrada o un corpus de saber, sino como un conjunto de herramientas críticas para la inter- vención política: críticas de la normalidad hetero- sexual, de las prácticas biopolíticas de la medici- na y del estado sobre los cuerpos enfermos y sa-
nos, de las mutilaciones que sufren l@s interse- xuales, de la mirada colonial sobre las inmigran- tes bolleras, trans o maricas, de la apropiación académica de las luchas populares, de la rigidez de las marcas de género con que se excluye a las personas transexuales. De entre las autoras, además de Beatriz Preciado, destacan Fefa Vila, Carmen Romero Bachiller, Gracia Trujillo Barba- dillo y Silvia García Dauder, entre otros nombres, en la producción ensayística queer “local”. En el capítulo de las tesis doctorales y a caba- llo entre los movimientos sociales y la crítica a la teoría queer se encuentra la investigación de Su- sana López Penedo Las condiciones de produc- ción de la Teoría Queer. En el marco de los mo- vimientos sociales la tesis analiza aquellos basa- dos en la identidad del sujeto, especialmente el movimiento gay y lésbico y en su seno, pero tam- bién al margen del mismo, el movimiento queer con su grupo de teóricos/as surgidos durante los años noventa. La tesis tiene como finalidad estu-
diar las dinámicas creadas por esta interacción y que pueden comprometer el potencial político de la acción colectiva. Un amplio recorrido historiográfico y crítico por las producciones artísticas y políticas feministas queer del Estado español se puede consultar en el exhaustivo trabajo ya citado de Carmen Nava- rrete, María Ruido y Fefa Vila, “Trastornos para devenir: entre artes y políticas feministas y queer en el Estado español” (2005). En él se revisan los cruces entre política, producción artística, femi- nismo y queer en España, narrando la tardía, es- casa y dificultosa recepción en nuestro país de teorías y debates desarrollados allende nuestras fronteras, y reseñando “nuestro” estado de la cuestión desde los años setenta hasta el presen- te. Destaca el trabajo y el discurso de algunas ar- tistas, interesadas en la reflexión feminista como teoría política así como en la teoría y políticas queer y sus correspondientes activismos. Bastan- te desalentador resulta el panorama ofrecido, que
no acaba de generar una producción femenina asentada y, sobre todo, con peso en el panorama artístico y académico. Aunque no me puedo ex- tender aquí, me gustaría destacar un precioso trabajo de Juan Vicente Aliaga (2004), Arte y cuestiones de género, en el que se hace un reco- rrido por las distintas etapas del feminismo y/o de la posición de las mujeres a lo largo del siglo XX y sus producciones artísticas en relación a la sexualidad.
Invisibilidad/invisibilización Este es un tema recurrente en las preocupa- ciones de las lesbianas: la menor visibilidad res- pecto de los varones gays. Ya las hemos visto ausentes de la represión franquista más rastrea- ble; también hemos comprobado su menor pre- sencia en las bodas que recientemente vienen ce- lebrándose en España. Hemos recogido la afir- mación de Gimeno (s/f) de que su salida del ar- mario les resulta más complicada que a los varo- nes. Es tal su invisibilidad que la Ley de Repro- ducción Asistida, aprobada con posterioridad a la Ley sobre matrimonio y adopción por parte de homosexuales, se “olvidó” de reconocer la filia- ción automática para los hijos e hijas de los ma- trimonios formados por dos mujeres. Tras las pro- testas de los colectivos afectados, la solución ha venido con la Ley de Identidad de Género, que aprobará también una enmienda a la Ley de Re-
producción Asistida para solucionar esta postrera discriminación legal de las madres lesbianas y sus hij@s. Algunos datos parecen avalarlo: un estudio realizado por Begoña Pérez Sancho (2005) sobre el manejo del secreto en familias con algún miembro homosexual parece sustanciar la pro- clama de invisibilidad que aqueja a la comunidad lésbica. La autora, psicóloga clínica en un servi- cio municipal de información y asistencia para lesbianas 15 , encontró que los progenitores que consultan por un hijo varón triplican a los que consultan por una hija; en ningún caso un padre varón había consultado por una hija lesbiana. Ello se correlaciona positivamente con los estudios – entre ellos los de Soriano Rubio (1999)– que se- ñalan que los hijos homosexuales varones comu- 15 Este servicio en Vitoria-Gasteiz es pionero en el Esta- do Español y financiado íntegramente por una institución pública. Dicho ayuntamiento fue también pionero a la hora de poner en marcha el Registro de uniones civiles.
nican su homosexualidad a sus familias más que las hijas lesbianas. Según Pérez Sancho, otros estudios norteamericanos indican que el sexo del hijo/a homosexual es un factor diferencial muy fuerte a la hora de la integración de la homo- sexualidad de ese miembro en la familia, siendo más fácil integrar a un hijo gay que a una hija lesbiana. A ello se une que los hombres revelan antes y con mayor frecuencia su homosexualidad en su entorno. Como señala Gimeno, “nuestra discriminación tiene más que ver con el género que con la orientación sexual”. A las habituales dificultades por el hecho de ser mujeres en un mundo masculino –en el mundo laboral, profesio- nal, en la consideración social de los hombres hacia las mujeres etc.– añade Empar Pineda “el tremendo problema de las dependencias afecti- vas hacia padres y madres como factor determi- nante en no atreverse a dar la cara” (2007). Pa- rece claro que a las mujeres les resulta más complicado salir del armario.
En el contexto de un mundo en proceso de globalización, visibilizar las discriminaciones de las mujeres lesbianas desde la perspectiva de los derechos humanos es una vía válida y eficiente para promover el cambio cultural necesario en lo que atañe a las situaciones de desprotección e injusticia que en muchas ocasiones viven las mu- jeres que optan por una sexualidad al margen del sistema heteronormativo. Las mujeres lesbianas, al afrontar la invisibilidad, la misoginia y la lesbo- fobia, han jugado un papel muy importante en es- tos procesos de transformación, tanto desde el movimiento feminista como desde el movimiento de liberación de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Estudiar la participación de las mu- jeres lesbianas en cada uno de estos ámbitos es lo que ha hecho José Ignacio Pichardo (2006), comprobando la forma en que abren caminos pa- ra el reconocimiento de los derechos de las per- sonas homosexuales en el movimientos feminista
y para los derechos de las mujeres en el movi- miento LGTB. En sus momentos iniciales todo movimien- to realiza, por otra parte, la reconstrucción de su historia y su genealogía. Es el caso por ejemplo de Albarracín Soto y Pineda en Platero (2007). En el terreno de la crítica literaria, es general la labor de visibilización de la literatura hecha por lesbianas o por autoras sin identificación lésbica pero que escriben sobre tal temática. Ya en forma pionera Victoria Sau dedica un capítulo de su li- bro citado a “Antecedentes” ilustres, empezando por Safo, siguiendo por Virginia Woolf, pasando por Radcliffe Hall y algunas escritoras de la Rive Gauche francesa. En 2007 Angie Simonis, se preguntaba: ¿Existe una literatura lesbiana en España?, y en 2007, en el libro de miscelánea sobre lesbianismo en España por ella editado, responde con el trabajo de título “Silencio a gri- tos: discurso e imágenes del lesbianismo en la li- teratura”. Otra autora que escribe sobre algunas
de las narradoras mencionadas –Tusquets– es Julia Cela (1998), pero su recorrido no hace más que reunir en amalgama a una serie de escrito- res, casi todos varones, sin ninguna tesis aparente. No es el caso de la crítica de arte y litera- tura Ana Monleón (2002), quien menciona la difi- cultad general de la salida del armario para gays y lesbianas por lo problemático de acompasar el propio deseo sexual de la persona con las estruc- turas que ofrece la sociedad en la que habrá de integrarse. Pero más allá de la situación general de gays y lesbianas, menciona Monleón expre- samente el plus de invisibilidad que afecta a las lesbianas, que explica, en parte, “por la desigual consolidación de la mujer en general dentro de los estamentos de la sociedad y, por otra, por la pa- radoja que hace de la invisibilidad una suerte de aislamiento benigno al amparo del cual muchas lesbianas siguen su vida sin que se sepa la natu- raleza real de sus relaciones”.
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