VIII. FELIZ CUMPLEAÑOS, MARY PAZ
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VIII.~ FELIZ CUMPLEAÑOS, MARY PAZ La cita es en casa de Mary Paz a las nueve de la noche. Todo está listo: la cena, el pastel y los invitados. La casa, toda iluminada, va recibiendo a la gente que llega a festejar a la cumpleañera. Mary Paz está feliz. Es su gran día y, entre sus amistades, vendrá alguien que es muy especial para ella. En el jardín las mesas empiezan a ocuparse. Mary Paz está inquieta: saluda, se ríe, abraza, recibe los regalos, agradece y va de un lado para otro. La música suave abarca el espacio y un vaho raso, pega- joso, asciende del pasto para enredarse entre los tobillos de los que brindan por el amor y la vida. Llegan sus amigas, sus mejores amigas, sus confidentes de los lunes de café y de tantos días y tantas horas. Mary Paz les hace una seña, le urge chismear. Las examina: Carola viene Mariví Cerisola ■ 73
con Pablo, Marisa con sus dos hijas y con Ramiro; Simone con un perfecto desconocido. ¿Quién será? Mary Paz se les acerca tomada del brazo de su marido. ¡Felicidades!- gritan las tres amigas al tiempo. Y con el pretexto de mirar los regalos, se van todas a la recámara. Los hombres se quedan mirándoles las espaldas mientras se alejan, y las hijas, menor y mayor, se van con Camila, la hija de los anfitriones, y se pierden entre el jardín en busca de gente de su edad. Ya a solas, las palabras no tardan en salir: ¿Con quién vienes Simone? ¿De dónde salió ese hombre? ¿Te lo estás tirando? Simone se carcajea. Se avienta sobre la cama y las mira con picardía. ––Pues... ay, qué locura. Lo conocí por Internet. Marisa, Carola y Mary Paz la miran con asombro. Quieren saber toda la historia, “conocer cómo se han conocido”, ente- rarse de los pormenores y también de los “pormayores”. Todas preguntan al tiempo, especulando sobre el encuentro, los lugares donde han ido, los hoteles que han recorrido, de qué forma la acaricia, la besa y de qué tamaño lo tiene. ––Hey, tranquilas. La historia es muy común: lo descubrí en uno de esos portales para gente solitaria o que quieren nuevas aventuras. Me gustó, le gusté y nos citamos en un parque. Total, esa misma tarde ya estábamos intimando entre las sábanas. Rompí el celibato. ––¿Y eso se te hace una historia común?– Pregunta Marisa muerta de la risa. –Se necesita valor para irse a la primera de cambio con uno de Internet al hotel. Simone habla de cómo la sedujeron sus palabras, su imagi- nación, su niñez en el mar, su adolescencia en una ciudad inhóspita y desconocida, su madurez en soledad. Cierra los ojos y les comparte su tarde de hotel, la entrega, las caricias, las frases de pasión y la ternura. Les dice que hacía siglos que no sentía un abrazo tan abrazo alrededor de sus hombros ni 74 ■ Benditos esos lunes de café
unos besos tan besos comiéndole la boca. Simone les explica cómo son sus ojos cuando la descubren en pleno éxtasis, su voz cansada después de amarla, su humedad y su canto en la regadera. ––Y sí, además de todo y tanto, lo tiene de muy buen tamaño. Simone suspira, guarda silencio y las contempla con una sonrisa de oreja a oreja. Las amigas le regresan el gesto y la observan con simpatía. Les gusta saber que Simone está disfrutando su aventura. Mary Paz saca unos cigarros del cajón del tocador. Enciende uno, se queda pensativa durante un momento y pregunta: ––¿Por qué no nos habías platicado nada? ––Porque apenas sucedió ayer. Las carcajadas envuelven la habitación. Mary Paz se acaricia la ceja derecha, las demás le conocen ese gesto de sobra y saben que algo les va a decir. ––Invité a mi amante a la fiesta. Viene con todo y su mujer. ––¡No puedo creerlo!– dice Marisa. Todas están de acuerdo con ella porque... ¿No es una locura invitar al amante al festejo que le organiza el marido a su mujer en su propia casa? ––No sean remilgosas. No pasa nada, al contrario, será diver- tidísimo. Y tal y como hizo Simone con su historia cibernética y su encuentro amoroso, Mary Paz enumera las razones por las cuales decidió invitar al amante: –Muero por ver cómo es la mujer, quiero estar con él en mi cumpleaños y, además, adoro sentir la adrenalina de lo prohibido porque... Mariví Cerisola ■ 75
Dos golpes en la puerta del cuarto interrumpen la conversa- ción. El marido de Mary Paz asoma la cabeza y les informa que toda la fiesta se está preguntando por la ausencia de la homenajeada. Cuatro miradas femeninas se ensamblan: ya habrá otro momento para seguir hablando. Siempre lo ha habido. Eternamente lo tendrán. Las mujeres se levantan, se encaminan hacia la puerta. Antes de salir, Mary Paz se mira en el espejo y se retoca los labios... “Los nervios hermosean mis rasgos”, Simone se amolda el pelo... “Hágame un corte fácil porque soy pésima para peinarme”, Carola se acomoda el brasiere...”Estas tetas gigantes siempre se me están saliendo”, Marisa se pone perfume, hace un gesto de tristeza...”En mi relación ya ni las feromonas, sólo hay un tenue: Pac, pac, pac..”. La habitación se queda en silencio. Por los rincones se desliza un vaho melancólico, pegajoso, que se va enredando a través de los secretos de esas voces que se han ido pero que perma- necerán entre muros por los siglos de los siglos. Igual que el efluvio que germina en el jardín y juguetea con los tobillos de las personas que brindan por la amistad y también por la pasión. 76 ■ Benditos esos lunes de café
IX.~ LA FIESTA Y EL VIENTO La música brota a todo volumen, algunas parejas bailan, otros comen pastel y platican sobre política, modas, fútbol, mascotas y recetas de cocina. Muchos ya están un poco mareados... Es que una fiesta sin ponerse jarra no es fiesta. ¿A poco no? Los invitados han agarrado su equilibrio, su plaza, su acomodo personal. En una de las esquinas del jardín, ella y él se buscan con la mirada. Carola entretiene al marido de Mary Paz hablándole de Olim- piadas y deportes; Pablo la mira extrañado. Marisa se acerca a la mujer de Amante para preguntarle dónde compró su vestido carmesí. Simone vigila a la pareja. Las tres están nerviosas. Mary Paz no se inmuta y continúa en el juego del flirteo. El aire arrecia, las ramas de los árboles se menean de un lado a otro, como profetizando los vientos delirantes que están por llegar. Las hojas empiezan a caer alojándose sobre copas y vasos, encima de los manteles blancos, los restos del pastel y las cabezas de los Mariví Cerisola ■ 77
invitados. Varias mujeres tienen que sostenerse los vestidos para guarecer el color de sus calzones. La ventisca sigue arra- sando todo a su paso: servilletas, cucharas, anteojos y chales. Por el lugar vuelan las cosas sin control. Sin embargo, él y ella, en una de las esquinas del jardín, con una bruma tejiéndose a través de sus pies y los cabellos revueltos, no pueden dejar de mirarse. Simone se abraza a sí misma para protegerse del viento, mien- tras repara en los ojos de uno sobre la otra y viceversa. No puede dejar de observarlos y se imagina, siempre imaginán- dose qué tanto se dirán con las miradas: “Daría todo por estar a solas contigo”, “Extraño tu piel”, “Me encantas”, “Qué ganas de besarte”, “¿Nos fugamos?” ––¡Simone! ¿Has visto a mi esposa? Un brinco. Piensa rápido Simone, eso hago, trato, no pongas cara de susto. Ay, qué digo... ––Ajá, sí, anda por ahí recogiendo cosas del pasto. Voy a buscarla. Simone camina hacia el lado contrario de donde se encuentran los amorosos. Sabe que el marido de Mary Paz la está obser- vando y, para distraerlo, se levanta la falda como si estuviera quitándose residuos de polvo y le enseña las piernas. ––Va a pensar que soy de moral distraída– Le sonríe y, uno dos, uno dos, se aleja para rodear el jardín e ir a prevenir a Mary Paz. La tolvanera sigue haciendo de las suyas y todos corren hacia la casa en busca de resguardo. Carola ayuda a meter las bandejas, Marisa reparte café entre los invitados, el galán cibernético, en plena desorientación, busca a Simone, Mayor, Menor y Camila intercambian correo electrónico con uno de los meseros... Es que no es posible que esté tan guapo ¿verdad? Y mientras los 78 ■ Benditos esos lunes de café
maridos opinan que el clima es igual de voluble que el tempe- ramento de sus mujeres, Simone descubre a Mary Paz detrás de un árbol besándose con Amante. Subidos en las ramas, los duendes cantan en bajito: “Somos de esos amores prohibidos a menores”. ––¡María de la Paz! Vámonos a la casa. Jorge te está buscando. Antes de que la pareja reaccione al grito de Simone y todavía ceñidos uno a la otra, se escucha una voz: ––Me lo temía. Se te notaba a leguas la infidelidad: aroma diferente, calzones nuevos, baladas románticas en el coche, evasivas, sexo espaciado y demasiadas llamadas al celular. No, no, no me digas nada, ya no tiene caso. La figura da media vuelta. Simone, Amante y Mary Paz, atur- didos y en silencio, divisan el vestido carmesí que se aleja por la senda ondeando cual bandera al viento. CASI AL ALBA Dentro de la casa, la fiesta continúa con su propio ritmo: risas, conversaciones, parados, sentados y en cuclillas; planes, humo, chistes y salud por aquí y por allá... ¡Fondo, fondo! Por los ventanales resbalan las primeras gotas de lluvia, el ambiente es cálido, la gente está a gusto y, en la chimenea, los leños chispean contorsionándose al compás de una melodía con vocablos en inglés. Se abre la puerta y aparece una mujer escurriendo agua por el pelo, los ojos y el vestido carmín. Todas las miradas se posan en esa aparición escarlata que entre hipos, incrimina y maldice a una pareja de infieles que se besaba al fondo del jardín. ––No tardan en aparecer– dice entre lagrimeos apuntando hacia la entrada. Mariví Cerisola ■ 79
El entorno se ensombrece, la duda bordea a la concurrencia, el aguacero golpea el tragaluz del comedor, hombres y mujeres echan un vistazo en busca de sus cónyuges, Aparición continúa sollozando. Marisa y Carola se miran... ¿En dónde están Simone y Mary Paz? La mujer sigue con su cantaleta: ––Esa... con mi marido, esa puta desgraciada es la que me lo está quitando. Marisa y Carola se vuelven a mirar... ¿Qué hacemos? La mujer se deja caer sobre un sofá y se cubre la cara. Sin pensarlo, Carola va hacia ella y la ayuda a levantarse. Hace una seña con la mano para que nadie se acerque y, entre palabras de consuelo y con su característico don de mando la lleva a una de las habitaciones. Por unos instantes, la estancia queda en completo silencio. Nadie habla. Sólo se escucha el chisporroteo de los leños en la chimenea, la lluvia retozando sobre los cristales y una voz dulce y afinada que brota de las bocinas cantándole a todos esos amores inconclusos. Por la puerta aparece una pareja. Marisa se altera, cierra los ojos: uno, dos, tres, cuatro. Los abre, los latidos del corazón se activan: Bum, bum, bum. Mira a los recién llegados: Amante y Simone... ¿Simone? Marisa arruga la frente, se muerde el labio inferior, ladea la cabeza, busca otra figura detrás de la espalda de su amiga, de la del hombre que viene con ella. Nada, nadie. Sólo ellos dos. De golpe, la escena se va acomodando dentro del cerebro de Marisa y bum, bum, bum, la azota un chispazo de claridad. La madrugada se va colando sutilmente entre la modorra y los bostezos, a través del humo de ese último cigarro, dentro de las tazas manchadas de café y las copas a medio terminar. Se acuna en las canciones de malquerencia, acaricia el verde húmedo, los platos apilados en la cocina, la toalla sucia, y las huellas en la alfombra. Pero, una hora antes de que la madrugada cubriera 80 ■ Benditos esos lunes de café
con su candor los restos de la noche, Carola había pedido a Amante que se llevara a su desfallecida mujer por la puerta de servicio para que nadie los viera y así evitar más escándalo; Marisa Centinela oía las voces asombradas hilando historias de infieles; Simone, al ver alejarse a su galán cibernético, supo que no disfrutaría de otra tarde de parque ni de hotel porque, una hora antes, cuando todas las miradas la juzgaron como si fuera una destrozadora de hogares, Mary Paz entró con sigilo por la puerta de la cocina, se compuso el peinado, la falda, el gesto; palpó su ceja derecha e hizo su aparición con una caja de galletas finas para ofrecer entre la gente, como si nada. Como si no supiera del asunto, y con tal expresión en su rostro angelical, que todos los que ahí estaban, hubieran vendido su alma al diablo antes de pensar que esa mujer con el matiz del verano dentro de sus ojos pudiera ser culpable de algo. Mariví Cerisola ■ 81
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