Cartagena plañidera: De lo raizal a los orígenes de Gabo1

Página creada Nicolàs Bayle
 
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Cartagena plañidera: De lo raizal a los orígenes de Gabo1

                                                     "Hasta hace muy poco decir identidad era
                                                     hablar de raíces, de raigambre, territorio, y de
                                                     tiempo largo, de memoria simbólicamente
                                                     densa. De eso y solamente de eso estaba
                                                     hecha la identidad. Pero decir identidad hoy
                                                     implica también –si no queremos condenarla
                                                     al limbo de una tradición desconectada de las
                                                     mutaciones perceptivas y expresivas del
                                                     presente– hablar de redes, y de flujos, de
                                                     migraciones y movilidades, de instantaneidad
                                                     y desanclaje."

                                                                         Jesús Martín Barbero2

       He leído con sumo interés y cuidado el ensayo ¿Cómo reforzar la
identidad Caribe de Cartagena? escrito por Jorge García Usta en 2002,
publicado en 2004 en la revista Noventaynueve y reeditado como libro en
2010. Es un texto que tiene el mérito de llamar la atención sobre la
importancia de mantener vivos los valores culturales y raizales de
Cartagena. Sin embargo, escrito tan solo pocos años después de la última
edición del extinto Festival de Música del Caribe, podría no tener la
suficiente perspectiva histórica para afirmar que Cartagena estaba
abandonando su esencia caribe.
       En este texto de 84 páginas se plantean algunos hechos históricos
que, según el autor, han afectado la identidad cultural de Cartagena como

   1
     Reseña crítica de ¿Cómo reforzar la identidad Caribe de Cartagena? Jorge García
   Usta. Cartagena: Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, 2010.
   2
     Jesús Martín Barbero, “La globalización en clave cultural: una mirada latinoamericana”,
   2002 Efectos. Globalismo y pluralismo. Coloquio internacional. Montreal 22-27 de abril,
   2002, p.8.

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ciudad del Caribe. Asimismo, se propone una larga lista de actividades
conducentes a rescatar y reforzar dicha identidad.                        De igual forma, se
mencionan las raíces africanas, españolas y árabes de la identidad caribe
de la ciudad y la necesidad de fortalecer la identidad “caribe” de Cartagena.
Termina el libro con una extensa lista de actividades o “estrategias” para
reforzar esa identidad.
       El trabajo esboza tesis equivocadas como la de la página 23 donde
pretende plantear como una contradicción lo dicho por Eduardo Lemaitre y
Germán Espinosa, cuando éstas, si se leen bien, señalan lo mismo, a pesar
de que se refieren a diferentes épocas. Es decir que Cartagena
originariamente fue hispánica y que gracias a la contribución de otras
culturas que se acrisolaron en nuestra tierra americana se podría calificar
de caribe. Lemaitre dice:
          “Como primera medida, es totalmente falso que Cartagena sea una
         ciudad caribe o „caribeña‟... la vieja Cartagena... es una ciudad
         hispánica... Otra cosa es la cultura caribe de nuestra época y en tal
         sentido ya puede decirse que hay una música caribe, una
         arquitectura caribe y una literatura caribe o „caribeña‟, pero la vieja
         Cartagena no tiene, ni tener podía, nada que ver con esto.
         (Lemaitre, 1999, p. 5) ”3.
       Es claro que este comentario se refiere a una Cartagena vieja,
antigua y esclavista. A esta cita García Usta contrapone la del maestro
Germán Espinosa y sostiene, sin razón, que éste contradice lo anterior
cuando escribe:
         “Estas elaboraciones de soñador no necesariamente disputaban
         con la Cartagena que efervescía [sic] más allá del portón de mi
         casa. Cierto es que por aquellos años del decenio de 1940, mi

   3
    Eduardo Lemaitre, “La ciudad barrilete”. El Universal, Dominical. Cartagena, noviembre
   21 de 1999, número 715, p. 5, citado por García Usta, 2010, p. 22..

                                             2
ciudad natal tenía algo de despojo, de resto derrelicto. Mas, en
           medio de ese marco ruinoso o nostálgico, pululaba la alegría
           afrocaribe, florecía un sentido dionisíaco de la ciudad y ni siquiera
           los parpadeantes interiores de las iglesias, colmados de beatas y
           rezanderos, lograban competir con el desafuero entronizado por la
           descendencia africana, que casi triplicaba a la población europea y
           mestiza. Costumbres, gestos, músicas se habían hibridado; y la
           tradición criolla, de raíz limpiamente andaluza, se veía enriquecida
           por otra que venía de los pantanos, de las llanuras, de las
           montañas de África…” (Espinosa, sf, sin página)4.
        Espinosa se está refiriendo, por supuesto, a una época mucho más
reciente: su adolescencia, primera mitad del S. XX, y testimonia ese
espíritu desaforado de la población mayoritaria (tanto en la Cartagena
colonial, como en la referida por él).
        Más adelante, García Usta plantea un argumento simplista de querer
liberarse de la opresión ancestral de la cultura andina, cuando, por ejemplo,
acusa al establecimiento de imponer currículos escolares desde el centro
andino del poder. Esto parece no ser cierto, porque el hecho que los planes
de estudio hayan sido definidos desde el ministerio correspondiente no
significa que no puedan ser considerados como un mínimo, ya que cada
institución lo enriquecerá como a bien le parezca, cuando diseña su propio
Proyecto Educativo Institucional. De modo que si una ciudad y/o región
consideran que es necesario realzar ciertos valores, pueden hacerlo
inclusive dentro del marco de este mismo plan de estudios.
        Y continúa con esa posición a ultranza de estarse defendiendo de los
que vienen de fuera. No debemos perder de vista que, para bien o para
mal, hoy vivimos en un mundo globalizado. Parafraseando a Barbero, hoy
tenemos que aceptar la interacción con gente de muchas procedencias y
   4
       Germán Espinosa, La ciudad reinventada, s.f., citado por García Usta, 2010, p.22.

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orígenes étnicos. Que esta interacción además, nos va a permitir
transformarnos y transformar a los otros. Cartagena no debe continuar
mirándose el ombligo creyendo que es el centro de la atención mundial y
que se lo merece todo porque sí. Hay evidencia histórica que en el S. XIX
la élite andina subestimó a las regiones periféricas hasta la ofensa, pero
ello no es una razón válida para legitimar el argumento simplista de
responsabilizar a otros por la situación actual. Es decir, que lo sucedido
hace 200 años influye hasta la fecha y que lo que somos o no somos hoy
es responsabilidad del centralismo y de las élites andinas.
       Y si se cree que lo más importante es resaltar la cultura caribe, no se
puede olvidar que Cartagena nunca ha dejado de ser caribe desde cuando
se dio la fusión de culturas. Es el argumento de Germán Espinosa en la cita
mencionada arriba, donde registra las costumbres caribeñas de los años 40
y 50. Su esencia caribe siempre ha estado presente desde antes de aquella
época. Basta, por ejemplo, leer los escritos de Daniel Lemaitre de
mediados del siglo pasado que relatan los usos y costumbres desde
principios de siglo.5 En la comida, en la música, en sus tradiciones, en el
baile, en la idiosincrasia, en el modo de ser, en fin… La cultura es algo que
se da de manera espontánea; no se debe forzar, ni imponer. Sí, hay que
educar para mantenerla viva y actuar generando espacios de cultura
ciudadana que propicien oportunidades reales para su conocimiento y
difusión. Debemos mantener y, si es necesario, rescatar los valores por los
valores mismos, pero la evidencia sobre las causas de la realidad local ha

   5
    Daniel Lemaitre, La ñapa. Cartagena: Editorial Casanalpe, c. 1955; Daniel Lemaitre,
   Corralito de Piedra. Cartagena: Editora Bolívar, 1949; Daniel Lemaitre, ca 1955.
   Colección Cables Pepa Simanca.Cartagena: Daniel Lemaitre & Cía. Sección de
   Propaganda, ca. 1955.

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minado la validez de estar siempre a la defensiva contra los ataques ciertos
o imaginados de grupos de otras culturas, andina u otras.                        Debemos
mantener       y   valorar   lo   propio      porque     tiene    un    valor    intrínseco
indistintamente de si somos o no “atacados”, como sostienen García Usta y
otros.
         Sin embargo, hay que anotar que aunque hay muchos puntos
comunes, nos distanciamos del Caribe insular porque allí surgió la
economía de la plantación lo que no ocurrió en el Caribe continental, que
fue sobre todo una economía de la hacienda, ambas esclavistas.
         Es difícil comprender la necesidad de destacar la tesis de Bell (1999) 6
acerca del impacto negativo que tuvo sobre nuestra identidad un cambio
del nombre de nuestra región a finales del siglo XIX. Dice Bell:
           “Hasta 1850, por lo menos la cartografía de nuestro territorio
           situaba a la Costa Norte Colombiana en el litoral de un gran mar
           interior […] [el] mar Caribe […] todavía a mediados del siglo pasado
           [siglo XIX] no teníamos ninguna duda. Sin embargo, en algún
           momento de fines del pasado siglo en la cartografía aparece un
           cambio significativo [y] ya no éramos parte del mar de los Caribes
           sino que a las aguas de tierra firme se les empezó a identificar
           como Océano Atlántico... dejamos de ser caribes para asumir una
           pertenencia al mundo Atlántico […] que nos desposeía de nuestra
           verdadera e histórica dimensión espacial, clave para entendernos a
           nosotros mismos y nuestra peculiar situación en el mundo en
           relación con otros seres humanos y otras culturas”. (Citado por
           García Usta, 2010. p. 20).
         Es decir, que habernos llamado Costa Atlántica en lugar de Costa
Caribe fue un “cambio significativo” que tuvo una terrible incidencia en
nuestro destino como región. En verdad, si ese hecho afecta tanto la
   6
     Gustavo Bell Lemus, 1999. Colombia, país Caribe, Memorias del IV Seminario
   Internacional de Estudios del Caribe, Barranquilla: Fondo de Publicaciones de la
   Universidad del Atlántico. Citado por García Usta, 2010, p.20.

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identidad cultural de un pueblo, la solidez de esa identidad debe ser poca.
Afortunadamente esto no parece haber tenido, en realidad, gran impacto.
Lo dice contradictoriamente el mismo autor: “la vida real de la ciudad siguió
vinculada al Gran Caribe, a través de uno de sus elementos centrales, la
cultura.” (García Usta, 2010. p. 21).
       Es interesante observar que el autor en 1995 (y en la reimpresión de
2007 por Editorial Planeta7) registra costa o litoral Atlántico once veces y ni
una vez menciona costa o litoral Caribe, (García Usta, 2007). Inclusive,
Clemente Manuel Zabala (citado por García Usta) dice Costa Atlántica en
lugar de Caribe varias veces. Parece que entre 1948 y 1995 no era grave
decir Costa Atlántica. Hoy, sin embargo, muchos se rasgan las vestiduras
por ello.
       Se debe superar esa actitud plañidera: llorar y creer que nos lo
merecemos todo simplemente porque pertenecemos a las regiones de la
periferia. Debemos aspirar a ganarnos por nuestro propio mérito todas esas
prebendas que decimos merecer. El mejor ejemplo, entre otros muchos, es
el del ya inmortal Gabo, costeño y caribe de pura cepa, que contra todas
las adversidades salió adelante, descolló con su literatura universal y ocupa
una posición cimera en las letras. Todo esto no se dio simplemente por ser
caribe, sino por su esfuerzo y su trabajo tesoneros y disciplinados. García
Márquez es un excelente ejemplo para muchos, pero lo es especialmente
para nosotros los colombianos y particularmente para los costeños y
cartageneros, a quienes está dirigido el ensayo de García Usta.

   7
    García Usta, Jorge, 2007. García Márquez en Cartagena. Sus inicios literarios. Bogotá:
   Editorial Planeta. Reimpresión de Cómo aprendió a escribir García Márquez. Medellín:
   Editorial Lealon. 1995.

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Lo anterior no podemos desconocerlo y no debemos adoptar la
posición   de   exigir   o   pretender   que,   por   ejemplo,   en   festivales
internacionales que han elegido a Cartagena como su sede, se deba tener
determinada participación de la ciudad o de la región Caribe. En estos
festivales han participado quienes lo han merecido por su talento o por su
trabajo. El reciente Hay Festival de 2011 se inauguró con nadie menos que
Rubén Blades, hombre caribe, de talante cartagenero, y han participado en
diferentes actividades y ediciones, Juan Gossaín, Roberto Burgos Cantor,
Ernesto McCausland, Wilder Guerra, la Orquesta Buena Vista Social Club,
Mario Jursich, Efraim Medina, Adelaida Sourdís, Oscar Collazos (quien ya
hace parte de nuestra cultura caribe) y La Carreta Literaria, que se ha
ganado un puesto en el Hay Festival y en particular en 2012, donde ya
tiene un espacio propio, entre otros. Se me escapan con seguridad otros
nombres, pero deberíamos proponer los que realmente ameriten estar allí y
no los vemos, y no proponerlos por caribes, sino por sus propias
ejecutorias. Que se sometan al escrutinio para valorar sus méritos y sin
condescendencias, ni pactos de mediocridad; que queden elegidos como
muestra de las producciones intelectuales, musicales, literarias y artísticas
en general, de nuestra región y en particular de la ciudad de Cartagena. No
se debe seguir reclamando derechos inmerecidos. Nuestra responsabilidad
es producir hechos y productos de altísima calidad. Como bien lo dice
García Usta, hay ejemplos en la ciudad, en particular de las universidades,
donde hay trabajos notables. Ejemplos de ello son el Instituto Internacional
de Estudios del Caribe, de la Universidad de Cartagena, con su Congreso
anual; la Universidad Tecnológica de Bolívar, que realiza cada año el
diplomado “Cartagena de Indias, conocimiento vital del Caribe”, que ha

                                    7
dedicado dos versiones a García Márquez y del cual se han derivado
productos interesantes que han tenido buen recibo en cuanto a la calidad
de su diseño y contenido. También se deben           resaltar los casos del
Laboratorio Iberoamericano de Desarrollo y Cultura de la UTB, apoyado por
la Universidad de Gerona (España) y el Colegio del Cuerpo. Otros, por
fuera de las universidades, son el Festival Internacional de Cine de
Cartagena, que a pesar de cumplir 52 años de actividad y de que su última
edición fue excelente, la cultura cinematográfica de la ciudad no es la más
notable en el país y los grupos de danza Atabaques y Ekobios. Algunos de
estos son ejemplos más o menos incipientes, otros llevan más tiempo de
trabajo, pero el punto es que se trata de proyectos culturales de reconocida
calidad.
     Olvidemos la idea de los “festivales” alternos, que son una reacción
infantil a eventos que no fuimos capaces de imaginar. Debemos tener
iniciativas propias y no hacer propuestas sustitutas sólo cuando a otros se
les ha ocurrido desarrollar eventos de carácter global y que van mucho más
allá de los temas raizales, como quieren llamarlos ahora. Algunos se
quejan del Festival Internacional de Música porque no es raizal, pero se
deja morir, por la razón que fuere, el Festival de Música del Caribe, que fue
una iniciativa local, así como se derrumbó la Plaza de la Serrezuela,
casualmente donde este festival realizó algunas de sus versiones y a pocos
les ha importado. ¿Qué beneficios obtendríamos si sólo promovemos
actividades endogámicas que no aportan nada nuevo?
     Si se menciona el tema del Centro Histórico, ocurre algo similar. En la
ciudad algunos se rasgan las vestiduras porque la han comprado
“cachacos” y “extranjeros”. Se quejan porque la gente de fuera ha adquirido

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“nuestras” casonas en ruinas. ¿Cuántas décadas “de despojo, de resto
derrelicto” pasaron antes de que a algunas personas visionarias se les
ocurriera hacer lo que se ha hecho en muchas capitales del mundo?
Rescatar ruinas para casas de recreo, restaurantes, museos, hoteles,
grandes centros culturales, etc. A muy pocos inversionistas locales se les
ocurrió semejante “exabrupto”, al decir de algunos locales. Les producía – y
produce a la gran mayoría – cierta repugnancia la idea de irse a vivir en
casas viejas. Hoy esas casonas son la envidia y admiración de muchos
locales, pero siguen quejándose de que les “robaron” la ciudad. En
realidad, lo que ello indica es las limitaciones económicas o la preferencia
por otras actividades lucrativas de los cartageneros raizales. En cierta
forma, deberíamos mirar con otros ojos a aquellos que con su visión
comercial y músculo financiero evitaron que todo el Centro se viniera abajo.
Si se apoderaron de la ciudad fue porque lo permitimos por nuestra desidia,
desinterés o incapacidad económica, para asumir el papel de restauradores
de las ruinas de la ciudad.
     Por otro lado, el ensayo de García Usta no resistiría la prueba más
elemental de un trabajo de grado de un programa universitario de pregrado.
Está plagado de carencias y errores en sus citas bibliográficas: se
mencionan como citados, autores que nunca antes se nombraron y que ni
siquiera aparecen en la bibliografía. Es un buen ejemplo de lo que es la
falta de rigor bibliográfico. Una explicación para que apareciera con esas
fallas en 2010, pudo ser la premura del editor de dicho “libro” para que
estuviera impreso para las celebraciones del Bicentenario de la
independencia de Cartagena.

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Por el contrario, su texto de 1995 y reimpreso en 2007 es muy bueno,
aunque el nombre en realidad no corresponde a lo que presenta. Es un
rescate minucioso de las calidades de Clemente Manuel Zabala, quien
indudablemente influyó sobre García Márquez en sus inicios. Hay que
anotar que sin duda es mucho mejor que el folleto/libro de 2010, y aunque
tiene algunas falencias como dejar inconcluso algún argumento (afirmar sin
demostrarlo, que Zabala influyó más que el Grupo de Barranquilla) o alguna
inconsistencia interna de fechas relacionadas con las columnas del célebre
escritor, tiene el mérito indiscutible de haber descubierto sus orígenes más
allá de lo que hizo Jacques Gilard en 1983 8 . En este libro no sólo se
rescata la influencia de Zabala, sino la de otros como Gustavo Ibarra,
Héctor Rojas Herazo, entre otros, y claramente la de Luis Carlos López, el
Tuerto. Esta influencia apareció con algún rezago cuando Gabo trabajaba
en Barranquilla.
        Es una lástima, además, que en la edición de 2007 se hubiera
soslayado las fotografías y los facsímiles de algunas columnas de García
Márquez, de Zabala y de Rojas Herazo. De igual manera algunas
reproducciones de primera página de El Universal y en particular de la
sección Hospital amoroso al parecer escrita por García Márquez y del
Comprimido, “el periódico más pequeño del mundo” y dirigido por él, única
vez que García Márquez dirige un periódico en su carrera de escritor.

   8
       Gilard, Jacques, 1983. Textos costeños Vols. I y II. Bogotá: Editorial La Oveja Negra.

                                                 10
Tomado de García Usta, J. Cómo aprendió a escribir García Márquez. Medellín: Editorial Lealon. (entre
                                    páginas 208 y 209)

                                        11
Tomado de García Usta, J. Cómo aprendió a escribir García Márquez. Medellín: Editorial Lealon. (entre
                                    páginas 176 y 177)

                                        12
Tomado de García Usta, J. Cómo aprendió a escribir García Márquez. Medellín: Editorial Lealon. (entre
                                    páginas 176 y 177)

                                        13
Asimismo, como se dijo arriba, en el texto que se reseña aquí,
también se encuentran algunas contradicciones. Sorprende, por lo tanto,
que esta publicación haya sido reeditada del texto original de 2002 o 2004
sin ninguna clase de corrección de estilo y que nadie se haya tomado el
trabajo de hacer las correcciones debidas. Además, el ensayo carece de
conclusiones sobre lo que plantea y se limita tan sólo a finalizar con una
relación de propuestas que van desde el fortalecimiento de actividades,
entidades y festivales ya existentes hasta la creación de nuevas instancias
para fortalecer lo caribe. Tal vez, como consecuencia, existe hoy una
proliferación incontrolada de espectáculos “musicales” y demostraciones de
“danzas” que en su mayoría carecen de imaginación, son repetitivos y
fundamentalmente, espectáculos estruendosos sin ningún rigor, en las
calles de la ciudad que agobian con un ruido que exacerba a locales y
visitantes. Palenqueras convertidas en maniquíes para mostrarse en la foto
con los turistas, disfrazadas no se sabe de qué o quizás de ellas mismas,
para ponerle lo que algunos llaman el “color local”, a las fotos de los
turistas.
      Para terminar, hago una invitación a que nuestra inteligencia
(inteligentzia) deje de asumir ese triste y patético papel de plañidera y se
dedique a producir hechos concretos de calidad, como la creación de
empresas, y centros educativos de talla mundial, literatura, música, danza,
teatro, entre otras cosas. Hagamos un acto de contrición y un debate
autocrítico con la necesaria humildad que nos permita ir más allá del llanto
o de la queja. Mientras no tomemos conciencia de nuestros problemas y los
asumamos como propios, nunca seremos capaces de resolverlos.
Adoptemos como cartageneros una posición adulta que nos permita tomar

                                  14
la responsabilidad del futuro en nuestras manos. Basta de echarle la culpa
de todo al pasado. Trabajemos duro en el presente para forjar un mejor
futuro. Como dice el periodista argentino Andrés Oppenheimer al titular su
último libro: ¡Basta de historias!

                                                        Ignacio Vélez Pareja
                                                                    Profesor
                                          Universidad Tecnológica de Bolívar

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