El Psicoanálisis y el porvenir de la subjetividad.

Página creada Susana Maura
 
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El Psicoanálisis y el porvenir de la subjetividad.
        Ricardo Guinea.

        Ponencia presentada en la “Biblioteca de Aragón” de la Diputación General de Aragón,
        en el acto de presentación de la Revista “Ex-Libris”. Diciembre, 1998.

         Algunas veces nos sentimos inclinados a separarnos por un momento de la
administración de los asuntos diarios y detenernos para evaluar el camino recorrido o tratar de
adivinar a donde nos dirigimos. Así, los científicos, los economistas, los políticos, y también los
psicoanalistas, podemos tratar de aventurar que deparará el futuro a nuestras respectivas
prácticas y que acontecimientos históricos, políticos o teóricos aparecen como posibles, o
como probables, en el horizonte de nuestro tiempo.

         La hipótesis freudiana del Inconsciente fue posible por una constelación de factores
históricos interrelacionados. La muerte Nietzcheana de Dios, la erección de la Razón como
suprema herramienta, la revolución Darwiniana, el comienzo del ocaso del puritanismo
victoriano, o el desarrollo de una incipiente Neurología, fueron creando un margen para la
concepción de un Hombre solitario ante lo Real del sexo y la muerte, dotado de cualidades
distintas de los demás objetos de la naturaleza: un lenguaje extraordinariamente sofisticado,
una razón capaz de interrogarse sobre si misma: una forma de vivirse que llamamos
subjetividad.

           La genialidad de Freud le permitió adelantarse casi un siglo al proponer sus
hipótesis fundamentales para caracterizar esas propiedades, y a la vez, un método para su
investigación. Inconsciente, Repetición, Pulsión, Transferencia. Hipótesis y conceptos que
fueron siendo alumbrados a la par de una técnica que Freud siembre subordinó explícitamente
tanto a los hallazgos clínicos como a las condiciones y estilo personal del practicante.

       La improbabilidad de la persistencia indefinida en el tiempo del Psicoanálisis, tal como
él mismo lo concibió, no pasó desapercibida a Freud. En sus últimos años escribía que
probablemente el futuro asignaría al Psicoanálisis un papel más importante como
procedimiento de investigación del Inconsciente que como medio terapéutico.

        El paso del tiempo, no obstante, no ha restado interés a las posibilidades terapéuticas
del psicoanálisis; antes bien, éste se ha mostrado, aunque de forma muy polémica, como uno
de los pocos puntos de partida teóricos sólidos e imprescindibles, para comprender algo de lo
psíquico.

        Así, hoy día, en el umbral del tercer milenio de nuestra era, y tras un siglo de increíble
desarrollo tecnológico, que el venerable Psicoanálisis freudiano, con escasas modificaciones
en lo esencial, siga interrogando a la clínica, podría producir asombro. Sobre todo, teniendo en
cuenta que su modo epistemológico de situarse, no lo coloca precisamente en misma línea que
ha conducido a las proezas tecnológicas.

        A pesar de que sigue estando vigente la observación de T. Kuhn de que las ciencias
“psi” no forman un verdadero paradigma científico, ya que no hay acuerdo general ni sobre el
método ni sobre el objeto de sus estudios, se perciben interesantes movimientos en este
terreno. Repasemos algunas.

         Las ciencias de la conducta, con su metodología experimental, que durante la primera
mitad del siglo habían aspirado a sacar finalmente lo psíquico de cierto “oscurantismo pre-
científico”, han ido encontrando sus límites a la hora de generalizar sus hallazgos más allá de
laberintos y fenómenos etológicos demasiado simples, que no pueden pretender explicar la
complejidad de lo humano. Hemos asistido, desde el Simposio de Hixon, a una reorientación
teórica general hacia planteamientos “cognitivos” que incorporan a su repertorio teórico la
noción de “representación”, como novedad necesaria para progresar. Convengamos en que,
independientemente de las metáforas teóricas que ocupen el lugar de la antigua “caja negra”,
ya sean modelos “cibernéticos”, psicolingüísticos o neurofisiológicos, en la medida en que
acepten cualquier tipo de referencia a la noción de “representación psíquica”, se encuentran en
un territorio en que la interlocución con el Psicoánalisis se torna plausible, incluso inevitable.

            Así, inesperadamente, el final del siglo propone el fin de la imposible discusión
freudiana entre el elefante y la ballena. Los habitantes del mundo “psi” confluimos, con H.
Gardner en su excelente revisión de las “ciencias cognitivas”, hacia la “representación”.
Perfecto. Los psicoanalistas, de ese concepto, podemos hablar. Para encontrarlo no tenemos
más que ir a buscarlo a… ¡hace casi cien años! ¡La novedad cognitiva es, poco más o menos,
la vieja vorstellung de la teorización Freudiana!

        Entretanto el Psicoanálisis, haciendo profesión de su doctrina, de su método técnico de
intervención, y de su precisa articulación de lo subjetivo como su espacio de investigación, ha
ido realizando su particular travesía del desierto. En cuanto ha salido de su terreno propio, ha
debido defenderse de las críticas metodológicas de casi todo el mundo, en medio del prestigio,
a la vez justificado y sobrevalorado, del método científico.

            Ha debido defenderse entonces de la crítica de “a-cientificismo”, de rehusar todo
procedimiento de validación de sus hipótesis, de reducirse a un universo autorreferencial, de
basar sus evidencias en la exégesis de la autoridad -cuestionada fuera de sus círculos propios-
de media docena de autores, de ser “una teoría sin hechos”. La defensa de estas y otras
críticas ha sido, en muchos casos gallarda y, en contadas ocasiones, hasta eficaz en medios
científicos, clínicos, hospitalarios, filosóficos. Y esto en medio de intensas y penosas batallas
internas que no han contribuido a sostener nuestra credibilidad y peso en los foros generales
de debate intelectual e investigación. De ello también han hecho argumento nuestros
detractores: “son pocos y mal avenidos”.

           En España, en particular, el Psicoanálisis es tratado de manera ambivalente en los
medios de comunicación, vituperado encarnizadamente en la Universidad, y está virtualmente
excluido por la sanidad pública como posible práctica sanitaria regular. Ha logrado mantener
viva la llama del Inconsciente en sus institutos, grupos, escuelas, en condiciones de cierta
marginalidad, con una práctica muy basada en la transmisión y en la enseñanza. Ha realizado
una apreciable labor clínica, la mayor parte de las veces, con analizantes que frecuentemente
llegaron al psicoanálisis tras haber realizado un largo y a veces penoso periplo por las
tecnologías sanitarias.

          En nuestra particular travesía del desierto, por más que haya sido poco atendida por
fuera de nuestro ámbito clínico propio, no habrá sido inútil la labor de mantener la diferencia
entre “exactitud científica” y “verdad subjetiva”, la importancia de dar a los sujetos la
responsabilidad sobre sus deseos, que les ayudamos a descubrir.

          Y al margen de su escasa repercusión social, el hecho indiscutible de que la Ciencia
haya encontrado en su propio campo sus límites propios (“Principio de Incertidumbre” de
Heiselberg), haya construido sus mitos particulares (Teoría del “Big Bang”), o haya terminado
debatiendo si “Dios juega o no a los dados” (Einstein y Heiselberg), ni ha disminuido sus
méritos y sus logros, ni ha evitado que se haya convertido en uno de los sustitutos de la
Religión para el sujeto moderno.

         Así se nos presentan las cosas a las puertas del siglo XXI. Y sin embargo, hay
razones para pensar que el psicoanálisis, paradójicamente, está en inmejorable situación para
reemprender confiadamente su extensión.
En primer lugar, porque se atisba el final de los tiempos del prestigio acrítico e
ilimitado de la tecnología. El pensamiento postmoderno, un síntoma entre otros en la filosofía,
anuncia el quebranto de la confianza religiosa de los sujetos en la Ciencia y en el Progreso. Ya
se habla del “Final de la Ciencia” (J. Horgan). La fe en el desarrollo futuro de la
psicofarmacología comienza a mostrar el límite de sus posibilidades, se pongan como se
pongan las fantásticas campañas de promoción de felicidad química. Los pacientes
psiquiátricos hace ya rato que empiezan a saber, y no faltan grupos de autoayuda de pacientes
psicóticos (tal como lo dijo H. J. Klaussen, Presidente de la Asociación “Psychiatrie-Erfahrene”
en el Congreso WAPR de Hamburgo) que reclaman como novedad lo que el Psicoanálisis
entendió como punto de partida en su aproximación a la psicosis: que se les permita y se les
ayude a hacer su viaje subjetivo a través de la psicosis con un uso prudente y limitado del
psicofármaco.

          Los médicos de atención primaria, destinatarios primeros de la demanda sanitaria,
saben que un importantísimo porcentaje de ella (en todo caso más del 50%) se debe a razones
puramente psíquicas, o físicas y psíquicas asociadas (Goldberg y Huxley). Ya no se extrañan
de demandas como la petición del uso profiláctico de “Prozac” ante el previsible duelo por la
pérdida de una persona allegada. Los procedimientos sanitarios están reevaluándose, y tras
años de perseguir la “objetividad” como santo grial de la verdad, los especialistas -por ejemplo,
Costa Silva, experto de la OMS- han concluido por comprender que es en la subjetividad de
cada individuo donde reside la clave de su síntoma. La consecuente decisión de adoptar
variables subjetivas en el constructo WHO-QOL (que mide la “calidad de vida”, constructo
fundamental para medir la eficiencia de los procedimientos farmacológicos y sanitarios), ha
deslizado a los científicos gestores de lo sanitario en una nueva era, y una nueva perplejidad:
¿como se trabaja objetivamente con lo subjetivo?.

           Por otra parte, la extensión de las fronteras de lo tecnológicamente posible, convoca
a un examen general de conciencia y florecen los comités de bioética. Cada día encontramos,
en prensa, en televisión, ejemplos paradigmáticos de ese retorno, y detectamos una
perplejidad social que merecería ser interpretada. Veamos algunos ejemplos frecuentes.

          Diario “El País”, algún día de octubre: un hombre reclama judicialmente a la madre
de su hijo biológico el derecho a ejercer la paternidad. El hijo había sido concebido por ella
mediante técnicas de reproducción asistida, sin el conocimiento ni el consentimiento paterno.
La Ciencia (el genetista) hace su trabajo, y resuelve lo que consideran su problema con la
prueba del DNA. Pero los juristas se rascan la cabeza, y el público se asombra. ¿Cabe mejor
ejemplo de la dimensión simbólica de la función paterna y de la incapacidad estructural de la
Ciencia para responder a sus atolladeros?

          Las compañías tabacaleras norteamericanas han llegado a un acuerdo con los
gobiernos de los estados para pagar una fabulosa indemnización social. Ha habido pleitos por
denuncias de fumadores que, avalados por estudios científicos, reclamaban compensación por
las enfermedades derivadas de su consumo de tabaco durante muchos años, y las compañías
los han perdido. En este complejo asunto, el acuerdo de las compañías tabacaleras sugiere
que no se creen capaces de poder demostrar que la gente que fuma lo hace bajo su
responsabilidad. Se trata de una cuestión espinosa: ¿puede el sujeto moderno decidir si fuma o
no? Al parecer, los jueces, asesorados por la Ciencia, opinan que no. Si el sujeto moderno
fuma, ¿la responsabilidad es del proveedor? Lo mismo sucede con las drogas ilegales. Hasta
hace poco, sancionaban al proveedor y disculpaban al consumidor, al considerarlo un enfermo
irresponsable. ¿Como será la relación entre el goce y la responsabilidad del sujeto del siglo
XXI?

          A medida que la prolongación de la vida que ha favorecido la Ciencia proporciona
cada vez más años de vida, la calidad de ésta en los últimos años empeora y aumenta la
prevalencia de las discapacidades, según datos de la OMS. De pronto, en los noticiarios, en los
juzgados, aparece el siniestro Doctor Kevorkian como nuevo retorno de la subjetividad
moderna, como nuevo emergente de la falta estructural de respuesta de la Ciencia ante la
muerte. ¿Hasta donde vale la pena vivir? ¿Quien esta autorizado a responder esa pregunta?
¿Donde se puede hacer la gente esa pregunta?

            La probada eficacia de los nuevos antidepresivos IRS no solo no han conseguido
reducir la incidencia del síndrome depresivo, sino que por el contrario, y paradójicamente, ésta
ha aumentado espectacularmente, al igual que las tasas de suicidio, en especial de los
jóvenes. (Datos de la OMS comunicados en el “Congreso de Salud Mental y Atención Primaria”
de Reus por M. Zafiropoulos)

           Ya la Psiquiatría (Norman Sartorious, experto de la OMS) considera necesario
empezar a explicar que la felicidad no es un asunto psiquiátrico. Seguramente sabe a la que se
refiere. Es algo más que una denegación. En cuanto al hipotético “mundo feliz” futuro, por si
quedara alguna duda, vaya la opinión de Lee Silver, eminente biólogo molecular de que
“nuestro futuro será mucho peor que el ‘mundo feliz’ de Huxley”.

           Es el retorno de la subjetividad. Es el sujeto, arrullado por la ilusión de la Ciencia, en
la promesa científica de “lo que no sane hoy, ya sanará mañana” que despierta al fin de la
ilusión moderna. Es el permanente reencuentro con el síntoma, que a falta de una escucha
adecuada, retorna de la promesa mediática de felicidad, masivamente amalgamado e
indistinguible del malestar ontológico, del inevitable dolor de existir.

          Esa irreductibilidad de lo subjetivo perdurará. Las conquistas tecnológicas, de
momento también. El sujeto del futuro deberá encontrar la manera de situarse ante el mundo
tecnológico, ante el uso racional del psicofármaco, ante la biotecnologia, sin perder su
dimensión de responsabilidad, su valor de Ser historizable y biográfico, aquello sin lo cual la
vida carecerá del valor de ser vivida. El sujeto futuro lo hará de una manera u otra.

            Parafraseando a Lacan, lo que no es seguro es que el Psicoanálisis -o sea, los
psicoanalistas-, sea capaz de sostener un dispositivo donde sea posible su escucha. Los
frentes son muchos. El debate con la Ciencia es posible. A la luz de algunas tímidas
investigaciones desde nuestras posiciones, el debate con los gestores de la salud mental
también. El campo institucional esta poblado de una nutrida red de profesionales formados y
sensibles, total o parcialmente, a los principios psicoanalíticos. Se abren espacios de
confluencia bajo significantes distintos -psicoterapia es el más común-, que beben de nuestras
fuentes.

           Y sin embargo seguimos detectando dificultades para la extensión. Resistencias de
lo social, decimos. Sin duda, el Inconsciente produce y producirá resistencia. Pero la
resistencia, la verdadera resistencia, según la enseñanza de Lacan, ¿no era la del analista?
¿No será conveniente interrogarse por la posibilidad y la modalidad de la resistencia de los
propios analistas?

           E. Laurent propuso un cambio de perspectiva del analista actual sobre el de hace un
par de generaciones. Es el viraje de lo que denominó “psicoanalista agujero” hacia un cierto
“psicoanalista ciudadano”.

           Creo que tiene razón. El psicoanalista de mañana necesitará ser un profesional
abierto, informado de los acontecimientos científicos, epidemiológicos, sociológicos, de los
fenómenos institucionales. Un “mas uno”, entre sus pares más que una permanente excepción.
Un profesional dispuesto a reflexionar sobre la diferencia entre lo permanente de lo estructural
y lo mudable de los settings clínicos. Abierto a la evaluación clínica de los procedimientos, en
función de sus indicaciones y de sus resultados, tal y como anticipaba Lacan en su propuesta
del campo de investigación que denominó Psicoanálisis Aplicado.

           En el caso del psicoanalista con practica institucional, un analista dispuesto a
reconsiderar los encuadres, los recursos técnicos. ¿Por que no grupos? ¿Por que no
intervenciones breves? Me adhiero a la opinión de M. Manonni cuando manifiesta, aludiendo a
los problemas de extensión de algunas instituciones norteamericanas, que no lamentaría
mucho la extinción de un Instituto Psicoanalítico si tan solo se preocupa de “reproducir
analistas”, y es incapaz de dar respuestas a los problemas clínicos acuciantes de hoy.
Respuestas que deberán ser tan viables y tan razonablemente apropiadas y eficientes como
las que se propongan desde otras orientaciones teóricas. Habrá que ver que pasa con las
formas actuales del malestar, constituido muchas veces sobre un tipo de sujeto que, como
propone M. Bassols, “no cree en el síntoma”. Ello implica probablemente no tanto la revisión de
los postulados teóricos, sino un re-examen de los encuadres técnicos. Por que no, un proceso
de investigación clínica seriado, de revisión de las respuestas técnicas y de sus resultados.
Desde las patologías mas leves a las más graves, incluyendo lo que son ya los retos de hoy
mismo: el debate sobre el abordaje integral de la psicosis, o de los niños maltratados e
institucionalizados, o los trastornos de personalidad, o las adicciones. Y ello incluye, además,
proponer las respuestas en un lenguaje inteligible, y con una dotación institucional adecuada,
para las personas que administran los recursos económicos y sociales necesarios para
ponerlas en práctica.

           La forma del futuro de la subjetividad es en buena medida una incógnita. Pero
podemos estar seguros que el Psicoanálisis, si juega adecuadamente sus bazas, si superando
el apego a la repetición de los esquemas ya conocidos, es capaz de seguir abierto a los nuevos
eventos, leyendo e interpretando al sujeto en sus mutaciones y transformaciones, esta llamado
a seguir ofreciendo al mundo la mejor y mas ética de las maneras posibles de tratar el malestar
subjetivo.

Ricardo Guinea.
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