La interlocución en el origen de los libros de caballerías: las Sergas de Esplandián

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CRITICÓN, 81-82, 2001, pp. 301-316.

                              La interlocución
                 en el origen de los libros de caballerías:
                         las Sergas de Esplandián

                                           Carlos Sainz de la Maza
                                         Universidad Complutense de Madrid

             Conviene, para mejor centrar el objeto de nuestra investigación, hacerla preceder de
         un par de precisiones terminológicas. Así, defino en primer lugar la interlocución
         literaria como una conversación entre dos o más personajes, representada o aludida en
         el texto; excluyo, pues, como objeto de estudio los soliloquios, arengas de recepción
         pasiva y cartas1. En segundo lugar, limito la categoría de los «libros de caballerías» a
         aquellos que J. I. Ferreras agrupaba en 1986 bajo el rótulo de «materia castellana», esto
         es, el conjunto de narraciones caballerescas extensas que toma como su principal
         referencia el Amadís de Gaula con las Sergas de Esplandián impresos casi con seguridad
         en los últimos años del siglo xv2. Excluyo, así, tanto las «narraciones caballerescas

             1
                Al definir la interlocución literaria presupongo la distinción entre géneros discursivos primarios y
         secundarios establecida por M. Bajtin, «El problema de los géneros discursivos», en Estética de la creación
         verbal, Madrid, Siglo XXI, 1982, pp. 248-293. La interlocución conversacional, como género primario, se
         estiliza en el discurso literario, modalizándose de acuerdo con las constricciones que, en nuestro caso, rigen
         los relatos caballerescos y, en concreto, con la pauta modificada que de los mismos ofrece las Sergas. Acepto
         como "interlocución" aquellas arengas y discursos que generan algún tipo de réplica en el auditorio, a pesar
         de la asimetría de roles que, en el planteamiento de W. Mignolo, «Diálogo y conversación», en Diálogos
         hispánicos de Amsterdam, 6: La semiótica del diálogo, éd. H. Havertake, Amsterdam, Rodopi, 1987, pp. 3-
         26, llevaría a descartarlos.
             2 Vid. J. I. Ferreras, «La materia castellana en los libros de caballerías (hacia una nueva clasificación)», en
         Philologica Hispaniensia in Honorem M. Alvar, III: Literatura, Madrid, Gredos, 1986, pp. 121-141. El autor
         considera a Esplandián, «caballero cristiano-heroico», como modelo fundacional del género. Sobre la
         datación de ambas obras, vid. la conclusión de R. Ramos, «Para la fecha del Amadís de Gaula: "Esta sancta

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             breves» como los más extensos Merlines, Demandas o Tristanes igualmente rescatados
             por la imprenta para los lectores de comienzos del siglo xvi3.
                  Quienes nos interesamos por el género estamos de acuerdo en que los libros de
             caballerías despliegan ante sus lectores, entre otras cosas, una representación de vida
             social caballeresca y cortesana que oficia a la vez de espejo y de modelo para aquellos.
             En tal representación las conversaciones juegan un papel destacado, al que se refieren
             ocasionalmente los paratextos que con frecuencia encarecen el valor de cánones de bien
             vivir de las obras que presentan. Así, por ejemplo, para el humanista Alonso de Proaza,
             corrector de las Sergas, «Aquí se demuestran, la pluma en la mano, / los grandes
             primores del alto dezir, / [...] / la cumbre del nuestro vulgar castellano»; y Francisco
             Delicado, al editar el Primaleón veneciano de 1534, sugiere que los lectores «deprenden
             [...] la gentil conversación y el moderamiento de la yra»; o, de nuevo en verso, el
             notario Miguel Jerónimo Oliver, que prologa en 1540 el Valertan de Hungría, asegura:
             «veréys sus hablares corteses, humanos, / las conversaciones de dulce pericia». Y así por
             el estilo4.
                  El Amadís y las Sergas impresos son obra, recordémoslo brevemente, de Garci
             Rodríguez de Montalvo, un regidor medinés ligado al partido favorable a los Reyes
             Católicos durante los más que agitados años que enmarcan la sucesión de Enrique IV de
             Castilla. Montalvo refunde un Amadís anterior en tres libros, obra caballeresca de gran
             éxito en la Castilla de los siglos xiv y xv, redistribuyendo su materia en los cuatro
             libros de su Amadís y en las Sergas. Si bien la mano del refundidor se deja notar de
             forma creciente desde mediado el libro III del Amadís, las Sergas, especialmente en sus
             dos tercios últimos, representan la aportación más personal de Montalvo al ciclo; desde
             luego, será en Esplandián y no en su padre Amadís donde la saga del linaje de Gaula

             guerra que contra los infieles començada tienen"», Boletín de la RAE, 74, 1994, pp. 518-521; idem, «La
             transmisión textual del Amadís de Gaula», en Actes del VII Congrès de la AHLM, Castellón de la Plana,
             Universitat Jaume I, 1999, III, p. 210. Citaré el Amadís por la ed. de J. M. Cacho Blecua, Madrid, Cátedra,
             1987-1988, 2 vols., y las Sergas por mi propia éd., Madrid, Castalia, en prensa.
                 3 Vid., para las primeras, Historias caballerescas del siglo xvi, ed. N. Baranda, Madrid, Turner-Fundación
             A. de Castro, 1995, 2 vols.; para el Baladro del sabio Merlin y la Demanda del Santo Grial, impresos ya en
             Burgos, 1498, P. Gracia, «El ciclo de la Post-Vulgata artúrica y sus versiones hispánicas», Voz y letra, 7/1,
             1996, pp. 5-15, esp. pp. 13-15; y sobre el Tristón de Leonís de Valladolid, 1501, la ed. de M. L. Cuesta,
             Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1999. No son ficción en el sentir de la época, aunque
             participan en buena medida del mismo modelo narrativo y también acaban impresas por las mismas fechas,
             las que el prólogo del Amadís cita como «antiguas historias de los griegos y troyanos» (p. 219) o las «de
             aquel señalado duque Godofré de Bullón» (p. 222); esto es, respectivamente, la Crónica troyana (ca. 1500) y
             La gran conquista de Ultramar (1503). Sí es ficticia, y su impostura la rechazaba ya F. Pérez de Guzmán, la
             Crónica sarracina, repetidamente impresa en el siglo xvi (vid. ahora la ed. de J. D. Fogelquist, Madrid,
             Castalia, 2001). Todas estas obras, sin embargo, pueden agruparse, por el universo de acción y valores
             ofrecidos al lector, en el ámbito de una materia caballeresca que sirve de marco de referencia al estamento
             guerrero bajomedieval y del primer Renacimiento.
                 4
                   Cf. Proaza, en las coplas que cierran las Sergas; Primaleón, Bibl. Nac. de Madrid, R-12.100; Valerián,
             idem, R-4372. Incluso el anticuado Cifar (1512) intentan venderlo los Cromberger subrayando en el prólogo,
             entre otros beneficios para los lectores, los «donayres» y «cosas agudas» de los personajes; vid. J. M. Cacho
             Blecua, «El género del Cifar (Cromberger, 1512)», en La invención de la novela, ed. J. Canavaggio, Madrid,
             Casa de Velázquez, 1999, pp. 98-100.

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LAS SERGAS        DE ESPLAND         I ÁN                              303

         halle su cima heroica. No en balde, la obra parece haberse publicado como libro
         independiente desde un principio5.
             El autor nos hace saber desde el prólogo general que precede al Amadís que pretende
         dignificar el género de la ficción caballeresca (que llama «estoria fingida»), un género
         esencial para la autodefinición de su propio grupo social pero calificado de mentiroso y
         criticado como tal en el siglo xv desde los campos historiográfico y didáctico-moral6.
         Tal intento culmina en las Sergas con la conversión de la anárquica caballería andante
         bretona al nuevo modelo, prudente y disciplinado, de la caballería política y religiosa,
         cruzada, que la época requiere7. Y, como se nos informa en el citado prólogo general, el
         resultado final se basa en dos líneas de actuación refundidora: la adecuación del
         lenguaje, buscando las palabras «de más polido y elegante estilo tocantes a la caballería
         y actos della» (p. 225), y la inclusión «de tales enxemplos y doctrinas, que [...] assí los
         cavalleros mancebos como los más ancianos hallen en ellos lo que a cada uno conviene»
         {ibid.). Ambas, como veremos, inciden muy directamente sobre la interlocución
         representada en el texto.
             A este respecto, hay que recordar que el Amadís con las Sergas sigue siendo, ante
         todo, un relato en la estela del roman caballeresco cíclico tal como éste pervive en la
         Península a finales del siglo xv, esto es: ligado a la prosa, fundiendo las tradiciones
         bretonas artúrica y tristaniana e incorporando elementos procedentes de la narrativa
         reflejando la confluencia de estas con la prosa surgida de la renovada sensibilidad
         sentimental8. En esta línea, que culmina con los cuatro libros del propio Amadís y con
         el Tristan impreso en 15019, los usos y funciones del diálogo de personajes se hallaban
         bien definidos. Así por ejemplo:
             — El progreso continuo de la narración, ligado a la velocidad de la acción, se apoya
             de modo simbiótico en las muy frecuentes, y a veces prolongadas, escenas
             dialogadas, fuentes de esa materialidad y dramatismo propios de casi todo el arte

             5 A pesar de la indudable unidad de concepción de Amadís y Sergas, hoy reconocida por la crítica, no nos
         consta ninguna edición del ciclo en su conjunto. Es más, la cadena de referencias a las Sergas intercalada en
         los últimos libros del Amadís apunta, en apariencia, a un proyecto de edición por separado que realzaría el
         valor clave de la obra en el plan de Montalvo.
             6 Los reproches venían ya, al menos, de finales del siglo xiv; cf. P. López de Ayala: «Plógome otrosí oír
         muchas vegadas / libros de deuaneos, de mentiras prouadas, / Amadís e Lançalote, e burlas es[c]antadas, / en
         que perdí mi tienpo muchas malas jornadas» (Rimado de palacio, ed. G. Orduna, Madrid, Castalia, 1987, p.
         150; copla 163).
             7
               Estudia la génesis de ese nuevo modelo pre-renacentista, cristianización de la caballería romana, J. D.
         Rodríguez Velasco, E! debate sobre la caballería en el siglo xv, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1996.
         Cf. también M. Keen, La caballería, Barcelona, Ariel, 1986, pp. 150 y 309.
             8 Vid. H. L. Sharrer, «La fusión de las novelas artúrica y sentimental a fines de la Edad Media», El
         Crotalón, 1, 1984, pp. 154-157; A. Bognolo, La finztone rinnovata. Meraviglioso, corte e avventura nel
         romanzo cavalleresco del primo Cinquecento spagnolo, Pisa, ETS, 1997, p. 131; V. Blay Manzanera, «La
         convergencia de lo caballeresco y lo sentimental en los siglos xv y xvi», en Literatura de caballerías y
         orígenes de la novela, ed. R. Beltrán, Valencia, Universitat, 1998, pp. 267-273.
             9 Esbozan la transformación del Amadís J. B. Avalle-Arce, Amadís: el primitivo y el de Montalvo,
         México, FCE, 1990, y, con ciertas diferencias, F. Gómez Redondo, Historia de la prosa medieval castellana,
         11: El desarrollo de los géneros. La ficción caballeresca y el orden religioso, pp. 1540-1577; vid., sobre el
         Tristan, ed. cit., introd., pp. xix-xxvn.

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                 medieval10. El número de circunstantes, a veces numeroso, se reduce en la práctica a
                 dos o, a lo sumo, tres interlocutores efectivos.
                 — La interlocución representada en discurso directo puede estar salpicada de breves
                 transiciones al discurso indirecto como recurso rítmico y de abbreviatio; por otra
                 parte, el contexto gestual y emocional de la conversación se halla mínimamente
                 desarrollado: basta y sobra casi siempre con un escueto «dixo él/ ella/ etc.»,
                 complementado de vez en cuando por términos no menos lacónicos, como «riendo»
                 o «sañudo».
                 — La fluidez resultante se matiza por la variación de ritmos prosísticos que impone
                 el tratamiento de los distntos motivos temáticos: la grave elevación del lenguaje del
                 ritual caballeresco o sentimental alterna, muchas veces dentro de una misma escena
                 dialogada, con intervenciones escuetas, puramente funcionales. Para Gili y Gaya, el
                 equilibrio de tales ritmos conversacionales «ampuloso» y «recortado» logra
                 precisamente en el Amadís una armonía que prefigura el que será uno de los méritos
                 mayores del Quijote11.
                 — Por último, y por supuesto, los diálogos de la prosa caballeresca se presentan
                 temáticamente como un muestrario de courtoisie^1 en su faceta de buen decir tanto
                 público (en combates o reuniones cortesanas) como privado (conversación galante).
                 Montalvo, que conoce bien las citadas tradiciones narrativas, ha leído además otras
             obras —no muchas— de géneros más serios, de moda en su época entre los
             caballeros13. De ellas debió de extraer también algunas pautas conversacionales que
             tienen una presencia consistente en los libros IV y V de su obra. Podemos destacar dos
             de tales pautas. En primer lugar, el impulso oratorio que, sin salirse «de la sustancia del
             fecho», servía en las crónicas del siglo xv para amplificar los parlamentos de los
             personajes con un doble efecto emocional y didáctico-ejemplar; impulso que arrancaba,
             en última instancia, del Tito Livio romanzado por el Canciller Ayala como nuevo

                  10
                     M* C. Bobes Naves, El diálogo, Madrid, Gredos, 1992, p. 270, las relaciona también con el hábito de
              la lectura en alta voz, donde el diálogo interviene como elemento dinámico. Para P. Zumthor, «los autores de
              roman [...] más que decir los acontecimientos, los ponen en escena. En sus textos se forma así un tipo de
              relato que triunfará [...] hasta principios del siglo XX» (La medida del mundo, Madrid, Cátedra, 1994, pp.
              363-364).
                  11
                     S. Gili y Gaya, Amadís de Gaula. Cátedra «Milà y Fontanals». Lección profesada el día 18 de febrero
              de 1956, Barcelona, Universidad, 1956, pp. 9-12.
                  12
                      Cf. C. Roussel, «Le legs de la Rose: modèles et préceptes de la sociabilité médiévale», en Pour une
              histoire des traités de savoir-vivre en Europe, éd. A. Montandon, Clermont-Ferrand, Faculté des Lettres et
              Sciences Humaines, 1994, pp. 1-90, esp. 53-54 y 73-74. La courtoisie, que incluye entre sus valores positivos
              la conversación agradable y brillante, se apoya parcialmente, para su difusión como código bajomedieval de
              conducta, en la literatura; y si en los tratados se toma como modelo a personajes épicos o novelescos, las
              obras literarias incluyen «castigos» sobre el tema —recuérdese el Zifar— o situaciones que ejemplifican
              tácitamente las enseñanzas de los tratadistas.
                  13
                      Su cultura no pasa de ser la esperable en un regidor castellano sin especiales inquietudes intelectuales.
              Amén de la Biblia, algún que otro libro devoto y las Partidas, sus lecturas serias no deben de haber ido
              mucho más allá de las obras romanzadas historiográficas (Salustio, Tito Livio, Valerio Máximo, la Gran
              conquista, la Crónica troyana) o de moral laica (las Caídas de príncipes de Boccaccio, el Laberinto de Mena)
              que cita o refleja en su refundición, que, por otra parte, parece haber sido el único escrito salido de su mano.

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LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN                                                305

         modelo de caballería14. A Tito Livio y a Salustio se refiere precisamente el prólogo
         general del Amadís como paradigmas historiográficos, y las reuniones de caballeros
         armados del libro IV y las Sergas proporcionan las ocasiones para comprobar las
         posibilidades de los nuevos modos interlocutorios15.
             En segundo lugar, el refundidor busca también asimilar el vuelo retórico y
         latinizante, al servicio de una materia declaradamente ejemplar, de la prosa de las
         Caídas de príncipes de Boccaccio, obra a la que Montalvo se refiere en el prólogo del
         libro IV, consagrado al preanuncio entusiasta de Esplandián y sus Sergas. De Boccaccio
         toma también el medinés elementos para la solemne dramatización de sí mismo que
         incluye en los caps, xcvm y xcix de aquellas16.
             Montalvo elabora las Sergas a partir de esas bases como el producto más personal
         de su empeño literario. J. M. Cacho Blecua, en su edición del Amadís, ya señalaba que,
         desde los libros III y, especialmente, IV, la amplificatio narrativa derivaba en
         amplificatio verborum, con la consiguiente tendencia a la expansión del texto
         dialogado17. En las Sergas, éste se distribuye, en principio, según el canon de situaciones
         interlocutivas consagrado en el género y en relación con las dos isotopías
         fundamentales, bélica y amorosa, que lo rigen. Así:
             — Los caballeros enemigos se hablan cortés o duramente antes, durante y después
             de los combates, ámbito al que se asocian también las arengas y carteles de desafío,
             que pueden ser fuente de interlocución18. La situación, por otra parte, se puede
             parodiar, como en el enfrentamiento entre las magas Urganda y Melía del cap. ex, o
             en las palabras que intercambian Calafia y Amadís durante su justa del CLXVI1?.
             — En la vida no combatiente, la conversación se revela, naturalmente, esencial en un
             género caracterizado por el desplazamiento continuo de los personajes. Así, abundan
              14
                  Vid. J. D. Fogelquist, El «Amadís» y la historia fingida, Madrid, Porrúa Turanzas, 1982, pp. 22-24.
          La cita es de F. del Pulgar; cf. Letra XXXIII: «Tito Livio e a los otros estoriadores antiguos, que hermosean
          mucho sus corónicas con los razonamientos que en ellas leemos, enbueltos en mucha e buena doctrina»
          {Letras, ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1923, p. 142). Montalvo pudo haber leído los
          Claros varones de Pulgar, impresos en 1486.
              15
                  Hay que señalar una diferencia entre las conversaciones de IV y Sergas, por más que en ambos casos el
          problema de fondo sea el de la «guerra justa»: si en la ínsula Firme se discuten ante todo cuestiones de honor
          caballeresco en el marco de un conflicto civil entre cristianos, en las Sergas la discusión se centra en torno a la
          estrategia de la guerrilla llevada por la hueste de Esplandián a territorio persa.
              16
                  La relación temática con el Boccaccio didáctico-moral la ha estudiado E. J. Sales, «Sobre la influencia
          de las Caídas de príncipes en el Amadís de Gaula y las Sergas de Esplandián», en Actas del IV Congreso de la
          AHLM, Lisboa, Cosmos, 1993, II, pp. 333-338; idem, «Visión literaria y sueño nacional en Las sergas de
          Esplandián», en Medioevo y literatura. Actas del V Congreso de la AHLM, Granada, Universidad, 1995, p.
          275.
              17
                  Cf. Amadís de Gaula, introd., p. 195.
              18
                  Ejemplos de este tipo de situaciones interlocutorias son el combate entre Maneli y Frandalo (caps.
          XXXIII-XXXIV), la conversación que sigue a la carta de respuesta de los caballeros de Constantinopla al desafío
          del soldán Radiaro (cap. CL), O la que enmarca la arenga de Amadís a sus compañeros cruzados para aceptar
          el reto que les dirigen a él y a su hijo el mismo Radiaro y la amazona Calafia (cap. CLXV).
               !9 No es indiferente que, en ambos casos, la comicidad se asocie a personajes femeninos inquietantemente
          autónomos para un autor que, a lo largo de las Sergas, demuestra su preferencia por la alienación de la voz
          de la mujer en favor del discurso masculino; baste recordar su loa de Carmela en el cap. xvi, el vacuo retrato
          de Isabel la Católica del xcix —que contrasta con los escritos por otros isabelinos—, o la reformulación del
          tipo artúrico de la maga estudiada por A. Bognolo, op. cit.

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
306                               CARLOS SAINZ DE LA MAZA                              Criticón, 81-82,2001

                 los intercambios de información sobre sucesos o sentimientos, que en ocasiones se
                 desarrollan de un modo formalizado como peticiones de ayuda o «don»20,
                 embajadas, convocatorias solemnes como el acto de abdicación de Lisuarte de los
                 caps, LXIII-LXIV y hasta escenas de admonición catequética a cargo del propio
                 Esplandián, quien rompe así con una tradición que solía reservar a los ermitaños la
                 iniciativa en el plano doctrinal21.
                 Ámbito privilegiado de conversación es la corte, Londres/Vindilisora o la ínsula
             Firme en Amadís, Constantinopla en las Sergas, donde, más allá de las escenas sujetas al
             ceremonial del protocolo (audiencias, embajadas, etc.), se subrayan dos facetas
             interlocutorias:
                 — La del «burlar» en la pública conversación de salones y comidas (nada escasas en
                 los libros de caballerías22), donde se bromea o se repasan alegremente los sucesos
                 diarios, sean estos del tipo que sean23.
                — La del amor, en la intimidad de la cámara de las damas (aquí, la de Leonorina24)
                 o del coto-jardín imperial del cap. cxx2^, lugares de galanteo y tercerías.
                 Cabe observar, por último, que la isotopía cortesana no precisa, en realidad, de
             ninguna corte materialmente identificable como tal: surge allí donde los caballeros, con

                  20
                     La arriesgada práctica literaria del «don» desaparece casi de las Sergas, radicalizando una cautela
             apuntada en los más abundantes casos del Amadís, donde la estudia F. Carmona, «Largueza y don en blanco
             en el Amadís de Gaula», en Medioevo y literatura. Actas del V Congreso de la AHLM, Granada,
             Universidad, 1995, pp. 507-521.
                  21
                     En el Amadís, la catequesis se halla aún en manos de un ermitaño al estilo artúrico, Nasciano {cf. IV,
             cap. cxm, pp. 1496 y 1506); en las Sergas, se deja sentir el reformismo de Montalvo, quien, como Martorell
             (¿o Galba?) implica activamente a su héroe en tal actividad {cf. cap. ni). Vid. J. Whitenack, «Conversion to
             Christianity in the Spanish Romance of Chivalry, 1490-1524», Journal of Híspante Philology, XIII, 1988, pp.
             26-28.
                  22
                     Vid. S. Gutiérrez García, «La cultura de la mesa y los libros de caballerías», en Actas del VI Congreso
             de la AHLM, Alcalá de Henares, Universidad, 1997,1, pp. 749 y 752.
                  23
                     «Burla» y consejo son las dos caras de la moneda de la pública (dentro del círculo de confianza del
             gobernante, claro está) conversación cortesana, como muestra de un modo ejemplar la visita de la renovada
             Urganda de Montalvo a Lisuarte en Amadís, II, cap. LX, pp. 851-854, o su parcial geminación
             constantinopolitana de Sergas, caps, CXVII y cxix. El mesurado «burlar» que loaba, entre otros, Hernando de
             Ludueña en su «Doctrinal de gentileza» («buena gracia e buena lengua /al discreto cortesano / hazen la plaza
             segura»; cf. Cancionero castellano del siglo xv, II, ed. R. Foulché-Delbosc, Madrid, Bailly-Baillière, 1915, p.
             722) seguirá siendo, en el siglo siguiente, muy apreciado en la conversación aristocrática, como atestigua su
             importancia temática y estructural en las obras de Castiglione o Luis Milán. Vid. A. Del Río Nogueras, «Del
             caballero medieval al cortesano renacentista. Un itinerario por los libros de caballerías», en Actas del IV
             Congreso de la AHLM, Lisboa, Cosmos, 1993, II, pp. 75-78.
                  24
                      Vid. por ejemplo la conversación entre Leonorina y Carmela, mensajera pública y privada de
             Esplandián, en el cap. xxxix. La propia infanta muestra, en el cap. xxxvn, su conciencia de una
             especialización por sexos de los temas de conversación, al descartar que Carmela le detalle las hazañas de
             Esplandián: «Leonorina le dixo: —Buena amiga, tal razón como essa más conviene para fuertes cavalleros
             que a febles donzellas» ; palabras pronunciadas, por cierto, «[junto] a aquella finiestra que allí está»,
             localización típica para la conversación privada en la narrativa caballeresca.
                  2Í
                     Allí, además de «infinitas bestias [...] de muy lueñes tierras», hay también «hermosos prados y fuentes
             [...] y otras cosas de gran solaz»: propicio locus amcenus por el que deambulan «en mucho solaz [...] los
             cavalleros y las dueñas y donzellas [...] por los verdes prados, tomando rosas y flores [...], teniendo licencia
             de fablar con quienes más les agradavan» (cursiva mía).

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LAS SERGAS         DE ESPLANDIÁN                                           307

         o sin damas, se agrupen alrededor de un personaje de autoridad indiscutida para
         compartir su ocio y, por supuesto, los negocios de gobierno. Ejemplo de ello es
         Lisuarte, recién liberado de su mazmorra en la Montaña Defendida, «burlando y
         riendo» con el puñado de caballeros que lo acompañan, «como aquel que [...] fue el
         más gracioso y más agradable en todas sus cosas a los suyos que nunca príncipe se
         vído» (cap. x). O bien, de modo aún más significativo por lo que tiene de inversión
         ejemplar del tópico26, la cena celebrada por los ensangrentados defensores de
         Constantinopla tras el primer día de asaltos paganos, «hablando el emperador con
         ellos, riendo de lo que avían passado, loando sus grandes cosas, y ellos diziéndole el
         gran plazer que ovieron cómo [...] caían los paganos, las piernas hazia arriba y las
         cabeças abaxo, unos sobre otros; que en medio de su gran afrenta no pudieron escusar
         la risa» (cap. CLVI).
             En este contexto, el buen hablar de los personajes se valora hasta el punto de
         convertirlo en la seña distintiva de la verdadera nobleza (que se identifica con la
         caballería)27. Así se proclama en el libro III del Amadís, al glosar en el cap. LXXIV las
         «graciosas respuestas» del héroe en la corte bizantina:

             esto les fazía creer, ahún más que el su gran esfuerço, ser él hombre de alto lugar, porque el
             esfuerço y valentía muchas vezes acierta en las personas de baxa suerte y gruesso juizio, y
             pocas, la honesta mesura y polida criança, porque esto es devido aquellos que de limpia y
             generosa sangre vienen (pp. 1173-1174).

             La interlocución se convierte en soporte de las razones de «polido y elegante estilo»
         (Prólogo) con las que Montalvo pretende remozar expresivamente el Amadís. Los
         personajes, en manos del refundidor, y a partir más o menos del punto indicado, van a
         demostrar reiteradamente su capacidad para los parlamentos de alto vuelo retórico con
         un despliegue de recursos dramático-oratorios al gusto cultista de la época isabelina que
         ha sido estudiado por Domingo del Campo y Cacho Blecua28.
            De este pico de oro participan también en las Sergas los antagonistas «persas» o
         «turcos» paganos, concebidos idealmente como una caballería especular casi sin otra
         mácula que su fe equivocada. Y también, y es muy significativo, Carmela, la plebeya
         confidente de Esplandián, muy alabada siempre por Montalvo29, cuya dedicación

             26
                  Tal técnica narrativa, que Montalvo pone al servicio de su propósito de reformar el código caballeresco
         literario, cuenta con su ejemplo más conocido en la conversación en que se enmarca el famoso y casi fatal
         desafío de Amadís (disfrazado) a Esplandián del cap. xxvm, donde éste (como Galaz en la Demanda, cap.
         XLill), intenta evitar a base de «seso» una lid innecesaria.
             27
                  La «graciosa eloqüencia» alabada en las Coblas de vicios y virtudes de H. Pérez de Guzmán se
         convierte, en el siglo xv, en rasgo destacado de la etopeya del hombre noble; vid. C. Clavería, «Notas sobre
         la caracterización de la personalidad en Generaciones y semblanzas», Anales de la Universidad de Murcia, X,
         1951-1952, pp. 518-526.
              2
                ^ Vid. F. Domingo del Campo, El lenguaje en el Amadís de Gaula (Tesis), Madrid, Univ. Complutense,
         1984, pp. 479-480; Amadís de Gaula, introd., pp. 192-196. La propuesta retórica y latinizante de Montalvo
         es, sin embargo, distinta de la mucho más precisa y meditada que su contemporáneo Diego de San Pedro
         plasma en su Cárcel de Amor (1492), obra basada también en el discurso de los personajes; vid. K.
         Whinnom, «Diego de San Pedro's Stylistic Reform», Bulletin of Híspame Studies, XXXV11, 1960, pp. 1-15.
              29
                   Vid. el comentario que le dedica en el cap. xvi, ya citado, y las palabras de Urganda en el cap.
         CLXXXIII.

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
308                               CARLOS SAINZ DE LA MAZA                             Criticón, 81-82,2001

             absoluta y sublimada al héroe le permite ser el único personaje capaz de romper los
             usos sociales en la conversación tuteando incluso al mismísimo emperador de
             Constantinopla, dentro de un texto donde el tratamiento de tú o de vos se halla
             codificado con bastante rigor30.
                 Esplandián, por supuesto, sobresale por su elocuencia como digno émulo y
             superador de su padre. No en vano en Amadís, donde, como factor de destinos ajenos,
             apenas habla, lo vemos, en el cap. LXXVIII del libro III, recibir como doncel de la corte
             británica a Grinfesa, una doncella de las ínsulas de Romanía, habiándole nada menos
             que en francés, lengua que representaba, también en la Edad Media, el colmo de la
             elegancia31. Sin embargo, sus energías conversacionales y, en su estela, las del resto de
             los protagonistas, se orientan en las Sergas hacia objetivos muy distintos. Montalvo
             impone aquí un giro ideológico que aparta a la caballería de su egoísta
             autocontemplación aristocrática y galante, y convierte a su héroe en promotor
             irresistible de una nueva caballería cristiana universal y engagée, la misma por la que
             clamaban hipócritamente los contemporáneos de la obra32. El propio Esplandián
             enuncia sus principios en el cap. n, en su primera parrafada extensa del libro:

                    —Mi buen amigo Sargil, si las grandes cosas que mi padre con tanto esfuerço de su muy
                esforçado coraçon, y no menos peligro de su vida, passó fueran empleadas en servicio de
                aquel Señor que tan estremado entre tantos buenos le hizo en este mundo, no pudiera ser
                hombre ninguno igual ni semejante a la su virtud y gran valentía; pero él ha seguido con
                mucha afición más las cosas del mundo perecedero que las que siempre han de durar, y
                comoquiera que en sus afrentas procuró de tomar el derecho y la razón de su parte, en que
                parece que la culpa en gran parte se desculpa, no por tanto dexara de ser mucho mejor que
                aquella ira y saña que contra los de su ley, en gran daño y muerte de muchos dellos, fue con
                tanta voluntad executada, que lo fuera contra los enemigos de su Salvador, el cual no permite
                ni quiere que los malos sean castigados con otras armas sino con aquellas que a los sus
                ministros dexó. En las cuales, aunque muy justas son, se hallan muchas veces grandes tuertos
                y agravios; pues ¿qué será en las que sin passion y grandes crueldades executar no se pueden?
                Que ya puedes considerar la escusa que los reyes y grandes señores, que en lugar de Dios en
                este mundo quedaron, pueden dar teniendo delante los enemigos de la santa fe: ¡no solamente
                dar lugar a que los suyos cruelmente se maten, mas ellos, olvidando su grandeza, su
                honestidad y la justa justicia a que tan tenudos de guardar son, lo haze[r] por sus propias
                mano[s], y recebir en ello tanta gloria como si para dar la cuenta superior faltasse! Assí que
                plega al muy alto Señor que, si yo en algo a mi padre pareciere o le passare de bondad, que

                30
                    El tú se emplea con los inferiores, con los hijos (de modo creciente en IV y Sergas) o en situaciones de
             tensión emocional; vid. F. Domingo del Campo, op. cit., pp. 32-43. Es también un signo caracterizador de los
             paganos, como uso socialmente indiscriminado.
                 31
                    Pp. 1240-1241. Ya hacia 1250, el tratado anglonormando Urban le courtois recomendaba aprender a
             hablar bien, especialmente en francés; vid. C. Roussel, art. cit., p. 22. En todo caso, el conocimiento de
             lenguas extranjeras —rasgo común a Amadís y Esplandián— es uno de los componentes de la courtoisie
             conversacional (ibid., pp. 53-54).
                 32
                    Es elocuente la paralela manipulación propagandística del ideal de cruzada por parte de Carlos VIII de
             Francia y Fernando el Católico en vísperas de la primera guerra de Italia, aprovechando el contexto de
             angustia frente al Turco y de esperanza en la renovación de la Cristiandad propio de las postrimerías del siglo
             xv. Vid. A. Milhou, Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista español, Valladolid,
             Cuadernos Colombinos, 1983, pp. 289-339, passim.

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
LAS SERGAS         DE ESPLAND          I ÁN                                309

              sea más por el camino de salvar mi alma que de honrar al cuerpo, apartando de mí aquello
              con que ofenderle puedo.
                  Sargil le dixo:
                  —Cómo, señor, ¿queréis vos reprovar y contradezir lo que todos siguen, y este estilo con
              que el mundo es governado?
                  —El mal estilo —dixo Esplandián— tanto más es peor y más yerran y pecan los que le
              siguen cuanto más es usado y envegecido; ¿y quieres ver el galardón que los que al mundo
              siguen alcançan? Mira aquel grande y poderoso rey Lisuarte, mi abuelo, cuántos tiempos
              permitió Dios que su gran gloria y gran fama por todo el mundo ensalçada fuese, y esto por le
              dar lugar que oviesse conocimiento cómo dando ocasión que los suyos unos con otros se
              matasen era contra su servicio; y así como en aquellos tiempos el plazer y gloria que los que
              obrando mal reciben él recibió, cuando más seguro y ensalçado estava ovo la pena que
              merecía, perdiendo su honra y su fama, y en el [cabo] su persona, que della no se sabe. E si
              algunos dixeren que la Fortuna suya lo ha fecho, no creas que otra fortuna ay sino el bien que
              de Dios viene, y así no menos el mal que los hombres se acarrean partiéndose de sus
              mandamientos y siguiendo los que les son contrarios. E si a Dios pluguiere que mi desseo se
              cumpla, tú verás que cuanto mis obras serán más diversas que las de los otros, tanto serán
              más dignas de alcançar galardón de Aquel que darlo puede.

              La mutación tiene consecuencias importantes para la interlocución, que
          comentaremos apoyándonos en algunos ejemplos.
              Ante todo, la voz de los personajes se contamina. El discurso literario caballeresco
          es, al igual que en otros géneros de la época, siempre monológico 33 ; sin embargo, en el
          ciclo Amadís-Sergas, la persona didáctica del «Auctor», traspuesto a la ficción a partir
          del momento en que, en el mismo prólogo general, hace suyo el topos del manuscrito
          encontrado y escrito en lengua extraña, salpica el curso de la acción con excursos
          moralizantes de tono admonitorio y no pocas veces catastrofista 34 que trasponen al
          mundo bretón de la aventura una voz obsesionada con los azares de la Fortuna y el
          buen gobierno cristiano. Sus intervenciones, esporádicamente designadas como
          «Consiliaria», «Exclamación», etc., se exhiben deliberadamente como los nudos de
          máxima densidad sintáctica y retórica de ambas obras. Con ello, Montalvo dota a su
          escritura de una dimensión polifónica que se percibe como un tenso diálogo entre los
          discursos literarios caballeresco y político-moral 35 .
              Pues bien, en las Sergas, y en cualquier tipo de circunstancia interlocutoria, dicha
          voz autorial invade la de los personajes y prolonga, venga o no a cuento, su discurso en
          la dirección reiteradamente marcada por sus propias intervenciones didácticas. Tal
          deslizamiento es ya perceptible en las palabras de Esplandián que hemos citado hace
          poco; baste ahora añadir un par de ejemplos más de entre los muchos posibles.

             33
                 «En el siglo xvi, todas las novelas caballerescas, sentimentales, pastoriles o moriscas hablan una propia
          pero casi única lengua: la de su género, matizado más o menos individualmente por el narrador. Se pasa [...]
          a lo que dice el personaje sin que el léxico y la sintaxis lo acusen» (F. Lázaro Carreter, «La prosa del
          Quijote», en A. Egido (éd.), Lecciones cervantinas, Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja,
          [1985], p. 116).
             34
                 El goteo de «enxiemplos y doctrinas» útiles para los caballeros anunciados en el prólogo de Amadís
          junto con la renovación del estilo (p. 225) comienza ya en 1, cap. I, p. 240: «Por donde se da a entender [...]».
          En las Sergas vid. los caps, m , vi, xxvn, L, LXIV, etc.
             35
                 Éste, hijo directo del de Mena o Boccaccio; vid. E. J. Sales, arts. cits. en n. 16.

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
310                            CARLOS SAINZ DE LA MAZA                        Criticón, 81-82,2001

                En el cap. LXXII, Esplandián captura a la infanta pagana Heliaxa, cuya custodia
             confía a su lugarteniente Frandalo. La conversación de éste con la prisionera, a la que
             ya conocía, responde a la pauta del intercambio de cortesías propia del género
             caballeresco:

                     —Mi buen amigo Frandalo, ¿qué ha sido esto; que siendo mi cavallero y servidor te has
                 tornado mi enemigo y me has muerto mis ca valleros? No espera va yo de tan buen hombre
                 como tú eres y tan alto en cavallería tal obra como esta, ante tenía creído que, si todos me
                 faltaran, que tú solo quedaras en mi servicio.
                     —Buena señora —dixo Frandalo—, no tengo por estraña la culpa que me pones, pues
                 entiendo que a tu noticia no an venido las cosas que por mí han passado [i.e., su conversión al
                 cristianismo] después que de tu presencia y corte fue partido. Y cuando manifiestas te fueren,
                 según tu gran discreción y virtud cierto soy que temías por conveniente todo lo que yo he
                 fecho. Pero, comoquiera que sea, si en mi voluntad entera fuesse, agora en esta fortuna
                 contraria miraría con más afición por tu servicio.[...]

                 Frandalo, sin embargo, cierra el coloquio con las siguientes palabras:

                    —Cavalga, señora, en tu palafrén, e irás con nosotros a ver otro más hermoso torneo que
                 aquel que a tus bodas se hizo; y si Dios lo endereça como lo yo pienso, allí verás a qué
                 responderán los loores y favores que de ti recebí siendo en tu grande alteza, y yo, según ella,
                 un pobre cavallero, porque sea enxemplo a los altos príncipes como tú que, cuando Dios los
                 pusiere en sus reales sillas, teniendo a su parecer todo lo restante debaxo de los pies, tengan
                 cuidado de allegar y honrar a los menores, considerando las bueltas de la movible Fortuna,
                 que muy presto con variables cosas se muda, assí como en esto presente se muestra. [Cursiva
                 mía.]

                 En el cap. cxxvn se plantea, de nuevo, una situación interlocutoria típica del género.
             Menoresa, dama de Leonorina, acepta a su enamorado Norandel, joven tío de
             Esplandián, como su campeón en unas justas con que paganos y cristianos entretienen
             el asedio que sufre Constantinopla:

                 Norandel se fue a la reina, su señora, que él mucho amava, y de quien muy amado era [...]. E
                 como se vio amella las carnes le temblavan del gran plazer que en su coracón sentía, y con
                 alguna turbación que lo semejante causar suele le dixo:
                     —Señora, agora lo tengo yo por buena ventura, porque la Fortuna es tan faborable en
                 aver traído esta necessidad donde en vuestra presencia y en vuestro servicio pueda executar lo
                 que mi voluntad dessea; que será de tal forma que gran sinrazón sería que de vos, mi señora,
                 no fuesse amado y tomado por su cavallero con aquel amor que el muy cuitado coracón vos
                 tiene, o recebir en ello la muerte. La cual, si desto que digo la esperança perdida tuviesse, sería
                 de mí muy bien rescebida como aquella que daría remedio a mis dolorosas cuitas, que más
                 amargas y más mortales que ella es las siento.
                     E no pudo sofrir que las lágrimas a sus ojos no viniessen. La reina, que lo mirava, [...]
                 pensó que, según el gran esfuerço deste cavallero junto con aquella passion tan enamorada,
                 que en la primera afrenta que se hallasse querría hazer tanto que su vida sería en gran peligro,
                 de donde a ella se le seguiría gran dolor; y dixo:
                     —Amigo, señor, no quiero yo que por mi causa seáis puesto en tales afrentas que más a
                 locura que a esfuerço se juzguen, porque por donde me pensáis ganar, por allí me perderéis. E

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LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN                                                 311

             si esto es porque vos tome por mi cavallero, desde agora vos recibo con esta condición: que
             vuestro esfuerço sea templado con discreción; que esto haze a los cavalleros ser muy loados,
             acertar en todas las más cosas que emprenden; y cuando de este límite salen, aunque la
             valentía en su honra quede la discreción desonrada y menoscabada queda. Y en esto que os
             mando quiero ver cómo en todo lo otro me seréis obediente. [Cursiva mía.]

             Este proceso transgresor se había insinuado tímidamente, aunque con mayor
         motivación argumentai, en algunos parlamentos relacionados con el secuestro de
         Lisuarte al final del Amadís (IV, cap. cxxxm); pero en las Sergas su intensidad acaba
         cortocircuitando literalmente las voces de los personajes, lo que, a la larga, iba a
         resultar fatal para los declarados propósitos de trascendencia de Montalvo36.
             La cita anterior llama nuestra atención, por otra parte, hacia un segundo rasgo
         rupturista de las Sergas frente a la tradición interlocutoria heredada de Amadís. En éste,
         el amor, y las dificultades para su plena realización, estructuraban la trama. En las
         Sergas, la estrecha simbiosis de las isotopías bélica y amorosa del Amadís se deshace. El
         motor narrativo es ahora la aventura guerrera entendida como misión al servicio de
         Dios; Esplandián, además, está predestinado a su amada, como manifiestan sus marcas
         corporales de nacimiento37. El amor cortesano, con toda su sabrosa retórica
         cuatrocentista, se convierte en un añadido decorativo, por más que siga siendo
         imprescindible dentro del género. Resulta ciertamente un estorbo para la intención
         ejemplar de Montalvo, que habría suscrito sin duda la opinión de Sánchez de Arévalo
         de que «las mugeres en todo tienpo, e más en la guerra, destruyen e amenguan las
         fuerças de los cavalleros, e aun no solamente las fuerças del cuerpo, mas aun les quitan
         la fortaleça e animosidad de los coraçones; ca los amollentan e fazen effeminados e
         mugeriles e por consiguiente flacos e themerosos»38. Pero, como no puede prescindir de
         él, ni denigrarlo como el Arcipreste de Talavera, ya que es siempre muy consciente de
         que se debe a su público, minimiza la presencia del elemento sentimental en el texto39.
         La isotopía amorosa se torna residual a partir del cap. xcvn, una vez que Leonorina y
         Esplandián han conseguido verse. Hasta entonces, sus esporádicas manifestaciones

              36
                  Cf. Amadís, Prólogo, p. 223: «E yo [...] desseando que de mí alguna sombra de memoria quedasse
         [...]»; vid. la n. 16 de J. M. Cacho Blecua. La auto-valoración de Montalvo se precisa en los caps, xcvm-xcix
         de las Sergas. El menosprecio crítico de éstas, basado en gran medida en su planteamiento didáctico, ha
         durado hasta ca. 1990.
              37
                 Sobre estas diferencias, vid. Amadís, III, cap. LXVI, pp. 1004 y 1009; cap. LXXI, pp. 1106-1109.
              38 Vergel de los príncipes, dedicado a Enrique IV, en Prosistas castellanos del siglo XV, ed. M . Penna,
         Madrid, Atlas, 1959, p. 321. Los ejemplos contemporáneos de tal actitud podrían multiplicarse, sin salir del
         ámbito caballeresco, de Pérez de Guzmán al Tirant.
              39
                  Cf. las palabras del narrador anunciándolo: «como de Amadís, su padre, tantas y tales se ayan contado
         en esta tan grande historia [...], con tantos sospiros y tanta abundancia de lágrimas, si agora de nuevo lo
         deste leal enamorado escrevir quisiéssemos, no deleite, antes gran fastidio a los leyentes atraería. Assí que
         dexando las más délias en olvido, como cosa ya superflua y demasiada, irá procediendo la historia en hazeros
         saber cómo los grandes fechos en armas deste cavallero passaron fasta que la Fortuna 1...] le quiso poner el
         remedio» (cap. XLix). El recíproco enamoramiento de oídas de los protagonistas contribuye igualmente a la
         pérdida de peso narrativo del amor cortesano; interesa, sin embargo, recordarlo como ejemplo del valor
         funcional de la conversación en la trama de las Sergas. Vid. los caps, x n (Helisabat y Esplandián) y xxxix
         (Carmela y Leonorina).

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
312                            CARLOS SAINZ DE LA MAZA                        Criticón, 81-82,2001

             pueden ser tan reveladoras de la actitud de Montalvo como en las dos conversaciones
             siguientes:
                 1) En el cap. LXXX, Leonorina, harta de que Esplandián retrase el acudir ante ella
             (como le había encargado Amadís en IV, cap. cxxxm) para seguir acumulando hazaña
             sobre hazaña, juega a la dama cortés y «con fingida saña» lo despide de su servicio. En
             el cap. LXXXVI, Esplandián queda por ello al borde de la desesperación; sin embargo,
             sus dos interlocutores y confidentes, Carmela y (ya en el cap. LXXXVII) el novel Garinto,
             le salvan de convertirse en un segundo Beltenebros:

                [Carmela] llegóse luego a él, diziendo:
                    —Mi señor, ¿qué es esto? ¿Qué nueva vos ha turbado? Cierto creo yo que ninguna pudo
                tanta fuerça tener que vuestro bravo y fuerte coracón en flaqueça pusiesse, si no es de aquella
                contra la cual ninguna fuerça ni valentía puede resistir. Dezídmelo, señor; que quien en la
                primera y dulce esperança vos puso, aquella dará el remedio para la sostener y hazer
                verdadera.
                    Esplandián le dixo:
                    —Mi donzella y mi amiga, leed estas cartas y ellas vos mostrarán la causa de mi
                desventura.
                    La donzella tomó las cartas, y cuando vio la respuesta sañosa de la infanta comencó a reír
                y dixo:
                    —La diferencia que es entre el amor de vosotros y nosotras es muy grande; que los
                hombres, por la mayor parte, aquello que sus coraçones sienten y tienen, sin otra encubierta,
                sin otra maña y cautela en el gesto y en sus hablas lo demuestran, y aun muchas vezes mucho
                más. Lo que nosotras no hazemos; que aunque la voluntad, siguiendo las fatigas que el
                coracón, siente y passa alguna cosa, querría el semblante, lo que la palabra muestra,
                denegarlo. Y esto no lo digo que por engaño se haga, mas por aquella gran diversidad que las
                costumbres del mundo pusieron entre las honras de los unos y de los otros; que aquella gloria
                que los hombres alcançavan en poner sus pensamientos en amar las personas de más alto
                estado siendo a todos manifiesto, aquello se torna en desonra y escuridad de las mugeres, si
                délias fuese publicado. E por esta causa con causa muy justa nos conviene negar lo que
                desseamos. [...]

                    Acabada la donzella su razón, el rey de Dacia dixo:
                    —Mi buen señor, bien vos dize la donzella. Vos venistes por mandado de vuestro padre a
                servir a esta infanta [...] por deuda que le devía por las grandes honras y mercedes que ella le
                hizo; e assí se lo hezistes saber. Embióvos a mandar que la viéssedes, todas cosas dexando[...];
                no lo avéis hecho, escusándovos con desculpas más para cavalleros que conformes a la
                voluntad de donzellas. ¡E tenéis por estraño esto que ha respondido! Bien paresce ser fuera de
                vuestra memoria cuan livianamente los encendidos y verdaderos amores de las mugeres con la
                ausencia son olvidados y trocados; pues ¿qué será de aquellos que aún ningún cimiento tienen
                sobre que firmeza ni seguridad devan tener, como son estos vuestros? Acuérdesevos de aquella
                muy hermosa Breçayda, cuántas lágrimas, cuántos dolores y cuántas angustias mostró a su
                muy amado y muy esforçado cavallero, el troyano Troylos, la noche antes que de fuerça le
                convino ser del apartada; e cómo el mesmo día siguiente, en tan poco espacio de tiempo y de
                camino que no passaron tres horas antes que al real de los griegos Uegasse, fue enamorada de
                aquel Diomedes, rey de Tracia [...]. E de aquella reina Clitenestra, que no solamente la
                ausencia de su marido fue causa de su gran maleficio que le hizo, mas aun lo fue de le quitar
                la cabeça con aquella descabeçonada vestidura.

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LAS SERGAS DE ESPLANDIÁN                                       313

             El episodio parodia, con cierta implícita socarronería, el de la caída en desgracia de
         Amadís por la ira de Oriana en I, cap. XL, ejemplo clásico de la importancia del amor
         cortés en la primera parte del ciclo. A la larga, Montalvo respeta en las Sergas el topos
         de la obediencia a la dama, urdiéndose la entrevista con ella del cap. xcvi. Sin embargo,
         la intervención de Carmela y Garinto ha dejado claro que no se debe creer en la palabra
         femenina, al menos cuando se juega en el terreno que le es propio, el del amor, marcado
         por el fingimiento y las oscilaciones violentas de la voluntad. Nada debe, en todo caso,
         minar la confianza en sí mismo del caballero, entregado a su función primordial de
         combatiente.
             2) En el cap. xcvi, nos hallamos de nuevo ante un motivo climático del amor
         cortesano literario: la entrevista secreta de los enamorados, primera y única, sin
         embargo, de la obra, celebrada además en presencia de una vigilante Menoresa:

             La infanta [...], aunque como las ojas de los árboles con el viento sus carnes temblassen,
             viendo cómo la reina con boz de alegría la llamava, perdido lo más del miedo, a gran desseo
             fue movida de ver aquel que tanto amava; y levantada de su estrado, con passos desmayados
             como lo estava el coracón se fue para la reina y se juntó al otro lado. Cuando Esplandián la
             vido, considerando en sí que en ella toda la beldad y apostura del mundo se encerrava, por
             poco se dexara caer en tierra sin sentido alguno. Mas el gran deleite que los ojos sentían en
             aquella vista, por la no perder, se sostuvo, y fincados los hinojos en tierra no sabía, con la
             gran turbación, qué dezir. E assí estuvo por un rato; mas recorriéndose a aquel espanto de la.
             respuesta embiada por Gastiles, que siempre en su memoria tenía, le dixo:
                 —Señora, si enojo de mí tenéis, demándovos perdón; que de los servicios, si algunos an
             sido, no me doy por satisfecho, pues que no pueden ser tan crescidos que más crecida no sea
             aquella deuda en que el rey, mi padre, me ha puesto mandándome que en su lugar pague las
             grandes mercedes que de vos, mi señora, recibió.
                 La infanta, que de aquella mesma turbación ferida era, mirávalo sin ninguna cosa le
             responder. Mas la reina le dixo:
                 —Señora, mandadle levantar, pues que su grande obediencia y cortesía a ello vos obliga.
                 —Reina, mi amiga —dixo ella—, dexaldo, que en tanto que ai estuviere no fuirá de mí
             como fasta aquí ha fecho; aunque, pues vos lo tenéis por la mano, aunque quiera no podrá; y
             levantadlo.
                 La reina Menoresa lo quiso fazer, pero él le dixo:
                 —Mi buena señora, assí quiero estar hasta que essa mi señora me dé las manos y se las
             bese por su cavallero, apartando de sí aquella saña que fue ocasión de me embiar tan airada
             respuesta.
                 La reina, que vido que la infanta no respondía, díxole:
                 —Mi señora, dadle essas hermosas manos, que en tan fermosa boca bien empleadas serán;
             que según me parece que la Fortuna le ha puesto en tan grande alteza de estado y linaje y prez
             de armas, sojuzgado a toda virtud, dotado de tan grande hermosura cual nunca en hombre se
             vio, no sería maravilla que antes de mucho le demandéis vos las suyas, y seáis contenta que
             como marido vos las dé.
                 La infanta, que la color perdida tenía, siendo ya tornada más encendida que la su natural
             con el assossegamiento de la grande alteración que hasta entonces tenía, tendió las manos
             hazia él, y él, tomándolas con las suyas, no podiendo resistir que las amorosas señales del su
             coracón con lágrimas en sus ojos no se mostrasse, se las besó muchas vezes, tanto que en ellas
             fueron bañadas. Mas la infanta, que fasta allí alguna libertad por la ausencia de aquel

CRITICÓN. Núms. 81-82 (2001). Carlos SAINZ DE LA MAZA. La interlocución en el origen ...
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