Retratos de flanêurs. Andar sin rumbo en el cine contemporáneo
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 Retratos de flanêurs. Andar sin rumbo en el cine contemporáneo Marta Pérez Pereiro. Universidade de Santiago. marta.perez.pereiro@usc.es Resumen: Esta comunicación se constituye como unos primeros apuntes sobre un tema en el que espero poder profundizar, para pasar de este estado incipiente a una genealogía de flanêurs más exhaustiva. La idea de vincular al flanêur, una figura nacida en el XIX, por tanto, con una convivencia exigua con el medio audiovisual, y la representación en imágenes de su mito, relacionado con figuras liminares y la idea del movimiento como motor del relato, implica la búsqueda de personajes y cineastas no apegados a ningún estilo determinado. La presencia del inadaptado y la inadaptada ha sido una constante en la crisis de la imagen-acción y su paso a la imagen-movimiento descrita por Gilles Deleuze, de manera que el cine contemporáneo presenta un catálogo extenso de figuras que pueden identificarse con este paseante solitario, tanto como personaje como creador. Palabras clave: flanêur, flanêuse, cine, Benjamin, Deleuze, wanderlust, huella, aura El flanêur, el caminante solitario de la modernidad, padecía un vicio que parece erradicado en este tiempo de automoción y transporte colectivo. Wanderlust o sauntering son términos asociados a este deambular desde que Walter Benjamin definiera por primera vez a esta figura oculta en la muchedumbre. El diccionario Webster, en su edición de 1850, recogía la acepción de wanderlust, palabra que deriva del alemán, como “el deseo fuerte e innato de vagar o viajar por ahí”. Sauntering, por su parte, era la palabra escogida por Henry David Thoreau en su ensayo Caminar (2010) para referirse a la acción de deambular, a pie, tal y como recoge la etimología del término, como los peregrinos que pretextaban ir a Tierra Santa y vagaban por los campos sin ocupación alguna. El flanêur se muestra como un personaje con una inclinación natural al movimiento, pero, al contrario que el peregrino a Tierra Santa o del propio Thoreau de Walden, su espacio no es la naturaleza sino las avenidas en construcción de las incipientes ciudades europeas del XIX. Walter Benjamin, autor que sistematiza por vez primera el retrato del flanêur, lo identifica con los bohemios, de los que recoge una definición de L’Ambigu Comique de 1843: ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 1 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 “Entiendo por bohemios esa clase de individuos con una existencia que es un problema, una fortuna que es un enigma, que no tiene residencia estable, ningún lugar reconocido al que ir, que no encuentran gusto en ningún sitio y que uno encuentra en todas partes” (Benjamin, 2008:432). Los bohemios, que proliferan en la segunda mitad del XIX, no tenían oficio y hacían gala de su ociosidad como una virtud. Podían prescindir de ejercer un oficio en el arranque de la Revolución Industrial y, por tanto, de la división del trabajo, y su mayor deseo era permanecer en movimiento continuo. La ocupación del flanêur es esa errancia que deriva del tedio que como “Una afección de naturaleza urbana, sería la enfermedad propia del paseante (flanêur), que ya no es capaz de procesar la vida metropolitana como un todo, sino como un complejo múltiple y fragmentario de sensaciones” (Rábade Villar, 2012:97). El embotamiento de los sentidos del caminante solitario proviene de la multitud de estímulos de la ciudad que él, sin embargo, rechaza “como un animal ascético” (Benjamin, 2008:422) para poder permanecer sin ataduras a personas o bienes materiales. El flanêur transitaba un mundo que ya no existe, si entendemos que la ciudad ha sido invadida por el no-lugar, descrito por Marc Augé a lo largo del siglo pasado, ya que asiste a un nuevo modo de crear espacios. Con todo, el caminante rechaza todo lo que este mundo tiene de nuevo, brillante y consumible, es decir, permanece al margen de la incipiente sociedad de consumo. Tal y como indica Benjamin, el flanêur no puede resistirse a desafiar a este nuevo mundo y el control que sobre él ejercen las autoridades, de manera que “los muros con el ‘Prohibido fijar carteles’ son su escritorio” (2008:428). Prefiere las ruinas, los letreros y las esquinas. Podría decirse que el flanêur es el equivalente a un graffitero sin obra, que no desea ser visto ni dejar huella, pero no puede evitar “mirar” a través del enrejado o de las grietas de los muros. En este sentido, una de las dimensiones más interesantes del flanêur es su vivencia del espacio, que es precisamente lo que lo relaciona con el cine como modo de representación. Benjamin entendía que la experiencia fundamental del flanêur era lo que denominaba la “vulgarización del espacio”. Este espacio, cualquiera que sea dentro de la red urbana, deja de ser sublime por su presencia no reverente. Se convierte así en un “sospechoso” al tiempo que, por esta vulgarización, este espacio se haga representable. La presencia de esta figura –que Benjamin relaciona con el detective o el periodista, profesiones que funcionan en los márgenes– define lo transitorio en un momento en el que empiezan a generarse las condiciones de representación mecánica de la figura humana en el paisaje urbano a través de la fotografía. Las primeras imágenes de Niepce y Daguerre necesitaban tantas horas de exposición que los paseantes de las ciudades que retratan no son más que manchas fantasmagóricas en las calles. La presencia del flanêur queda bien representada, en su intento de invisibilidad, por ese desdibujamiento, que Baudelaire explica casi con un aforismo: “estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo” (op. cit. Benjamin, 2008:446). ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 2 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 En la literatura, la figura del flanêur aparece representada de forma canónica en los escritos de Robert Walser y su sucesor natural W. G. Sebald, particularmente en relatos como El paseo (2012), donde se ponen en juego todas las condiciones, casi atmosféricas, de la actividad preferente del caminante. Walser es retratado como el escritor-flanêur prototípico en el librito de Sebald que sirve como homenaje: “Las huellas que Robert Walser dejó en su vida fueron tan leves que casi se han disipado. (…) En ninguna parte pudo establecerse, nunca tuvo la más mínima posesión. No tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble y, en su guardarropa, en el mejor de los casos, un traje bueno y otro menos bueno. De lo que necesita un escritor para ejercer su oficio ni tenía casi nada que pudiera llamar propio” (Sebald, 2007:11). Lo mismo que Walser, que fallece incluso como flanêur, dejándose sepultar por la nieve del camino, Edgar Allan Poe, Nikolai Gógol o incluso Rosalía de Castro1 intentar retratar al hombre que pasa inadvertido en la multitud. Existe un hilo conductor entre estas figuras que acaban atacando a la propia narrativa que deriva de una novela en una miscelánea de miradas, de manera que en obras como las Almas muertas (2009) de Gógol “el personaje principal, el yo, apenas aparece en este libro en primera persona, sino que queda apartado o escondido entre la multitud de los demás transeúntes” (Sebald, 2007:39). Cualquier escrito sobre el flanêur es, además, el resultado de una experiencia personal, en la que la mirada y el conocimiento de primera mano de las condiciones de vida del personaje son fundamentales. A este respeto, Gógol y Walser comparten “La falta de hogar, lo horriblemente provisional de su existencia, su prismático cambio de talante, el pánico, el sombrío humor, impregnado de un negro dolor de corazón, la interminable profusión de papelitos y precisamente la invención de todo un pueblo de pobres almas, de un cortejo de máscaras que prosigue sin cesar, con fines de mistificación autobiográfica” (Sebald, 2007:39). El simple hecho de caminar se convierte en otros autores en motivo único de escritura, como en caso ya mencionado de Thoreau2, pero como una forma de vida, no como un deseo de dejar testimonio de los lugares por los que se 1 Las condiciones de la modernidad, entre ellas el conjunto de experiencias sensibles asociadas al urbanismo y la sociedad de masas, aparecen descritas en la literatura en lo que Rábade Villar (2012) describe como “un fenómeno de carácter global”. 2 No deja de resultar curioso que conferencias como Caminar, que tantas veces pronunció en vida David Henry Thoreau, se hayan transformado en el paso al siglo XXI en memorias como De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami (2010), un cambio de velocidad del autor que afecta necesariamente a los ritmos narrativos y la manera de representar el propio movimiento de los personajes. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 3 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 transita. De este modo se aleja de la idea del viajero que necesita levantar acta de su tránsito, y del turista, que vive de manera vicaria el lugar para demostrar la autenticidad de la experiencia y, por extensión, de su propia vida. Guy Debord (2008) enunciaba desde el Situacionismo que en la Sociedad de Espectáculo las vacaciones equivalían a nuestro auténtico yo, el de las fotografías en las que ya la figura humana aparece perfectamente perfilada gracias a la técnica. En la explicación, citada casi hasta el exceso, que Paul Bowles usó para definir a Port, uno de los personajes de El cielo protector (2000), se resume la diferencia que desde la literatura de viajes se aplica a viajero y turista: “No se consideraba un turista. Él era un viajero. Explicaba que la diferencia reside, en parte, en el tiempo. Mientras que el turista regresa deprisa a su casa al cabo de unos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud de un punto a otro de la tierra” (Bowles, 2000:10). La variable tiempo, la duración del viaje, se añade de este modo a la ecuación que empezaba a configurar la experiencia “vulgarizadora” del espacio que describiera Benjamin. El desplazamiento está marcado por las coordenadas de un tiempo no finito en un espacio urbano, y constituye la experiencia innata y primordial del flanêur. Apartado de la muchedumbre –que es “el más reciente laberinto e inescrutable laberinto en el laberinto de la ciudad” (Benjamin, 2008:449)-, el flanêur se convierte en un observador a distancia y, al tiempo, vive embriagado por la empatía como modo de relación con el otro: “La fantasmagoría del flanêur: leer en los rostros la profesión, el origen y el carácter” (Benjamin, 2008:433). Estas dos cuestiones, la representación del movimiento y la cuestión de la mirada del flanêur, son los elementos esenciales sobre los que se funda un acercamiento a la representación de esta figura en el cine. La pregunta pertinente, en este punto, es si el caminar de esta figura parcialmente oculta en la muchedumbre es representable en imágenes, tal y como la literatura, descrita aquí en pocos ejemplos, ha conseguido trasladar las sensaciones de su errancia. Si la opción cinematográfica más plausible es la adaptación de estos relatos, existe ya una respuesta desde la crítica canónica cuando Andre Bazin (1999) en su artículo “Por un arte impuro” reflexionaba sobre la escasa aproximación de los autores cinematográficos a la literatura de vanguardia y, en cambio, el apego a relatos convencionales, perfectamente representables con el esquema aristotélico de la acción. El reto de un posible cine del flanêur es jugar narrativamente con una historia que arranca in media res, al no tener datos sobre el origen del personaje, y que no implica un final, sino una desaparición. Asimismo, la imposibilidad de concentrar su mirada en un único punto ofrece, al mismo tiempo, la posibilidad de un relato en mosaico y la dificultad intríseca de establecer un hilo narrativo. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 4 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 1. El caminante sin rumbo en el cine. El personaje del flanêur Desde las primeras fantasías de Meliès, el viaje ha sido un motivo recurrente en el cine. El cine de la modernidad, particularmente, ha estado plagado de errantes que transitan los arrabales de las ciudades. A pesar de la idea de aristocracia y seriedad que aparece asociada su imagen, existe un personaje que se puede identificar con la forma física y moral más acabada del flanêur. Charlot es un flanêur legítimo tanto en la marca autobiográfica de su creador, Charles Chaplin, que fue un niño de la calle en el Londres en el tránsito del siglo XIX al XX3, como en su carácter vagabundo. Charlot es la figura inadaptada por excelencia, que fracasa cada vez que intenta someterse a las normas sociales y a integrarse en la clase obrera que parece ser la que le corresponde. Al igual que los personajes de Walser o Gógol, esa condición de outsider demanda la flexibilidad necesaria por las condiciones que impone una vida en la calle, sometida a constantes cambios. De ahí el nacimiento del humor en el flanêur como la forma última de relativización. El humor como corrección social, tal y como lo entendía e filósofo contemporáneo del flanêur, Henri Bergson (1999), también es un ingrediente esencial de las películas protagonizadas por Charlot. Bergson es el creador de lo que se denomina “teoría de la incongruencia” según la cual el origen de la comicidad está en la falta de adecuación al contexto. La inadaptación al medio de Charlot es más que obvia: se escenifica en los gags físicos, que son su marca identitaria junto con su caracterización, y en los problemas que su contacto con los otros –siendo él el “otro”, el extraño, para ellos– genera constantemente. Desde la mirada allea del vagabundo, la sociedad releva así toda su crueldad y contradicciones. A pesar de sus intentos de formar parte del mundo, Charlot siempre fracasa, de manera que, “Individualista y anárquico, el vagabundo no duda en dinamitar el mundo en el que poco antes pretendía integrarse: sintiéndose rechazado, lo destruye para partir, habitualmente solo, en busca de nuevas aventuras” (Riambau, 2000:29). De este modo, las historias de este flanêur, que aparece por vez primera en Kid Auto Races at Venice [Carreras de autos para niños/Carreras sofocantes] (1914), carecen de principio y final. Simplemente, vemos al personaje, eternamente descontextualizado, en una sucesión de gags que aspiran a ser olvidados en la siguiente entrega. En el mejor de los casos, Charlot acaba con la chica, pero siempre es expulsado del lugar normativo, en el que se produce la división del trabajo. André Bazin ejemplifica con la clásica patada del vagabundo hacia atrás su posición moral: 3 Al igual que Chaplin, que reconoce como propia la vida en la calle cuando niño, otros retratistas de vagabundos han usado su experiencia como referencia para la ficción. Tal es el caso de Charles Dickens, quien es retratado por G. K. Chesterton como un experto en el ritmo de las calles de Londres, derivado de su infancia de vagabundo, tal y como recoge Benjamin (2008). ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 5 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 “Por un lado, a Charlot no le gusta (…) afrontar directamente las dificultades; prefire atacarlas por sorpresa volviéndoles la espalda. Por otro, y sobre todo cuando no existe una utilidad precisa (aunque sea de simple venganza), esa patada hacia atrás expresa a la perfección la constante preocupación de Charlot de no sentirse ligado al pasado, ni de arrastrar nada tras él” (2000:21-22). The tramp [Charlot vagabundo] (1915) simboliza, ya desde el propio título, la condición de flanêur de Charlot, su origen y destino inciertos, que, a modo de bucle, representa una carretera por la que entra y sale del film. También la empatía con los desamparados -en este caso, una chica acosada por ladrones- y la capacidad de renuncia a sus deseos que suele terminar con el acto final de desaparición. A medida que avanza el siglo, los caminantes, cada vez menos a medida que cobran protagonismo los riders del cine americano, se convierten en símbolo de la alienación de la vida en la ciudad, las condiciones que imponen el capital y los conflictos armados globales. La Segunda Guerra Mundial es el punto de inflexión de lo que Gilles Deleuze (1994) denomina la crisis de la imagen- acción y su transformación en la imagen-movimiento. El neorrealismo, más como estilo que como escuela, es el ejemplo que Deleuze pone para hablar de este cambio de paradigma, la “puesta en escombros” definida por la falta de continuidad, la no-clausura y la forma-vagabundeo como narrativa, que presenta “espacios cualesquiera, cáncer urbano, tejido indiferenciado, terrenos baldíos” (1994:295). Y entre las ruinas, el secreto y los universos sociales paralelos –hay un interés por retratar el mundo del hampa, de la delincuencia y la corrupción–, cobran un especial protagonismo las figuras solitarias. La forma-vagabundeo es el modo de mostrar el paisaje y al personaje perdido en él, en una suerte de spleen que borra los límites entre interior y exterior: “Un diagrama de itinerarios físicos y síntomas mentales. Sin duda, Antonioni es el cineasta que mejor expresó esa errancia del sujeto en relación con la indeterminación del universo urbano, esa contigüidad entre ambientes y personajes que se explicita mediante una triple ecuación entre el espacio psíquico interior, el espacio arquitectónico y el espacio del encuadre” (Font, 2002:311). El Neorrealismo y los sucesivos movimientos asociados tienen un amplio catálogo de seres inadaptados que funden su angustia con el paisaje. En los desiertos y las ciudades vacías de Wim Wenders, como en su paradigmática Paris-Texas (1984), en el espacio borroso de Theo Angelopoulos y su búsqueda de un lugar al que pertenecer, como en Topio stin omichli [Paisaje en la niebla] (1988) o en la tetralogía de Michelangelo Antonioni, -compuesta por L’Avventura [La aventura] (1960), La notte [La noche] (1961), L'Eclisse el eclipse] (1962), e Il Deserto rosso [El desierto rojo] (1964)– que representa la profunda incomunicación en la sociedad contemporánea. En cierto sentido podría decirse que, más que flanêurs cuyo deseo de movimiento es innato, estos personajes huyen y no caminan. Más que wanderlust, sufren de angustia y su condición de errantes no es natural sino que está forzada por las circunstancias. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 6 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 Por otra parte, resulta curioso, cuando menos, observar que muchas de estas figuras perdidas en el paisaje neorrealista, sobre todo en el caso de Antonioni, son mujeres. Benjamin no enuncia de modo directo la posibilidad de que la mujer sea una caminante sin rumbo, sino que la única mención se refiere a una hipotética “compañera” del flanêur, de la que ignoramos si tiene casa o se mueve en la ciudad como él. Más explícito al respecto es Thoreau, quien en Caminar se refiere al confinamiento de las mujeres al indicar que están aún más recluidas que los hombres y duda de que puedan soportarlo en absoluto (Thoreau, 2010). Janet Wolff (1985) acuñó la denominación flanêuse para referirse a una imposibilidad, la de la mujer que puede pasear sin destino evidente en la ciudad del XIX. Según la autora, “Las mujeres sólo aparecen (…) a través de sus relaciones con hombres en la esfera pública y a través de rutas ilegítimas o excéntricas en este ruedo masculino, esto es, en su rol de prostituta, viuda o víctima de un crimen” (Wolff, 1985:4). Es la mujer que camina, que “hace la calle”, en una metáfora que hace pensar que es la prostituta la que crea la ciudad cada noche. Lo que transita la flanêuse es un camino construido sobre el secreto, sobre ese mundo oculto del que habla Deleuze como parte de la crisis de la imagen en el siglo XX. La prostituta sería, en cierta medida, la flanêuse por definición a no ser porque, a diferencia de su correlato masculino, para quien la ociosidad es su actividad, ella está trabajando, aunque quede expulsada de las categorías aceptadas por el capitalismo. Al contrario que el flanêur, quien desea no ser visto, la mujer no puede estar en la calle sin exponerse, sin convertirse en objeto de consumo. Laura Mulvey (1989) divide precisamente a las mujeres en el cine en dos modelos: la “mujer negociable” (madre, esposa, hija) y la “mujer consumible” (prostituta, vampira). Si la primera está confinada al hogar y su cuidado, la segunda parece conseguir un cierto estatuto de movilidad. La mayoría de films que retratan a la mujer consumible, sean estrictamente comerciales o más próximos al cine de autor, exponen de modo sintético el paso de una mujer independiente a mujer negociable en dos escenarios básicos: el amor, que la transforma, o el castigo por esta autonomía. En cuanto al primero de los supuestos, no hay film que trace de un modo más sintético la transición de la mujer independiente, pero consumible, a una esclava por amor que Morocco [Marruecos] (1931), la primera película hollywoodiense del tándem Joseph von Stenberg-Marlene Dietrich. La última escena del film muestra a Amy Jolly (Marlene Dietrich) siguiendo por el Sáhara al soldado Tom Brown (Gary Cooper), de la legión extranjera, en una suerte de destino fatal pero inevitable. En lo que respecta al segundo supuesto, el entusiasmo por la libertad que experimenta Nana, la prostituta de Vivre sa vie [Vivir su vida] (1962), de Jean- Luc Godard, se convierte en esclavitud conforme avanza la película para terminar en una tragedia súbita e inexplicada. También sabemos que la mujer morirá, -pues Agnès Varda nos lo muestra al principio de su film-, en Sans toit ni loi [Sin techo ni ley] (1985), donde la hippie Mona viaja por Francia con su mochila. En su periplo irá encontrando la incomprensión y marginación por ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 7 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 parte de todas las clases sociales. Varda retrata la dignidad de una mujer que no desea trabajar ni establecerse, aunque la interpretación que de su actitud hace el resto de personajes sea la arrogancia y la falta de adecuación de Mona al sistema. En cualquiera de estos casos, el personaje, sea hombre o mujer, se adapta a la forma-vagabundeo de los denominados geógrafos (Font, 2002), cineastas como Win Wenders, Andrei Tarkovsky o Abbas Kiarostami, que emplean el paisaje como metáfora y reducen la figura humana a un punto en el horizonte. Con todo, y al contrario que en el Neorrealismo, el cine de los geógrafos no busca mostrar la huella del flanêur sino el sentido metafísico de su viaje. En este punto, resulta pertinente recordar la diferencia que establece Benjamin entre lo material y lo inmaterial de la experiencia: “Huella y aura. La huella es la aparición de una cercanía, por lejos que pueda estar lo que dejó atrás. El aura es la aparición de una lejanía, por cerca que pueda estar lo que la provoca” (2008:450). El flanêur, como un espejismo, una imagen apenas entrevista en un cristal, sólo puede aparecer en el plano como una ausencia. La que propone, por ejemplo, Chris Marker en sus films errantes. El protagonista de Sans Soleil (1983) es el cineasta ficcional Sandor Krasna que escribe cartas a una mujer desconocida, la voz en off del film. Las imágenes se encadenan en esa forma- vagabundeo enunciada por Deleuze sin que medie un hilo narrativo más allá del relato de las cartas de Krasna. El cineasta-flanêur, a diferencia del errante del XIX, se traslada de continente a continente para mirar, desde la distancia que procura el objetivo de la cámara, y descubrir que, caminantes o no, todos los hombres son iguales. Aunque la actividad cinematográfica es casi nómada, acostumbrada al cambio constante de escenario, apenas se pueden consignar ejemplos de esta categoría, el cineasta-flanêur, sin hablar de figuras singulares como las del propio Marker, Jonas Mekas, la ya citada Agnès Varda o Chantal Ackerman, quienes ponen en imágenes una mirada particular, entre la multitud, traspasada por la experiencia propia, a veces inequívocamente autobiográfica, y que actualiza, en cierta medida, el mito del flanêur como un observador solitario, de origen y destino inciertos, y sentido moral inapelable. Bibliografía Augé, Marc (1998): Los "No lugares" : espacios del anonimato : una antropología de la sobremodernidad. Barcelona, Gedisa. Bazin, André (1999): ¿Qué es el cine? Madrid, Rialp. Bazin, Andre (2000). Charlie Chaplin. Barcelona: Paidós. Benjamin, Walter (2005): El libro de los pasajes. Madrid, Akal. Bergson, Henri (1999), Introducción a la metafisica. La risa, México, Ed. Porrúa. Bowles, Paul (2000): The sheltering sky. Londres, Penguin. Debord, Guy (2008): La sociedad del espectáculo. Valencia, Pre-Textos. Deleuze, Gilles (1994): La imagen-movimiento: estudios sobre cine 1. Barcelona, Paidós. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012 Página 8 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/12SLCS/2012_actas.html
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