Sarmiento, a 200 años de su nacimiento: persistencias e interrogaciones

Página creada Cristian Planella
 
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Sarmiento, a 200 años de su nacimiento: persistencias e interrogaciones
Sarmiento, a 200 años de su nacimiento:
                         persistencias e interrogaciones

  Rara felicidad de estos tiempos en que se puede pensar lo que se quiera y se puede decir lo que se siente

          No sabríamos de qué modo dirigirnos hacia esta figura fundadora –de una escritura
nacional, de una pasión política, de un modo de autoconstituirse como persona pública–, sin
descender hasta la raíz de sus propios diferendos biográficos. Sarmiento es una contradicción
andante, para decirlo con una expresión que usó Walsh hace ya muchas décadas, pero es difícil
imaginar que su espesura existencial estuviese al margen de esas quebraduras anímicas que no
dejan de notarse en los movimientos magníficos de su escritura.
            Así debemos conmemorarlo. Cotejando textos, revisando sus incongruencias, saludando
sus poderosos escorzos. La discusión sobre Sarmiento no debe cesar, porque siguen flotando los
espectros del siglo XIX, las formas de violencia implicadas, los arrasamientos sin justicia de ánimos
culturales preexistentes, los proyectos civilizatorios planteados con grandes diseños conceptuales,
pero dejando al costado del camino, apuntados por una salvaje represión, a un conjunto social
significativo y lúcido.
          Adentrarnos en sus maneras expresivas puede ser útil para contribuir a los juicios que esta
biografía excepcional merece, con sus luces y sombras, y sus legados –literarios, educativos– que
deben seguir interrogándose. Vale la pena detenerse en sus exquisitos recursos de escritor. No lo
eximen de sus terribles decisiones ni lo descalifican para la gran cuestión argentina: la vigencia de
una forma civilizatoria que mal escondía su barbarie, de una barbarie que había tomado, en
excesivos y terribles momentos de nuestra historia, el nombre de civilización. Sarmiento significa un

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Sarmiento, a 200 años de su nacimiento: persistencias e interrogaciones
nombre que sigue señalando a esta cuestión, que camina entre los sueños de transformación social
argentina.
           El Facundo es un monumento perenne, superior a los himnos y blasones. Es la protoforma
de nuestra lengua, el anuncio de problemas irresueltos, presentes aún en los mismos elementos en
que pueden basarse quienes quieran condenar a Sarmiento o colocarlo como un indicio de nuestras
insatisfacciones más vivaces, muchas de ellas ligadas a cuestiones que el trató con su acostumbrado
estilo vehemente, torrencial. El Facundo apela a las llanuras asiáticas y las extensiones arábigas.
Como lo han señalado todos los que se detuvieron en esa circunstancia tan evidente del Facundo,
hay un empeño persistente, imposible de disimular, al punto que el Facundo en sus primeras
consideraciones pudo haber sido estimado como un libro sobre beduinos, al volcar un tejido que
aparece visible, “el campo argentino”, “la llanura argentina”, en otro que, no siendo menos visible,
aparece como un evidente convite al lector a dirigirse muy libremente hacia “la tintura asiática”.
          El empleo de la palabra tintura no deja demasiado lugar a que nos engañemos respecto de
que el texto supone un cierto tipo de ejercicio de la pintura. Cuando se pinta un cuadro quizás se
producen este tipo de situaciones: pintar sobre otra extensión que corre el peligro de ser anulada o
tachada. El tipo de comparaciones de Sarmiento es algo que se sostiene en una transparencia muy
evidente. Pinta la extensión argentina sobre otro mundo inasible, exótico, desde luego romántico.
Alguien ve salir la luna sobre el Éufrates y Sarmiento la ve surgir sobre las soledades argentinas, que
son soledades asiáticas, y el capataz de la carreta será el jefe de la caravana de beduinos.
Fuente: producción de la Biblioteca Nacional, publicada en su Gazeta, nº XXII, año V, febrero de
2011.

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Sarmiento, a 200 años de su nacimiento: persistencias e interrogaciones
¿Qué es lo que busca Sarmiento acá, en este ejercicio insaciable? Es como alguien hambriento
de analogías y la analogía es un viejísimo recurso del cual no podemos privarnos porque,
evidentemente, sin ser un cimiento fundamental de los idiomas, quizás es una forma menor que la
metáfora, pero sin ellas se derruiría buena parte de las fórmulas que habitualmente usamos para
entendernos. Da la impresión que Sarmiento tiene en el Facundo un gusto por algo que las analogías
permiten muy bien. Porque el amor por la analogía o la comparación o las equivalencias, el álbum del
pasado que acude con extremada y sospechosa facilidad a las figuras del presente, ese
desplazamiento de indumentarias, es una especie de sastrería teatral con la que puede pensar el
drama de un país. Que era un libro embanderado, es evidente. Que los contemporáneos lo juzgaron,
quizás como él mismo, un libro de circunstancia, también lo atestigua la crítica de la época. No es
inusual que la fundación de una literatura nacional ocurra en medio del equívoco con la que se
considera                    su                    acta                  de                  nacimiento.
        Hay algo que nadie le pedía hacer, hay algo por lo cual él, alguna vez, en el propio Facundo
piensa o simula pensar que no sería esa la forma de escribir futura. Sin embargo, de una manera que
no solemos explicarnos demasiado bien en nuestra conciencia lectora, parece que esa fue la forma
futura de escribir. Y aún hoy podemos ver mucha literatura argentina que se escribe en esos
términos, es decir, a través del delicioso e irresponsable abuso de las comparaciones, a la manera de
efigies que se diluyen apenas las invocamos pero que es sólo para traer al presente a otras que se le
parecen y así constituir series que en ninguna forma nos proponen universos lógicos, sino universos
muy alegres o zafados, en el arrasador juego del comparativismo permanente.
        De modo que el Facundo parece un debate entre litógrafos, entre grabadores, entre personas
que escribirían con un punzón o algo parecido, casi al estilo de lo que después se llamaría, no sin
ponerle un énfasis especial a esa palabra, aguafuertes. Evidentemente, hay un debate en la idea de
comprensión y de conocimiento que se refiere a un escribir asociado a algo que forma parte de las
manualidades, la litografía, los grabados. Entonces, se puede hablar de la pintura de las caravanas
americanas o pampeanas, se puede escribir sobre la imagen de los jefes beduinos sobre las llanuras
asiáticas, y, sin embargo, la imaginación de un texto las preserva de un modo tal que un pintor no
sabría hacerlo en su gabinete. Las dispone como una materia argentina, como un dictado que se
encarniza en ser argentino al provenir de una tintura universal. Da la impresión que los lectores del
Facundo, a lo largo de muchas décadas, hemos elegido la idea de que ese tipo de lectura nos
contenta y que formula un dilema de la literatura y de la escritura en la Argentina, digno de ser
tomado en cuenta, como es evidente que tantos lo tomaron en cuenta, porque hay allí una idea sobre
el     tiempo,    sobre    el     espacio,    que     forman    parte    del  drama      del    escribir.
        Son éstas las bases significativas del gusto por la lectura del Facundo que hoy nos sigue
acompañando y que evidentemente forman parte de algo, también difícil de decir, que es que sigue
habiendo en el Facundo –y en su estudio y en su recordación– la responsabilidad de forjar una
lengua argentina útil y al mismo tiempo espléndida. Esta situación, al lector del Facundo lo sigue
afligiendo              y             estimulando              al            mismo               tiempo.
        Si pudiéramos considerar un escritor de esta prosapia apenas por dos momentos de su obra –
injusticia que no debería afligirlo entre tantas otras que se cometen–, en Conflicto y armonías de las
razas en América, escrito en su última madurez, ya tenemos otra razón de escritura, otro propósito
social. La exótica cuestión asiática casi ha desaparecido, pero ahí está Moisés en el lugar del desierto
árabe. Y aparece con la misma fuerza del desierto árabe, pero es otra alegoría: ahora cierra el
panorama histórico, es vibrante pero de algún modo atroz. No sabemos bien qué quiso decir ese
libro, como no sea algo aciago. Es un libro en estado de borrador, como quizá todo lo esté en
Sarmiento, pero en Conflicto y armonías se nota más. Hay cartas, largas citas. Da la impresión de
que está tomando notas para escribir algo que finalmente no escribe. Pero ahí el tema son los
puritanos y la ley de Moisés, alegorías para las sociedades americanas como si fueran las del
desierto arábigo de su juventud. Le preocupan las pérdidas de territorio y las razas originarias, lo
primero por la preponderancia de la intranquilidad social que introducen las segundas. Es al conflicto
de razas al que se le atribuye la responsabilidad de la pérdida de territorios, en una hipótesis
absolutamente descabellada que lo desmerece y que lo pone al par de los despuntes primeros de un
surgimiento del racismo contemporáneo. No lo consuma. Porque es Sarmiento. Porque es un escritor
magnífico.            Y            porque            su           tiempo         se            agotaba.

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La ley mosaica dice que no hay que juntarse racialmente con nadie. “No trabarás alianza con
otros dioses”, dice el Génesis. Ley mosaica, ley puritana, ley fundadora de verdaderas naciones; los
puritanos van a los Estados Unidos y fundan los Estados Unidos sobre la base de la imposibilidad de
la mezcla, sobre esa ley mosaica que Sarmiento dirá que es la ciencia contemporánea. Ahora la
llama sociología, antropología, ciencia del gobierno de la restricción de la pluralidad utópica de las
sociedades, aquella que en Facundo lo llevaba a reconocer la chispa de bondad que podía anidar en
el interior de la barbarie. Aun en la Vida del Chacho, también un libro terrible, luce en la descripción
de lo que considera un desacato a la ley, una profunda comprensión de los caracteres sociales y
políticos.

       Estos dos libros, polaridades de una vida, también pueden ser el síntoma de una pasión política
que lleva la literatura como adición inescindible. Se dijo que la niñez le había construido un templo en
su pecho, para que en él siga viviendo. Demasiada gloria y loor con la cual se lo rebajaba al estadio
de ser un culto laico, popular y excesivamente ritualizado. Verlo desde la niñez no es deshonroso
pero no está a la altura de sus grandes desmesuras y sinrazones. Su literatura es fundadora, pero
pervive más por la dinastía persistente que inaugura que por sus sonoros resultados en una guerra.
Todo puede estar en revisión. Pero revisar a Sarmiento es imposible si no se acepta que desde el
fondo sorprendente de su literatura es que también toda gran revisión debe hacerse.
       Cuando se piensa que Sarmiento está derrotado u olvidado, no es cierto. Sin embargo, nadie
está obligado a aceptar sus soluciones muchas veces sanguinarias para gobernar la Argentina.
Estamos obligados, en cambio, a seguir escuchando su voz, que en gran medida es la de una larga
tradición escolar argentina, de índole popular, ingenua y persistente. Es necesario reactualizarla y

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reformularla, pero esto no se hará sin el conocimiento de la obra de Sarmiento, que
fundamentalmente significa una escritura sin par, de implicancias que no se reproducirán de ese
mismo modo ni con esa admirable significación en la historia posterior del país. La crítica a Sarmiento
puede ser una pieza vital de nuestras reflexiones prácticas y utópicas, pero ninguna crítica podrá
establecerse en su verdad si no se sumerge en los pliegos de su escritura, de la que es difícil
escapar, y de la que incluso, no es necesario escapar. Pues de sus piezas extraordinarias podrá salir
un nuevo compromiso crítico hacia su figura, pero permitido por el itinerario esencial de su misma
biografía entrecortada, esto es, entresacar de la violencia inaudita de su obra la relación alucinada
entre literatura y política, entre justicia social como promesa futura y los folios escritos de la nación.
Habrá que releerlos al revés y al derecho, al trasluz y en su contra. Pero reconociendo que leerlo es
un acto a favor. Que merece y no nos desmerece.

Biblioteca Nacional

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