Viejas cabañas. Extramuros. Sobre la tierra de todos.
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Viejas cabañas. Extramuros. Sobre la tierra de todos. Una encrucijada era lo que trataba de imaginar cuando llegué al pueblo de Almonaster en junio de dosmilonce. Buscaba señales que desvelaran la posibilidad de entender otra relación con la tierra de la mano de la arquitectura. Rápidamente tomó sentido un encuentro con las viejas cabañas del cerro de la mezquita. La extrañeza y la naturalidad de su posición, sus formas y medidas, daban cuenta de una situación particular cargada de una extraña potencia que aguardaba tranquila su momento. Desde entonces ha estado tomando forma una suerte de relato escrito a partir de encuentros con seres entrañables que nacen a esta tierra: Miguel, Juan, Angelita, Eloy, Titín, Jose, Jose Joaquín, Dolores y Paco -y tantos otros!- ellos son algunos de los canales por los que circula la sabiduría que da lugar a este trabajo. He caminado y dibujado varias veces la situación de este cerro para comprenderla. Estas construcciones se enlazan unas con otras y a su vez son indivisibles de los cuerpos de la Mezquita y la Plaza de toros. Son lo que queda del antiguo poblado ancestral, antes dentro de la muralla, hoy en extramuros. Sus piedras se han montado y desmontado tomando formas diferentes una y otra vez, de este acontecimiento crucial no da cuenta ningún mapa. Estas construcciones son hermosas ya, tal y como están, no hay ningún retoque sobre ellas, son un extraño encuentro entre lo salvaje y lo meditado. Ofrecen la posibilidad de un paseo de señales, un lugar arqueológico sin cartelas, sin luces, sin museo.
Aparece entonces una forma privilegiada de acercamiento a este lugar: el Paseo. De esta manera hemos subido juntos en numerosas ocasiones al cerro. Angelita, Eloy y Miguel, ellos son algunos de los muchos vecinos que legalmente poseen estas viejas cabañas, pero no su tierra, suelo que hoy se llama público. La ley decía: el que coloca las piedras adquiere el derecho. Esta situación guarda una posibilidad, releer la situación desde la idea de tierra comunal. Qué podemos hacer con una tierra que es de todos y para todos. Cómo hacer con este bien desde la idea de comunidad. En el último paseo que dimos probamos a cubrir algunos de estos espacios, como si de una estación arqueológica se tratara. Se fueron formando pequeños salones donde antes se acogía a los animales. Estas formas y estas piedras tan modestas destilan la belleza de las acciones de los pobres. Arqueología de la pobreza. Estamos estos días ensayando sobre qué hacer en este pedazo de tierra, se puede trazar una pequeña superficie de cubrición, una forma que enlazara estancias dando a ver la relación que las atraviesa, haciendo aun más conjunto entre ellas, dando a ver la singular comunidad que forman. Quizá la materia de la cubierta pueda registrar la forma de lo salvaje que allí circuló. Sería bonita la idea de volver a traer a los animales al cerro, que corrieran de nuevo y tomaran de nuevo este pequeño barrio. Y de esos cuerpos podríamos tratar de registrar sus formas vitales, la testuz, el lugar señalado en la bestia donde poner su mano un humano. Esta cubrición podría entonces encontrar la superficie de contacto bestias-humanos y formalizar un encuentro material posible. Buscamos dar con algo que devuelva alguna forma material a todas las señales que han ido apareciendo. Contamos ahora algunas de ellas. En esta búsqueda de la relación entre bestias y humanos apareció la tabla de Fra Angélico -Theibade- que está pensando en un lugar similar al del cerro de las viejas cabañas, y cuya visión hace avanzar sustancialmente ésta. Presenta una situación de extraña sintonía, las laderas de un monte, y pequeñas construcciones diferentes pero atravesadas por ese mismo impulso común, caminos y animales; los eremitas pueblan este monte, cada uno es diferente. Acercándonos vemos cómo ordeñan una cierva, o dan la mano a un osezno, los animales comparten el espacio. El eremita trae consigo la idea de soledad, pero también el encuentro real con las cosas mismas, estos eremitas están en el mundo con toda su completud, solos pero en compañía, todo alrededor contiene la misma importancia, todo se acompaña.
Siguen ahora algunos fragmentos del relato. Una serie de claves van enlazando la investigación: poblados / elegir un lugar, tierra comunal / la riqueza de los pobres, bestias / humanos, la historia/ la risa, el trabajo / el derribo, casas de todos / la propiedad, elegías / Lo abierto, aparejos / mediaciones, carne y piedra. Las cabañas Estos trabajos toman entonces como punto de partida una pequeña porción de mundo – sin olvidar que ese pequeño fragmento bien pudiera contener el todo -, una agrupación de viejas cabañas en una ladera, en el afuera del núcleo del pueblo de Almonaster La Real, extramuros también de la antigua fortificación árabe, a espaldas de la mezquita y de la plaza de toros. No aparecen en ningún mapa, en ninguna ruta, no tienen ningún nombre. Fuera de todo foco, pero formando un extraño centro entre todos ellos. Una suerte de pivote de sentido desde el que tomar distancias al resto de acontecimientos que siguen vigentes alrededor. Esta porción de tierra no está cercada, tampoco tiene un límite que le de forma, no está separada de nada sino más bien entretejida con el todo. Está atravesada por caminos que vienen de lejos, y que hoy apenas son visibles entre la vegetación silvestre. Las cabañas parecen haberse ido asentando cada una por razones bien diferentes pero en algún caso compartidas: proximidad, orientación, caída del terreno, continuidad de la forma correlativa, relación con la ladera. Casi todas ellas son bien pequeñas, guaridas, más que arquitecturas son más bien cuerpos, puertecillas minúsculas, patios reducidos al mínimo, algunos ventanucos. Aparecen enlazadas unas a las otras por alguna fuerza vital común, en esta situación de variada diferencia es apreciable un impulso que atraviesa el conjunto. Sin ningún documento que lo atestigüe forman entre sí una extraña comunidad. Las más singulares son los zahurdones, construcciones de planta circular y cubierta de tierra con un patio. Juan tiene la teoría de que siempre se dieron construcciones circulares de este tipo, las primeras fueran posiblemente túmulos de origen funerario hechas por los primeros pobladores del sureste de la península, y con el paso del tiempo se fueron copiando estas formas para otros usos. En esta zona apenas queda un zahurdón en ruinas, mientras nos cuenta cómo lo levantó su padre, Miguel completa con sus gestos el volumen que ahora está caído. Sin embargo las más extendidas son las majadas, piezas rectangulares de muros de piedra y cubierta a un agua, con un patio lateral también rectangular, acogían también a los guarros. El resto de construcciones se denominan genéricamente cuadras, en ellas se guardaban a las bestias, así las llaman todos por aquí. Mulas y burros. Después de que se prohibiera criar animales en el pueblo, y a causa también de la ganadería intensiva, estas cuadras, majadas y zahurdones se han ido vaciando de bestias y llenándose de toda suerte de objetos que sus vecinos guardan y atesoran en su interior.
Hay en estas formas enlazadas algo de sensibilidad compartida. Preguntando de quién son te van llevando por el pueblo de puerta en puerta, han ido pasando de mano en mano, por intercambio de bienes, cesiones, regalos, y en algunos casos vendidas por poca cantidad, diezmil pesetas. Pasando por la vida de prácticamente todos los vecinos. Este grupo de arquitecturas han desafiado de alguna forma la idea de la propiedad individual sobre la tierra. Tomadas por la vegetación, siguen conservando la idea de que quizá sea posible una relación distinta con la propiedad, con las formas de uso y de vida, y de todo esto con el territorio. Puede ser que estén olvidadas, no es fácil comprenderlas en este tiempo que corre de acotación de la propiedad y separación de los seres. Bestias / humanos Hasta hace pocos años algunos vecinos seguían teniendo bestias en estas majadas y cuadras. La proximidad de éstas a sus casas permitía llevar y traer a los animales. Así a los pasos que salen hacia la sierra se les llamaba caminos de carne. La fachada de la casa de Miguel se presenta como anuncio de una idea. El muro encalado se asienta sobre un afloramiento de rocas que sobrepasa el nivel de la calle. Este desnivel rocoso invade también el suelo de la planta baja de su casa. Las calles han tratado de someter estas erupciones, pero hay recodos donde este relieve atraviesa la capa de lo visible e irrumpe en la superficie con fuerza.
Miguel se levanta antes que el sol, las mañanas las pasa en una tierra ladera abajo donde tiene una cabaña de piedra, un caballo enorme, unos guarros y una huerta asilvestrada. A estos refugios por aquí los llaman montes, como si esta pequeña construcción acumulara en sí la fuerza que de otra forma se desparramaría por la ladera. A mediodía deshace el trayecto que le separa una hora de su casa, sube con leña y algo de la huerta para comer. Después sube ladera arriba a otro hermoso terreno de alcornocal, desde ahí arriba se ve el pueblo. Cuenta así Miguel como es igual de importante la calidad de la tierra que el horizonte que es posible contemplar desde ella. Fue comprando las terrazas que lo forman poco a poco, escalando así por tramos ladera arriba, en cada nivel fue haciendo más refugios, los montes. De vez en cuando recuerda que a él no le hace falta nada, así que no guarda dinero. Por estos montes de arriba tiene un grupo de cabras. Una de ellas ha sido alcanzada en una pata por la flecha de un furtivo, va a cuidarla todas las tardes, es la más bella de sus cabras. La de los cuernos ondulados como columnas salomónicas. Le da comida y le vaporiza un desinfectante azulado que contrasta con su pelo cobrizo. Dicen que Miguel es el último talabartero de por aquí. Siguió el quehacer familiar, trabajó con sus burros y sus mulas allí donde se necesitaba arar o cargar con materiales. Siguió también el arte de los aparejos. Utensilios que median entre el humano y las bestias, entre las bestias y la tierra. Hace algunos años que comenzó a pintar. Dibuja las cosas que mejor conoce. Las láminas son una suerte de bestiario. Pájaros en distintas actitudes, burros en escorzo, cabras caminando, y zorros al acecho sorprendidos de vez en cuando por algún humano. Cada lámina es el alzado de una situación que se desarrolla en el tiempo. Miguel habla siempre con voz pausada, parecido a un murmullo, sus manos le acompañan cuando habla y acaban sus frases acercándose a su rostro con un adorno, un suave giro de muñeca que termina por desenvolver hacia afuera una parte del sentido. A Miguel se le conoce como El Pajarito. Elegías. Lo abierto. La distancia entre el humano y el animal se alarga cada vez más. Los habitantes de la ciudad han eliminado poco a poco a los otros seres que aun toleran nuestra presencia, sienten así una orgullosa repugnancia hacia las palomas. Benditas criaturas salvajes que osan permanecer y desafían con sus movimientos la ciudad planificada. La división jeráquica primera que dibuja al homo como una animal rationale, por encima los dioses, por abajo, los animales, continúa después estableciendo otras diferencias, como las de los hombres y las mujeres, los adultos y los niños, los civilizados y los salvajes. Paco va resolviendo esta ausencia construyendo lugares donde compartir su tiempo con los cantos de los pájaros. También persigue Rilke ese presente pleno en la octava Elegía de Duino. . Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto. Sólo nuestros ojos están cual trampas en torno a su libre salida. Lo que hay afuera lo sabemos sólo por el semblante del animal; porque ya al niño tierno le damos la vuelta y lo obligamos a mirar hacia atras lo ya formado y no lo abierto, eso que es tan profundo en el rostro del animal. Libre de muerte. A ella solo nosotros la vemos; el animal libre pues ya desde el principio volteamos al niño y lo forzamos a que vea de espaldas la creación,. no lo abierto, que en la mirada animal es tan profundo. Libre de la muerte. Sólo nosotros la vemos; el libre animal tiene tras de si su ocaso y ante si a Dios y, cuando camina, entonces camina en la eternidad, así como manan las fuentes.
La presencia de estas formas de lo abierto se va apagando, pero algunas formas salvajes resisten en lo incontrolado. Los vecinos recuerdan cómo los animales ocupaban en lo alto del cerro incluso el interior de la muralla, andaban así de modo libre dentro y fuera. Con la luz de la mañana acariciando esa superficie se puede apreciar todavía un manto surcado por una dibujo de caminos, el tejido de malla que forman revela los seres que sobre él han caminado. La superficie de esa tierra recuerda a un mar, el espacio liso más puro, donde no hay bordes sino intensidades. La mirada que lo recorría en otro momento supo ver caminos por todas partes, su carne hizo del monte camino, y ofreció a la tierra aquello que vemos en la profundidad de su mirada, la posibilidad de lo abierto. Caminos de carne. Aparejos. Mediaciones Pienso en el significado de aparejo, y en cómo guarda consigo la idea de dispositivo de mediación. Son los palos y las velas que se exponen al viento para ponerse en movimiento. En construcción son las disposiciones y la traba de los materiales para sostener una estructura. El talabartero moldea y cose aparejos en tela que se adaptan a la cabeza o al lomo de las bestias para cargar, arar o montar al animal. Le he pedido a Miguel que me cuente cómo se cosen y se colocan los aparejos, para explicármelo se los ha puesto encima de su cuerpo, me ha sorprendido el espacio vacío entre el aparejo y su rostro, ese vacío es la distancia que le separa del burro, pero en ese instante había algo que les aproximaba. Los aparejos median entre el humano y el animal. Luego son los aperos los que voltearán los surcos, así que éstos medien entre el animal y la tierra. Qué difícil le resulta al humano el encuentro directo con las cosas. Espectadores, siempre a distancia del espectáculo, percibiendo el mundo ya interpretado, pero jamás lo abierto. Si ese animal que seguro avanza hacia nosotros en otra dirección tuviera una conciencia como la nuestra nos haría cambiar de rumbo con su transformación. Pero para él su ser es infinito, incontrolado y sin visión de su propio estado, puro, al igual que su mirada hacia delante. Y donde nosotros vemos futuro, ahí él lo ve todo y se ve en todo y a salvo para siempre.
Carne y piedra De una de las cabañas Miguel saca de la oscuridad una piedra, a simple vista no parece particular, mientras le pasa la mano por encima va contando cómo se la encontró allí enterrada al remover la tierra para abrir un cortafuegos. La piedra tiene dos lados, separados por un borde bien delineado. Le da una palmada fuerte en la cara superior y nos advierte que es una testuz, con el arranque de las orejas en la línea de borde. La testuz es la frente en los burros y caballos y la nuca en otros animales como el toro. Es la parte del animal más expuesta al contacto de la mano humana. Susana Velasco Esta investigación ha sido apoyada por la Ruta del Arte y Campoadentro. Está en marcha la continuidad de los trabajos y la publicación de un libro. (Artículo para la revista Zancolí -mayo 2012-, publicación semestral sobre la vida, tradición en historia de Almonaster La Real y sus aldeas)
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