CUAL ES LA IDENTIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA HOY?

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JOSE Mª GUERRERO

¿CUAL ES LA IDENTIDAD DE LA VIDA
RELIGIOSA HOY?
Uno de los fenómenos más inquietantes de la vida religiosa de hoy es el envejecimiento
progresivo de los Institutos. Con todo, parece que el problema básico de la vida
religiosa es el de su identidad, del que la disminución de religiosos (as) y de vocaciones
sólo es un síntoma y una consecuencia. Lo que importa es saber quiénes son los
religiosos y cuál es su papel en la iglesia y en el mundo actual. A responder estas
preguntas puede ayudar el presente articulo.

A la búsqueda de la identidad de la vida religiosa hoy: las tendencias más significativas
en el momento actual, Testimonio 13 (1982) 42-61

PREGUNTA POR LA IDEN TIDAD

No faltan hoy religiosos y religiosas a veces desconcertados cuando alguien les pregunta
como los judíos a Juan el Bautista: "¿Quién eres tú?" (Jn 1,49). No faltan tampoco
quienes han llegado a la conclusión de que para hacer lo que están haciendo no hace
falta ser religioso.

En otras épocas históricas cuando los estados, aún embrionarios, no podían afrontar ni
resolver los inmensos problemas sociales que les agobiaban, aparecieron innumerables
gestas humanas de religiosos y religiosas en la línea de suplir la actividad que tales
estados no podían garantizar. Pero hoy ya muchos estados y gobiernos están en
disposición de afrontar y responder adecuadamente a estos retos históricos que desafían
su responsabilidad comunitaria. Por otro lado muchos sostienen hoy la idea de que para
servir generosamente a la iglesia no es necesario ser religioso, y la realidad cotidiana así
parece confirmarlo.

Concebir la vida religiosa como la elección de un camino que conduce a sus miembros a
un estado privilegiado de perfección es desconocer el Vaticano II y la reflexión
teológica que le ha seguido.

¿Y entonces?

Si las concepciones de vida religiosa sobre las que algunos cimentaron su proyecto de
vida resultan hoy, por lo menos, insuficientes, es lógico que se cree en ellos un
desconcierto vital que incide negativamente en el entusiasmo y la entrega por aquella
opción fundamental de vida. Este desconcierto se traduce en un no saber con claridad
quién es uno como religioso y qué tiene que hacer en la vida; con esto, la opción
religiosa se presenta como más difusa y menos atractiva.

La respuesta a estas inquietudes, ante la crisis de identidad que está atravesando la vida
religiosa, ¿no la estará dando ya el Espíritu a través de las grandes tendencias hoy
perceptibles en la vida religiosa un poco por todas partes?
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PRIMACIA DEL SER SOBRE EL HACER

Para comprender esta tendencia hay que constatar un hecho: a partir del siglo XIX han
aparecido bastantes congregaciones orientadas a dar respuesta a necesidades concretas
(educación, sanidad...). Estos grupos, a veces, se vieron como polarizados por esas
obras concretas. Al asumir los gobiernos muchas de tales necesidades, estas
congregaciones han experimentado una crisis de identidad mayor que las de aquéllas
cuyo proyecto era la formación de un hombre evangélico, y han visto la necesidad de
fundamentar su vida religiosa, no en una tarea concreta, sino en la formación de este
hombre evangélico. Así muchos religiosos de la vida activa han visto que lo específico
suyo es, no tanto la realización de una tarea concreta, como la búsqueda de un espíritu,
común y particular a la vez, para realizarla. Dicho de otra manera, han descubierto que
el ser tiene primacía sobre el actuar.

La vida religiosa, en cuanto que centrada en el seguimiento radical de Cristo,
consagrada en la fe y entregada a realizar opciones y compromisos en los que el amor
manifestará exigencias radicales, es un fermento dinamizador del proyecto de una
sociedad nueva y distinta y representa la apertura de un camino en nuevas direcciones:

-la del compartir fraternalmente frente al acaparar egoística e injustamente,

-la de la sencillez y pobreza evangélica frente al orgullo y la idolatría a las riquezas,

-la de la frugalidad en el estilo de vida frente a la tendencia consumista
deshumanizadora,

-la del poder del servicio frente al poder opresor y legitimador de injusticias,

-la de la amistad generosa y gratuita frente a la amistad corrompida y servidora del
egoísmo,

-la del sentirse diversos y vivir como hermanos frente a una sociedad en la que los
hombres viven juntos sin conocerse ni amarse.

Una vida religiosa vivida con esta profundidad es anunciadora del reino de Dios,
cuestionadora de toda desvirtuación del mensaje de Jesucristo y portadora de la
exigencia del amor fraterno (cfr. L.G. 44).

Ojeando la historia de la vida religiosa, esto es lo que siempre ha representado en el
mundo y en la Iglesia y lo que ha confirmado el Concilio Vaticano II.

a) La vida religiosa y su origen histórico

Históricamente la vida religiosa ha sido una llamada crítica de naturaleza carismática:
un aguijón inquietante hacia las experiencias del evangelio.

La vida religiosa nació en la iglesia como una llamada crítica del Espíritu Santo hacia
esa iglesia cuando su nivel de dinamismo radical descendía o cuando se mostró incapaz
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de afrontar los retos históricos o las necesidades que desafiaban su creatividad
evangelizadora.

Cuando la iglesia comenzó a instalarse, tras el edicto de Milán, surgió la figura
positivamente contestataria de Antonio que optó por la vida en el desierto como
manifestación de su deseo de vivir el evangelio en toda su integridad. La iglesia
necesitaba una sacudida de este tipo para despertar de la instalación y acomodo en que
había caído. Realidades así las podemos encontrar a lo largo de toda la historia.

La vida religiosa, cuando se ha visto impregnada del espíritu de las bienaventuranzas,
ha resultado ser en el seno de la iglesia como un aguijón inquietante hacia las exigencias
del Evangelio, como un shock saludable que llama a la conversión, como un grito
profético contra la idolatría, el egoísmo, la injusticia y los atropellos que claman al
cielo. Así la vida religiosa ha encarnado un nuevo estilo de vida conforme al evangelio;
los religiosos manifestaron ayer - y deben manifestarlo hoy- el poder de Jesús resucitado
y la posibilidad de un nuevo tipo de hombre más conforme a las exigencias del
evangelio.

Se comprende ahora mejor que el religioso debe ser un creyente seducido por Jesucristo
y llamado a compartir totalmente su vida y su destino: algo así como el labrador que, al
encontrar el tesoro en su campo, vente todo lo que tiene para adquirirlo (cfr. Mt 13,33),
o como aquellos pescadores que dejaron redes y barcas para seguirlo a El y encarnar así
una nueva manera de ser, otro talante de vida, "el que abrazó el Hijo de Dios cuando
vino al mundo" (L.G. 44), el talante del que vive gozosamente la fidelidad al Padre y el
servicio gratuito a los hombres.

El núcleo centralizador de la vida religiosa, pues, es primariamente el deseo de vivir el
evangelio en toda su integridad y plenitud; sin este deseo entusiasta que crea la
experiencia seductora del encuentro con Jesús, los gestos de un Francisco de Asís, de un
Ignacio de Loyola, de una Teresa de Jesús, de un Charles de Foucauld y de tantos otros,
son ilógicos y absurdos.

b) La vida religiosa confirmada por el Vaticano II

Concilio Vaticano II: "Testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni
ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas" (L.G. 31).

Es de sobras conocida la doctrina del Vaticano II: lo nuclear de la vida religiosa es el
seguimiento radical de Cristo (L.G. 44,3 ), seguimiento del estilo de vida que El escogió
para sí (L.G. 46,2); para continuar su "misión" entre los hombres. Los votos de pobreza,
castidad y obediencia (P.C. 12,13,14) concretan históricamente este seguimiento que es
un camino siempre abierto. Los religiosos han de dar "testimonio de que el mundo no
puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas" (L.G.
31). La caridad fraterna es signo de la presencia del Reino entre los hombres (P.C.
15,1). Los religiosos están llamados a anunciar la esperanza escatológica mediante un
estilo de ser y actuar concorde con las exigencias del evangelio; deben ser, pues,
inspiradores de nuevas dimensiones en la realización de las tareas concretas de la vida
(cfr. L.G. 44).
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REDESCUBRIR Y VALORAR EL CARISMA FUNDAMENTAL

Las Congregaciones religiosas han ido surgiendo a lo largo de la historia como la
respuesta que el Espíritu Santo daba a través de ciertos hombres y mujeres (los
fundadores) a las llamadas de Dios desde dentro de la historia. Esta respuesta ha sido
primordialmente religiosa, no técnica, ha sido manifestación del deseo de vivir el
evangelio (no de solucionar un problema técnico, ya sea educativo, sanitario... ) desde
una perspectiva concreta del Espíritu que lleva a leerlo y vivirlo bajo un carisma
peculiar.

Hay hoy una tendencia a redescubrir los rasgos esenciales y auténticamente evangélicos
del propio carisma. Estos rasgos tienen que comunicarse, naturalmente, por unos cauces
que sean "significativos" para el hombre de hoy.

Si se quiere responder eficazmente a los retos históricos que desafían nuestra
creatividad evangelizadora no hay otra alternativa más que esta: que cada instituto se
cuestione acerca de la "gracia fundacional" para interpretar en clave evangélica la
situación actual.

Cuestionarse acerca de esta "gracia fundacional" e intentar ser fiel al carisma originario
no significa mantener unas estructuras sino, más bien, desarrollar internamente una
vida; no significa reproducir mecánicamente las actitudes de los fundadores sino releer
su espíritu y sus intenciones evangélicas en función de las circunstancias del aquí y del
ahora de nuestra vida; no significa tanto seguir al pie de la letra su misión como ser
continuadores de la misma. Sin esta actualización y adaptación a las necesidades del
pueblo de Dios, la obra de los religiosos no logrará mayor fuerza evangelizadora (cf.
Puebla 772).

Esta tendencia a redescubrir y desarrollar el carisma del fundador ha llevado a
emprender serios estudios que han puesto en evidencia el valor de tales carismas para
nuestro tiempo, cosa que ha supuesto una inyección revitalizadora para muchos
institutos.

DESEO DE VIVIR CON LOS HOMBRES Y PARA LOS HOMBRES

El seguimiento de Cristo lleva necesariamente a compartir su misión evangelizadora,
misión que, por la encarnación, supuso para El asumir todo lo que era el hombre y su
historia. Por ello el religioso no podrá vivir la misión de Jesús sin encarnarse como El
en medio del mundo que le ha tocado vivir.

El religioso, pues, debe vivir abierto a las necesidades de los hombres, solidario con
ellos. Lejos de él ser el hombre del "ghetto" o de la huida, sino el de la apertura y de la
presencia en nombre del Señor.

De ahí que al religioso de hoy no le gusten las barreras que le separan: casas aisladas,
determinados modos de actuar y de vestir, trabajos con "horarios religiosos" etc. Más
bien habla de inserción, de responder a las aspiraciones del "pueblo". La lástima es que
estos términos a veces responden a ideologías absolutistas unidimensionales que
excluyen otros tipos de inserción y de experiencia religiosa. Por ello es necesario que
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las opciones realizadas cara a un mejor cumplimiento de la misión del religioso sean
fruto de un discernimiento evangélico.

En todo caso, una cosa me parece muy clara, y es la voluntad decidida de los religiosos
de vivir "en el corazón de las masas", y especialmente de los más necesitados. Estos, en
medio de un mundo orgulloso e indiferente, obstinado en vivir de espaldas a Dios y a la
masa de los desheredados, quieren ser testigos de la primacía del Dios de la revelación y
profetas de su proyecto de una sociedad nueva. Igualmente, en medio de las injusticias y
opresiones de nuestro mundo, los religiosos quieren ser portadores del evangelio del
amor y de la justicia optando preferentemente por los más "pequeños", de forma
solidaria y libre tal y como Jesús lo hizo. Esta opción será original y exigente:

- original porque es realizada desde el evangelio y no desde una opción clasista, y
porque utilizará estrategias que no se queden en la superficie de las confrontaciones
sociales sino que lleguen a tocar el corazón del hombre.

- exigente porque es convertida en actitud de vida en pro de las luchas y esperanzas de
los pobres, en pro de la búsqueda realista de soluciones eficaces a sus problemas e
inquietudes, y porque esta actitud de vida surge de un cambio de corazón ante el
contacto real y directo con los pobres, contacto que lleva irremisiblemente a compartir
vivencialmente sus inquietudes, su vida.

Lo importante es que esta opción por los pobres se convierta en nosotros en actitud de
vida. Tal opción no implica necesariamente una uniformidad de servicio sino una
orientación de compromiso: la opción por los pobres no se identifica con un solo tipo de
obras apostólicas sino que debe estar presente en todas.

Si nuestra conversión a Cristo y a los pobres ha sido auténtica tiene que expresarse
mediante un estilo de vida coherente. En realidad, sólo un pobre puede decir a otros
pobres: "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3).

BÚSQUEDA DE DIOS

En aparente contraste con este deseo de vivir con los hombres y para los hombres,
surge hoy otra corriente de fondo: el deseo de una mayor interioridad. Este "contraste"
es sólo aparente.

"Cuanto más se abra el religioso a la dimensión contemplativa, más atento se volverá a
las exigencias del Reino... Tan sólo el que vive esta dimensión contemplativa sabe
descubrir los designios salvíficos de Dios en la historia y puede tener capacidad
suficiente para realizarlos con eficacia" afirma la Sagrada Congregación para los
religiosos e institutos seculares (Dimensión contemplativa de la vida religiosa, Ciudad
del Vaticano 1980, Pág. 65).

La misma Congregación, al estudiar la dimensión contemplativa de la vida religiosa,
afirma que "es el verdadero secreto de la renovación de toda vida religiosa: renueva
vitalmente el seguimiento de Cristo, porque conduce a un conocimiento experiencial de
El, conocimiento necesario para poder darle auténtico testimonio; testimonio de quien le
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ha oído, le ha visto con sus propios ojos, le ha contemplado, le ha tocado con las propias
manos" (Documento conclusivo de la Asamblea Plenaria n .º 30).

Este fenómeno de búsqueda de una mayor vida interior resulta hoy en día novedoso, no
porque antes no existiera sino:

1.º por su extensión, en cuanto que se da por igual en institutos de carismas diversos,

2.º por la amplitud del horizonte en que se busca a Dios: no sólo en la profundidad del
corazón sino también en los rostros vivos de la humanidad.

La búsqueda de esta vida interior no es una "huida intimista" sino una ayuda para
sumergirse, de forma evangélicamente comprometida, en la realidad del mundo.
Permitidme, en este sentido, transcribir el testimonio de un grupo de religiosos ubicados
entre los indígenas latinoamericanos:

"Como otros muchos agentes pastorales, nos hemos visto apremiados por mil
necesidades inmediatas. La valoración de lo pragmático, de la eficacia cuantitativa, las
urgencias y necesidades enormes de estos pobres indígenas nos llevó a un
superactivismo incontrolado. Bajó peligrosamente el elemento contemplativo de nuestra
vida religiosa y se nos fue haciendo cada día más difícil valorar "lo gratuito" y lo
"aparentemente inútil" de nuestra trato personal con el Señor. El grupo ha atravesado
una fuerte crisis de identidad o incluso de cansancio en la salud y, sobre todo, en el
espíritu. Vamos redescubriendo cada día más claramente que sin una fuerte relación
personal con Cristo no aguantaríamos en esta frontera de la iglesia y terminaríamos
desilusionados o politizados. Nos hemos convencido de que sólo una profunda fe
contemplativa es capaz de dar sentido a nuestro compromiso en esta frontera de la
iglesia, al servicio de estos hermanos marginados y oprimidos."

Se trata, pues, de retomar el viejo ideal de ser contemplativos en la acción, de ser
capaces de encontrar a Dios en todas las cosas, de referir todas las cosas a El, de llevar a
cabo un estilo de oración integrada con la vida e integradora de lo que se vive, una
oración buscada y vivida como lugar privilegiado de encuentro con uno mismo y de
apertura de forma decisiva a la existencia, a una existencia plena.

LA COMUNIDAD: SIGNO DE ESPERANZA EN UN MUNDO DE
RIVALIDADES Y VIOLENCIAS

El religioso vive su proyecto evangélico en una comunidad que le ayuda a crecer en
fidelidad al evangelio. Resulta muy esperanzador constatar que la aspiración a una vida
en fraternidad es un fenómeno universal en la vida religiosa de hoy. La fraternidad por
fidelidad al evangelio del amor se va convirtiendo cada vez más en el centro del
proyecto religioso.

Al respecto, y mirando al futuro, quisiera subrayar las siguientes líneas- fuerza:

a) La comunidad la forman un puñado de hombres o mujeres, reunidos por causa de
Jesucristo que los "con-voca", identificados en un mismo carisma y ligados por un
fuerte amor recíproco y por la conciencia de tener una misión común. Al ser ésta la
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vinculación, la fraternidad religiosa debe aspirar a ser mucho más que un club de trabajo
o una asociación de amigos.

b) En esta comunidad, más que la vida en común (donde la unión se logra mediante
actos comunes establecidos institucionalmente) lo que cuenta es la comunidad de vida
donde la persona queda más revalorizada y potenciada al cobrar relieve valores como la
amistad, la relación interpersonal, la aceptación mutua, la relación fraternal auténtica,
etc.

c) En estas comunidades prioriza la "compenetración de espíritu" a la presencia física,
pues sólo aquélla es capaz de mantener una cohesión en la dispersión apostólica.

d) Son comunidades fundamentadas en la corresponsabilidad, en la búsqueda conjunta
de un proyecto comunitario, en un clima de discernimiento y de amistad cara a
examinar y revisar las opciones tomadas para el mejor cumplimiento de su misión.

e) Estas comunidades no buscan una uniformidad que cubra disimulos y tentaciones,
sino una fuerte unidad en un sano y legítimo pluralismo. La búsqueda de la voluntad de
Dios se emprende comunitariamente y a todos los niveles, y la autoridad, siempre
necesaria, se ejerce bajo forma y espíritu de servicio.

f) Las comunidades se convierten en un signo provocador de esperanza y están llamadas
a ser como esos "espacios verdes" en nuestras ciudades donde se respire algo de Dios y
de humanidad auténtica en el seno de un mundo desgarrado por rivalidades y violencias,
por egoísmos y ambiciones.

g) Son comunidades, en general mucho más encarnadas y reducidas, en las que las
personas no están al servicio de las estructuras sino exactamente al revés.

h) Son comunidades cuya unidad y dinamismo les viene dado, no por el repliegue en sí
mismas, sino por su misión. Su crecimiento viene, en gran parte, condicionado por la
sensibilidad y lucidez para recibir su misión y por el coraje para realizarla en
cooperación con otros agentes pastorales. Los religiosos hoy van adquiriendo
sensibilidad de que, 1 ° son hombres-para- la- misión y 2.º deben realizarla integrados en
una pastoral de conjunto.

Así las comunidades se ven revitalizadas al ejercer su misión en el seno de la iglesia,
evitando el actuar "por vía libre". Contrariamente languidecen cuando se aíslan de la
pastoral de conjunto de la Iglesia local y de la realidad que les circunda.

i) Finalmente, son comunidades de acogida fraternal, de puertas abiertas a todo hombre.

ANTE UN MUNDO EN CAMBIO: LA FORMACIÓN PERMANENTE Y EL
DISCERNIMIENTO

Los religiosos que sienten vivamente cuanto hemos dicho hasta aquí sienten con igual
fuerza la urgencia de la renovación, de readaptación a las exigencias de los nuevos
"signos de los tiempos", de responder a los nuevos problemas. Nuestro mundo se
presenta como preludio de una nueva época que se está gestando, como realidad
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cambiante a pasos agigantados; ello obliga a los religiosos a ofrecer respuestas creativas
frente a tales novedades y ello, a su vez, comporta:

- un conocimiento crítico de la realidad interna y externa de la congregación

- una nueva formación permanente que ayude a reencontrar los "nuevos equilibrios" de
madurez personal, vida interrelacional, de capacit ación y de asimilación de los nuevos
valores de la fe, etc.

- una renovación profunda del espíritu para situarse en estado permanente de
discernimiento cara a la realización de la misión que se ha recibido.

Muchos son los religiosos que sienten un cierto "complejo de desfase", de no llegar a
comprender al hombre y al mundo de hoy. También por ello es urgente una formación
permanente y un discernimiento, pilares básicos de una auténtica renovación abierta al
futuro.

a) Formación permanente

1 .º Justificación. A mi modo de ver, los motivos que exigen una formación permanente
son:

- la necesidad de adecuarse a la transformación de nuestro tiempo en el que tenemos que
vivir nuestra experiencia religiosa,

- el desafío de desempeñar una actividad apostólica más eficaz conforme a las
necesidades actuales de la iglesia y de los hombres.

2.º objetivos. la formación permanente no puede reducirse a

- una información permanente, una acumulación de conocimientos,

- un "recyclage" técnico-académico que llene vacíos de la formación recibida,

- una serie de ejercicios de sensibilización o dinámica sin continuidad.

La formación permanente es más bien un proceso vital, dinámico, progresivo, integral y
completo para renovarse integralmente (espiritual, académica y pastoralmente),
readaptándose a las exigencias nuevas con el fin de hacer más eficaz la propia vida y el
servicio apostólico.

3.º Medios. Para vivir esta experiencia que intenta ser integradora (de las dimensiones
humanas, espirituales y apostólicas) y comunitaria (realizada por personas, convocadas
por el mismo Señor para una empresa común, que desean buscar juntos el sentido de la
propia vocación), habrá que reservar un tiempo determinado y organizado en función de
los objetivos previstos.
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b) Discernimiento

Ante la ambigüedad de las situaciones que nos toca vivir hoy, la complejidad de los
problemas y la necesidad de interpretar los signos de los tiempos a la luz del evangelio,
es necesario tomar conciencia de lo que conviene hacer y de la manera de hacerlo, para
que nuestra existencia esté constantemente bajo la moción del Espíritu y "hagamos
siempre lo que a El le agrada" (Jn 8,29).

Esta actitud que podemos calificar como "discernir", muchas veces ha quedado
desprestigiada ante la experiencia de ciertos encuentros mal llamados "discernimiento".
Por ello no se puede bautizar bajo el nombre de "discernimiento" a cualquier tipo de
reunión: un parlamentarismo frío basado en la emisión de razones no es lo mismo que
una reunión en el espíritu fundamentada en la percepción de la llamada de Dios en
nuestra situación existencial; en ésta la luz del Espíritu va penetrando más que bajo
cualquier raciocinio por erudito que sea.

Es importante, pues, que las opciones de los religiosos surjan, más que de un espíritu
humano prudente o político, del espíritu de Cristo revelado a través de un serio
discernimiento evangélico.

El problema del discernimiento no se sitúa tanto en el terreno metodológico como en el
de las disposiciones fundamentales para realizarlo (libertad interior, desprendimiento de
sí, oración, humildad, actitud receptiva, comunicación interpersonal franca y abierta, etc
... ).

Permitidme reproducir unas palabras del P. Arrupe:

"¿Está realmente en uso (el discernimiento)? ¿Cuántas comunidades, a pesar de los
numerosos estudios, cursillos, etc., que loablemente tienen por doquier, son hoy capaces
de realizar el verdadero discernimiento ignaciano? Con el conocimiento que puedo tener
de la Compañía, yo os diría que proporcionalmente son muy pocas las comunidades
cuya dinámica espiritual o apostólica está basada en un discernimiento propiamente
dicho.

Ello no nos debe desanimar. Al contrario, debemos desafiar el reto que todo auténtico
discernimiento implica. Por ello es importante educarse y educar para el discernimiento,
y estar alerta para no confundir nuestros raciocinios, meramente humanos y a menudo
unidimensionados por nuestras posturas tomadas de antemano, con las mociones del
Espíritu.

CONCLUSIÓN

Después del recorrido seguido hasta aquí, creo que podemos afirmar que lo único que
justifica y da sentido a la vida religiosa es una respuesta, profunda y coherente, a la
invitación de Cristo a seguirlo radicalmente, compartiendo su vida y su misión.

Por eso, el servicio que hace la vida religiosa a la iglesia y al mundo, no es tanto un
quehacer concreto como su ser mismo: una significación profética de los valores
evangélicos mediante la profesión pública de un estilo de existencia que resulta
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interpeladora, que llama a la insobornable pureza del evangelio, y que denuncia todo
criterio no evangélico imperante tanto en el mundo como en la iglesia.

El religioso sirve a la iglesia y al mundo desde el carisma de su fundador, y quiere
servirlos participando en la experiencia histórica de su tiempo y en la colaboración en la
construcción de un mundo más justo, más humano, más divino. Por ello quiere vivir
abierto al mundo, con una apertura que no es pactista con el egoísmo del mundo sino
denuncia del mismo y anuncio de la liberación integral propuesta en la buena noticia de
Jesucristo. Igualmente, el religioso es consciente de que tan sólo el que vive la
dimensión contemplativa sabe descubrir los designios salvíficos de Dios en la historia, y
puede adquirir capacidad suficiente para realizarlos con eficacia y equilibrio.

Para vivir cada día más significativamente frente a las nuevas exigencias del mundo,
para responder desde el evangelio a los interrogantes profundos del corazón humano, y
para colaborar en la solución de los problemas que agobian a los hombres de hoy, es
preciso que el religioso refuerce la formación permanente y la actitud de
discernimiento.

Hemos llegado al fin. Es difícil predecir el futuro de la vida religiosa pues está en
manos de Dios, pero las tendencias que hemos señalado pueden orientar el camino así
como clarificar la identidad de la vida religiosa. En realidad, nuestro porvenir dependerá
del servicio que, según nuestro carisma, seamos capaces de prestar a la iglesia y al
mundo con nuestro actuar evangélico.

                                                       Condensó: CARLES MARCET
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