El príncipe feliz En la parte más alta de la ciu-Ciudad CCS

Página creada Humberto Ortiz
 
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                                                                                                                               N° 67
                                                                                                                             * La gaviota
                                                                       VIERNES 20 DE AGOSTO DE 2021

El príncipe feliz                                                                                                           Oscar Wilde

E
           n la parte más alta de la ciu-                                                                             Cuando llegó el otoño, todas
           dad, sobre una columnita, se                                                                               las golondrinas emprendieron
           alzaba la estatua del Prínci-                                                                              el vuelo. Una vez que se fue-
           pe Feliz.                                                                                                  ron sus amigas, se sintió muy
           Estaba toda revestida de                                                                                   sola y empezó a cansarse de su
madreselva de oro fino. Tenía, a guisa                                                                                amante.
de ojos, dos centelleantes zafiros y un                                                                               —No sabe hablar –decía ella–.
gran rubí rojo ardía en el puño de su                                                                                 Y además temo que sea in-
espada. Por todo lo cual era muy ad-                                                                                  constante porque coquetea sin
mirada.                                                                                                               cesar con la brisa.
—Es tan hermoso como una vele-                                                                                        Y realmente, cuantas veces sopla-
ta –observó uno de los miembros del                                                                                   ba la brisa, el Junco multiplicaba
Concejo que deseaba granjearse una                                                                                    sus más graciosas reverencias.
reputación de conocedor en el arte–.                                                                                  —Veo que es muy casero
Pero no es tan útil –añadió, temiendo                                                                                 –murmuraba la Golondrina–.
que lo tomaran por un hombre poco                                                                                     A mí me gustan los viajes. Por
práctico.                                                                                                             lo tanto, al que me ame, le
Y realmente no lo era.                                                                                                debe gustar viajar conmigo.
—¿Por qué no eres como el Príncipe Fe-                                                                                —¿Quieres seguirme?
liz? –preguntaba una madre cariñosa a                                                                                 –preguntó por último la Go-
su hijito, que pedía la luna–. El Prínci-                                                                             londrina al Junco. Pero el Jun-
pe Feliz no hubiera pensado nunca en                                                                                  co negó con la cabeza. Estaba
pedir nada a voz en grito.                                                                                            demasiado atado a su hogar.
—Me hace dichoso ver que hay en el                                                                                    —¡Te has burlado de mí!
mundo alguien que es completamente                                                                                    –le gritó la Golondrina–. Me
feliz –murmuraba un hombre fracasado,                                                                                 marcho a las Pirámides. ¡Adiós!
contemplando la estatua maravillosa.                                                                                  Y la Golondrina se fue.
—Verdaderamente parece un ángel                                                                                       Voló durante todo el día y al
–decían los niños hospicianos al salir                                                                                caer la noche llegó a la ciudad.
de la catedral, vestidos con sus sober-                                                                               —¿Dónde buscaré un abrigo?
bias capas escarlatas y sus bonitas cha-                                                                              –se dijo–. Supongo que la ciu-
quetas blancas.                                                                                                       dad habrá hecho preparativos
—¿En qué lo conocen –replicaba el                                                                                     para recibirme.
profesor de matemáticas –si no han                                                                                    Entonces divisó la estatua so-
visto uno nunca?                                                                                                      bre la columnita.
—¡Oh! Los hemos visto en sueños                                                                                       —Voy a cobijarme allí –gritó–.
–respondieron los niños.                                                                                              El sitio es bonito. Hay mucho
Y el profesor de matemáticas fruncía                                                                                  aire fresco.
las cejas, adoptando un severo aspec-                                                                                 Y se dejó caer precisamente en-
to, porque no podía aprobar que unos                                                                                  tre los pies del Príncipe Feliz.
niños se permitiesen soñar.                                                                                           —Tengo una habitación dora-
Una noche voló una golondrinita sin                                                                                   da –se dijo quedamente, des-
descanso hacia la ciudad. Seis semanas                                                                                pués de mirar en torno suyo.
antes habían partido sus amigas para                                                                                  Y se dispuso a dormir. Pero al
Egipto; pero ella se quedó atrás.           Entonces la Golondrina revoloteó a                              ir a colocar su cabeza bajo el ala, he
Estaba enamorada del más hermoso            su alrededor rozando el agua con sus                            aquí que le cayó encima una pesada
de los juncos. Lo encontró al comien-       alas y trazando estelas de plata. Era su                        gota de agua.
zo de la primavera, cuando volaba           manera de hacer la corte. Y así trans-
                                            currió todo el verano.
                                                                                       Me marcho a las      —¡Qué curioso! –exclamó–. No hay una
sobre el río persiguiendo a una gran                                                                        sola nube en el cielo, las estrellas están
mariposa amarilla, y su talle esbelto
la atrajo de tal modo, que se detuvo
                                            —Es un enamoramiento ridículo –gor-
                                            jeaban las otras golondrinas–. Ese Jun-
                                                                                       Pirámides. ¡Adiós!   claras y brillantes, ¡sin embargo llueve!
                                                                                                            El clima del norte de Europa es verda-
para hablarle.                              co es un pobretón y tiene realmente                             deramente extraño. Al Junco le gustaba
—¿Quieres que te ame? –dijo la Golondri-    demasiada familia.                         Y la Golondrina      la lluvia; pero en él era puro egoísmo.
na, que no se andaba nunca con rodeos.      Y en efecto, el río estaba todo cu-                             Entonces cayó una nueva gota.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.      bierto de juncos.                          se fue   .                                        PASA A LA PÁG 2
El príncipe feliz En la parte más alta de la ciu-Ciudad CCS
2 | Cuentos para leer en la casa                     viernes 20 DE agosto DE 2021                                                                                       www.ciudadccs.info                                                                                           viernes 20 DE agosto DE 2021         Cuentos para leer en la casa| 3

    VIENE DE LA PÁG 1

—¿Para qué sirve una estatua si no res-       con los grandes lotos. Pronto irán a dor-
guarda de la lluvia? –dijo la Golondri-       mir al sepulcro del gran rey. El mismo                                                                                                                —Me esperan en Egip-                                                      te. El rubí será más rojo que una rosa roja       —¡Qué hambre tenemos! –decían.
na–. Voy a buscar un buen copete de           rey está allí en su caja de madera, en-                                                                                                               to –respondió la Go-                                                      y el zafiro será tan azul como el océano.         –¡No se puede estar acostado aquí! –les gri-
chimenea.                                     vuelto en una tela amarilla y embalsa-                                                                                                                londrina–. Mañana mis                                                     —Allá abajo, en la plazoleta –contestó el         tó un guardia. Y se alejaron bajo la lluvia.
Y se dispuso a volar más lejos. Pero an-      mado con sustancias aromáticas. Tiene                                                                                                                 amigas volarán hacia la                                                   Príncipe Feliz–, tiene su puesto una niña         Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y
tes de que abriese las alas, cayó una ter-    una cadena de jade verde pálido alre-                                                                                                                 segunda catarata. Allí el                                                 vendedora de fósforos. Se le han caído los        fue a contar al Príncipe lo que había visto.
cera gota.                                    dedor del cuello y sus manos son como                                                                                                                 hipopótamo se acues-                                                      fósforos al arroyo, estropeándose todos.          —Estoy cubierto de oro fino –dijo el Prín-
La Golondrina miró hacia arriba y vio…        unas hojas secas.                                                                                                                                     ta entre los juncos y el                                                  Su padre le pegará si no lleva algún dinero       cipe–; despréndelo hoja por hoja y dáselo
¡Ah, lo que vio!                              —Golondrina, Golondrina, Golondri-                                                                                                                    dios Memnón se alza                                                       a casa, y está llorando. No tiene ni medias       a mis pobres. Los hombres creen siempre
Los ojos del Príncipe Feliz estaban arra-     nita –dijo el Príncipe–, ¿no te quedarás                                                                                                              sobre un gran trono                                                       ni zapatos y lleva la cabecita al descubier-      que el oro puede hacerlos felices.
sados de lágrimas, que corrían sobre          conmigo una noche y serás mi mensa-                                                                                                                   de granito. Acecha a                                                      to. Arráncame el otro ojo, dáselo y su pa-        Hoja por hoja arrancó la Golondrina el
sus mejillas de oro.                          jera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta                                                                                                                las estrellas durante la                                                  dre no le pegará.                                 oro fino hasta que el Príncipe Feliz se que-
Su faz era tan bella a la luz de la luna,     tristeza la madre!                                                                                                                                    noche y cuando brilla                                                     —Pasaré otra noche contigo –dijo la Golon-        dó sin brillo ni belleza.
que la Golondrinita sintiose llena de         —No creo que me agraden los niños                                                                                                                     Venus lanza un grito          Entonces                                    drina–, pero no puedo arrancarte el ojo por-      Hoja por hoja lo distribuyó entre los po-
piedad.                                       –contestó la Golondrina–. El invierno                                                                                                                 de alegría y luego calla.                                                 que entonces te quedarás ciego del todo.          bres, y las caritas de los niños se tornaron
—¿Quién eres? –dijo.                          último, cuando vivía yo a orillas del río,                                                                                                            A mediodía, los rojizos
                                                                                                                                                                                                    leones bajan a beber a
                                                                                                                                                                                                                                  fundieron la estatua                        —¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita!
                                                                                                                                                                                                                                                                              –dijo el Príncipe–. Haz lo que te mando.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                nuevamente sonrosadas y rieron y juga-
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                ron por la calle.
—Soy el Príncipe Feliz.                       dos muchachos mal educados, los hijos
                                                                                                                                                                                                    la orilla del río. Sus ojos                                               Entonces la Golondrina volvió de nuevo            —¡Ya tenemos pan! –gritaban.
—Entonces, ¿por qué lloriqueas de ese
modo? –preguntó la Golondrina–. Me
                                              del molinero, no paraban un momen-
                                              to de tirarme piedras. Claro es que no                                                                                                                son verdes aguamari-          en un horno                                 hacia el Príncipe y emprendió el vuelo lle-       Entonces llegó la nieve y después de la
has empapado casi.                            me alcanzaban. Nosotras las golondri-                                                                                                                 nas y sus rugidos más                                                     vándoselo.                                        nieve el hielo. Las calles parecían empe-
—Cuando estaba yo vivo y tenía un co-         nas volamos demasiado bien para eso                                                                                                                   atronadores que los ru-       y el alcalde reunió                         Se posó sobre el hombro de la vendedorci-         dradas de plata por lo que brillaban y
razón de hombre –replicó la estatua–,         y además yo pertenezco a una familia                                                                                                                  gidos de la catarata.                                                     ta de cerillas y deslizó la joya en la palma      relucían.
no sabía lo que eran las lágrimas por-        célebre por su agilidad; mas, a pesar de                                                                                                              —Golondrina, Golon-           al Concejo                                  de su mano.                                       Largos carámbanos, semejantes a puñales
que vivía en el Palacio de la Despreocu-      todo, era una falta de respeto.                                                                                                                       drina, Golondrinita                                                       –¡Qué bonito pedazo de cristal! –exclamó          de cristal, pendían de los tejados de las ca-
pación, en el que no se permite la en-        Pero la mirada del Príncipe Feliz era                                                                                                                 –dijo el Príncipe–, allá
                                                                                                                                                                                                    abajo, al otro lado de
                                                                                                                                                                                                                                  en sesión para decidir                      la niña, y corrió a su casa muy alegre.
                                                                                                                                                                                                                                                                              Entonces la Golondrina volvió de nuevo
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                sas. Todo el mundo se cubría de pieles y
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                los niños llevaban gorritos rojos y patina-
trada al dolor. Durante el día jugaba con     tan triste que la Golondrinita se quedó
                                                                                                                                                                                                    la ciudad, veo a un jo-                                                   hacia el Príncipe.                                ban sobre el hielo.
mis compañeros en el jardín y por la
noche bailaba en el gran salón. Alrede-
                                              apenada.
                                              —Mucho frío hace aquí –le dijo–; pero                                                                                                                 ven en una buhardilla.        lo que debía hacerse                        —Ahora estás ciego. Por eso me quedaré            La pobre Golondrina tenía frío, cada vez
dor del jardín se alzaba una muralla al-      me quedaré una noche contigo y seré                                                                                                                   Está inclinado sobre                                                      contigo para siempre.                             más frío, pero no quería abandonar al Prín-
tísima, pero nunca me preocupó lo que         tu mensajera.                                                                                                                                         una mesa cubierta de          con el metal     .                          —No, Golondrinita –dijo el pobre Prínci-          cipe: lo amaba demasiado para hacerlo.
había detrás de ella, pues todo cuanto        —Gracias, Golondrinita –respondió el                                                                                                                  papeles y en un vaso a                                                    pe–. Tienes que ir a Egipto.                      Picoteaba las migas a la puerta del pana-
me rodeaba era hermosísimo. Mis cor-          Príncipe.                                                                                                                                             su lado hay un ramo de                                                    —Me quedaré contigo para siempre –dijo            dero cuando este no la veía, e intentaba
tesanos me llamaban el Príncipe Feliz         Entonces la Golondrinita arrancó el                                                                                                                   violetas marchitas. Su                                                    la Golondrina.                                    calentarse batiendo las alas.
                                                                                                                                                                                                    pelo es negro y rizoso        manos. No oyó el aleteo del pájaro y        Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al       Pero, al fin, sintió que se iba a morir. No
y, realmente, era yo feliz, si es que el      gran rubí de la espada del Príncipe y,
                                                                                                                                                                                                    y sus labios rojos como       cuando levantó la cabeza, vio el her-       día siguiente se colocó sobre el hombro           tuvo fuerzas más que para volar una vez
placer es la felicidad. Así viví y así morí   llevándolo en el pico, voló sobre los te-
                                                                                                                                                                                                    granos de granada. Tie-       moso zafiro colocado sobre las violetas     del Príncipe y le refirió lo que había visto      más sobre el hombro del Príncipe.
y ahora que estoy muerto me han eleva-        jados de la ciudad.
                                                                                                                                                                                                    ne unos grandes ojos          marchitas.                                  en países extraños. Le habló de los ibis ro-      —¡Adiós, amado Príncipe! –murmuró–.
do tanto, que puedo ver todas las feal-       Pasó sobre la torre de la catedral, donde
                                                                                                                                                                                                    soñadores. Se esfuerza        —Empiezo a ser estimado –exclamó–.          jos que se sitúan en largas filas a orillas del   Permíteme que te bese la mano.
dades y todas las miserias de mi ciudad,      había unos ángeles esculpidos en már-
                                                                                                                                                                                                    en terminar una obra          Esto proviene de algún rico admirador.      Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de        —Me da mucha alegría que partas por
y aunque mi corazón sea de plomo, no          mol blanco. Pasó sobre el palacio real y
                                                                                                                                                                                                    para el director del tea-     Ahora ya puedo terminar la obra.            la esfinge, que es tan vieja como el mun-         fin para Egipto, Golondrina –dijo el Prín-
me queda más recurso que llorar.              oyó la música de baile.
                                                                                                                                                                                                    tro, pero siente dema-        Y parecía completamente feliz.              do, vive en el desierto y lo sabe todo; de        cipe–. Has permanecido aquí demasiado
«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?»,         Una bella muchacha apareció en el bal-
                                                                                                                                                                                                    siado frío para escribir      Al día siguiente la Golondrina voló ha-     los mercaderes que caminan lentamente             tiempo. Pero tienes que besarme en los
pensó la Golondrina para sus adentros,        cón con su novio.
                                                                                                                                                                                                    más. No hay fuego nin-        cia el puerto. Descansó sobre el mástil     junto a sus camellos, pasando las cuentas         labios porque te amo.
pues estaba demasiado bien educada            —¡Qué hermosas son las estrellas –le
                                                                                                                                                                                                    guno en el aposento y el      de un gran navío y contempló a los ma-      de unos rosarios de ámbar en sus manos;           —No es a Egipto adonde voy a ir –dijo
para hacer ninguna observación en voz         dijo– y qué poderosa es la fuerza del
                                                                                                                                                                                                    hambre lo ha rendido.         rineros que sacaban enormes cajas de        del rey de las montañas de la luna, que es        la Golondrina–. Voy a la morada de la
alta sobre las personas.                      amor!
                                                                                                                                                                                                    —Me quedaré otra no-          la cala tirando de unos cabos.              negro como el ébano y que adora un gran           Muerte. La Muerte es hermana del Sue-
—Allí abajo –continuó la estatua con su       —Querría que mi vestido estuviese aca-
                                                                                                                                                                                                    che contigo –dijo la Go-      —¡Ah, iza! –gritaban a cada caja que lle-   bloque de cristal; de la gran serpiente ver-      ño, ¿verdad?
voz baja y musical–, allí abajo, en una       bado para el baile oficial –respondió
                                                                                                                                                                                                    londrina, que tenía real-     gaba al puente.                             de que duerme en una palmera y a la cual          Y besando al Príncipe Feliz en los labios,
callejuela, hay una pobre vivienda. Una       ella–. He mandado bordar en él unas
                                                                                                                                                                                                    mente buen corazón–.          —¡Me voy a Egipto! –les gritó la Go-        están encargados de alimentar con pasteli-        cayó muerta a sus pies.
de sus ventanas está abierta y por ella       pasionarias ¡pero son tan perezosas las
                                                                                                                                                                                                    ¿Debo llevarle otro rubí?     londrina.                                   tos de miel veinte sacerdotes; y de los pig-      En el mismo instante sonó un extraño
puedo ver a una mujer sentada ante            costureras!
                                                                                                                                                                                                    —¡Ay! No tengo más ru-        Pero nadie le hizo caso, y al salir la      meos que navegan por un gran lago sobre           crujido en el interior de la estatua, como
una mesa. Su rostro está enflaquecido         Pasó sobre el río y vio los fanales colga-
                                                                                                                                                                                                    bíes –dijo el Príncipe–.      luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.       anchas hojas aplastadas y están siempre           si se hubiera roto algo. El hecho es que la
y ajado. Tiene las manos hinchadas y          dos en los mástiles de los barcos. Pasó
                                                                                                                                       –Esta noche parto para Egipto –se de-      Mis ojos es lo único que me queda. Son          —He venido para decirte adiós –le dijo.     en guerra con las mariposas.                      coraza de plomo se había partido en dos.
enrojecidas, llenas de pinchazos de la        sobre el gueto y vio a los judíos viejos     todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le
                                                                                                                                       cía la Golondrina. Y solo de pensarlo se   unos zafiros extraordinarios traídos de         —¡Golondrina, Golondrina, Golondri-         —Querida Golondrinita –dijo el Príncipe–,         Realmente hacía un frío terrible.
aguja, porque es costurera. Borda pa-         negociando entre ellos y pesando mo-         contó lo que había hecho.
                                                                                                                                       ponía muy alegre.                          la India hace un millar de años. Arran-         nita! –exclamó el Príncipe–. ¿No te que-    me cuentas cosas maravillosas, pero más           A la mañana siguiente, muy temprano,
sionarias sobre un vestido de raso que        nedas en balanzas de cobre.                  —Es curioso –observa ella–, pero aho-
                                                                                                                                       Visitó todos los monumentos públicos       ca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a       darás conmigo una noche más?                maravilloso aún es lo que soportan los            el alcalde se paseaba por la plazoleta con
debe lucir, en el próximo baile de corte,     Al fin llegó a la pobre vivienda y echó      ra casi siento calor; sin embargo, hace
                                                                                                                                       y descansó un gran rato sobre la punta     un joyero, se comprará alimento y com-          —Es invierno –replicó la Golondrina– y      hombres y las mujeres. No hay misterio            dos concejales de la ciudad.
la más bella de las damas de honor de         un vistazo dentro. El niño se agitaba fe-    mucho frío.
                                                                                                                                       del campanario de la iglesia.              bustible y concluirá su obra.                   pronto estará aquí la nieve glacial. En     más grande que la miseria. Vuela por mi           Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos
la reina. Sobre un lecho, en el rincón        brilmente en su camita y su madre se         Y la Golondrinita empezó a reflexionar
                                                                                                                                       Por todas partes adonde iba piaban los     —Amado Príncipe –dijo la Golondrina–,           Egipto calienta el sol sobre las palme-     ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.         hacia la estatua.
del cuarto, yace su hijito enfermo. Tie-      había quedado dormida de cansancio.          y entonces se durmió. Cuantas veces
                                                                                                                                       gorriones, diciéndose unos a otros:        no puedo hacer eso. Y se puso a llorar.         ras verdes. Los cocodrilos, acostados en    Entonces la Golondrinita voló por la gran         —¡Dios mío! –exclamó–. ¡Qué andrajoso
ne fiebre y pide naranjas. Su madre no        La Golondrina saltó a la habitación y        reflexionaba se dormía. Al despuntar el
                                                                                                                                       —¡Qué extranjera más distinguida!          —¡Golondrina, Golondrina, Golondrini-           el barro, miran perezosamente a los ár-     ciudad y vio a los ricos que festejaban en        se ve el Príncipe Feliz!
puede darle más que agua del río. Por         puso el gran rubí en la mesa, sobre el       alba voló hacia el río y tomó un baño.
                                                                                                                                       Y esto la llenaba de gozo. Al salir la     ta! –dijo el Príncipe–. Haz lo que te pido.     boles, a orillas del río. Mis compañeras    sus magníficos palacios, mientras los men-        —¡Sí, está verdaderamente andrajoso! –di-
eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no      dedal de la costurera. Luego revoloteó       —¡Notable fenómeno! –exclamó el pro-
                                                                                                                                       luna volvió a todo vuelo hacia el Prín-    Entonces la Golondrina arrancó el ojo           construyen nidos en el templo de Baal-      digos estaban sentados a sus puertas.             jeron los concejales de la ciudad, que eran
quieres llevarle el rubí del puño de mi       suavemente alrededor del lecho, abani-       fesor de ornitología que pasaba por el
                                                                                                                                       cipe Feliz.                                del Príncipe y voló hacia la buhardilla         beck. Las palomas rosadas y blancas las     Voló por los barrios sombríos y vio las páli-     siempre de la opinión del alcalde.
espada? Mis pies están sujetos al pedes-      cando con sus alas la cara del niño.         puente–. ¡Una golondrina en invierno!
                                                                                                                                       —¿Tienes algún encargo para Egipto?        del estudiante. Era fácil penetrar en ella      siguen con los ojos y se arrullan. Ama-     das caras de los niños que se morían de ham-      Y levantaron ellos mismos la cabeza para
tal, y no me puedo mover.                     —¡Qué fresco más dulce siento! –mur-         Y escribió sobre aquel tema una larga
                                                                                                                                       –le gritó–. Voy a emprender la marcha.     porque había un agujero en el techo. La         do Príncipe, tengo que dejarte, pero no     bre, mirando con apatía las calles negras.        mirar la estatua.
—Me esperan en Egipto –respondió la           muró el niño–. Debo estar mejor. Y           carta a un periódico local.
                                                                                                                                       —Golondrina, Golondrina, Golondri-         Golondrina entró por él como una fle-           te olvidaré nunca y la primavera próxi-     Bajo los arcos de un puente estaban acos-         —El rubí de su espada se ha caído y ya no
Golondrina–. Mis amigas revolotean de         cayó en un delicioso sueño.                  Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de
                                                                                                                                       nita –dijo el Príncipe–, ¿no te quedarás   cha y se encontró en la habitación.             ma te traeré de allá dos bellas piedras     tados dos niñitos abrazados uno a otro
aquí para allá sobre el Nilo y charlan        Entonces la Golondrina se dirigió a          palabras que no se podían comprender!…
                                                                                                                                       otra noche conmigo?                        El joven tenía la cabeza hundida en las         preciosas con que sustituir las que dis-    para calentarse.                                                              PASA A LA PÁG 4
El príncipe feliz En la parte más alta de la ciu-Ciudad CCS
4 | Cuentos para leer en la casa                                    viernes 20 De agosto De 2021                                                                                   www.ciudadccs.info

             VIENE DE LA PÁG 3
                                                                                La gaviota                                                                                              Enrique Pérez Díaz

                                                                             T
           tiene ojos, ni es dorado –dijo el alcalde–. En
           resumidas cuentas, parece un pordiosero.                                      odas las tardes viene volando a mi playa una
           —¡Lo mismo que un pordiosero! –repitie-                                       gaviota, blanca gaviota, pedazo de nube que se
           ron a coro los concejales.                                                    acerca desde el cielo y se posa en el muro
           —Y tiene a sus pies un pájaro muerto                                          rompeolas. Pero no es una gaviota parlan-
           –prosiguió el alcalde–. Realmente habrá                                       china y estridente como otras. Tampoco se
           que promulgar un bando prohibiendo a                              muere por pescar a ras de agua o hurtarles el alimento
           los pájaros que mueran aquí.                                      a otras aves.
           Y el secretario del Ayuntamiento tomó                             Sencillamente llega.
           nota para aquella idea.                                           Se posa.
           Entonces fue derribada la estatua del Prín-                       Y durante mucho tiempo permanece sobre el viejo
           cipe Feliz.                                                       muro que se desgasta de olas y recuerdos.
           —¡Al no ser ya bello, de nada sirve! –dijo el                     La veo llegar cada atardecer y me quedo mirándola,
           profesor de estética de la universidad.                           pensando en qué podrá pasar por su pequeño cerebro
           Entonces fundieron la estatua en un horno                         de ave volandera.
           y el alcalde reunió al Concejo en sesión para                     Pero, la gaviota parece ignorar mi presencia. Es como si
           decidir lo que debía hacerse con el metal.                        yo no existiera para ella. Como si todo su horizonte-me-
           —Podríamos –propuso– hacer otra esta-                             ta-confín fueran el mar y el cielo, en ese punto lejano
           tua. La mía, por ejemplo.                                         que les une y donde la vista no alcanza a llegar.
           —O la mía –dijo cada uno de los conceja-                          Después de mirarla un rato, vuelvo a mi vida normal.
           les. Y acabaron disputando.                                       Es decir, me voy alejando lentamente de la playa. Y allí
           —¡Qué cosa más rara! –dijo el oficial pri-                        queda la gaviota, silenciosa, muda, altiva, y con su pe-
           mero de la fundición–. Este corazón de                            queña mirada perdida en lontananza.
           plomo no quiere fundirse en el horno; ha-                         Yo me regreso a los quehaceres de casa, a esas obliga-
           brá que tirarlo como desecho.                                     ciones tontas que todos nos procuramos para llenar
           Los fundidores lo arrojaron al montón de                          nuestras vidas cuando están vacías de otras cosas, qui-
           basura en que yacía la Golondrina muerta.                         zás más auténticas.                                               me envolvió para llevarme consigo a volar toda la costa,
           —Tráeme las dos cosas más preciosas de                            Pero ayer, justamente, decidí quedarme pensando: ¿Acaso           hasta las luces lejanas del puerto del Mariel y más allá.
           la ciudad –dijo Dios a uno de sus ángeles.                        ella duerme sobre este muro la noche entera? ¿Acaso espe-         Era fascinante la perspectiva de aquella costa tan cono-
           Y el ángel se llevó el corazón de plomo y                         ra por alguien?                                                   cida, vista desde arriba y desde lejos. Así anduvimos por
           el pájaro muerto.                                                 El sol se fue ocultando y allí estaba la gaviota. Ave de piedra   espacio de varias horas y, cuando ya clareaba, devolvién-
           —Has elegido bien –dijo Dios–. En mi jar-                         y ausencia que no parecía reparar en la hora, ni en nada          dome al muro rompeolas, ella me dijo:
           dín del Paraíso este pajarillo cantará eter-                      cercano o distante.                                               —¡Romper hechizos se paga muy caro!
           namente, y en mi ciudad de oro el Prínci-                         Solo un pestañear y –de pronto, para mi sorpresa– sobre el        Al instante no la entendí. Pero luego sí.
           pe Feliz repetirá mis alabanzas.                                  muro, una muchacha blanca, casi translúcida, etérea como          Allí quedó sentada en el muro.
                                                                             un sueño. Para nada vestía como esas de ahora, sino que           Como una sombra.
                                                                             parecía de otra época, acaso de un tiempo lejano y perdido        La huella de algo incierto.
                                                                             en el ensueño.                                                    El eco de la palabra que jamás se dijo.
            De El Príncipe Feliz y otros cuentos (1888).                     Me sentía tan nervioso e incrédulo que debo haber he-             Me volvía a casa cuando sentí que me elevaba por el aire y
                                                                             cho algún brusco movimiento, pues la joven se volvió a            hacia el cielo de otra playa lejana, quizás el sueño de esta
                                                                             mirarme:                                                          misma playa que desde niño tanto he visitado.
                                                                             —¿Eres tú? –me preguntó con una voz que me sonaba a               Desde la distancia, me llegó la voz de la misteriosa joven
                                                                             canción de olas y marejadas, cual susurro de viento entre         cuando, a modo de despedida, atinó a decirme:
                                                                             los pinos, melodía escondida –por siglos– dentro de un            —Adiós, querido alcatraz, que el tiempo te dibuje sende-
                                                                             caracol.                                                          ros y el amor de alguien te devuelva a ser quien fuiste…si
            Oscar Wilde
EL AUTOR

                                                                             —¿Soy yo? –repetí a mi vez todavía dudando de si aquella          eso es lo que deseas…
            (Dublín, entonces Reino
                                                                             escena era real.                                                  Sin embargo, me sentía tan feliz y tan lejos de todo que,
            Unido, 1854-París, Francia,
                                                                             —Te he esperado mucho tiempo. Por años vine hasta aquí            batiendo mis potentes alas, volé bien lejos, tan lejos y tan
            1900). Fue un escritor,
                                                                             soñando con que ocurriera el milagro. Pero nunca era posi-        libre como nunca antes, tan lejos como el sin regreso, la
            poeta y dramaturgo
            británico, famoso por su                                         ble. Cuantos encontré me miraban con indiferencia, enojo,         sinrazón y el hilo de esta historia….
            habitual ingenio y sarcasmo                                      maldad o desdén. Solamente tú te has fijado en mí y supis-
            social. Premio Newdigate                                         te respetar mi silencio…
            de poesía. Entre 1887 y                                          Como cada vez la entendía menos, preferí mantener-                                                         De Las alas del crepúsculo (2012).
            1889 editó una revista femenina, Woman's World, y en             me callado. Pero ella parecía llena de un inusitado vi-
            1888 publicó un libro de cuentos, El Príncipe Feliz y otros      gor, de un hondo sentimiento que deseaba comunicar-
            cuentos, cuya buena acogida motivó la publicación, en            me de inmediato:                                                                   Enrique Pérez Díaz
                                                                                                                                                     EL AUTOR

            1891, de varias de sus obras, entre ellas El crimen de lord      —¡Hace tanto tiempo! –dijo entonces como queriendo                                 (La Habana, Cuba, 1958). Cuentista, novelista, periodista, editor,
            Arthur Saville. El retrato de Dorian Gray (1890), fue la única   abarcar siglos de ausencia y pesar–. Ya he perdido hasta la                        crítico literario, poeta e investigador. Ha ganado diversos premios
            novela de Wilde. Como dramaturgo se acrecentó con                nostalgia de mi recuerdo.                                                          por sus libros de cuentos y novelas para niños: La Edad de Oro
            obras como Salomé (1891) y La importancia de llamarse            —¿Quién eres? –pregunté al fin, cada vez más interesado y,                         (1993), Pinos Nuevos (1995), Ismaelillo, categoría de finalista del
            Ernesto (1895). En 1906, Richard Strauss puso música a su        a la vez sorprendido por su cháchara.                                              EDEBE (1998) y La Rosa Blanca de la sección de literatura infantil
            drama Salomé, y con el paso de los años se tradujo a varias      —Solamente soy un recuerdo que se desdibuja hasta de su                            de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC (1993). Entre
            lenguas la totalidad de su producción literaria.                                                                                                    sus obras destacan ¿Se jubilan las hadas? (1995), Inventarse un
                                                                             propia memoria…
                                                                             Entonces la muchacha abrió unas alas enormes y con ellas                           amigo (1998), Adiós infancia (2002) y Las hadas cuentan (2002).

                                                             DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ASESORA EDITORIAL LAURA ANTILLANO
                                                             ASESOR EDITORIAL LUIS ALVIS C. ILUSTRADORA MAIGUALIDA ESPINOZA C. CORRECTORA DE TEXTOS LAURA NAZOA DISEÑADORA GRÁFICA TATUM GOIS
                                   SEMANARIO EN REVOLUCIÓN
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