LOS SUEÑOS DE ASCANIO JORGE FERNANDEZ CORREA
←
→
Transcripción del contenido de la página
Si su navegador no muestra la página correctamente, lea el contenido de la página a continuación
LOS SUEÑOS DE ASCANIO JORGE FERNANDEZ CORREA Capitulo 1 “No eres más que el personaje de un sueño soñado por alguien que nunca te soñó bien soñado”. ROBERTO ALIFANO 1 El fin de los sueños de Ascanio. Esa mañana de septiembre la vaguada costera provocaba que una espesa neblina cubriera todas las zonas de la ciudad. El tibio sol no alcanzaba a calentar la melancolía del invierno desfalleciente y la tristeza inundaba las almas, los follajes y los perros. En medio del ambiente espectral un cortejo bajaba por el cerro, entrando en nubes oscuras y pesadas. Al parecer la primavera aún no llegaría, prolongando el frío e impetuoso invierno y la ciudad, rodeada de montañas majestuosas nevadas hasta sus faldas, mantenía al valle totalmente tapado. Como cada año, las hojas estaban a merced del viento. Sin embargo, esa mañana todo parecía muerto y el viento escondido no cumplía el sino que nota a nota, tono a tono, había descrito Vivaldi. Las hojas perennes cambiaban su amarillo y las otras ya no revoloteaban alrededor de los árboles. Ese día no habría enamorados caminando por los parques rojizos y los prados con manchones ni siquiera recibirían la visita de algún perro vago. Los pocos automóviles transitaban con las luces encendidas y adelantaban al pequeño cortejo, que avanzaba en cámara lenta en busca del cementerio. Si bien no era temprano, a esa hora del fin de semana solo deportistas, obreros y viajeros que se dirigían al aeropuerto bajaban por la vía. Un letrero luminoso indicaba “Maneje con cuidado. Neblina en la vía”. Llegando al camposanto el nieto menor de Ascanio Iturriaga creyó ver a través de los vidrios del vehículo de su padre siluetas fugaces, rostros desfigurados, letreros de colores y personajes con vestimentas coloridas que le parecieron circenses. Escuchó pitos y tambores mientras gritaban algo que no alcanzó a entender. Los dejaron atrás e ingresaron a la zona de estacionamiento, donde se bajaron para acompañar el traslado de la coruña hasta el crematorio. Los sollozos se multiplicaban. Era el sonido de la pérdida, del dolor y de la separación que se hacía escuchar dominando el ambiente. Lentes oscuros tapaban los ojos hinchados, con un abatimiento pesado que paralizaba los músculos, encorvaba la espalda y hacía que los movimientos fueran lentos. El grupo parecía difuso, la neblina esfumaba los árboles y cerraba el horizonte. Incluso tenían problemas para verse entre ellos. Si no hubiera sido por la guía del cementerio no habrían sabido encontrar el lugar del entierro. No hacía mucho frío pero la tristeza ambiente contribuía a bajar la temperatura. Los deudos era sombras dolientes que venían a cumplir con el deber menos deseado: terminar lo que Ascanio había comenzado. En la entrada al crematorio esperaba el padre Ramón, de especial condición para asistir a los enfermos, consolar a los moribundos y a los deudos. Su vestimenta blanca permitía percibirlo desde lejos, mientras el rojo de sus mejillas eran las huellas visibles de su dolor. Recibió con gestos de especial aprecio a Isabel, la
viuda. Ambos tendrían entonces la misma edad. Los hijos y los nietos llevaron el féretro hasta el centro del crematorio y allí quedó el cuerpo, rodeado de unas 30 personas. Entre ellas estaban los hijos de Nano, el hermano de Ascanio ya fallecido. Abrieron la parte superior del ataúd para ver el rostro del muerto. El estupendo trabajo de María Céspedes, la maquilladora del canal, había logrado dejar impecable la frente amplia, los ojos caídos bajo dos tupidas cejas, la nariz grande y el mentón de tal manera que sus nietos pudieran mirarlo por última vez. La imagen mantenía la personalidad recia y ese halo de seguridad y autonomía característico. Había sido una hombre más bien serio que hacía gala de una ironía que más de algún daño causó a sus subalternos. Pasado un poco de peso, en el último tiempo su voz se veía afectada y cansada y sin embargo su volumen corporal lo hacía creíble. Siempre fue formal. Estuvo condenado a serlo. Sus trajes eran bien cortados y de buenas telas y nunca, ni en pleno verano, se le vio en el trabajo en mangas de camisa. En invierno disimulaba su sobrepeso con un chaleco y así aparecía siempre en las viejas fotografías que había estado revisando durante los últimos días, tiempo de vivencias refrescadas. Después de estar acostumbrado a levantarse cada mañana a las 7 y a estar en el canal desde las 08:30 hasta después del noticiero de la noche, no había nada que llenara su día. Los primeros meses de jubilación los pasó entre ordenar su biblioteca y ver los programas en vivo, detectando todas las fallas en la transmisión. La última noche se había sorprendido con una nota en que el canal se disculpaba con los pobladores de “Lomas de San Judas” por un reportaje. Cuando se aburría ponía el Discovery o el History Channel o se encerraba a escuchar música clásica. Su mujer hizo todo lo posible por hacerle la vida grata, incluso de tenerle sus pasteles preferidos. A los dos meses había engordado cuatro kilos. Quiso volverse a emplear, pero sus años de experiencia tenían poco valor en el mercado. Sus colegas, incluso los que habían sido sus alumnos, miraban con temor y recelo su llegada. El sabía que estaba plenamente vigente en sus conocimientos: había dedicado muchas horas a estudiar la televisión digital terrestre, sistema que debería reemplazar al sistema análogo. Una de sus últimas contribuciones fue preparar un documento anticipatorio donde entregaba elementos para los diálogos que los canales deberían tener con las autoridades de gobierno al momento de definir cuál sería la norma: la japonesa, la de Estados Unidos o la europea. Gracias a sus contactos con ingenieros de Brasil, España, Alemania y Austria sabía perfectamente el cronograma que esos países seguían para mejorar el uso del espectro, lo que incluía incluso que los usuarios pudieran recibir en el futuro señales en alta definición y calidad en sus celulares. Le había llamado poderosamente la atención la decisión de las autoridades brasileras, que eligieron la opción nipona para no pagar royalty. Recordaba su participación en los debates que hubo en su época sobre el modelo de televisión pública y el rol del Consejo Nacional de Televisión. Comentaba en su familia que por tercera vez se produciría un gran cambio en la televisión junto con un mundial de fútbol: el de Chile en 1962, con las trasmisiones en una etapa experimental; el Mundial de Alemania 1978 con la TV a color y en unos años más, para el Mundial de Sudáfrica y el Bicentenario, llegaría la TV digital. Nada más frustrante que saber tanto sobre una materia y no ser tomado en cuenta. Sentía un vacío que le hacía revivir dolores de niñez que mantenía muy ocultos. Durante la infancia pasaba junto a su hermana María Ignacia y a su hermano Nano largas temporadas en manos de una institutriz mientras sus padres viajaban por Europa. Era rico en juguetes, especialmente trenes eléctricos, pero pobre en cariños. Estudiaba esforzadamente para obtener las mejores notas, ser el primero de su curso y con ello ganar la admiración de sus padres. En su corazón infantil creía que con ello conseguiría más tiempo para compartir con ellos, que mantenían la distancia junto con una severa disciplina. Estaban convencidos de que
los hijos, sobre todos los varones, después de los siete años debían mantener una relación formal con sus progenitores. El exceso de apego solo daba como resultado niños sin carácter ni capacidad de lucha, decía don Joaquín Iturriaga. Tenía costumbres de militar, aunque nunca lo fue. La disciplina era un valor fundamental, al igual que el orden, la lealtad y el cumplimiento del deber. Todo exceso era debilidad y los hijos debían forjarse su propio destino a fuerza de disciplina y esfuerzo. Las mujeres debían ser femeninas y los hombres varoncitos en todo. Esquivo de besos, caricias y contacto físico con los hijos, no tuvo muy en cuenta la sensibilidad de Ascanio. Nunca sospechó que un relato suyo sobre la demostración que hicieron en la universidad unos expertos alemanes para presentar la televisión el año 38, habría de despertar en su hijo el deseo de ser ingeniero para dedicarse justamente a la televisión. La madre, Ignacia Elorza, había conocido al padre de Ascanio el día que fue coronada reina de la fiesta de la primavera. Era oriunda de Guipuzcoano, en la vascongada y destacaba tanto por su belleza como por su afición a los libros. Cuidaba su piel al extremo. En su casona las persianas estaban siempre entornadas y cuando salía al aire libre lucía enormes sombreros. No tenía idea de cocinar, de coser o de llevar las cosas más sencillas de una casa. Todo lo delegaba en la gobernanta que la acompañó desde el día que contrajo matrimonio. Devota religiosa, todos los días escuchaba misa a las ocho de la mañana y en cuaresma usaba un silicio en su cintura. Ignacia tenía una vida cómoda, un marido que se encargaba de todo y que había impuesto un régimen en el cual los hijos no le significaban ninguna preocupación. Su único aporte real fue parirlos. Fueron solo tres hijos porque ella aplicó una férrea disciplina matrimonial y su esposo respetó los espacios de privación sexual. Cuando llegaron a la etapa escolar les ayudaba con las tareas ya que su vasta cultura le permitía orientarlos fácilmente. Pero se mantenía fría y distante y siempre parecía estar muy lejos, en su propio mundo. Les exigía estar siempre limpios y presentarse puntuales a la mesa tanto a la hora del almuerzo como en la cena. Los aceptó en el comedor principal sólo cuando la institutriz le aseguró que sabían comer correctamente, con la boca cerrada, sin sorber la sopa y usando el aguamanil para comer alcachofas. En las mañanas, mientras asistía a misa, las empleadas debían correr para tener limpio el escritorio pues a su vuelta se instalaba a leer hasta la hora del almuerzo. Compartía con el marido su manera de educar a los hijos y cuando viajaba a Europa, acabada la guerra civil en España, las sesiones de lectura las realizaba en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, donde su único disgusto era la molestia que causaban los turistas. El secreto mejor guardado por los hermanos fueron los llantos nocturnos en invierno, cuando la casa estaba gélida porque la disciplina paterna ordenaba que debían mantener calefacción solo durante el día. Esto marcó el carácter de Ascanio, endureciéndolo y haciéndolo cada vez más irónico. Al final de sus días, ante el desprecio de las empresas de televisión, estas características se acentuaron junto con su crítica a los programas y, en general, a la mayoría de los proyectos públicos. La vida se le escurrió velozmente hasta los sesenta años y a partir de entonces empezó a sentir que el espacio de tiempo que le quedaba era grande e inllevable. Nunca había tenido mucha vida familiar, repitiendo lo aprendido en su niñez, y ahora los hijos era personas grandes con vida propia y no tenía demasiada paciencia con los nietos. Prefería encerrarse a escuchar música, especialmente Mozart. Luego se entusiasmó con la Internet y pasaba noches enteras revisando todo lo que podía sobre televisión en el mundo.
Ahora estaba en el ataúd, tal como lo habían vestido su esposa y sus hijos: terno gris de tela inglesa, camisa blanca, corbata negra con pequeños dibujos, calcetines grises y zapatos italianos. Había dejado todo arreglado, como siempre. Tenía contratada la empresa funeraria, un archivador con todos los papeles para la posesión efectiva, su testamento ante Notario e incluso tenía ordenada la ropa con la que deseaba ser enterrado. El sacerdote inició los ritos de rigor tal como estaba programado. Uno de los nietos tocó en violín uno de los seis conciertos de Niccolo Paganini que deleitaban a Ascanio. Mientras, la más pequeña de las nietas se adelantó y puso sobre el ataúd una foto de ella junto a su abuelo. Armando, el hijo mayor, también de cejas tupidas, rostro ancho y zapatos relucientes, soltó la mano de su mujer Paola, la guionista de telenovelas y, mientras ella lo miraba sonrosada y tranquila, carraspeó y comenzó a hablar: -Querido padre, hemos venido a despedirte tus seres más cercanos. Los del amor gratuito. Los que supimos de tus pasiones, tus cariños y también los que te acogimos cuando dejaste el canal. También están aquí los hijos de tu hermano Nano. Somos lo que sufrimos tu partida, dolidos por no haber sido capaces de darte consuelo. Hoy quisiéramos ser de roca para evitar esta pesadumbre. Sabemos que los últimos dos años sufriste por lo que te tocó y nos apena saber que, viniendo de una vida que fue plena, no encontraste suficientes estímulos para los últimos desafíos. Se le quiebra la voz. La madre, con voz apenas perceptible le dice: - Hijo, es mejor que leas lo que tienes escrito. Armando saca de su bolsillo un papel, mira alrededor y su mirada tropieza con alguien que entra sigilosamente al lugar. Es un hombre mayor, pequeño y fornido, que trae cuidadosamente en sus manos un grueso volumen envuelto en plástico. Se mueve lentamente, como queriendo pasar desapercibido. Le llamó la atención que hiciera un gesto de saludo a María Céspedes, la maquilladora del canal. Armando mira a su alrededor, buscando entre esas pocas personas a alguno de los ejecutivos del canal. Solo dos parejas de amigos de toda la vida estaban junto a la familia. Desplegó completamente su papel y comenzó a leer. - Querido padre, tu vida estuvo marcada por tu quehacer profesional. La viuda asintió con un leve movimiento de cabeza y cruzó una mirada con una de sus hermanas. - Ya antes de recibirte de ingeniero habías comenzado en la universidad a participar en el que fue el gran proyecto de tu vida, que te dio muchas satisfacciones y realizaciones personales y donde pusiste todas tus capacidades intelectuales y técnicas. Viviste entusiasmado hasta que te jubilaron tempranamente. A partir de entonces sentiste que se te acababa la vida. Realmente estás ligado íntimamente con la historia de la televisión. Hace poco me confesaste que la calidad de la programación que se producía en el país te frustraba. Tu nunca pensaste que ella abriría para siempre las ventanas de la farándula y se llenarían de bulla los espacios más íntimos, invadiendo los hogares como ventisca de tarde rapelina. - Siempre fue un soñador- murmura la hermana. - La televisión no solo fue tu vida sino además impregnó todos los rincones de la existencia, dándole nuevos sentidos a nuestras vidas y las de nuestros hijos. Con ella cambiaron los hábitos y las costumbres. Su nieta mayor tomó la mano de la abuela, quien la acarició. - Desde entonces fuimos todos ciudadanos del mundo y nuestra isla, poco a poco, se fue agringando. Pasamos a sentirnos parte de todo lo que acontece en la ciudad, en el país, en el mundo. Las noticias comenzaron a mantenernos en
permanente estado de alerta. Pasamos a ser minúsculos actores en la trama de la historia y en la vida de todos los hombres. Poco a poco, todo se fue haciendo más planetario. La voz de Armando se escucha más segura. - Siempre dijiste que habías tenido la suerte de que la guerra mundial atrasara tantos años su llegada, ya que eso te posibilitó participar desde los comienzos. Cuando hacías recuerdos siempre contabas la alegría que sentías en el corazón y la inmensa energía con que emprendiste el desafío. La viuda susurró: “Fue como una amante”. - Empezaste en unos estudios muy precarios desde donde nos regalabas las tardes más entretenidas. Era una maravilla ver cómo la pantalla lograba en un mismo instante un mismo sentimiento en mil corazones diferentes. Muchos amigos del barrio, niños como nosotros, se juntaban en nuestra casa porque teníamos un receptor y allí pasábamos horas mirando la carta de ajuste, a la espera del inicio de las transmisiones. La casa de los Iturriaga pasó a ser el lugar más apetecido de toda la cuadra. Compartíamos con nuestros vecinos el privilegio de tocar ese pedazo de cielo que estaba a nuestro alcance y esperábamos con ansias la hora de gozarlo. Estábamos orgullosos porque todos los que estábamos en esa sala sabíamos que lo que veíamos era gracias a tu trabajo. Y te sentíamos cercano. Los sollozos se multiplicaron. Se escuchaban toses, estornudos y pañuelos en las narices, distrayendo un poco a los interesados en las reminiscencias de Armando. El hombre del libro grande continuaba en un borde, algo retraído. Armando, recordando sus clases en la universidad, retomó el hilo de su discurso: - Fuiste parte de los que trajeron modernidad a esta ciudad y al país. Lo importante era salir al aire, la programación sería cosa del futuro. Por eso en los primeros años la imaginación la ponían ustedes, los técnicos. Los programas transmitían los triunfos deportivos, académicos, políticos y religiosos. Recuerdo cuando nos hablaste de la “viuda negra”, el viejo transmisor dado de baja por una radio que llegó a vuestras manos y que fue bautizado así porque sus cables estaban a la vista y cualquiera se podía electrocutar. Pensar que al principio todo era casi un juego en el Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la universidad. Allí hicieron una de las primeras cámaras y he sabido que cuando yo tenía tres años pretendía jugar con ese pequeño trasmisor que habías construido años antes y que solo tenía unas cuadras de alcance. - La mamá siempre ha dicho que a nuestra hermana le pusieron Victoria en recuerdo de la emisión experimental exitosa junto con la Radio Minería, el Servicio Informativo de Estados Unidos y la RCA Victor, cuando estabas recién en primer año de universidad. Le he pedido a la mamá que me permita llevarme la cámara portátil que usaron esa vez. Cómo olvidar los viernes, cuando transmitían las películas que les prestaban los padres franciscanos, que tenían una cineteca de 16mm en San Francisco de Mostazal. - Yo aún usaba pantalón corto cuando me llevaste a la inauguración del mundial de fútbol. En casa hubo que poner cojines en el suelo para que todos los niños del barrio vieran el partido de Chile con Suiza. ¡Estaba tan orgulloso!. A fines de ese año lograron transmitir el clásico universitario nocturno con el espectáculo de las barras. También recuerdo la rabia con que llegaste a casa cuando por razones técnicas falló la entrevista a los tres candidatos en la elección parlamentaria de Curicó. - Y a partir de ese momento comenzaste a estar cada vez más en el canal. Los desafíos fueron mayores. Más sets de grabación, más horas de transmisión.
Nosotros fuimos creciendo. Recuerdo cuando viajaste a México para preparar la transmisión de las Olimpiadas. Aún tengo el sombrero gigante que me trajiste y tus nietas se disfrazan con esos vestidos floridos que trajiste a mis hermanas. Pero lo más memorable fue la transmisión de la llegada del hombre a la luna. Tuviste que trabajar días y noches para solucionar todos los inconvenientes, y conseguimos ver la transmisión aún cuando no llegó por el satélite previamente establecido. Allí estábamos los tres junto a la mamá, nuestros tíos y primos y los infaltables amigos del barrio, viendo a Neil Armstrong mientras bajaba la escalinata del módulo lunar. Bajando el tono de su voz Armando lee: - “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Y luego continuó: - Ese invierno brindamos con champaña. Estaban allí casi todos lo que hoy te acompañamos. Esa noche, cuando llegaste, fuiste a nuestras piezas y nos abrazaste. - Parece que va a contar toda la vida- comentó una hermana. - Recuerdo el orgullo que sentiste cuando trasmitieron los primeros festivales de la Canción de Viña del Mar, la final de la copa Davis y luego, a fines de los 70, cuando comenzaron a trasmitir en colores y empezó la Teletón. Tu mayor felicidad era el éxito de esas transmisiones. - Nosotros fuimos creciendo junto a nuestra madre y tu presencia se fue haciendo cada vez más difusa. Compartías con tus amigos del canal. Almorzabas con ellos y los fines de semana, cuando no tenías que estar en la estación, dormías siesta. Nadie podía meter bulla. Aprendimos a jugar en silencio porque la mamá te cuidaba el sueño. Así pasaron los años y casi sin que te dieras cuenta ya éramos grandes. Nos casamos, tuvimos a nuestros hijos, todos aquí presentes, a quienes llenamos la cabeza con historias del tata y la tele. Hasta que el día menos esperado las nuevas autoridades del canal decidieron jubilarte, porque podían tener a dos ingenieros jóvenes con tu sueldo. Para ti fue un tremendo golpe. Fue morir estando sano aunque para nuestra madre, para nosotros y para tus nietos fue recuperar a nuestro padre y abuelo. Pero estos pocos años han sido muy duros para ti. Ya no sabías en qué llenar el tiempo, te fue muy difícil adaptarte y la nueva vida se te hacía insoportable. Nosotros fácilmente reemplazamos el orgullo que sentíamos por el cariño de un ser humano cálido, también con sus ironías pesadas pero muy querible. Nuevamente el llanto llenó el ambiente. Armando no se detuvo. -Esta despedida es triste pero tu presencia hace que nuestros cariños vayan contigo al más allá. Hemos venido a tu última morada a decirte: “Ascanio Iturriaga, te extrañaremos mucho”. Ahora seguirás vivo en el recuerdo. Sorpresivamente la voz chillona de María Céspedes, la maquilladora del canal por cuarenta años, comenzó a rezar el Padre Nuestro. Todos se van integrando a la plegaria y luego el padre Ramón da la bendición. Terminado el rito, el desconocido con el libro grande bajo el brazo se acercó a la viuda. -Señora, soy Juan Vega. Yo era el fotógrafo del canal y tengo gran aprecio por don Ascanio. Le he traído un álbum de recuerdo con fotografías de su esposo, dijo mientras se inclinaba respetuosamente. Era un hombre de unos años, de aspecto humilde, que ha dedicado toda su vida a la fotografía. Más bien feo, de rostro ancho y grande, cabello rizado y frente pequeña. - Juan, por favor espéreme unos minutos y a la salida me muestra lo que me ha traído, dice ella con tono suave, poniendo su mano sobre la de él. - Encantado la espero.
Durante unos minutos la viuda siguió compartiendo con miembros del pequeño grupo familiar y al salir del crematorio le pidió a su nieto que la acompañara. - Vamos a conversar con Juan. A esa misma hora se desarrollaba una reunión de producción en el canal. - Como saben, estas recreaciones históricas se preparan para ser emitidas a finales del próximo año. Son cápsulas que permitirán a las nuevas generaciones vivir la emoción de hechos que marcaron este medio, donde muchos de los protagonistas están vivos y vigentes. En el caso de las tomas de mañana, se trata de algo muy importante para nosotros porque mostraremos la transmisión por televisión de la visita del Presidente Perón en 1953. Hoy repasaremos todo de manera que mañana no tengamos problemas. El director se dirige al productor: - Rubén, ¿Te aseguraste de que esté presente alguno de los que participó en la transmisión del año 53?. - Sí, jefe, tengo a un ingeniero que en esa época fue ayudante de Ascanio Iturriaga, Ellos apoyaron a los argentinos. - Ok. Quiero que mañana cuando grabemos esté a mi lado para chequear algunos datos. - A ver, Manuel, refréscanos la memoria. - La transmisión la hizo la radio Belgrano de Buenos Aires, que había comenzado a transmitir dos años antes y que hoy es el canal 7. Ese fue el primer canal y nació porque Evita convenció a Yankelevich, zar de la radiofonía, quien importó desde EEUU un transmisor pequeño, pusieron una antena de cinco metros de altura y había solo siete mil televisores. La primera imagen que transmitieron fue la de Evita con la conocidísima foto de la sonrisa, el rodete y el prendedor. Formalmente nació en octubre del 51 con la transmisión del acto por el Día de la lealtad en Plaza de Mayo, presidido por el General Perón. - Como comprenderán, ese amanecer en Santiago no fue un día cualquiera de febrero. La tarde anterior se comenzaron a poner banderas a lo largo de la Alameda y desde temprano se escuchaban sones marciales que se expandían desde el centro hacia la periferia. La principal avenida estaba de fiesta. El primer rayo de sol que cruzó las cumbres del macizo cordillerano ya venía cargado de calor. Rápidamente comenzó a subir la temperatura y la ciudad estaba nerviosa. Gente que corría de allá para acá, de acá para allá, tratando de no perderse nada. Era una fiesta popular la llegada del presidente Perón. Algunos sectores de la ciudad despertaron con el sonido de las herraduras de la caballería contra el pavimento- intervino el director. Luego dijo en voz más alta - Al ingeniero de sonido le pido especial consideración ya que nos dará uno de esos efectos especiales. Los cascos retumbaban más que lo normal. ¿Está claro?. Necesitaremos extras que acompañen el avance de los lanceros a caballo. Atención Lalo, director de extras. - Como es una recreación, es muy importante contar con ellos. Luego de varias vueltas por el centro bajarán por calle Moneda. Tendremos una cámara que mostrará desde lejos a los caballos doblando desde Morandé. Se escucharán fuerte las marchas. Pero se les hará difícil avanzar porque ocurre algo que no estaba previsto: la gente se agrupa frente a los locales comerciales porque allí han puesto pantallas de televisión que están transmitiendo la llegada de Perón. Es lo que nosotros vamos a mostrar, porque es el hecho histórico: que la Radio Belgrano de Buenos Aires transmitió a decenas de receptores blanco y negro toda la
ceremonia, con la llegada de Perón a La Moneda, el desfile de las tropas y el recibimiento que le dio al visitante el Presidente Ibáñez. - ¡Está claro!. - Mañana quiero a María y a su equipo dos horas antes para que los maquillajes queden bien. Son dos ex presidentes y seguro que el gobierno argentino va a querer que un canal de allá compre esta recreación. El militar argentino tenía 58 años y estaba aún afectado por la muerte de Evita. Venía con mucha custodia porque los antiperonistas desarrollaban actos terroristas. El sabía que sectores conservadores, radicales y socialistas, además de sectores de la Iglesia Católica estaban conspirando en su contra y que tenían apoyo en Chile. En esa época había censura en Argentina y los opositores no podían utilizar los medios de difusión estatales. Su anfitrión, Ibáñez, tenía 76 años y el año anterior había arrasado en las elecciones con la promesa de barrer con los políticos. Terminada la ceremonia, en el cementerio había un sol esplendoroso. La neblina se había disipado completamente. La viuda invitó al fotógrafo, indicándole un banco bajo un gran árbol. - Bueno, ahora puedo dedicarle el tiempo que merece. - Señora, el agradecido soy yo. Mi padre fue fotógrafo. Se dedicaba a retratar las fiestas del barrio alto. Tenía el taller en Manuel Montt. - Recuerdo perfectamente a su padre. Estoy segura que él tomó las fotos de mi fiesta de quince años. - Quince años tenía yo cuando un día apareció su marido por el taller y me dijo: “Cabro, ¿sabes tomar fotos?”, yo apenas sabía algo, pero le dije que sí. Entonces me dijo: “Ven con nosotros”. Se trataba de fotografiar a los profesores y alumnos del primer curso para preparar al personal del canal de televisión. Desde entonces fui el fotógrafo oficial y comencé a llevar un registro de todo lo importante que fotografiaba. La viuda abrió el álbum. - Aquí su marido está junto al transmisor que construyeron con sus compañeros de electrónica y que fue instalado en el Cerro San Cristóbal, en terrenos del observatorio astronómico Foster, qué ahora no se ve por los árboles. La antena tenía seis metros, gracias a la cual pudieron efectuar las primeras demostraciones. Ellos lograron enviar por aire y con nitidez las imágenes que fueron captadas en diversas casas como la del Comandante del Ejército, ubicada en Las Condes. - Esto es posterior al robo que tuvieron, dijo la viuda. - Si. No hay fotos de eso, cuando desconocidos cortaron con serrucho la caseta de madera en que estaban las instalaciones en el cerro. - Mi marido siempre decía que fue un sabotaje. Extrañamente se llevaron la cámara y dejaron el procesador, sin el cual no funcionaba. Ellos encontraron tirado en el cerro todo lo demás. Se llevaron el equipo clave para seguir con las transmisiones y la radio con que se comunicaban con la antena. Creyeron que así detendrían el progreso. - En esta otra foto del año 56 está junto a los alumnos de ingeniería de la U, después que descubrieron los equipos Telefunken que veinte años antes habían traído los alemanes. - Qué fantástico, Carlitos, esos son los equipos que tu bisabuelo, es decir el papá de tu tata, vio funcionando y a los que tu papá acaba de referirse. - Ellos construyeron un equipo de circuito cerrado. Este es el Hospital del Tórax donde funcionó.
Metódico y ordenado, Juan tenía clasificadas todas las fotos. Gracias a su trabajo estable los cuatro hijos habían estudiado en la universidad. El también era de los que nunca se iba a casa. A cualquier hora se le encontraba en el taller del subterráneo. - Esta foto la conseguí con un amigo de Valparaíso. Es también del 56, cuando realizaron la primera emisión mostrando escenas callejeras, viajeros que salían de la estación Barón y gente en la avenida Brasil. Y esta foto es del año siguiente, cuando realizaron la primera transmisión inalámbrica con motivo de unos pabellones universitarios. Filmaron en circuito cerrado al presidente Ibáñez y a los asistentes a la ceremonia. Las imágenes se captaron en el diario La Unión, en el puerto. - Estas dos páginas están dedicadas a las ceremonias de inauguración de los canales de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad Católica de Chile en Santiago en el 58. - Este es el incendio de la Biblioteca Nacional, cuando sacaron por primera vez el camión móvil a la calle y transmitieron en directo el incendio. La cámara completa pesaba 120 kilos. Entiendo que ese fue el primer golpe periodístico. -i Que bonita esta foto!. Es del 62 cuando Monseñor Raúl Silva Henríquez volvió del Vaticano como Cardenal. - Ese día canal 9 inauguró su equipo móvil. En ese momento interrumpe Armando: - Me han dicho que tengo que volver recién pasado mañana a buscar el ánfora, por culpa de la huelga del personal. El de ahora es el turno de emergencia. Yo vendré y la llevaré a tu casa. Nos vemos más tarde. Besó a su madre, luego a su hijo y se despidió del fotógrafo. Volvieron a concentrarse en el álbum fotográfico. - Hay otra sección donde está junto a las principales figuras de los programas, los animadores, los artistas y otros ejecutivos. - Son pedazos de su vida venidos desde tan cerca y tan lejos a la vez. Todo esto está tan lleno de él, de lo que fue su vida, dice Isabel sollozando. Al nieto se le llenaron los ojos de lágrimas. - Bueno Juan, le agradezco mucho. Ya tendremos tiempo de revisar el álbum completo. Estoy segura que nos traerá recuerdos y nostalgias. Posiblemente también nos permitirá saber un poco más de lo que hacía en los millones de horas que pasó en el canal. El fotógrafo comprendió que no podría continuar revisando foto a foto su obra. Estaba a punto de pararse cuando ella dijo: - Esta foto es especial porque yo estoy con él. Lo acompañé a un foro entre un médico que criticaba cómo se estaba haciendo televisión y un director de programas que lo defendía. A Ascanio, al igual que al médico, le importaba el contenido de los programas. No se estaba haciendo la televisión que había soñado. El quería elevar el nivel cultural de la gente y no que se privilegie el gusto de las masas. Decía que se preocupaban tanto de la imagen, del sonido y del rating, olvidando la sustancia. El fue de una época en la que desnudos y escenas de sexo habrían sido impensables. Para nosotros, hijo, es inentendible la disputa que tienen ahora las telenovelas por atraer espectadores con bombardeo de discos, álbumes, gorros y de un cuanto hay, además de portadas de revistas y campañas publicitarias antes del estreno. - A mi me encantaban las telenovelas donde el bueno era tan distinto del malo, sin tanta complejidad. Una de las primeras que me gustaron fue “Los ricos también lloran”. Me mantuvo cautivada durante mucho tiempo, igual que otra
posterior que se llamaba “La Madrastra”. Esa llegó a paralizar a toda la capital el día de su desenlace. - Señora, al final del álbum hay una foto muy especial. Porque su marido no apareció casi nunca en pantalla. Solo fue entrevistado por don Hernán Olguín en abril del 78. Cuando se conoció la autorización legal para emitir en colores. - Una foto hermosa. Gracias, Juan, muchas gracias. Se levantaron para despedirse. Junto a su nieto la viuda caminó de vuelta al estacionamiento. Isabel era la típica dueña de casa. Preocupada de todos los detalles que hacen que el hogar sea ese refugio insuperable, donde el calor familiar permite sobrellevar cualquier mal rato causado por el mundo exterior. Su pelo negro ahora canoso le daba un aire de elegancia pese a que estaba levemente sobrepasada en su peso, debido a que había heredado el gusto y las antiguas recetas de su familia para preparar excelentes comidas. Se dedicaba en cuerpo y alma a sus tres hijos. Conoció a Ascanio cuando ella aún estaba en el colegio, pues la institutriz que cuidaba de los niños Iturriaga era amiga de una profesora. Se encontraron en una feria científica organizada por el Rotary Club y allí, frente a un experimento, fueron presentados. A Isabel le atrajo su escasa preocupación por las demás niñas y su fuerte interés por los mismos temas que interesaban a su padre: la electricidad, lo tecnológico y mecánico. También aprovechó su habilidad en matemáticas para que la ayudara a preparar algunas pruebas. Ascanio comenzó a invitarla a fiestas de siete a nueve de la noche en casas de amistades y compañeros de curso. Allí bebían sorbete de guinda y horchata. Cuando él terminó el colegio entró a estudiar ingeniería, mientras ella aún cursaba cuarto año de humanidades. Durante muchos años mantuvieron una amistad cálida. Ascanio se fue apegando cada vez más a la familia de Isabel y al tiempo ya era parte de las invitaciones a los picnic en la playa durante los domingos. Isabel siempre llevaba queques y los kuchen de durazno que deleitaban a Ascanio. Sin embargo, él pasaba la mayor cantidad tiempo posible en el taller que tenía el padre de Isabel en el subterráneo de la casa. Ella era comprensiva y delicada, de un carácter dócil y afectuoso. No era buena alumna y prefería la cocina y el tejido antes que los libros. Admiraba a Ascanio por su seriedad, su capacidad intelectual y su desinterés por la conquista femenina, apostando a que sería siempre un hombre fiel. Cuando los padres de Ascanio la conocieron la calificaron de “encantadora” y sentenciaron que sería una “buena dueña de casa para un ingeniero”. Ignacia la encontró un tanto inculta pero adecuada para su hijo, señalando que seguramente leía a Corín Tellado. El padre comentó que le faltaba mundo y que se notaba la ausencia de tres generaciones de frac. Isabel a su vez mantuvo siempre una distancia con los padres de Ascanio, tan europeos, fríos y protocolares. Luego vinieron los hijos: Armando, Eduardo y Clementina. Ella lo acompañó en algunos viajes al extranjero. Cambiaron un pasaje en primera clase por dos en turista cuando él viajó a Japón a hacer los arreglos de la transmisión de una pelea de box. El año 70 fue con él a México para el Mundial de Fútbol. Era la época en que el mundo se abría sobre sus pantallas de negras distancias. Dedicada a sus hijos, compensó así que fueran creciendo con un padre de presencia esporádica y difusa. Los fines de semana se encargaba de cuidarle el sueño al marido y nadie podía meter bulla. En ese hogar se respiraba cariño, no porque fuera declarado verbalmente sino por los pequeños gestos. Se tejían redes de sincero amor y los pequeños sabían responder con la misma calidez. Así fueron pasando los años hasta que, sin que se dieran cuenta, los hijos ya habían crecido.
Isabel también acompañó a Ascanio a Colombia, durante la gira oficial del Presidente Frei. Los niños estaban más grandes y pudo viajar durante tres semanas. Estando en la calurosa Cali, Ascanio y un camarógrafo abandonaron la delegación y viajaron a Miami. Después de tres días se reintegraron a la gira con la primera cámara con sonido, fabricada en los Estados Unidos. Después lo contaban como algo gracioso porque volvieron al país con el equipo al hombro y no pagaron ningún impuesto: entraron en forma ilegal con la cámara de sonido óptico que cambió la manera de hacer los noticiarios, dejando en el pasado el estilo heredado de la radio. Abueli, ¿porqué el papá hizo especial hincapié en que estaban presentes los sobrinos del tata, Cecilia y Arturo?. - Tu papá fue muy unido con tu tío Nano y con su familia, hasta que la Marta dejó a tu tío y perdimos todo contacto con ella y con tus primos. Por eso, aunque tu tata no haya podido verlo, la presencia de ellos es muy importante para la familia. Es el primer síntoma de reencuentro. - Yo casi no recuerdo al tío Nano, ni a la tía Marta ni a mis primos. - Todo sucedió cuando tú eras muy chiquito. - Y ¿de qué murió mi tío abuelo?. - Murió igual que tu tata.
También puede leer