Pregón: "Semana Santa" 2008

Página creada Cedro Gorgori
 
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Lorenzo Fernández Molina                           1

             Pregón: “Semana Santa” 2008
          «Con vuestra venia, mi soberana Señora, Madre de Dios».
          Este pregonero que os habla, conoce las reglas y por eso sabe que
todo pregonero no comienza su pregón sin pedir la venia de quien preside, y
como hermano de Soledad y Veracruz, mi pensamiento y mi palabra lo
presides Tú, Virgen María, bajo la advocación de la “Soledad”. A Ti te he
pedido la ayuda necesaria para afrontar este reto y a Ti te pido la venia para
comenzar. Porque quien hoy os habla no es poeta, ni historiador; simplemente
es un maestro; un maestro que ha necesitado de tu ayuda. Gracias Madre.
Este pregón se compone de: prólogo, cuerpo, epílogo y coda.

         Prólogo......
         He querido comenzar mi pregón pidiendo prestados sus versos, sus
décimas espinelas, a Gerardo Diego para cantarte, Soberana “Soledad”:

    «Dame tu mano, María,                      entre las pajas de miel
    la de las tocas moradas.                   le cariciaban la piel
    Clávame tus siete espadas                  sin despertarle. Qué larga
    en esta carne baldía.                      es la distancia y qué amarga
    Quiero ir contigo en la impía              de Jesús muerto a Emmanuel.
    tarde negra y amarilla.
    Aquí en mi torpe mejilla                   ¿Dónde está ya el mediodía
    quiero ver si se retrata                   luminoso en que Gabriel
    esa lividez de plata,                      desde el marco del dintel
    esa lágrima que brilla.                    te saludó: «Ave María»?
                                               Virgen ya de la agonía,
    Déjame que te restañe                      tu Hijo es el cruza ahí.
    ese llanto cristalino,                     Déjame hacer junto a ti
    y a la vera del camino                     ese augusto itinerario.
    permite que te acompañe.                   Para ir al monte Calvario,
    Deja que en lágrimas bañe                  cítame en Getsemaní.
    la orla negra de tu manto
    y a los pies del árbol santo               A ti, doncella graciosa,
    donde tu fruto se mustia.                  hoy maestra de dolores,
    Capitana de la angustia:                   playa de los pecadores,
    no quiero que sufras tanto.                nido en que el alma reposa.
                                               A ti, ofrezco, pulcra rosa,
    Qué lejos, Madre, la cuna                  las jornadas de esta vía.
    y tus gozos de Belén:                      A ti, Madre, a quien quería
    -No, mi Niño. No, no hay quien             cumplir mi humilde promesa.
    de mis brazos te desuna.                   A ti, celestial princesa
    Y rayos tibios de luna                     Virgen sagrada María».

         María, en este canto, te pido que como cofrades nos permitas
acompañarte desde Getsemaní hasta el Calvario. Y a ello me predispongo para
hacer un pequeño recorrido, ¡pero que doloroso, María!, con las hermosas
procesiones de nuestro pueblo. Y lo voy a hacer, Madre, recordando en cada
momento tus lágrimas, Tu imagen dolorosa: Tu imagen de la “Soledad de
Moral”.

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            Cuerpo:
            Jueves Santo tarde: Prendimiento.
              Me detengo a pensar en este día y me remonto a mi niñez. Lo primero que me
aparece es el desfile de los “armaos” haciendo su recorrido mañanero. Primero las escuadras
con al menos un tambor y/o una corneta y después el conjunto de la Hermandad seguidos por
toda la chiquillería del pueblo recogida barrio a barrio. Y después... recorrido por las iglesias.
              Y vuelve uno a escuchar las órdenes tajantes del capitán de los “armaos” que
ordena buscar a Cristo hasta en los confesionarios o debajo de los altares.
              Al llegar a la iglesia, y durante el tiempo de pasión, los Soldados Romanos se
asentaban en la sacristía: su “cuerpo de guardia”. Desde allí partirían para todos los actos y allí
se nombraban los “turnos de la guardia” que durante estos días se iban a prestar en el
Monumento.
              Recuerdo con grata añoranza sus idas y venidas a lo largo del templo”..., el tintineo
de los relevos de la guardia y el “sonar a lata” de todos sus movimientos... ; así como en el
Aleluya -en la Resurrección-, los simulados “temblores” de los caídos ... y el ruido de su chapa
en su contacto con el suelo....
              Una pérdida dolorosa para la Semana Santa. Pero la pérdida más sustancial ha sido
la del cumplimiento Pascual. Art. 6º de su Constitución (1 de Julio de 1892): «La Compañía
Romana confesará toda y comulgará el Jueves Santo dando con este acto fe de su religiosidad y
devoción a Jesús Sacramentado y ejemplo provechoso de piedad cristiana a los demás fieles».
              Y ese niño recuerda el momento del Prendimiento. En la plaza donde el orador era
interrumpido por el estruendo de tambores y cornetas en el “Huerto de los Olivos” y preguntaba:
“¿A quién buscáis? Y ellos que llegaban con picas en ristre caían al suelo diciendo: “A Jesús de
Nazareno”. Así hasta tres veces en que el orador respondía: “Ahí lo tenéis...”. Y Judas saliendo
de entre la tropa daba su beso y echaba la cuerda al Señor.
              Sigo viendo a ese Judas atravesar la escuadra de gastadores: hombres altos,
robustos, recios...; mientras brazos nerviosos baten los palillos incansablemente ebríos de
tararíes y rataplanes.

           Cae el atardecer en la plaza y la gente se arremolina en torno al
pequeño cortado que representa el Huerto de los Olivos, y en su interior
orando estás Tú, Jesús. Paciente..... No tienes elección posible. Tú aceptaste
la redención con tu sacrificio y llega el momento de consumarlo. Tu sacrificio es
individual, no puede ayudarte nadie y sólo el angel que te acompaña intenta
calmar tu sed con un cáliz. «No se haga mi voluntad sino la tuya».

          Uno de los pasos de Semana Santa, a mi modo de ver, más
dramático es la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos. Me atrae
poderosamente la sensación, casí física, de soledad que desprende la figura
divina, aún a pesar de estar acompañado por el ángel. Pero, al mismo tiempo,
hay otra sensación que se filtra inadvertidamente: la conciencia de que es una
soledad deseada, una soledad buscada, una soledad elegida. La soledad que
permite ver dentro de uno mismo para conocerse y aceptar aquello que la vida
nos va deparando; la soledad que sólo se encuentra en el silencio, en ausencia
de todo lo que no sea uno mismo. Es la soledad que nos ayuda a los seres
humanos para meditar.

        Así es como debió de sentirse Jesús. Enfrentado a sí mismo.
Abrumado ante la elección que se le presentaba y que no podía ni quería

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obviar. Para ello necesitaba la soledad y ni tan siquiera el angel pudo
compartirla con Él.

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           Jueves Santo noche:
          Cuando Jesús de Nazaret y Pilatos, procurador romano de Judea, se
encontratron frente a frente, todo el poder estaba en manos de Pilatos. Pilatos
ante su ineptitud se lava las manos. Castiga a Jesús a ser flagelado, aunque él
confiesa que Jesús es inocente. Como buen político no quiere correr riegos
ante el César. Intenta darle salida al asunto y decide ponerlo al lado de
Barrabás. ¡Cuánto cinismo, Señor! Y pensar que todavía hoy se te viene así
comparando, que todavía hoy se te flagela por no correr riesgos ante
superiores, jefes, el mando de turno o el dinero.... ¡Cuántos Pilatos hay hoy,
Señor! Todavía se sigue gritando al inocente: ¡Crucifícale, crucifícale!
           Entramos, Señor, en el camino de tu pasión. Te han amarrado a la
columna, te han despojado de tus ropas y te están flagelando, regando con tu
divina sangre el escenario. Sufro mi Dios viéndote sufrir. En el pretorio, caen
sobre tus espaldas los latigazos, tu rostro sangra por la corona de espinas y los
golpes de la caña marcan tu cuerpo de llagas. Burlas, salivazos... ¡Qué más
Señor! Ha desaparecido la belleza de tu rostro, tanto que los hombres deben
vuelver la cara horrorizados.
           No estás sólo, en el silencio y la soledad de la noche, de esa larga
noche; mientras otros te niegan, con el rictus del tránsito del dolor, te
acompaña Tu Madre, Señora de la Soledad. ¡Es tu refugio de hombre ante
dolor humano!

            Y después, la “sentencia”... Me sobrecogía aquella voz grave de versos
semitonados, en el denso silencio de la noche..., en esta desgraciada noche y un respeto
imponente llena mi cuerpo:

                     Yo Poncio Pilatos, presidente de la inferior Galilea, aquí y en Jerusalén
                 juzgo, pronuncio sentencia y condeno a muerte a Jesús Nazareno, hombre
                 sedicioso y contrario a la ley de nuestro Senado y negando el tributo a César,
                 determino que su muerte sea crucificado, por que aquí juntando muchos
                 pobres y ricos no han cesado de mover tumultos por toda Judea, haciéndose
                 hijo de Dios, Rey de Israel.
                               Por haber tenido atrevimiento a entrar con ramos y tumultos de
                 gentes, lo ac laman en la ciudad de Jerusalén.
                               Mando que a la voz del pregonero sean publicadas las culpas de
                 este hombre, por las mismas calles públicas.
                     Mando que con sus propias vestiduras sea llevado al monte Calvario,
                 donde se ejecute mi sentencia, en medio de dos ladrones, que serán Dimas y
                 Gestas.
                     En lo alto de la cruz sea puesto el título de su nombre en las tres lenguas:
                 hebrea, griega y latina y diga de esta manera: «Jesús Nazareno, Rey de los
                 Judíos», para que de todo el mundo sea conocido.
                     Esta sentencia la firmo el año de la creación del mundo, dos mil
                 doscientos treinta y tres, día veinticinco de Marzo.
                     Yo, Poncio Pilatos, Juez y Gobernador de la inferior Galilea por el romano
                 imperio.

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           Y llegado aquí, a mi pensamiento llega un recuerdo, un suspiro, un deseo de algo
que no se pudo hacer: ¡Cristo de la Humildad! ¿Qué sucede para que tu pueblo no te saque?
¿Hasta cuando no te podremos ver en este Tu día?

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            Viernes Santo mañana: El encuentro.
            Entro en mi tunel del tiempo. Llego al centro de la encrucijada de esquinas que nos
anuncia la procesión de este Viernes Santo moraleño. Acaba de amanecer. Atrás quedó la
encrucijada de: Amargura, Labradores y Convento; para pasar desde los cuarenta a las “cuatro
esquinas” (perdón cinco esquinas).

             El niño de ayer sigue con la memoria tras tres hombres. El primero Miguelico
(sentencias) que con su canto nos iba anunciando todo el camino de Jesús en esta Semana
Santa (lo hizo durante 49 años) y el tono de su canto ha quedado archivado a perpetuidad en mi
mente; otro portaba una bocina morada que es como un cuerno de la abundancia, pero en triste,
y que en cada saeta da tres tonos descendentes seguidos, monorítmicos: tres alaridos; el otro
hombre toca un tambor, ambos cubiernos con su túnica nazarena, da tres mazazos sobre el
parche destemplado. Son tres golpes como los tres clavos de Cristo, como los tres días en que
Jesús permanece en el sepulcro.

           Llega al encuentro Jesús con la Cruz a Cuestas. Ha caído repetidas
veces. Su cuerpo debilitado por la pérdida de sangre, tanto que deben buscar
al Cirineo para que le ayude a portar la Cruz, su pesada Cruz, ....

          En mitad del trayecto la Verónica, que con cariño, con mimo para no
hacer daño a ese rostro entumecido, enjuga su rostro sangrante. A Jesús debio
consolarle aquel hermoso gesto después de tanto abandono e indiferencia; le
dio consuelo y como gratitud al acto dejó la imagen de su rostro en el pañuelo
como testimonio de su camino hacia el Gólgota.

                                Lleno de polvo y sudado
                                la Verónica le ha visto
                                y limpiando el rostro a Cristo
                                en un lienzo que estampado
                                bien se lo pagó el cuidado
                                por que es muy buen pagador.

           Guardemos silencio, Jesús pasará a nuestro lado en su camino al
calvario. Acompañándole va su Madre María bajo la advocación de NUESTRA
SEÑORA DE LA SOLEDAD. En sus manos un pañuelo para enjugarse las
lágrimas, en su rostro lleva reflejado todo el dolor y la soledad que le queda a
una madre cuando su hijo sufre, sufre hasta la extenuación y muere. Después,
cuando la miramos, Ella nos transmite esa serenidad y esperanza que
necesitamos para seguir adelante, pensando que Ella siempre estará a nuestro
lado.

            Y se oye esta sentencia:

                               Al encuentro le ha salido
                               la madre que le parió
                               entre saltones le vio
                               arrastrado y escupido
                               su corazón fue partido
                               con espada de dolor.

                                                                                               6
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            Viernes Santo tarde: Santo Entierro.
             Recuerdo en aquellos años la impresión que me causaba ver desfilar este paso por
nuestras calles. La luz mortecina de sus calles y la mucha distancia entre luces apenas hacía
algo más que distinguir bultos. Salía el paso flanqueado por cuatro faroles de vela y dos grandes
faroles a los lados con sus velas correspondientes. Esta era la poca luz que iluminaba el rostro
del Cristo yacente. Recuerdo su dantesca sombra proyectada sobre las paredes frente a una de
esas luces. Visto de lejos era verdaderamente un entierro nocturno, tétrico, impactante, ....

           Virgen de la Soledad, déjanos asomarnos a tu corazón. Déjanos
estar contigo en la tarde de aquel primer Viernes Santo. Estaremos callados:
seremos testigos de tu pena, de tu soledad y de tu dolor. Que es bueno dejar
llorar a quien quiere llorar y Tú, hoy, sólo quieres llorar.

          Anochece lentamente... la plaza se van llenando de moraleños. Se
abren las puertas de la Parroquia. Se hace el silencio. La estación de
penitencia comienza. La Cruz Guía inicia la procesión y las imágenes
comienzan a procesionarse. Detrás sale a la calle el “Cristo de la Buena
Muerte”.

            Sobre un montículo de flores rojas, una cruz aparece llenando todo el
espacio, y en ella, Jesús clavado de pies y manos inclina su cabeza hacia el
suelo.... , sus ojos cerrados... Estaba entregando su vida por la salvación de
todos los hombres. En su rostro no había rabia, ni apariencia de dolor, aquella
cara sólo reflejaba dulzura, sosiego, tranquilidad, paz... Estaba cumpliendo lo
que se le había encomendado. La noche ha caído y las sombras tiñen de negro
nuestra vista, impresiona el contraluz de su figura al pasar ante nosotros.
¡Cuánto amor en su rostro! Es la perfecta unión de lo divino y lo humano.

          Señor, esta es la viva imagen de tu agonía: tu agonía fue así. No me
cabe duda. Tú Señor, guiaste la mano del artista para que tu imagen saliera tan
hermosa. Sí, Señor: tu imagen tan hermosa y tan terrible a un tiempo. Miras al
cielo. Abres la boca. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». «Todo
está consumado». ........... Y mueres.

          Pero volvamos a Ti, Madre, y permite que te acompañe. Tu Hijo
acaba de morir, y Tu, Virgen de la Soledad, te has quedado sóla, terriblemente
sóla. Has visto expirar a Tu Hijo bajo su Cruz y ¡qué dolor!.

          Unos amigos han bajado de la cruz su cuerpo roto, escuálido y
demacrado. Te lo han posado en tu regazo. Lo has regado de lágrimas. Has
vivido un momento terrible cuando te lo han arrancado de tus brazos. (Piedad
de Miguel Angel y Virgen de las Angustias de Granada). Te han quitado hasta
el efímero consuelo de su cuerpo muerto. Lloras..., lloras María pero deben
cumplirse las profecías: lo llevan a enterrar.

          Sírveme de intersección, Madre Mía, ante Tu Hijo en este momento
trágico de su muerte. Quiero hacer una promesa y un pedido, y para ello escojo
estos versos profundamente religiosos de don José María Pemán:

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                              Señor, aunque no merezco
                              que Tú escuches un quejido
                              por la muerte que has sufrido,
                              escucha lo que yo ofrezco,
                              y escucha lo que te pido.

                              A ofrecerte, Señor, vengo
                              mi ser, mi vida, mi amor.
                              Mi alegría, mi dolor,
                              cuanto puedo y cuanto tengo;
                              cuanto me has dado, Señor.

                              Y, a cambio de esta alma llena
                              de amor que vengo a ofrecerte,
                              dame una vida serena
                              y una muerte santa y buena,
                              ¡Cristo de la Buena Muerte!

           Cuando el Cristo de la Buena Muerte lleva camino de la calle Real
suenan las cornetas y tambores para dar salida a Jesús yacente en el paso del
“Santo Entierro”. Después..., silencio..., se inicia la marcha, triste marcha, se
inicia el Entierro de Cristo quedo, muy quedo, en el silencio de la procesión se
observa el perfecto encuadre del exterior de la iglesia. Todo se enmarca...
imágenes, pasos, plaza, nazarenos.... Emociones y respeto de los moraleños.

           A lo lejos la silueta macabra de una Cruz, ya sóla, y pendiendo de
ella el sudario blanco del cuerpo divino de Jesús.

          Y se oye la última de las 29 sentencias:

                              Aquí murió el Redentor
                              Jesús, como pudo ser
                              que tanto amor llegue haber
                              y que viva el pecador.

          Avanza la procesión y nosotros con ella.

          Y detrás Tú, Virgen Mía, con tus lágrimas y tu llanto, clamando Tú
corazón: ¡Adiós, hijo mío! ¡Adiós, mi niño! Mientras tu Hijo lleva camino de su
tumba, camino de la Redención, camino del triunfo final.

         Y la procesión formada discurre lentamente al son de tambores
destemplados y algún que otro quejio de saetas.

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             Epílogo:

            Sábado Santo tarde: Soledad.
           Se abre una vez más la puerta de la Parroquia. Suena el himno
nacional tradicional del acto. Más hermosa aún me pareces María.

                                  «Con qué majestad caminas.
                                  Tú Virgen pura,
                                  es tan grande Tu hermosura
                                  que hay que incarse de rodillas
                                  para contemplar Tu figura».

          Ahora sí que estás sóla. Todo se ha consumado. Todo se ha
cumplido. A partir de ahora la soledad no será un estado personal, serás Tú
misma: la Soledad.

          Sales orgullosa. Digna en el dolor, hermosa y humilde, piadosa y
maternal. ¿Habéis observado como en su dulce rostro se refleja el dolor; ¿y el
desconsuelo en sus ojos enrojecidos por el llanto?

         Sale la Soledad. La acompañan enlutadas mujeres y jóvenes
moraleñas vestidas con la mantilla española: cada año más, cada año mejor.

          La procesión de Soledad, discurre por las calles de Moral, pero no es
una procesión de entierro, de muerte.... es una procesión de vida. María sabe
que su sufrimiento está pronto a finalizar. Conoce que va llegando el momento
de la Resurrección y con ello el triunfo sobre la muerte. Llega a su ermita y
airosa penetra en ella como dueña y señora.

           Llegado aquí, Madre Mía, sí que quiero manifestarte mi
agradecimiento por haberme dado la satisfacción de haber podido llevar a cabo
mi sueño: el regreso a tu ermita después de siglos de ausencia. Mis otros
pensamientos tu sabes que quedaron frustrados y sé que no me dejaste
llevarlos a cabo por mis muchas imperfecciones.

               Y otra vez la tradición y ésta me recuerda que Judas se ahorcaba en Moral. ¡Pobre
“carpinterillo”, debía colgarse del, quizás, árbol más alto de la plaza; pero a cambio de ello se le
concedía la última voluntad. Última voluntad que siempre coincidía y que correspondía a uno de
los postres dulces moraleños: un canuto. Y allí tenemos al pobre “carpinterillo” comiéndose un
enorme canuto como último tributo a su representación de Judas.

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          Coda:
          ¿Cómo podemos nosotros prepararnos para vivir la Semana Santa y
la Palabra de Jesús?

          Estos días tienen un ambiente especialmente propicio, para el
perdón de los hombres por los hombres, para olvidar las rencillas, para
encontrar el amor perdido en nuestros semejantes, para estar más cerca de los
demás, para ver los problemas del prójimo como nuestros y sobre todo, tener el
corazón disponible para dar amor a cambio de nada, para simplemente dar
AMOR.

           Tras el sepulcro de Jesús, está su Resurrección. Jesús no está
muerto: Vive- «Yo soy el camino, la verdad y la vida». «Estaré con vosotros
hasta el fin de los siglos». ¿Y donde buscar a Jesús? Y El nos responde: «Lo
que hagáis con el prójimo lo estáis haciendo conmigo».

           Por ello debemos aislarnos, pensar y meditar como Jesús en
Getsemaní y pedir que nos ayude a elegir el camino correcto, el camino de la
vida, el camino de la salvación:

          - Porque cuando es ignorado o maltratado no siempre tenemos el
valor de salir en su defensa y dar testimonio de nuestra fe.

          - Porque procedemos con rutina a los cumplimientos eclesiales y de
colaboración con la Iglesia o con el culto, enmascarando nuestra falta de
voluntad y compromiso.

        - Porque le encerramos en nuestros esquemas y tradiciones no
dando amplitud a nuestras miras y no seguimos su Mensaje.

          - Porque matamos o maltratamos la vida por intereses bastardos
generando males a nuestros hermanos con blasfemias, acosos o falsos
testimonios; anulando y atropellando sus derechos.

         - Porque matamos antes de nacer pensando quitarnos un problema;
alegando solo derechos que a nosotros nos convienen y no dando opción a los
derechos de los que no se pueden pronunciar.

            - Porque se quiere acabar con los mayores al dejar de ser
productivos y nos estorban; justificando absurdas razones, y los sacamos fuera
del ambiente familiar como si ya no formaran parte de la familia olvidando que
él la ha creado.

         - Porque las mujeres son maltratadas por sus maridos o parejas sin
tener en consideración el dolor y sufrimiento de éstas en virtud de absurdos
planteamientos de posesión.

         -¡Y cuantas cosas más, Señor!

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Lorenzo Fernández Molina                            11

          Todo no termina con la muerte. Dios vive y nos llama a la vida. Así
nos lo ha comunicado, nos lo ha revelado.

         Jesús, el Señor, es el Hijo enviado del Padre. Conocedor del mismo,
testigo de la vida. «Este es mi hijo amado, escuchadle». Y Él,
contundentemente, afirma que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

          Y basado en esta esperanza de vida eterna, vienen a mi recuerdo
aquellos hermanos que un día estuvieron con nosotros, llenos de ilusión,
trabajando, colaborando, procesionando y ahora están junto al Padre. En
especial mi recuerdo para «todos los que estuvieron y trabajaron para la
fundación y refundaciones de estas Hermandades y que nos legaron junto a
ellas los pasos que durante estos días procesionaran por nuestras calles
moraleñas....... ». Estoy convencido que ellos, desde allí, nos están ayudando y
dando las fuerzas necesarias para seguir adelante.

          Nuestra Semana Santa, es el resultado consolidado, de impagables
esfuerzos, esfuerzos que los moraleños hemos ido derrochando desde los
primeros momentos en que se decidió pasar a hermandades de pasión, y como
no a vuestros esfuerzos, los que hoy día intentais, al igual que nuestros
antecesores, irla engrandeciendo año tras año.

          El pregonero da aquí por concluido su pregón.

           He hablado de mi pueblo y de las hermandades de Semana Santa,
de cristianos viejos y cristianos nuevos y su coincidencia en mirar al futuro y en
el mantenimiento de costumbres y tradiciones.

          El pregonero pide a la Virgen, la venia para retirarse y le agradece su
ayuda.

        A la Junta de Hermandades le agradece la confianza que depositó en
mi encomendándome este oficio de pregonero.

          Y a todos ustedes, paisanos y amigos, les agradezco la benevolencia
y paciencia con la que me han escuchado.

                                  Lorenzo Fernández Molina

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