SÍNTOMAS DE CRISIS EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA
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SÍNTOMAS DE CRISIS EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA* PREÁMBULO La conferencia que deseamos desarrollar en esta tarde –como su título lo expresa– pretende acusar algunos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea. Dentro de un título tan general hemos escogido un aspecto de la Ciencia, que revistiendo a nuestro juicio una importancia fundamental por su significado, nos permitirá además abarcar en nuestra exposición no sólo el restringido territorio de una determinada Disciplina, sino el intracuerpo común de varias de ellas. En efecto, unificando varias Disciplinas particulares a la luz de un Problema único, tendremos ocasión de asomarnos a una cuestión que posee una importancia excepcional para comprender cuál es la situación contemporánea por la que atraviesa un Principio General que puede ser concebido como Fundamento de todas aquellas Disciplinas. A través de los resultados que arroje semejante estudio, y asumiendo una cautelosa actitud que nos prevenga de los yerros propios del pronosticar en estos campos, trataremos de esbozar cuáles son a nuestro juicio los máximos problemas que la Ciencia necesita resolver para seguir avanzando y esclarecer las líneas generales que asumirá su estructura fundamental en el futuro. La cuestión primordial que hemos escogido para centrar sobre ella el desarrollo de esta conferencia –y que a nuestro juicio ofrece una “sintomatología” común que se extiende paralelamente en varias Disciplinas– es la problemática que presenta el Principio de Causalidad a la altura de nuestra propia época. Queremos centrar sobre ella nuestro estudio para determinar dos aspectos principales que se implican en semejante “problemática”, a saber: 1º) La situación de “crisis” que confronta el “Principio de Causalidad” dentro de su actual formulación científica; 2º) Los máximos problemas que, desprendiéndose de tal formulación, han repercutido sobre la estructura fundamental de la Imagen de la Naturaleza que poseía el Hombre determinando una profunda transformación en ella. * La conferencia que publicamos a continuación fue dictada por su autor, el Doctor Ernesto Mayz Vallenilla, dentro del ciclo Diálogo entre la Filosofía y la Ciencia, organizado por la Facultad de Humanidades y Educación durante el año académico 1953-1954.
El escoger al Principio de Causalidad para estudiar sobre él –y su inherente problemática– los “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea, se debe simplemente a una cuestión de hecho. Si algo está realmente en verdadera “crisis” dentro de la Ciencia actual esto es el Principio mencionado y ninguno como él ha debido sufrir una transformación tan grave a causa de las conmociones que la Ciencia ha experimentado al verse atacada y vulnerada en su Estructura preontológica. Mas ahora que así tenemos el deber de expresarnos –empleando un enunciado que a pesar de su rigor técnico encierra sin duda una obscuridad apenas dispensable para una conferencia– hemos de empezar esclareciendo en su significado más preciso, pero también más elemental por razones pedagógicas, lo que deseamos insinuar cuando hablamos de “Estructura preontológica” de la Ciencia. Hemos hablado de “Estructura preontológica”; hemos dicho también que ella se ha visto, en nuestra época, atacada y vulnerada; y refiriéndonos justamente a semejantes cosas, hemos aludido directamente a la “crisis” por la que parece atravesar el “Principio” que hemos escogido como Problema y cuestión fundamental de esta conferencia. ¿Qué quiere decir ésto? ¿En qué relación se encuentran semejantes “temas” de la “problemática” actual de nuestra Ciencia? ¿A qué nos referimos, en general, al hablar de “Estructuras” y “Principios” con carácter de “preontológicos”? Sin duda, la dificultad mayor reside en comprender técnicamente el término de “preontológico”, y justo por esto a esclarecer semejante término en su significado más preciso es naturalmente a lo que debemos dedicar la parte inicial de esta conferencia. Una vez esclarecido el término en cuestión, podremos introducirnos en la verdadera problemática que planteará la conferencia al referirse expresa y directamente al “Principio de Causalidad”. La Ciencia en general, o el Saber científico de cada una de las Disciplinas particulares, es un conjunto sistemático de proposiciones que versan sobre una limitada “Región” de Objetos determinados. Así, vgr., las Ciencias de la Naturaleza, consideradas genéricamente y sin tomar en cuenta las peculiaridades específicas de cada una de sus Disciplinas, son aquel grupo de Ciencias que versan sobre los Fenómenos o Entes en tanto que éstos quedan determinados en cuanto “Fenómenos” o “Entes” naturales por pertenecer justamente a la Naturaleza, que es la “Región” común y general de todas ellas. Las Ciencias históricas, por su parte, son aquellas que tienen por “Región” fundamental la “Historia”, siendo eo ipso sus “entes” y “fenómenos” peculiares determinados en cuanto “históricos” por copertenecer a esa “Región”; Ciencias morales son aquellas que poseen como “Fenómenos” o “Entes” peculiares a Objetos cuya determinación más característica está prescrita por la “Región” general de la “Moral”, siendo eo ipso “entes” o “fenómenos” de contextura específicamente “moral"; etc., y así, con perfecta generalidad, por todas las “Regiones” de la Ciencia.
Ahora bien, definido en esta forma el Saber científico de estas Disciplinas, es de observar que, de antemano, cada tipo de Saber determinado posee su característica “Región” de Objetos también determinados y –¡he aquí algo que es muy importante de observar!– cada Objeto puede decirse que está “determinado” porque su estilo entitativo regional parecería que a priori le correspondiera justamente a cada Ciencia en cuestión. Así, en efecto, decimos que los Objetos “históricos” corresponden a la Ciencia histórica porque su estilo o modo de ser entitativo regional es “histórico” –no, vgr., biológico, ni estético, ni simplemente “natural”– sino justa y propiamente “histórico”, implicándose en tal determinación una adecuación o semejanza de su modo de ser entitativo regional con el correspondiente estilo de Saber que sobre él recae. Así mismo –y con idéntica correspondencia– la reflexión descubre que a los Entes determinados como “naturales” se le asigna un tipo de Saber característico, vale decir, el de las Ciencias Naturales; y, con igual rigor, podríamos detectar acontecimiento semejante en los campos de las restantes Ciencias y de sus respectivos Objetos peculiares. Ahora bien, semejante “dato” –puesto que lo que ahora detectamos es simplemente un “dato” histórico que puede ser corroborado y comprobado estudiando el planteamiento de la Metodología científica tradicional, moderna, o incluso contemporánea– tal “dato”, digo, nos pone en condiciones de preguntarnos algo a la par profundo y suspicaz. En efecto –preguntamos– ¿Tiene un Fenómeno cualquiera un determinado estilo entitativo regional porque él es Objeto de una Ciencia? O, al contrario ¿Es algo “Objeto” de una determinada Ciencia porque él tiene, en sí y por sí, determinado estilo entitativo regional? Tales Preguntas, en verdad, nos ponen al descubierto aquello hacia lo cual deseamos apuntar: es decir, la cuestión de la “Estructura Preontológica” de la Ciencia. La Respuesta a las anteriores Preguntas –permítasenos que aquí no expliquemos en detalles las cuestiones técnicas adyacentes– se formula modernamente diciendo que el “dato” de que un “Fenómeno” o “Ente” cualquiera sea Objeto de una determinada Ciencia no se debe al factum de que los Entes objetivos de la Ciencia sean, en sí y por sí mismos, de determinado estilo regional, sino –al contrario– por la profunda razón de que cada Ciencia construye sus Objetos en determinada forma y esta “construcción” determina a priori –es decir, de antemano o previamente– el estilo entitativo regional de sus Entes y Fenómenos. A semejante procedimiento de “construcción” entitativa regional se apunta cuando hablamos de “Plan” o “Estructura Preontológica” de la Ciencia. En efecto, desde Kant sabemos –y el haberlo esclarecido en toda su problematicidad y riqueza es obra de Heidegger– que el “Plan” o “Estructura” de la Ciencia es A priori. Quiere decir esto que la Ciencia no es simplemente una recolección pasiva de Fenómenos, sino que, al contrario, es el Saber de ella –Saber que está preontológicamente determinado por una
cierta manera de mirar al Mundo y a los Entes– el que construye previamente los perfiles entitativos –el estilo regional– de los posibles Objetos sobre los cuales versa su Conocimiento. Ahora bien, la Ciencia posee ciertas Formas o Principios en todo rigor Fundamentales por su generalidad, y por medio de los cuales, y según su modelo, construye la “Estructura” de los entes científicos en general. Uno de tales Principios –he aquí por qué razón hablamos de estas cosas– es el “Principio de Causalidad”. La “Causalidad”, técnicamente expresada, y según este contexto de cuestiones que ahora examinamos, es un Principio de determinación Fundamental y Preontológica de los Objetos de la Ciencia. A ella, ciertamente, no sólo la encontramos en determinada parcela científica, sino que su vigencia de Principio se extiende por las más varias regiones del quehacer científico y constituye, por así decirlo, el eje fundamental sobre el cual se desarrollan los enunciados legales de casi todas las Ciencias, no obstante sus disímiles naturalezas específicas. Justo, en esta conferencia, queremos examinar cómo es que tal Principio –que ha determinado casi desde el comienzo mismo de la Ciencia el estilo entitativo de sus Objetos al predicar de ellos una “legalidad” fundamentada sobre la relación de Causa-Efecto– atraviesa en la actualidad por un período de “crisis”. Queremos así mismo bosquejar cómo de esta “crisis” –cual si fuera un resultado– la Imagen de la Naturaleza que poseía el Hombre como patrimonio de un legado cultural que había recibido de sus predecesores, al conmoverse aquel Principio básico que funcionaba como Fundamento de ella, ha variado extraordinariamente en nuestra época. Nuestro examen, en tal sentido, versará programáticamente sobre los resultados alcanzados por tres Disciplinas, las cuales, además de revestir una extraordinaria importancia en el conjunto de la manifestación científica contemporánea, pueden servir de modelo para ilustrar el fenómeno de “crisis” en que se ha visto sumido aquel “Principio”. Nos referimos a la Física, a la Biología y a la Historia. Si el tiempo lo permitiera, semejante “crisis” del “Principio de Causalidad” podría rastrearse incluso en otras regiones de la manifestación científica contemporánea, y, con igual dramaticidad, podríamos comprobar como casi coetáneamente al “Principio de Causalidad” han caído igualmente en “crisis” otros “Principios” también “Fundamentales” –vgr., el de “Sustancia” o de “Sustancialidad”; el de “Tiempo-Espacio”; el de “Relación”, etc.–, justamente a causa de la incesante revisión y crítica a que se han sometido en nuestro tiempo eso que hemos llamado “Estructuras preontológicas” de la Ciencia. Ahora bien: ¿Qué revelan estos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea? Tal es una Pregunta que sólo es permitido contestarla –insinuando apenas una vaga respuesta o un pronóstico– cuando hayamos terminado la labor de nuestro examen. Antes
nos aguarda la tarea que hemos mencionado como programa de esta conferencia. Tratemos, pues, de revisar la “crisis” del “Principio de Causalidad” en las Disciplinas escogidas como modelos de la manifestación científica contemporánea. I. Los Síntomas en la Física: Indeterminismo y Probabilidad La Ciencia física clásica está representada, como en máximo exponente, en la Física de Newton. Dentro de ésta, la Naturaleza, como concepto fundamental y básico, es un conjunto de Fenómenos sometidos a Leyes de estilo cuantitativo cuyo cumplimiento está regido por el más exacto Determinismo concebible. No es posible hablar de Ley sin evocar, al mismo tiempo, la incondicionada premisa de su cumplimiento inexorable por obra del Determinismo a que están sometidos los propios Fenómenos que ella legisla gracias a su implícita y sobreentendida estructura preontológica. Fenómenos, entes naturales, o sucesos físicos –denominaciones todas que pueden aplicarse a los posibles “Objetos” de la Ciencia física– son términos que recubren y ocultan una propiedad preontológica que yace al fondo de la concepción misma de esta Ciencia: la propiedad o característica de estar sus entes peculiares –los Fenómenos físicos– sometidos a un Determinismo causal (mecanicista) o final (teleologista). Justamente, en tal sentido, hemos indicado que la “Crisis” por la cual atraviesa la Ciencia física a la altura de nuestro propio tiempo radica en la profunda transformación que ha sufrido el concepto fundamental de “Naturaleza” –en cuanto “Conjunto sistemático” de Fenómenos naturales– por obra de la variación experimentada en la concepción Determinista de sus nexos y fenómenos, y, por ende, de las Leyes cuantitativas y causales que regían el comportamiento entitativo de ellos. La historia del desarrollo y transformación de tan fundamental aspecto de la Ciencia es difícil de exponer en sus detalles técnicos sin invocar en nuestra ayuda un desmesurado repertorio de cuestiones y un aparato de nociones que, sin duda, desbordarían los límites elementales de esta conferencia. Mas quisiéramos esbozar aunque fuera tan sólo los perfiles más acusados de aquella transformación, los momentos más dramáticos de ella, para así bosquejar en perspectiva el aspecto contemporáneo de la Ciencia física y desde allí hacer comprender el sentido de nuestra apreciación al hablar de “Crisis” en su “Estructura preontológica”. El descubrimiento que desencadenó las sorprendentes transformaciones de la Ciencia física contemporánea puede ser rigurosamente fijado en la genial hipótesis que su autor –Max Planck– llamó “Quantum de acción”. Como resultado de esta hipótesis, que más que
hipótesis debe ser hoy admitida con plenos derechos entre los Resultados más positivos de la Ciencia, lo que primariamente cayó en crisis fué una de las más viejas “Hipótesis” (que ahora sabemos que no pasaba de ser tal) con la cual trabajaban y operaban los Físicos y los científicos en general de la época clásica. Según el plan clásico de la Ciencia, la acción del Observador sobre la realidad de los Fenómenos observados, vale decir: la acción de la Observación sobre los resultados de la misma, era, expresado en términos bien drásticos, totalmente despreciable. Para la Ciencia clásica, de la cual la Física es parte primordial, existe como hipótesis implícita la posibilidad de hacer despreciables las perturbaciones que ejerce sobre el curso de los fenómenos naturales la Observación, si es que, como método de trabajo, se utilizan una serie de precauciones apropiadas que permitan neutralizar y corregir los defectos que, sólo por obra de ciertas imperfecciones técnicas de la observación directa, o bien por obra de los aparatos de observación utilizados, son inherentes a este tipo de labor. O dicho en otra forma: se admite como hipótesis implícita que en las experiencias realizadas con perfección de técnica es posible disminuir, e incluso suprimir, las perturbaciones y defectos de la Observación empírica. La Física contemporánea no rechaza por completo la admisibilidad de tal hipótesis de trabajo, implícita en la metodología de la Ciencia clásica, en cuanto se refiere y es aplicada a la región de los fenómenos físicos de estructura macroscópica. Mas justo rechaza las pretensiones de verdad que ella alimenta en cuanto quiere trasplantarse y aplicarse a la región de los fenómenos físicos de escala microscópica, que es justo la esfera en donde Planck descubrió por vez primera la existencia del “Quantum de acción”. En efecto, de la existencia del “Quantum de acción” resultaba, como lo demostraron posteriormente los sutiles y profundos análisis de Heisenberg y Bohr, que todo intento de medir una magnitud característica de un sistema físico cualquiera de estructura microscópica, tiene por efecto necesario el perturbar de un modo desconocido y hasta cierto punto incontrolable otras magnitudes conexas y ligadas al sistema observado. En efecto: toda medida de una magnitud -que permitiría precisar, vgr., la localización de un sistema de fenómenos físicos en el espacio y en el tiempo– tiene por efecto perturbar de una manera desconocida una magnitud conjugada de la primera, la cual sirve (como bien lo saben los técnicos en esta materia) para especificar el estado dinámico del sistema de fenómenos en cuestión. De una manera general podemos decir que es imposible Medir al mismo tiempo –vale decir, simultáneamente– y con justa precisión, dos Magnitudes conjugadas. En base de tal imposibilidad –que como ha de subrayarse es insubsanable recurriendo a los paliativos clásicos, ya que es una imposibilidad cuya raíz es intransformable, puesto que no radica en meros defectos técnicos de la Observación, sino en la estructura ontológica
de la Experiencia misma– en base de tal imposibilidad, digo, se comprende ahora en cuál sentido puede decirse que la existencia del “Quantum de acción” hace incompatible la localización espacio-temporal de las partes de un sistema y el atribuir a este sistema un estado dinámico perfectamente definido y exactamente determinado. Pues lo que de aquí se infiere es que para localizar las partes del Sistema en total hay que conocer exactamente una serie de magnitudes, conocimiento que, justamente, excluye eo ipso el de las magnitudes conjugadas relativas al estado dinámico. Y –justa consecuencia de esto– la cuestión inversa es también perfectamente comprensible. Quiere decir esto, pues, que nos encontramos ante una alternativa que no admite los paliativos clásicos: De una Partícula X, cuando a ella referimos nuestra Observación, o bien conocemos el Impulso o bien la Magnitud. La alternativa está diciendo aquí –y así lo expresa perfectamente la disyunción que significa el “o bien”– que, en forma alguna, y simultáneamente, podemos tener un exacto conocimiento de las dos cuestiones. Y –sea válida esta otra consecuencia– la Sucesión de las Observaciones (que como bien Uds. saben era un ejemplar camino clásico postulado por los inventores del método empirista de la observación) no pasa de ser aquí, referidas como quedan las cuestiones, un procedimiento carente absolutamente de sentido para resolver las dificultades. Pues –como hemos dicho– la dificultad radical de todo esto se centra en la imposibilidad de la Observación Simultánea, aconteciendo justamente esto por obra de la Interacción perturbadora de la fijación de una Magnitud sobre la otra. Con toda claridad expone Hans Reichenbach lo que nosotros hemos sólo bosquejado: “Una determinación –dice este autor– la más exacta posible de la posición, requiere luz de corta longitud de onda, por ejemplo, Rayos Gamma; pero semejante luz posee un Quantum grande de energía h. v. y una iluminación con semejante luz desplazará el electrón de su trayectoria y, por lo tanto, perturbará ésta. Como vemos –sigue diciendo Reichenbach– no se puede observar varias veces el mismo electrón en su trayectoria dentro de la estructura atómica. Además, se produce un cambio discontinuo del impulso que impide calcularlo correctamente. Si escogemos, por el contrario, una luz de onda larga, el impulso cambiará poco, pero la determinación de la posición se hará, al contrario, incierta. De manera general –agrega Reichenbach a la manera de una conclusión que ya nosotros habíamos mencionado antes– se puede decir que sólo se puede determinar con exactitud o la posición o el impulso. Esta relación se designa como “Relación de Indeterminación” de Heisenberg1. Expresada en lenguaje filosófico tal “Relación de Indeterminación” –séanos aquí permitido esto en gracia del espíritu que orienta al ciclo de conferencias donde tomamos parte– quiere decir, sin más, que la estructura ontológica de la Experiencia misma 1 Hans Reichenbach: “Objetivos y Métodos del Conocimiento físico” pág. 215. Ed. Colegio de México.
hace de la Observación empírica un método fallido para cosechar mediante ella un conocimiento objetivo -universal y necesario, en sentido kantiano– de los Fenómenos físicos en cuanto tales. Ahora bien, de todo lo precedente nos resulta ciertamente clara una conclusión que deseamos extraer para que ella misma nos revele el estado de “Crisis” en que se encuentra actualmente la Ciencia física. Sabemos ahora –así lo expresa la “Relación de Indeterminación” de Heisenberg– que nunca puede conocerse con precisión más que la mitad de las magnitudes cuyo conocimiento sería necesario para la descripción exacta de un sistema de fenómenos según el esquema de las ideas de la Física clásica. El valor de una magnitud característica del sistema es, en efecto, tanto más incierto, cuanto más exactamente conocido sea el valor de la magnitud conjugada. De aquí justamente –y esto es lo que nos importa subrayar primordialmente– se deduce una fundamental diferencia entre la Física clásica y la Física contemporánea en cuanto se refiere al Determinismo de los Fenómenos naturales. En la Física de Newton, el conocimiento simultáneo de las magnitudes que fijan la posición de las partes de un Sistema y de las Magnitudes dinámicas conjugadas, permitía –al menos en principio y teóricamente– el cálculo del Sistema de fenómenos en un instante ulterior cualquiera. “Conociendo con precisión los valores X, Y... de las magnitudes que caracterizan un sistema en el instante T, se podía prever sin ambigüedad qué valores X', Y', ... se encontrarían para esas magnitudes si se las determinase en un instante ulterior T'. Esto resultaba de la forma de las ecuaciones básicas de las teorías mecánicas y físicas y de las propiedades matemáticas de esas ecuaciones. Esta posibilidad de previsión rigurosa de los fenómenos futuros a partir de los fenómenos actuales, posibilidad que implica que el porvenir está contenido en cierto modo en el presente y que no le añade nada, constituía lo que se ha llamado el determinismo de los Fenómenos naturales. Pero esta posibilidad de previsión rigurosa requiere el conocimiento exacto en un mismo instante de las variables de localización espacial y de las variables dinámicas conjugadas; ahora bien, este conocimiento es precisamente el que la física cuántica considera ahora como imposible2. Justo de aquí resulta una transformación extraordinaria en el modo de concebir a la Naturaleza y por ende a los Entes Naturales en tanto que son Objetos de la Ciencia Física clásica o contemporánea. El físico de la época clásica –Newton, por ejemplo–, tenía en el fondo de sus concepciones una imagen de la Naturaleza cuyos más íntimos procesos y secretos eran, según él, sometibles a una cuantificación matemática que, por su misma índole, postulaba un ciego Determinismo en el acaecer de los fenómenos, en los nexos de su causación, en su organización sistemática como manifestaciones de un Cosmos sometido al 2 Louis de Broglie: “La Física Nueva y los Cuántos”, págs. 11 y 12.
Número y por esencia perfectamente numerable. Pero el escarmiento del Físico de nuestro tiempo postula una concepción radicalmente distinta. La Naturaleza, al parecer, no es ya perfectamente, o mejor dicho, exactamente numerable y cuantificable en sus procesos y fenómenos. La Observación de ella –base fundamental de donde ha de arrancar todo paso posterior del cálculo y medida– arroja un saldo de incertidumbre radical que imposibilita una exacta y exhaustiva determinación cuantitativa y matemática de los Objetos observados. Sobre esta base –como ahora se comprende– el Determinismo de las Leyes físicas no puede gozar de aquella implícita seguridad que antaño acompañaba a toda Previsión cuando ésta presuponía una certidumbre matemática en la medición de los Fenómenos a consecuencia de su transparente adaptabilidad a los nexos y leyes de los propios entes numéricos. Al contrario, como resultado de la incertidumbre de las Observaciones, el convencimiento teorético del físico contemporáneo fluctúa entre suponer un Indeterminismo radical (que el propio Planck combatió apenas estuvo consciente de las consecuencias de su descubrimiento) o en postular un Determinismo no-Causal sino meramente Probabilístico en los Fenómenos. La Física de hoy, en la expresión que encuentra en sus más altos representantes, en lugar de la Causalidad determinista, erige como categoría interpretativa del suceder natural de los Fenómenos a la Probabilidad, y en lugar de la exactitud transparente e inexorable de las matemáticas propias del Determinismo, trabaja y utiliza las no menos rigurosas –pero esencialmente distintas– Matemáticas de las Estadísticas. Reveladoras en grado sumo son, en este sentido, las palabras, del gran físico francés Louis de Broglie, quien con perfecta conciencia y claridad nos habla así: “Habiendo determinado, con las incertidumbres de que están necesariamente afectados en la teoría cuántica, los valores que caracterizan un sistema en el instante T', el físico no puede predecir exactamente cuál será el valor de esas magnitudes en un instante ulterior; puede solamente anunciar cuál es la probabilidad que hay para que una determinación de esas magnitudes en un instante ulterior T suministre ciertos valores. El lazo entre los resultados sucesivos de las medidas, que traducen para el físico el aspecto cuantitativo de los fenómenos, ya no es un lazo causal conforme al esquema determinista clásico, sino más bien un lazo de probabilidad, sólo compatible con las incertidumbres que se derivan de la existencia misma del Quantum de acción”3. Tal es la raíz más profunda –como hemos dicho– de la Crisis por la que atraviesa la Física contemporánea. Su Concepto de naturaleza –la concepción preontológica de ella– no está revestida ya con el ciego Determinismo causal o teleológico que antaño esplendía vigoroso y le comunicaba un aspecto de inatacable firmeza y seguridad a la Ciencia física. El 3 De Broglie: Op. cit., pág. 12.
físico de hoy -con plena conciencia– sabe que su Ciencia revela un “síntoma” de crisis en su intracuerpo más profundo. De tal “síntoma” se hallan pendientes todos los que, en alguna forma, enraízan sus creencias y concepciones en los resultados de la Ciencia. Pues –he aquí lo más grave de todo– si este “síntoma” se ha originado en la Ciencia, en forma alguna agota su vigencia en el reducido ámbito de ella. Tal “síntoma de crisis” trasciende la órbita del mero quehacer científico y plantea ineludibles interrogaciones al Preguntar filosófico sobre el “Por qué” de las Cosas. Mas detengamos aquí esta meditación. Baste ella para indicar un “Síntoma” en determinada Disciplina. Vayamos ahora a otros campos y a otras Disciplinas y tratemos, al igual que aquí, de señalar ciertas manifestaciones sintomáticas de crisis semejantes o, incluso, fraternales a la señalada dentro de la Física. II. El Problema en la Biología: Mecanicismo y Teleologismo El Objeto fundamental de la Ciencia biológica es el estudio de la Vida y de los procesos vitales en cuanto Fenómenos o Entes naturales. Justo por obra de la aparición de algunos rasgos novedosos en la concepción del término de “Vida” –que es el término específico de esta Ciencia cuyo Objeto general son los Fenómenos y Entes naturales– encontramos que en ella (he aquí la Tesis fundamental que deseamos esbozar) el Principio de Causalidad, en cuanto concepto Fundamental de esta Ciencia, atraviesa en la actualidad por una “crisis”. La cuestión se plantea aquí –si es que se repara en los términos en que la insinuamos– con una gran similitud a la detectada en el campo de la Física: si allá vimos que el Principio de Causalidad, aplicado a los Fenómenos físicos, atravesaba por una época de “crisis”, aquí en la Biología, como lo mostraremos, ha sido paralelamente el Principio de Causalidad –aplicado a los Fenómenos vitales– el que ha experimentado una radical transformación. A consecuencia de esto (será otro punto que sistemáticamente habremos de mostrar) la Imagen de la Naturaleza, considerada como el Conjunto sistemático de los Fenómenos biológicos, se ha visto sometida a una radical variación en sus contornos específicos. En efecto, el Concepto fundamental de “Vida”, de lo “Vital” –que es el Fundamento y Objeto peculiar de la Biología en cuanto Ciencia natural– examinado a la luz de ciertas experiencias y descubrimientos, ha mostrado que las notas que preontológicamente se le asignaban tanto a él como, en general, a todos los entes caracterizados de “Vitales”, no respondían exactamente a ciertas características y propiedades que se descubrían cuando “lo Vital” –la Vida misma en la plenitud de sus manifestaciones– era contemplado a la luz de
la experimentación desprejuiciada. La polémica, en tal sentido, se produjo y desarrolló en las Ciencias biológicas a partir de las tendencias contrapuestas del “Mecanicismo” biologista y del llamado “Vitalismo”. Para esclarecer los rasgos primordiales de ella, y poder así detectar en su plenitud la “crisis” del Objeto en esta Ciencia, nos proponemos esbozar algunas referencias –que por la índole de esta conferencia han de ser muy generales y en lo posible alejadas de todo tecnicismo– que nos permitan esclarecer y justificar posteriormente el pensamiento central que sostenemos. Según el “Mecanicismo” biologista –tendencia que ha contado entre sus defensores y cultivadores a nombres tan esclarecidos como los de Descartes, Lamettrie, Fries, Spencer, Du Bois-Reymond, Haeckel, Ostwald, etc.–, la Vida era, en la totalidad de sus múltiples manifestaciones, un Fenómeno natural cuya estructura entitativa podía ser reducida a la suma de los componentes y fuerzas que la integraban. O dicho en otra forma, tal vez más explícita: la Vida y lo Vital eran Fenómenos naturales que, por medio de un proceso analítico, podían ser descompuestos en los elementos reales que intervenían en su composición. Por ser tales elementos de índole física o química, o físico-química, eo ipso aquellos Fenómenos, que no eran otra cosa que el producto de su composición y síntesis, podían someterse teóricamente, según el Mecanicismo, al imperio de las mismas Leyes mecánicas y cuantitativas que servían para legislar en la Química y en la Física la aparición, el curso y el desarrollo de todos los Fenómenos de la Naturaleza que caían bajo la órbita de ellas y de su quehacer científico. Cierto es que los Fenómenos naturales, en su totalidad, presentan la peculiaridad de dividirse en Orgánicos e Inorgánicos, mas esta división –si bien algunas veces era tenida en cuenta por la Teoría mecanicista– era reducida sin embargo por ella a ser una mera diferencia de grado y no de cualidad. Para el Mecanicismo biologista, la Vida –es decir, eso que anima a los seres de estructura Orgánica– descompuesta en sus elementos integrantes, tal como hemos insinuado, podía ser perfecta y solublemente reducida a ser el coefecto coincidente de fuerzas físicas y químicas. Lo más característico de un Organismo frente a un ser Inorgánico no residía, para el Mecanicismo, en la posesión por aquel Organismo de un enigmático poder animador o de cualquier tipo de fuerza trascendente –extraquímica o extrafísica– sino más bien en la específica unión y configuración según la cual se trenzaban entre sí las partes y elementos componentes de las moléculas orgánicas: vale decir, en la Forma o Unidad –tanto exterior como interior– del “Todo” que constituían al sintetizarse, y de cuya peculiar estructura eran inmediatamente dependientes las funciones “orgánicas” que especialmente caracterizaban el comportamiento de los Organismos. Nada mejor para ejemplificar esta concepción mecanicista dentro de la Biología que traer al recuerdo las doctrinas energetistas de Wilhelm Ostwald, defensor sutil y encarnizado de una suerte de
monismo filosófico y científico dentro de la Biología. Según él –como Uds. recordarán– el ciclo vital podía explicarse, sin hiatos ni fisuras de ninguna especie, recurriendo a la hipótesis de una incesante transformación y de un eterno comercio de Energías, reductibles en último extremo a una Energía única y plurivalente que era la Materia en cuanto tal. En idéntico sentido pueden ser recordadas las doctrinas que han tratado de identificar a la Materia vital con un Coloide y cuyas consecuencias son el explicar el origen, el desarrollo y las propiedades de aquella Materia según las mismas leyes y esquemas que se aplican para simbolizar el régimen especial a que se encuentran sometidas estas substancias coloidales. En ambos casos –si bien la explicación de los procesos vitales es harto diferente– ambas direcciones coinciden en el propósito de identificar a la Vida, y a los procesos y fenómenos vitales, con un tipo de elementos de estructura ontológica real, vale decir, con Entes naturales espacialiformes y temporiformes (vgr. La Energía o el Coloide), y, en base de tal identificación, tienden estas doctrinas a explicar las propiedades y el comportamiento de la Vida según los mismos esquemas, hipótesis y leyes que, en la región general de la Naturaleza, han servido para interpretar y legislar mecánica y cuantitativamente el universo de los fenómenos propios del ámbito físico o químico. Resumiendo, pues, se comprende ahora en base de este general esbozo que hemos hecho de la tesis del “Mecanicismo” biologista, que dos cuestiones primordiales se destacan en él: 1o) La identificación de la Vida –de lo Vital– con lo Físico-químico (entendido esto en su más amplia generalidad); y 2o) El intento de explicar todos los fenómenos vitales –gracias a la identificación precedente– según las mismas leyes mecánicas y cuantitativas propias de aquellas Ciencias. Como corolario de estas dos cuestiones se comprende perfectamente ahora cuál podría ser la concepción de la Biología –en cuanto Ciencia de la Vida– sostenida por los Mecanicistas. Para ellos, ciertamente, la Biología era la Ciencia de la Vida, mas siendo la Vida un fenómeno y objeto de índole o estructura físico-química, la Biología no era más que una Física, o una Físico-Química, de los fenómenos vitales. Así como la Sociología –en aquel tiempo dominado por la sombra de Comte que era justamente cuando se desarrollaba la polémica– se veía reducida a ser Física-Social, la Biología, por su parte, era considerada como una Física de la Vida. La Vida y sus fenómenos debían ser explicados según el esquema de la Física, de acuerdo a sus Leyes y a sus propios supuestos de Ciencia natural. Entre estos últimos –no hay que olvidar la época– la Causalidad Mecánica, como piedra angular de la Física de Newton, tenía un puesto preeminente y por ende una función fundamental en todo intento de explicación de los Fenómenos de la Naturaleza. Más justo este supuesto de la Causalidad mecánica –así como en la región de la Física teórica sufría los embates que el descubrimiento de la teoría cuántica aportaba– vino a
ser blanco, en el campo de las Ciencias biológicas, del ataque sorprendente y profundo que se le lanzaba desde las llamadas teorías “Vitalistas”. Los primeros conatos de ataque al Principio de la Causalidad mecánica dentro de la Biología pueden ser rigurosamente fijados en los experimentos realizados por Pflüger y Roux -autor este último de la célebre obra “Mecánica del Desarrollo” (Die Entwicklungs-Mechanik)– sobre el desarrollo y evolución de los huevos de rana. Pflüger había llegado a la conclusión de que era la fuerza de la Gravedad la que, ejerciendo mecánicamente su influencia causal sobre cierto punto del huevo, determinaba que ese lugar se convirtiera en el futuro, al desarrollarse el huevo, en la médula. Esta determinación, según Pflüger, obedecía ciegamente a la acción gravitatoria y estaba exenta de la menor relación con la clase o calidad de materia que se encontrase en esta parte del huevo. Mediante un orden adecuado de experimentos, Wilhelm Roux consiguió eliminar la acción de la Gravedad sobre los huevos y –¡cosa sorprendente!– no por ello cambió la evolución normal de ellos, llegando por tanto a la conclusión de que no era necesaria la acción ordenadora y orientadora de la fuerza de gravitación para determinar causal y mecánicamente el sitio preciso de la médula de los futuros organismos. “Por este camino se llegó a la importante conclusión de que todos los factores que determinan la modalidad típica de la conformación se contienen ya en el huevo fecundado, razón por la cual debe concebirse el desarrollo como un proceso de “Autodiferenciación”. Los seres vivos en desarrollo son –he aquí lo que textualmente dice Roux– “complejos, cerrados dentro de sí mismos, de efectos que determinan y producen la conformación”4. Mas Roux –como buen Mecanicista que era– no extrajo de sus conclusiones ninguna afirmación heterodoxa. En verdad, la obra de Roux siguió siendo fiel, en sus tesis primordiales, a la concepción citada, mas justamente de sus experimentaciones y del sesgo harto sospechoso que en ellas era posible descubrir, la mirada atenta de su genial discípulo Hans Driesch empezó a intuir –al principio obscuramente, pero más tarde con claridad creciente– “la autonomía de lo orgánico” frente al puro mecanismo de los procesos físicos y químicos. Con ello empezaba Driesch a vislumbrar ya, por cierto que a muy temprana edad, los postulados que más tarde se encontrarán en la doctrina “Vitalista” por él desarrollada. Driesch nos ha narrado en su célebre obra “Philosophie des Organischen” (Filosofía de lo Orgánico) sus famosos y divulgados experimentos sobre los huevos del erizo de mar. El afán que lo guía primordialmente a realizar tales experimentos es el tratar de averiguar si cierta y realmente –como afirmaba la tesis fundamental del Mecanicismo biologista– los 4 Roux: “Die Entwiehlungs-Mechanik”. Cit. E. Cassirer: “El Problema del Conocimiento” Ed. Fondo de Cultura Económica.
procesos causales (la relación mecánica de Causa a Efecto) se cumplían en la esfera de lo biológico con tan irrestricta inexorabilidad como acontecía en el campo de los fenómenos físicos y químicos. Para extraer sus conclusiones, Driesch toma como punto de partida una serie de experiencias realizadas por él mismo sobre los huevos del erizo de mar. Tales experimentos lo llevan a comprobar que de huevos a los cuales se habían inferido daños bastante graves podían sin embargo nacer organismos absolutamente normales y sin señales de la lesión sufrida por el embrión. Así, por ejemplo, Driesch nos narra en uno de sus más impresionantes experimentos cómo habiendo partido en dos mitades un embrión de erizo de mar, observó, sin embargo, que de cada mitad nacía un organismo absolutamente normal. Colocando el embrión entre dos cristales –nos narra en otro experimento– y presionando fuertemente éstos, hacía Driesch que las células se desplazaran por completo. A pesar de estas alteraciones de la situación –completamente anormales y que según el postulado mecanicista debían causar profundas transformaciones en el futuro organismo– éste, sin embargo, continuaba su desarrollo con “saludable” normalidad. La alteración física de la situación celular, cuya modificación debía producir una consecuente anormalidad si era que se cumplía el nexo de las causas y los efectos, no traducía sin embargo en los experimentos de Driesch ningún trastorno o desorden dentro del sistema. El embrión, con las células trocadas, seguía siendo un Todo autónomo cuyo desarrollo orgánico proseguía al parecer sujeto a una instancia superior que revelaba a la atenta y curiosa pupila de Hans Driesch un casi misterioso plan trascendente a la mera causalidad mecánica de los factores físicos. En efecto, la conclusión de Driesch no se hizo esperar. Su conclusión –escandalosa para la ortodoxia del Mecanicismo– fue que la “Fuerza” determinante de la forma que aquí entraba en acción y que, según demostraban sus experimentos, no se veía detenida en su desarrollo por obra de divisiones, segregaciones o trastrueques en el espacio, tenía que ser “algo carente de naturaleza espacial y a lo que no podía atribuirse un lugar determinado ‘en’ el espacio”5. Pero es más: si esto era así, si la Fuerza que obraba y ejercía esa misteriosa conducción del desarrollo orgánico no estaba en el Espacio, ni era por lo tanto un ser real en sentido estricto, se hacía difícil pensar que ella fuera un factor sometido o sometible al mismo esquema de Causalidad mecánica que parecía orientar y conducir el comportamiento de los entes físicos. 5 Cfr. Ernst. Cassirer: El Problema del Conocimiento. (De la Muerte de Hegel a nuestros días.) México: “Fondo de Cultura Económica”, pág. 279.
Driesch vacila en calificar y denominar a esta misteriosa “Fuerza”. Al comienzo tiende a llamarla simplemente “Alma”; luego, para evitar naturales confusiones, la denomina “Psicoide”; hasta que, al fin, remontándose a Aristóteles –que por oposición a Descartes es el más remoto representante de la doctrina vitalista– acuña para este perturbador factor de la Causalidad mecánica el sugestivo y técnico nombre de “Entelequia”, en lo cual ya empieza a sospecharse -incluso por lo que filológicamente evoca tal palabra– la dirección Teleologista con la cual Driesch revestirá el comportamiento de tan extraño agente. ¿Pero qué es –preguntémonos decididamente– lo que Driesch sacaba en claro de sus experimentos y cuáles consecuencias reportaba ello para el “Mecanicismo” hasta entonces imperante en la Biología? A dos cuestiones, entre las muchas que extrajo su original pensamiento de los resultados de sus experimentos, son a las que al parecer Driesch otorga una importancia especial y muy significativa. La primera de ellas es a la existencia de un factor cualitativo en lo Biológico, el cual –por su índole misma– es in-identificable con los elementos meramente físicos y químicos. Y la segunda cuestión –también referente a este factor– es que, de nuevo por su índole, él es ingobernable por medio de Leyes mecánico-causales. En efecto, estas dos cuestiones –básicas entre las premisas teoréticas del “Vitalismo”– parecen estar bastante claras y definidas en el pensamiento de H. Driesch. Para él la “Entelequia” es un “Agente” o una “Fuerza” que dirige y orienta las funciones totales del Organismo hacia las supremas exigencias de la Vida. Su naturaleza entitativa u óntica (si así quiere llamársele) es completamente distinta a la de las fuerza fisíco-químicas y, en forma alguna, equiparable a la de ellas ni por su rango ni por su funcionamiento. Todos los factores físicos o químicos son, simplemente, medios o instrumentos de que se vale la Entelequia para servir a los fines de la Vida. La Entelequia, como “Fuerza activa”, informa a aquellos elementos de sentido vital, les confiere su significado orgánico orientando y distribuyendo sus funciones dentro del Organismo, y, en síntesis, le asigna a cada uno su papel de acuerdo a las exigencias postuladas por la Vida. En cuanto “Principio” ordenador se diferencia tácitamente por su rango de aquello que ella simplemente orienta, ordena y distribuye, y justo puede cumplir estas funciones supremamente inteligentes por no ser un elemento químico ni físico, sino por ser un “plus” cualitativamente diverso que, trascendiendo la órbita o región entitativa de aquellos, posee en consecuencia una estructura óntica radicalmente distinta a la de ellos. En efecto, el pensamiento de Hans Driesch reviste la estructura entitativa de este agente con cualidades privativas: la Entelequia, para él, es un ente inextenso, inespacial, inmaterial; en una palabra: un ser o ente de índole irreal: no real, como lo son, ónticamente considerados, los elementos físicos y químicos. Por todas estas propiedades características, la Entelequia no es un ser apreciable por los sentidos, sino que
solamente por vía inteligible –por medio del pensamiento puro– podemos llegar a cerciorarnos de su existencia. A pesar de todo –advierte, sin embargo, Driesch– tales cualidades que desensibilizan la representación de la “Entelequia” y la convierten en un Ente de cualidades puramente inteligibles o abstractas, no deben llevar a la conclusión de que se trata de una mera fantasmagoría mística. Al contrario, la “Entelequia” –que en cierta forma es la Vida misma– es un fenómeno o ente esencial y fundamentalmente positivo cuya existencia se revela indubitable a través de la reiterada comprobación de su presencia en los experimentos. De los experimentos, según Driesch, se ha de deducir innegablemente su presencia, puesto que ella se revela en la misma actividad dirigida de lo Orgánico. Sólo –advierte finalmente Driesch– que tal presencia y actividad no puede ser explicada mecánicamente, ni puede así mismo ser reducida exclusivamente a las meras regulaciones causales que legislan el curso de los fenómenos y entes meramente físicos de estructura entitativa espacial y temporal, vale decir, de los entes Reales en sentido estricto. Al contrario, de acuerdo a su propia naturaleza –recordemos que la “Entelequia” es un ente substraído de la Realidad– ella se rige y dirige por un cierto principio Teleológico que se oculta en la Vida misma y constituye su máximo designio. Justamente tal característica –como hemos dicho anteriormente– es la que separa con mayor radicalismo a la “Entelequia” de cualquier ente físico o químico. Si éstos, en tanto que entes reales, se encuentran sometidos al ineluctable curso de la Causalidad mecánica, la Entelequia, al contrario, es una “Fuerza” liberada de ella, trascendente, y cuyo Designio, como tal, puede oponerse incluso al ciego determinismo causal de la Naturaleza física. En efecto, viendo y observando el curso de los fenómenos vitales, los extraños sucesos que ocurren en los procesos de regeneración y reparación de ciertos órganos, y el casi milagroso transformarse de la ontogénesis, ha de pensarse –según Driesch– en que la Entelequia, en cuanto Fuerza activa inteligente al servicio de la vida, llega incluso a transformar la rígida e inexorable cadena de la Causalidad mecánica en un proceso al parecer guiado por un teleologismo en cuyo fin supremo se adivina la presencia misteriosa de la Vida. Más, justamente, a tal punto deseábamos llegar para hacer comprensible la “crisis” a la cual se ha visto sometida la Ciencia biológica al producirse esta situación ideológica dentro de sus dominios. Tal vez –abusando de la paciencia de nuestro auditorio– nos hayamos extendido demasiado en el bosquejo de la situación, más ella nos permitirá ahora comprender quizás mejor las cosas. En efecto, la consecuencia más directa de la situación planteada es que, como ahora se entrevé, la Biología, en cuanto Ciencia, no podía seguir siendo aquella “Física de la Vida”, que concebían los Mecanicistas imbuidos de Positivismo, como paradigma de la Ciencia. La
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