Carta al Presidente Barack Obama: Un Mensaje Justo a la Cumbre de las Américas
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Carta al Presidente Barack Obama: Un Mensaje Justo a la Cumbre de las Américas Estimado Presidente Obama: Como organizaciones no gubernamentales y de fe comprometidas con una política justa de EE.UU. hacia América Latina y el Caribe, nos complace saber que asistirá a la Cumbre de las Américas, a celebrarse en Puerto de España, Trinidad y Tobago. Le pedimos que aproveche esta valiosa oportunidad para presentar una nueva faceta de la política estadounidense hacia el hemisferio. La mejor forma de abordar esta nueva visión es simplemente dejar en claro que está allí para escuchar. Los gobiernos y los pueblos de América Latina esperan con ansias un mensaje que les diga que Estados Unidos forjará relaciones nuevas basadas en la igualdad y la asociación. Los animará ver que su administración se muestra dispuesta a enmendar lazos diplomáticos raídos con todas las democracias electas de la región, incluidas las de Bolivia, Venezuela y Ecuador. También les gustará ver indicios de que Estados Unidos está dispuesto a aceptar responsabilidad compartida y a buscar soluciones a problemas comunes como la crisis económica, la inmigración, el cambio climático, el cultivo y el comercio de drogas ilícitas y el crimen organizado. No hay mejor forma de marcar un cambio en la relación de EE.UU. con la región que aprovechar el momento de la Cumbre para transmitir su intención de levantar – para todos los americanos – la prohibición de viajes que tan cruelmente divide a los pueblos americano y cubano. La nueva norma y carta orientativa del Departamento del Tesoro flexibilizando las restricciones que pesan sobre los viajes cubano-americanos es un primer paso. Pero todo lo que pueda llegar a hacer por medios ejecutivos para levantar completamente la prohibición de viajes, además de una predisposición para explorar el diálogo y la diplomacia con Cuba, será, para nuestros aliados latinoamericanos, un símbolo de la nueva actitud diplomática de Washington con toda la región. Capear la crisis económica es la prioridad de la agenda de la Cumbre. Al tiempo que encara este problema con palabras y programas, es crucial que reconozca la importancia de preservar las ganancias sociales y de reducir la pobreza y la desigualdad. Sería bueno admitir que los países latinoamericanos han hecho algunos progresos en los últimos años en su lucha por solucionar estos problemas históricos. Gozando de una mayor autonomía fiscal tras haber terminado de pagar los créditos del FMI con sus cláusulas restrictivas, los gobiernos se impusieron una serie de estrategias de protección a los pobres, entre ellas, políticas monetarias y fiscales expansionistas tal como lo hacemos aquí en casa. Es importante darse cuenta de que los resultados se obtienen con una diversidad de enfoques tanto de gobiernos como de movimientos sociales vehementes, más que con una única visión estrecha de mercado libre. Al igual que en nuestro país, los gobiernos deben proteger las redes de seguridad social y fomentar inversiones que generen oportunidades económicas de gran espectro. Y estas inversiones deben contribuir
a reducir las emisiones de gas invernadero y reparar el cambio climático que sufre el planeta. Pero es necesario que sus palabras en torno al abordaje de la crisis económica estén avaladas por programas bien diseñados. Este es el momento de corregir el desequilibrio de los programas de asistencia del gobierno estadounidense para América Latina, puesto que casi la mitad de ellos son para asistencia y entrenamiento de fuerzas militares y de seguridad, a pesar de los problemas de pobreza que padece el hemisferio. Le pedimos que la Cumbre abra paso a un re- encauzamiento de la asistencia hacia la salud pública, la educación, el socorro y prevención de desastres, el microcrédito, la prevención de la violencia, el fortalecimiento judicial, la asistencia humanitaria a refugiados y desplazados internos y la micro-agricultura. Estados Unidos debería incrementar sustancialmente su asistencia para el desarrollo rural, en especial la micro-agricultura, ayudando a diversificar las economías rurales y haciendo hincapié en la producción y seguridad alimentaria para los mercados locales y regionales. Estados Unidos también debería incrementar su asistencia e instar a otros gobiernos a brindar ayuda a los casi 750.000 refugiados que intentan protegerse del conflicto interno de Colombia. Estados Unidos también debería garantizar que las actividades de “promoción de la democracia” sean transparentes y verdaderamente apartidarias, evitando así quedar expuesto a acusaciones de estar a favor o en contra de un determinado partido. También es el momento de tomar medidas decididas para ampliar la promesa de cancelación de deuda beneficiando a otras naciones empobrecidas del hemisferio y anunciar la inmediata cancelación de deuda para Haití que está enfrentando una crisis humanitaria particularmente grave. Si podemos ayudar a los países de América Latina y del Caribe a combatir la pobreza, los ciudadanos de todo este hemisferio podrían construir comunidades saludables y sustentables en sus propios países, en lugar de recurrir a la emigración como única esperanza. Le pedimos que aproveche esta oportunidad para reafirmar su promesa de iniciar un diálogo para que “el comercio funcione para todos”. Esperamos que la Cumbre pueda abrir la puerta a un debate inclusivo sobre políticas de comercio justo, conformadas y evaluadas por su capacidad de mejorar las vidas de trabajadores y agricultores de clase baja y media tanto de Estados Unidos como de todo nuestro hemisferio, dejando a un lado los tratados de “libre comercio” de los viejos tiempos. Los pactos de comercio deben fijar preferencias, así como tratamiento especial y diferencial para los países en vías de desarrollo, contemplando también protecciones suficientes para sus productores nacionales, para poder así garantizar la seguridad alimentaria y sustento y promover el desarrollo rural. Deben alentar el fortalecimiento, no la flexibilización, de los patrones laborales y ambientales entre sus cláusulas básicas. No deben expandir las protecciones de patentes que restringen el acceso a medicamentos vitales, ni propiciar la privatización de servicios básicos como los de educación, salud o agua. La decisión de cerrar Guantánamo le brinda una valiosa oportunidad de restaurar la imagen de Estados Unidos en América Latina y de reafirmar la importancia que tienen los derechos humanos en su política hacia la región. En toda América Latina y
el Caribe existe una digna tradición de defensores de derechos humanos que luchan por la libertad de expresión y por el fin de los abusos a los derechos humanos. Hubo quienes tuvieron que pagar un precio muy alto por su labor, entre ellos, actividades de derechos humanos, dirigentes de la comunidad, sindicalistas, periodistas, trabajadores religiosos. Ahora que Estados Unidos va en camino a respetar las normas internacionales de derechos humanos, está legitimado para afirmar que este país está del lado de los defensores de derechos humanos donde fuere que sean objeto de amenazas y ataques. También sería bueno reconocer la importancia de los esfuerzos realizados en América Latina para hacer justicia en casos de abuso cometidos en el pasado, dada la gran influencia que han tenido estas históricas campañas en mejorar el Estado de Derecho en el hemisferio. Sería sumamente positivo que su discurso reconozca la necesidad de que todos los gobiernos se ocupen de las poblaciones indígenas y afrodescendientes que luchan por superar siglos de discriminación. Los pueblos indígenas y afrodescendientes, que conforman más del 40 por ciento de la población de la región y una abrumadora mayoría de pobres, se están organizando, en movimientos sociales dinámicos, para poder conseguir un medio de vida, derechos a la tierra y derechos civiles. En muchos países, sus comunidades residen en zonas con abundancia de recursos naturales y sufren desplazamientos violentos de sus tierras a manos de quienes priorizan las ganancias materiales por sobre los derechos humanos y la sustentabilidad ambiental. Los gobiernos deben escuchar la perspectiva de estos movimientos y asegurar que las políticas y programas de asistencia respeten y afiancen sus derechos. El tema de cómo reducir la incidencia de las drogas ilícitas, del narcotráfico y del crimen organizado sigue siendo un difícil escollo en las relaciones entre EE.UU. y América Latina. Ni Estados Unidos ni América Latina pueden darse el lujo de insistir en los mismos enfoques inhumanos, costosos y fallidos. A los gobiernos y los pueblos de América Latina les gustaría escuchar reconocimiento en su discurso, y posteriormente diálogo y medidas concretas, de que Estados Unidos debe hacer más para cumplir con su parte de la tarea, especialmente acrecentando la inversión en programas de tratamiento de drogas en EE.UU. y frenando --reforzando el poder de policía y sancionando nuevas normativas-- el tráfico de armas por la frontera con México. Lo exhortamos a detener el controvertido e ineficaz programa de fumigación aérea en Colombia y a invertir en programas de desarrollo alternativo y en la erradicación voluntaria a nivel comunitario en toda la región. Lo exhortamos a poner fin a los programas que dan participación a las fuerzas militares latinoamericanas en tareas policiales en sus países, en particular como se está contemplando en México. Es posible que esta injerencia prometa resultados en el corto plazo pero a la larga sólo tendrá costos en el plano de los derechos humanos y postergará las reformas necesarias para tener soluciones en el más largo plazo, como las de afianzar las instituciones judiciales y organizar fuerzas policiales reformadas y subordinadas. Finalmente, los gobiernos y los pueblos de América Latina están esperando ansiosos alguna señal de una nueva política de inmigración y control de frontera. Su administración debe dejar de insistir en poner el foco solamente en una ley de inmigración que todos sabemos se viola sistemáticamente. El énfasis en el control de frontera y castigo ejemplar ha erigido una pared simbólica y también física entre Estados Unidos y América
Latina. Es hora de que exista una política de frontera más reflexiva que incluya e involucre a las comunidades de frontera en las decisiones que las afecten. Es imperativo que todos reconozcamos la necesidad de una reforma integral de inmigración. Esta reforma, pensada en conjunto con comunidades organizadas de inmigrantes, reconocería las aspiraciones y contribuciones de los millones de miembros de nuestras comunidades que sólo aspiran a tener una vida mejor para sus familias y abrir un camino hacia la ciudadanía. También reconocería las duras realidades económicas que llevan a la inmigración y nos ayudaría a considerar soluciones conjuntas. En su discurso de toma de posesión, dijo que el mundo estaba mirando y esperando. Sus palabras tocaron fibras sensibles y retumbaron en América Latina. “Sepan que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y de todos los hombres, mujeres y niños que aspiran a un futuro de paz y dignidad”; “nuestro poder por sí solo no alcanza para protegernos, así como tampoco nos habilita a hacer lo que queramos...nuestra seguridad proviene de lo justa de nuestra causa, de la fuerza de nuestro ejemplo, de las amables cualidades de la humildad y moderación”. Si a esas palabras las complementa con hechos, Estados Unidos y América Latina estarán bien afirmados en la senda de una relación más constructiva. Atentamente. Adam Isacson Director de Programas Centro de Políticas Internacionales Jim Stormes SJ Secretario de los Ministerios Social e Internacional Conferencia Jesuita Joy Olson Directora Ejecutiva Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos Oscar A. Chacón Director Ejecutivo Alianza Nacional de Comunidades Latinoamericanas y Caribeñas (ANCLC) Catherine Gordon Representante de Cuestiones Internacionales Iglesia Presbiteriana (EE.UU.) Nicole C. Lee, Esq. Directora Ejecutiva Foro TransÁfrica
Deborah James Directora de Programas Internacionales Centro de Investigaciones Económicas y Políticas David Kane Asociado para América Latina y Justicia Económica Oficina Maryknoll para Asuntos Globales Stan Hastey Ministro de Misión y Ecumenismo Alianza de Baptistas Shaina Aber, Esq. Asociado de Política Servicio Jesuita a Refugiados/EE.UU. Delvis Fernández Levy Presidente Cuban American Alliance Education Fund, Inc. Monika Kalra Varma Directora, Centro de Recursos Humanos Centro de Justicia y Derechos Humanos Robert F. Kennedy (anteriormente RFK Memorial) Michael Neuroth Defensor Programático de Cuestiones Internacionales Iglesia Unida de Cristo, Ministerios de Justicia y Testigos William C. Goodfellow Director Ejecutivo Centro de Políticas Internacionales Rev. John L. McCullough Director Ejecutivo y CEO Servicio Mundial de la Iglesia Melinda St. Louis Directora Ejecutiva Testigo para la Paz James E. Winkler Secretario General Junta General de la Iglesia y Sociedad Iglesia Metodista Unida
Sanho Tree Director del Proyecto de Política de Drogas Instituto de Estudios Políticos Amanda Martin Directora Ejecutiva Comisión de Derechos Humanos de Guatemala/EE.UU. Michael Baney Coordinador de Desarrollo y Operaciones School of the Americas Watch Erin Kliewer Directora Ejecutiva STITCH Sylvia Romo Directora Ejecutiva Provisoria NISGUA Stephen Coats Directora Ejecutiva Proyecto Estadounidense de Educación Laboral en el Continente Americano Claudia Rodríguez-Alas Directora de Política Fundación SHARE Norine Gunn Fernandez Directora de "La Familia" Cuban American Alliance Education Fund, Inc. Tom Loudon Co-Director Centro Quijote Para responder a esta carta, enviar a: Lisa Haugaard, Executive Director, Latin America Working Group, lisah@lawg.org , 424 C Street NE, Washington, DC 20002; tel. (202) 546-7010; fax (202) 543-7647.
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