JERÓNIMO DE FLORENCIA (1565-1633), PREDICADOR REAL1

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JERÓNIMO DE FLORENCIA (1565-1633), PREDICADOR REAL1
                                                                                                                  JAUME GARAU
                                                                                               Universidad de las Islas Baleares

            Suele ser un tópico muy extendido entre quienes nos dedicamos al estudio de la oratoria sa-
        grada en el Siglo de Oro lamentarnos del poco interés que este género ha merecido entre los in-
        vestigadores. Afortunadamente de un tiempo a esta parte, asistimos a una decidida reflexión crítica
        sobre la predicación que contribuye a desbrozar, cada vez más, un aspecto de la literatura áurea
        que se constituye en una de las claves esenciales de la cultura de la época.2
            Jerónimo de Florencia fue un predicador real cuya figura y obra ocupó buena parte del
        reinado de Felipe III y parte de Felipe IV.3 Su producción se inscribe, por tanto y siguiendo
        la conocida periodización de Miguel Herrero García,4 en la llamada «Edad de Oro» o «Época se-
        gunda», es decir, los primeros años del reinado de Felipe III hasta la fecha de 1612, con la apa-
        rición en el pulpito de Fray Hortensio Félix Paravicino, y hasta la muerte de ambos en el año
        de 1633.

        OBRA Y FAMA

            La obra conocida de nuestro predicador consta de diez sermones impresos sueltos, básica-
        mente de honras, una hagiografía atribuida, un devocionario y un volumen con catorce sermones
        dedicados al tema mariano.
            Las obras impresas de Florencia no pasaron desapercibidas entre los autores barrocos, tanto es
        así que el príncipe de los bibliógrafos españoles, Nicolás Antonio lo cita en su Bibliotheca Hispana

             1
                 Esta comunicación se enmarca dentro del proyecto «Estudio de la oratoria del padre Jerónimo de Florencia
        (1565-1633) y edición crítica de sus sermones y oraciones fúnebres» (BFF2003-06287) financiado por el Ministerio de
        Educación y Cultura. El equipo de investigación está formado por Francis Cerdan (Universidad de Toulouse), José
        Servera (Universidad de las Islas Baleares), Juan Miguel Monterrubio (Universidad de las Islas Baleares) y quien firma
        esta aportación de esta misma Universidad.
             2
                 En este sentido, baste citar aquí, en cuanto que importante aportación bibliográfica, el número monográfico
        sobre oratoria sagrada dirigido por nuestro colega Francis Cerdan, La oratoria sagrada en el Siglo de Oro, Criticón,
        84/85, Toulouse, 2002, con importantes colaboraciones y un buen «estado de la cuestión», además de bibliografía
        actualizada al periodo (1984-2002) a cargo del mismo director de la monografía.
             3
                 Sobre la predicación de los jesuítas en general, véase de Félix Herrero Salgado, La oratoria sagrada en los
        siglos XVI y XVII. III La predicación en la Compañía de Jesús, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2001, y de esta
        obra en particular puede consultarse sobre Florencia el capítulo VIII, «Predicadores de su Majestad. 1 - R Jerónimo de
        Florencia», págs. 441-72, donde se ofrece una descripción de algunos de sus sermones.
             4
                 Sermonario Clásico, Madrid-Buenos Aires, Escelicer, 1942.

                                            Actas del Vil Congreso de la AISO, 2006, 275-280
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         Nova al hacerse eco de algunas de sus obras y redactar una breve nota biográfica.5 No hay que
         olvidar que Jerónimo de Florencia es el predicador de mayor notoriedad durante el reinado de
         Felipe III.6
             Jerónimo de Florencia fue un afamado predicador que destacó especialmente durante el rei-
         nado de Felipe III (1598-1621). Un orador sagrado de importancia al que Hernando de Santiago
         denominaba «predicador de reyes y rey de predicadores»7 al dedicarle un sermón y Baltasar Gracián
         en su Agudeza «Ambrosio deste siglo» al referirse, aunque sin citarlo a su famoso Marial, en el
         discurso LIV, «De la acolutia y trabazón de los discursos».8
             El también jesuíta Juan Eusebio Nieremberg reproduce la necrología de Juan de Montalvo9 en
         su Honor del Gran Patriarca San Ignacio de Loyola, conjunto de hagiografías, debemos usar este
         sustantivo dada la tendencia panegírica de la biografía en la época, publicadas en Madrid al filo
         de la primera mitad del siglo XVII.10
              Sin embargo no todo fueron elogios a nuestro predicador, don Luis de Góngora no profesaba
         particulares simpatías por el predicador real ya que, en una carta conservada, escribe que se negó
         a asistir a su amigo don Rodrigo Calderón poco antes de ser ajusticiado. En un soneto que se le
         atribuye, titulado «A un libro de doce sermones que imprimió el Padre Florencia, de la Compañía
         de Jesús»11 y que Millé data en 1621, la acerada pluma de don Luis le censura su vanidad y su
         afición desmesurada a la vida regalada de la Corte, en particular su predilección por comer man-
         jares, costumbre impropia de quien ha hecho voto de pobreza.

         BIOGRAFÍA

             Poco sabemos de los primeros años de la vida de Jerónimo de Florencia. Las únicas fuentes
         a las que tenemos acceso para obtener datos que iluminen tanto sus orígenes familiares, como
         su infancia y primera juventud proceden de tres textos escritos por miembros de la Compañía.
         Nos referimos a la ya citada necrología escrita por Juan de Montalvo que, a su vez, sigue muy de
         cerca Nieremberg en su Honor del Gran Patriarca San Ignacio de Loyola, también citada, y a la
         obra del Padre Alonso de Andrade titulada Itinerario historial que debe guardar el hombre para
         caminar al cielo.12
             Según éstos Jerónimo de Florencia nació en Alcalá «de padres muy cristianos y honrados».13
         En ningún momento, se nos relata quién fue el padre del jesuita y, justo al comienzo cuenta un
         «caso» en el que se vio envuelta la madre del futuro predicador. En él, se relata que ésta había

               5
                  Bibliotheca Hispana Nova, s.v. Hieronymus de Florencia, Matriti, MDCCLXXXIII, t. I, pág. 575.
               6
                  Cf. de Francis Cerdan, •Cristóbal Suárez de Figueroa y la oratoria sagrada de la España de Felipe III. (En torno
         al alivio IV de El Pasajero); Criticón, 38 (1987), pág. 64.
                7
                  Sermón (Granada, Bartolomé de Lorenzana, 1621), «Dedicatoria». Se hace eco de esta expresión famosa también
         Baltasar Gracián en el discurso XXIII de su Agudeza y arte de ingenio, que citaremos a continuación.
                8
                  Agudeza y arte de ingenio, ed. de Evaristo Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1969, II, págs. 183-84. Otras
         referencias: I, 110, 226. II, 191.
                9
                  Carta del Padre Juan de Montalvo. [...], en la muerte del Padre Jerónimo de Florencia, de la misma Compañía.
         Biblioteca Nacional de Madrid (VE 180-59).
              10
                  Honor del Gran Patriarca San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en que se propone su
         vida y la de su discípulo el Apóstol de las Indias San Francisco Javier. Maria de Quiñones, Madrid, 1649, págs. 623-35.
         Reproducirá algunas de estas noticias, en particular las relativas a la reprensión de las personas reales, Juan Bautista
         Escardó en su Retórica Cristiana, Mallorca, 1647, Gabriel Guasp, págs. 215-16.
               11
                  Sonetos completos, ed. de Biruté Ciplijauskaité, Madrid, Castalia, 1990 (6a ed.), pág. 297.
               12
                  Itinerario historial que debe guardar el hombre para caminar al cielo, Madrid, Francisco García, 1648 (Biblioteca
         Nacional, 3/63.100).
               13
                  Citamos por la edición de Nieremberg, Honor del Gran Patriarca San Ignacio de Loyola (op. cit., pág. 623)
         dado el carácter de cuasi copia del relato de Montalvo.

AISO. Actas VII (2005). Jaume GARAU. Jerónimo de Florencia (1565-1633), predicador real
Jerónimo de Florencia (1565-1633), predicador real                                    277

        sido acosada largo tiempo por un hombre que la requería de amores. Éste aprovechó la ausencia
        del marido para «cumplir su desenfrenado apetito».14 Alguien avisó de este intento a la madre quien
        se puso en oración ante un crucifijo durante toda la noche y, al día siguiente, «cuando abrió la
        ventana [...] oyó decir en la calle como aquel mancebo había muerto aquella noche antes de
        repente, con espanto de todos, y escarmiento de muchos?.15
           Hallamos una explicación más o menos común en estos autores según la cual Dios, como
       premio, hizo que todos los hijos de esta familia tuvieran una vida ejemplar y entraran en religión.16
       El relato de Andrade menciona el nombre de los otros hermanos varones de Jerónimo: el Padre
       Juan y el Padre Agustín de Florencia. A sus cuatro hermanas, ni siquiera las cita.17 Nieremberg de
       ellas nos cuenta que «habiendo hecho voto de castidad, se dedicaron a ser Beatas de la Compañía
       y vivieron toda su vida virtuosa y ejemplarmente».18
            Llama la atención que entre estos autores no se proporcionen casi datos sobre la familia de
        nuestro escritor. Ello se debe probablemente a los orígenes conversos de la misma lo que abonaría
        el apellido Florencia precedido de la preposición 'de'. A todo ello se une el hecho de la ausencia
        de su genealogía en su expediente de predicador real.19 Y esta genealogía no existe en el Archivo
        General de Palacio porque, con mucha probabilidad, nunca se elaboró. No debemos olvidar que,
        según refiere Nieremberg, Jerónimo de Florencia ingresó en la Compañía en torno a 1579 y no fue
        hasta 1593 en que los jesuítas adoptaron un estatuto de limpieza cediendo a muchas presiones y
        sin respetar las Constituciones de San Ignacio.20
            Del Florencia niño sabemos muy poco a tenor de la información que recogen sus biógrafos.
        Nieremberg refiere que siguió el estudio de las primeras letras en Ocaña y que a la edad de ca-
        torce años ingresó en la religión de San Ignacio.21
            Siguiendo este mismo cronista podemos saber que siguió sus estudios de Teología con singu-
        lar aprovechamiento y rara habilidad en abordar las controvertidas cuestiones teológicas del mo-
        mento. Ya que «tenía gran destreza en dar a entender lo que enseñaba, que por dificultosas
        que fuesen las cosas las hacía palmarias, no solo para los buenos entendimientos sino para los
        medianos».22
            Se inició en la predicación en Alcalá donde fue un predicador muy popular que llenaba el
        templo con miembros de la Universidad, de la nobleza y el pueblo. Se apuntaba en él a un futuro
        orador de renombre como destacado también se prometía en la cátedra de la Universidad. Sus
        superiores le destinan al pulpito con un gran éxito desde sus primeros comienzos. Predicó por
        espacio de dos años en Alcalá desde donde le destinaron a Madrid en el año de 1600. Contaba
        entonces con 35 años.
            En estos años, se produce el acercamiento del predicador al poder. Y esa aproximación la
        podremos comprobar en su nombramiento de predicador real en marzo de 1609, según consta en
        el Archivo General de Palacio.23
           Pese a la prohibición explícita que tenían los jesuítas de participar en la actividad política desde
        su época fundacional, teóricos destacados de la orden como Pedro de Ribadeneira, en su obra

                Ibidem.
                Ibidem.
                Itinerario historial, pág. 481.
                Ibidem.
                Honor del Gran Patriarca, pág. 623.
                Archivo General de Palacio, 366/47.
             20
                Cf. de Albert A. Sicroff, ¿>) La Compañía de Jesús ante la cuestión de la limpieza de sangre», en Los estatutos
        de limpieza de sangre. Controversias entre los siglos XV y XVII, Taurus, Madrid, 1985, págs. 315-36.
             21
                Honor del Gran Patriarca, pág. 623.
             22
                 Ibidem.
             23
                Archivo General de Palacio. Expedientes Personales caja 366/47.

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          sobre el príncipe cristiano,24 Francisco Suárez25 y Roberto Belarmino26 defienden que la Compañía
          está legitimada para intervenir en política cuando, de no hacerlo, ello supusiera un retroceso del
          catolicismo. Esta línea de pensamiento cobra plena significación en una sociedad tan confesiona-
          lizada como la moderna, y en un país como España que se ha constituido en adalid de la fe de
          Roma en el mundo.
               Se ha escrito que Jerónimo de Florencia es quien inició el aulicismo de la orden en España.27
          Sus relaciones con la aristocracia y, en particular, su relación de amistad con la reina doña Marga-
          rita dieron como resultado su destacado ascenso en la Corte. A diferencia de lo que nos relatan
          sus panegiristas, Montalvo y Nieremberg, su constante permanencia en los ambientes cortesanos
          se describe en términos muy distintos a los utilizados por los jesuitas citados. Así, se nos mues-
          tra a un Florencia amigo del lujo, que gustaba de viajar en coches de seis caballos con paje y
          acompañantes. Se mencionan sus gustos gastronómicos: Comida sustanciosa y abundante servida
          por criados... Como consecuencia de este estilo de vida, tan alejado de los preceptos ignacianos,
          Vitelleschi, el general de la orden, le envía una dura reprimenda que no surte mucho efecto dados
          los buenos amigos con los que cuenta en la Corte.28
              Nieremberg refiere estas buenas relaciones con la reina Margarita y con el propio Felipe III y,
          posteriormente a la muerte de éste, con la reina Isabel de Borbón.29
              Este mismo autor se proponer mostrarnos siempre una imagen impecable de la Compañía. Ya
          sabemos, por otras fuentes, que la vida real de nuestro predicador se hallaba bastante alejada de
          la visión que de él tienen los jesuitas Montalvo y Nieremberg. Otras referencias nos indican, como
          ya hemos visto, la falta de humildad que le caracterizó y el aprecio que siempre profesó al poder
          siguiendo, en buena parte, instrucciones secretas de la propia orden, en la constante persecución
          de ésta por asumir una relevancia, cada vez mayor, en torno a la monarquía.30
              El cargo de predicador real comportaba gajes, por ellos, percibía una renta anual de 60.000 mrs.31
          Al poco de recibir el nombramiento, Felipe III ordenó que se le dieran los mejores sermones y
          licencia para predicar ante él sentado, algo excepcional, en atención a sus achaques de salud32. Así
          se le encargaron las honras de la reina Margarita, en 1611. En el primer sermón, predicado en San
          Jerónimo el Real, el 18 de noviembre de 1611, muestra momentos de gran maestría oratoria.
             Al repetir otro sermón de honras sobre el mismo asunto en la iglesia de Santa María el
          19 de diciembre de l6ll, 3 3 por las que cobró la suma de 1.300 reales de la ciudad de Ma-

               24
                   Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados,
          contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos deste tiempo enseñaron, en Obras escogidas, BAE, t. 60, Madrid, Imprenta
          Hernando y Compañía, 1899-
               25
                   Cf. de H. Rommen, La teoría del Estado y de comunidad internacional en Francisco Suárez, Madrid, CSIC,
           1951, entre otros.
               26
                   Sobre el pensamiento político de Belarmino, puede consultarse de J. Neville Figgis, El Derecho Divino de los
          reyes, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
               27
                   Debemos agradecer a Fernando Negredo, de la Universidad Complutense, el envío de las páginas que dedica
          a nuestro predicador en su tesis doctoral, inédita y de próxima publicación, titulada Política e Iglesia. Los predicadores
          de Felipe IV. Además debemos hacer constar su amabilidad al enviarnos algunas de las fotocopias de relaciones de la
          Biblioteca Nacional que nos han sido de gran utilidad en esta comunicación.
               28
                   Cf. sobre estas y otras anécdotas, ilustrativas de nuestro personaje, de A. Astrain, Historia de la Compañía de
          Jesús en la asistencia en España, Madrid, 1916, vol. V, pág. 216.
               29
                   Honor del Gran Patriarca, op. cit., pág. 630.
               30
                   Recientemente se ha publicado el interesante libro de Julián J. Lozano Navarro, La Compañía de Jesús y el
          poder en la España de los Austrias, Madrid, Cátedra, 2005. Lozano maneja las, en muchos casos, inaccesibles fuentes
          vaticanas. Analiza también el papel político de Florencia. Cf. los epígrafes «3.4 El padre Jerónimo de Florencia en
          la escena política» y el 4.3 ¿Una oficina de negocios jesuítica en la Corte de la Monarquía? La labor de los padres
          Florencia, Salazar, Albornoz y Pimentel».
               31
                   Archivo General de Palacio. Expedientes Personales, caja 366/47.
               32
                   Honor del Gran Patriarca, pág. 631.
               33
                   Sermón, Madrid, Luis Sánchez, 1612.

AISO. Actas VII (2005). Jaume GARAU. Jerónimo de Florencia (1565-1633), predicador real
Jerónimo de Florencia (1565-1633), predicador real                                 279

        drid,34 aprovecha la oportunidad para solicitar al rey que alejara de su entorno al Duque de
        Lerma.
            En los años que medían entre la muerte de la reina doña Margarita y los momentos finales
        de Felipe III, los que señalan su momento de máxima relevancia política, sabemos que Florencia
        predica varios sermones que merecieron los honores de la imprenta: Con motivo de la beatifi-
        cación de Teresa de Jesús, en 1614,35 otro sobre la erección de la capilla de Nuestra Señora del
        Sagrario, en Toledo,36 además de las honras al propio Felipe III.37 A partir de la cuaresma de 1618,
        siguiendo a Fernando Negredo, sabemos que se sirvió de su predicación para atacar de modo
        directo al valido, hasta el punto de influir en el propio rey, durante el otoño de 1618.38 Pero el
        grado de participación de Florencia en la caída de Lerma se presume aún mayor si se da cré-
        dito, juntamente con el confesor del propio Lerma, el también jesuíta padre Helder, a que ambos
        espiaban al valido. Helder mostraba la correspondencia más secreta del duque a otro jesuíta del
        Colegio Imperial -cuyo nombre no se indica pero que todo apunta a que se trate de Florencia- y
        éste se la mostraba al rey.39
            Tras la caída de Lerma del gobierno, nuestro predicador se propone sustituir al confesor real,
        el padre Aliaga. La sombra del que sería todopoderoso valido del futuro Felipe IV, el conde-duque
        de Olivares, planea sobre estas actuaciones. En el momento de la muerte de Felipe III, Jerónimo
        de Florencia fue la única persona que consiguió serenar la conciencia del rey. Numerosas son las
        relaciones que describen a un Felipe III admitiendo ante el jesuíta su poco carácter, y su despreocu-
        pación en el gobierno de la monarquía.40 También se le atribuye una participación muy directa en
        la redacción de las mandas del testamento de Felipe III.
            Tras la muerte del rey, Florencia es de los primeros que acuden a besar la mano de Felipe IV,
        a quien da algunos consejos. Acogió con gran contento al nuevo monarca quien le nombró, al
        poco tiempo, confesor de los infantes don Carlos y don Fernando,41 nombramiento que suponía
        buenos emolumentos y una posición de influencia política nada desdeñable.
             Se le encargaron las honras fúnebres de Felipe III en San Jerónimo el Real, el 4 de mayo
        de 1621. En ellas, predicaba un panegírico del difunto monarca al que exaltaba por su piedad y
        cristiano celo ante el joven rey y los personajes más importantes de la Corte. Ante éstos propone
        algunas de las directrices que deben guiar la actuación de Felipe IV.
             Este sermón, en el que Florencia se muestra partidario del nuevo gobierno, se ha señalado
        como un manifiesto del grupo olivarista,42 al que permanecerá fiel hasta su muerte acaecida en
        marzo de 1633.
             Ocupó Florencia un lugar importante en la esfera del poder de estos años. Así formó parte,
        entre otras, de la Junta de Reformación de 162143 y de la posterior Junta Grande de Reformación
        y otras,44 con universal aceptación de sus juicios por los distintos miembros que participaban en
        ellas.

            34
                 Preaching in the Spanish Golden Age, op. cit., pág. 21.
            35
                 Sermón predicado en 1614 en el convento de San Hermenegildo de Madrid, en Sermones predicados en la
        Beatificación de la B. M. Teresa de Jesús, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1615, fols. 17-38v.
             36
                 Sermón, Madrid, Luis Sánchez, 1617.
             37
                 Sermón, Madrid, Luis Sánchez, 1621.
             38
                 Política e Iglesia. Los predicadores de Felipe IV, op. cit.
             39
                J. J. Lozano Navarro, La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias, op. cit., pág. 152.
             40
                 Cf. Biblioteca Nacional, Mss. 1174, fol. 55 y de G. Gascón de Torquemada, Gaceta y nuevas de la corte de
        España desde el año 1600 en adelante, Madrid, 1996, págs. 85-88. Tomamos estas interesantes referencias de la tesis
        inédita de Fernando Negredo, Política e Iglesia. Los predicadores de Felipe IV.
             41
                 Archivo General de Palacio, lib. 6.151.
             42
                 Señala esta idea Fernando Negredo, Política e Iglesia. Los predicadores de Felipe IV, entre otros.
             43
                 En carta de 27 de abril de 1621 a don Francisco del Corral, don Luis de Góngora comentaba quiénes formaban
        parte de esta junta. Cf. Obras completas, ed. de Juan Millé y Isabel Mulé Aguilar, Madrid, 1972, pág. 987.
             44
                 AHN. Consj. leg. 51.359, exp. 16.

AISO. Actas VII (2005). Jaume GARAU. Jerónimo de Florencia (1565-1633), predicador real
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               En este año de 1621, el caído en desgracia don Rodrigo Calderón, consciente de su pronta
          ejecución tras oír su sentencia, ésta se produciría el 21 de octubre del mismo año, solicitó el
          auxilio espiritual del padre Florencia y éste rehusó visitarlo. Luis de Góngora en carta del 20 de
          julio se lamenta de ello: «Invió otro día a pedir al P. Jerónimo de Florencia le hiciese merced y
          caridad de venirle a consolar en aquel trance, donde tenía que consultarle cosas de su conciencia:
          respondió que le perdonase».45
               De 1622 son las honras a don Pedro de Castro, conde de Lemos,46 y sus famosas honras en
          la muerte de Héctor Pignatelo, duque de Monteleón, predicadas el 22 agosto de este año en la
          iglesia de los Capuchinos de Madrid.47
               Entre 1625 y 1629 publica su famoso Marial48 colección de catorce sermones en los que se
          argumenta a favor de la Inmaculada Concepción, de amplio debate teológico en la época. Florencia
          justifica la impresión de esta obra en un mandato de Felipe III, quien asistía a los sermones de
          las fiestas de Nuestra Señora.
               En 1629, Jerónimo de Florencia cae enfermo de perlesía. De hecho, el 7 de marzo de 1629,
          según consta en su expediente de Palacio, recibe sus gajes un apoderado. El envío de éste para
          el cobro continuará hasta el día de su muerte, el 13 de marzo 1633. En esta documentación se
          rastrea la percepción de gajes atrasados hasta el 22 de enero de 1638.49 Probablemente a causa
          de esta dolencia, el rey le libera de su condición de confesor de los infantes en marzo de 1630,
          sustituyéndolo por Fray Domingo Cano, para el infante don Carlos, y por Fray Juan de San Agustín,
          ambos también predicadores reales.50
               Pese a su enfermedad, Florencia no se resiste a abandonar su actividad de confesor de tan
          importantes nobles, probablemente también presionado por sus superiores, reacios a perder tal
          posición de influencia. Visita al infante cardenal con la pretensión de impedir el juramento de los
          confesores propuestos.
               Pocos días después, el 10 de marzo, el rey envió al protonotario de Aragón para manifestarle que
          no se trataba de una cuestión personal pero que deseaba que se retirara a su orden, manteniendo
          los gajes del oficio de confesor de los infantes. Florencia replicó manifestando su buena disposición
          y salud para seguir pero el protonotario le conminó a obedecer el mandato del rey.51
               Pero de todas estas actuaciones, con el componente de intriga que llevan aparejadas, no se ocupa
          Nieremberg en las líneas finales que dedica a la vida de nuestro predicador. Escribe que entregó «su
           alma con mucha serenidad a las doce de la noche, sin haber perdido el juicio, ni el hablar hasta
          expirar».52 Fue enterrado por la tarde. Tenía 68 años y 54 como miembro de la Compañía.53

                45
                  Obras completas, págs. 993-94.
                46
                  Sermón que predicó [...] en las honras que se hicieron al Excelentísimo Señor don Pedro de Castro, [s.l.-s.a.]
              47
                  Sermón, Madrid, Luis Sánchez, 1622.
              « Marial, Alcalá, Juan de Orduña, 1625-1629.
              49
                  Archivo General de Palacio, caja 366, exp. 47.
              50
                  Nuevas de Corte y sucesos de Italia desde hebrero de 1630 hasta 17 de mayo de 1631, Biblioteca Nacional,
          Ms. 2363, fols. 102-102v. Debemos el envío de esta relación a nuestro colega Fernando Negredo.
              51
                  Ibidem, fol. 102 v.
              52
                  Honor del Gran Patriarca, pág. 634.
              53
                  Ibidem, pág. 635.

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