LA CRISIS DEL 98 EN GANIVET Y UNAMUNO

Página creada Isabela Rodriguiz
 
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LA CRISIS DEL 98 EN GANIVET Y UNAMUNO

                                                                          Pilar Concejo Álvarez
                                                              UNIVERSIDAD SAN PABLO CEU

La crisis del 98 hay que inscribirla en la gran crisis cultural europea de fin de si-
glo, crisis radical de creencias en la que se encontraba sumida la Europa de este
momento pero también de ansias de renovación literaria. El 98 es una fecha po-
lémica porque para unos es el año del desastre pero para otros los acontecimien-
tos políticos y bélicos revelaron que se estaba gestando una innovación literaria.
En lo que si estamos de acuerdo es en considerar que no es justo vincular a sólo
esta fecha de 1898 el cambio que se produjo en las letras españolas de fin de si-
glo porque entre otras cosas, apenas estimuló algún escrito de los hombres del
98. Sólo en Maeztu tuvo un impacto decisivo la derrota.
    Los escritores jóvenes que agrupamos en la Generación del 98, se vieron
afectados por una profunda crisis no solo política, sino ideológica, religiosa e
incluso estética. La modernidad europea se asociaba con revoluciones ideológi-
cas y con problemas teológicos que se convierten en el centro de la guerra de las
ideas. Al mismo tiempo se produce en estos jóvenes escritores un cambio nota-
ble de sensibilidad histórica y literaria; critican y hacen un análisis feroz de todo
y comienzan a ser una referencia de provocación intelectual. Tenían conciencia
de estar haciendo algo distinto de lo que habían hecho sus predecesores: inten-
taban superar la visión burguesa de la sociedad. Mi trabajo pretende estudiar el
trasfondo europeo de Ganivet y Unamuno, fundamentalmente en el «Idearium
español» y «En torno al casticismo».
    Los escritores del 98 leían y recibían influencias concretas de escritores eu-
ropeos; leían a Nietzsche y se reconocían en sus diagnósticos sobre la apatía y la
abulia que produce la acumulación de sufrimiento, pero también en el orgullo
intelectual que resulta de toda tortura interior.1 Eran grandes admiradores de
Schopenhauer, Hegel y Kierkegaard, de ahí que los temas más frecuentes que
aparecen en sus obras sean el tedio de vivir, la abulia, la lucha por recuperar la
fe perdida y el sentimiento trágico de la vida, que dirá Unamuno. Sufren una cri-
sis de religiosidad en su juventud y un apartamiento de la ortodoxia católica.
Parten de posiciones radicales (anarquismo y socialismo fundamentalmente) y
van a dar a la tragedia. Pierden la fe en la razón y en la ciencia y las categorías

1
    J. Luis Calvo Carilla, «La cara oculta del 98», Madrid: Cátedra, 1998, pág. 190.
                                                  129
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racionales ceden su lugar a la sensación y a la intuición al mismo tiempo que
surge una intensa preocupación por la muerte y el transcurrir del tiempo.
    Desde el punto de vista intelectual los jóvenes del 98 encarnan el «moder-
nismo». No sólo leyeron sino que asimilan y aclimatan en España los movi-
mientos ideológicos asociados con la modernidad europea. Esto explica que
dominara un pesimismo sociológico y ambiental, pero también un pesimismo
transcendente y ético. En el fondo de ese pesimismo está el nihilismo generacio-
nal que viene a ser el epicentro de la crisis espiritual de fin de siglo.
    La modernidad estaba poblada de almas enfermas de misticismo, de un mis-
ticismo aristocrático que es otro síntoma de la crisis. Los grandes místicos, escribe
Ganivet, se forman en la soledad y los grandes filósofos en el silencio.2 Los jóvenes
escritores asumían las formas de la sensibilidad dolorosa de los místicos. Por otra
parte, los escritores del 98 viven hastiados de lo real sin acabar de concretar lo
ideal. Se viven en una constante contradicción y se expresan con bastante ambi-
güedad.
    Entre los movimientos ideológicos que influyen en los del 98 mencionamos:
el «darwinismo», que atacaba la teoría bíblica de la creación del mundo con la
teoría de la evolución; la teología liberal protestante alemana que defendía la
teología de Cristo-Hombre frente a la de Cristo-Dios. Quizás uno de los más in-
fluyentes fue Renán con su «Vida de Jesús» en la que le presenta como un hom-
bre sublime pero niega su naturaleza divina. Por eso Unamuno no hablará de
Cristo sino del Cristo, el hombre convertido en Dios por el anhelo que tenemos
los seres humanos de que la vida tenga sentido.
    Crisis radical de creencias, ambiente crítico de renovación filosófica y un
gran vacío universal al que no se resignan sino al que buscan dar una respuesta:
voluntad de creación literaria. A Unamuno la tentación de la nada le impulsa a
crear constantemente. Cree con Platón que los únicos hijos inmortales del alma
son la literatura y la filosofía. A Ganivet, lo único que le redime del sufrimiento
es crear. Es decir, la literatura es para ellos, una manera de autocrearse y una
forma de autoconocimiento; es una manifestación de la intimidad del ser huma-
no, por eso Ganivet en el «Idearium español» analiza el carácter del español me-
diante el examen de su literatura. Para Ganivet y Unamuno crear una obra de
arte será crearse a sí mismos. Confunden así fácilmente los límites entre la filo-
sofía y la literatura porque la literatura se carga de pensamiento filosófico y
la filosofía se hace literatura. De ahí que florezca el ensayo como género li-
terario.
     Bajo la influencia de Hegel, consideran que la personalidad es un proyecto
 abierto y nunca completado, que lo único que hay o que es, es la voluntad, la
 fuerza creadora, de ahí que el artista al crear integre las distintas posibilidades
 de su personalidad. Frente a la abulia como rasgo caracterizador del español, el
 voluntarismo proclamado por Hegel, y la influencia de Schopenhauer. En su ar-

" Á. Ganivet, «Los trabajos del infatigable creador Pío Cid», Madrid, 1993, pág. 220.
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tículo «Quijotismo» de octubre de 1895 escribe Unamuno: «El mundo lo lleva-
mos dentro de nosotros, es nuestra representación».
    Recientemente se ha subrayado que el nexo que une a los escritores jóvenes
no es su visión de España, ni siquiera su preocupación por España, sino la «Mo-
dernidad», el trasfondo europeo de su pensamiento y de su creación literaria. Lo
moderno estaba en Europa, tanto las ideas como el estilo. El parnasianismo y el
simbolismo francés conducen a una misma conciencia de la escritura que llamó
particularmente la atención a finales de siglo. Con voluntad de estilo se buscaba
un hacer personal y se experimenta con formas nuevas en los distintos géneros
literarios.
    La modernidad era también un ataque a la España tradicional católica a la
que culpan de su frustración y de todos los males de la historia de España. Es-
paña es el problema y Europa la solución. El ideal de europeización lo heredan
del movimiento Krausista, que buscaba europeizar España para superar la sen-
sación de una decadencia de siglos.
    En torno al casticismo (1895) de Unamuno y el Idearium español (1987) de
Ángel Ganivet se enmarcan en este contexto de crisis intelectual y cultural de
finales de siglo en que se encontraba Europa; crisis también de ansias de reno-
vación y de modernidad literaria que Juan Ramón Jiménez reconoce al referirse
a Unamuno como el más grande de los modernistas por la inquietud nueva que
manifiesta en toda su obra.
    Ganivet y Unamuno son intelectuales que reciben una educación positivista
y racionalista pero que protestan de la razón y defienden el salirse fuera de la
lógica y del pensamiento. Tienen anhelos de redentorismo social y sienten la
necesidad de hacerse un sitio en la sociedad y en la cultura de la España de su
tiempo, de ahí que recurran al periodismo como la plataforma de los nuevos in-
telectuales y al ensayismo como el género literario más libre para escribir al co-
rrer del pensamiento y compartir sus inquietudes con los contemporáneos. Los
dos son hombres de profundas contradicciones interiores y creadores angustia-
dos. Profundamente religiosos, buscan la fe tradicional perdida y la posibilidad
de armonizar fe y razón, religión y ciencia, de lo que brotará su angustia metafí-
sica.
    Ganivet y Unamuno son filólogos que sienten gran preocupación por la len-
gua y la critica literaria. Defienden que el ser humano está vinculado a la histo-
ria y al lenguaje y que su estudio es indispensable para conocer la evolución de
un pueblo y entender la psicología individual del ser humano. Consideran el
texto como una polifonía de sentidos por lo que es preciso adentrarse en el fun-
cionamiento interno del mismo y no quedarse en la superficie. Para Ganivet, la
obra literaria es una combinación de ideas personales con una expresión traba-
jada de ahí que defiende una literatura reflexiva y una economía expresiva pues
«diciendo menos expresas más». Para Unamuno la lengua es «el sedimento»
del pensar de un pueblo porque en ella el espíritu colectivo va dejando sus
huellas.
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    Para Ganivet y Unamuno, escribir será una necesidad y un ejercicio en el que
mezclan la introspección personal, el pensamiento filosófico y el ejercicio litera-
rio. En sus obras funden reflexión y experimentación; ideas y ansias de innova-
ción literaria.
    En torno al casticismo se publicó en cinco ensayos en la «España moderna»,
de febrero a junio de 1895. Muchas de las ideas con las que nos encontramos
eran de uso común entre historiadores, sociólogos y filósofos de finales de siglo.
Unamuno se reconoce deudor del positivismo de Spencer y del moderno socio-
logismo europeo que asimilaba los fenómenos sociales a los biológicos y recu-
rría a metáforas y generalizaciones sistemáticas pero sin fundamentarlas en
principios racionales sino en analogías de la imaginación. Según esto, España
era un organismo vivo a cuyo cuerpo social se aplicaba las mismas leyes que a
los demás seres vivientes. La búsqueda del carácter nacional, -alma nacional-,
se fundó en la «psicología de los pueblos», una variante de la sociología en tor-
no a 1890 que estudiaba la identidad de los pueblos a base de su expresión en la
lengua, la literatura y la historia, y que tuvo un gran impacto en el tema del re-
gionalismo.
    Comienza describiendo dos actitudes extremas: quienes piden que España se
cierre a toda influencia exterior y los que piden que nos conquisten desde fuera.
Unamuno propone superar el dilema, tradición contra modernidad, ahondando
en la «tradición eterna», que es a la vez progreso y conservación del pasado. El
yo y la historia son un árbol que se mantiene idéntico en sus raíces y se extiende
en distintas direcciones. La eternidad es la raíz y tronco que sostiene todo cam-
bio. De influencia krausista es, por un lado, conciliar su amor a la tradición es-
pañola y por otro, la negación de esa misma tradición intelectualmente caduca.
Las ambigüedades ideológicas acompañarán siempre a Unamuno.
    Frente a la «historia externa», hace suyo el término «intrahistoria» o historia
interna, que se refiere al estudio de la historia de los pueblos. Lo eterno frente a
lo temporal; la sustancia frente a las apariencias. El idealismo histórico de Una-
muno pasa por Hegel y Schopenhauer, y especialmente por la contraposición
que este último hace entre la idea de lo eterno de la historia y las formas con-
cretas bajo las que ésta se revela. 3
    En Entorno al casticismo, Unamuno hace de la intrahistoria la idea funda-
mental, aunque en realidad sus raíces haya que buscarlas en el romanticismo
histórico alemán. Compara la historia con la superficie de un mar «que se hiela
y cristaliza en libros y registros», y la intrahistoria con el fondo profundo de ese
mismo mar. La prensa y los periódicos son expresión de la historia superficial y
bien poco o nada dice a los millones de hombres sin historia. La historia, escri-
be, da razón de los cuatro que gritan y nada dice de los cuarenta mil que callan. 4

3
  Pedro Rivas, «Unamuno y la cultura alemana», en Volumen Homenaje Cincuentenario de Miguel
    de Unamuno, Casa-Museo Unamuno, 1986, pág. 293.
4
  Á. Ganivet, Idearium español y El porvenir de España, Madrid: Espasa-Calpe, 1981, pág. 181.
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La historia se funda en la intrahistoria, en millones de gentes sencillas que reali-
zan su labor diaria sosteniendo la identidad de la nación. «El pueblo es la sus-
tancia de la historia y por tanto universal». «La tradición eterna está viva y hay
que descubrirla para que siga operando en el presente». La tradición eterna es-
pañola, que al ser eterna es más bien humana que española, es la que hemos de
buscar los españoles en el presente vivo y no en el pasado muerto.5 La historia,
la condenada historia, nos ha hecho atender mas a los «sucesos históricos» que
pasan y se pierden que a los hechos subhistóricos que permanecen y van estratifi-
cándose en profundas capas. Las diversas invasiones que ha sufrido España son
«débiles capas de aluvión sobre densa roca viva», por lo que el fondo de la po-
blación española ha permanecido mucho más puro de lo que se cree, escribe a
Ganivet.6
    Su programa de regeneración de España lo sintetiza en la frase, «Tenemos
que europeizarnos y chapuzarnos en pueblo», tradición y modernidad; lo local y
lo universal. El pueblo es el portador de valores eternos; es la sencillez y la au-
tenticidad, y todo lo autentico es perdurable y generador. Abrir España a Europa
y al mismo tiempo preservar su esencia.
    Unamuno establece también una relación entre el paisaje de Castilla y el
hombre que lo habita y labra. Su tesis es que el alma castellana yuxtapone ele-
mentos opuestos sin descubrir el «nimbo» en el que se funden. Lo castizo es lo
diferencial, lo que nos separa de otros pueblos. Lo europeo es lo importado. El
profesor Morón Arroyo considera que los términos, «caleidoscopio» y «nimbo»
explican en la obra el contraste entre lo castizo y lo universal o europeo.7 Más
tarde Unamuno profundizará en este ideal de europeización y defenderá que no
se trata tanto de importar como de «aportar» desde España ideas y un discurso
de nivel europeo. En 1899 escribe: «Si no nos adaptamos al ambiente europeo,
no tendremos patria, y esa adaptación no se cumplirá importando ideas europeas
sino aprendiendo a fabricarlas».8
    Para Ganivet, Europa ha representado siempre el centro unificador y directo
de la Humanidad, y esto ha podido lograrlo solamente ejerciendo violencia en
los demás pueblos, por eso ante el porvenir de España rechaza todo lo que sea
someterse a las exigencias de la vida europea y aboga por una concepción origi-
nal. «Yo rechazo todo lo que sea sumisión y tengo fe en la virtud creadora de
nuestra tierra», le escribe a Unamuno.9
    Tanto Ganivet como Unamuno son ejemplares distinguidos del «intelectual
místico», que sacrifica el análisis al vuelo de la imaginación, que reemplaza la
demostración y la comprobación por la creencia, y que esperan todo de una re-

5
  Miguel de Unamuno, En torno al casticismo, Madrid: Espasa-Calpe, 1991, pág. 51.
6
  El porvenir de España, op. cit., pág. 178
7
  Ciríaco Moran Arroyo, El alma de España, Oviedo: Ed. Nobel, 1997, pág. 27.
8
  Miguel de Unamuno, De la enseñanza superior en España, O. C, III, pág. 114.
  El porvenir de España, op.cit., pág. 171
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velación interior o de una luz sobrenatural.10 El misticismo fue un síntoma de fi-
nales de siglo, tan pródigo en desorientaciones y en vagos ideales de realización
interior.
    Ganivet en su Idearium español intenta fijar lo permanente español e inter-
pretar la historia de España. Es un esfuerzo por descubrir la psicología española
y un intento de contrarrestar el escepticismo y el desencanto de la España de fin
de siglo con propuestas regeneradoras.
    Para Ganivet los males de España se debían a la ausencia de «ideas madres»
rectoras de la acción nacional. Pero poco hay de original puesto que «las ideas
madres» son un calco de las «ideas fuerza» del sociólogo francés Alfred Foui-
llée, autor de: «L'évolutionisme des idées-force». «Las ideas fuerza» responden
a un deseo de encontrar términos de concordia entre las aspiraciones idealistas
del alma y las afirmaciones del positivismo que se contentaba con conocer los
hechos. Las ideas madre que aparecen en su tesis «España filosófica contempo-
ránea», ahora se llamarán «ideas redondas». «A las ideas que incitan a la lucha
las llamo yo 'ideas picudas', y por oposición, a las ideas que inspiran amor a
la paz las llamo 'redondas'. Este libro es un ideario que contiene sólo ideas re-
dondas»."
    Para Ganivet, lo místico es lo permanente en España pero el ropaje es vario,
por ser varia y multiforme nuestra cultura. Según él, «España ha creado el cris-
tianismo más original por la influencia árabe. Unamuno se duele de que en Es-
paña se haya hecho de la fe religiosa algo muy picudo, agresivo, cortante y de
aquí ha salido ese jacobismo seudo religioso que llaman integrismo, quinta
esencia de intelectualismo libresco».12 Ganivet lo tiene claro, los europeos dicen
que domina por sus ideas; pero esto es falso. La idea en que se ampara la fuerza
de Europa es el cristianismo, una idea de paz y de amor.
    El Idearium español es una de las expresiones más genuinas en España de la
sociología de las almas colectivas, afirma Morón Arroyo.13 Ganivet define el
alma española como estoica; el senequismo constituye el fondo de la religión,
de la moral, el arte, el derecho consuetudinario y hasta de los proverbios y re-
franes. El cristianismo dio base religiosa al estoicismo, que era una filosofía. De
la influencia árabe nacieron «el misticismo y el fanatismo»; la exaltación poéti-
ca y la exaltación de la acción. Para Ganivet la influencia árabe es la mayor que
sufrió España después del Cristianismo; para Unamuno, es la mayor calamidad
que hemos sufrido.
    Ganivet, afirma que el núcleo de la psicología de un país está en el «espíritu
territorial», concepto que toma de la Historia de la civilización en Inglaterra de

10
   Theódulo Ribot, «El sentimiento intelectual», en La psicología de los sentimientos, trad. de Ri-
     cardo Rubio, Madrid: Daniel Jorro, 1924, págs. 474-75.
" A. Ganivet, Idearium español, Madrid: Espasa Calpe, 1981, pág.141.
12
   El porvenir de España, op. cit., pág., 181.
13
   C. Morón Arroyo, «El alma de España», op., cit., pág. 116.
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Buckle, en el que se hace un análisis comparativo entre naciones continentales,
insulares y peninsulares y sus consecuencias sobre el espíritu de los respectivos
pueblos. La casi insularidad de España la convierte en una casa mala de guardar,
debido a su doble puerta de los Pirineos y el Estrecho. Así nuestra historia es
una guerra permanente de independencia frente a todo tipo de invasiones bélicas
y espirituales . La peninsularidad ha dotado a la colectividad de un individua-
lismo espontaneo y de guerrilla frente al espíritu militar del ejército organizado.
La decadencia se explica porque en la edad moderna, Carlos I hizo de España
una nación continental y la lanzó a la conquista. En consecuencia, la identidad
de España está condicionada pero no determinada por su configuración geográ-
fica. «Yo no profeso la sociología metafísica que considera las naciones como
organismos tan bien determinados como los individuos». Y en «el porvenir de
España» le dice a Unamuno «lo que yo llamo espíritu territorial no es sólo tie-
rra; es también humanidad, y el sentimiento de los trabajadores silenciosos...».14
    La enfermedad de España es la abulia, el no querer, que se traduce en la vida
práctica en no hacer y en la vida intelectual en no atender. «Nuestra nación hace
ya tiempo que está como distraída en medio del mundo. Nada le interesa, nada
le mueve de ordinario». Esta abulia es el símbolo del nihilismo que se extendía
por toda Europa a finales del siglo XIX. Unamuno acuñará el sustantivo «no-
luntad» para expresar un cierto nihilismo español.
    En Ganivet y Unamuno existe una conexión de lo personal y lo social con
respecto a la voluntad, es decir, las depresiones personales son reflejo de lo que
consideran enfermedad nacional, «la abulia» y «el marasmo», pero en realidad
el tópico de la abulia fue una pose modernista europeizante e influencia de «Les
maladies de la volonté» de Theodule Ribot...
    Ganivet que es muy pesimista en cuanto a la realidad que le rodea, tiene fe
en el hombre, en el ser español, con sus cualidades diferenciales y su capacidad
de regenerarse. «Tengo fe en el porvenir espiritual de España», escribe. El futu-
ro debe fundarse en una renovación intelectual y sacar a la luz las fuerzas que
no se agotan, las de la inteligencia, las cuales existen latentes en España. «Vi-
vimos imitando debiendo ser creadores». Y propone una actitud de diálogo entre
diferentes ideologías cuando dice: «Sea lícito profesar, propagar y defender toda
clase de ideas, pero intelectualmente, no al modo de los salvajes».15
    Como Unamuno, aboga por elevar la cultura y mejorar la educación para te-
ner ideas propias, crear con originalidad y para que las esperanzas no se cifren
en un cambio exterior favorable sino en el trabajo constante e inteligente. Pero
es preciso renovar el sistema educativo y los centros docentes a los que califica
de «edificios sin alma que dan a lo sumo el saber pero no infunden el amor al
saber». Lo que no había antes, ni hay ahora, salvo honradísimas excepciones es-
cribe, es quien cultive la ciencia científicamente y el arte artísticamente. El ori-

14
     El porvenir de España, op. cit., pág. 196.
15
     Idearium Español, op. cit., pág. 14.
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gen de nuestra decadencia y actual postración se halla en nuestro exceso de ac-
ción.16
    Unamuno se queja de que cada día es mayor la ignorancia y de la extrema
pobreza de ideas. «No hay corrientes vivas internas en nuestra vida intelectual y
moral».17 Se duele de la ramplonería que domina y del triunfo de todo género
que no haga pensar, Gavinet proclama nuestro concepto moderno de hispanidad.
Nuestro pasado y nuestro presente nos ligan a la América Española, y con los
países del entorno, que es siempre mediterráneo y africano. Defiende una políti-
ca de colaboración y no de colonialismo imperialista. «Colonizar no es ir el ne-
gocio sino civilizar pueblos y dar expansión a las ideas».
    Su talante innovador se pondrá más de manifiesto en 1898 cuando aparece su
novela Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, intento serio de creación
moderna con una acusada preocupación por los aspectos literarios y estéticos;
está clara la preferencia por una narrativa ensayística autobiográfica, por una es-
critura discontinua, interesada por jugar con su propia textualidad, y participa-
ción activa del lector sin el cual la obra quedaría incompleta.
    Sin embargo, Ganivet que es quizás el mejor conocedor de Europa de todos
sus compañeros, que cultiva el periodismo literario, que muestra gran interés por
el urbanismo y por las ciudades europeas, y que nos ofrece en sus cartas una vi-
sión personal de sus tierras y sus gentes, rechaza el mundo moderno y su con-
cepción mercantilista-utilitarista de la vida, porque el utilitarismo conduce a la
insolidaridad y mutua destrucción entre los hombres. Propugna lo contrario a la
europeización de España porque, según él, su decadencia empezó justamente en
los momentos en que se ha vuelto a Europa. Lo que España necesita es recupe-
rar su prestigio intelectual, afirma con rotundidad.
    Tanto la aportación de Unamuno como la de Ángel Ganivet en Idearium Es-
pañol y En torno al casticismo, pasaron bastante inadvertidas en el momento de
su aparición. En los dos ensayos hay muchas similitudes, metáforas expresivas y
propuestas regeneradoras. Hay también discrepancias y utopías. «Por ver en us-
ted, amigo Ganivet, un utopista, escribe Unamuno tras haber leído el «Idea-
rium», le creo uno de esos hombres verdaderamente nuevos que tanta falta nos
están haciendo es España..., en esta España, ansiosa de renovación espiritual».18

16
   Ibid., págs. 130 y 138.
17
   En torno al casticismo, op., cit., pág. 154.
18
   El porvenir de España, op., cit., pág. 158.
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