Morten HEIBERG, U.S.-Spanish relations after Franco, 1975-1989. The will of the weak

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Mélanges de la Casa de Velázquez
                         Nouvelle série
                         50-1 | 2020
                         Genre, sexualités et démocratie

Morten HEIBERG, U.S.-Spanish relations after Franco,
1975-1989. The will of the weak
Rosa Pardo

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/mcv/12984
ISSN: 2173-1306

Editor
Casa de Velázquez

Edición impresa
Fecha de publicación: 15 abril 2020
ISBN: 978-84-9096-310-4
ISSN: 0076-230X

Referencia electrónica
Rosa Pardo, « Morten HEIBERG, U.S.-Spanish relations after Franco, 1975-1989. The will of the weak »,
Mélanges de la Casa de Velázquez [En línea], 50-1 | 2020, Publicado el 19 marzo 2020, consultado el 23
mayo 2020. URL : http://journals.openedition.org/mcv/12984

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    Morten HEIBERG, U.S.-Spanish relations
    after Franco, 1975-1989. The will of the
    weak
    Rosa Pardo

    REFERENCIA
    Morten HEIBERG, U.S.-Spanish relations after Franco, 1975-1989. The will of the weak, Lanhan,
    Lexinton Books, 2018, 240 p.

1   Después de que Samuel P. Huntington definiera la tercera ola del proceso de avance de
    la democracia en el mundo, más politólogos (Philippe Schmitter, Laurence Whitehead,
    Geoffrey Pridham, entre otros) se interesaron por el tema del papel de los factores
    internacionales en las transiciones a la democracia. Acuñaron una serie de conceptos
    sobre su posible impacto en dichos procesos y, así, hablaron de influencia por control,
    difusión, contagio, consentimiento, efecto demostración, emulación, condicionalidad o
    del linkage entre la política interior y exterior. En general, en un primer momento, los
    factores internacionales se consideraron secundarios con respecto a la primacía de los
    procesos internos, siempre que éstos no se desencadenaran como consecuencia de una
    guerra o de una imposición de la democracia. Sin embargo, a raíz de la siguiente ola
    democratizadora, la que se abrió con la disolución de la URSS y el fin de la Guerra Fría
    hasta el desdichado desenlace de la primavera árabe, se ha tendido a conceder más
    importancia a los factores externos y se ha incidido en su decisiva influencia en la
    consolidación de las democracias emergentes. Cuanto más fuertes son las relaciones
    con el bloque democrático regional más posibilidades hay de éxito (Larry Daimond).
2   A partir de los estudios de Charles Powell, Encarna Lemus, Juan Carlos Pereira, Josep
    Sánchez Cervelló y de quienes han trabajado después sobre aspectos concretos de la
    transición (Antonio Muñoz, Pilar Ortuño, Carlos Sanz, Oscar Martín, M. Arturo López
    Zapico y otros muchos), podríamos concluir que, en el caso español, el contexto

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    internacional (si dejamos al margen la crisis económica) fue en general favorable.
    Retomando los conceptos antes apuntados, podríamos decir que desde 1975 se dio una
    combinación de efectos. El más evidente fue el de convergencia por lo que podría
    llamarse el espíritu del momento: clima de distensión en Europa, con la Conferencia de
    Paz y Seguridad y la búsqueda de una estabilización de los bloques, la mayor relevancia
    de los Derechos Humanos, los efectos del Vaticano II, el Eurocomunismo, el inicio de
    una tímida política internacional de promoción de la democracia, más evidente en
    Europa Occidental, un bloque que busca su sitio en el sistema internacional fuera del
    paraguas norteamericano. También se produjo el efecto contagio, con los procesos
    democratizadores abiertos en Grecia y Portugal en 1974, más o menos encauzados para
    cuando comienza el cambio español. Contó, y mucho, la condicionalidad ejercida desde
    algunos gobiernos y sobre todo desde las instituciones europeas, que en paralelo
    ofrecían incentivos poderosos: la pertenencia al Consejo de Europa y a la Comunidad
    Europea significaba democracia, bienestar y fin del aislamiento.
3   Incidió, sin duda, el efecto demostración, el «escarmiento en cabeza ajena» que se
    experimentó con proceso portugués, fuente de importantes lecciones para actores
    internos y externos. Los dirigentes franquistas y los líderes de la oposición democrática
    quedaron avisados de qué riesgos no correr y qué errores no cometer (una crisis
    colonial y la división de las FFAA, posiciones intransigentes o demasiado radicales…).
    Para las grandes potencias, el caso portugués forzó un proceso de aprendizaje y
    coordinación entre Estados Unidos y los países europeos (con Alemania como actor
    clave) que cuajó en una estrategia paralela de presión y de ayuda a determinados
    actores internos, con el objetivo último de facilitar una transición moderada y pacífica
    a la democracia y una alineación en el bloque defensivo occidental. Se trataba de
    garantizar estabilidad para una zona, el Mediterráneo, especialmente convulsa desde
    1973. Cuando le tocó a España, los europeos aceptaron tener más paciencia con las
    nuevas autoridades y desde Washington se admitió como la mejor fórmula un gobierno
    de centro derecha y, como contrapeso, la consolidación de un partido socialdemócrata
    fuerte que contuviera el avance comunista, además de apoyar a Juan Carlos I como
    actor decisivo en los primeros años de la transición. Por supuesto, más allá de estos
    objetivos comunes, cada uno de los grandes actores internacionales buscó la promoción
    de sus propios intereses en España, es decir, ganar posiciones frente al resto en
    términos económicos, de influencia política o, en el caso de EEUU, mantener el uso de
    valiosas instalaciones militares.
4   No es menos cierto que todas estas influencias externas estuvieron mediadas por la
    percepción y los cálculos políticos de los actores internos (linkage) que, en el caso
    español, no pusieron en cuestión la pertenencia al bloque económico occidental ni la
    relación bilateral con los Estados Unidos (consentimiento) y que coincidían en la solución
    europeísta como remedio a los problemas económicos, políticos (hacer irreversible la
    democratización) y de normalización internacional (incluida una menor dependencia
    de EEUU).
5   El libro que nos ocupa estudia el papel desempeñado por Estados Unidos en este
    proceso entre 1975 y 1989, centrándose en la perspectiva española, y busca contribuir a
    la discusión sobre el tema de los factores externos en los procesos de transición y
    consolidación democrática. Su hipótesis principal es que para el desarrollo de una
    democracia plena es preciso que ésta se encuentre libre de vínculos de dependencia y
    de recortes de soberanía como los que, en el caso español, se derivaban de los acuerdos

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    de 1953, heredados del Franquismo. Además, estima que en 1975 había un latente deseo
    de conseguir un mayor grado de autonomía para España en el sistema internacional,
    tras décadas de dependencia de otras potencias, siendo las bases militares de Estados
    Unidos el símbolo de una humillación histórica que se venía arrastrando desde 1898. En
    ese sentido el libro pretende narrar ese proceso de recuperación de la dignidad
    nacional a partir del repaso de las relaciones bilaterales, en particular de las
    renegociaciones de los convenios militares que perpetuaban una relación
    desequilibrada con EEUU y permitían el abuso en la utilización militar del territorio
    español por parte de la superpotencia occidental. La cláusula de activación de las bases
    y el enorme número de instalaciones militares a disposición de Washington constituían
    la clave de esta relación tóxica. El autor explica cómo ni en 1976 ni en 1982 se logró
    romper con las inercias heredadas del Franquismo porque los líderes políticos seguían
    viendo los acuerdos como imprescindibles y porque no percibieron que era posible una
    estrategia negociadora diferente, más agresiva, que rompiera con la dinámica de un
    alquiler de bases a cambio de ayuda y que planteara una relación de colaboración y no
    de subordinación con EEUU. Sólo el gobierno de Felipe González fue capaz de dar un
    vuelco en la negociación de 1988 y lograr romper con la política anterior a partir de un
    proyecto diplomático coherente y ambicioso que devolvió a España protagonismo y
    autonomía internacional.
6   Para quienes venimos trabajando en el tema, la publicación en inglés de un hispanista
    siempre resulta atractiva, aunque esta vez los planteamientos del autor sean menos
    novedosos de lo esperado. La pulsión de lo que el historiador José María Jover llamó
    hace cuatro décadas la «noción de grandeza pretérita» y el deseo de romper con la
    dependencia internacional española fue una de las fuerzas profundas latentes en todos
    los proyectos de política exterior del siglo XX, incluidos los franquistas, y continuó
    después de 1975. Además, los altos funcionarios que trabajaban en el Palacio de Santa
    Cruz al morir Franco se habían formado, con independencia de su adscripción
    ideológica, en la línea diplomática nacionalista de Fernando María Castiella: tanto
    Marcelino Oreja como Fernando Morán tenían esa impronta. El existentialist trend que el
    autor identifica en un sector del Palacio de Santa Cruz era un rasgo compartido por la
    mayor parte del cuerpo diplomático desde principios de los sesenta.
7   Por otra parte, la historiografía española siempre ha tenido claro que la transición
    española en política exterior no se cerraba en 1982 sino en 1988-89, con la renovación
    de los acuerdos hispano-norteamericanos y la incorporación a la UEO. Es verdad que el
    autor va más allá al avanzar que el control de la integridad del territorio es
    precondición para una sociedad democrática libre. Sin embargo, no está claro que
    Japón, por poner un ejemplo, no lo sea por mantener 32 instalaciones militares
    norteamericanas desde 1945.
8   En la primera mitad del libro el autor repasa las relaciones bilaterales desde 1898 hasta
    1982, utilizando principalmente la bibliografía publicada. Sus más interesantes
    aportaciones son las del periodo 1982-1989, gracias a la documentación de la biblioteca
    presidencial de Ronald Reagan y a otros materiales de archivo norteamericanos
    digitalizados. También son novedosos algunos expedientes del Archivo Renovado del
    Ministerio de Asuntos Exteriores, sobre todo los que contienen informes elaborados
    para los viajes oficiales.
9   Al abordar el periodo previo a la Guerra Fría, en particular la etapa de la Guerra Civil,
    no habría que olvidar que hasta 1947 Washington ligó su política española a la de Gran

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     Bretaña porque se respetaba que la península era área de influencia británica. En la
     valoración de los acuerdos de 1953, cabría haber comparado sus cláusulas y cesiones
     con las de otros países aliados de Washington en esa misma época. Se pasa por alto que
     el Régimen no cedió a las presiones para alterar su política económica y en ningún caso
     permitió interferencias en política interna, a diferencia de lo que sucedido en Grecia.
     Como señala el autor, los Pactos de 1953, justificados en términos anticomunistas,
     supusieron el abandono de la neutralidad y extraordinarias cesiones de soberanía, a
     cambio de respetabilidad internacional y de ayuda económica y militar. Pero no se
     tiene en cuenta la prioridad que para la dictadura militar suponía, en términos de
     seguridad y defensa, la modernización de las Fuerzas Armadas en estado de absoluta
     precariedad e inoperancia. Durante dos décadas, para Franco y su círculo de poder, la
     disuasión indirecta de contar con bases militares de la potencia hegemónica compensó
     el incremento de riesgos asumidos y los recortes en soberanía. De hecho, desde 1961 ni
     siquiera se recibió ayuda económica no militar, más allá de la pequeña partida para
     cooperación científico-técnica que se consiguió en el acuerdo de 1970. En el caso de las
     referencias a la política de Castiella, ni el paso dado en 1962 hacia la CEE fue solo por
     razones de política agraria, ni el ministro apostó nunca por un alineamiento
     internacional más neutral para España mientras estuvo en el cargo. Así mismo, cuando
     el autor se refiere al antiamericanismo durante la dictadura, no matiza por sectores
     sociopolíticos ni explica su evolución (un tema bien abordado por Daniel Fernández de
     Miguel): en el libro se liga antiamericanismo y recuperación de soberanía de manera
     atemporal, cuando las bases del antiamericanismo eran muy distintas a derecha y a
     izquierda y bastante más complejas. La aportación relevante es que la diplomacia USA
     conociera la clave de la valija diplomática española desde 1945, porque sin duda fue una
     ventaja en las todas las renegociaciones de los acuerdos bilaterales.
10   En la etapa que se abre con la muerte de Franco, el autor explica bien la compleja
     situación geoestratégica mediterránea en 1975. Sin embargo, podría haber prestado
     más atención a la gestión del embajador norteamericano Frank Carlucci en Lisboa,
     porque el aprendizaje en la crisis portuguesa guió la acción de Wells Stabler en Madrid.
     Sorprende que se omita toda la renegociación del acuerdo militar del verano-otoño de
     1975, decisiva para entender lo que supuso el Tratado de 1976. Esa vez, a diferencia de
     lo sucedido en 1963 y en 1968-1970, hubo coordinación entre las FFAA y el Ministerio de
     Exteriores y la posición española fue muy exigente. Ya se manejaba el elevar los
     acuerdos a categoría de tratado, recortes en el acceso y uso de las bases y una
     cooperación bilateral en el marco de las obligaciones norteamericanas en la OTAN. Se
     pedía garantía de seguridad, una relación más estrecha con la OTAN, un mínimo de
     1 500 millones en ayudas o EEUU tendría que reducir su presencia militar. Tan tensa fue
     la última ronda que los norteamericanos ofrecieron la retirada de los aviones cisterna y
     abandonar Morón y Torrejón (Ala Táctica 401 y de 2 escuadrones de cazabombarderos
     Phantom F-4) a cambio de retener las Bárdenas Reales, Zaragoza y Rota (con una
     retirada escalonada en 9 años de los submarinos nucleares). Sin embargo, el 22 de
     septiembre de 1975, la salud de Franco, la crisis de los fusilamientos y del Sáhara
     llevaron al ministro de Exteriores Pedro Cortina a cargarse toda la negociación y firmar
     el 4 de octubre un acuerdo marco en el que no se recortaba el uso de ninguna
     instalación y se aceptaba una compensación de 75 millones en donación y entre 400 a
     750 millones en créditos. De ahí la frustración de los funcionarios diplomáticos, como
     señala el autor, pero también del equipo militar negociador, del que formaba parte el
     General Gutiérrez Mellado. Sin este antecedente es difícil valorar lo que supuso el

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     Tratado de 1976, que en realidad había sido negociado por la dictadura. Los escasos
     logros y mejoras conseguidos fueron gestos políticos que Areilza solicitó de Washington
     como apoyo al proyecto de democratización: un Tratado que pasase por el Senado, la
     conexión indirecta con la OTAN, incrementar las contrapartidas económicas y sacar los
     submarinos nucleares de Rota antes de 1979. Si Areilza no insistió en la garantía de
     seguridad fue, seguramente, porque a esas alturas era imposible de conseguir, ya
     cerrada la negociación y con una situación política interna muy complicada en EEUU,
     que él debía de conocer bien por haber sido embajador en Washington. Además, como
     sí señala el autor, ambas partes consideraron el Tratado de 1976 como una medida
     transitoria hasta la integración de España en la OTAN. Insinuar la vinculación de alguna
     de las mejoras alcanzadas con la influencia del lobby pro-Israelí norteamericano no
     tiene —a mi juicio— mucho sentido: la elevación a la categoría de tratado había sido una
     exigencia española desde la renegociaciones de 1963 y su aprobación por el senado
     norteamericano resultó muy difícil, como ya explicó Charles Powell.
11   En los capítulos siete a once, Morten Heiberg explica la política norteamericana de los
     gobiernos Suárez y Calvo-Sotelo hasta la renovación de los acuerdos de 1982. Ya
     sabíamos de los taimados consejos políticos de Henry Kissinger y de la posición del
     embajador Stabler: apoyar la labor del rey Juan Carlos y del gobierno de Suárez para
     llegar a una España democrática integrada en la CE y en la OTAN como la mejor fórmula
     para garantizar los intereses norteamericanos. Pero es interesante la información que
     proporciona el autor de cómo la llegada de Jimmy Carter a la presidencia en enero de
     1977 ablandó la actitud norteamericana —incluida la CIA— con respecto a la
     legalización del PCE y cómo las instrucciones al nuevo embajador Terrence Todman
     ordenaban contactar abiertamente con la oposición de izquierdas y relanzar el potente
     aparato de soft power norteamericano, en particular la diplomacia pública. De ahí que
     antes de la llegada al poder del PSOE, Washington tuviera un buen retrato de Felipe
     González y de su círculo.
12   El autor insiste en que las tensiones internas de la UCD debilitaron de manera
     significativa la posición negociadora española respecto a Estados Unidos. Insinúa que
     había sectores de la UCD muy antiamericanos y contrarios al ingreso en OTAN, pero no
     indica quiénes los integraban ni su fuerza dentro del partido o del gobierno. En cambio,
     gracias a los trabajos de Ana Capilla Casco y Gema Pérez Herrera, conocemos que la
     posición del partido era claramente favorable al ingreso en la OTAN desde 1979. En
     consecuencia, hasta que se demuestre lo contrario, el factor clave para explicar el
     retraso de la decisión sobre el ingreso en la Alianza Atlántica sigue Adolfo Suárez y sus
     cálculos tanto de política interior (temor a romper el consenso político o a dar armas a
     la oposición) como exterior (libertad de maniobra en políticas regionales, temores a
     represalias soviéticas vinculadas a terrorismo, etc.). Es improbable que las
     declaraciones de Oreja en favor de abrir el tema OTAN en el verano de 1980
     respondieran a presiones norteamericanas o las divisiones de la UCD. Además de él, su
     máximo y respetado experto en política de seguridad del Ministerio de Exteriores,
     Carlos Fernández Espeso, ya recomendaba el ingreso en la OTAN como mejor opción
     para España en junio de 1979 —Heiberg así lo recoge— y también otras muchos
     diplomáticos de peso (Juan Durán Loriga, Nuño Aguirre de Cárcer, Gabriel Mañueco,
     Carlos Robles Piquer, José J. Puig de la Bellacasa), personalidades de UCD (José Pedro
     Pérez Llorca, Javier Rupérez, Leopoldo Calvo Sotelo), por no hablar de los mandos
     militares y los altos funcionarios del Ministerio de Defensa. Todos ellos estaban
     convencidos de que ingresar en la OTAN era el alineamiento coherente para España,

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     proveía —por fin— de la tan deseada garantía de seguridad y recortaba la dependencia
     de EEUU merced a la definitiva europeización de la política de seguridad. Todos ellos
     acertaron a ver, además, que la adhesión española a la Alianza Atlántica no alteraba
     sustancialmente el equilibrio entre bloques, dada la pertenencia de facto de España al
     occidental. No parecen tampoco tan evidentes algunas afirmaciones del autor: que no
     había ninguna conexión entre la CE y la OTAN o que el ingreso en la OTAN hacía más
     complicada la renegociación de los acuerdos hispanoamericanos y menos probable una
     solución satisfactoria a la reclamación histórica de Gibraltar. Lo ocurrido después de
     1982 puso de manifiesto todo lo contrario. En consecuencia, hubiera sido conveniente
     una evaluación algo más ajustada de la política exterior española entre 1977-1982 y, a
     falta de documentación, tal vez la historia oral hubiera permitido contrastar alguna de
     las interpretaciones vertidas.
13   Sobre esta etapa, resultan novedosos los datos que el libro aporta acerca de las
     fricciones bilaterales: las discusiones en el Comité Conjunto bilateral por las excesivas
     libertades que los norteamericanos seguían tomándose en las bases aprovechando la
     tradicional permisividad española (reactivación de la base de Morón), el rechazo a
     firmar el acuerdo de no proliferación, las visitas de barcos de propulsión nuclear a
     puertos españoles, la desequilibrada balanza comercial bilateral o los retrasos en las
     compensaciones económicas norteamericanas. También aclara Heiberg la metedura de
     pata de Alexander Haig en el 23-F, que dio lugar a tantas especulaciones conspirativas.
14   El autor estima que el gobierno de Calvo Sotelo cedió en el tema de las relaciones
     bilaterales a cambio de una integración rápida en la OTAN, lo que llevó a la firma de
     unos convenios de nuevo muy favorables para EEUU en 1982. La documentación
     española manejada es sugerente, sin embargo, en su interpretación, al centrarse sólo en
     la negociación bilateral, pierde de vista que, en el contexto político en que se tomó la
     decisión, por una cuestión de oportunidad, para el gobierno Calvo-Sotelo era más
     importante la integración en la Alianza que la negociación bilateral. La debilidad del
     gobierno hacía difícil una negociación a cara de perro como la que se pudo realizar en
     1986-1988, ya entre socios atlánticos y con la cobertura de la tan anhelada garantía de
     seguridad OTAN. En 1982 coincidieron las prisas españolas por dejar atado el tema
     atlantista y los deseos norteamericanos de firmar un acuerdo que les asegurase el uso
     de las bases antes de que los socialistas llegasen al poder. Es cierto que el gobierno
     Calvo-Sotelo no fue capaz de romper con la inercia de firmar acuerdos similares a los
     anteriores, tal vez porque, recién salidos de un intento de golpe militar, con la
     modernización de las FFAA aún por delante (no se veían capaces de hacerse cargo de las
     bases que pudieran abandonar los EEUU, caso de Morón) y el parón en el tema europeo,
     seguían otorgando un valor implícito a los convenios en términos de estabilidad
     política interna y de seguridad hasta que la integración en la OTAN fuera un hecho. Por
     lo tanto, pudieron considerar que firmaban un acuerdo-puente hasta poder negociar de
     tú a tú con Washington, como aliados de pleno derecho, tal como Fernández Espejo
     defendía en solitario desde 1979. De alguna manera, en 1982 no se sintieron
     empoderados para conseguir un acuerdo entre socios amigos a partir del cual España
     cediera el uso de instalaciones a la otra parte sin la ecuación ni el regateo de bases por
     ayuda. Aun así, como última negociación con la lógica de las anteriores, ataron un
     estatuto jurisdiccional de las fuerzas norteamericanas en España similar a su
     equivalente OTAN (elaborado por el jurista de la Armada José Duret), estricto control
     sobre la seguridad y el uso de las bases e instalaciones y sobrevuelos, que debían
     limitarse a misiones OTAN, a menos que se solicitase autorización expresa. Se prohibía

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     el almacenamiento de armas nucleares en suelo español (también salvo autorización) y
     el sobrevuelo con armas o material nuclear, además de reglamentar las escalas de los
     buques con propulsión nuclear. Aunque se comprometieran oralmente —como bien
     señala el autor— a ser generosos en su aplicación, fue un claro logro legal del que pudo
     aprovecharse después el gobierno socialista en su estrategia negociadora. También
     pudieron valorar el impacto que podía tener el paquete de ayudas en el ámbito militar
     (créditos por valor de 1 697 millones) en un momento de reforma de las FFAA y
     renovación de equipos. De hecho, la investigación de Heiberg no presta atención a las
     posiciones del Ministerio de Defensa (Alberto Oliart) en la negociación, ni utiliza los
     avances de Ángel Luis Linares y de Carlos Navajas Zubeldia sobre el tema. Así mismo no
     se ha atendido al impacto de las ayudas destinadas al sector científico-técnico, que se
     ampliaron en 1982 (de 3 a 12 millones anuales) y que tuvieron un impacto
     modernizador muy relevante desde 1970.
15   Es novedosa la información sobre la negativa española a firmar el tratado de no
     proliferación y el debate que abre sobre el papel diplomático de Juan Carlos I y la
     posible extralimitación en sus funciones políticas constitucionales. Su intervención en
     1982, seguramente amparada en la intensa relación que había mantenido con la
     embajada y los presidentes norteamericanos en los años en que aún no era un monarca
     constitucional, sirvió para reforzar las posiciones defendidas por el gobierno y, por lo
     tanto, no rebasaba ninguna línea roja, pero no está tan claro que sucediera lo mismo en
     la siguiente negociación.
16   Finalmente, últimos cuatro capítulos (del 12 al 15) se ocupan de las relaciones
     bilaterales en la etapa socialista hasta 1989. La documentación que el autor aporta en
     este bloque es, probablemente, lo más valioso del libro. El lector hubiese agradecido un
     breve repaso de la evolución de las posiciones del PSOE en el tema de la alineación
     internacional de España y, sobre todo, sus propuestas concretas alternativas a la OTAN
     hasta 1982. Tampoco llega presentarse en ningún momento la evolución de la opinión
     pública española sobre seguridad entre 1975 y 1986: el autor vuelve a dar por supuesto
     un antiamericanismo general, pero el escepticismo hacia la OTAN no era tan fuerte a la
     muerte de Franco. En consecuencia, cabe preguntarse si fueron los errores de los
     gobiernos de la UCD, la acusada ideologización de los planteamientos antiatlantistas o
     la utilización oportunista del tema por el PSOE en el desgaste electoral del gobierno en
     1981-1982, o todos estos elementos juntos, los que atizaron el antiamericanismo e
     hicieron aún más difícil a Felipe Gonzalez desde octubre de 1982 la tarea de hacer
     digerible a opinión pública que la opción atlantista era la que mejor se ajustaba a los
     intereses generales españoles. Porque, como bien ha señalado M. Arturo Zapico, el
     inteligente planteamiento del primer gobierno González de «ambigüedad calculada» y
     europeización del atlantismo con el Decálogo de 1984, que culminó con la arriesgada
     apuesta del Referéndum de 1986, más que un proceso de maduración y realismo
     político, fue una maniobra de política interior calculada para convencer no sólo a sus
     votantes (como sugiere Heiberg pensando en un partido catch-all middle-class), sino
     sobre todo a sus militantes y a muchos miembros del propio aparato del partido. En ese
     escenario, la figura de Fernando Morán adquiere tintes casi dramáticos, sobrepasado
     permanentemente por el Departamento de Internacional de Presidencia de Gobierno y
     las decisiones independientes de González. Se revela como un peón más de esa gran
     operación. Heiberg no entra en esta problemática, ni en el papel de personalidades

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     como Miguel Boyer o Narcis Serra, fundamentales para entender el proceso de toma de
     decisiones sobre el tema OTAN.
17   A través de la interesante documentación manejada por el autor se percibe la prudencia
     de González en 1983, sus gestos tranquilizadores hacia la diplomacia norteamericana, la
     trascendencia de apoyar a Helmut Kohl en su decisión sobre el despliegue de los
     euromisiles (incluso contra la opinión de su mentor Willy Brandt) y cómo las
     principales fricciones con EEUU no se dieron en los grandes temas de política
     internacional ni en el día a día bilateral sino en el escenario latinoamericano. Se
     corrobora que este fue un ámbito central de la nueva política exterior socialista que
     González llevaba tiempo pergeñando, fruto de su actividad y sus contactos en la
     Internacional Socialista y no de fuzzy notions de Morán, como inicialmente se creyó en
     Washington. Se trataba de una política ambiciosa, centrada inicialmente en la
     promoción de la democracia y la paz en torno a Centroamérica, pero con la aspiración
     de convertirse en uno de los ejes de la nueva política exterior española. Podríamos
     especular sobre si en esta etapa inicial también pudo servir de contrapeso ideológico a
     la evolución atlantista.
18   El libro muestra cómo Washington dejó de preocuparse muy pronto de posibles
     veleidades neutralistas o no alineadas de los socialistas españoles. De hecho,
     intranquilizaban más las ambigüedades y las posiciones de Manuel Fraga, al que hubo
     que convencer para que pidiese la abstención a sus votantes en lugar de un voto
     negativo. Queda más que demostrado que las relaciones bilaterales desde la victoria
     socialista fueron cordiales: el convenio de 1982 se ratificó sin más y las relaciones
     militares resultaron satisfactorias para las dos partes, como reflejó la compra de
     72 aviones F-18 cuyo contrato de mantenimiento se otorgó a la firma española CASA.
     Son muy jugosos los relatos de las exitosas entrevistas de González con el presidente
     Reagan y otros altos funcionarios norteamericanas, así como las ajustadas opiniones de
     los denigrados embajadores Terence Todman y de sucesor Tomas O. Enders. Los pasajes
     en que reaparece el Rey español también son valiosos; lo mismo que el canal CIA-Julio
     Feo que se utilizó para hacer llegar la visión de Presidencia de Gobierno directamente a
     las autoridades norteamericanas, no está claro si para saltarse a la embajada
     norteamericana o a Fernando Morán. Se confirma el contacto de Betino Craxi, que
     animó a González a mantener el compromiso con la OTAN, y también la enorme
     preocupación norteamericana por el resultado del referéndum de 1986, que
     recomendaron encarecidamente no convocar. La documentación norteamericana
     ratifica el riesgo asumido por el presidente socialista y cómo esa actitud tan atrevida
     afectó negativamente a la imagen que de él se tenía en Washington.
19   Otra novedad es la información sobre la conexión española en el escándalo Irán-Contra,
     un complejo affaire de espionaje y venta de armas norteamericanas a través de terceros
     países —al parecer incluida España— con destino a Irán para favorecer la liberación de
     rehenes norteamericanos retenidos en Libia, pero también para financiar con sus
     beneficios ayuda militar para la Contra nicaragüense. Una aportación aún más
     relevante es la relación vinculada a la lucha antiterrorista que se estableció a partir del
     verano de 1985, y ya con Francisco Fernández-Ordóñez como ministro de exteriores,
     entre los servicios de inteligencia de ambos países. Al parecer comenzó por los temores
     a represalias contra embajadas españolas por el reconocimiento del Estado de Israel,
     pero sin duda continuó después.

     Mélanges de la Casa de Velázquez, 50-1 | 2020
Morten Heiberg, U.S.-Spanish relations after Franco, 1975-1989. The will of t...   9

20   El último capítulo del libro aborda la renegociación del acuerdo bilateral. Como señala
     el autor, se realizó una vez cerrada la inserción en la CE, ganado el referéndum OTAN y
     las elecciones de 1986, con un gobierno que había conseguido unidad de acción
     exterior. Habría que añadir que esto último fue en parte consecuencia del proceso de
     presidencialización de la política exterior, una vez neutralizado el escollo que en 1981
     había supuesto la situación de las FFAA y en un momento en que la Guerra Fría había
     vuelto a suavizarse. Con este panorama, la capacidad negociadora era muy superior a la
     situación de 1982 y pudo centrarse en una única prioridad de carácter político: la
     reducción de la presencia norteamericana en tiempo de paz, con su salida de Torrejón
     de Ardoz —todo un símbolo— y de Zaragoza, prometida desde el Decálogo de 1984. Del
     otro lado, EEUU tenía poco que ofrecer a un país que podía obtener créditos de sus
     nuevos socios europeos y disfrutaba de la garantía de seguridad OTAN. El libro de
     Heiberg refleja muy bien el descoloque norteamericano ante la inflexibilidad de la
     postura española. Sus contraofertas tenían una lógica distinta, militar, de seguridad,
     sopesando costes de traslado y el efecto dominó sobre otras negociaciones similares en
     marcha (Filipinas, Grecia, Portugal). Tardaron mucho en comprender que, esta vez,
     tenían todas las de perder. En consecuencia, el acuerdo al que se llegó en enero de 1988
     (firmado en diciembre para 8 años) fijaba un techo muy recortado de personal civil y
     militar norteamericano que iba a servir en dos únicas bases, Rota y Morón (allí se
     trasladaron los aviones cisterna de la base de Zaragoza). A cambio, se produjo un
     retroceso en el control sobre la presencia de armas nucleares en territorio español. El
     siguiente paso fue la adhesión de España al Tratado sobre la no proliferación. En todo
     caso con el nuevo Convenio de Cooperación para la Defensa firmado se puso fin al tipo
     de relación quid pro quo establecida desde 1953, como bien señala el autor. De hecho, fue
     el punto de partida para una relación más estrecha en términos políticos, como se
     demostró durante la presidencia de George H. W. Bush y, de manera simbólica, con el
     nombramiento del socialista Javier Solana como Secretario General de la OTAN pocos
     años después.
21   En conjunto, el libro aporta documentación novedosa para los estudiosos de las
     relaciones hispano-norteamericanas y deja claro que aún quedan muchos temas
     abiertos en el periodo abierto en 1975. No se han investigado las relaciones económicas,
     ni qué impacto tuvieron las ayudas y las líneas de crédito concedidas en los acuerdos de
     1976, ni el resto de las conexiones culturales, científico-técnicas, la modernización
     militar, etc. Nada se sabe de ayudas a partidos políticos o sindicatos durante la
     democracia y tal vez merecería profundizar en la actuación de alguno de los
     embajadores norteamericanos, del Rey y, particularmente, en el proceso de toma de
     decisiones de los distintos gobiernos españoles. Un largo camino salpicado de
     obstáculos en la parte española por la nefasta política de gestión de los archivos
     históricos en España que, esperemos, cambie pronto.

     Mélanges de la Casa de Velázquez, 50-1 | 2020
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