Multiculturalismo radical y feminismos de mujeres de color

Página creada Mateo Urroz
 
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Multiculturalismo radical y feminismos
de mujeres de color*

MARÍA LUGONES
Binghamton University

       El multilingüismo es el deseo apasionado de aceptar y comprender el lenguaje de
       nuestros vecinos y de hacer frente a la enorme fuerza niveladora impuesta conti-
       nuamente por Occidente —ayer con el francés y hoy con el inglés americano—
       con una multiplicidad de lenguajes y su comprensión. Esta práctica de mestizaje
       no foriTia parte de un vago humanismo, que nos permite ser unos con las demás
       personas. Establece una relación intercultural, de una forma igualitaria y sin prece-
       dentes, entre historias que hoy sabemos en el Caribe que están interrelacionadas.
       La civilización de la mandioca, del boniato, de la pimienta y del tabaco apunta
       hacia el futuro de este proceso intercultural; ésa es la razón de que luche por
       recuperar la memoria de su pasado fragmentado [Glissant, 1989, 249].
            Abogar por la mera tolerancia de las diferencias entre mujeres es el más
       burdo reformismo. Es una negación total de la función creativa de la diferencia en
       nuestras vidas. La diferencia no debe ser meramente tolerada, sino vista como un
       fondo de polaridades necesarias entre las cuales nuestra creatividad pueda explotar
       como una dialéctica. Sólo entonces la necesidad de la interdependencia deja de ser
       amenazadora. Sólo dentro de esta interdependencia de fuerzas diferentes, recono-
       cidas e iguales, puede el poder buscar nuevas formas de ser en un mundo de
       géneros, así como el coraje y el apoyo para actuar allí donde no hay privilegios...
       Dentro de la interdependencia de diferencias mutuas (no dominantes) reside esa
       seguridad que nos hace capaces de bajar al caos del conocimiento y regresar con
       visiones verdaderas de nuestro futuro, junto con el poder concomitante de efectuar
       los cambios que puedan producir ese futuro. La diferencia es esa pura y poderosa
       conexión desde la que se forja nuestro poder personal [Lorde, 1984, 111-112].

     En el núcleo lógico mismo del movimiento hacia un multiculturalismo
radical y de los feminismos de las Mujeres de Color, se da un desplazamiento
desde una lógica de la opresión hacia una lógica de la resistencia. La propia
lógica de la opresión ha hecho posible que dominaciones culturales y de género
se enmascaren a sí mismas tanto como multiculturales o como feministas. La
máscara multicultural es una versión del multiculturalismo que podría llamarse
«multiculturalismo ornamental» (Lugones/Price 1995). La máscara feminista es
la que se opone a una versión de la femineidad que se ha atribuido tínicamente

     * Traducción de Joaquín Rodríguez Feo.

RIFP / 25 (2005)   pp. 81-75                                                             61
Muría Luiiiincx

a mujeres que, en términos de raza, clase y sexualidad, se han entendido como
subordinadas sólo a los burgueses blancos. Este feminismo ha sido complacien-
te con la sumisión de todas las demás mujeres. Tanto la máscara multicultural
como la feminista participan de una lógica de falsa universalización. La hege-
monía cultural que los poderes europeos consiguieron por medio del colonialis-
mo se expresó como una adecuación de cultura y conocimiento con la cultura y
el conocimiento europeos. La subordinación de las mujeres vinculada sólo al
poder blanco masculino fue confundida con la subordinación de todas las muje-
res. El desplazamiento que el multiculturalismo radical y los feminismos de las
Mujeres de Color representan ha sido expresado vigorosamente por Glissant y
Lorde, que escribían ambas desde dentro de una lógica de la resistencia. Una
vez desenmascarado el multiculturalismo ornamental y los feminismos blancos
burgueses como intrínsecos a la hegemonía cultural occidental, volveré a Lorde
y Glissant, es decir a la resistencia a dicha hegemonía. Aquí no me ocuparé
directamente del enfrentamiento a la dominación lingüística en el pasaje de
Glissant, sino de la articulación de la multiplicidad de lenguajes que se enfren-
tan a las lenguas impuestas por Occidente. De igual forma, no me ocuparé de la
posible inclusión de los feminismos blancos resistentes y de las voces de las
feministas blancas resistentes, sino de las resistencias a la inclusión en los femi-
nismos dominantes por parte de las Mujeres de Color feministas.

La máscara feminista de la opresión

Ya sea radical, estructural (Lugones/Price) o policéntrico (Shoat y Stam), el multi-
culturalismo es una repuesta radical al Eurocentrismo que ha acompañado a la
historia del colonialismo occidental. El colonialismo en la primera y en la última
modernidad estaba constituido por una concepción eurocéntrica del conocimien-
to y de la cultura y por una racialización del trabajo, de la heterosexualidad y
del género.' En el desarrollo de los feminismos del siglo XX, esta conexión entre
género, clase y heterosexualidad como racializada no se había explicitado. Ese
feminismo centraba su lucha y sus maneras de conocimiento y teorización, contra
una caracterización de la mujer como frágil, débil de cuerpo y mente, recluida en
lo privado y sexualmente pasiva. Pero no llegó a hacerse consciente de que esas
caracten'sticas construían sólo a las mujeres blancas burguesas. En realidad, al
comenzar desde esa caracterización, las feministas blancas burguesas teorizaban a
la femineidad blanca como si todas las mujeres fueran blancas.
      El que hayan contado sólo como mujeres las descritas de esa forma en Occi-
dente, forma parte de su historia. Las hembras excluidas de esa descripción no
eran solamente sus subordinadas. Eran comprendidas también como animales en
un sentido que iba más allá de la identificación de la mujer blanca con la naturale-
za, los niños y los pequeños animales. Eran comprendidas como animales en el

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sentido profundo de «sin género», marcadas sexualmente como hembras, pero sin
las características de la femineidad.^ Al borrar toda historia, incluida la historia
oral, de la relación entre las mujeres blancas y no blancas, el feminismo blanco
generalizó a la mujer blanca y la llamó «mujeD> sin la calificación racial. Aunque
histórica y contemporáneamente las mujeres blancas burguesas han sabido muy
bien cómo orientarse en una organización de la vida que las ha marcado para un
trato muy diferente del de las mujeres no blancas o de clase trabajadora.-^ La lucha
de las feministas blancas se orientó contra las posiciones, roles, estereotipos, ras-
gos y deseos impuestos a la subordinación de las mujeres blancas burguesas. No
se contemplaba ningún otro género de opresión. Comprendían a las mujeres como
dotadas de un cuerpo blanco pero no llevaban esa cualificación racial a una articu-
lación o a una conciencia clara. Es decir, no se comprendían a sí mismas en
términos interseccionales, en una intersección de raza, de género y de otras seña-
les fuertes de sujeción o de dominación. Y porque no percibían esas profundas
diferencias, no veían la necesidad de crear coaliciones. Suponían una hermandad,
un vínculo que venía dado con la sujeción del género.
      Históricamente, la caracterización de la mujer blanca europea como frágil
y sexualmente pasiva las oponía a las mujeres no blancas, colonizadas, inclui-
das las esclavas, que se veían caracterizadas por una gama de agresividad se-
xual y de perversión, y como lo bastante fuertes para realizar cualquier clase de
trabajo. La siguiente descripción de las mujeres esclavas y del trabajo esclavo
en el Sur de los Estados Unidos deja claro que las hembras africanas esclavas
no eran consideradas frágiles o débiles:

      Primero llegaron, llevadas por un viejo cochero que manejaba un látigo, cuarenta
      de las mujeres más grandes y más fuertes que haya visto nunca; iban todas con un
      simple vestido de uniforme de un tejido de cuadros azules, con las faldas algo por
      debajo de la rodilla; sus piernas y sus pies iban desnudos; caminaban de forma
      altanera, llevando una azada al hombro cada una y caminando con movimiento
      libre y poderoso, como cazadores en marcha. Detrás venía la caballería, treinta
      unidades fuertes, en su mayoría hombres pero con algunas mujeres, dos de las
      cuales cabalgaban a horcajadas sobre muías de labranza. Cerraba la marcha un
      capataz vigilante, blanco y flaco sobre un potro vigoroso [...].
            Hacía falta que la mano de obra estuviera en los campos de algodón tan
      pronto como hubiera luz por la mañana y, con la excepción de diez o quince
      minutos, que se les daba a mediodía para comer su ración de tocino frío, no se les
      permitía estar un momento ociosos hasta que se hacía demasiado oscuro para ver
      y, cuando había luna llena, a veces trabajaban hasta la media noche [Takaki, 111].

     Patricia Hill Collins proporciona un claro sentido de la visión dominante
de las mujeres negras como sexualmente agresivas y la génesis de ese estereoti-
po en la esclavitud:

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María    turones

        La imagen de Jezabel se originó bajo la esclavitud cuando las mujeres negras eran
        descritas como, para usar las palabras de Jewelle Gómez, «nodrizas sexualmente
        agresivas» [Clarke et al., 1983, 99]. La función de Jezabel consistía en relegar a
        todas las mujeres negras a la categoría de mujeres sexualmente agresivas, propor-
        cionando de esa forma un fundamento poderoso para las extendidas agresiones
        sexuales de los hombres blancos, ampliamente contadas por las esclavas negras
        tDavis 1981; D. White 1985]. Jezabel servía aún para otra función. El poder atri-
        buir un apetito sexual desmesurado a las esclavas negras, permitía contar con
        incrementos en la fertilidad. Al suprimir la crianza que las mujeres afroamericanas
        podían dar a sus propios hijos, que reforzaría los lazos de la familia negra, y al
        obligar a las mujeres a trabajar en el campo, a servir de nodrizas para los niños
        blancos y a criar emocionalmente a sus propietarios blancos, los negreros unían
        eficazmente las imágenes de Jezabel y de «mammy» a la explotación económica
        inherente a la institución de la esclavitud [Hill Collins, 82].

     Pero no eran sólo las esclavas negras a las que las situaban fuera del
ámbito de la femineidad blanca burguesa. En imperial Leather, Anne McCIin-
tock (1995) cuando nos habla de la descripción de Colón de la tierra como un
pecho femenino, evoca la «larga tradición del viaje masculino como una erótica
de la violación (22)».

        Durante siglos, los continentes indeterminados —África, las Américas, Asia— fi-
        guraban en el saber popular europeo como erotizados libidinosamente. Los relatos
        de viajeros abundaban en visiones de la monstruosa sexualidad de tierras lejanas
        donde, como decía la leyenda, los hombres ostentaban penes gigantescos y las
        mujeres copulaban con monos, los pechos de hombres afeminados daban leche y
        las mujeres militarizadas se cortaban los suyos [22].
             Dentro de esta tradición pomo-tropical, las mujeres figuraban como el para-
        digina de la aberración y de los excesos sexuales. El folklore las veía, más aún
        que a los hombres, como dadas a un deleite sexual lascivo tan promiscuo que
        bordeaba lo bestial [22].

      McClintock describe la escena colonial que figura en un grabado (alrede-
dor de 1575) en la que Jan van der Straet «retrata el "descubrimiento" de Amé-
rica como un encuentro erótico entre un hombre y una mujeD> (25):

        Despertada de su languidez sensual por el épico recién llegado, la mujer indígena
        extiende una mano acogedora insinuando sexo y sumisión... Vespucci, el divino
        visitante, se ve destinado a inseminaria con sus semillas masculinas de civiliza-
        ción, a fructificar la naturaleza salvaje y a apaciguar las desenfrenadas escenas de
        canibalismo que se desarrollan en el fondo... Los caníbales re.sultan ser hembras y
        están asando en una estaca una pierna humana [26].

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     En el siglo XIX, McClintcxk nos dice que «la pureza sexual emergió como
una metáfora de control para el poder racial, económico y político» (47). Con el
desarrollo de la teoría evolucionista «se buscaron criterios anatómicos para de-
terminar la posición relativa de las razas en la serie humana» (50):

        Se colocó al varón inglés de clase media en la cúspide de la jerarquía evolucionis-
        ta. Seguían las mujeres inglesas blancas de clase media. A las trabajadoras domés-
        ticas, las mujeres mineras y las prostitutas de la clase trabajadora se las situó en el
        umbral entre las razas blanca y negra [56].

        Yen Le Espíritu (1997) nos dice que:

        [...] en la articulación del racismo figuran con fuerza las representaciones de géne-
        ro y sexualidad. Las normas de género en los Estados Unidos están basadas en las
        experiencias de los hombres y mujeres de clase inedia de origen europeo. Estas
        normas de género construidas eurocéntricamente forman un telón de fondo de
        expectativas para los hombres y mujeres de color ainericanos —expectativas que
        el racismo con frecuencia impide que se logren. En general los hombres de color
        son vistos no como protectores sino más bien como agresores —una amenaza
        para las mujeres blancas. Y las inujeres de color son vistas como hiper-sexualiza-
        das y por ello no dignas de la protección social y sexual concedida a las mujeres
        blancas de clase media. Para los hombres y mujeres asiático-americanos, su exclu-
        sión de las nociones culturales de lo inasculino y lo femenino de base blanca, ha
        adoptado formas aparentemente contradictorias: los hombres asiáticos han sido
        clasificados a la vez como hiper-masculinos [el «peligro amarillo»] y afeminados
        [la «minoría modelo»]; y las mujeres asiáticas han sido interpretadas a la vez
        como supeifemeninas [la «muñeca china»] y castrantes [la «mujer dragón»] [Espí-
        ritu, 135].

      Las mujeres de color en los Estados Unidos han respondido a eso ignoran-
do las concepciones opuestas de las mujeres blancas y no-blancas, inscritas
históricamente en la organización económica, social y política de la sociedad.
Esa respuesta ha sido compleja. Aquí yo quiero centrarme en dos desenmascíi-
ramientos de los feminismos blancos burgueses como confabulados con la
opresión de las mujeres de color y como servidores de la hegemonía occidental.
Es impelíante hacer notar que cuando el colonialismo impuso pautas culturales
occidentales sobre los colonizados, volvió a trazar la subordinación de las muje-
res blancas burguesas, que habían sido una parte crucial de la cultura occidental.
La pasividad sexual y la pureza se vieron enfatizadas en el modelo Victoriano
de la «verdadera femineidad».
      En el primer desenmascaramiento es crucial el concepto de interseccionali-
dad. En mi discusión de la interseccionalidad, me centraré sobre todo en el
trabajo de Kimberié Crenshaw. El primer desenmascaramiento está aún dentro

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María Luyoiiex

de la lógica de la opresión porque raza y género son tratados cnticamente como
categorías de opresión.
      Defenderé la necesidad de pasar a un segundo desenmascaramiento, el
paso es de la lógica de la interseccionalidad a la lógica de la fusión, de la trama,
de la emulsión. Esta lógica defiende la inseparabilidad lógica de raza, clase,
sexualidad y género. Mientras la lógica de la interconexión deja intacta la lógica
de las categorías, la lógica de la fusión la destruye. Me centraré en el trabajo de
Audre Lorde y en mi trabajo al desarrollar el segundo desenmascaramiento. La
fusión o la emulsión nos capacita para pasamos por completo a la resistencia.

Primer desenmascaramiento: la interseccionalidad

Las feministas blancas burguesas, al ignorar la relación entre su formación de
género y la formación de género de las mujeres no blancas, entendían la lógica
de «mujeD> categorialmente: hay sólo dos géneros, y «mujeD> tiene un significa-
do unívoco. Como hemos visto más arriba, las mujeres blancas burguesas en-
tendían las particularidades de la opresión de las mujeres blancas burguesas
como inscritas en el propio significado de la categoría «mujer».
      La introducción de la lógica de la interseccionalidad ha sido crucial para
una comprensión de la situación de las mujeres de color en los Estados Unidos.
La noción de que las opresiones se cruzan o interconectan está presente en el
trabajo de muchas mujeres de color feministas estadounidenses. Comprender
que las opresiones se cruzan es comprender que existe una relación entre las
situaciones sociales de las mujeres blancas y las situaciones de las mujeres de
color. Elsa Barkley Brown advierte que:

      Necesitamos reconocer no sólo las ditierencias sino también la naturaleza reJacio-
      nal de esas diferencias. Las vidas de las mujeres blancas de clase media no son
      muy diferentes de las vidas de las mujeres de clase trabajadora blancas, negras y
      latinas, y es importante reconocer que esas mujeres de clase media viven las vidas
      que viven precisamente porque las mujeres de clase trabajadora viven las vi-
      das que viven. Las mujeres blancas y las de color no sólo viven diferentes vidas
      sino que las mujeres blancas viven las vidas que viven en gran parte porque las
      mujeres de color viven las vidas que viven [Barkley Brown, 86].

      Y Yen Le Espíritu nos dice que:

      Reconocer las interconexiones de raza, género y clase es también reconocer que
      las condiciones de nuestras vidas están conectadas y conformadas por las condi-
      ciones de vida de otros. De esta forma, los hombres son privilegiados precisamen-
      te porque las mujeres no lo son; y los blancos tienen ventajas precisamente porque

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      las mujeres no las tienen; y los blancos tienen ventajas precisamente porque la
      gente de color está en desventaja. En otras palabras, tanto la gente de color como
      los blancos viven vidas estructuradas racialmente; las vidas tanto de mujeres
      como de hombres están conformadas por su género; y las vidas de todos nosotros
      están influenciadas por los dictados de la economía patriarcal de la sociedad esta-
      dounidense. Pero las intersecciones entre esas categorías de opresión significan
      que existen también jerarquías entre las mujeres, entre los hombres, y que algunas
      mujeres ostentan un poder cultural y económico sobre ciertos grupos de hombres
      [Espirita, 140].

      De esta forma, comprender la intersección de las opresiones de género,
clase, sexo y raza nos capacita para reconocer las relaciones de poder entre las
mujeres blancas y las de color. Pero también nos capacita para ver efectivamen-
te a las mujeres de color bajo la opresión allí donde la comprensión categoría!
de «mujer», tanto en el feminismo blanco como en el patriarcado dominante,
oculta su opresión. Ésta es la contribución crucial de Kimberlé Crenshaw.
      Crenshaw deja claro que la interseccionalidad es para ella un «concepto
provisional» que compromete «el supuesto dominante de que raza y género son
categorías esencialmente separadas» (378).

      Al localizar las categorías en sus intersecciones, espero sugerir una metodología
      que en último término romperá las tendencias a ver raza y género como exclusivas
      o separables. Mientras que las intersecciones primarias que exploro aquí están
      entre raza y género, el concepto puede y debe extenderse para ser aplicado a
      cuestiones tales como clase, orientación sexual, edad y color.

      Crenshaw sitúa la violencia contra las mujeres de color en la ley. Desvela
esa violencia por medio de la intersección entre raza y género. Si el verdadero
significado de «mujer» excluye a las mujeres de color, entonces la «violencia
contra las mujeres» deberá entenderse únicamente en los términos que afectan a
las mujeres blancas burguesas. Si, para agravar el problema, el racismo se en-
tiende primariamente «en términos de desigualdad entre hombres» (Crenshaw,
372), no se pueden considerar ni la violencia intrarracial ni la interracial contra
las mujeres de color.

      Aunque elracismoy el sexismo se cruzan fácilmente en las vidas de las personas
      reales, rara vez lo hacen en prácticas feministas y antirracistas. De esta forma,
      cuando la costumbre habla de una identidad como «mujeD> o «persona de color»
      como una proposición disyuntiva, relegan la identidad de las mujeres de color a una
      posición que se resiste a ser dicha [357].

     Crenshaw entiende la raza y el género como categorías de opresión en los
propios términos lógicos implicados en la corriente hegemónica: como lógica-

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Mitríii Liifi/mcs

mente separadas una de otra. Enfatiza la distinción entre interseccionalidad y
antiesencialismo. Las categonas son reales aun cuando se puedan criticar como
esencialistas. El racismo y el sexismo existen. Crenshaw afirma que las catego-
rías son significativas y tienen consecuencias:

       Reconocer las categorías de sumisión no nos lleva demasiado lejos, porque el
       problema es específicamente político. La solución no implica simplemente abogar
       por la multiplicidad de identidades o desafiar el esencialismo en general. Todo
       discurso sobre la identidad tiene que reconocer cómo nuestras identidades se cons-
       truyen a través de la intersección de dimensiones múltiples.

     Ninguna crítica conceptual del esencialismo caracten'stico del pensamien-
to categorial borrará la necesidad de reconocer que las categorías son reales.
Las categorías y el pensamiento categorial son instrumentos de opresión. La
opresión no puede borrarse conceptualmente. No es un error presuponer las ca-
tegonas de opresión en una interseccionalidad comprensiva. En realidad, es ne-
cesario. Porque el fenómeno que estamos explicando consiste precisamente en
la ignorancia de la multiplicidad a través de lo categorial en vista de que no
puede acreditar a los que viven en la intersección de más de una categoría de
opresión. Marx, en la teoría de la plusvalía, presupone una escisión entre la
persona y su trabajo (de él o de ella). Esta escisión es fundamental para la
lógica de la alienación. Pero lo es no porque crea que la escisión sea verdadera.
Lo es más bien porque piensa que es un presupuesto fundamental del capitalis-
mo y porque el poder capitalista convierte en real esa escisión. De forma pare-
cida, presuponer que las categorías de opresión son separables es aceptar los
presupuestos fundamentales tanto del racismo como de la opresión de género.
Pero la aceptación se hace con el propósito de reconocer la separación.

Segundo desenmascaraitiiento: la fusión

       Nombrar las categorías de opresión e identificar sus interconexiones es también
       explorar, forjar y fortificar las alianzas trans-genéricas, trans-raciales y trans-clasis-
       tas [Espíritu, 141].
             La interseccionalidad proporciona una base para reconceptualizar la raza
       como una coalición entre mujeres y hombres de color [Crenshaw, 377].

     Crenshaw, interesada en el derecho y en la situación legal de las mujeres
de color bajo la violencia, subraya la interseccionalidad para mostrar cómo las
mujeres de color no son vistas, precisamente porque no se ven las categorías
que se caizan. Una vez que se ve la intersección, se ve la violencia. Se trata de
un movimiento radical.

*'                                                                                  RIFP/25(2005)
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      Pero ver la violencia mientras se está atrapada en su lógica no le estimula
a una a ponerle resistencia. En realidad, según la propia situación, la percepción
de la violencia le puede mover a una a promoverla o a resistirla. Resistirlas
forma parte de nuestra situación como mujeres que experimentan esas violen-
cias. La opresión no agota la comprensión de nuestra situación. A la violencia
se le hace frente con algún grado de oposición. La razón de que comprendamos
la lógica de laresistenciaes porque hemos resistido a la violencia en la intersec-
ción de múltiples opresiones.
      Aquí quiero moverme con cautela porque la lógica de la situación es com-
pleja. Estamos en un dilema lógico de «ahora sí, ahora no». Se trata de un
juego lógico del escondite. La lógica de la dominación impone una concepción
categorial de lo que de hecho es una fusión o una red de opresiones. El lugar de
la opresión puede comprenderse como un solapamiento de opresiones que se
cruzan o se entrelazan y que se entretejen o se fusionan. Género y raza, por
ejemplo, no se cruzan como categorías de opresión separadas y separables. Más
bien, la opresión de género y la de raza afectan a la gente sin ninguna posibili-
dad de separación. Esa es la razón de que haya más de dos géneros. Hay una
multiplicidad de géneros. No es que la femineidad y la masculinidad sean dos
conjuntos de características que constituyan al «hombre» y a la «mujeD>. Antes
bien, las hembras caracterizadas racialmente como no-blancas no son del mis-
mo género que las hembras blancas. Ésta es ya una importante consecuencia
vista por las mujeres de color feministas, en particular por las historiadoras.
      Pero esto no sucede como si las categorías de género y de raza dicotomi-
zadas no tuvieran un grado de realidad. De hecho, el orden social está organiza-
do ideológicamente de forma categorial. Ésta es la razón, por ejemplo, de que
las violencias causadas a mujeres no blancas no se puedan ver como una cues-
tión de derecho. Observar el solapamiento o la intersección de opresiones es en
consecuencia un importante paso en la resistencia contra la lógica de la opre-
sión, que no reconoce las violencias causadas en el lugar de la intersección.
Pero es también una posible trampa. Crenshaw deja claro el carácter provisional
de la interseccionalidad. Pero cuando pasa a afirmar que la mujer de color es
una identidad interseccional o, con Espíritu, cuando ve la interseccionalidad
como un movimiento hacia la alianza o la coalición, hay que tomar con cautela
esas afiiTnaciones.
      Decir que las opresiones se solapan es decir que ninguna opresión moldea
o reduce a una persona que no esté tocada por o separada de otras opresiones
que la moldean o la reducen. Las opresiones se solapan cuando los mecanismos
sociales de opresión fragmentan al oprimido, tanto a los individuos como a las
colectividades. La fragmentación social, en sus asentamientos individuales
y colectivos, es el cumplimiento del solapamiento de opresiones. Este solapa-
miento es posible sólo si las opresiones se entienden como separables, discretas.
El solapamiento o intersección de opresiones es un mecanismo de control, de

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María Luf;
Multiculturalismo radical y feminismos de mujeres..

Desplazamiento resistente desde el eurocentrismo
al multiculturalismo radical

Resistir en el lugar de las opresiones solapadas/fundidas crea comprensiones resis-
tentes de la iiealidad y de la propia situación en ella. Estas comprensiones resisten-
tes tienen significado cultural en la música, el arte, la teoría. Laresistenciaestá en
parte constituida por diferentes conocimientos. El monoculturalismo y el monolin-
güismo expresan el eurocentrismo que ha acompañado la historia del colonialismo
occidental. El poder colonial ha intentado apropiarse de todos los conocimientos
que encontraba o borrados. El discurso eurocéntrico ha proyectado «una trayecto-
ria histórica lineal que va desde Oriente Medio y Mesopotamia hasta la Grecia
clásica (construida como "pura", "occidental" y "democrática") y hasta la Roma
Imperial y después las capitales metropolitanas de Europa y de los Estados Uni-
dos» (Shoat y Stam, 297). Esa línea histórica borró no sólo las culturas, conoci-
mientos, recuerdos y costumbres de los que estaban fuera de ella Borró también
los conocimientos producidas en la resistencia a su imposición por medio de la
conquista, la colonización y la esclavitud. Estos conocimientos, culturas e historias
resistentes han hecho frente al conocimiento eurocéntrico, incluida la comprensión
eurocéntrica de los colonizados. Ha resistido a la opresión colonial, incluida la
racialización del trabajo, el género y la sexualidad. Esto debería quedar claro a
partir de los razonamientos que el conocimiento occidental impuso sobre los colo-
nizados, tanto los que entendían a los colonizados en términos categoriales como
sobre los conocimientos de las feministas blancas burguesas que defendían esas
categorías. De esta forma lo que vemos representado es un doble borrado pero
también una dobleresistenciaejercida sobre el poder.
       Ya podemos comenzar a ver la génesis común del multiculturalismo radi-
cal y del feminismo de las mujeres de color. En este momento tendría que
quedar claro que los conocimientos que las mujeres de color crean, están entre
los conocimientos constitutivos de la posición multiculturatista. Llamo «radical»
al multiculturalismo que aquí presento en contraste con las versiones del multi-
culturalismo que han servido de máscaras para el monoculturalismo eurocéntri-
co.'' Esto disfraza por completo el borrado y la colonización de la memoria de
pueblos oprimidos equiparando la educación multicultural con el estudio de cul-
turas, ignorando cualquier relación de poder entre ellas y desestimando como
sesgado y «político» cualquier estudio de las culturas de resistencia. El mono-
culturalismo se disfraza también a sí mismo como «multiculturalismo ornamen-
tal». De forma característica y en total coherencia con el monoculturalismo, el
multiculturalismo ornamental reduce todas las culturas no occidentales a orna-
mentos para disfrute turístico.
      El multiculturalismo radical se enfrentó a una significativa oposición, con-
tención, burla y exclusión del conocimiento «legítimo», por parte de la derecha
intelectual en los Estados Unidos durante las «guerras de culturas». El multicultu-

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María Lufioiiex

ralismo como movimiento intelectual enfatizaba la articulación de conocimiento y
poder que centraba los conocimientos de base europea en una historia cultural que
marginalizaba, descartaba, borraba y colonizaba todos los conocimientos no occi-
dentales y resistentes, y construía concepciones particulares sobre quién podía ser
sujeto de conocimiento. El multiculturalismo se encontró durante las «guerras de
culturas» en los Estados Unidos conreafirmacionesde eurocentrismo, justificado
como necesario para evitar la balcanización que se pretendía seguiría al multicul-
turalismo. Mientras, E.D. Hirsch afirmaba, en Cultural Literacy: What Every
American Needs to Know, que la multiplicidad de culturas «está amenazando con
desgarrar nuestra estructura social» en cuanto América se está convirtiendo en una
«torre de Babel», Alian Bloom reafirmaba la preeminencia de la civilización occi-
dental en The Closing ofthe American Mincl (R. Takaki, 93, p. 3).
      Ella Sohat y Robert Stram han proporcionado la que yo considero que es la
mejor descripción teórica del multiculturalismo radical. Desafiando la división
margen/centro, llaman a esta forma de multiculturalismo radical «policéntrico».
En sus palabras, el multiculturalismo policéntrico «ve toda historia cultural en
relación con el poder social.» Y porque ofrece resistencia tanto al eurocentrismo
como a las opresiones múltiples, reconoce que no es posible una igualdad de
puntos de vista. Más bien, «sus afiliaciones están claramente de parte de los sub-
representados, ios marginalizados y los oprimidos.» «Piensa e imagina desde los
márgenes», considerando a los oprimidos resistentes «como participantes activos,
generadores, en el núcleo mismo de una historia conflictiva compartida.» De esta
forma les garantiza una ventaja epistemológica cuando los oprimidos resistentes
comprenden tanto la hegemonía eurocéntrica como la resistencia a ella. Los resis-
tentes marginalizados «son familiares tanto con el centro como con los márge-
nes», y de esa forma están situados idealmente para «deconstruÍD> los discursos
dominantes o escasamente nacionales. Y porque rechaza un «concepto unificado,
fijo y esencialista de las identidades (o comunidades) como conjuntos consolida-
dos de prácticas, significados y experiencias» y ve las identidades como múltiples,
inestables y situadas históricamente, productos de la diferenciación en curso y de
identificaciones y pluralizaciones polimorfas, el multiculturalismo policéntrico va
más allá de las estrechas definiciones de la política de la identidad. Abre el cami-
no para una afiliación informada sobre la base de deseos e identificaciones socia-
les compartidos, afiliaciones que han de ser construidas. En la información de esas
afiliaciones, «el multiculturalismo policéntrico es recíproco, dialógico. Ve todos
los actos de intercambio verbal o cultural comorealizándoseno entre individuos o
culturas esenciales, separados y obligados, sino más bien entre individuos y comu-
nidades permeables mutuamente y en cambio» (Shohat y Stam, 300-301).
      El informe de Stam y Shohat presenta la posición del multiculturalismo
radical como una intervención sobre el eurocentrismo. Si pensamos el binario
Yo/Otro como subyacente tanto a la comprensión de la historia progresiva y
unilineal como al ocultamiento de las relaciones de poder que Shohat y Stam

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Multiculturalisino radical y feminismos de mujeres..

ven como característico de los discursos eurocéntricos, entonces el multicultura-
lismo policéntrico equivale a un desafío al eurocentrismo. El contraste sugiere
que en el multiculturalismo policéntrico Shohat y Stam han articulado una prác-
tica política epistemológica para desplazar el binario Yo/Otro constitutivo del
discurso eurocéntrico. Al ejercitar esa práctica uno percibe, escucha y relata de
forma diferente. Las diferencias en la percepción, la escucha y el relato, organi-
zan la experiencia como resistencia al orden impuesto por una epistemología
eurocentrista. (Lugones, «Long and Wide Selves», próximamente)

Historias interrelacionadas, lenguas múltiples, interdependencia
de las diferencias mutuas no dominantes

Resulta interesante que los intelectuales conservadores acusen a los multicultu-
ralistas de provocar una balcanización que convertina a los Estados Unidos en
una torre de Babel. Quiero abordar la cuestión de una torre de Babel porque
pienso que eso está en el núcleo del problema. Los monoculturales Estados
Unidos han marginado los conocimientos resistentes y al hacerlo así han sepa-
rado cognitivamente a los que necesitan comprender la resistencia de unos y
otros hacia la formación dialógica, de las «afiliaciones polimorfas» que Shohat
y Stam incluyen como constitutivas del multiculturalismo policéntrico. Es en la
interdependencia de las diferencias no dominantes donde se pueden construir
esas afiliaciones y esas profundas coaliciones. La institucionalización del mono-
culturalismo nos ha obligado a comunicamos unos con otros en la modalidad
cognitiva dominante y no precisamente en la lengua dominante.
      Los Estados Unidos se convirtieron a sí mismos en una torre de Babel
precisamente por medio de una política de monolingüismo y monoculturalismo.
Esta política relegó todos los lenguajes, excepto el inglés, y todos los modos de
conocimiento no eurocéntricos al ámbito de lo privado. Ilegalizó el uso público
de lenguajes que no fueran el inglés por medio de las leyes del «English only»
en diecisiete estados. También revalorizó e institucionalizó actitudes cognitivas
que dejan'an al sujeto cognoscente paralizado frente a una multiplicidad de co-
nocimientos, lenguajes, culturas y modos de vida, exigiendo una comprensión
de la realidad monolingüística, monológica y monocultural. Por medio de una
revalorización de la certeza, de la simplicidad y de esa forma de llegar a acuer-
dos por medio de un compromiso, como actitudes fundamentales en la percep-
ción y la vez relegando todos los demás conocimientos a los ámbitos de la
ilegalidad o de lo privado, fragmentó la sociedad. Los conocimientos resistentes
se hicieron inaccesibles unos a otros a no ser por medio de estrategias de resis-
tencia. El diálogo se convirtió en monólogo.
      Las actitudes cognitivas en realidad mataron en la gente el «apasionado
deseo de aceptar y comprender el lenguaje de nuestros vecinos» que Glissant

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María Lunonex

sitúa en el centro del multilingüismo. Las actitudes cognitivas exigen lo que
Humberto Maturana considera necesario para la formación de una torre de Ba-
bel: matar en la gente el deseo de comunicarse. (Maturana, La Democracia es
una obra de Arte.) De esta forma, no es el multiculturalismo lo que produce
una torre de Babel, sino el monoculturalismo institucionalizado en todas sus
poderosas dimensiones.
      El apasionado deseo de comunicarse a través de las diferencias no domi-
nantes «que establece una relación transcultural, de una forma igualitaria y sin
precedentes entre historias que conocemos como interrelacionadas», se ve esti-
mulado por actitudes cognitivas que revalorizan la comprensión abierta, la com-
plejidad y la incertidumbre. (Lugones/Price, 123-126) Esta postura multicultura-
lista nos prepara para salvar las barreras entre los conocimientos marginales
resistentes. Las condiciones cognitivas son una de las condiciones para coalicio-
nes entre resistentes marginales.
      Como mujeres de color necesitamos enfatizar posiciones del sujeto inter-
seccionales y la sobreimposición tanto de opresiones solapadas como entremez-
cladas, mientras trabajamos por la formación de puentes que transformen círcu-
los resistentes menos complejos en afiliaciones polimorfas. Esta tarea nos impo-
ne salvar las barreras comunicativas y cognitivas levantadas para mantenemos
apartados unos de otros por medio de la institucionalización de la dominación
cultural. Hemos visto por qué en la lógica de la fusión hay un impulso hacia la
coalición. Cuando vivimos como fusiones que resisten a opresiones múltiples,
podemos apreciar las formas en las que otros han concebido, han dado forma
cultural, han teorizado, expresado, e incorporado su resistencia a opresiones
múltiples. Esta apreciación contribuye a y se ve profundizada por una compren-
sión multiculturalista. Hemos hablado de «Mujeres de CO1OD> como de una
identidad de coalición que se sitúa contra los monologismos, no como de un
distintivo racial. Como identidad de coalición busca identificaciones que sean
múltiples, inestables, situadas históricamente, a través de diálogos complejos
desde dentro de la interdependencia de las diferencias no dominantes.

                                             NOTAS

      1. Hay una buena cantidad de investigación que nos capacita para hacer esta afirmación.
Ver sobre todo Aníbal Quijano (1995, 1997), Walter Mignolo (1995 y 2000), Paula Gunn Alien
(1986), Aihwa Ong (1988). Todos ellos han contribuido a hacer esa afirmación.
      2. La interpretación de Elisabeth Spelman de la distinción de Aristóteles entre hombres y
mujeres libres en la polis griega y hombres y tnujeres esclavos parece indicar esa afirmación. Es
importante hacer notar que reducir las mujeres a la naturaleza o a lo natural significa contabular-
.se con esa reducción racista de las mujeres colonizadas. Mds de un pensador latinoamericano que
censura el eurocentrismo relega a las mujeres a lo sexual y lo reproductivo.
      3. La profunda distinción entre mujeres blancas trabajadoras y mujeres no blancas puede

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Multicultiiralismo radical y feminismos de mujeres...

vislumbrarse por los muy diferentes lugares que ocupaban en las series evolutivas a las que .se
refiere McClintock. Ver p. 4 [det original].
     4. Anzaldúa está refiriéndose, por supuesto, a la tradición Náhuatl que recoge en un ejerci-
cio de resistencia de los recuerdos de su propia tradición cultural. Esta alusión es una de las que
la colonización de la memoria ha borrado.
     5. E.D. Hirsch se encontraba entre los críticos culturales que acusaban a los multiculturalis-
tas radicales de balcanizar América. Enfatizaba la necesidad de una univocidad cultural. Afirma-
ba que «Si tuviéramos que elegir entre lo uno y lo mucho, la mayor parte de los americanos
escogerían el principio de unidad, ya que no podemos funcionar como nación sin él.» (p. xiii).

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María Lugones es profesora en el programa de Postgrado Filosofía, interpretación y
Cultura en el Departamento de Literatura Comparada y asimismo es Directora del
Programa ele los Estudios Latinoamericanos y Caribeños en la Universidad de Bing-
haniton. Ha publicado «Pilgriniages/Peregrinajes: Theorizing Coalition Against Múlti-
ple Oppressions», Rowman and Littieftel, 2003.

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