EL RÍO CONGO Peter Forbath

Página creada Patricia Sagardoytho
 
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Peter Forbath

            EL RÍO CONGO
DESCUBRIMIENTO, EXPLORACIÓN Y EXPLOTACIÓN
        DEL RÍO MÁS DRAMÁTICO DE LA TIERRA

                      Capítulo trece.
                   Los oráculos sagrados
                               (fragmento)

Livingstone no aceptó de inmediato la propuesta de
Murchinson de emprender una expedición al Congo para
solucionar la controversia del Nilo. No se trataba de que le
faltaran deseos de regresar a África. Nunca albergó dudas
al respecto. Había pasado más de 25 años en el continente
africano, casi toda la vida adulta. Más que Inglaterra o Esco-
cia, para él África era la patria. A los 52 años seguía siendo
bastante juvenil y tenía una gran energía intelectual. Aun-
que la salud se había visto muy comprometida durante la
última expedición, luego del descanso en Gran Bretaña
parecía haberse restablecido por completo. Como la espo-
sa había fallecido y los hijos eran mayores, no tenía debe-
res familiares que lo ataran. Lo que hacía vacilar a
Livingstone era el objetivo puramente geográfico del pro-
yecto.
   Hacía mucho tiempo que Livingstone había roto los vín-
culos que lo ataban a la Sociedad Misionera de Londres. Se
había apartado tanto de la vocación original de médico

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misionero que ya para entonces sólo era posible ver en él a
un explorador. Sin embargo, ésa no era la opinión que
Livingstone tenía de sí. Aunque ya no era un misionero clá-
sico, tampoco pensaba que los descubrimientos geográfi-
cos en sí mismos fueran una razón de tanto peso como
para encabezar una expedición al corazón de África. Debía
haber una razón mayor y más noble. En todos los viajes
anteriores había logrado encontrar una. En los primeros
años había justificado el deambular incesante con la bús-
queda de terrenos nuevos y más promisorios para la labor
misionera. Más adelante, cuando ya ni siquiera era miem-
bro nominal de la Sociedad Misionera de Londres, insistió
en que las exploraciones tenían que ver menos con el des-
cubrimiento y confección de mapas de los ríos Zambezi o
Shire que con operaciones pioneras grandiosas destinadas
a convertir aquellos ríos en las avenidas por las que misio-
neros y comerciantes pudieran llevar la influencia civiliza-
dora del cristianismo y el comercio a los aborígenes africa-
nos de aquellos parajes.
   Livingstone comprendió que no era posible recurrir a
razones semejantes para justificar una expedición en bus-
ca del nacimiento del Nilo. Una expedición de ese tipo es-
taría constantemente en movimiento. El rumbo estaría de-
terminado por consideraciones geográficas tales como la
ubicación de los lagos, el caudal de los ríos y la modalidad
seguida por la vertiente. Como esto podía conducirlo a las
regiones más remotas e inverosímiles, hubiera sido absur-
do afirmar que el objetivo perseguido consistía en la explo-
ración de terrenos promisorios donde establecer estacio-
nes misioneras o poblados comerciales. Había que buscar
otras justificaciones y, aunque le tomó un año, a la larga
Livingstone las encontró.
   La primera era el comercio de esclavos árabe. En la expe-
dición anterior, mientras remontaba el Shire rumbo al lago
Nyasa, había podido constatar y ser testigo presencial del

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caos espantoso que provocaba. Livingstone era consciente
de que a cualquier sitio adonde lo condujera la búsqueda del
nacimiento del Nilo, tendría que atravesar los cotos sangrien-
tos donde los negreros árabes cazaban a los esclavos. En aque-
llos tiempos Europa prestaba muy poca atención al comer-
cio de esclavos árabe, ante todo porque se sabía muy poco
al respecto. Por esa razón Livingstone podía decirse a sí mis-
mo que, al menos en parte, iba a emprender la tarea asigna-
da por Murchinson a fin de que los europeos supieran de
ese tráfico cruento y para instarles a adoptar el mismo tipo
de medidas empleadas para poner fin al comercio de escla-
vos en las costas de África occidental.
    Livingstone encontró otra razón para emprender la bús-
queda del nacimiento del Nilo, una justificación que infun-
dió al proyecto un significado mucho más elevado que la
abolición del comercio de esclavos árabe. Livingstone ha-
bía llegado a la convicción de que aquella fuente siempre
esquiva era algo sagrado. El propio Homero la llamaba “el
manantial de Egipto bajado de los cielos”. El descubrimien-
to era pues un empeño casi divino.
    No podemos determinar en qué momento las semillas
de esta creencia fantástica empezaron a arraigar en la men-
te de Livingstone, porque la reveló cuando había florecido
por completo y al cabo de varios años de búsqueda tras-
cendental. Sabemos que estaba familiarizado y fascinado
con los relatos de las fuentes misteriosas del Nilo dejados
por los geógrafos de la Antigüedad. En una parte de los
diarios transcribió un relato del origen del Nilo contado a
Herodoto por un escriba egipcio.
     Según aquella narración, el Nilo debía brotar de “fuen-
tes de profundidad insondable” situadas entre dos monta-
ñas. La mitad de aquellas aguas “corría hacia Egipto, rum-
bo al Viento del Norte y la otra mitad, hacia Etiopía y el
Viento del Sur”. También sabemos que, debido a su forma-
ción misionera, Livingstone leía la Biblia con avidez y esta-

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ba muy intrigado con un pasaje del Éxodo. Allí se cuenta
que Moisés, acompañado de Merr, la hija del faraón, re-
montó el Nilo hacia la Etiopía interior en busca de la ciu-
dad enigmática de Meroé y que llegó tan lejos que quizás
hubiera alcanzado el nacimiento del gran río. Como luego
escribiera, esto le permitió a Livingstone soñar con el posi-
ble descubrimiento de “evidencias del gran Moisés en aque-
llos lugares”. A todas luces las alusiones clásicas y bíblicas
se fusionaron en la mente de Livingstone y le dieron un
sentido místico a la misión de “confirmar los oráculos sa-
grados”. Esa misión fue tan convincente que llegó a
obnubilarlo acerca del verdadero logro de la expedición:
el descubrimiento del nacimiento y la cabecera del Congo.
     Livingstone partió de Inglaterra el 13 de agosto de 1865.
Luego de hacer escala en la India, llegó a Zanzíbar el 28 de
enero de 1866. Aquella seguía siendo la capital del comer-
cio de esclavos árabe. Entre 80 mil y l00 mil cautivos eran
conducidos allá cada año desde el interior de África. Dada
la intención expresa de Livingstone de luchar contra la tra-
ta, resulta bastante paradójico observar que la expedición
saliera de un puerto repleto de esclavos y que desde el ini-
cio mismo el éxito dependiera de la ayuda de los negreros
árabes.
      Por parte de Livingstone la paradoja no es difícil de
explicar. Sin lugar a dudas odiaba aquella isla y todo lo que
allí veía. En uno de los primeros asientos del diario usó el
retruécano “Stinkibar” o “Zanzíbar maloliente” y describió
las humillaciones a las que eran sometidos los africanos en
el mercado de esclavos: “Les examinan los dientes, les le-
vantan la ropa para examinar las extremidades inferiores, y
arrojan un palo para que el esclavo vaya a buscarlo y mues-
tre el andar. Algunos son arrastrados entre la muchedum-
bre, y el precio se vocifera sin cesar”. Livingstone no tenía
otra opción. Éste era el único sitio donde podía equipar la
expedición en forma adecuada. Como todas las empresas

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de la isla se ocupaban de los esclavos en forma directa o
indirecta, no pudo evadir las transacciones con los negreros.
Todas las rutas de caravanas que seguiría hasta el interior
del continente estaban dominadas por negreros árabes. Otro
tanto sucedía con los campamentos existentes tierra aden-
tro donde se vería obligado a reavituallarse, por lo que es-
taba obligado a mantener relaciones aceptables con éstos.
     Resulta mucho más dificil comprender las razones por
las cuales los árabes ayudaron a Livingstone. Estaban al tan-
to de lo que éste opinaba del comercio de esclavos y sa-
bían muy bien que uno de los objetivos principales que lo
llevaban a África era propiciar una campaña para ponerle
fin. No obstante, lo ayudaron. Equiparon la expedición con
artículos de primera clase que le vendieron a precios razo-
nables. Durante su estancia en la isla, el sultán de Zanzíbar
puso a disposición de Livingstone una vivienda hermosa.
También lo proveyó de un firman dirigido a los jeques del
interior en el que les daba instrucciones de brindarle cual-
quier ayuda que pudiera necesitar. Una vez que se hubo
adentrado en el continente, en reiteradas ocasiones los
negreros se desvivieron por brindarle ayuda y de hecho en
más de una ocasión le salvaron la vida. Podemos suponer
que en parte esa amabilidad hacia un enemigo se basaba en
el deseo de mantener buenas relaciones con los británicos.
En mayor medida tenía que ver con la personalidad de
Livingstone. Su valor inquebrantable, voluntad, paciencia
y amabilidad, esa cualidad innata que los árabes llaman
baraka, fue lo que los atrajo y les hizo sentir verdaderos
deseos de ayudarlo.
     Livingstone permaneció siete semanas en Zanzíbar or-
ganizando la caravana. Incluía a 22 personas procedentes
de la India, 13 cipayos del batallón de infantería naval de
Bombay y 9 jóvenes libertos de la escuela que el gobierno
británico había abierto en Nassick. Luego contrató a 13
personas más, incluidos l0 johannas enviados desde las

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Comores. Una vez desembarcado en la masa continental
africana, la dotación se ampliaría a 60 personas, luego de
contratar a algunos aborígenes. En el grupo inicial había
una serie de hombres que ya habían estado a su servicio.
Chuma, uno de los escolares de Nassick, era un esclavo
que Livingstone había manumitido mientras exploraba el
lago Nyasa. Susi era un joven de Zanzíbar que había trabaja-
do en la embarcación usada para remontar el río Shire.
Livingstone también reunió un grupo de animales de car-
ga. Livingstone era el único blanco del grupo.
     El grupo era muy pequeño. Para comprender cuán pe-
queño era, baste recordar que Burton y Speke, que estuvie-
ron muy lejos de viajar las grandes distancias que Livingstone
tenía en mente atravesar, nunca tuvieron una caravana de
menos de 130 hombres. Un grupo tan pequeño evidenciaba
las ideas de Livingstone acerca de la forma idónea de viajar
en África. Pensaba que avanzar en “grandes formaciones”
sólo estimulaba la avaricia y hostilidad de los aborígenes.
Asimismo daba lugar a que se exigieran mayores hongo o
sobornos y constituía una tentación al latrocinio. En tiem-
pos de Livingstone cuanto mayor fuera la caravana más lejos
podía llegar. En esa época las caravanas no sólo debían trans-
portar todos los equipos que la expedición pudiera necesi-
tar, sino también artículos suficientes con los que comprar
alimentos frescos y pagar el derecho de vía. Por esa razón
viajaban con fardos de tela, bolsas de cuentas y artículos
manufacturados. Para suplir la ausencia de un grupo bastan-
te grande que transportara todos los artículos que pudiera
necesitar, Livingstone previó que se estableciera en el inte-
rior un puesto de avanzada adonde debían enviárselas vitua-
llas adicionales. Para ello escogió Ujiji, poblado comercial
árabe situado en la ribera oriental del lago Tanganica, adon-
de esperaba llegar al cabo de un año.
   En marzo de 1866 el pequeño grupo desembarcó en las
costas de África oriental. Llegaron al poblado portuario de

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Mikindani, justo al norte de la desembocadura del río
Rovuma, en la actual Tanzania. Desde allí echaron a andar
hacia el interior. “Ahora que estoy a punto de iniciar otro
viaje a África me siento muy estimulado”, apuntaba en el
diario el 26 de marzo.

    Siento un gran placer animal al viajar por un país salvaje e
    inexplorado. Cuando se está en tierras situadas a unos cuan-
    tos cientos de metros de altura, el ejercicio enérgico da elas-
    ticidad a los músculos, sangre fresca y saludable circula por
    el cerebro, la mente trabaja bien, la vista es diáfana, el paso es
    firme y el esfuerzo del día siempre hace que el reposo noctur-
    no resulte muy placentero. Solemos vernos estimulados por
    las probabilidades de peligro a manos de hombres o bestias.
    Afloran las afinidades con nuestros compañeros humildes y
    esforzados debido a una comunidad de intereses, y tal vez de
    peligros, que nos amigan a todos.

Como hemos visto Livingstone estaba convencido de que
el Nilo brotaba mucho más al sur de donde lo habían bus-
cado todos sus predecesores. Pensaba avanzar desde
Mikindani con rumbo casi oeste. Luego seguiría el río
Rovuma una gran parte del tiempo hasta llegar al lago Nyasa.
Lo cruzaría y empezaría a avanzar hacia el norte desde el
extremo meridional del lago Tanganica. Esperaba que an-
tes de llegar encontraría un sistema de ríos y lagos que se-
ría la vertiente del Nilo. Allí encontraría un río que avanza-
ba hacia el norte, posiblemente hacia el interior del lago
Tanganica, y desde allí hacia el interior del lago Alberto.
De no ser así, seguiría por las riberas occidentales de esos
lagos. Una vez comprobado esto, procedería a una explo-
ración minuciosa de la vertiente hasta que pudiera aislar la
corriente particular que la alimentaba. Después encontra-
ría el sitio donde brotaba y así descubriría la fuente precisa
del Nilo.

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Casi de inmediato las relaciones empezaron a agriarse.
Muy pronto el tono exaltado del primer asiento desapare-
ció en forma trágica del diario de Livingstone. La zona que
atravesaban era saqueada con mucha más brutalidad por
los negreros árabes de lo que Livingstone había previsto.
En un momento dado apunta:

    Pasamos junto al cadáver de una mujer atada a un árbol por el
    cuello, la gente del país explicó que no había sido capaz de
    seguir a los demás esclavos del grupo y el amo había decidido
    que no sería propiedad de nadie más si se recuperaba luego
    de descansar un rato. Puedo añadir aquí que vimos a otras
    personas atadas de manera similar, y una yacía en el sendero
    herida de bala o apuñalada, porque estaba en un charco de
    sangre. Todo el tiempo nos explicaban que el árabe dueño de
    estas víctimas encolerizó al perder el dinero porque los escla-
    vos no podían caminar, y desahogó la ira asesinándoles.

Las dificultades verdaderas de Livingstone surgieron en la
propia caravana. Sólo diez días después de abandonar la
costa se percató de que los cipayos maltrataban a los ani-
males de carga. Los azotaban. Los aguijoneaban y
acuchillaban con tanta ferocidad que empezó a sospechar
que los cipayos estaban tratando de matar a las bestias y
sabotear la expedición. Para colmo de males se entrete-
nían de manera incorregible. Todo el tiempo buscaban
excusas para detenerse o quedarse atrás.

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