Quién privatiza a los políticos? 20111004elpepiopi_12/Tes

Página creada Adriàn Zaplana
 
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Quién privatiza a los políticos?
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Hay que buscar las razones de la degeneración intelectual de
parte de la clase política. Es un deber de la sociedad descubrir
las razones ocultas de las privatizaciones. ¿Cómo recuperaremos
lo que hemos perdido?
EMILIO LLEDÓ 04/10/2011

La defensa de lo público hace vivir la democracia. Hay, por supuesto,
opiniones en contra que parecen apoyarse en ese latiguillo de la
libertad individual para fomentar la riqueza; de la libertad de
emprender, de crear, que se oculta bajo la oscurecida palabra de
liberalismo. No se puede negar la importancia de los llamados
bienes de consumo que, al parecer, la economía y los economistas
administran. Pero el verdadero sustento de la sociedad, de la vida
colectiva tan importante como la vida de la naturaleza, es la
educación, la cultura, la ética. Ellas son las verdaderas generadoras
de riqueza ideal, moral y material.

La democracia, que nació como lucha hacia la igualdad por medio de
la reflexión sobre las palabras y por el establecimiento de unos
ideales de justicia y verdad, no puede rendirse a las privatizaciones
mentales de paradójicos libertadores. Sin embargo, apenas se insiste
en el hecho de que la crisis que padecemos es una crisis que tantos

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competentes expertos, siguiendo el principio de la libertad y la
competitividad, no han sabido evitar, ni tampoco las diversas
burbujas -sobre todo las propias burbujas mentales- que inflaban y
aireaban. Burbujas que, parece ser, les han permitido construir sin
que nadie les pida responsabilidades por sus liberadas y productivas
ganancias.

No es, sin embargo, una discusión sobre problemas económicos,
cuyos entresijos y burbujeos desconocemos, a lo que voy a referirme,
aunque haya siempre un principio de honradez y verdad en el que,
seguro, todos nos entenderíamos. Aludiré únicamente a una de esas
frases vacías que hincha las palabras de ciertas oligarquías. Desde
hace años, de nuevo en estos días, como manifestación del
menosprecio por la enseñanza pública y por sus profesores, se habla
de la libertad de los padres para elegir el centro en el que educar a
sus hijos. Esa defensa libertaria no tiene que ver con el deseo de que
se practique en la educación una verdadera libertad: la libertad de
entender, de pensar, de interpretar, de desfanatizar, de sentir.
Libertad que, por encima de todas las sectas, debería fomentar la
combatida Educación para la Ciudadanía y la identidad
democrática. Una libertad que enseñase algo más que la obsesión
por el dinero y por el solapado cultivo de la avaricia. A lo mejor, esa
educación les obligaba a dimitir a algunos personajes de la vida
pública, por vergüenza del engaño que arrastran y contaminan.
Mejor dicho: haría imposible que se dieran semejantes individuos.

Ese sermoneo se funda sobre todo en el fomento de la privatización
de la enseñanza que alimenta el dinero y la desigualdad. ¿Pueden
gozar de esa libertad todos los padres? ¿También los de los barrios
más modestos de las grandes ciudades? ¿Pueden ser libres para

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mandar a sus hijos a esos colegios privados? Centros que proliferan
por nuestro país y que apenas pueden compararse, a pesar de sus
supuestas y publicitadas excelencias, con cualquier colegio o
instituto público de Francia o Alemania. Por lo visto los padres
franceses o alemanes ni siquiera se han planteado esa posible
libertad que, lógicamente, no necesitan. En ese mismo derrotero
andan algunas universidades, que anuncian sus excelencias
pregonando que "los alumnos encontrarán las profesiones que les
permitirán colocarse rápidamente en la empresa". ¡Magnífico
ideario para fomentar la vida universitaria, la pasión por el saber, el
crear, el innovar! En el fondo, toda esa propaganda libertaria es
fruto de planteamientos políticos, de dominio ideológico, de
sustanciosos prejuicios clasistas, que con doble o triple moral
predican libertad, cuando lo que realmente les importa, aunque
quieran engañarse y engañarnos, es el dinero. Solo por medio de una
ideología de la decencia, de la justicia, de la lucha por la igualdad,
tan problemática siempre, puede alzarse el sistema educativo de
nuestro país, de todos los países. No puedo por menos de citar un
texto de Giner de los Ríos, entre muchos de los que podrían citarse
del olvidado precursor: "El dogmatismo, el dominio sectario sobre
los espíritus, el afán de proselitismo doctrinal, tantas otras formas
de opresión y de coacción muestran cómo esa tutela se corrompe, y
en vez de disponer gradualmente al hombre para su emancipación
procura disponerlo para perpetuar su servidumbre".

En este punto tendríamos que preguntarnos: ¿Quién privatiza a los
políticos? ¿Qué palabras huecas, convertidas en grumos pegajosos
aplastan los cerebros de los que van a administrar lo público, o sea lo
de todos, si la corrupción mental ha comenzado por deteriorar esas
neuronas que fluyen siempre hacia la ganancia privada? No se

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entiende bien cómo a esos destructores de la idea de lo público les
votan aquellos que perderían lo poco que tienen en manos de tales
personajes. A no ser que la mente de esos súbditos haya sido
manipulada y, en la miserable sordidez de la propia ignorancia,
esperen alguna migaja, algún botón del traje que viste el supuesto
partido político que les arrastra.

Habrá, como digo, que ir estudiando las razones que mueven el
comportamiento de esos padres de la patria que tienen el deber de
organizar, no para su provecho y el de sus amigoides o amigantes,
eso que se suele llamar, más o menos acertadamente, el bien común.
Un pueblo "maravillosamente dotado para la sabiduría", como decía
Machado, y al que hay que dar ejemplo para que no pierda el sentido
de la justicia, de la honradez. Es importante conocer en los
defensores de la libre empresa, en los apóstoles de la privatización,
qué empresa, ideología, fanatismo, les ha privatizado a ellos. Porque
se trata de evitar que la patología individual de esos sujetos se
convierta en patología, donde se hunde la vida colectiva.

Es un deber de la sociedad investigar y descubrir las razones ocultas
de las privatizaciones. Parece que la raíz de todas ellas, con
independencia de determinadas claves genéticas, brota también de
la educación, de los ideales que, al abrirnos al mundo del saber y la
cultura, hayan acertado a enseñarnos aquellos en cuyas manos está
alumbrar la inteligencia y la sensibilidad. Las opiniones que se
clavan en las neuronas y que determinan la forma de actuar sobre las
palabras y sobre aquello a que esas palabras nos empujan, proviene
de esos reflejos condicionados que, desde la infancia, han
aprisionado nuestra manera de ver e interpretar el mundo.

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Podemos intuir que la degeneración intelectual de buena parte de la
clase política, y de los llamados emprendedores -los que, por
ejemplo, emprendieron la destrucción de nuestras costas-, procede
de esos conglomerados ideológicos en los que se mezclan, con la
indecencia, alguno de los males a que se ha aludido. ¿Quién privatiza
a los políticos? ¿Quién nos devolverá, en el futuro, la vida pública,
los bienes públicos, que nos están robando?

Emilio Lledó es filósofo.

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