"UNA FRASE PROPIA": RELECTURAS DE LA EMANCIPACIÓN FEMINISTA EN VIRGINIA WOOLF

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“UNA FRASE PROPIA”: RELECTURAS DE LA EMANCIPACIÓN
                      FEMINISTA EN VIRGINIA WOOLF
                                                                                        Carmen J. Rivera Parra1

Resumo: La “habitación propia” y la “marginalidad” de las mujeres en el espacio público son ya
lugares comunes en el ámbito plural de las investigaciones feministas y los estudios de género. Sin
embargo, a pesar de la abundancia de trabajos que tienen como objeto los dos principales ensayos
de Virginia Woolf sobre la emancipación intelectual y económica de las mujeres (Una habitación
propia), y sobre su participación en la vida pública (Tres guineas), la relación primordial que la
autora establece entre emancipación femenina y escritura ha sido escasamente retomada y
prolongada. Nuestro propósito es realizar una lectura contemporánea de la cuestión mediante la
exploración del tránsito entre estas dos obras mayores de Woolf, — el paso de la emancipación
intelectual a la participación en la política —, tomando como principal referencia los análisis sobre
la relación entre la estética y la emancipación efectuados en las últimas décadas por Jacques
Rancière en obras tales como El maestro ignorante y El reparto de lo sensible.
Palavras-chave: Woolf, emancipación, feminismo, literatura, Rancière.

           Nuestro objetivo en este trabajo se limitará a plantear algunas claves en la lectura de la obra
de Virginia Woolf sobre la independencia de las mujeres. La clave principal, a la que podrán
remitirse todas las demás, será la clave de la igualdad. La igualdad la entenderemos como guía de
lectura de la propia Woolf, orientando su modo de interrogar textos dispares y acciones humanas, no
tratándose necesariamente, como ha sido el caso de las derivas de tantas políticas recientes, de un
objetivo a alcanzar a medio y largo plazo. En la actualidad, la igualdad ha sido entendida como
motor de las acciones y palabras de la política en la obra filosófica y política de Jacques Rancière, y
ha hecho también su aparición en los métodos organizativos y reivindicaciones de movimientos
políticos de los últimos años como el 15-M o movimiento de los indignados de España, Occupy
Wall-Street, las revueltas en torno al parque Gezi en Turquía, o las recientes protestas masivas en
Brasil con el nombre de “horizontalidad”. El análisis de la igualdad en la crítica feminista de
Virginia Woolf puede ayudarnos a entender un poco mejor en qué consiste ese deseo de igualdad,
qué significa tenerlo como oriente de nuestras acciones, qué consecuencias puede tener sobre las
subjetividades y las ideas de la política, y supone en particular una ocasión para reconsiderar,
aunque sea brevemente, la idea de igualdad para el feminismo, ya que ha estado muy comprometida
tanto en los amplios debates feministas sobre la igualdad y la diferencia, como en la promoción y
efectuación de las llamadas políticas de paridad e igualdad de género en la agenda de tantos
gobiernos.

1
    Universidade Federal do Rio Grande do Norte, Natal, Brasil.

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          Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X
La habitación propia: independencia y emancipación

        Es posible que sea de sobra conocido por cualquier persona que se interese por el feminismo
lo que representa la habitación propia en Virginia Woolf. Pero no estará de más que lo recordemos
para poder establecer un hilo visible en nuestros pensamientos. La habitación propia es un espacio
en tres sentidos. Es primero un lugar separado del espacio de las tareas domésticas y de las
relaciones familiares y sociales que han formado y continúan formando parte de las obligaciones
femeninas. Pero no se trata simplemente de un lugar que no es el lugar de la división sexual del
trabajo. Para Virginia Woolf es un lugar que tiene que existir si una mujer quiere escribir. Y para
ello, además de ser un lugar de separación de esas tareas, debe ser un lugar independiente, el lugar
de una independencia. El tercer aspecto de la habitación propia problematizará las condiciones de
esa separación e independencia sin confundirse con ellas. Será el aspecto propiamente literario o de
la escritura. Detengámonos un poco en cada uno de estos aspectos.
        En primer lugar, no tenemos constancia de que ese lugar separado haya existido como
espacio específico. Podríamos afirmar rápidamente que las mujeres sólo han encontrado un espacio
de aparente separación de las tareas del ámbito doméstico saliendo del mismo para trabajar fuera de
él, es decir, sumando, y equilibrando con más o menos fortuna trabajos asalariados a los trabajos de
la casa. En este sentido, lo interesante de la argumentación de Virginia Woolf es que nos muestra
para qué ese espacio no debía existir. Jane Austen tuvo que escribir sus novelas en la sala de estar de
la casa familiar en la que vivía y a escondidas: “A los ojos de Jane Austen había algo vergonzoso en
el hecho de escribir Orgullo y prejuicio” (Woolf, 2008, p.50). Podríamos suponer que se trataba de
una aprensión singular de la escritora, pero también podemos citar casos de escritoras célebres que
publicaron sus trabajos con pseudónimo masculinizante como George Sand (Aurore Dupin), George
Eliot (Mary Anne Evans)2. Las mujeres no debían escribir, no estaban destinadas a ello según la
costumbre y la pretendida ley natural de la desigualdad. Por lo tanto, el espacio de ese lugar
separado se nos escapa muy rápido de este mundo para introducirse directamente en la literatura.
Dicho de otro modo, la habitación donde las mujeres puedan trabajar en otras ocupaciones que no
sean las domésticas necesita que las mujeres ya hayan comenzado a escribir, a trabajar en otras
tareas en el espacio del que disponían dentro de la configuración ya dada para sus vidas, y jugando
al escondite con las prohibiciones y la división de capacidades que las educaba y sometía. Pero para
Woolf no es tan sencillo. Hay que prestar atención a las condiciones en las que se realiza la

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  Escritoras que aún en la actualidad figuran en nuestras historias universales de la literatura, y en las re-ediciones de
sus obras, con el nombre bajo el que se ocultaron.

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actividad intelectual y a la influencia que tienen sobre ella. Veamos el caso de Charlotte Brontë en
la escritura de Jane Eyre:
                         La cólera empañaba la integridad de Charlotte Brontë novelista. Abandonó la historia, a la
                         que debía toda su devoción, para atender una queja personal. Se acordó de que la habían
                         privado de la parte de experiencia que le correspondía, de que la habían hecho estancarse en
                         una rectoría remendando medias cuando ella hubiera querido andar libre por el mundo. La
                         indignación hizo desviar su imaginación y la sentimos desviarse. (WOOLF, 2008, p.53)

       La “integridad” de Charlotte Brontë y su novela se quiebran en este fragmento:
                         […] ¿Quién me censura? Muchos, no cabe duda, y me llamarán descontenta. No podía
                         evitarlo: la inquietud formaba parte de mi carácter; me agitaba a veces hasta el dolor... Es
                         vano decir que los humanos deberían estar satisfechos con la quietud: necesitan acción; y si
                         no la encuentran, la fabrican. Son millones los que se hallan condenados a un destino más
                         inmóvil que el mío, y millones los que se rebelan en silencio contra su suerte. Nadie sabe
                         cuántas rebeliones además de las políticas fermentan en las masas humanas que pueblan la
                         tierra. Se da por descontado que en general las mujeres son muy tranquilas; pero las
                         mujeres sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar sus facultades y disponer de
                         terreno para sus esfuerzos lo mismo que sus hermanos... (WOOLF, 2008, p.51)

       El problema que plantea no lo podemos esclarecer acudiendo simplemente a un manual del
buen novelista, que contendría máximas tales como “nunca abandonar la historia que se está
escribiendo, pase lo que pase”, “concentre su imaginación más bien en esto que en aquello”, “nunca
escriba sobre sí misma”. Es un problema complicado. La irrupción de sus reivindicaciones en la
escritura nos impide experimentar según Woolf “¡Pero si esto es lo que siempre he sentido, y
sabido, y deseado!” (Woolf, 2008, p.53). Esta enunciación sobre lo que puede la literatura
caracteriza la investigación de Woolf en torno a una expresión de igualdad, su búsqueda de acciones
de mujeres emancipadas. Veremos la relación entre igualdad y emancipación. Pero antes,
examinemos la resonancia de esa idea sobre la literatura con una de las lecciones de un maestro del
siglo XIX, Joseph Jacotot, según su “método” de enseñanza basado en la igualdad de las
inteligencias:
                         El pensamiento no se dice en verdad, se expresa en veracidad. Se divide, se dice, se traduce
                         para otro que se hará otro relato, otra traducción, con una única condición: la voluntad de
                         comunicar, la voluntad de adivinar lo que el otro ha pensado y que nada, fuera de su relato,
                         garantiza, y que ningún diccionario universal dice cómo debe ser comprendido. La voluntad
                         adivina la voluntad. Es en este esfuerzo común donde adquiere sentido la definición del
                         hombre como una voluntad servida por una inteligencia.(RANCIÈRE, 2003, p.37)

       Woolf expone también que lo que entiende por integridad es “la convicción que
experimentamos de que [el novelista] nos dice la verdad. Sí, piensa uno, nunca hubiera creído que
esto pudiera ser cierto, nunca he conocido a gente que se comportara así, pero me ha convencido
usted de que la hay, de que así ocurren las cosas.”(Woolf, 2008, p.53). Entre el ser “convencida” por
la veracidad de la escritura y encontrar en la lectura lo que “siempre he sentido, y sabido, y
deseado”, no media una contradicción escandalosa por parte de la autora, sino uno de los ejercicios

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de puesta en práctica de la igualdad intelectual según Jacotot, la “adivinación”, o el esfuerzo de dos
voluntades al escribir y al leer. Se trata de dos voluntades, la de quien escribe y la de quien lee, o
como diría Jacotot, la de quien traduce, y la de quien vuelve a traducir y trata de adivinar lo que la
primera ha pensado. De este modo, las dos voluntades experimentan la igualdad de sus capacidades,
produciendo un encuentro entre dos actividades en torno a una obra de la palabra, en torno a un
libro. El lector no es un receptor pasivo de la obra, y en general, del saber que acabará con su
ignorancia. El lector o la lectora, tendrá que traducir y adivinar la obra que ha caído en sus manos
de manera autónoma, ninguna interpretación o explicación que se le proporcione puede garantizarle
una comprensión verdadera. Éste es uno de los ejercicios que en Jacotot conducen al sujeto a la
emancipación intelectual. Proponemos que Virginia Woolf, al enunciar lo que puede la literatura
está anticipando el resultado de ese proceso en el que el esfuerzo de la voluntad de la lectora puede
apreciar el grado de veracidad de lo escrito, y sentir con todo derecho su parte de autoría en esa
inteligencia, “lo que siempre he sentido, y sabido, y deseado”, al haber tomado parte activa en un
proceso de “comunicación”, traduciendo por sí misma. Lo que se activa en ese proceso es una
inteligencia común sin la que la no tendría ningún sentido tratar de escribir y hacer leer a otros una
sola palabra.
       Nos puede parecer injusto, pero Virginia Woolf está recriminando a Charlotte Brontë que no
tratara de emanciparse escribiendo, y de ese modo, el ejercicio de igualdad de Jacotot no tiene lugar.
Pero Woolf conoce bien sus condiciones de vida. Sabe de su dependencia y pobreza económica, del
sacrificio de sus deseos en favor de lo que la autoridad paterna consideraba conveniente para su
vida. Una habitación propia necesita de independencia económica, “la renta de 500 libras al año” de
Woolf es una condición necesaria. Y Woolf ha compartido esta experiencia en su propia vida.
Entonces, ¿de qué modo relatar la injusticia sobre las condiciones de vida sería un obstáculo para la
emancipación? ¿Qué es lo que no comunica entre dos escritoras con experiencias vividas
semejantes? Vamos a tratar de examinarlo. Para ello pasaremos al aspecto “propiamente” literario
de la habitación propia.

Escribiendo la emancipación: una frase propia

       Sin perder de vista los interrogantes sobre la emancipación en Charlotte Brontë, nos
detendremos brevemente en el análisis de otros tres casos de escritoras: Jane Austen, Aphra Behn y
Mary Carmichael. Comencemos con Jane Austen.

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Woolf propone que entendamos la emancipación de Austen en cierto modo de la ausencia de
ésta en sus novelas, nada sabemos de los sentimientos sobre su propia vida al leerlas, no parece
sufrir ningún perjuicio, nada nos da a saber sobre ello, y para Woolf, Austen como Shakespeare
están de este modo completamente presentes, concentrados en su escritura. Sus obras de palabra
sólo nos dan a conocer la materia de la escritura misma. Y en este punto parecería que estamos
desafiando la epistemología feminista de los “conocimientos situados”. Que Austen no se sitúe en
sus novelas tendría como resultado que sus personajes no se rebelan, por esa ausencia, todo parece
consentir con la desigualdad de género. Pero no sería del todo exacto. Existe una diferencia.
Podemos comenzar recordando la escritura de algunos compañeros de siglo de Jane Austen sobre,
digamos, la misma “historia”: una mujer frente al matrimonio como problema. La Anna Karenina
de Tolstói se castiga a sí misma por haber fallado al compromiso y no ser capaz de soportar la
vergüenza y privaciones que tiene que sufrir. La sociedad al completo la excluye, no puede, como
se dice, rehacer su vida. Una vida nueva imposible, que sólo existía en su fantasía tal vez. En
cualquier caso, no es posible en ese mundo. Karenina es prisionera de sus propios actos, en ningún
momento, una vez que la infidelidad está clara, se nos muestra una mínima salida. Pero lo
interesante es que Karenina había tenido una premonición, o más bien un sueño en el que se le
aparecía un viejo campesino, que ella interpretó como un signo de que algo fatal le ocurriría. Su
destino está jugado desde el principio. La novela nos muestra con una gran profundidad la compleja
exterioridad a Anna Karenina, la sociedad en la que vive. Ni una sola página está dedicada al
análisis de la situación de Karenina por la propia Karenina. Ella cumple la premonición, como
víctima de una sociedad dada en un momento dado de su evolución. Su nombre es el nombre de un
castigo. Cruzando el Atlántico podemos pensar, por ejemplo, en el Retrato de una dama de Henry
James. Isabel Archer parece haber aprendido la lección de Anna Karenina, incluso demasiado bien.
Archer analiza cada detalle, reflexiona sobre cada proposición de matrimonio a la luz de sus deseos
de libertad. Quiere vivir experiencias diversas, conocer el mundo y ser libre. Pero, sin embargo,
también es víctima de las relaciones sociales y económicas dadas en un momento dado de la
evolución de la sociedad inglesa. Es un personaje reflexivo, no hay culpa propia que expiar. Y, sin
embargo, mermados los ojos de la reflexión por los exquisitos velos del amor, no es capaz de ver el
engãno de su matrimonio hasta que es demasiado tarde. El compromiso es sagrado para la mujer de
la reflexión, o más bien ella tampoco podría soportar la vergüenza de la mujer que abandona a su
marido. De este modo, Archer quien expía la culpa de su marido, no con la muerte, pero cargando
con una vida para la que las experiencias se han acabado: la libertad no será más que una amarga

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broma. Isabel Archer es incluso el nombre de la defensa de Henry James de la espontaneidad y
libertad de la joven y ruda sociedad americana, frente a la hipocresía y la elegancia de la vieja y
clasista sociedad europea. No pretendo medir la obra de Jane Austen en bloque con estas dos
novelas, sólo plantear esa diferencia presente en Orgullo y prejuicio. En esta ocasión nos
encontramos con los mismo hilos de sociedad que tratan de dejar todo bien atado, en especial las
relaciones de clase y su “natural” tendencia a prosperar en la jerarquía social y económica. Pero
algo es diferente, la voz de la narración nos habla sin tapujos de dinero, sí, de dinero, de los cálculos
de las madres casamenteras y de la renta de los hombres solteros. Sin duda entendemos que en esa
sociedad dada el matrimonio es un negocio, o más concretamente ha sido incluso la profesión
principal de las mujeres durante siglos. En medio de esas especulaciones económicas, Elizabeth
Bennet trata de formarse un juicio acerca del hombre soltero en cuestión desenrollando los
prejuicios, las habladurías propias a las estrategias económicas. Y esto va a tener lugar mediante el
diálogo. Jane Austen nos presenta una serie de escenas de diálogo en las que dos personajes,
mediante preguntas y respuestas, reflexionan sobre la justicia y la injusticia, el lugar de la verdad, y
el modo de orientarse hacia ella. Tanto por su forma como por su contenido se trata de una
transposición abreviada de la forma literaria de la filosofía que hace miles de años inventara Platón.
En línea directa hacia la Inglaterra del siglo XIX, la sociedad dada, que como es propio, hará lo
posible por interrumpir el diálogo, por llevarlo hacia otras modalidades del mismo, por hacerlo
desparecer bajo la fina capa de la “conveniencia”. Sin embargo, gracias a esas escenas Elizabeth
Bennet gana su derecho a la felicidad, a un matrimonio feliz al menos, sin vergüenzas que pasen la
cuenta. Si lo pensamos un momento, este final no es más convencional en sí que los finales que
castigan a sus personajes o los hunden mediante el sarcasmo. El premio que la ficción da al
personaje nos puede parecer una invariante inequívoca de la historia de la dominación material y
simbólica que han sufrido las mujeres, por supuesto. Pero sin menospreciar la importancia de los
finales, queremos concentrar nuestra atención en el desarrollo, en el camino que se construye para
la protagonista que, de modo inaudito, conecta un pequeño aparte del salón victoriano con el ágora
de la ciudad de la Grecia antigua. Evidentemente, estos espacios conectan mediante la ficción, en
cierta forma literaria del diálogo. No podemos afirmar siquiera que Woolf esté pensando en algo
semejante al presentar Austen como la escritora que consigue encontrar su propia frase, es decir,
que se hace un hueco en la escritura domando por sí misma “el salvajismo natural de la lengua”
(Woolf, 2008, p.48). Tal vez ni nos parezca un gran logro presentar a una mujer que piensa sobre la
justicia y la verdad. Y Woolf se limita a afirmar la frase propia de Austen sin mostrarla. Pero nos

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interesa retener esa idea de la forma literaria en la que una mujer escribe sobre otra mujer que trata
de orientarse hacia la verdad.
        Continuemos con Aphra Behn y Mary Carmichael. La primera vivió y escribió durante el
siglo XVII y Woolf la presenta como la pionera de las escritoras que se independizaron
económicamente mediante la escritura. Pero apenas nos hace saber nada sobre sus obras de teatro y
sus traducciones, exceptuando el hecho de que existieron. Lo que importa en este caso es la ficción
que Virginia Woolf construye sobre Behn. Durante un tiempo, Behn habría sido el ejemplo
legendario de los peligros que una mujer corría al tratar de independizarse: “Sí, llevando la vida de
Aphra Behn. ¡Mejor la muerte!” (Woolf, 2008, p.47). Pero a finales del siglo XVIII, muchas
mujeres comenzaron a ganarse la vida escribiendo y Aphra Behn pasa a ser una pionera, como
ejemplo del “sólido hecho de que las mujeres podían ganar dinero escribiendo”. (Woolf, 2008,
p.48). No se trata de una invención, pero es Virginia Woolf quien construye ese personaje
legendario y ejemplar, con independencia de las ficciones que la propia Behn escribió. De lo que se
trata para Woolf es de construir y hacer visible una tradición de independencia entre las mujeres, -y
diremos más claramente más tarde, de emancipación. Parece un contrasentido, independencia y
tradición, si nos resulta menos confuso, podemos llamarlo construir relatos para la Historia. La
Historia, como ya sabemos, es otro espacio de visibilidad y simbolización de los sujetos y sus
relaciones3. Si asumimos que la Historia necesita de los relatos, de cierto modo de la ficción, que se
construye con procedimientos similares a algunos de la literatura -narra las peripecias de un
personaje, describe su psicología, analiza las consecuencias de sus acciones, explora los
antecedentes de esas acciones, los selecciona y modela con un criterio de verosimilitud-; podremos
considerar que Virginia Woolf trata de poner una piedra tanto en el edificio de la Historia como en
el de la historia de la literatura: la de la mujer que se independiza escribiendo, por medio de su
inteligencia (ver Woolf, 2008, p.49). La primera piedra que quería poner Woolf no era la de Brontë,
que hace irrumpir en su obra el lamento de la excluida, ni siquiera la de Austen. Austen necesita a
Behn, necesita pasar a ganar la independencia económica con la que se ganará “la mayor liberación
de todas, la libertad de pensar directamente en las cosas.” (Woolf, 2008, p.30.) Como hemos
recordado con Jane Austen, las mujeres han estado tuteladas y sometidas en el entorno familiar a un
entramado de relaciones económicas. Para Woolf ganar dinero por sí misma significa sustraerse de
esas relaciones económicas en un aspecto fundamental: su juicio, opiniones, pensamientos y deseos,

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 Los feminismos, como tantos movimientos de emancipación, conocen bien todo esto y han trabajado duramente para
mostrarnos a nosotras mismas unas historias bien diferentes. Pues las mujeres han sido las otras de la Historia e incluso
continúan siendo las “hermanas menores” de la historia de la literatura.

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así como su capacidad de actuar ya no tendrán que ser aprobados por padres, hermanos y maridos, a
los que cabía decidir si eran dignas de ser mantenidas, pues a pesar de trabajar para ellos, el dinero
no les pertenecía. Para poder pensar “directamente en las cosas”, y no exclusivamente en si éstas
servirán a asegurar nuestro sustento, o lo pondrán en riesgo, necesitamos a Mary Carmichael, la
escritora “actual” que Woolf fabrica en su relato. La habitación propia no está construida por
completo, la independencia no está ganada en todos sus aspectos. Aún no hemos logrado “captar
estos gestos jamás plasmados, estas palabras jamás dichas o dichas a medias, que se forman, no más
palpables que las sombras de las polillas en el techo, cuando las mujeres están solas y no las ilumina
la luz caprichosa y colorada del otro sexo.”(Woolf, 2008, p.61). No hemos logrado escribir
precisamente sobre las mujeres sin que medie una visión del mundo proveniente de otro género, “y
todas estas vidas infinitamente oscuras todavía están por contar.”(Woolf, 2008, p.65). Dando un
primer paso hacia ello, Mary Carmichael debería tratar de encontrar las palabras para nombrar la
relación entre dos mujeres que, además, trabajan juntas en un laboratorio, tendría que tratar de
“anotar […] lo que ocurre cuando Olivia queda expuesta a la luz y ve llegar hacia ella un extraño
manjar: el conocimiento, la aventura y el arte” (Woolf, 2008, p.62). Carmichael, la escritora
imaginaria, tiene que dar un gran salto hacia adelante literalizando esa nueva independencia de las
mujeres por sí mismas. No basta con hacer visible el pasado de emancipación, ésta siempre está por
efectuarse.
       Es posible que la relación entre la emancipación y la escritura no se perciba aún como
necesaria, que se se nos antoje una posibilidad menor en el abanico de las acciones hacia la
emancipación, y tal vez incluso se dude de su efectividad teniendo en cuenta que estas acciones
parecen necesitar de la presencia de cuerpos, y de cuerpos que irrumpan y actúen en el espacio
público. Lamentablemente, no disponemos de espacio para problematizar esta cuestión, y quizá sea
fundamental. Trataremos de encontrar otras ocasiones. Apuntaremos para terminar hacia otras
experiencias de emancipación: las de algunas mujeres que durante los años 70 del siglo XX
formaron grupos en los que tratar de reflexionar y nombrar colectivamente, entre otras mujeres, sus
propias vidas y experiencias. Estas experimentaciones fueron plasmadas en textos que se recogieron
en un libro. Nos gustaría terminar esta sección con un fragmento de este libro que puede leerse
como una re-escritura del problemático fragmento de Charlotte Brontë:
                         Los fondos marinos y la compañía de las mujeres no han perdido su dulzura, pero un
                         fantasma de muerte y de locura me impide recordarlos. He sentido una envidia insensata de
                         mis amigos que regresaban de Portugal, que habían visto “el mundo”, que seguían
                         manteniendo una familiaridad con el mundo. Me he sentido ajena a su experiencia, pero no
                         indiferente. La conciencia de nuestra realidad/diversidad como mujeres no puede
                         convertirse en indiferencia hacia el mundo si no queremos precipitarnos de nuevo en la

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inexistencia... Nuestra práctica política no puede hacernos la faena de reforzar nuestra
                        marginación... ¿Cómo salir de este punto muerto? ¿El movimiento de las mujeres tendrá la
                        fuerza y la originalidad de saber descubrir la historia del cuerpo sin dejarse tentar por el
                        infantilismo (refuerzo de la dependencia, omnipotencia, indiferencia hacia el mundo,
                        etcétera)? (VV.AA., 2004, p.68).

Puentes literarios

       Una última sección dedicada a Tres guineas nos ayudará a apuntar algunas consideraciones
sobre este asunto literario que hemos apenas esbozado, y nuestra insistencia en la igualdad y la
emancipación, incluso al tratarlas como partes de la misma idea. Como ya dijimos que orientando
nuestras acciones a partir de la igualdad de las inteligencias, es decir, tomándola entonces no como
objetivo, sino como “opinión” (Rancière, 2003, p.28) a verificar sobre las capacidades humanas,
nos situábamos en un proceso de emancipación, vamos a tratar de mostrar en qué nos basamos para
llamar “emancipación” a la independencia que promueve Virginia Woolf.
       En Tres Guineas Woolf nos muestra que hombres y mujeres han vivido en dos mundos
separados. Dos mundos de educación diferenciada, dos mundos de oficios diferenciados y dos
mundos de influencia sobre los asuntos comunes de la política diferenciados: “y la consecuencia
resultante es que miramos las mismas cosas, pero las vemos de modo diferente” (Woolf, 1999,
p.11). Dos mundos de reparto de capacidades a educar, de tareas a realizar, de posibilidades de
acción y en resumen dos mundos de percepción de las cosas. Se trata, al pie de la letra, de lo que
Jacques Rancière llama el “reparto de lo sensible”. En Una habitación propia Woolf trata de iniciar
la construcción de otro mundo de las mujeres, en el que sean ellas mismas las que desarrollen sus
capacidades, decidan en qué quieren trabajar, actúen por sí mismas, y pongan en palabras sus
propias percepciones sobre las cosas. Es decir, no en tanto pertenecientes a ese mundo de reparto ya
asignado como mujeres, sino en tanto que escritoras. Posiblemente haya otras posibilidades, es
cierto. Y es evidente que Woolf es una escritora. Pero lo interesante es que consideremos el papel de
la palabra en esa alteración de las capacidades, tareas y espacios asignados. Incluso para considerar
con seriedad los debates en torno a la denominación de los conceptos, tan habitual en los entornos
universitarios, por ejemplo, en este momento yo misma tratando de convencer de la necesidad de
llamar “emancipación” a lo que una autora llama “independencia”.
       Intentaremos mostrar ese papel de la palabra mediante un puente literario. En Tres guineas
ese puente nos conduce al mundo de las profesiones ejercidas por hombres, de los centros de
estudio que durante tanto tiempo sólo habitaron ellos, y nos permite incluso, verlos marchar

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desfilando con sus medallas al mérito hacia la guerra4. Es un puente de ficción que en ningún modo
une los dos mundos de la desigualdad de los géneros, es al contrario el puente que “media entre el
viejo y el nuevo mundo” (Woolf, 1999, p.30). Y ese puente de ficción sólo ha podido construirse
con la “casta moneda” (Woolf, 1999, p.30) a la que las mujeres tendrían mayor acceso a partir de
1919 con la revocación de una ley que les prohibía el ejercicio de numerosas profesiones 5. Nos
encontramos de nuevo con la importancia de la independencia económica, pero ahora situadas en
una mediación entre el nuevo mundo de la emancipación femenina y el viejo mundo de los mundos
segregados. Tras echar un vistazo desde el puente en varias ocasiones, Woolf decide dar una guinea
para la reconstrucción de un colegio universitario femenino, otra guinea a una sociedad de ayuda a
las mujeres que tratan de ejercer una profesión, y una más a una sociedad que trata de evitar la
inminente guerra, sociedad a la que rechazará unirse no porque no desee evitar la guerra, sino por
considerar inútil tratar de colaborar con una sociedad que, a su juicio, se asienta en las mismas
bases de desigualdad que conducen a ella. Esta sucinta síntesis merecería un desarrollo
pormenorizado, pero nos conformaremos con señalar que las guineas que la mujer independiente
envía a las dos primeras sociedades están destinadas a apoyar no sólo la igualdad de derechos entre
hombres y mujeres, sino precisamente las iniciativas que tratan de lograr la independencia de las
mujeres. Las guineas podían haber sido enviadas bajo condiciones: dar a las mujeres una educación
diferente basada en el estudio por el estudio, en el estudio desinteresado, excluyendo títulos,
diplomas y otras distinciones sociales. Colaborar con la sociedad de ayuda a las mujeres
profesionales con la condición de que luchen contra la jerarquía de profesiones, proponiéndose para
obtener como salario sólo una retribución económica ajustada a lo que se necesita para vivir. Y
podríamos pensar que esto es lo que no han conseguido las luchas feministas, acabar con la
desigualdad, al haberse conformado con tener una parte más equitativa con los hombres en el
reparto de la riqueza. Woolf se decide, sin embargo, por la educación y el acceso a cualquier
profesión sin condiciones. Se decide así por las iniciativas que pueden ayudar a poner en práctica la
igualdad de capacidades de Jacotot, y que les permitirán transitar otros espacios, literarios y
públicos. ¿Es esto lo que entendemos por emancipación? Afirmaremos que es lo que Woolf está
tratando de mostrar: existe un deseo de emancipación que se transmite y hace visible mediante la

4
  Tres guineas está escrito un año antes del comienzo de la guerra del 39, y trata de responder a la pregunta, ¿de qué
modo las mujeres pueden colaborar para evitar la guerra?
5
  UNITED KINGDOM. Sex Disqualification (removal) Act de 23 de diciembre de 1919. An Act to amend the Law with
respect to disqualifications on account of sex. London, 9 & 10 Geo. 5 c. 71. Parliament of the United Kingdom.
Disponible en: http://en.wikipedia.org/wiki/Sex_Disqualification_%28Removal%29_Act_1919. Acceso en: 8 de julio
de 2013.

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palabra escrita, y sólo se efectúa produciendo desplazamientos en los mundos de palabras que ya
existen. El diálogo platónico de Jane Austen es una muestra. El puente de Virginia Woolf sobre los
dos mundos es otra. Terminaremos con un fragmento de Tres guineas en el que Virginia Woolf
precisamente rechaza la denominación histórica de “emancipación”, así como también rechaza la de
“feminismo”. Se trata de un catálogo de deseos no realizados de mujeres del siglo XIX, que
conocemos por la escritura de terceros. Nos gustaría simplemente colocar dicho fragmento de
literalización de deseos inefectuados, al lado de otra tradición de emancipación hecha visible por
Rancière en La noche de los proletarios, antigua pero nueva por inexplorada, la de los obreros que
no esperan la llegada de la revolución para perder sus cadenas, que se sustraen al reparto de
capacidades de la desigualdad y comienzan a vivir una nueva vida escribiendo poesía en sus horas
de descanso:
                        Una hija que quería aprender química; los libros que tenía en casa sólo le enseñaron
                        alquimia […] También había el deseo de un amor abierto y racional […] Otras querían
                        vijar, explorar África, excavar en Grecia y Palestina. Algunas querían estudiar música, no
                        para tocar al piano domésticas melodías, sino para componer óperas, sinfonías, cuartetos.
                        Otras querían pintar, y no casitas cubiertas de hiedra, sino cuerpos desnudos... (WOOLF,
                        1999, pp. 239-240).

Referências

RANCIÈRE, JACQUES. El maestro ignorante: Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual.
Número da edição. Barcelona: Laertes, 2003
_____. La nuit des prolétaires: Archives du rève ouvrier, Paris: Hachette, 2005.
_____. Le partage du sensible: Estéthique et politique. Paris: La fabrique, 2000.
UNITED KINGDOM. Sex Disqualification (removal) Act de 23 de diciembre de 1919. An Act to
amend the Law with respect to disqualifications on account of sex. London, 9 & 10 Geo. 5 c. 71.
Parliament          of         the        United       Kingdom.          Disponible         en:
http://en.wikipedia.org/wiki/Sex_Disqualification_%28Removal%29_Act_1919. Acceso en: 8 de
julio de 2013.
VV.AA. No creas tener derechos: La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de
un grupo de mujeres. 2ª edición revisada. Madrid: horas y HORAS, 2004.
WOOLF, VIRGINIA. Una habitación propia. 6ª edición. Barcelona: Seix Barral.
_____. Tres guineas. Barcelona: Lumen, 1999.

“A phrase of one’s own”: re-reading feminist emancipation on Virginia Woolf’s essays
Astract:“A room of one’s own” and “women’s marginality” on public space are commonplaces in
feminists researches and gender studies. However, in despite of the existence of a lot works focused

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on Virginia Woolf’s majors essays about intellectual and economic emancipation of women (A room
of one’s own), and about their role in public life (Three guineas), the fundamental relation between
women’s emancipation and writing have been only slightly reprised and extended. Our aim in this
study is to bring a contemporary reading on the subject, exploring the passage between Virginia
Woolf’s major works — the passage from intellectual emancipation to political action —, following
Jacques Rancière’s contemporary analyses on the relation between aesthetics and emancipation, in
works such as Le maître ignorant or Le partage du sensible.
Keywords: Woolf. Emancipation. Feminism. Literature. Rancière.

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