Canon, hegemonía y experiencia estética: algunas reflexiones1

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Omar Corrado
Canon, hegemonía y experiencia estética: algunas reflexiones1

       En las últimas dos décadas asistimos a una evidente proliferación de estudios
sobre el canon y de debates suscitados por él, especialmente en el campo literario,
aunque también en el musicológico. Al abordar ese corpus tan localizado
temporalmente, la primera pregunta que surge es la de las razones por las que las
sociedades y las culturas se detienen, en un momento de su historia, a reflexionar con
mayor intensidad sobre sus supuestos compartidos, a sospechar de su legitimidad y de
los mecanismos de naturalización, a debatir su capacidad de modelar los ideales y el
futuro. No es casual que esto ocurra en tiempos de derrumbe de toda certeza, de caída
de las narrativas fundantes, cuando “todo lo sólido se desvanece en el aire”, según dice
la enigmática frase de Marx que Marshall Berman (1989) rescató como título de su libro
más conocido. Omnipresente y silencioso, el canon emerge cada vez que la tensión
entre pasado y futuro requiere interrogar de nuevo la trama en que transcurre el
presente. Como sostiene Jan Gorak, “el canon puede convertirse en foco del debate en
cualquier período en el que artistas, críticos, filósofos o teólogos traten de adaptar un
cuerpo heredado de textos, prácticas o ideas a sus necesidades culturales percibidas,
presentes y futuras” (1991: 4).
       Ante la magnitud de la producción referida al tema, nos queda la impresión de
que, al menos por el momento, todo ha sido dicho, de que las preguntas se calmaron y
se agotaron las respuestas. ¿Qué decir entonces sobre esto hoy, aquí? Nuestro
propósito será el de recordar algunos de los puntos esenciales que constituyen la
noción de canon, sus mecanismos de formación, sus modos de aparición y de acción,
así como el debate actual en torno de algunos aspectos centrales del tema. Nos
referiremos a él en tanto problema teórico general que hace a la disciplina
musicológica, y en particular a las cuestiones que plantea su consideración desde
nuestros propios contextos y circunstancias de estudio y de producción. No nos anima
1
 Artículo publicado en Revista Argentina de Musicología, Número 5-6, Buenos Aires, 2004-2005, pp. 17-
44. Consiste, con mínimas modificaciones, en el texto presentado como conferencia inaugural de las
XVIas. Jornadas de la Asociación Argentina de Musicología, Mendoza, 12 de agosto de 2004, cuyo tema
central fue "Cánones musicales y musicológicos bajo la lupa: historia, debates, perspectivas
historiográficas".
2

ninguna pretensión de producir nueva teoría general sobre el tema. El propósito es más
modesto: ofrecer un marco para los estudios más específicos que se desarrollarán
durante las jornadas, un panorama que los sitúe en el espacio de lo que se discute hoy
acerca del canon musical y musicológico. Intentaremos alternar las consideraciones
más abstractas y especializadas con otras más empíricas e inmediatas. Apuntaremos a
que tanto los expertos en este tema como aquellos que llegaron a él más recientemente
puedan en algún momento de la exposición sentir que ésta los tiene en cuenta. Los
ejemplos se referirán con mayor frecuencia a los ámbitos de nuestro trabajo personal
en la musicología histórica, con algunas incursiones en los estudios de música popular,
y en este sentido, las observaciones críticas deben ser entendidas, en primer lugar,
como autocríticas. Aspiramos sin embargo a que los mismos puedan ser transportados
a otras áreas y sean entonces también útiles para ellas.

1- Revisión de conceptos y estado de la cuestión

       Desde sus orígenes en la norma teológica la noción de canon se traslada al
mundo profano, al ámbito jurídico y a las demás actividades sociales reguladas por un
cuerpo de saberes y creencias, aspiraciones, prohibiciones2. No resulta sencillo
desbrozar la idea de canon de un conjunto de términos cercanos y decidir qué grado de
relación o de equivalencia tienen con él. ¿Canon es igual a tradiciones? ¿Qué sectores
de la doxa se intersectan con él? ¿Lo clásico - la “clasicidad” - es lo canónico? ¿Se
vinculan las nociones de canon, a priori, prejuicio, convención, dogma? ¿Es una idea
que posibilita el establecimiento de ideales para la interacción humana, como sugiere
Altieri (1990: 21-47; esp. 27)? ¿Es un paradigma? ¿Supone inmutabilidad, triunfo sobre
la prueba del tiempo, transhistoricidad? ¿Puede aislarse el concepto de la red en la que
forma sistema, como núcleo opuesto a excepción, a exclusión, a márgenes en los que
actúan el contracanon, el canon negativo, el canon latente, como los definiera Renate
von Heydebrand (1998: 616)?

2
  Williams se refiere a este préstamo que los estudios literarios hicieron de los estudios bíblicos en
Inglaterra como una “resistencia de tradicionalistas obstinados” que sostenían la presencia de algo de
“autoridad irrebatible” en los textos. Se excluía así todo “modo de lectura que no comenzara con la noción
(...) de textos sagrados” (énfasis original) Williams, 1997: 224.
3

          La mayoría de los autores manifiestan su escepticismo sobre la existencia del
canon, considerado más bien como “objeto perdido o imaginario de la crítica” (Cella,
1998: 7) que reaparece periódicamente. “Ninguna entidad homogeneizadora llamada
´canon´ existió nunca” afirma Gorak (1991: ix). Y prosigue: “Los variados sentidos
adscriptos a la palabra canon - un standard, una verdad sublime, una regla, una obra
maestra, un modelo artístico, y finalmente, una lista de libros para uso educativo - se
extiende a través de algunos muy diferentes diccionarios culturales y ha producido, en
consecuencia, diversos métodos de transmisión”. Otros autores lo caracterizan como
“una comprensión compartida de lo que la literatura merece preservar” - Richard
Ohmann -; “un campo limitado” sobre el que “ejercemos la teoría y la crítica” - Alastair
Fowler -; “lo que otras personas, entonces poderosas, hicieron y que debe ahora
abrirse, demistificarse o eliminarse” - Robert von Hallberg -3; “un rico, complejo y
contrastante marco que crea (...) una gramática de la cultura para interpretar la
experiencia” - (Altieri, cit.: 33) -. Para Kermode, el canon es “una construcción
estratégica por la cual las sociedades preservan sus propios intereses” (cit. en Lea
Meek 2001: 86). George Kennedy presenta la formación del canon como “un instinto
humano natural, una tentativa para imponer orden en la multiplicidad, para juzgar lo que
es mejor entre varias opciones, y para preservar el conocimiento tradicional y los
valores contra la erosión del tiempo y de las influencias provenientes del exterior de la
cultura. El canon refleja la estructura conservadora y jerárquica de las sociedades
tradicionales” (Kennedy 2001: 105). En una de sus mejores formulaciones, Harold
Bloom nos habla del canon, en tanto “relación de un lector y escritor individual con lo
que se ha conservado de entre todo lo que se ha escrito”, por lo que sería “idéntico a un
Arte de la Memoria literario” (Bloom 1995: 27). En la música, Rose Subotnik se refiere al
canon como “el repertorio standard del arte occidental”, que “representa el concepto de
texto-como-objeto en una escala colectiva” (1996: 59). William Weber propone tres
principios básicos constituyentes del canon musical: la maestría o el oficio, de donde
surge la idea de grandes compositores; el papel cívico que las obras canónicas
cumplen en la celebración del cuerpo político; y la autoridad moral, contra las
depredaciones de la cultura comercial (2001: 138; cf. también Weber 1999: 336-355).

3
    Todos citados en Gorak 1991: 1
4

Kerman distingue canon de repertorio: el primero es una idea, determinada por los
críticos; el segundo es un programa de acción determinado por los ejecutantes (1984:
177 y 184), lo cual resulta útil para una primera aproximación, si bien el uso corriente y
la dinámica de las formaciones culturales son considerablemente más ambiguos que
esta polaridad, según observa Marcia Citron (1993: 17).
      Si bien el tema adquirió visibilidad pública, en un plano amplio de discusión, con
la publicación en 1994 del provocativo libro de Harold Bloom, The Western Canon
editado en castellano al año siguiente, podría considerarse que el influyente Forms of
Attention, de Frank Kermode constituyó, en 1985, un impulso innegable para la
renovación de los estudios sobre el tema, a partir del campo de la literatura, precedido
por los artículos reunidos por Robert von Hallberg en Canons (1984). Es en la década
del 90, como decíamos al comienzo, cuando se produce la eclosión más evidente de
trabajos dedicados al tema, algunos de cuyos títulos recorreremos, no con el propósito
de ofrecer una bibliografía escolar sobre el tema, sino porque ellos constituyen la base
sobre la que estas páginas fueron elaboradas. En una lista rápida y necesariamente
restringida de aquellos que nos parecen más significativos, incluiríamos Canons and
Consequences: Reflections on the Ethical Force of Imaginative Ideals, de Charles Altieri
(1990) - una potente defensa de los valores canónicos frente al historicismo crítico -, el
artículo de John Guillory -“Canon” - en Critical Terms of Literary Study (1990), editado
por Franck Lentricchia y Thomas McLaughlin, así como el aporte fundamental de Jan
Gorak, The Making of Modern Canon: Genesis and Crisis of a Literary Idea (1991), y la
edición que estuvo a su cargo de un conjunto de ensayos reunidos bajo el título de
Canon vs Culture: Reflections on a Current Debate (2001). Antes, Renate von
Heydebrand había editado Kanon Macht Kultur (1998) - título cuyo juego de palabras se
revela productivo en su propio escrito -, actas de un simposio en el que más de treinta
especialistas reflexionaron en torno de este problema desde diversos ángulos. En otra
de las contribuciones recientes, Critical Theory and the Literary Canon (2001), Kolbas
enfoca el tema desde la perspectiva sociológica y estética de Adorno. Marco ineludible
a la hora de considerar los cánones musicales y musicológicos, toda esta literatura,
producida casi siempre en el ámbito de los estudios literarios, requiere sin embargo un
abordaje cuidadoso, que no pierda de vista la especificidad del lenguaje considerado,
5

para evitar o restringir el riesgo de las transposiciones apresuradas. Una de ellas es la
sobrestimación de las similitudes que aparecen en la problemática de las diferentes
manifestaciones artísticas, y en consecuencia la minimización de las diferencias en las
reglas de formación, dinámicas y potencialidades en su capacidad canónica y en su
funcionamiento social.
      En el ámbito musicológico al temprano artículo de Joseph Kerman, “A few
canonic variations”, publicado en Critical Inquiry en 1983, le siguen títulos que
constituyen hasta hoy referencias ineludibles: Femenine Endings, Music, Gender and
Sexuality (1991) de Susan McClary, un clásico de la crítica feminista al canon musical
occidental; la reunión de artículos realizada por Katherine Bergeron y Philip Bohlman,
Disciplining Music: Musicology and Its Canons, (1992), y desde el área de los estudios
de género, Gender and the Musical Canon (1993), de Marcia Citron. A partir de
perspectivas teóricas muy diferentes, y sin mencionar explícitamente el término canon,
un libro como el de Lydia Goehr, The Imaginary Museum of Musical Works: an Essay in
the Philosophy of Music, (1992) aborda asimismo el problema. En contribuciones
posteriores se encuentran ecos y reconsideraciones de este debate, como en
ponencias del 16° congreso de la International Musicological Society realizado en
Londres (Greer, 1997), en algunas de las editadas por Nicholas Cook y Mark Everist en
Rethinking Music (1999), en la evaluación de la nueva musicología desde las
tradiciones marxistas en algunas intervenciones en las jornadas realizadas en
Oldenburg,     Musikwissenschaftlicher     Paradigmenwechsel?        Zum     Stellenwert
marxistischer Ansätze in der Musikforschung, editadas por Günter Mayer y Wolfgang
Stroh (2000), o en las incluidas por Martin Clayton, Trevor Herbert y Richard Middleton
en The Cultural Study of Music (2003). Desde esos años, es relativamente frecuente la
consideración, explícita u oblicua de este tema en los estudios musicológicos, en
particular, en aquellos cuyos marcos provienen de los estudios culturales, referidos a la
otredad - genérica, étnica, social, nacional -, de los poscoloniales, de las culturas
populares, o cada vez que el discurso roza los problemas del valor - estético,
gnoseológico - la tradición, el ejercicio del poder por medio de la producción simbólica,
los mecanismos de constitución de la clasicidad, tanto en lo referido a la producción
musical como al discurso musicológico, y desde posiciones críticas del canon hasta
6

otras que relativizan o se oponen, precisamente, a esa misma crítica. Esto puede
observarse en trabajos de Philip Bohlman, Marcia Citron, Suzanne Cusik, Mark Everist,
Annegret Fauser, Christopher Hailey, Kevin Korsyn, Ellen Koskoff, Lawrence Kramer,
Susan McClary, John Shepherd, Ruth Solie, Rose Rosengard Subotnik, Richard
Taruskin, Robert Walser, William Weber, entre tantos otros. En síntesis, aun a riesgo de
simplificar excesivamente, podría decirse que la mayor masa de escritos sobre el
canon, en el ámbito de la musicología histórica y en el de los estudios de música
popular proviene de los Estados Unidos, fue producida en los tempranos 90s, y
motorizada desde el campo de la New Musicology.

2- Espacios y modalidades en los que puede detectarse la conformación del canon
musical

      El canon se manifiesta en la vida musical: programaciones de concierto, libros de
divulgación, audiciones radiales, antologías, listas de grabaciones más vendidas: se
trata de distintas apariciones, dispersas, contradictorias, de jirones del canon, sujetos a
las condiciones de producción, difusión y consumo así como a las variables de las
subculturas actuantes y su grado de poder en un conjunto social determinado.
      Los espacios institucionales son decisivos en la conformación y perpetuación de
las normas y los valores que presiden el canon. En primer lugar, el espacio académico
lo establece y lo preserva a través de los repertorios de obras analizadas, de las
selecciones, cortes y filtros en los programas de historia y/o de análisis, de los modelos
compositivos que instaura      - con sus reglas y exclusiones -, de los programas
recurrentes en las cátedras de instrumento. En estas últimas se consagran no solo
repertorios, sino tradiciones interpretativas también canónicas.
      Los espacios físicos contribuyen igualmente a este proceso: compositores y
obras que migran, por ejemplo, del off al Colón, o incluso en el interior mismo de los
circuitos alternativos, también ellos organizados valorativamente, conquistan lugares de
prestigio en si mismo legitimantes. Lo son igualmente los sistemas de premios, becas,
recompensas: en ellos, a través de la selección de jurados, de los géneros, a través de
7

la historia de lo anteriormente premiado cristaliza una idea de excelencia que actúa
sobre la producción subsiguiente.
      Buena parte de estos aspectos figuran también como operadores significativos
para la conformación del canon musicológico. Aquí, además de la originalidad, rigor y
relevancia científica de los aportes, inciden naturalmente la ubicación en el campo:
acceso a las publicaciones y editoriales más prestigiosas, ocupación de los cargos más
codiciados en las universidades, con el consiguiente afianzamiento y refuerzo de las
posiciones teóricas sustentadas por los académicos. El acceso a las mismas indica - o
al menos puede ser un indicador - de la consagración de tendencias hasta entonces
latentes o marginales, de su colocación en el centro de la escena, con toda la
capacidad de incidencia, decisiones, de canonicidad que esto conlleva. El ascenso de
la periferia al centro de representantes fundantes de la New Musicology, más allá de la
calidad profesional de sus obras, es un signo claro de la trayectoria de ese paradigma
musicológico desde el margen hasta su instalación en el corazón de la academia.
      Para ilustrar algunos resortes constitutivos del canon, consideraremos dos
ejemplos clásicos: por un lado, las variables en juego en la edición de un diccionario,
verdadera maquinaria productora de canon, y por otro, las que presiden el
establecimiento de listas de obras canónicas votadas por un universo determinado de
encuestados. En ambos casos, se trata de la incidencia de la musicología o del
discurso crítico en la constitución del canon. Esto no significa que éste sea un producto
exclusivo de aquella: afirmar esto implicaría acordar a estas prácticas altamente
especializadas una representatividad y un poder que, para bien o para mal, no poseen,
o poseen de manera sumamente restringida.
      Para el primer caso, consideremos el probable proceso de publicación de un
diccionario imaginario. ¿Cuáles son las decisiones fundamentales que debe tomar un
editor? Y antes de él, en realidad, qué otras decisiones ya condicionaron la empresa:
quién producirá el diccionario, quién aportará los recursos, con qué propósito, para qué
público, en qué circunstancias, con qué recorte geográfico, cultural, ideológico, político.
Habría básicamente cinco ámbitos en los cuales las decisiones interesan a nuestra
indagación. El primero es el grado de apertura del universo “música” que se esté
dispuesto a considerar: lo “clásico”, lo “popular”, lo “étnico”. En el ámbito culto, se
8

establecerán probablemente jerarquías entre dos series ideales: lo conocido,
popularizado, perteneciente a una franja del pasado situada entre los siglos XVII y XIX,
y lo periférico, que incluye la música reciente, o aquella que quedó fuera del proceso
consagratorio e ingresa, progresiva o súbitamente, al centro, como ocurre en los
fenómenos de revival, por ejemplo4. En el campo de lo popular, la relevancia estará
marcada, entre otras variables, por criterios de valor - con frecuencia derivados de la
música culta -, por lo cuantitativo - en lo que interviene el mercado y la industria cultural
-, y por los discursos académicos: la musicología, la sociología, la antropología, los
estudios culturales, la crítica. Ante la incertidumbre de un campo relativamente reciente,
y frente a la vigilancia académica sobre posibles discriminaciones basadas en criterios
obsoletos, es probable que las listas de entradas reflejen aquí una tendencia inclusiva.
Las voces relativas al universo llamado “etnomusical” serán decididas de manera más
autónoma por los especialistas. Estrechamente ligado a este aspecto se encuentra el
paso siguiente: establecer los nombres. Los del pasado tienen ya un cierto prestigio per
se que los del presente deben conquistar, aunque su permanencia en los diccionarios
esté también sujeta a las vicisitudes de la historiografía o la crítica. Jugará en la
selección histórica el mayor consenso obtenido en el paso del tiempo, la evaluación
entre peso histórico y eficacia estética - categorías dahlhausianas -, las operaciones de
prestigio nacional que se encarnen en la empresa del diccionario5, el énfasis en reparar
las omisiones pasadas. Las listas del presente, en cambio, estarán atravesadas por la
vacilación axiológica. Para redactarlas, se tendrán en cuenta criterios más “externos”:
mayor obra, mayor difusión, mayor consenso entre pares, centralidad geográfica o
cultural, y también factores aleatorios: preexistencia de catálogos o de estudios,
prestigio de los maestros, ser o no nombrados por una voz autorizada en el momento
preciso.
       Resumiremos los dos aspectos siguientes, que inciden en esta edificación: la
adjudicación de las voces a diferentes autores, y la extensión acordada a cada vocablo.
En el primer caso, lo más frecuente es la correlación directa entre “grandes entradas” y

4
  Kermode (1985, cap. I: 1-31) estudia estos mecanismos en relación con la resurrección de Boticelli en el
siglo XIX.
5
  La fuerte impronta nacional en los diccionarios “universales” no requiere demasiados comentarios. Cf.,
por ejemplo, Dibble 2001.
9

musicólogos más prestigiosos o especialistas reconocidos. Se trata de una
comprensible estrategia editorial: los diccionarios suelen evaluarse, en primer término, a
través de esas voces. La extensión será decidida poniendo en relación las variables
descriptas en los puntos anteriores, y en este punto la incidencia del ámbito de origen
del diccionario, con todas sus determinaciones, será definitoria. Por último, las normas
de redacción, en tanto lugar que reproduce la legalidad genérica - el diccionario en
cuanto tal -, indicarán, de forma parcial e indirecta, un cierto estado del canon
musicológico: vida y obra, estilo claro y conciso, lenguaje, clasificaciones. Muchas otras
instancias intervienen en este proceso, sin duda. Creemos sin embargo que las
mencionadas bastan para dar una idea de la compleja trama de mediaciones, variables,
circunstancias y estrategias sociopolíticas, convicciones personales, consensos
culturales, pactos y albures que organizan la estructura consagratoria que un
diccionario instala en la conciencia de una época. Y modela las sucesivas: en efecto,
los grandes diccionarios modifican sólo de manera extremadamente selectiva y lenta lo
publicado en ediciones anteriores.
        Vayamos a nuestro segundo ejemplo. En diciembre de 1999, la revista Clásica,
editada en Buenos Aires publicó los resultados de una consulta a compositores y
musicólogos argentinos y a su plantel de colaboradores, en la que se les solicitó -
informalmente, sin directivas específicas - la elaboración de una lista de las obras que
cada uno consideraba fundamentales del siglo que terminaba. En la confección de esas
listas se pusieron en marcha algunos interrogantes susceptibles de revelar mecanismos
de funcionamiento del canon, y que son, en síntesis, los siguientes6:
1- Los encuestados se vieron en la alternativa de establecer la trascendencia de los
compositores y obras seleccionadas ya sea desde algún punto de vista o criterio
supraindividual, “objetivo”, compartido, o bien desde una perspectiva más individual,
seleccionando aquellas con las cuales entablaron un vínculo o diálogo personal, en
acuerdo o no con un consenso preexistente. En términos simples, el dilema se
presentaría así: incluyo una obra por la que no profeso una particular admiración, pero

6
 Como formamos parte de los encuestados, analizamos la experiencia en tanto observadores
participantes, lo cual, a pesar de las precauciones metodológicas, constituye una variable a tener en
cuenta en los resultados del análisis.
10

que “se sabe” que es insoslayable en la historia de la música del siglo7, o incluyo una
obra que no parece tal, pero que forma parte de mis preferencias más profundas. Se
juegan aquí varias cuestiones: la racionalidad establecida versus lo “arbitrario”
individual;   una supuesta dirección de la historia versus el placer personal; la obra
individual y su pertenencia o no a un canon cambiante8.
2- Otra zona de interés para el análisis es la expresada por la relación entre canon
“nacional” y canon “universal”9, que se manifiesta en el número y las características de
los compositores argentinos y latinoamericanos que ingresaron a la lista10. ¿Cómo juega
la producción local en la conformación de un canon general? ¿Canon para quién? El
canon general ¿está basado en la excelencia técnica, el valor estético y la incidencia
histórica de las obras, con indiferencia hacia las situaciones concretas, contingentes, de
su recepción? Si la respuesta es positiva, lo que prevalece en la lista, aunque exprese
la potencia de las grandes obras “universales” inscriptas en nuestra subjetividad, puede
leerse como la reproducción del aspecto más hegemónico del canon vigente. La
inclusión de obras argentinas o latinoamericanas, en cambio, puede suscitar
desconfianza y ser vista como un esfuerzo voluntarista provocativo o defensivo, más
allá de la interrogación racional y crítica que ejercitemos de los mecanismos histórico-
culturales responsables de este hecho. Inútil subrayar que esta interrogación sobre la
producción propia es impensable en los países centrales, en los cuales por lo general
hay pocos prejuicios para inscribir “naturalmente” las obras locales en el canon
universal.

7
  Se trataría de un ejemplo de la relación entre conocimiento y opinión estudiada por Kermode (1985,
cap. 3, Disentangling Knowledge from Opinion: 67-93). El punto ciego aquí es que los cánones “niegan la
distinción entre conocimiento y opinión, (...) son instrumentos de supervivencia construidos para ser
pruebas de tiempo, no pruebas de razón” (78)
8
  Este aspecto es desarrollado en Goehr 2002.
9
  Esta oposición enmascara, recordemos, el fuerte componente nacional - austrogermano - que integra la
formación y vigencia del canon “universal”, como ha sido frecuentemente señalado.
10
   Con respecto a la proveniencia de las obras, cinco encuestados mencionaron piezas de compositores
argentinos y latinoamericanos; varios votaron por Kagel, y uno lo hizo por otros dos compositores
argentinos residentes desde décadas en el exterior - Davidovsky y Roqué Alsina -. Interesa señalar que
no aparecieron los nombres de Ginastera ni de Piazzolla, los compositores argentinos de mayor
repercusión internacional. El primero, quizás porque su imagen, como consecuencia del conocimiento
insuficiente que se tiene de su obra, sigue adherida al desacreditado - en este contexto - canon
“nacionalista”. El segundo, tal vez por cuestiones genéricas: su obra “culta” - área jerarquizada aquí - no
tiene el peso de su producción “popular”.
11

3- ¿Cuál es la distancia temporal que habilita la canonización? ¿Se puede incluir en el
canon a obras muy recientes, que apenas inician su circulación social? ¿Para quién/es
es válido un canon del siglo XX? ¿Qué recorte especializado del público supone, cómo
interactúa - o no - con los cánones más antiguos y cuantitativamente más significativos
en la cultura? El eje aquí es la relevancia del tiempo en el proceso.
4- ¿Cuánto y de qué manera influye en el canon personal la tradición heredada o
rechazada de las instituciones o los maestros con quienes cada uno se formó? En las
respuestas recogidas, es posible componer clusters de autores y obras organizados por
tendencias de maestros, escuelas, tradiciones, tendencias estéticas, influencias: se
trata entonces de la importancia de las vías de comunicación de los saberes como
instauradora de valores.
5- Aparece el conflicto en la dinámica de los cánones: ¿se jerarquiza el canon
conservador o el canon vanguardístico? ¿La regla o la excepción? ¿Y si el supuesto
contracanon ya fuera la regla?
6- ¿Cuánto? La consigna eran 10 títulos: un solo encuestado la respetó y hay dos
respuestas de 24 títulos. La acumulación ¿es una respuesta a la proliferación aún no
sintetizada por la historia? ¿Una precaución frente a la posteridad, en la ilusión de no
dejar pasar la obra maestra?
7- La elección del universo de los encuestados por parte de los editores es otro punto
decisivo. Aquí, se trató en todos los casos de personas actuantes y/o comprometidas
en el ámbito de la música culta contemporánea, es decir, de un universo ya
previamente unificado, que restringe la representatividad de la muestra a la órbita
especializada. El resultado es indicativo, en todo caso, de las corrientes internas de esa
región musical.
8- La ocasión: ante la inminencia del final del siglo, prima el sentimiento de balance, de
evaluación, que incide en la emisión de respuestas más intelectualizadas y racionales,
allí donde podría esperarse, por el contrario, la mirada nostálgica, el sentimiento de
pérdida.
9- El lector implícito: entregar una lista de estas características significa, para el
encuestado, develar algo a la vez personal y profesional; es entrar en una arena en la
12

que se confrontan y se evalúan los propios saberes y convicciones. Más que a los
lectores habituales de la revista, las respuestas miran de reojo a los colegas.
10- Aunque no hubo tampoco precisiones relativas al corte genérico, todos
respondieron, sin embargo, con listas de música culta - ¿condicionados por el nombre
de la revista? -, con dos excepciones de significados diferentes: Un día en la vida, de
Los Beatles, y las grabaciones de Horacio Salgán con el Quinteto Real. En el conjunto,
aparecen como opciones “desobedientes”, “excéntricas”.
        El resultado presenta un canon “moderno”, “universal”, “culto”, sumamente
articulado por la idea de progreso            - del lenguaje, de lo estético-conceptual en las
corrientes experimentales lideradas por Cage -. Si los clásicos de la primera mitad del
siglo aparecen como zonas enfáticas de consenso, ingresan también figuras
consideradas de culto en la recepción de los 80: Scelsi, Feldman, Nono11. Los
compositores más transitados en la vida musical y en distintas formas de consumo no
figuran12: Mahler, Strauss, Sibelius, el Grupo de los Seis. Hay un solo voto para
Prokoffiev, Shostakovich y Gershwin, todos emitidos por la misma persona; sólo una
obra electroacústica fue mencionada, y la única que obtuvo apoyo unánime fue La
consagración de la primavera (1913...).
        Si tenemos en cuenta que prácticamente todos los participantes son docentes, y
que el conjunto incluye críticos de los tres principales diarios del país, el resultado de
este ejercicio trasciende la ocasión y permite inferir la extensión de este estado del
canon a territorios de mayor alcance.

3- Núcleos centrales y/o conflictivos

        En la literatura existente, se insiste en la estructura general tanto del canon como
de su crítica, así como en la dinámica que los moviliza y la dialéctica que los mantiene

11
   En este sentido, interesa señalar la sincronía de estas elecciones con la instalación de estos
compositores en el panorama internacional de los ’80, magistralmente estudiada por Peter N. Wilson
(1992).
12
   Se votaron las obras canónicas, no las del repertorio, para retomar la distinción de Kerman. Se trata de
una situación frecuente que el mismo autor analiza (1985: 186 y 189), así como el papel del mercado y la
tecnología en el proceso (188-192).
13

ligados13. El canon está generalmente apoyado en el status quo, que hace eje en la
tradición naturalizada, en la experiencia, en la virtual intemporalidad de los valores
estéticos compartidos, en su papel fundante en la cultura y con valor prospectivo, ya
que señala o sugiere las direcciones que debe seguir la producción posterior. La crítica
del canon, por el contrario, proviene generalmente de quienes reclaman por las
minorías que no sólo no se sienten representadas por el canon dominante, sino
excluidas del mismo por distintas razones que no tienen que ver (o no necesariamente)
con cuestiones de valor intrínseco - instancia que, por otra parte, el intenso relativismo
de estas corrientes desestima -. Es sostenida por quienes luchan por la imposición de
un canon diferenciado, o contra la clase o grupo que impone el canon, utilizando a éste
como uno de sus blancos. El canon es uno de los objetivos a los que apunta la crítica
de la ideología o las diferentes versiones de la “teoría de la sospecha”: desconfianza de
la experiencia estética como enmascaradora de los mecanismos de poder en todas sus
formas. Se trata de la crítica del canon como hegemonía, como herramienta de
opresión, como expresión de una ideología de clase, o de sectores que detentan el
poder en sus diferentes formas.
        El canon indica la manera en que a través de la historia se cristalizaron valores
que identifican a la cultura del grupo que representa, y que la maquinaria interpretativa
se ocupa de actualizar, de “mantener su modernidad” (Kermode 1985: 75)14. Construye
un imaginario de cohesión e identidad, un lugar donde se articulan individualidad y
consenso      colectivo.     En    la   heterogeneidad        cultural    actual,    y   el   relativismo
correspondiente, ¿conserva el canon el mismo poder? Si es cierto que, hoy, es
imposible concebir la sociedad como entidad unificada, estaríamos entonces en
presencia de un espacio de lucha simbólica en el que los diferentes grupos, intereses,

13
   Los párrafos que siguen son parcialmente deudores de las citadas obras de Gorak y de Kolbas,
algunas de las más inteligentes a la hora de evaluar los impulsos canónicos y anticanónicos de las
últimas dos décadas. Kolbas introduce además reflexiones significativas sobre lo que tienen en común
ambas posiciones, sobre lo cual no podemos extendernos aquí. Una de ellas - anticipada en realidad por
Altieri (1990: 23 y ssgg) - es la creencia en la capacidad del canon para representar segmentos sociales.
Cf. Cap. 2, “The Contemporary Canon Debate”: 25-58.
14
   Esta observación importa porque por un lado, sin negar la robustez y persistencia del canon, lo integra
a la historia de las lecturas, y por otro, porque es en la música donde la interpretación, como puesta en
acto efectivo de las obras, opera más concretamente en el sostén de su “modernidad perpetua, (...)
intemporal” (90), a la que suma la propia historia de los cánones interpretativos. Si llevamos esto más
lejos, sería nuestra inventiva en la relectura y recreación de los textos lo que constituiría su perennidad,
según la perspectiva antifundacionalista de Annette Kolodny, cit. en Altieri, 1990: 53.
14

subculturas actúan para negociar sus presencias en la constitución misma de ese
canon siempre provisorio, frágil, móvil. Si posee estas características, ¿sigue ésto
siendo un canon? La recrudescencia de los estudios y debates sobre el canon
coinciden con su debilitamiento frente a los embates de la multiculturalidad, la
democracia, el escepticismo (Subotnik en Greer 1997: 221-225), la fractura social.
Posiciones como la de Bloom representan el polo defensivo de un núcleo de valores
políticamente incorrecto, jaqueado por los nuevos actores sociales que reclaman su
parte en la representatividad simbólica que una sociedad da de si misma. Cuando las
formaciones de poder que sostienen los cánones hegemónicos deciden, por distintas
presiones, abrir efectivamente el juego a las nuevas identidades sociales o culturales,
¿estamos en presencia de un intento liberal de democratización del canon, o bien éste
desaparece de la superficie de los discursos para irrigar y difuminarse capilarmente
como medio de aumentar su eficacia, según la concepción foucaultiana del poder?15.
       El canon actúa como valor positivo si se entiende como herramienta latente de
preservación de valores estimados fundamentales e irrenunciables para la continuidad
identitaria o para un proyecto comunitario. Condensa lo esencial de la vivencia artística
de un grupo, y pone en el centro, fuera de cualquier consideración sociológica, el valor
de la experiencia estética: en la defensa del canon, dice María Teresa Gramuglio al
comentar a Bloom, podría verse una defensa de la poesía, incluso de la poesía que
triunfa sobre el olvido y la muerte (Gramuglio 1998: 56) Interviene además para
proteger esos mismos valores ante el cambio y la amenaza consiguiente de
destrucción, ante el acoso de los profanos, de los que disputan su preeminencia. El
canon entonces es una de las zonas en que se libra el combate de fuerzas antagónicas
responsables de la dinámica de las sociedades y las culturas.
       ¿Inciden los cambios tecnológicos en la economía canónica? Antes de la
expansión de Internet, el dificultoso acceso a la edición musical y literaria operaba como
una primera selección, eficaz en el imaginario colectivo: llegaba a la distribución social
aquello que algo o alguien autorizado había ya evaluado y elegido, con lo que se

15
   Desde otras perspectivas teóricas, Žižek (1997) realiza una lúcida crítica a las falacias del
multiculturalismo, honestamente sostenido por sectores opuestos a los poderes hegemónicos, pero que,
a su juicio, opera una homogeneización ficticia que esquiva el núcleo traumático del Otro real y al mismo
tiempo deja intacta la “lógica cultural del capitalismo multinacional”.
15

legitimaba, siempre desde este punto de vista, la instalación de nombres y valores en el
conocimiento público. En la web hay una hiperdemocratización gigantesca que tritura y
banaliza los nombres hasta volverlos anónimos, indiferentes. Difícil construir allí, por
ahora al menos, alguna trama valorativamente jerarquizada. La web opera como una
vertiginosa máquina virtual de descanonización, o más bien de aplanamiento y por
consiguiente de a-canonización - valga el oxímoron -.
       En última instancia, es difícil pensar en la posibilidad de la inexistencia del (los)
cánon(es), si lo entendemos como el conjunto de a priori, de pre-juicios - en el sentido
hermenéutico - y tradiciones en los que se teje la trama de la cultura. Este núcleo tiene
no sólo una cierta identidad teórica, sino, lo que es más importante, una eficacia
experiencial, latente en la subjetividad y en la vida de todos. En este sentido, el canon
debe “continuar resistiendo a la retórica de la resistencia” (Altieri 1990: 50)

4) Acerca de los cánones musicológicos

       El tema del canon en la literatura, frecuente en los ’80, fue puesto en el ojo de la
tormenta pública, más allá del plano académico, por un conservador como Harold
Bloom, con su defensa de los aspectos más eurocéntricos (anglocéntricos, para ser
más precisos) y tradicionales del canon literario. En la musicología apareció más ligado
a los críticos del canon musical occidental, quienes intentaron, apoyados en las
herramientas provenientes del post-estructuralismo, como se sabe, analizar las
condiciones sociales, ideológicas y políticas que presidieron su formación, reproducción
y supervivencia, en vistas a desenmascarar el poder opresivo o la violencia simbólica
que ejerce sobre los excluidos16. Los estudios culturales, de género, post-coloniales, o
los referidos a la cultura popular, son los ámbitos privilegiados de los trabajos que
adhieren a estas líneas. Como afirma Gorak, con frecuencia ellos producen del canon
una imagen “grafocéntrica, nacionalista, falofílica y ginofóbica” (1991: 235), o bien,

16
   Un punto poco explorado de este problema es el de la manera en que los excluidos utilizan,
interactúan, resignifican los cánones establecidos, más decisivo que la mera sustitución de un canon por
otro, según sugiere Kennedy, 1997: 61. Sobre este tema, la referencia ineludible es la obra de Michel de
Certeau (por ejemplo, de Certeau 1990).
16

según Kolbas, “elitista, patriarcal, racista o etnocéntrica” (cit.: 1): no pocos de los males
de este mundo, en suma.
          Según ya anticipáramos, la musicología posmoderna - para utilizar, al solo efecto
de abreviar, una denominación que, como toda generalización, no hace justicia a la
pluralidad que encierra - parece haber ganado la batalla y conquistado posiciones que
la colocaron como el nuevo canon musicológico para grandes sectores de la vida
académica y profesional en los Estados Unidos, desde donde se irradia e impone, por
estrategias histórica, política y culturalmente conocidas, hacia contextos permeables al
impacto de las novedades allí producidas. Es ésta la principal razón por la que nos
ocupamos de ella aquí. Esta tendencia - que produjo algunos de los textos
intelectualmente       más    estimulantes     de   los   últimos       años   -   diseña   su   perfil
contraponiéndolo a configuraciones teóricas “enemigas”. Una de las preferidas es
aquella que sostiene la idea de la autonomía de la obra. En ella, estudiosos como Rose
Subotnik (1996: xxvii) ven la encarnación del ideal occidental de razón abstracta y su
secuela de exclusiones, central en la musicología positivista, en particular, en el análisis
y en la escucha estructural. No entraremos en los detalles de un debate que ya ocupó
demasiadas páginas. Quisiéramos solamente precisar lo siguiente: la autonomía de la
obra se forjó históricamente en el cruce de diversos discursos y prácticas sobre los que
Dahlhaus ya dijo quizás todo lo que puede decirse por ahora. Sobre ella se montaron
los dispositivos analíticos más rigurosos17, y también algunos de los más arbitrarios y
tautológicos en sus recortes, los más insensibles a lo que la música significa en la vida
de cada uno y a las inscripciones sociales y políticas en las estructuras musicales. Su
especialización extrema no nos dice con frecuencia casi nada de nuestra relación con la
música. Lo mismo ocurre en el extremo opuesto: la suprema indiferencia frente a lo
sonoro, la hipertrofia del contexto nos priva de un momento sustancial en el análisis del
hecho musical. Esto que parece una observación banal para cualquier músico no lo es
en absoluto para amplias franjas de los estudios musicológicos: en reuniones
científicas, cuando alguien se refiere a “lo musical”, con plena conciencia de la
problematicidad del concepto, y con el propósito de aislarlo sólo provisoriamente para
reponerlo luego en la densidad de los fenómenos estudiados, lo que es habitual en

17
     Algunos poderosamente canonizadores, como la teoría de Schenker.
17

cualquier proceso de investigación, es observado como un sobreviviente de otras eras.
En consecuencia, los saberes y las destrezas técnicas específicas aparecen
devaluadas ante el prestigio y los capitales de otras disciplinas, cuyos desarrollos se
intenta seguir al borde de las fuerzas. En tanto, se minimiza el valor de los aportes
referidos a dimensiones particulares de los hechos musicales que sólo las
competencias de músicos y musicólogos permiten analizar18. Esto no significa, en modo
alguno, eximirnos de la obligación de permanecer atentos y críticos al desarrollo
general de las ideas, ni una mezquina defensa corporativa, ni un rechazo obtuso de la
multidisciplinariedad o de una “hermenéutica de la heteronomía” (Hailey 1997:171). Se
trata, por el contrario, de contribuir a ellas también desde la comprensión íntima del
pensamiento musical, de la especificidad del hacer musical como forma particular de
conocimiento y de expresión. Al encuentro multi/inter/trans-disciplinario es necesario
llegar con la máxima plenitud de los conocimientos particulares, y ponerlos en discusión
en pie de igualdad en el trabajo de equipo, modalidad prácticamente insoslayable, hoy,
para los estudios de esa naturaleza.
        La musicología posmoderna intentó quebrar lo que identificó como insularidad
del saber especializado19 y colocarlo en el plano de la discusión actual de las
humanidades y las ciencias sociales20. Sin embargo, en muchos casos el énfasis en la
construcción social de sentido, en la música como mero soporte del imaginario de la
cultura dominante provocó un distanciamiento y desprecio cada vez mayores del objeto
musical, de su economía sonora y estructural - aun considerado éste en sus modos de
existencia y acepciones más amplios21 - y de la consideración del valor estético. Si es
probable que se ganaran de esta manera interlocutores en el ámbito de los otros
saberes, los del mismo campo - los compositores, los músicos, los públicos
comprometidos con la música - quedan relegados. Los actores del campo musical

18
   Se juegan aquí, desde luego, múltiples cuestiones, como el estatuto epistemológico de la disciplina,
sus criterios de cientificidad y el lugar de las llamadas “ciencias auxiliares”, ante cuya jerarquización
académica y prestigio intelectual la musicología parece por momentos padecer un complejo de
inferioridad.
19
   Cf. la enérgica respuesta, desde el campo del análisis, de Pieter van den Toorn a esta crítica (1995,
esp. Cap. 2, “In Defense of Music Theory and Análisis”: 44-64).
20
   Esta relación estuvo, sin embargo, siempre presente en la mejor musicología de cada época, como
señala acertadamente Jürg Stenzl (en Greer 1997).
21
   Como texto-proceso, según sugiere Subotnik (1996: 59).
18

observan el debate musicológico, más que nunca22, con una mezcla de ironía y
perplejidad: perciben que la musicología no les habla a ellos, ni de ellos, ni de sus
prácticas y saberes, ni de la materia con la que trabajan, ni de sus experiencias más
conmovedoras con la música. En última instancia, más allá de los marcos conceptuales,
hay que reconocer que lo que está centralmente en juego es el estatuto del discurso
teórico en su relación con la música. Benjamin Boretz (2003) lleva sus preguntas sobre
este tema a un punto de inusual lucidez crítica, desde el título mismo de su artículo: “Is
Music Necessary”?
        Estos modelos rescataron valores descuidados en la consideración del lugar de
la música en la vida de las personas, como el disfrute sensorial de las superficies
sonoras, la sensualidad, la afectividad, el cuerpo, por sobre lo que identifica como
imperialismo masculino de la estructura, la racionalidad, la forma, la ideología del
progreso. El placer, la relación personal, intensamente subjetivante, es puesto en el
corazón de la experiencia musical. Sin embargo, paradójicamente o no, la valorización
de este placer parece selectiva: en las músicas “menores”, fuera del canon,
marginalizadas, el placer tiene signo positivo, resiste la hegemonía de la razón
estructural, favorece la construcción de subjetividades e identidades, es eximido de
toda confrontación crítica. El placer que produce el repertorio consagrado, en cambio,
es sospechado: allí hay que develar la cristalización del poder, la ideología
“sonoramente organizada”, para parafrasear a Blacking. ¿Es éste un límite o un
extremo deliberado en el proyecto pluralista y liberal de la musicología posmoderna?
¿No contradice sus bases rizomáticas inspiradas en Deleuze, su rechazo del tercero
excluido de la lógica tradicional, al reintroducir un negativo simétrico del discurso al que
se opone? Para mantener la coherencia democrática del proyecto, ¿no habría que
aceptar que cada uno accede a la fruición estética con las músicas que quiere o puede,
fuera de la corrección o incorrección política de las mismas, a condición de que no
interfiera en “el modo absolutamente particular en que [el otro] organiza su universo de
sentido” (Žižek 2000: 258)? Esto implica defender el derecho de las minorías
conservadoras, aquellas para las cuales la ortodoxia del canon sigue en el centro de su

22
  La aclaración es importante: implica por un lado reconocer la especifidad de la producción teórica, y
por otro, las limitaciones también existentes en concepciones y estilos musicológicos anteriores para
conectarse con los actores de la vida musical.
19

relación con la música, las que aún pueden escuchar la Novena sin la incómoda
sospecha de estar participando de una reprobable conspiración sexista en re menor.
Sin embargo, está claro que es imprescindible relativizar este idealismo estético - al que
son proclives las corrientes hermenéuticas - y considerar, en línea con las perspectivas
teóricas marxistas, que en el capitalismo tardío las obras canónicas se consumen
también como cualquier otra mercancía, desactivadas en su potencial crítico y utópico,
silenciadas para que no perturben el presente de una burguesía que funda en ellas su
“distinción”23. Desgastadas por la repetición, las obras se convierten en objetos
“culturalmente inertes o estéticamente estériles, tales que terminan sirviendo a los más
triviales propósitos” (Kolbas, cit.: 58)24.
       Una de las categorías más recurrentemente impugnadas por la musicología
posmoderna es el positivismo, su interés por el dato, ya sea estructural o histórico25, su
confianza en la realidad material, “externa”. En ese ámbito, todo es interpretación26 -
aun en sus versiones bloomianas de misreading -, y cualquier desvío de este axioma es
considerado esencialista, pura ideología, como si no fueran ideológicos - en el sentido
limitado en que entiende el término en estos contextos - los planteos “de/cons-
tructivos”. Pero volvamos al plano de los hechos en musicología. El debate nos
concierne, a quienes trabajamos en estas latitudes, porque hace desde luego a las
bases epistemológicas de la disciplina. Lo que habría que evaluar es el lugar que le
acordamos, su relevancia, su urgencia para nosotros, sin lo cual corremos el riesgo de
heredar un conflicto ajeno o secundario, una vez más. De nuevo, tenemos que decir
que la crítica que la musicología posmoderna hizo tanto de la vieja musicología como
de la nueva music theory, atrapadas ambas en el vaciado ciego de archivos, el recuento
rutinario de notas o estructuras, la confección automática de catálogos, fue oportuna e
imprescindible. Pero también estrechamente ligada a su contexto: la saturación de la

23
   Bourdieu 1979. En otro sentido, y a propósito especialmente del rock y del pop, Günther Jacob estudia
la distinción como estrategia del mercado para la formación del canon: “el mercado es una máquina de
diferencia, que por un lado profundiza la diversificación de géneros y escenas, y por otro acorta su
vigencia” (Jacob 2000: 243).
24
   No podemos extendernos aquí sobre las divergencias entre la teoría crítica y la hermenéutica acerca
del estatuto, condiciones y límites de la experiencia estética.
25
   Los trabajos más consistentes provenientes de esta tendencia no excluyen, sin embargo, estos
aspectos: en muchos casos, es una cuestión de dominancia.
26
   Como lo entiende Hassan en su listado contrapuesto de características del modernismo y del
posmodernismo (Hassan 1986: 312).
20

recopilación de fuentes primarias, el éxito académico de determinadas técnicas
analíticas “duras” - pitch set class, post-schenkerismo, modelizaciones informáticas -
entre otros. Pero observemos algunas pocas situaciones en Argentina - probablemente
extensibles a muchos otros países de la región -: no disponemos siquiera de un
repertorio de las publicaciones musicales que existieron; nadie pudo armar todavía un
listado de los conciertos de colectivos históricos fundamentales como la Agrupación
Nueva Música ni del Centro Latinoamericano de Estudios Musicales del Instituto Di
Tella. No hay análisis sólidos que demuestren en los hechos la asimilación de las
técnicas franckianas en la música de Alberto Williams, ni exponga los recursos
musicales específicos que caracterizan al “rock nacional” en determinados momentos
de su historia, aunque de estos temas se habla en escritos, reuniones y cursos. Los
catálogos de obras están en muchos casos plagados de incertidumbres; la mayor parte
de las obras concretas del repertorio local que circuló en la vida musical del siglo XIX
nos es desconocida. Tal vez no sería inadecuado preguntarse si el positivismo no es,
aun hoy, en nuestros contextos, un “proyecto incompleto”, como la Modernidad para
Habermas. Negar la importancia de los esfuerzos tendientes a suministrar herramientas
de trabajo rigurosas y confiables o a cubrir estas lagunas de conocimiento27 en nombre
de la obsolescencia de la musicología positivista es condenarnos a naufragar en
interpretaciones sofisticadas y atractivas, pero que soslayan la base empírica28. Está
claro que ninguna acción en este sentido tiene la neutralidad que con frecuencia se le
otorgó. Se sabe que toda recopilación está regida por una teoría, y responde a las
preguntas que formulemos: “No hay material [fuentes] hasta que nuestras preguntas lo
hayan revelado”, afirma Hobsbawm (2002: 209)29. Por otra parte, todo “modo
documental de conocimiento”, (LaCapra 1985:18) no puede desconocer el modo en que
los documentos “son ellos mismos textos que ´procesan´ o retrabajan la realidad y
requieren una lectura crítica que vaya más allá de los métodos tradicionales de la
27
   Este argumento puede ser irónicamente calificado como aproximación “lagunística”, según observa
Stefano Castelvecchi (en Greer, cit.: 187).
28
   El papel del momento empírico en la investigación musicológica está siendo revalorizado: un título
como Empirical Musicology (Cook y Clarke 2004) parece en si mismo un manifiesto post-postestructural.
29
   Jean Starobinski había observado esta dualidad entre recorte del objeto y medios interpretativos,
acciones cumplidas por el mismo sujeto, pero cuya diferencia debería establecerse con la mayor
precisión (Starobinski en Le Goff y Nora 1981). Por otra parte, el documento sin inserción contextual y
funcional puede resultar “agua estancada ... evidencia inerte”, según la expresiva formulación de Rob
Wegman (2003: 141).
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