ESPAÑA: LA TRANSICIÓN Y SUS PROBLEMAS EN EL NUEVO SIGLO

Página creada Gregorio Jorge
 
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Conferencia de Manuel Fraga Iribarne en la
            Universidad de Cantabria

          ESPAÑA: LA TRANSICIÓN Y SUS
         PROBLEMAS EN EL NUEVO SIGLO

                                                    Santander, 19 de octubre de 2007

       Agradezco, muy de veras la amable invitación para participar en las actividades
del “Día de Alumno” que organiza el Consejo de Estudiantes de la Universidad de
Cantabria y que responde a la importante demanda de que nos expliquemos unos a otros
lo que hacemos en política, y procuremos aclararlo y ponerlo al día, cosa siempre
necesaria en un régimen de opinión, y más aún en momentos, de intenso y rápido
cambio social como el que estamos viviendo.

        Y me satisface, muy especialmente, el poder hacer esta contribución al debate
político precisamente en un foro universitario por razones múltiples: La primera, porque
tuve la honra de ser muchos años profesor universitario; primero, como Catedrático de
Derecho Político de la Universidad de Valencia; luego, como uno de los fundadores de
la primera Facultad, entonces de Ciencias Políticas y Económicas, de la Universidad de
Madrid, desde sus comienzos como encargado de curso y después por oposición
Catedrático numerario de Teoría del Estado y Derecho Constitucional de la propia
Facultad; luego dividida en dos. Como es sabido: Ciencias Políticas y Sociología por
una parte, y Ciencias Económicas por otra. Debo confesar que nunca fui partidario de
esta división por cuanto la Economía y la Política son siempre complementarias, y pude
comprobar, en mi época de trabajador en Londres, el acierto de la London School of
Economics and Political Science de mantener esa unión. Y la segunda razón por la que
me siento muy honrado de volver a estar en Santander es porque durante años tuve una
especial relación con los “Cursos de Verano de Santander” en los que fui director del
“Ciclo de problemas contemporáneos” y colaboré con un grupo de profesores
montañeses que lograron después de muchos esfuerzos la creación de la actual
Universidad de Cantabria en la que hoy nos encontramos.

        Pues bien; se me ha pedido que hable, entre otras cosas, de la Transición
española. La Transición de España, después de un siglo de grave inestabilidad política y
de una guerra civil (1936-1939), seguida de la 2ª Guerra Mundial, a un sistema
constitucional aceptado por la inmensa mayoría de los españoles, que ha permitido un
desarrollo económico y social sin precedentes, que nos sitúa entre los diez primeros
países del mundo; es sin duda un acontecimiento de excepcional importancia y digno de
ser continuado por las próximas generaciones.

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Sin duda, fue elemento decisivo la restauración de la Monarquía parlamentaria,
en la persona de D. Juan Carlos I, que había de ratificar el acierto de sus decisiones con
la decisiva intervención personal del Rey, el 23 de febrero de 1981, que impidió el
retorno a los fracasos de nuestro lamentable siglo XIX.

        Por supuesto, algunas cosas habían comenzado a moverse desde antes. El
sistema económico, de control reforzado durante la propia guerra civil y la subsiguiente
guerra mundial, había dado paso a un sistema más abierto y más racional. El Concilio
Vaticano II había sentado las bases para una apertura en el frente religioso. La Ley de
Prensa de 1966 permitió una progresiva ampliación de los términos de disciplina
política. La elección por sufragio directo del llamado “tercio familiar” de los municipios
(que yo promoví desde un importante Congreso sobre la Familia) había permitido
experimentar sobre las posibilidades de un sufragio directo a todos los cabezas de
familia. No fue posible, por el contrario, avanzar suficientemente en otras reformas
políticas, simplemente en el terreno clave de la libertad de asociación política y el
intento de reformar las leyes fundamentales no logró el éxito deseado.

        Así las cosas, el primer Gobierno de la Monarquía pudo avanzar (desde el
Ministerio de la Gobernación, que yo ocupaba) en dos leyes impecables sobre los
derechos de reunión y asociación política. Logrado esto, el Rey tuvo el valor de
acometer la reforma en torno a nuevas personalidades; abriendo la primera operación
constitucional basada en dos Cámaras (Congreso y Senado) y que acometió, con un
especial acierto con la ponencia constitucional del Congreso (de la que me honré en
formar parte) un proyecto constitucional, que, pasado por los filtros de la Comisión
Constitucional y el Pleno del Congreso, luego en el Senado (en el que había un
jerárquico, pero, importante núcleo de personas nombradas por el propio Rey) y
finalmente por una Comisión mixta de ambas Cámaras, produjo la Constitución vigente.

       La Constitución se logró en la Monarquía parlamentaria; con sistema bicameral,
en el cual se sigue repitiendo la necesidad de reformarla y reforzar al Senado, como
Cámara de representación territorial; una justicia plenamente independiente, mas un
Tribunal Constitucional. Una nación única e indivisible, España, compatible con la
Autonomía de sus nacionalidades históricas y regionales, así como la de sus provincias
y municipios.

       Se han propuesto reformas constitucionales, pero siempre a partir de lo ya
establecido. Lo cierto es que el principal defecto del sistema es la dificultad para crear
mayorías sólidas y racionales, debiendo de suprimirse la obligatoriedad de un sistema
proporcional, y primando a los partidos más votados.

        En todo caso, lo mismo el Rey que los grupos que apoyaban la reforma, que los
que llegaron con otras ideas y plataformas aceptaron lo dicho por la inestabilidad y
debilidad de nuestras dos malogradas Repúblicas, y los equipos que él designó han
merecido bien de la Patria. Es una lástima que por la falta de salud del principal
encargado de manejar estos procesos, el Sr. Suárez, no pueda celebrarlo. En todo caso,
cabe decir que España ha superado un momento delicado de su Historia, y ahora se trata
de continuarlos, y no de volver a empezar. La Historia produce siempre cambios
difíciles de prever, pero las bases sentadas son sólidas y realistas.

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Lo cierto es que nos encontramos, a comienzos del nuevo siglo, el XXI,
habiendo podido consolidar la más fecunda transición política – la semana que viene se
cumplirán los 30 años de los “Pactos de la Moncloa”- después de todos los fracasos de
un largo siglo, en el que los españoles, tras no saber aprovechar el gran momento de
Cádiz, nos dedicamos a tratar de imponer, una parte de la sociedad a otra, fórmulas
impuestas, de escasa duración y serias contradiciones, que culminan en confrontaciones
tan graves como la Primera Guerra Carlista, la de los 7 años, donde no se hicieron
prisioneros -porque se mataban- hasta el Convenio Elliot, y en la cual la madre de
Cabrera, no pudiendo ser capturado él mismo, fué fusilada en un sillón de mimbre
porque su avanzada edad y precaria salud le impedían mantenerse en pié. Desde
entonces, hasta la tragedia de 1936 a 1939, no tuvimos posibilidad de desarrollo
económico, de progreso social, como sí ha sido posible en los últimos 30 años, después
del compromiso de todos en la Constitución de 1978 y bajo el prudente arbitraje
moderador de La Corona, que demostró su efectividad en un 23 de Febrero inolvidable.

        Por desgracia, en este momento, en vez de aprovechar el pasado reciente, se
están dando pasos peligrosísimos, sin una política exterior clara, jugando con la misma
unidad nacional, intentado tratos con grupos terroristas que no han abandonado la
violencia, destruyendo los valores morales arraigados de una vieja sociedad que supo
mantener la familia y la moral cristiana como valores básicos y en definitiva tornando
en almoneda todo lo logrado a lo largo de una generación. Todo ello, sin una demanda
social reconocible; con un aumento creciente de la abstención; con una inconsecuente
tendencia a la formación de coaliciones con grupúsculos irrelevantes; con graves
amenazas para el equilibrio económico y social; y con peligros de balcanización de una
de las naciones más antiguas, creadora de una lengua hablada por 500 millones de
personas en el mundo actual; con un desmarque creciente de las instituciones que la
sociedad había ya aceptado, y, en definitiva, poniéndonos todo ello en obligación de
salvaguardar lo esencial, poniéndonos al día, en el comienzo del nuevo siglo.

        Mientras atrás “resucitaron” partidos, que ya habían fracasado en todas partes,
como el Partido Comunista, que hoy se disimula en nombres confusos como el de
Izquierda Unida; mientras que el P.S.O.E. fué fundado, por mi paisano Pablo Iglesias,
en una España sin clases medias y donde el fundador tuvo que venir a pié desde El
Ferrol a Madrid, nosotros optamos por crear un partido de centro reformista, que otros
intentaron sin éxito copiar (U.C.D., Operación Reformista) y donde están, las claves de
un futuro.

        La mal llamada “memoria histórica” consiste en mirar al pasado, en cambiar los
nombres de las calles o el sitio de las estatuas. Los ingleses en cambio han sabido
entenderlo como un pacto para no repetir errores, y mirar hacia adelante. Desde este
espíritu me propongo analizar el tema de esta intervención al debate sobre los grandes
temas del nuevo siglo, por la España política de hoy.

       Los principales son, a mi juicio, los siguientes: Unidad de España; consolidación
de la forma del Estado; el desafío de la inmigración (tras haber sido, durante mucho
tiempo, un país de emigración); la seguridad de los ciudadanos (tarea primera de todo
sistema político); seriedad y rigor en la vida política; y de las instituciones con un
sistema de valores, bien manejado y custodiado por todos.

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Y paso a analizarlos uno por uno.

La unidad de España, como sociedad característica, fué reconocida ya por el Imperio
romano, por la Iglesia Cristiana , por los textos famosos de San Isidoro y de Alfonso el
Sabio, consolidada políticamente por el matrimonio de los Reyes Católicos y la
incorporación del Reino de Navarra; los de obra de Felipe II y de Felipe V; por la obra
constitucional de las Cortes de Cádiz y del gran Cánovas del Castillo; y consolidada
definitvamente por la vigente Constitución de 1978. Paralelamente, se fué
comprendiendo que el Estado Nacional (España fué el primero, acompañado por
Francia e Inglaterra) se había ido quedando pequeño para algunas funciones, que han
obligado a crear grandes zonas económicas (como la Unión Europea) o bien
organizaciones para la defensa (como la O.T.A.N.), bajo cúpulas universales como la
O.N.U. Pero, al mismo tiempo, el desarrollo de los servicios sociales y culturales, le
venían a exigir fórmulas de desconcentración y descentralización; como se inició con la
Ley de Mancomunidades, en la doctrina del “Estado integral”, de 1932, y los primeros
Estatutos de Autonomía regional; y, por fin, en el acertado equilibrio del art. 2º y el
Título VIII de la Constitución vigente. Pero, logrado el camino, no puede perderse, por
la vía de Estatutos que no respeten la Constitución o la negociación inadmisible de
contenidos políticos con grupos terroristas.

        En cuanto a la consolidación de la Constitución, y de la forma de Estado, es
obvio que basta recordar el ridículo baile de textos constitucionales del siglo XIX (con
textos inestables en 1812, 1834, 1837, 1845, 1856 (non nato), 1869, el intento fracasado
de la primera República (con 4 Presidentes en un año); sólo logró estabilidad la de
1876, gracias a la prudencia de Cánovas y también (por qué no reconocerlo) con su
funcionamiento viciado de “obligarquía y caciquismo”, como la definió con dramática
exactitud Joaquín Costa; todo ello con periodos de permanentes resoluciones y cambios
de sistema. Nada semejante a la prudente evolución británica, adaptando los cambios
políticos a los sociales sobre todo en el terreno de la educación. Nuestra Constitución de
1869 estableció el sufragio universal con el 85% de españoles analfabetos. Los
británicos, con sucesivas reformas parciales, llevaron al sufragio univesal, para los
varones en 1919, y para las mujeres en 1927, y aún conservan la Cámara de los Lores,
de origen estamental, aunque muy modificada por las Leyes de 1911 y 1999.

        Lo cierto es que la forma de Estado, con una Monarquía parlamentaria, que ya
demostró su necesidad un inolvidable 23 de febrero; un Congreso de los Diputados que
procediera de un sufragio menos rígido que el actual, con listas cerradas por los
partidos; un Senado, Cámara de representación territorial, que espera una reforma que le
haga ser consecuente con tan exacta definición; con una justicia plenamente
independiente y única, como con acierto la configura la Constitución, y un sistema de
autonomías, ya plenamente consolidado. Pero que no puede salir de los acertados
límites constitucionales, es equiparable a cualquiera de los mejores de Europa, y puede
ser mirado con confianza, mirando al pasado y previendo el futuro.

       La tercera cuestión es hoy un tema capital y preocupante. Hijo de emigrantes,
que se conocieron en Cuba; con parientes vivos o enterrados en la propia Cuba, en
Argentina y en el Uruguay, conozco perfectamente la diferencia clave de pasar a ser un

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país de inmigración; en el cual, además de amplios contingentes iberoamericanos, que
no plantean problemas culturales, estamos abiertos, en el mundo actual, a complejos
problemas de integración de personas que provienen de civilizaciones diferentes. Ello
nos obliga, reconociendo que debe ser una parte de una política humanitaria respecto de
sociedades atrasadas económica e incluso políticamente, a una política muy diferente
de la tradiconal de extranjería, y a analizar (de acuerdo con otros países europeos) la
adecuada combinación de medidas de control (para nosotros, agravadas por la situación
geográfica), unidas a otras de ayuda económica y social en los países de origen. No
tengo que explicar, por obvio, que la política de papeles para todos ha sido un fracaso
peligroso; que también podemos desconocer que la crisis de la natalidad entre nosotros
(tema que enlaza con la pérdida de valores, en este caso familiares) a la que luego
aludiremos constituye un poderosos “efecto llamada”, que nos obliga a tener en cuenta
factores muy complejos.

        En cuanto a la seguridad, hemos de pensar que se ha deteriorado últimamente en
todos los terrenos.

       Violencia doméstica (en todas las direcciones, sobre todo mujeres y niños);
violencia escolar, entre profesores, padres y alumnos, con los episodios increíbles de
que las palizas brutales son además filmadas por los espectadores. Entre ciertos sectores
de la emigración; la relacionada con el narcotráfico en todas sus variantes, nos hacen
pensar en tiempos no lejanos con en que la población reclusa no llegaba a 15.000.

        Recientemente hemos visto esa violencia en actos electorales; los llamados
ataques de la Kale borroca; las precauciones que hay que tomar en los aeropuertos,
después de experiencias como la de las Torres Gemelas, de Atocha y de Londres
(menos mal que pueden viajar las ensaimadas). Todo ello nos sitúa ante una
preocupante situación, agravada por el desarrollo urbanístico incontrolado y el desorden
en el tráfico viario.

       En medio de todos estos problemas , la sociedad tiene que requerir de sus
gobernantes y de los partidos políticos en los que se estructuran las minorías
gobernantes grandes dosis de seriedad política. Los fracasos en política exterior; la
supresión de un necesario plan hidrológico , so pretexto de que es mejor tirar el agua al
mar, y luego montar desaladoras; ofrecer cuatro reformas constitucionales, y luego
cambiar los objetivos, hacia reformas estatutarias o a una negociación neutra con un
grupo terrorista, con la ocurrencia de llevar el principio al Parlamento Europeo y no a
las Cortes de la Nación; la ausencia de una política energética digna de este nombre y
un muy largo ectcétera.

        Y, finalmente (lo último, pero lo más importante), la pérdida de visión y de
respeto a los valores básicos de la vida social. El intento de reemplazar una educación
religiosa por una ambigua educación para la ciudadanía (incluyendo, al parecer, una
educación sexual para niños). El hecho de que la sociedad europea se organizó sobre
tres bases culturales; la filosofía griega, el Derecho romano y la cultura cristiana, como

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recordaron Dante y Goethe. He dedicado mi último libro “Sociedad y Valores”; a esta
cuestión capital. Necesitamos una reforma del edificio socio-político: en unos aspectos
mirando hacia lo nuevo (formación tecnológica y profesional); en otra, el más
importante, a lo que realmente nos ha hecho una gran sociedad, con respecto a valores
personales y externos. Nadie quiera engañarse: ahí es donde está lo esencial de un
futuro serio.

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