Deporte y estilos de vida. El running en Argentina
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Deporte y estilos de vida. El running en Argentina* Gastón Julián Gil** CONICET, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 Cómo citar este artículo: Gil, Gastón Julián. 2018. “Deporte y estilos de vida. El running en Argen- tina”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 30: 43-63. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/ antipoda30.2018.03 Artículo recibido: 29 de mayo de 2017; aceptado: 10 de octubre de 2017; modificado: 2 de noviembre de 2017 Resumen: El running se ha transformado en uno de los fenómenos, a escala planetaria, de mayor visibilidad y crecimiento en nuestra contemporaneidad. En el caso argentino, aunque en el marco de las tendencias globales, se expresa como un estilo de vida relativamente novedoso que da cuenta de singulares y diferenciales apropiaciones (género, clase social, edad, entre otros), pero tam- bién de tendencias generales. En efecto, el running envuelve un conjunto de 43 prácticas y concepciones programáticas sobre la vida que son altamente estili- zadas por parte de sus adherentes, quienes suelen narrar y exponer sus expe- M E R I D I A N O S riencias (entrenamientos, carreras) movilizando un conjunto importante de preceptos éticos y estéticos. Por consiguiente, se propone analizar el running como un estilo de vida, a partir de una aproximación etnográfica sistemática que también contempla recursos autoetnográficos. De esta manera, se busca fundamentar la relevancia de esta categoría analítica para abordar compren- sivamente el running, entendiéndolo además como una poderosa tecnología de autogobierno que puede ser apropiada creativamente por quienes adoptan este estilo de vida. Palabras clave: Thesaurus: deporte; moral; bienestar; estilo de vida; Argentina. * El presente artículo está enmarcado en el proyecto “El running como estilo de vida en el mundo contemporáneo” que el autor desarrolla en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET) de la Argentina. ** Doctor en Antropología Social por la Universidad Nacional de Misiones, Argentina. Investigador Inde- pendiente del CONICET. Profesor adjunto de Antropología, Facultad de Ciencias de la Salud, Universi- dad Nacional de Mar del Plata. Director del grupo de investigación Estudios histórico-antropológicos, en la misma universidad. Entre sus últimas publicaciones están: “Politics and Academy in the Argentinian Social Sciences of the 1960s: Shadows of Imperialism and Sociological Espionage”. History of the Human Sciences 29: 63-90, 2016. “Las influencias de Ernesto de Martino en la antropología argentina. El caso de la etnología tautegórica de Marcelo Bórmida”. Archivio Antropologico Mediterraneo 18 (1): 129-144, 2016. *gasgil@mdp.edu.ar
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 Sports and Lifestyles. Running in Argentina Abstract: Running has become one of the most visible and fast-growing phe- nomena on a world level in contemporary life. Even through Argentina fits into a global trend in that respect, it is a relatively new way of life in the coun- try, with unique and distinctive features which have to do with gender, social class and age, among other aspects. In fact, running involves a set of practices and programmatic concepts of life that are highly stylized by its adherents, who often speak of their experiences (of training and races, for example) in terms of an important set of ethical and aesthetic precepts. Therefore, our study aims to analyze running as a lifestyle, based on a systematic fieldwork and the use of auto-ethnographic resources, and thus justify the relevance of an analytical and comprehensive approach to running, understanding it to be a powerful tool for self-governance that can be creatively appropriated by those who adopt this lifestyle. Keywords: Thesaurus: sport; morality; well-being; lifestyle; Argentina. Esporte e estilos de vida. O running na Argentina Resumo: o running tem se transformado em um dos fenômenos de maior 44 visibilidade e crescimento em nossa contemporaneidade. No caso argenti- no, embora no âmbito das tendências globais, expressa-se como um estilo de vida relativamente novo que evidencia singulares e diferenciais apropriações (gênero, classe social, idade, entre outras), mas também de tendências gerais. De fato, o running envolve um conjunto de práticas e concepções programá- ticas sobre a vida que são altamente estilizadas por parte de seus adeptos, que costumam narrar e expor suas experiências (treinamentos, corridas) e mobi- lizam um conjunto importante de preceitos éticos e estéticos. Por consequên- cia, propõe-se analisar o running como um estilo de vida, a partir de uma aproximação etnográfica sistemática que também abrange recursos autoetno- gráficos. Dessa maneira, procura-se fundamentar a relevância dessa categoria analítica para abordar compreensivamente esse esporte, entendendo-o, além disso, como uma poderosa tecnologia de autogoverno que pode ser apropria- da com criatividade por quem adota esse estilo de vida. Palavras-chave: Thesaurus: Argentina; bem-estar; esporte; estilo de vida; moral.
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil “N os dicen que somos una secta”. En el marco de una con- versación grupal, una runner y editora de una publicación especializada en competencias atléticas exponía ante el et- nógrafo su molestia ante uno de los tantos estigmas que suelen recibir los corredores por parte de los no iniciados en Argentina. En esa línea, suelen ser identificados desde el sentido común como una “tribu urbana” cerrada, con códigos restringidos y un comportamiento obsesivo que involucra al entrenamiento, la comida, los tópicos de conversación, los criterios de consumo y hasta la sociabilidad cotidiana. No son las únicas identificaciones es- tigmatizantes que reciben los runners, también descriptos como caretas1 o esnobs, por sus hábitos, posturas (o alegadas imposturas), y por la apelación al término en inglés que sustituye al vocablo en castellano para corredor. De todos modos, se trata de una práctica cada vez más legitimada, con mayor presencia en los medios de comunicación, y que enrola personalidades famosas (artistas, personajes de la fa- rándula, periodistas, políticos, deportistas profesionales retirados) que no dudan en promocionar (o ser parte de las promociones de competencias diversas o de marcas deportivas) su nueva afición. Incluso, la figura del esforzado runner ha sido usada en publicidades como ejemplo virtuoso de dedicación y autosuperación. En este artículo se define al running como un estilo de vida. Por ende, se in- 45 tenta mostrar la operatividad de esta categoría analítica para analizar este fenóme- no atravesado sistemáticamente por preceptos éticos y estéticos. De esta manera, M E R I D I A N O S se pretende comprender las subjetividades envueltas en estas prácticas para poder pensarlas en torno a la emergencia de múltiples escenarios de sociabilidad en los que los actores construyen identidades personales y colectivas más o menos durables. Como estilo de vida, el running es presentado como una tecnología de autogobierno (Crossley 2005) que conlleva un conjunto de posiciones reflexivas sobre sus propias circunstancias y factores contextuales favoreciendo la concepción de proyectos in- dividuales con diversa capacidad de éxito. Este artículo está sostenido en una etno- grafía multisituada (Marcus 1995), que implica un campo, en cuanto construcción espacio-temporal, que en ocasiones es fijo, en otras está en movimiento y hasta en algunas oportunidades adquiere carácter virtual. Así, se comparten entrenamien- tos con runners comprometidos, como también –a partir de las relaciones de afinidad construidas en el terreno– otros espacios de sociabilidad, como cenas y demás encuen- tros sociales, algunos de ellos producidos luego de los entrenamientos. Aunque el foco de indagación está colocado en el colectivo runner en la ciudad de Mar del Pla- ta2, y en particular en dos running teams3 de la ciudad, se expande a otros espacios 1 Categoría nativa aplicada en Argentina a aquellas imposturas orientadas a fingir comportamientos y adhesión a valores legitimados socialmente. 2 Mar del Plata, además de ser el principal destino turístico de verano en Argentina, mantiene una pobla- ción estable de más de 600 mil habitantes, según datos del censo de 2010. 3 Los running teams, en cuanto grupos de corredores, presentan algunas analogías con los gimnasios de boxeo tal cual los caracterizó Wacquant (2006). Más allá de sus notables diferencias (formas de recluta-
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 geográficos, a partir de las carreras que se celebran en distintos lugares del país y de las relaciones establecidas en esas oportunidades con corredores de diferentes pro- cedencias, con quienes luego se mantienen contactos virtuales constantes hasta que se producen los reencuentros en otras competencias. La estrategia metodológica incluye además una intensa etnografía virtual o asi- tuada (Hine 2000). Ello se justifica en la importancia de las densas actividades en las redes sociales que protagonizan los runners, que no sólo ofrecen ricos datos etnográ- ficos sino que una parte sustancial de las cuidadas estilizaciones de sus identidades se concretan en Facebook o Instagram. Como se mencionaba antes, las relaciones esta- blecidas en las carreras permiten aumentar de manera significativa el número de con- tactos que narran detalladamente en las redes las experiencias de sus entrenamientos y carreras y reproducen imágenes y textos. Además, se siguen manteniendo relacio- nes con ellos, intercambiando historias, sugiriendo carreras o actividades futuras en común cuando los proyectos coinciden. Los actores sociales que se involucran en este estilo de vida administran esas adscripciones identitarias de un modo peculiar. Y es aquí en donde las redes sociales permiten –y sobre todo estimulan– una marca- da escenificación. En esa presentación de la persona en la vida cotidiana (Goffman 2001), los actores elaboran detalladas estilizaciones que, en clave ética y estética, 46 se pueblan de imágenes, refranes, aforismos y mensajes que se comparten. Estas redes sociales, en conjunto con los medios de comunicación más tradicionales, tam- bién cumplen un papel fundamental en cristalizar la relevancia de las competencias. Por ello, también se lleva a cabo una aproximación etnográfica a lo escrito (Archetti 1994), que incluye las revistas especializadas (en soporte de papel o virtual) y la lite- ratura producida, gran parte de ella libros apologéticos que exponen con convicción las bondades de este estilo de vida, presentándose en algunas casos como reservorios de los secretos del “buen vivir”. La realización de esta etnografía “en casa”, desarrollada en el contexto social en el cual se produce, tal cual lo definió Marilyn Strathern (1987), permite al inves- tigador (que en algún sentido también es un nativo) moverse rápidamente como un experto en el campo. En el mejor de los casos, ello le permite al etnógrafo disponer de mayores controles para no ser deliberadamente engañado o manipulado en el te- rreno, pero también para no conformarse con datos triviales sobre los colectivos que estudia. Sin embargo, la supuesta condición de nativo es siempre relativa, como lo es también la clásica antinomia nativo-extranjero. Dado que “todos somos, inves- tigadores y sujetos, productos de nuestra historia y cultura” (Motzafi-Haller 1997, 217), tenemos la capacidad de volvernos más “nativos” en un contexto previamente definido como exótico, como encontrar alteridades más o menos radicales en situa- ciones de continuidad geográfica y cultural. Pero también el “campo” puede generar miento, tipo de entrenamiento, perfiles socioculturales, entre otros), ambos pueden entenderse como una verdadera “escuela de moralidad en el sentido de Durkheim, es decir, una máquina de fabricar el espíritu de la disciplina, la vinculación al grupo, el respeto tanto por los demás como por uno mismo y la autono- mía de la voluntad” (Wacquant 2006, 30).
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil amistades, que perduran ante la continuidad geográfica que experimenta el investi- gador “nativo”. De ese modo, el trabajo etnográfico puede transformarse, sobre todo cuando además se apela a recursos autoetnográficos, en “un trabajo de campo re- trospectivo” (Okely 1996) en el que el campo está simultáneamente “en cualquier lugar y en ningún lugar” (Pink 2000, 99), en una permanente reclasificación de las interacciones y las relaciones personales. Correr, competir y compartir La relevancia social que ha adquirido el running aún no ha generado su correlato en el campo académico. De todos modos se puede acceder a diversos estudios que desde disciplinas y referentes empíricos variados se han ocupado del running de modo más o menos sistemático, cubriendo diferentes dimensiones analíticas. En algunos casos, incluso los investigadores también son corredores y desarrollan su aproximación desde la reflexividad y la autoetnografía (Allen-Collinson 2008; Allen-Collinson y Hockey 2011; Anderson y Austin 2012), ocasionalmente enriquecidas por la pers- pectiva de género, por ejemplo, proponiendo una “autofenomenografía” de la expe- riencia femenina del running en el espacio público (Allen-Collinson 2013). Otras investigaciones han priorizado el análisis de las performances atendiendo a la proble- mática del cuerpo y su relación de coproducción con la naturaleza (Howe y Morris 47 2009) o al correr como experiencia estética integral y transformadora (Maivorsdotter y Quennerstedt 2012). También pueden encontrarse aproximaciones comparativas M E R I D I A N O S del contexto europeo en cuanto al crecimiento del running y su relevancia en el mercado deportivo (Scheerder, Breedveld y Borgers 2015). Otras aproximaciones se posicionan en la organización de eventos masivos del running desde una perspec- tiva urbanística (Herrick 2015), además de que se pueden destacar otros estudios etnográficos que se han concentrado en las búsquedas del bienestar físico y mental y una mejor calidad de vida por parte de corredores de largas distancias (Shipway y Holloway 2010; 2016), sin por ello dejar de resaltar los conflictos y paradojas en- vueltos en esas exploraciones (depresión ante malos resultados, lesiones de relevan- cia, “adicción” al entrenamiento, etcétera). En Argentina se cuenta con estudios de diversos conjuntos de prácticas que también podrían encuadrarse como estilos de vida, tales como el fitness (Landa 2014), hacer fierros (Rodríguez 2016), o el universo juvenil de los skaters (Saraví, Chaves y Machemehl 2012). Más allá de la valoración social del running, se trata de un fenómeno cuyo cre- cimiento no parece tener techo en Argentina, tal cual lo evidencian, por ejemplo, las estadísticas de las carreras, sobre todo los maratones (con su tradicional recorrido de 42.195 metros) y las de 10 y 21 kilómetros (medio maratón)4 que se organizan en 4 En términos estrictamente estadísticos, las cifras del crecimiento del fenómeno del running son contun- dentes. Aunque esta clase de datos no son demasiado completos en Argentina, presentan algunas sin- gularidades de relieve y tendencias reveladoras. Las cifras de inscriptos en las carreras constituyen un indicador relevante, sobre todo en aquellas competencias que han mostrado una marcada continuidad en el tiempo, como la maratón de la ciudad de Buenos Aires, que se organiza desde 1984, sólo con una
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 los más diversos puntos del país. Además, cualquier ciudad de Argentina ofrece un panorama de paseos costeros, ramblas, parques, plazas o cualquier otro lugar carac- terístico, superpoblados de sujetos corriendo. En su gran mayoría, no son atletas de competición, algunos tal vez lo hacen como complemento aeróbico para la práctica de otros deportes, pero la mayor parte de ellos son runners, y un porcentaje signifi- cativo lo hacen acompañados de otros miembros de sus running teams. La visibilidad de estos running teams es cada vez más notoria, y ya es todo un lugar común que a cualquier corredor se le pregunte “en dónde entrenás”. Incluso, los formularios de inscripción de las carreras suelen contener un espacio para referir a la membrecía de un running team, y los resultados oficiales luego reflejan esa información. De hecho, algunas competencias contemplan los resultados por equipo, que los triunfadores promocionan orgullosamente en las redes sociales.5 Sin embargo, estos running teams muestran aristas diferenciales y una marcada heterogeneidad, con sus propios rasgos estilísticos. Algunos de ellos, muy populares y tradicionales en Mar del Plata, también se especializan en el ámbito competitivo del atletismo de pista. De cualquier manera, la gran mayoría no están vinculados formalmente con competencias de atletismo ofi- ciales. En la ciudad de Mar del Plata no se conoce ningún registro formal de running teams, pero alrededor de cincuenta de estas agrupaciones suelen ser representadas 48 por sus corredores en las diversas competencias organizadas en la ciudad. Esa imagen reiterada de corredores identificados con un colectivo concreto, que se desplazan grupalmente, es toda una postal globalizada, como lo son también las carreras que se organizan en las grandes ciudades como Buenos Aires. En la capital de Argentina es difícil no encontrar alguna competencia callejera durante los fines de semana en el período abril-noviembre, a tal punto que en la actualidad, estos eventos llegan a casi ochenta por año y reúnen a cerca de ochocientos mil co- rredores inscriptos provenientes de diversos puntos del país y del exterior, según las estimaciones realizadas en la Subsecretaría de Deportes del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Incluso, la media maratón de la ciudad, que se organiza en el mes de septiembre y ha sido presentada como la competencia atlética de mayor masividad de América Latina, contó en su edición de 2016 con casi 23 mil inscriptos. Tendencias similares se advierten en Brasil para las carreras de calle, caracterizadas en las últimas décadas por una serie de cambios, tales como una mayor presencia de corredores amateurs, un crecimiento porcentual en la participación femenina y una interrupción en 2002. Ya en 2014 la media maratón de Buenos Aires superó por primera vez los 20 mil inscriptos, frente a los 17.700 de 2013, los 14.589 de 2012 y los 13.500 de 2011. 5 Como ha sido destacado para el caso brasileño, las assessorias esportivas presentan rasgos homólogos a los de los running teams argentinos, principalmente su explosión en materia de participantes, visibilidad y vincu- lación con las lógicas del mercado. En Brasil, algunos estudios (Dos Santos y Silva Sousa 2013) y referencias periodísticas también destacan un mayor grado de profesionalización multidisciplinar, que incluye la dispo- nibilidad de especialistas de diversas áreas más allá de la educación física (nutrición, psicólogos, kinesiólogos, ortopedistas, etcétera), sobre todo aquellos que están orientados a la competición, más que a la recreación o el logro de metas personales, tales como adelgazar, mejorar la estética o reducir el estrés cotidiano.
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil franja etaria más elevada (predominan los mayores de cuarenta años), además de un fuerte componente de clase media y media alta (Oliveira 2010). Muchos eventos del running se organizan en el marco de paisajes naturales en ocasiones imponentes, y gran parte de ellos en zonas de montaña de gran afluencia turística (Bariloche, San Martín de los Andes, Villa La Angostura), en lo que cons- tituye todo un género de carrera específica en el universo running, el trail. En el marco de esas carreras del circuito de trail se producen las experiencias de campo de mayor intensidad, ya que se comparten campamentos y largos viajes de más de 1.500 kilómetros en automóvil y, en el mejor de los casos, en colectivos especialmente con- tratados que permiten entre cuatro y cinco días de convivencia con los corredores6. Esta etnografía es llevada adelante por un nativo marginal en el universo del running. Un enfoque esencialista de la identidad encuadraría al etnógrafo como un perfecto nativo. Habitual participante en este tipo de carreras (no menos de cuatro al año, lo cual es un número bajo, en comparación con cultores más identificados), comparte ciertos rasgos estilísticos con esta comunidad. La vestimenta, los valores vinculados con el entrenamiento, la adhesión fervorosa al circuito de trail running, la continua fijación de objetivos deportivos (mejorar tiempos, inscribirse en carreras más exigentes), sumarían para que un primordialista7 lo definiera como un típico runner. Pero no solamente se trata de cuestiones de autoadscripción sino de una dis- 49 tancia marcada que el etnógrafo experimenta, y en parte sobreactúa, frente a las ruti- nas cotidianas de los runners que se expanden mucho más allá de los entrenamientos M E R I D I A N O S y las carreras. Esta condición de nativo marginal, que es planteada por el propio investigador para definirse a sí mismo, surge en primera instancia como una negati- va tajante –desde sus propias categorías de autoadscripción– a identificarse con ese colectivo runner, más allá de participar en una parte significativa de las cadenas de interacción ritual (Collins 2002; 2004) que cargan de energía emocional a los run- ners, en concreto, las carreras. Es decir, el investigador no se define a sí mismo como un runner, sino como alguien que “sale a correr”, que no forma parte de ningún running team y que no adhiere (o al menos no de la misma manera) a los principales preceptos éticos y estéticos que caracterizan al colectivo runner. Ello configura una estrategia particular de exotización de lo cotidiano que no siempre tiene su correlato con interlocutores que, más allá de lo que consideran una actitud poco disciplinada (por la frecuencia e intensidad de los entrenamientos, los hábitos alimenticios poco “saludables”, la resistencia a sumarse a un running team), no renuncian a terminar 6 En el caso brasileño, Gomes e Isayama (2009) definen como elitistas a las carreras “de aventura”, ya que sostienen que son protagonizadas en gran parte por sectores profesionales con capacidad para emprender entrenamientos rigurosos y con medios económicos para pagar inscripciones costosas y solventar la com- pleja logística de los viajes. 7 Este enfoque asume que existen caracteres primordiales, como expresiones definitorias e internas de un grupo, que son determinantes en la conformación de la identidad. Aunque ha sido descartado por la teoría antropológica desde hace más de cuatro décadas, el primordialismo no sólo sigue dominando el sentido común, sino que también deja sus huellas discursivas en una amplia diversidad de estudios en las ciencias sociales contemporáneas.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 cooptando al etnógrafo. Las recurrentes invitaciones a entrenar formalmente en sus running teams o los consejos de vida más saludable remiten a un proceso continuo de seducción etnográfica (Robben 1995), en el cual los sujetos de estudio desarrollan estrategias de persuasión y complicidad con el etnógrafo. Hacia una definición de estilo de vida Los estilos de vida han sido definidos por Anthony Giddens (1995) como un “con- junto de prácticas más o menos integrado que un individuo adopta no sólo por- que satisfacen sus necesidades utilitarias, sino también porque dan forma material a una crónica concreta de la identidad del yo” (Giddens 1995, 106). Las sociedades contemporáneas posibilitan cada vez más este tipo de repertorios potenciales, que suelen ir acompañados de una marcada estilización de la vida, que puede traducirse en experiencias de consumo suntuarias, en la adopción de “modas” estéticas, expe- riencias vitales, y muchas otras posibilidades mediadas, de alguna manera, por el mercado. Se trata de “decisiones referentes no sólo a cómo actuar, sino a quién ser” (Giddens 1995, 106), en un constante fluir de estilos de vida accesibles en torno a los cuales los sujetos pueden identificarse, escaparse, regresar y transitarlos de forma combinada y discontinua. Los estilos de vida emergen de las prácticas de apropia- 50 ción, relocalización y resignificación que realizan determinados actores en escena- rios particulares. Y de la interacción entre expertos y aprendices (con sus respectivas variantes y denominaciones) se construyen y reproducen nuevos universos de sen- tido que van delineando los estilos de vida. Esa estilización de la vida cotidiana con- lleva la búsqueda de nuevas sensaciones, de encuentros personales, con los demás y eventualmente con la naturaleza, y en los que tienen un papel relevante las nuevas tecnologías de la comunicación (Sibilia 2008). De esta manera, la propuesta de entender los estilos de vida como “patrones de acción que diferencian a las personas” (Chaney 1996, 16) los coloca como instancias claves para la comprensión de la vida cotidiana a partir del establecimiento de fron- teras identitarias que cargan de sentido las elecciones personales acerca de lo que so- mos y lo que hacemos. Es decir, el concepto estilo de vida remite a las sensibilidades que operan los sujetos cuando eligen determinados bienes y patrones de consumo, y de esa forma articulan esos recursos culturales como modos de expresión personal (Chaney 1996). Los estilos de vida pueden ser vivenciados y narrados por los sujetos como un marco de comportamientos personales que eligen con completa libertad, dado que les proporcionan una historia acerca del modo en que eligen, por ejemplo, cómo vestirse y alimentarse, lo que se consume o cómo se utiliza el tiempo libre. En las últimas décadas, el estudio de los estilos de vida –con el surgimiento de definiciones más sistemáticas– se ha concentrado en el análisis de los diversos con- juntos de prácticas que, con mayor o menor integración, adoptan los individuos en nuestra contemporaneidad, destacándose sus dimensiones éticas y estéticas (Chaney 1996). Y, en la misma línea, se ha destacado la importancia que poseen las formas en que las personas se diseñan a sí mismas, es decir, cómo formulan vocabularios
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil específicos de la vida social que expresan diferentes tipos de autoridad e identidad (Chaney 1996). Uno de los primeros autores en concentrarse en estas nuevas for- mas de sociabilidad es Mike Featherstone (2000), quien desde la década de 1980 investigó sobre lo que denomina “culturas de consumo”. En el marco de su enfoque posmoderno, propone: […] elaborar una perspectiva que vaya más allá de la idea de que los estilos de vida y el consumo son productos enteramente manipulados de una sociedad de masas, y de la posición opuesta, que procura preservar el campo de esos estilos y ese consumo o, por lo menos, algún aspecto determinado de él (por ejemplo, el deporte) como espacio lúdico autónomo que está más allá de la determina- ción. (Featherstone 2000, 143) En efecto, el consumo tiene la capacidad de trascender las lógicas de la distin- ción, ya que los objetos pueden utilizarse para enviar mensajes de variada complejidad e intensidad, expresar emociones, y, por supuesto, también pueden formar parte de densos circuitos de reciprocidad, como ha mostrado con claridad la teoría antro- pológica desde las primeras décadas del siglo XX. Porque si bien el consumo está muy influenciado por factores culturales y estructurales que operan en las decisiones estratégicas de los individuos que llevan adelante sus proyectos de consumo, dichas 51 decisiones nunca están completamente dirigidas hacia sí mismos, sino que forman parte de tramas de relaciones interpersonales en contextos situados. M E R I D I A N O S Lejos de negar la relevancia que tienen los patrones de consumo en los estilos de vida de nuestra contemporaneidad, se pretende matizar esa relación tan directa habitualmente planteada en sociología y estudios culturales por autores insoslaya- bles (Chaney 1996; Featherstone 2000). En efecto, en las corrientes posmodernas se destaca la tendencia a concebir a los sujetos como consumidores inestables, expues- tos a las imágenes de los medios masivos de comunicación y cuyas identidades no están mayormente construidas a partir de sus relaciones interpersonales. La línea seguida en esta investigación postula que las pautas de consumo –ligadas estrecha- mente a configuraciones estéticas– son una parte sustancial, pero no definitoria, de los estilos de vida, concebidos como proyectos durables y de cierta permanencia que de ninguna manera se agotan en el consumo. Como señala Friedman (1994), las lec- turas marxistas han tendido a entender las prácticas de consumo desde la manipu- lación psicológica ejercida a través del mercado y sus diversos agentes (publicistas, formadores de opinión, etcétera). Así, el sistema requeriría crear necesidades falsas para sostener los mecanismos de producción y acumulación capitalistas. Sin resig- nar capacidad crítica acerca del funcionamiento del mercado y sus inequidades, se ha destacado la importancia de considerar la definición social de los bienes de consu- mo para “demostrar la relatividad cultural de la definición de los bienes” (Friedman 1994, 4-5). En consecuencia, en vez de considerar los actos de consumo como meras imitaciones, derroche injustificado, debilidad, aspiraciones desclasadas o hasta ile- gitimidad, el camino sugerido apunta a comprender las estrategias de presentación
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 personal, las maneras en que nos diferenciamos de los otros y definimos subjetiva- mente nuestras identidades a partir de un conjunto de bienes de consumo (Fried- man 1994). Todo ello se conjuga con la relevancia –dictada por las necesidades de la práctica etnográfica– de desentrañar cómo definen esos actores sus opciones de con- sumo. Más allá de que nuestros interlocutores formulen explicaciones sistemáticas, y de forma más o menos explícita, suelen encontrarse diversas racionalizaciones que, por ejemplo, pueden ser de naturaleza pragmática (“necesito esas zapatillas porque son las mejores”), estética (“es lo más lindo que se ha hecho”) o incluso moral (como apoyar una industria local o nacional). Como destacan Douglas e Isherwood (1990), la condena moral al consumismo implica un obstáculo de relieve para comprender esta problemática en el mundo con- temporáneo. Las diatribas “contra los excesos del consumo y su despliegue vulgar” (Douglas e Isherwood 1990, 17) se complementan a la perfección con las posiciones “correctas” en ciencias sociales que tanto cuestiona Becker (2009). Porque, en efecto, “el consumismo es un asunto más complicado que la gordura individual, y la indig- nación moral no basta para comprenderlo” (Douglas e Isherwood 1990, 17). Ren- dirse sin cuestionamiento a la interpretación extrema del consumo como un simple juego de exhibición, o como una irracional ceremonia de derroche que protagonizan 52 los sectores más favorecidos de la sociedad, tampoco aporta demasiado, sin descar- tar por ello la relevancia que los juegos de estatus llevan asociada a cualquier tipo de consumo, en sintonía con los planteos de autores clásicos como Veblen, Malinowski y Mauss. Por ello, no es aconsejable descartar que el consumo pueda ser una arena de creatividad cultural, de realizaciones personales y hasta de estrategias contrahege- mónicas (Miller 1994). Si, por el contrario, se admite la “libertad de elección” (Miller 1994) en actores que no se encuentran imbuidos de las mismas lógicas, la creativi- dad personal en los actos de consumo no debería descartarse. Así, la postulación de un centro de poder que manipula y predice las elecciones de los consumidores se desvanece, como también su opuesto polar: las utopías consumistas. De allí que sea relevante la manera en que los consumidores se singularizan (relativamente) en el proceso social a través del consumo, se trate o no de bienes suntuarios. Como plan- tea Appadurai, “tenemos que seguir las cosas en sí mismas, porque sus significados están inscriptos en sus formas, sus usos, sus trayectorias. Es sólo mediante el análisis de estas trayectorias que podremos interpretar las transacciones humanas y los cál- culos humanos que dan vida a las cosas” (Appadurai 2015, 23). Estilos de vida y apropiación diferencial Distintos autores (Muggleton 2000; Wheaton 2002) han mostrado que las experien- cias en la adopción de estilos de vida deportivos distan de ser homogéneas y que se pueden advertir diversos modelos de membrecía y, sobre todo, diferentes formas de concebir la identidad y la alteridad dentro de un universo común de prácticas. En efecto, se trata de un fluir de otredades que puede ir desde los miembros más comprometidos hasta actores marginales, o incluso periféricos. Tal es el caso de los
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil acompañantes, como las parejas de los runners, que tienen no pocas posibilidades de integrarse al universo del running, aunque no participen en las carreras, tal cual sucede en los viajes en ocasión de los eventos del calendario de trail. Además, como ya se ha ejemplificado con la posición del etnógrafo como un nativo marginal, no sólo se generan diversos modos de apropiación y de experiencia, sino también for- mas más legítimas, más “puras” y de mayor aprobación moral y estética, según los grupos. En determinados grupos, que cumplen con la ortodoxia runner, son muchas las marcas que definen a los que un columnista radial de running definió como “los que amamos correr de verdad”. En el marco de esa apropiación diferencial de un determi- nado estilo de vida, las experiencias se presentan tamizadas por sus determinaciones relativas, tales como la clase social, el género o la edad, que trascienden las eventuales tendencias hedonísticas y de culto al cuerpo que se le suele asignar de manera lineal a la sociedad contemporánea. En ese sentido, los corredores manejan ciertas categorías y adhieren a una serie de prácticas concretas que definen la pertenencia al colectivo runner o sus diversos modos de identificación. Algunas de esas categorías, como las referidas al tipo de competencia en la que se inscriben, son algo difusas y cambiantes, ya que el campo está conformado por corredores que alternan sus participaciones en diversas dis- tancias (desde una ultramaratón de trail hasta una carrera de 10 kilómetros en la 53 calle). Por supuesto existen muchos casos que suelen especializarse en distancias y tipos de carreras o al menos manifiestan tendencia a elegir recorridos extremos (los M E R I D I A N O S ultramaratones) o relativamente cortos (entre 10 y 21 kilómetros). Ello no implica variaciones sustanciales dentro del estilo de vida runner, más allá del mayor presti- gio o respeto que suele conllevar la participación en carreras exigentes. De hecho, hasta “animarse” a una ultramaratón, los corredores suelen cumplir con un conjunto amplio de experiencias previas y progresivas que les permitan cumplir un pasaje simbólico de relieve: superar la marca paradigmática de los 42 kilómetros. Por eso, asumir un rótulo acerca la especialidad elegida, tener un entrenador o seguir una dieta pueden crear fronteras identitarias dentro del colectivo runner. De allí el re- chazo categórico (y, ocasionalmente, el intento de conversión) cuando se detecta algún corredor que no cumple con esas rutinas y carece de un método sistemático de entrenamiento y cuidado personal. Uno de los primeros intelocutores en una carrera de trail me insistía en que debía buscar un entrenador, un médico deportólo- go y un nutricionista para mejorar mis resultados. Eduardo no perdió oportunidad para detallarme sus estrictas jornadas de entrenamiento, las rígidas reglas que como runner (bastante reciente en aquel momento) estaba cumpliendo y me quería incul- car. Pequeño empresario del gran Buenos Aires, cercano a los 50 años, casado y con dos hijos, me explicó su férrea disciplina semanal para el entrenamiento, que incluía fondear (correr distancias largas) los sábados. Además dejó asentada una serie de principios al parecer sumamente rígidos, como los vinculados a las sesiones de en- trenamiento. Eduardo también me proporcionó toda una serie de tips para detectar “al que sabe”. Me explicaba que “cuando ves correr a alguien ya te das cuenta si sabe.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 Los que salen a fondear sin ningún sistema de hidratación8 no tienen idea. Ahí te das cuenta de que no saben”. Por supuesto, Eduardo también me transmitió las ventajas de pertenecer a un running team. Las estrategias de distinción hacia dentro del colectivo runner son sumamente variadas. Algunos runners algo más radicales toman las elecciones de indumentaria como una señal inequívoca del know-how del corredor. Sobre todo en el circuito de trail, la utilización de zapatillas de una marca norteamericana muy famosa (Salo- mon) que auspicia algunas competencias importantes opera como huella distintiva –aunque no exclusiva– entre un runner experto (en definitiva, un verdadero runner) y un inexperto. Otro tanto ocurre con el polar (y, en particular, el micropolar), que, como suelen decir muchos runners, es la ropa típica del corredor de trail, por su capacidad de abrigo y ligereza. De cualquier manera, resulta por demás frecuente que aquellos que adoptan este estilo de vida lo vayan experimentando de manera cambiante, a medida que construyen su itinerario runner. Por ello es que muchos de quienes vienen con determinados ideales y objetivos (mejorar su condición física para la vida en general a partir del entrenamiento y la dieta, conocer gente, cambiar los usos del tiempo libre, combatir el estrés) pueden llegar a modificarlos radical- mente, debido a la manera en que se apasionan o adhieren superficialmente (entre 54 muchas otras opciones) al running. En el transcurrir de esos itinerarios, un novato –como ya se han registrado muchos de estos casos– puede acercarse tímidamente a un running team como un pasatiempo que le permita mejorar su condición física y su apariencia externa sin exponerse a lesiones frecuentes como en otros deportes de contacto, para pasar luego a entregarse con plenitud a los imaginarios, preceptos morales y estéticos e interacciones rituales (Collins 2002; 2004) de los runners más fervorosos y expertos. En el marco de mis primeras experiencias de campo sistemá- ticas, Marcelo me advirtió: “vas a ver que acá todos corren por algo, seguro que por cosas diferentes, pero todos tienen una razón”. Wheaton (2007) ha destacado que los estilos de vida deportivos tienden a enfatizar las expresiones creativas y estéticas de sus performances, a las que suelen calificar como “arte” o como experiencias espirituales distintivas. De ese modo, construyen sus compromisos cargando de sentido sus actividades y otorgándoles un tinte épico, en el que eventualmente pueden colocar a sus cuerpos cerca o más allá de sus límites, lo que incluso da forma a experiencias de trascendencia que pueden configurar verdaderos ritos de paso (Van Gennep 2008). En ese sentido, los runners suelen explicar sus performances (en particular, en el género trail) a partir de una comunión con la naturaleza y una intensa autoconciencia de cada momento vivido. 8 El sistema más común para hidratarse que utilizan los runners en los paisajes urbanos es el cinto de hidra- tación, que contiene una o más botellas que se utilizan en distintos momentos del entrenamiento o carrera. En las competencias de trail, las mochilas de tipo “camelbak” suelen ser obligatorias, ya que, además de permitir llevar elementos de primeros auxilios y guardar indumentaria y accesorios, están diseñadas para llevar una bolsa de hidratación (como mínimo de 1,5 litros de capacidad), que suele cargarse con una bebida isotónica que se consume mediante un tubo flexible.
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil Los complejos y variados ejercicios que se realizan en este tipo de carreras (escalar y descender montañas, atravesar caminos de dificultad y peligrosidad diversas) se van incorporando a una experiencia corporal (Ingold 2000) en la que los sentidos se perciben como un todo. De allí que se configuren discursos que giran en torno a la exploración de los límites mentales y corporales. Sin apelar necesariamente al discurso del riesgo (como ocurre en otros estilos de vida como el alpinismo), no por ello deja de tener expresión el planteo de ciertos peligros concretos. Junto con esa mencionada exploración de los límites físicos, el corredor se expone orgullosa- mente a una serie de experiencias novedosas –además del esfuerzo para completar los kilómetros de cada carrera–, tales como las caídas en los descensos abruptos en circuitos de montaña, las trepadas de cerros empinados o los bruscos cambios de temperatura (por ejemplo, el frío y el viento en las cumbres de los cerros y montes). Algunas variantes del trail, y en particular el ultratrail (distancias que en ocasiones llegan a 180 km), pero sobre todo los orientatlón9, son tal vez los casos más parecidos a los deportes extremos. Esta idea de experiencia extrema del ocio de aventura opera en la racionalidad de no pocos corredores que se inscriben (sin que existan controles muy severos en las organizaciones de las carreras, más allá de un apto médico no siempre rigurosamente controlado) en distancias que no están en condiciones de transitar o que recorren a 55 un ritmo inferior al mínimo permitido por los organizadores. Diversos conflictos se suscitan cuando no se les permite a esos corredores continuar luego de los puestos M E R I D I A N O S de asistencia, por haber sobrepasado el tiempo mínimo permitido. Ello parece ser un dato globalizado, dado que, por ejemplo, en una publicación digital especializada es- pañola, Running.es, en la nota titulada “Con la montaña no se juega”, se alerta respecto a que las “escenas dantescas vividas este verano en diferentes carreras de montaña nos tienen que hacer reflexionar”. El cronista identifica los peligros que conlleva la masi- vidad de las carreras de trail, en donde se observa “gente que no corre y camina a lo largo de todo el recorrido. ¿Cómo acotar los tiempos de corte? si para el organizador es muy difícil evacuar a un grupo grande de corredores de la mitad de un recóndito valle…” (29 de agosto de 2016). Incluso en maratones de calle, uno de los problemas expuestos se relaciona con aquellas personas que realizan el trayecto caminando, pro- vocando extensiones de tiempo no previstas. Ese y otros comportamientos conside- rados “irresponsables” fueron planteados en una nota del diario argentino La Nación, titulada “La falsa épica del maratón” (21 de octubre de 2016). Allí también se describe un panorama de “corredores mal entrenados, entrenadores que aceptan a atletas no aptos físicamente, comunicadores que ponderan la heroicidad por encima de un trabajo a largo plazo, organizadores que cuentan inscriptos como si fueran ganado; razones que explican cómo se le perdió el respeto a la madre de todas las carreras: los 42,195 km” (La Nación, 21 de octubre de 2016). El texto también detalla que desde la mitad de la 9 Las competencias del subgénero orientatlón son carreras de aventura y navegación terrestre en las cuales no existen caminos marcados con cintas como en las de trail sino que cada corredor debe ingeniárselas, con sus propios mapas y brújula, para llegar a su destino.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 30 · Bogotá, enero-marzo 2018 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 43-63 doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda30.2018.03 maratón “aparecen los abandonos, los calambres, las descompensaciones y todo tiem- po de contratiempos producto de una mala aptitud física para esa prueba, sumada la falta de experiencia y mal asesoramiento profesional. Los datos son contundentes: 134 corredores arribaron antes de las 3 horas; 2842 entre las 3 y las 4 horas; 6619 pasadas las 4 horas. Y el último demoró 6h25m39s” (La Nación, 21 de octubre de 2016). Estilización de la vida cotidiana Sin demasiada distinción de género y edad (como rasgos más evidentes frente a una mirada ingenua), las costaneras, los parques y las calles de cualquier ciudad, en par- ticular los de grandes dimensiones, se encuentran ampliamente territorializados por estos runners que dotan a esos espacios de su particular estética. Lejos quedaron esas épocas en las que aquellos que decidían “salir a correr” con la primera indumentaria que tuvieran a mano podían ser el blanco de bromas diversas. En la actualidad, por el contrario, la amplia variedad de diseños y colores de la indumentaria y el equipa- miento que utilizan los corredores forma parte de la normalidad urbana. En efecto, esa estética runner constituye una dimensión de relevancia dentro de este estilo de vida, por lo que puede advertirse con cierta facilidad un look runner que trasciende el momento del ejercicio físico o de los preparativos para una competencia. A partir 56 de esos datos fragmentados no resulta extraño que fluyan lineales interpretaciones de sentido común que destaquen el carácter superfluo, protagonizado por personas frívolas más preocupadas por la apariencia y la pilcha (ropa) que por otro tipo de valores. Planteado de manera algo más sofisticada (o apenas con jerga académica), no pocas lecturas condenan en la misma línea las identidades y prácticas de sectores sociales que se asumen más favorecidos, como la clase media. En ese marco, el running sería una expresión más del individualismo y el consumismo, del culto al cuerpo perfecto, de una moralidad desconectada de los problemas sociales e identi- ficada políticamente con los estratos sociales más elevados, además de repercusión lineal de un fenómeno global auspiciado por las multinacionales. Entonces, el run- ning podría encuadrarse muy fácilmente como una moda, como una práctica que estimula el consumo desenfrenado no sólo de diversas mercancías que exceden la ropa que configura el look runner, sino de todo un conjunto de mercancías asociadas a una estética de clase media y media alta. Furor que encuadraría en el culto al in- dividuo, preocupado por su éxito deportivo, el cuerpo perfecto y relaciones sociales superficiales. Incluso se puede llegar a representar al runner como un disciplinado trabajador ideal para la reproducción del sistema capitalista, como cultor del indi- vidualismo extremo que enrostra a los demás su superioridad moral y se posiciona ante la sociedad (y los “poderosos”) como un sujeto confiable (dócil) y esforzado. En contraposición con este tipo de interpretaciones, aquí se postula que los esti- los de vida pueden abordarse como potenciales tecnologías de autogobierno (Cross- ley 2005). Este concepto permite exponer los mecanismos a través de los cuales los individuos adquieren la capacidad de crearse, transformarse y entenderse a sí mis- mos, en términos reflexivos. Por supuesto, las exigentes rutinas de entrenamiento,
Deporte y estilos de vida. El running en Argentina Gastón Julián Gil los rígidos compromisos horarios y las dietas ejercen un evidente disciplinamiento, pero a la vez proporcionan un amplio margen para negociar identidades, modos de involucrarse, definir objetivos a partir de la posibilidades físicas o esfuerzos (de en- trenamiento, dietarios, monetarios) que los sujetos están dispuestos a realizar. Ese carácter reflexivo remite a la capacidad que desarrollan los sujetos para colocarse a sí mismos en vinculación con su contexto social en el marco de sus propias (y, por supuesto, falibles) descripciones (Archer 2007). Autores como Markula (2003) se han planteado, en clave foucaultiana, el di- lema interpretativo que fluctúa entre considerar este tipo de aficiones, y su impacto en el modo de vida de los sujetos, como tecnologías de dominación o como tecno- logías del yo. Por supuesto, una sencilla interpretación sería considerar que el disci- plinamiento que implican los entrenamientos constituye técnicas para transformar en dóciles los cuerpos, sobre todo el de las mujeres, por ejemplo, naturalizando los dictados masculinos sobre el cuerpo ideal. En esa línea, el ejercicio físico, acompa- ñado de la dieta e incluso el consumo de sustancias para adelgazar, puede configurar un poderoso dispositivo de control que, al proponer un camino de transformación personal (en general estético), ofrecería muy poco espacio para prácticas y decisiones “libertarias”. Este esquema de interpretación excluye considerar la subjetividad de los 57 actores en sus decisiones y las eventuales formas de resistencia que pueden empren- der las mujeres a través del ejercicio físico, por ejemplo, superando a los hombres o M E R I D I A N O S conformando un cuerpo que escape de los imaginarios hegemónicos, tal cual ocurre cuando burlan los dispositivos de censura masculinos, como en el caso de la añeja interdicción –largamente superada– de participar en las maratones. Y ello podría re- dundar también en algún tipo de apropiación generizada de una determinada prác- tica habitualmente reservada a los hombres. O tal vez esa lectura excluye reflexionar cómo la posibilidad de aproximarse a ciertos ideales estéticos y a la conformación de un cuerpo atlético, delgado y hasta “deseable” (Markula 2003) según los patrones estéticos hegemónicos, puede dotar a las mujeres de una autoestima “liberadora” en ciertas situaciones de opresión de género, en particular en las relaciones de pareja. Por supuesto, no se trata de encontrar procesos lineales, sino que las subjetividades en juego pueden dar como resultado itinerarios que fueron movilizados por esas pautas hegemónicas, pero que son susceptibles de desviarse. Así, la adopción del estilo de vida runner puede ser el resultado de la presión de esos imaginarios hegemónicos (estar más delgado y “saludable”, la búsqueda de belleza exterior), y luego derivar en otro tipo de metas incompatibles con el ideal inicial. Un ejemplo posible, y de cierta recurrencia, lo constituyen aquellas mujeres que desarrollan una delgadez y fortaleza extremas que mejoran el rendimiento, a tal punto que, por ejemplo, superan en las carreras a la mayoría de los hombres de su entorno. En efecto, el cuerpo habitual de los maratonistas (profesionales) no responde precisamente a los parámetros hegemó- nicos de un cuerpo bello en nuestra contemporaneidad, y también puede connotar, para una perspectiva ajena, endeblez física o hasta problemas de salud.
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