Diez minutos MAURICIO ROSENCOF
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MAURICIO ROSENCOF Diez minutos $ 380 – 133 páginas El autor: Mauricio Rosencof nació en Florida, Uruguay, en 1933. Es escritor y periodista. Fue dirigente del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), detenido en 1972 y a partir de setiembre de 1973 fue incomunicado y aislado durante once años y medio, hasta el fin de la dictadura militar en 1985. Entre sus libros publicados se encuentran: El Bataraz (Alfaguara, 1999), Las cartas que no llegaron (Alfaguara 2000, 2010, Pdl 2008), Piedritas bajo la almohada (Alfaguara 2002), El enviado del fuego (Alfaguara 2004), El barrio era una fiesta (Alfaguara 2005), La Margarita (Alfaguara 2006), Una góndola ancló en la esquina (Alfaguara, 2007), Lo grande que es ser chiquito (Alfaguara Infantil, 2008), Medio Mundo (Alfaguara, 2009), ...Y nuestros caballos serán blancos (reedición 2011 Alfaguara Juvenil) y Sala 8 (Alfaguara, 2011). Ha sido premiado en distintos rubros, traducido, editado y representado en varias lenguas. Fue director del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo entre 2005 y 2010. prisaediciones.com/uy
El libro: El tiempo se detiene, se acelera, se enlentece, se expande, se acaba. Un hombre ansía que su padre pronuncie su nombre para saber que existe. Pero tiene solo diez minutos para hacer que lo reconozca, que encuentre en él a su hijo, el único que le queda, el de siempre. La vida familiar está instalada entre ellos en jirones de pasado feliz; pero el padre piensa que ese extraño que le han puesto enfrente no es su hijo, que lo han engañado, que es un loco, que le mienten. De fondo, voces imperativas, perros al acecho, armas listas, una ventana que filtra la esquiva luz del sol y una puerta que volverá a cerrarse sin remedio. Esta obra de Mauricio Rosencof es un hito literario y testimonial sobre su propia vida de preso político, cautivo de la dictadura sanguinaria que destrozó familias, trastornó afectos, y puso a prueba vínculos y toda humana resistencia. prisaediciones.com/uy
Fragmentos de Diez minutos “Pestañándole a la luz, y como de la luz, apareció el Viejo. Tenía el sombrero en las manos y a sus lados dos custodias. Sonreí en mis profundidades al pensar que toda esa parafernalia se había montado cuidadosamente para evitar una asonada que tenía como capitanes mis restos y los años del Viejo”. “Tuve que ir sacando –lo que estaba prohibido– trozos de silencios rotos. Iba articulando las palabras, sorprendido por los sonidos que durante tanto tiempo –¿cuánto?– no emitía. Emitirlos fue trabajoso, supuse que por falta de saliva. La hidratación lubrica las palabras, las palabras chirriaban en los engranajes. Pero fueron saliendo, tanteando el aire, la consistencia del medio ambiente, paso a paso, letra por letra, hasta conocer un territorio vedado, olvidado casi”. “Las manos del Viejo están sobre la mesa, como descansando. Entre el puño de la camisa y la manga del saco cubren, semicubren el reloj. Quiero ver la hora, quiero ver los minutos atrapados en esa cajita redonda, petulante, que te marca el tiempo. Habito el tiempo sin saber qué minuto habito. No puedo preguntar la hora porque me suspenden la visita. Solo puedo campanear, atisbar, orejear el reloj en la muñeca del Viejo para saber cuánto transcurrió desde que, a la sentencia de «largaron», entraron a correr los diez minutos. No saben, las manos del Viejo no saben que quiero que se muevan, que el brazo zurdo del Viejo se alce, se toque la nariz, que se descorra el velo de la manga, que caiga hacia el codo y quede, por una fracción, develado el reloj, y aunque más no sea a contramano poder leer, en una ojeada fugaz, la hora”. “Al balde lo quiero mucho, Viejo. Es de lo más compañero. Es el único que dos por tres cae por acá. Y hasta acá llega, porque lo tiran, pero atado. Su ritmo vital lo da una roldana ruidosa. Y él cae. –Otra vez por acá –le digo. –Y… voy tirando”. “¿Me entendés, Viejo? Si hubiera venido mamá, de los diez minutos solo necesitaría diez segundos, porque casi sin verme me hubiera preguntado: –¿Por qué estás tan flaco? –y sin esperar respuesta–: Te traje bizcochitos de miel. Es el santo y seña, papá, sin tanto cuento. Un santo y seña entre ella y yo, de toda la vida, para toda la vida; la sola mención del instante más recordado, más sentido, más anhelado en la biografía de un hombre: Bizcochitos de miel”. “Hoy, hoy, Viejo, estoy contento. No sé si hoy, porque los días no existen. Hoy para mí, en este instante, es una ráfaga. Te tengo enfrente, aunque vos, todavía, no me tenés en ese lugar: enfrente. Estoy contento, Viejo, porque necesariamente no estoy muerto, porque, según cómo se mire, la muerte no existe. Los de la Ciencia, papá, no han podido definir en qué momento se muere, si cuando se hace un alto cardíaco o cuando el cerebro entra en cortocircuito. No saben. No-saben”. No saben en qué parte del proceso está el umbral en que se pasa de la vida a la muerte. Esa es la conclusión científica más seria, porque llegan como conclusión a la duda. Pero la alegría viene por otro lado, papá. Porque de pronto soy el que soy porque la justa la tenían, la tienen, los hinduistas, Viejo. Te cuento. Para los hindúes la muerte no es la transición hacia la nada. Porque antes ya han vivido y volverán a vivir”. prisaediciones.com/uy
La crítica ha dicho: “La esperanza, el humor y la ternura son las piezas en esta novela de Mauricio Rosencof, donde la muerte no existe”. Sobre Sala 8, El País, julio 2011 “Una novela de acento testimonial que exorciza y hasta interpela a la muerte, mediante una prosa que abunda en metáforas y simbolismos, y apuesta a la indispensable reconstrucción de la memoria”. Sobre Sala 8, La República, julio de 2011 “Uno de los libros más importantes de la narrativa uruguaya (…) Intensa y conmovedora historia que, desde hace 10 años, empalidece a la ficción”. Sobre Las cartas que no llegaron en su 10º aniversario, El Observador, noviembre de 2010 “Con mucho amor el autor se pone en el lugar de tías y tíos, primos y abuelos que nunca conoció, y en un intento por preservar la memoria de esos parientes desaparecidos, cuenta desde sus voces, alimentando un vínculo que de razón a su sangre y explique sus raíces. Pero el relato nos es únicamente doloroso, también rescata la inocencia del niño que va descubriendo el mundo, la ternura y el humor intrínsecos a Rosencof. Y el libro vuelve a emocionar”. Sobre Las cartas que no llegaron en su 10º aniversario, Brecha, noviembre de 2010 “Conmueve hasta el desbordamiento. Es (…) una auténtica revelación literaria”. Sobre Las cartas que no legaron, La Razón, España, noviembre de 2002 “En la literatura de Mauricio Rosencof, el pequeño mundo de un barrio, una vecindad o un conventillo se entrecruza con el afán universal de una mirada humanista y existencial”. Sobre Medio Mundo Página/12, Argentina, abril 2010 “La peripecia vital del escritor uruguayo es sobrecogedora, también muy literaria (…) cuenta y cuenta historias de forma muy amena. Algunas de ellas las ha ido desgranando en sus obras, como Memorias del Calabozo o Piedritas bajo la almohada”. El País de Madrid, octubre de 2002 prisaediciones.com/uy
“El libro podrá ser tildado de nostálgico, chabacano o populachero por quienes no quieran advertir que Rosencof sabe escribir como un letrado y además propone un debate constructivo para los uruguayos del futuro”. Sobre Las agujas del tiempo, El País Cultural, febrero de 2004 “Es justamente sobre el origen de las cosas que tratan estas leyendas. Es un texto que deja un mensaje inequívoco de dignidad y belleza, algo que nos remite a reflexionar sobre la capacidad que tiene el ser humano, aún en las condiciones más adversas, de soñar y amar la vida”. Sobre Leyendas del Abuelo de la tarde, La República, junio de 2004 “Buen resultado el de esta novela cuyo autor parece no querer «hacer literatura»; y sin embargo, ese escribir que quiere ser natural como caminar o respirar, requiere una maestría a la que pocos consiguen llegar. Rosencof es uno de ellos” Sobre El barrio era una fiesta, Diario de Ferrol, España, marzo de 2006 prisaediciones.com/uy
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