Ventanilla de patentes - Por Charo González Casas

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Ventanilla de patentes

  Por Charo González Casas
    Email: charogonzalezcasas@hotmail.com
      Tel: 91 4295892

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Ventanilla de patentes, de Ch. González Casas

Instrucciones de uso (sólo para directores)

Esto es una comedia. Repito: una co-me-dia. El ritmo ha de ser rápido y el tono muy
ligero, como si los personajes hablaran todo el tiempo de algo que carece de
importancia.
La escena del dibujante puede suprimirse.

Personajes:

Inventor
Funcionario
Mario Césped
Alfredo joven
Alfredo viejo
Sisita
Roberto
Carcelero
Preso
Minerva
Dibujante
El otro Mario Césped

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Ventanilla de patentes, de Ch. González Casas

 (Tras la ventanilla duerme el funcionario. Merodeando, hay un hombre-anuncio, con
un cartel enorme colgado del cuello. Entra el inventor dispuesto a comerse el mundo.)

INVENTOR- (Golpeando el cristal) ¡Que no es lunes! (El funcionario se despereza.)
¿Es esta la ventanilla de patentes?

FUNCIONARIO- Sí.

INVENTOR- Quiero patentar un invento revolucionario.

FUNCIONARIO- La tasa asciende a…

INVENTOR- Sí, sí, los cuartos. (Saca un puñado de billetes y los arroja sobre el
mostrador.)

FUNCIONARIO- ¿Qué quiere patentar?

INVENTOR- (Saca un par de zapatos negros de una caja.) Estos zapatos.

FUNCIONARIO- ¿Y para eso me despierta? ¿Es que no se ha enterado de que eso se
inventó hace siglos?

INVENTOR- No. Estos zapatos son especiales.

FUNCIONARIO-¿Qué tienen de especial?

INVENTOR- Que una vez que te los calzas, te llevan a tu destino con una facilidad
asombrosa: sin distracciones y sin obstáculos y sin dudas de ninguna clase.

FUNCIONARIO- (Indiferente.) ¿Ah sí?

INVENTOR- Sí, pero lo mejor no es eso. Lo mejor es el tiempo que ahorras. Estos
zapatos te orientan en tu dirección, que es única. Cuando te los calzas, enfilan tu atajo,
aceleran y ya no hay barranco, ni cuesta, ni túnel que se les resista. Nunca se detienen y
nunca vacilan, ni ante las encrucijadas más difíciles. Y jamás tropiezan: aquel que los
calce ya no se caerá ni malgastará sus fuerzas tratando de levantarse. Con estos zapatos,
uno no camina; se desliza.

FUNCIONARIO- ¿Funcionan por tracción mecánica?

INVENTOR- No. No llevan pilas, ni motor, ni ruedas, pero si los llevas puestos, ya no
te despistas. Y como no te confundes, ni das marcha atrás, ni das vueltas inútiles, te
encuentras con tu propio destino de bruces. ¡Ah, qué descanso, enfrentarte a tu sino lo
antes posible! Una vez que lo cumples, te lo quitas de encima y descansas. Vamos, que

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te puedes pasar el resto de tus días de vacaciones. (Silencio.) ¿No le parece que es
impresionante?

FUNCIONARIO- Pse.

INVENTOR- ¿Por qué no se los prueba?

FUNCIONARIO- Porque no soy un hámster; soy un funcionario de patentes.

INVENTOR- Pues por eso. Cálceselos, verá qué bien le sientan.

FUNCIONARIO- Que no.

INVENTOR- ¿No quiere saber cual es su destino?

FUNCIONARIO- En absoluto. ¿Qué aplicaciones industriales tienen?

INVENTOR- (Ofendido.) ¿Que qué aplicaciones industriales tienen unos zapatos que te
conducen a tu destino en un tiempo récord y sin equivocarse?

FUNCIONARIO- Sí. Qué aplicaciones industriales tienen.

INVENTOR- ¡Estos zapatos trascienden la industria, para que se entere! Están
diseñados para cambiar el rumbo de la especie humana.

FUNCIONARIO- Pues se ha confundido usted de ventanilla.

INVENTOR- ¡Es usted quien se confunde! ¿Cuántos años calza?

FUNCIONARIO- Cuarenta.

INVENTOR- En la flor de la vida y rellenando impresos. ¡Qué destino es ese! Una
ventanilla de patentes... Eso no es un destino, es una desgracia. ¿Por qué trabaja aquí?

FUNCIONARIO- Porque me da la gana.

INVENTOR- De eso nada. Usted trabaja aquí porque en lugar del camino, del suyo, ha
tomado un desvío equivocado que no lleva a ninguna parte... salvo a la desesperación.
¿O es que acaso no siente un ligero malestar al despertarse? ¿A que cuando suena el
despertador desearía seguir durmiendo? ¿Y a que mientras duerme, algunas noches,
tiene pesadillas?

FUNCIONARIO- Pues ahora que lo dice...

INVENTOR- ¿Lo ve? Va por muy mal camino. Pero tengo que darle una buena noticia.
Hoy es su día de suerte, si se calza estos zapatos, naturalmente.

FUNCIONARIO- Y dale.

INVENTOR- Si lo está deseando... ¿Por qué disimula?

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FUNCIONARIO- Firme aquí y márchese. Hay gente esperando.

INVENTOR- (Al hombre-anuncio, que sigue merodeando.) ¿Está usted en la cola de
patentes?

HOMBRE-ANUNCIO- No, pero anuncio un refresco. ¿Quiere probarlo?

INVENTOR- No. (Al funcionario.) ¿Es que no lo comprende? Su destino es único. ¿Por
qué se conforma con mirar el mundo por una ventanilla de 1x50? ¡Usted está llamado a
desempeñar una misión más alta!

FUNCIONARIO- ¿Y por qué lo sabe?

INVENTOR- Porque se le nota. A cada paso que da, el universo le observa. ¿Y sabe por
qué?

FUNCIONARIO- No, francamente.

INVENTOR- Porque lleva usted dentro el alma de un héroe. No es un pobre hombre,
aunque lo parezca.

FUNCIONARIO- Sin insultar, oiga.

INVENTOR- No es un insulto; es una advertencia. Si se calza estos zapatos...

FUNCIONARIO- Si me calzo estos zapatos, ¿me dejará usted en paz y se marchará a su
casa?

INVENTOR- ¡Sí!

(El funcionario sale del cubículo para calzarse los zapatos.)

FUNCIONARIO- Oiga, que no son simétricos; son idénticos.

INVENTOR- ¿Y qué?

FUNCIONARIO- ¿Cómo que y qué? ¿Cuál es el derecho?

INVENTOR- Da lo mismo.

FUNCIONARIO- ¿Cuál me calzo primero?

INVENTOR- El que prefiera. (Se los calza.) ¿Qué, cómo se siente?

FUNCIONARIO- Raro... rarísimo.

INVENTOR- Pero ¿cómo es la sensación?

FUNCIONARIO- No está nada, pero que nada mal, oiga.

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INVENTOR- ¿No se lo dije? No, no se los quite. Volveré dentro de una semana, a la
misma hora.

(El mismo día y a la misma hora, una semana más tarde. Tras la ventanilla, hay otro
funcionario. Se llama Mario Césped. Entra el inventor, mientras el hombre-anuncio
sigue merodeando.)

INVENTOR- ¿Dónde está el señor que estaba aquí el martes pasado?

MARIO CÉSPED- Se ha muerto.

INVENTOR- Vaya por Dios, qué desgracia. Si estaba sanísimo. Pobre hombre. ¿Y de
qué se ha muerto?

MARIO CÉSPED- Le atropelló un camión cuando salía de aquí. El martes,
precisamente.

INVENTOR- ¡Lo sabía!

MARIO CÉSPED-¿Es usted vidente?

INVENTOR- No. Soy inventor de objetos inútiles, pero trascendentes. (Silencio.
Consternado.) Yo lo maté.

MARIO CÉSPED- ¿Conducía usted el vehículo?

INVENTOR- No. Le calcé los zapatos que llevaba puestos. Esos zapatos tenían un
defecto. Un defecto gravísimo: eran demasiado rápidos. Te llevaban a tu destino, sí,
pero a tu destino último, ¿y sabe por qué? Porque eran fatalmente idénticos. ¿Sabe qué
es esto? (Saca un zapato negro de una caja.)

MARIO CÉSPED- Parece un zapato.

INVENTOR- Sí, pero no es un zapato cualquiera. Es un zapato fatal. Te lo calzas,
acelera y te lleva rumbo directo y sin contemplaciones hacia tu fatalidad más certera. ¿Y
cual es esa fatalidad, esa de la que nadie se ha librado nunca?

MARIO CÉSPED- No caigo, así de repente..

INVENTOR- ¿Cuál va a ser? La muerte. Los zapatos que calzaba el difunto eran
iguales a este y para encontrar el destino uno de los dos tenía que ser diferente. Porque,
¿qué es el destino, eh?

MARIO CÉSPED- Ni idea, oiga.

INVENTOR- ¿Es, acaso, la fatalidad a secas, esa que nos conduce a tientas por un túnel
sin luz hasta desembocar en la muerte? ¡No! He aquí el quid del asunto. Además de la

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fatalidad, el Destino se compone de un segundo elemento, mucho más cachondo,
¿entiende?

MARIO CÉSPED- Entiendo.

INVENTOR- Y ese elemento es el azar, ni más ni menos. ¿Sabe qué es esto? (Saca un
zapato de colores.)

MARIO CÉSPED- ¿Qué va a ser? Un zapato.

INVENTOR- Sí, pero no es un zapato cualquiera. Es un zapato casual. Te lo calzas y
enfila rumbo directo y sin contemplaciones hacia el azar más imprevisto. Es decir, hacia
la casualidad, la fortuna y todas sus oportunidades, que son infinitas. ¿Qué le parece?

MARIO CÉSPED- ¿Qué quiere que me parezca?

INVENTOR- Para encontrar el destino, el modelo fatalidad no basta y, además, es
peligroso. Mire lo que le ha pasado a ese pobre hombre por llevarlo puesto. Para
encontrar el destino se necesita la combinación de ambos: (se calza los zapatos en las
manos y camina con los brazos.) fatalidad, azar, fatalidad, azar, fatalidad azar. ¿Ve
como no son iguales?

MARIO CÉSPED- Desde luego, no se parecen en nada.

INVENTOR - El zapato fatal acelera mientras que el casual retarda y así, paso a paso...
¿por qué no se los prueba?

MARIO CÉSPED-¿Por qué tengo que probármelos?

INVENTOR- Porque su destino es único. ¿Cuántos años calza?

MARIO CÉSPED-Veintisiete.

INVENTOR- En la flor de la vida y rellenando impresos. ¡Qué destino es ese! Una
ventanilla de patentes... Eso no es un destino, es una mierda. ¿Va a pasarse la vida
detrás de una ventanilla con derecho a vistas a una cola?

MARIO CÉSPED -No, yo estoy aquí de suplente... hasta que venga el fijo.

INVENTOR- ¿Y a qué aspira usted?, si puede saberse.

MARIO CÉSPED -A aprobar las oposiciones para que no me echen.

INVENTOR -Amigo mío, tengo que darle una mala noticia: usted no está muerto; usted
está muertísimo. Si parece un retrato... Pero si se calza estos zapatos, verá cómo
resucita.

MARIO CÉSPED –(Señalando al hombre-anuncio.) ¿Por qué no resucita a ese señor?
Lleva mirándonos un rato.

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INVENTOR -Porque ese no resucita ni con un milagro. Usted, sin embargo, tiene
remedio... si se calza estos zapatos, naturalmente.

MARIO CÉSPED -Déjese de historias.

INVENTOR -Hoy es el día más triste de mi vida. Nadie me cree y he matado a un
hombre. He fracasado, tengo que admitirlo. Tomaré mi propia medicina: me calzaré los
zapatos fatales, expiaré mi error y moriré esta tarde. Pero estos zapatos que tiene delante
me inmortalizarán. El Futuro me rendirá homenaje.

MARIO CÉSPED -No se ponga usted así...

INVENTOR -Si se los calza, me pondré contentísimo.

MARIO CÉSPED -¿Qué me da si me los pongo?

INVENTOR -(Ofendido.) ¿Que qué le doy si se los pone? ¿Que qué le doy si se pone
unos zapatos por los que pasará a la historia como el primer homo sapiens que se los
puso? Estos zapatos cambiarán el talante de la humanidad. Son el siguiente eslabón en
la evolución de la especie, para que lo sepa.

MARIO CÉSPED -A mí me parece que no son para tanto.

INVENTOR -Eso lo dice porque no se los ha puesto. ¿Sabe lo que le digo? Que no los
merece. Me marcho.

MARIO CÉSPED -¡Un momento! Me los pongo, pero sólo un ratito.

INVENTOR -¡Estupendo!

MARIO CÉSPED -¿Y si no son mi número?

INVENTOR -Se ajustan a todas las tallas, se amoldan a todas las hormas. ¡Son
universales!

MARIO CÉSPED -¿Cuál me calzo primero, el casual o el fatal?

INVENTOR -Da lo mismo.

MARIO CÉSPED -Deme el del azar primero; es más alegre. (Con el zapato de colores
en la mano.) ¿En qué pie me lo pongo?

INVENTOR -No sé... ¿es usted zurdo?

MARIO CÉSPED -No.

INVENTOR -Póngaselo en el izquierdo. ¿Qué tal?

MARIO CÉSPED -Es... muy flexible.

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INVENTOR -Ahora, el fatal, en el derecho, para que lleve el mando. (Le da el zapato
negro.)

MARIO CÉSPED -Ay, es un poco más duro, ay.

INVENTOR -Sí, se resiste. (Al hombre-anuncio.) Oiga, ¿no llevará un calzador?

HOMBRE-ANUNCIO -(Se mira los bolsillos.) No, pero tengo un refresco buenísimo,
¿no quieren probarlo?

INVENTOR -No, muchas gracias. (A Mario Césped, mientras le ayuda a calzarse.)
Venga, venga. Así, ya está. Camine, camine un poco. No tan deprisa. ¿Cómo se siente?

MARIO CÉSPED -Es una sensación tan rara que no sé cómo se llama.

INVENTOR -¿Pero es buena?

MARIO CÉSPED -¡Buenísima! Creo... creo... creo que son los zapatos de mi vida,
oiga.

INVENTOR -¿No se lo dije?

MARIO CÉSPED -Me siento mucho más fuerte. Es como si flotara, con el viento a mi
favor y con un rumbo fijo. ¡Qué intensidad! ¡Qué holgura! ¡Qué horizonte! Y ahora, me
va a disculpar, pero tengo una cita urgentísima.

INVENTOR -¿Con quién?

MARIO CÉSPED -¿Con quién va a ser? ¡Con mi destino inminente!

INVENTOR -Le veré aquí dentro de una semana, a la misma hora. ¡Suerte!

(El mismo día, a la misma hora, una semana más tarde. Ya no hay oficina de patentes,
sino un bosque de escombros. Acurrucado, entre los restos, se esconde Mario Césped.
El hombre-anuncio sigue merodeando. Entra el inventor.)

INVENTOR -¿Dónde está el edificio que estaba aquí el martes pasado?

MARIO CÉSPED -(Saliendo de su escondrijo y chistándole.) Stse, stse, ¡Eh, soy yo!
¿Es que no me reconoce?

INVENTOR -Está cambiadísimo. No parece usted el mismo. ¿Por qué va vestido con
esos andrajos?

MARIO CÉSPED -Tenemos que irnos de aquí. Puede que me estén buscando.

INVENTOR -¿Por qué?

MARIO CÉSPED -Porque he volado la oficina de patentes.

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INVENTOR -¡¿Cómo?!

MARIO CÉSPED -Con dinamita casera.

INVENTOR -¡Ay va, qué fuerte! ¿Y por qué?

MARIO CÉSPED -¿Y usted me lo pregunta? Debería partirle la cara, pero me voy a
aguantar por no agravar las cosas.

INVENTOR –Oiga, usted tiene que tranquilizarse.

MARIO CÉSPED -¿Tranquilizarme? ¿Ha dicho “tranquilizarme”?

INVENTOR -Sí, le noto un poco alterado. Con lo contento que estaba cuando se calzó
mis zapatos.

MARIO CÉSPED -No me hable de sus zapatos...

INVENTOR -Pero si los lleva puestos.

MARIO CÉSPED -¡Pues por eso! Escuche: yo era un hombre de bien, un hombre de
paz, un hombre sin revoluciones, ¿sabe qué es eso?

INVENTOR -Lo sé.

MARIO CÉSPED -Que vivía tranquilamente con su mujer, con su perro, con su fútbol
los domingos y con su trabajito de suplente los días laborales, ¿entiende?

INVENTOR -Perfectamente.

MARIO CÉSPED -Hasta que me calcé sus zapatos, que son un invento satánico,
porque, ¿sabe qué me ocurrió entonces?

INVENTOR -No.

MARIO CÉSPED -Que abandoné a mi mujer, envenené a mi perro, dinamité este
edificio y ahora vivo en la calle, sin techo, sin calor de hogar, sin oficio ni beneficio ni
perrito que me ladre, ¿qué le parece?

INVENTOR -Lamentable.

MARIO CÉSPED -¡Y en menos de una semana!

INVENTOR -¡Lo sabía! Mis zapatos ahorran tiempo.

MARIO CÉSPED -Pero lo peor no es eso.

INVENTOR -¿Ah no?

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MARIO CÉSPED -¡No! Lo peor es que no me los puedo sacar ni con ventosas, ni con
palancas, ni rajándolos con bisturís, ni con una sierra eléctrica, que ya he probado de
todo y no hay manera. ¡Ay, qué desgracia! ¡Y todo por su culpa! (Silencio.) ¿Por qué
toma notas?

INVENTOR .-Es parte de mi oficio. Siga.

MARIO CÉSPED -¿Qué siga? (Silencio. Se sobrepone a la rabia.) Es curioso... antes
de que apareciera, estaba dispuesto a matarle, pero lo que son las cosas, ahora me
resulta usted hasta simpático.

INVENTOR -Lógico.

MARIO CÉSPED -¿Cómo que lógico?

INVENTOR -¿No ve que le he hecho un favor?

MARIO CÉSPED -¿Favor se les llama ahora a la traición, al abandono, al homicidio, a
dinamitar edificios, al desempleo, a la mendicidad y a la lampancia? ¡Míreme bien!
Estoy hecho un miserable.

INVENTOR -Vamos por partes. ¿Amaba usted a su mujer?

MARIO CÉSPED -Pues...

INVENTOR -¿Lo ve? ¿Y a su perro?

MARIO CÉSPED -Hay que reconocer que lo llenaba todo de pelos, pero...

INVENTOR -¿Lo está viendo? ¿Le gustaba su trabajo?

MARIO CÉSPED -No, como a todo el mundo.

INVENTOR -¡Falso! Yo trabajo por placer y como yo hay mucha más gente.

MARIOCÉSPED-¿Ahsí?

INVENTOR -¡Sí! ¡Estos zapatos funcionan! ¡Deje que le de un abrazo!

MARIO CÉSPED -¡No me toque! Si quiere hacerme un favor, sáqueme estos zapatos,
se lo pido por su madre.

INVENTOR -¿Es que no lo comprende? Usted era un hombre muerto. Al calzarse estos
zapatos, ha resucitado y lo primero que ha hecho ha sido enterrar su cadáver. Ahora es
un hombre nuevo. Ahora empieza su vida. Ahora emprenderá, por fin y de una vez por
todas, el camino que le aguarda. Verá como en poco tiempo su nombre saldrá en
titulares, en primera página. ¿Cómo se llama?

MARIO CÉSPED -Mario Césped.

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INVENTOR -El césped que pisará, a partir de ahora, no volverá a crecer, como el de
Atila. Será usted protagonista de hazañas increíbles.

MARIO CÉSPED -Sáqueme estos zapatos si no quiere que mi hazaña sea un asesinato.

INVENTOR -Qué agresivo.

MARIO CÉSPED -¡Que me los saque, he dicho!

INVENTOR -¿Cuál le saco primero?

MARIO CÉSPED -Los dos a la vez, ¡cuánto antes!

INVENTOR -Vale. Empecemos por el fatal. Déme el pie y tire, tire.

MARIO CÉSPED -Ay, ay.

INVENTOR -Tire, tire. Parece que se resiste. Venga, venga. Pues no sale.

MARIO CÉSPED -¡Ay qué desgracia!

INVENTOR -Déme el otro. Como es el de la casualidad, puede que salga más fácil. A
ver... tire, tire. Pues tampoco sale.

MARIO CÉSPED -Yo me quiero morir.

INVENTOR -Déme el fatal otra vez, a ver si ahora hay más suerte.

MARIO CÉSPED –(Al hombre-anuncio.) ¿Se puede saber qué mira?

HOMBRE-ANUNCIO -Nada. Yo sólo anuncio un refresco. ¿Quieren probarlo?

MARIO CÉSPED -No estoy para refresquitos...

INVENTOR -Pues no sale y no lo entiendo. (Toma notas.) Es una prestación con la que
yo no contaba.

MARIO CÉSPED -¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me ha arruinado usted la vida!

INVENTOR -Pero al menos la conserva.

(Mario Césped intenta quemar los zapatos con un mechero.)

INVENTOR -¿Qué hace? ¿Es que se ha vuelto loco?

MARIO CÉSPED -¡No arden!

INVENTOR -¡Si hasta son incombustibles! ¡Son una obra maestra! ¡Superan a su
creador! ¡Hasta a mí me sorprenden!

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MARIO CÉSPED -Tiene que inventarse algo que me los saque del cuerpo. ¿Por qué no
diseña usted unos zapatos contrarios?

INVENTOR -Qué idea más interesante.

MARIO CÉSPED -Para que pueda volver a ser el hombre que era.

INVENTOR -Unos zapatos contrarios a los que lleva puestos... qué idea más
interesante...

MARIO CÉSPED -Para recuperar a mi esposa, resucitar a mi perro, levantar este
edificio y volver a mi suplencia en la ventanilla de patentes.

INVENTOR -Me temo que son demasiadas cosas para remediarlas, pero unos zapatos
contrarios... contrarios al destino compuesto por el azar imprevisto y la fatalidad certera
serían.... serían... veremos lo que puedo hacer... serían... ¡eureka! ¡Lo tengo! Le espero
aquí dentro de una semana, a la misma hora.

(El mismo día, a la misma hora, una semana más tarde. El hombre-anuncio sigue
merodeando.)

MARIO CÉSPED –(Con un traje nuevo y carísimo.) Muy buenas.

INVENTOR -Por lo que veo, le han ido mejor las cosas.

MARIO CÉSPED -¡Estupendamente! Al día siguiente de nuestra cita, miércoles, heredé
unas tierras y mientras lo celebraba me eché una novia, viuda y muy cariñosa. El jueves
vendí la herencia y con las ganancias, compré un negocio de ultramarinos, una ganga.
Trabajé todo el día, despachando a la clientela. Suficiente para comprobar que un
mostrador es lo que una ventanilla: salvoconductos hacia una muerte en vida. Por eso el
viernes le traspasé la tienda a uno que entró para llevarse un kilo de garbanzos. El
sábado descansé, pero el destino, tan laborioso como una abeja, siguió trabajando y me
encontré un boleto de la ONCE para el sorteo del día siguiente, ¿a que no adivina lo que
pasó?

INVENTOR -¡Le tocó la lotería!

MARIO CÉSPED -¡Efectivamente!

INVENTOR -¡Increíble!

MARIO CÉSPED -¡Pero cierto! Como soy un hombre rico, ayer invertí gran parte de
mi capital en bolsa y con el resto me he comprado un barco. Mañana zarpo rumbo a
Cancún con mi novia.

INVENTOR -No sabe cuánto me alegro.

MARIO CÉSPED -Hace siete días no tenía nada. ¡Era un mendigo! Ahora soy rico.
Tengo acciones, tengo novia ¡y tengo un barco!

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INVENTOR -Pues no ha hecho más que empezar.

MARIO CÉSPED -¡Soy tan afortunado!

INVENTOR -(Señalándole los zapatos.) Lo mejor no es la fortuna que traen, sino el
descanso al que llevan.

MARIO CÉSPED -¿Cómo dice?

INVENTOR -Que como van tan deprisa –mire todo lo que le ha pasado en menos de
dos semanas- va usted a cumplir su destino rapidísimamente. Y una vez que lo cumpla,
verá qué liviano se siente porque sin esa carga, uno no camina; flota. Será usted un
hombre libre. Con el tiempo que le quede, podrá hacer lo que le dé la gana. Un hombre
sin destino es un hombre en vacaciones perpetuas.

MARIO CÉSPED -¡Es usted mi padre! Y pensar que no quería calzármelos...

INVENTOR -Se lo dije: son revolucionarios.

MARIO CÉSPED -Tienen un inconveniente.

INVENTOR -¿Cuál?

MARIO CÉSPED -Que tengo que dormir con ellos. Como no me los puedo quitar...

INVENTOR -¿Quiere que volvamos a intentarlo?

MARIO CÉSPED -No, no, si son muy cómodos. (Silencio.) Y usted, ¿qué ha estado
haciendo?

INVENTOR –(Saca un zapato blanco y un zapato de colores de una caja.) He
inventado estos zapatos. Son lo contrario a los que lleva puestos. ¿Por qué no se los
prueba?

MARIO CÉSPED -Porque tendría que quitarme estos y como no puedo...

INVENTOR -¿Y si se los calza encima?

MARIO CÉSPED -Ah no, no, no. ¿Por qué no se los prueba a ese que anuncia
refrescos? Oiga, ¿no será un espía industrial? No hace más que vigilarnos.

INVENTOR -Voy a comprobarlo.

MARIO CÉSPED- Nos vemos dentro de un mes, el mismo día, a la misma hora. Le
contaré los detalles del crucero.

INVENTOR -¡Buen viaje!

(Mario Césped sale. El inventor se acerca al hombre-anuncio.)

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INVENTOR -¿Puedo hacerle una pregunta?

HOMBRE-ANUNCIO -Sí, si se toma un refresco. (Se lo toma.)

INVENTOR -Cuántas burbujas. ¿Es usted espía industrial?

HOMBRE-ANUNCIO -¿Se me nota?

INVENTOR -No, disimula muy bien... pero dispongo de información privilegiada. Yo
soy inventor.

HOMBRE-ANUNCIO -Lo sé. Hace tiempo que le espío.

INVENTOR -He inventado estos zapatos y necesito un experimentador fiable. Para ver
cómo funcionan. ¿Le gustaría probárselos?

HOMBRE-ANUNCIO -Ah no, no, no. Ya sé que esos zapatos te hacen abandonar
mujeres, envenenar perros, dinamitar edificios...

INVENTOR -¡No! Ese es el otro par, el que calza el señor que se ha ido y que conduce,
sin desviación posible, hacia el destino certero, pero estos, no. Estos, precisamente
estos, son lo contrario de aquellos. Lo con-tra-rio, ¿entiende?

HOMBRE-ANUNCIO -No.

INVENTOR -Es muy sencillo. Si aquellos, quieras o no, te llevan a tu destino, estos se
lo saltan.

HOMBRE-ANUNCIO -¿Quiere decir que se libran, que se escaquean, que se burlan del
destino verdadero, del destino que te toca?

INVENTOR -Exacto. Una vez que te los calzas, enfilan tu dirección, pero en vez de
acelerar, se dan media vuelta y emprenden justo el camino contrario.

HOMBRE-ANUNCIO -No me lo creo.

INVENTOR -¿Por qué no lo comprueba?

HOMBRE-ANUNCIO -¿Y si me muero?

INVENTOR -¡Eso es imposible!

HOMBRE-ANUNCIO -Pues ya se le ha muerto uno.

INVENTOR -¡Por eso precisamente! Para inventar, primero se ensaya y después, se
corrige. Yo, si en un ensayo compruebo que he cometido un error, lo corrijo para
siempre. En los siguientes ensayos compruebo si hay más errores, pero ese que he
corregido, ese, ya no vuelve a repetirse. Si se calza estos zapatos, le puede ocurrir

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cualquier cosa, cualquiera menos morirse. Además, ¿cómo va a morirse usted si estos
son los zapatos contrarios a aquellos?

HOMBRE-ANUNCIO -¿Y si no me muero nunca?

INVENTOR -¡Olvídese de la muerte! ¡Estos zapatos son para vivir el doble! ¿Cuántos
años calza?

HOMBRE-ANUNCIO -Veinticinco.

INVENTOR -En la flor de la vida y anunciando un refresco. Eso no es un destino, por
muchas burbujas que tenga. (Saca un espejo.) Mírese y dígame, ¿qué ve?

HOMBRE-ANUNCIO -Nada. No veo nada.

INVENTOR -Cierto. Este espejo sólo refleja a los triunfadores. (Saca otro espejo.)
Ahora, mírese en este. Refleja a los perdedores. ¿Qué ve?

HOMBRE-ANUNCIO -Prefiero no hacer comentarios.

INVENTOR -¿No va a decirme qué ve?

HOMBRE-ANUNCIO -No.

INVENTOR -¡Usted no es un espía industrial! No es más que un hombre-anuncio.

HOMBRE-ANUNCIO -Sí... le he mentido.

INVENTOR -Si hasta apesta a sardinas en lata.

HOMBRE-ANUNCIO -Es lo que meriendo todas las tardes.

INVENTOR -¿No le da vergüenza?

HOMBRE-ANUNCIO -(Avergonzado.) Psé.

INVENTOR -¿No daría lo que fuera por librarse de su sino, por emprender otra vida,
por escapar de su estrella que, remitámonos a las pruebas, es una mierda de estrella?

HOMBRE-ANUNCIO -Pues...

INVENTOR -Amigo mío, su Contradestino es único. ¿Por qué se resiste a encontrarlo?

HOMBRE-ANUNCIO -Porque más vale destino en mano que cien contradestinos
volando.

INVENTOR -¿Le llama destino a llevar un cartel colgado del cuello? Usted es idiota.
¿Por qué no se ahorca? Entre colgar un cartel o colgarse de una cuerda no hay mucha
diferencia.

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HOMBRE-ANUNCIO -A lo mejor, con el tiempo, progreso.

INVENTOR -Con el tiempo, envejecerá, que no es lo mismo. Seguirá siendo un
perdedor, pero un perdedor viejo.

HOMBRE-ANUNCIO -Qué dureza.

INVENTOR -Es realismo. Le estoy dando una oportunidad, la oportunidad,
¿comprende? Y los perdedores natos no disponen de muchas. Si se calza estos zapatos,
cambiará de suerte. Dejará de ser un hombre anuncio, un perdedor, un pusilánime, un
pobre hombre. Usted elige. O un destino miserable o un contradestino insigne.

HOMBRE-ANUNCIO -¿Está usted seguro?

INVENTOR -(Entusiasmado.) ¡Sí!

HOMBRE-ANUNCIO -¿Completamente seguro?

INVENTOR -(Muy entusiasmado.) ¡Sí!

HOMBRE-ANUNCIO -Cálcemelos.

INVENTOR -(Entusiasmadísimo.) ¡Ahora mismo!

HOMBRE-ANUNCIO -Oiga, ¿por qué son tan diferentes?

INVENTOR –(Señala el zapato blanco.) Este es el contrafatal. Una vez que te lo calzas,
detecta tu sino y huye en dirección contraria. Y este es el casual. (Señala el de
colorines.) Conduce hacia la casualidad, la fortuna y todas sus posibilidades, que son
infinitas. (Se los calza en las manos y camina con los brazos.) Contrafatalidad, azar,
contrafatalidad, azar, contrafatalidad, azar...

HOMBRE-ANUNCIO -¿Y por qué no azar, azar, azar, azar...?

INVENTOR -Porque serían casualmente idénticos y como con los fatalmente idénticos
ya hemos tenido un disgusto, prefiero no repetirlo.

(El hombre-anuncio, por fin, se calza los zapatos.)

INVENTOR -¿Qué, cómo se siente?

(El hombre-anuncio se quita el cartel y lo reduce a astillas propinándole patadas,
mordiscos y puñetazos.)

INVENTOR -¡Funcionan! ¿Adónde va tan deprisa?

HOMBRE-ANUNCIO -¡A saltarme mi destino! ¡Era un destino de mierda!

INVENTOR -Le espero aquí dentro de un mes, a la misma hora.

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HOMBRE-ANUNCIO -De acuerdo.

INVENTOR -¡Suerte!

(El mismo lugar, un mes más tarde. El inventor ha acudido a la cita. Lleva horas
esperando pero no ha acudido nadie.)

INVENTOR- ¿Qué les habrá pasado? ¿No se habrán muerto?

(Treinta años más tarde.)

(Despacho de Alfredo en Fred&Freda. La señora de la limpieza termina su faena y
sale. Entra Alfredo escoltado por Sisita, su secretaria, y Roberto, su hombre de
confianza.)

SISITA –Su zumo, señor. Su pastilla. A las nueve y media, tiene cita con un inventor.

ALFREDO -¿Qué quiere?

SISITA –No lo sé. Lleva pidiendo audiencia desde hace cinco años, siete meses, y
catorce días, todas las tardes, incluidos los sábados. A las diez, el consejo de
ministros-accionistas. Se requiere un informe completo sobre nuestros centros
comerciales en América, Europa, Asia y Oceanía. La reunión durará todo el día. Su
mujer ha llamado para preguntar…

ALFREDO -¿Tenemos el informe, Roberto?

ROBERTO -Lo tenemos. Y con buenas noticias. ¿Recuerda que hace un mes, en
Nueva York, incorporamos salas de partos en nuestros almacenes? por si alguna cliente
rompía aguas comprando.

ALFREDO-Lo recuerdo.

ROBERTO -¡Ha nacido un niño! Varón. Tres kilos y medio.

ALFREDO -¡Un parto en nuestros almacenes! ¡Eso es un milagro!

ROBERTO- No. Era una falsa alarma, pero le provocaron el parto.

ALFREDO -¿Quién tomó la decisión?

ROBERTO -El departamento de marketing.

ALFREDO -¡Que les suban el sueldo!

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ROBERTO -Sí señor.

ALFREDO -La madre ¿es fotogénica?

ROBERTO -Pse.

ALFREDO -Que se encarguen los de estética. Que la operen, si es preciso. La vamos
a nombrar mujer del año. Quiero ver su foto en todos los escaparates de Asia,
América y Europa.

ROBERTO -Sí señor.

ALFREDO -Voy a proponer en el consejo que se abran paritorios en nuestros
almacenes de Pekín, Bruselas y Toronto.

ROBERTO -Pero señor, en Toronto la tasa de natalidad es muy baja.

ALFREDO -Pero la tasa de compradoras compulsivas es altísima. Hay que conseguir
que a las primeras contracciones, se vayan de compras. Sí, Roberto, sí, hay que
conseguir que nos nazcan más niños

ROBERTO -Sí señor.

ALFREDO -Más cosas.

ROBERTO -En Shangai, hemos colocado una mampara Sheisixú en el 90% de todos
 los hogares.

ALFREDO -¿Para qué sirven?

ROBERTO -Para nada, pero les hemos convencido de que mirarlas, relaja. Y en
 Sidney, uno de cada tres ciudadanos es adicto a nuestra salsa de tapioca.

ALFREDO -¿Y qué pasa con los otros dos?

ROBERTO –Les da alergia. Y una novedad: desde el mes pasado, nuestros almacenes
 en Tokio ofrecen un seguro completo de servicios fúnebres. La oferta es la siguiente:
 por cada artículo que compra, el cliente acumula una serie de puntos que se van
 sumando. Al final de su vida, si la suma es cuantiosa, el cliente consigue un seguro
 de entierro gratuito que cubre funeral, féretro, lápida y tumba. Con césped y con
 pájaros. La idea se está experimentando y ha gustado mucho al perfil del cliente:
 comprador jubilado, viudo o soltero, sin hijos. De momento, un 25% del target ya
 adquirido artículos con vistas a su muerte.

ALFREDO -Brillante. ¿Algo más?

ROBERTO -Eso es todo. Seguiremos trabajando hasta el próximo consejo.

ALFREDO -Buen trabajo.

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ROBERTO -Gracias.

ALFREDO -(A Sisita.) ¿Has tomado nota?

SISITA -Sí señor.

ALFREDO -Puedes irte.

ALFREDO -(Mirando por la ventana.) ¿Sabes qué es esto, Roberto?

ROBERTO- Sí señor. Una ventana.

ALFREDO -Sí, pero no es una ventana normal y corriente. Es mi ventana, Roberto, y
 mi ventana es la gloria. ¿Y sabes por qué?

ROBERTO -No señor.

ALFREDO -Porque desde aquí siento que me pertenecen. Míralos, son como insectos.
Podría aplastarlos solo con esto. ¿Sabes qué es esto, Roberto?

ROBERTO -Sí señor, su dedo índice.

ALFREDO -Sí, pero no es un índice normal y corriente. Es mi índice, Roberto. Y mi
índice es la hostia. Tú sí, tú no, tú ven, tú vete, tú aquí, tú allí ¡y obedecen! ¿A que te
impresiona?

ROBERTO -Sí señor, muchísimo.

ALFREDO -¿Y sabes cómo empezó este dedo a ser la hostia?

ROBERTO -Sí, señor, me lo ha contado muchas veces. Usted era

ALFREDO Y ROBERTO, A DÚO- Un hombre anuncio, un perdedor, un pusilánime,
 un pobre hombre.

ALFREDO -¡Sí Roberto, sí! Hace 30 años era ¡un hombre-anuncio! Pero un día decidí
cambiar de sino y me di la vuelta. Y mírame ahora: de aquel hombre-anuncio ya no
queda nada. ¡Nada! Todo es cuestión de aprovechar la Oportunidad, que llega,
 Roberto, llega, sólo hay que esperar y saber detectarla.

(Sisita por el interfono.)

VOZ DE SISITA -Señor, el inventor.

ALFREDO -Que entre.

(Roberto sale y entra el inventor con una caja.)

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ALFREDO -Lleva usted tratando de que le reciba cinco años, siete meses y catorce
 días, todas las tardes, incluidos los sábados. Espero que el motivo de su visita
 justifique su insistencia.

INVENTOR -No me lo puedo creer. No me recuerda.

ALFREDO -¿Por qué tengo que recordarle?

INVENTOR -Míreme bien, haga el favor.

ALFREDO -No caigo y no tengo tiempo, así que dese prisa.

INVENTOR -¿Podría ver sus zapatos? ¿Qué le pasa? Le he refrescado la memoria.

ALFREDO –(Al interfono.) Sisita, ven.

INVENTOR -(Desembala la caja.) Le he traído un nuevo invento. Es muy sencillo y
tan simple que un niño podría manejarlo. Tiene la ventaja de que no necesita
  calzárselo...

(Sisita entra.)

ALFREDO -El señor se marcha.

INVENTOR -Tanta brevedad me desconcierta. Está diseñado pensando en usted, es
ligero, irrompible y contiene ...

ALFREDO -Acompaña al señor a la salida.

INVENTOR -¿Sin probar mi nuevo invento? Es lo que necesita, después de tanto
 tiempo.

ALFREDO -¿Quiere que llame a los guardias?

INVENTOR -No. Quiero que le eche un vistazo. Si lo prueba, no querrá soltarlo, como
aquellos zapatos... Apostaría cualquier cosa a que los lleva puestos. ¿A que son muy
cómodos? ¿Y qué me dice de lo que ha conseguido gracias a ellos? No le han ido mal
las cosas…

ALFREDO -No, Sisita, el señor no se marcha. Anula todas mis citas.

SISITA -Pero señor, el consejo.

ALFREDO -¿Qué consejo?

SISITA -El de ministros-accionistas.

ALFREDO -Diles que me ha dado un cólico.

SISITA -Sí señor.

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(Sisita sale. Alfredo baja las persianas y apaga las cámaras.)

ALFREDO -(Se sienta y pone los pies sobre la mesa.) Sus zapatos.

INVENTOR -No han envejecido apenas.

ALFREDO -Nosotros estamos más viejos.

INVENTOR -¿Por qué los lleva atados a los tobillos con cadenas?

ALFREDO -Porque mientras duermo, me los quito.

INVENTOR -Qué interesante. (Apunta en su libreta.)

ALFREDO -¿Qué es lo que quiere, dinero?

INVENTOR -No. Sólo quiero que lo pruebe. Es el complemento a los zapatos que se
calzó hace 30 años. (Saca de la caja el nuevo invento.)

ALFREDO -¿Un catalejo?

INVENTOR –Sí, pero no es para ver lo que ocurre a lo lejos. Es para ver lo que le
 habría ocurrido si no llevara esos zapatos.

ALFREDO -¿Quiere decir que si miro a través de este invento me veré a mí mismo en
 mi destino verdadero?

INVENTOR -Exacto. Si mira, verá al hombre-anuncio que fue siguiendo sus propios
 pasos. (Silencio.) ¿Por qué no se mira? Venga, échese un vistazo.

ALFREDO -¿Por qué no mira usted primero?

INVENTOR -Porque esto es como sus zapatos: personal e intransferible, pero voy a
mirar... ¡Ay bah!

ALFREDO -¿Qué está viendo?

INVENTOR -¡Tiene que verlo usted mismo! Mire, mire.. ¿pero de qué tiene miedo?
 ¿No ve que no pasa nada? ¿Lo ve? Miro por el catalejo y... ¡Pero qué fuerte es esto!

ALFREDO -¿Qué está viendo?

INVENTOR -Tendrá que mirarlo usted mismo. Y ahora, con su permiso, me marcho.
(Sale.)

ALFREDO -(Al interfono.) Sisita, que detengan a ese hombre.

VOZ DE SISITA -Sí señor.

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(Alfredo duda, pero la curiosidad le vence y mira por el catalejo. Entonces se ve a sí
mismo 30 años más joven, portando el cartel-anuncio y llegando al banco del parque
 en el que merendaba todas las tardes. Alfredo joven se quita el cartel, se sienta, saca
  del bolsillo una lata de sardinas, la abre y se la merienda chupándose los dedos
 mientras Alfredo viejo le observa por el catalejo.)

ALFREDO VIEJO- ¡Soy yo! ¡Yo! ¡Yo! Con más pelo y más flaco. ¡Qué joven era! ¡Y
qué hambre tenía! Y ese es mi banco. Me sentaba a merendar todas las tardes
 sardinas “Sea Queen”. ¡Qué ricas! ¿Cuánto hace que no me como una lata de
 sardinas? (Al interfono.) Sisita, tráeme una lata de sardinas “Sea Queen”.

VOZ DE SISITA- Esa marca ya no se fabrica.

ALFREDO VIEJO- Qué lástima. Tráeme la lata de sardinas más barata que haya.

VOZ DE SISITA- Sí señor.

ALFRESO VIEJO- Y con mucho aceite, para que me manche al abrirla.

VOZ DE SISITA –Sí señor.

ALFREDO VIEJO- Y que huela fuerte, para que me apeste el aliento.

VOZ DE SISITA- Sí señor.

ALFREDO VIEJO- Y que se repita, para que pueda eructar, porque si no, no tiene
 gracia. Y date prisa.

VOZ DE SISITA- Sí señor.

(Sisita entra con una lata de sardinas en una bandeja y le observa.)

ALFREDO VIEJO- Puedes irte.

(Ella se marcha. El abre la lata y come con las manos. Mira por el catalejo.)

ALFREDO VIEJO- ¡Ah, qué placer más inhumano!

(Alfredo Viejo y Alfredo joven se chupan los dedos y eructan al mismo tiempo.)

(Prisión de Fred&Freda. Tres celdas. En una, un preso sin nombre. En otra, cumple
 condena Mario Césped. El carcelero encierra al inventor en la tercera celda y sale.)

MARIO -¡Me cago en mi suerte!

INVENTOR -Vaya recibimiento.

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MARIO -¡Que lo tenga, por fin, delante y no pueda estrangularlo! ¡Me cago en mi
 suerte!

PRESO -¿Le conoces?

MARIO -¿Qué si le conozco? ¡Es Satanás! ¡Satanás en persona! ¡Carcelero!

INVENTOR -¿Por qué está tan alterado?

PRESO -Carácter.

MARIO -¿Pero es que ya no te acuerdas? (Se señala los zapatos.)¿Y de estos tampoco,
eh? Fatalidad, azar, fatalidad, azar, fatalidad…

INVENTOR -¡Mario Césped!

MARIO -¡No! ¡Mario Césped me parió mi madre pero el día que nos encontramos
 quedó muerto para siempre! ¡Soy su espectro!

INVENTOR -¡Qué alegría más grande! No sabe cómo le he buscado. ¿Dónde se ha
metido todos estos años?

MARIO -¿Qué dónde me he…? ¡Carcelero! ¡Carcelero! ¿Es que no me oye?

CARCELERO -¡Ya va! (Entra.) ¿Qué pasa?

MARIO -Exijo que me cambie de celda.

CARCELERO -Ja.

MARIO -Si no me cambia ahora mismo, me rajo las venas.

CARCELERO -¿Y con qué te las vas a rajar?

MARIO -¡Con los dientes!

CARCELERO -Qué miedo. (Sale.)

MARIO -¿Pero adónde va? ¡Carcelero!

INVENTOR -¿No le parece que exagera?

MARIO -¿Qué exagero? ¡Míreme! ¡Y todo por su culpa! ¡Treinta años sin poder
sacármelos!

INVENTOR -Pero si están como nuevos…

MARIO -Me dijo que sería un héroe. “Ahora es un hombre nuevo. Ahora empieza su
vida. Ahora emprenderá, por fin y de una vez por todas, el camino que le espera.”

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PRESO -101 pasos de la celda al patio y otros 101 pasos del patio a la celda… eso, si
 no está lloviendo.

MARIO -“Será usted un hombre libre porque un hombre sin destino es un hombre en
vacaciones perpetuas.”

PRESO -Y de vacaciones estás. Y, además, indefinidas.

MARIO -¡Carcelero!

CARCELERO -(Desde fuera.) Como no te calles, te doy unas hostias.

MARIO -Me cago en mi suerte.

(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo. Ve al Alfredo que fue
  hace 30 años. Alfredo viejo, sin querer, tira al suelo un objeto pesado y Alfredo joven
  lo oye y se sobresalta. Alfredo viejo tira al suelo un objeto más pesado a propósito
y Alfredo joven se sobresalta de nuevo.)

ALFREDO VIEJO -¡Puede oírme! (Mirando por el catalejo y chistando) ¡eh, stste,
 tsts!

ALFREDO JOVEN -¿Es a mí?

VIEJO -¡Sí! ¡Puedes verme! (Los dos Alfredos se miran, se husmean, se observan.)
¿Sabes quién soy?

JOVEN -No... pero su cara me suena.

VIEJO -Mírame bien.

JOVEN -Si ya le miro, pero no caigo. . . deje que haga memoria...

VIEJO -¡No! No hagas memoria. Mírame de arriba abajo. ¿Qué? ¿Me reconoces
 ahora?

JOVEN -No, francamente.

VIEJO -Pero ¿qué piensas de mí? ¿Te caigo simpático? ¿Te gusta mi aspecto?

JOVEN -Pse. No está mal.

VIEJO -¿Te gustaría parecerte a mí, ser como yo el día de mañana?

JOVEN -No sé... qué preguntas más raras.

VIEJO -¿Cuántos años tienes, hijo?

JOVEN -Veinticinco.

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VIEJO -Tengo que darte una gran noticia, ¿estás preparado?

JOVEN -Pse.

VIEJO - Mi querido Alfredo, tú eres yo hace treinta años.

JOVEN –(Indiferente) Ah.

VIEJO -Quiero decir que tú eres el Alfredo que yo fui, que eres mi pasado, ¡mi
 pasado! ¿entiendes?

JOVEN -Entiendo

VIEJO -¿Y qué te parece?

JOVEN -Pues...

VIEJO -¿Es que no te impresiona?

JOVEN -No, pero ya decía yo que me sonaba su cara.

VIEJO -¡Deja que te abrace! (Se abrazan.) ¿Qué? ¿Te reconoces?, ¿me reconoces ahora?

JOVEN -Pues no. He cambiado mucho.

VIEJO -Eso, desde luego. ¿Pero te alegras de verme?

JOVEN -Depende. ¿A qué se dedica?

VIEJO -No me llames de usted, que hay confianza.

JOVEN -¿A qué te dedicas?

VIEJO -Soy un hombre rico. Y muy poderoso. Con decirte que soy el presidente de la
multinacional más poderosa de todo el planeta…

JOVEN -Ahora sí que me impresiona. (Se emociona.) Encantado, Alfredo, qué alegría
más grande. (Le da otro abrazo.) Pero qué bien hueles.

VIEJO -Tú, sin embargo, hueles a sardinas. ¿Por qué estás llorando?

JOVEN -Nunca imaginé que llegaría tan lejos.

VIEJO -No me extraña. Sigues siendo el mismo imbécil que yo recordaba, pero no te
preocupes que nunca llegarás a ser el hombre poderoso que tienes delante.

JOVEN -¿Cómo que no? Si soy tu pasado, tú eres mi futuro.

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VIEJO -Es que ha habido un cambio en el programa. (Suena el interfono.)

VOZ DE SISITA -Señor, su mujer por la uno.

(Alfredo viejo suelta el catalejo y Alfredo joven se esfuma como conejo en chistera.)

(Cárcel de Fred&Freda)

INVENTOR -¿Se acuerda del tipo que merodeaba en la cola de patentes? Llevaba un
anuncio colgado del cuello.

MARIO -El de los refrescos.

INVENTOR -Ese. Es el presidente de Fred&Freda

MARIO -Amos anda.

INVENTOR -(Le arroja un periódico.) Mire.

MARIO –(Mira la fotografía de portada.) ¡Hostias! ¿Desde cuándo?

INVENTOR -Desde hace 25 años.

MARIO -¡Me cago en mi suerte! Los mismos que llevo aquí dentro.

INVENTOR -¿Y sabe por qué? Porque le calcé los zapatos contrarios a los que usted
lleva puestos.

MARIO -Me cago en mi suerte.

PRESO -¿Es que no sabes decir otra cosa?

MARIO -¡Me cago en mi suerte y me vuelvo a cagar y me recago mil veces! ¿Se puede
 saber por qué no me calzó a mí aquellos zapatos en lugar de estos?

INVENTOR -Buena pregunta. (Silencio.) Tal vez por destino, tal vez por azar… ¿Quién
 sabe? Pero aunque le hubiera calzado aquellos zapatos, no habría usted seguido ese
 mismo camino.

MARIO -¡Pero no estaría en la cárcel!

PRESO -Vete tú a saber…

INVENTOR -¿Qué delito cometió?

MARIO -Ser pobre.

PRESO -Ja. Ese es el delito padre.

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INVENTOR -La última vez que le vi era un hombre muy rico. Iba a hacer un crucero
 con su novia.

MARIO -Naufragamos. Nos rescató un mercante. Cuando llegué a tierra, había
 perdido todo el dinero invertido en bolsa. Me quedé sin novia. Busqué trabajo y
como no encontré, me vi abocado al comercio independiente.

INVENTOR -¡Un top manta! ¡Qué valiente! ¿Cuántos años le cayeron?

MARIO -Cadena perpetua.

PRESO -Lo dicho: vacaciones indefinidas. (Silencio.) Yo también quiero unos
 zapatos.

INVENTOR -¿Cómo los del compañero, que te llevan a tu destino, o como los del
presidente, que se lo saltan?

PRESO -Me da lo mismo.

MARIO -Fabrícale los dos pares. Para que alterne: “me someto a mi destino los lunes,
martes y miércoles y me lo salto los jueves, viernes y sábados. Y los domingos, libro,
 es decir, me descalzo.

INVENTOR -¡Qué idea más interesante! Destino, contradestino, destino,
 contradestino… Sí, qué interesante. Tiene usted mucho talento. ¡Sí, qué gran idea la
 suya!

(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo y ve a Alfredo joven.)

ALFREDO VIEJO -¡Eh!, Tsté, tsé.

ALFREDO JOVEN -¡Usted otra vez! ¡Qué alegría más grande!

VIEJO -Que no me llames de usted, que hay confianza. (Se abrazan.)

JOVEN -¿Dónde te has metido?

VIEJO -He estado ocupado. No te creas que es fácil llevar el destino de la multinacional
 más poderosa.

JOVEN -Sí, ya sé que me espera un futuro insigne, lleno de aventuras y emociones
fuertes.

VIEJO -No estés tan seguro…

JOVEN -Pero hasta que llegue, tienes que ayudarme. ¿Sabes cuánto me pagan por
 llevar este anuncio?

VIEJO -Claro que lo sé.

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JOVEN -Y además, sufro mucho. No me sale novia, por las noches tengo poluciones y
 me da miedo el mundo.

VIEJO -Lo recuerdo perfectamente.

JOVEN -Soy muy desgraciado. No tengo autoestima, ni ambición, ni coraje. Así no
 hay quien medre. ¿Vas a decirme qué tengo que hacer para dejar de ser un pobre
 hombre?

VIEJO -Hijo mío, sé como te sientes. Yo mismo lo sufrí en mis propias carnes. Pero
tengo que darte una mala noticia: no puedo ayudarte. Aunque tú seas el joven que yo
  fui hace tiempo, no vas a seguir mi mismo camino. Yo tuve más suerte. Encontré un
  desvío, lo tome, aceleré y mira qué lejos he llegado. Pero tú, pequeño, seguirás tu
  rumbo sin desvio posible. Y tu rumbo, hijo, es ese cartel de pobre hombre que te
  anuncia. Y para eso vengo: para ver cómo caminas por tu propio infortunio, cómo
  tropiezas, cómo resbalas, cómo te caes y cómo fracasas. (Silencio.) Lo siento mucho.

JOVEN -¿Quieres decir que nunca llegaré a ser el presidente de la multinacional más
poderosa?

VIEJO -Exacto.

JOVEN -¿Y qué va a ser de mí?

VIEJO -Eso, dependerá de tus pasos.

JOVEN -No, no puede ser. Debo de estar soñando.

(Cárcel de Fred&Freda.)

INVENTOR- Listos. Sus zapatos. (Le enseña al preso un zapato negro y otro blanco.)

PRESO- ¿Son como los de éste o como los del presidente?

INVENTOR- Ni lo uno ni lo otro. Los del compañero son fatalidad, azar, fatalidad,
 azar; los del presidente son contrafatalidad, azar, contrafatalidad, azar. Y estos son
 fatalidad, contrafatalidad, fatalidad, contrafatalidad, fatalidad, contrafatalidad. Un
 modelo mixto.

PRESO- ¿Y qué pasa con el azar?

INVENTOR- Como sólo tiene usted dos pies, no he podido incluirlo.

MARIO- ¡Será un hombre sin azar! Y un hombre sin azar ¿qué es un hombre sin azar?
¿Un hombre sin vacaciones?

(Entra el carcelero pero los presos no se percatan. Desde un rincón, los observa en
silencio.)

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INVENTOR- ¡Destino! (Le arroja el zapato negro.) ¡Contradestino! (Le arroja el zapato
 blanco.) Verá qué bien le sientan. ¡Vamos, cálceselos! ¿A qué espera? (El preso se los
 calza.) ¿Qué? ¿Qué tal?

PRESO- El destino parece que aprieta.

INVENTOR- Es normal al principio.

MARIO- Para lo que vas a andar…

INVENTOR-La distancia más larga puede recorrerse sin salirse de una celda.

MARIO- Además de inventor, filósofo. Vaya prenda. “Ahora eres un hombre nuevo.
Ahora empieza tu vida. Ahora emprenderás, por fin y de una vez por todas, el camino
que te aguarda”

(El carcelero saca un manojo de llaves y abre la celda del preso.)

CARCELERO- Puedes irte.

PRESO- ¿Adónde?

CARCELERO- (Dándole el petate.) Tus cosas. ¡Vamos! ¡A volar!

PRESO- Pero si me quedan nueve años, siete meses, doce días y unas horas.

CARCELERO- Orden de indulto.

MARIO- ¡Me cago en mi suerte!

CARCELERO- ¿Vas a salir o te saco yo a hostias?

PRESO- ¡Esto es un milagro!

INVENTOR- ¡No! ¡Es ciencia!

PRESO- (Emocionadísimo.) Señor inventor, no sé cómo agradecérselo.

CARCELERO- (Empujando al preso.) Vamos, no vaya a ser que se arrepientan. (Se
encara con el inventor.) Quiero unos zapatos idénticos.

INVENTOR- Sí señor.

CARCELERO- I-dén-ti-cos. ¿Entendido?

INVENTOR. Perfectamente.

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(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo: Alfredo joven
 merienda en su banco. Entra Minerva, una joven que anuncia sardinas con un cartel
 colgado al cuello pero Alfredo joven está tan concentrado en su manjar que no repara
 en que ella se quita el cartel y se sienta a su lado.)

MINERVA- Qué casualidad. Las sardinas que yo anuncio.

ALFREDO JOVEN- Pues sí, qué casualidad.

(Ella saca de su bolso una lata de refresco.)

ALFREDO JOVEN– Qué casualidad. El refresco que yo anuncio.

MINERVA- Pues sí.

MINERVA Y ALFREDO JOVEN –Qué casualidad. Pero qué casualidad más grande.

(El le ofrece sardinas y ella come. Ella le ofrece refresco y él bebe.)

ALFREDO JOVEN –Mi refresco y sus sardinas son una combinación muy buena.

MINERVA – Sí, su refresco y mis sardinas son una combinación perfecta. (Cantan los
pájaros.) Qué tarde más bonita hace, ¿no le parece?

ALFREDO JOVEN- Y además, cantan los pájaros.

ALFREDO VIEJO- (Mirando por el catalejo.) ¡Voy a enamorarme! Pero ¿quién es
 ella?

MINERVA –Y usted, ¿cómo se llama?

ALFREDO JOVEN –Alfredo.

MINERVA -¡Qué casualidad! ¡Como mi padre!

LOS DOS ALFREDOS, A DÚO– ¡Qué casualidad! ¡Pero qué casualidad más grande!

ALFREDO JOVEN- ¿Y es un buen hombre, su padre?

MINERVA- No lo sé, porque se murió.

ALFREDO JOVEN– Cuánto lo siento. ¿Hace mucho?

MINERVA –Más de dos décadas. Ahora que lo pienso... a lo mejor no era un buen
hombre... ¿A quién se le ocurre morirse tan joven y dejarme tan huérfana?

ALFREDO JOVEN -Lleva usted razón. (Silencio.) ¿Y de qué murió su padre?

MINERVA –De un repente.

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ALFREDO JOVEN –Qué desgracia más grande.

MINEVA –Fue un despropósito. Una catástrofe. Pero él se lo perdió. Da gusto estar
 viva en tardes como esta.

ALFREDO JOVEN– Desde luego. ¿No le parece que a veces la vida merece la pena?

MINERVA –Sí, hoy me lo parece.

ALFREDO JOVEN-Y usted, ¿cómo se llama?

MINERVA –Minerva.

LOS DOS ALFREDOS, A DÚO -¡Qué nombre más bonito!

ALFREDO JOVEN –¿Se lo puso su padre?

MINERVA- No lo sé. No me dio tiempo a preguntárselo.

ALFREDO JOVEN- Comprendo. (Cantan los pájaros.) ¿Está usted soltera?

MINERVA –Por supuesto.

ALFREDO JOVEN -¿Está comprometida?

MINERVA- En absoluto.

ALFREDO JOVEN- Qué casualidad. Yo también estoy soltero y sin compromiso.

MINERVA –Cuánto me alegro.

ALFREDO JOVEN-¿Y por qué anuncia sardinas?

MINERVA –Por pasar el rato.

ALFREDO JOVEN- Qué casualidad. Yo anuncio un refresco por lo mismo. (Cantan
 los pájaros.) ¿Quiere que le cuente el secreto de mi vida?

MINERVA- Sí, quiero.

ALFREDO JOVEN- Yo soy un romántico. Me gustan los parques y el canto de los
pájaros y las jóvenes huérfanas que anuncian sardinas por pasar el rato.

MINERVA- Ah qué interesante.

ALFREDO JOVEN- Y a usted, ¿qué le gusta?

MINERVA- Conocer a hombres que se llaman Alfredo.

ALFREDO JOVEN- ¿Y conoce usted a muchos?

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