Los milagros de mis monjitas de San Clemente - José Antonio Fortuño
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1ª Edición: julio 2011 2ª Edición: noviembre 2011 Autor: © José Antonio Fortuño Colabora: Mar Olmedo Dibujos: Luis Bolumar Imprime: Gràfiques Color Imprés, s.l.u. grafiques@colorimpres.es - www.grafiquescolorimpres.com Depósito Legal: CS 232-2011
Índice Presentación ……………………………………………………………………… 5 Visitas al Convento ……………………………………………………………… 7 Los pinchos y mi abuelo ………………………………………………………… 11 Bodas de oro de mi tía …………………………………………………………… 15 El entierro de la tía ……………………………………………………………… 19 Heredero universal ……………………………………………………………… 21 Trabajo mío ……………………………………………………………………… 25 ¿Y si fuera verdad? ………………………………………………………………… 27 Accidente de circulación ………………………………………………………… 29 Clapsa (Central Lechera Agropecuaria Pacense S.A.)…………………………… 33 Pepe Romero ganadero …………………………………………………………… 35 Pepe Romero depresión ………………………………………………………… 37 Un médico para Miguela ………………………………………………………… 39 Colegio Santa Clara ……………………………………………………………… 41 Papel higiénico …………………………………………………………………… 47 Pozo finca Cabanes ……………………………………………………………… 49 Socio Méjico ……………………………………………………………………… 51 Peña la ventana …………………………………………………………………… 53 Comité de empresa ……………………………………………………………… 57 Querella contra D. José Soriano ………………………………………………… 59 Sentencia Pedro …………………………………………………………………… 63 Banco Bilbao Manuel …………………………………………………………… 65 Carta al Papa ……………………………………………………………………… 67 Quiero volar ……………………………………………………………………… 69 Mi madre sufre …………………………………………………………………… 71 Curación Ana …………………………………………………………………… 73 Ana: tandas de quimioterapia…………………………………………………… 81
Agradecimientos ………………………………………………………………… 87 Tumor laringe …………………………………………………………………… 91 Un trabajo por favor ……………………………………………………………… 93 Descuento bancario ……………………………………………………………… 95 Ordenador Eduardo ……………………………………………………………… 97 El hijo de Piquer a Pamplona …………………………………………………… 101 Refinanciaciones ………………………………………………………………… 103 Susto en Moscú …………………………………………………………………… 105 Hijos de Ana ……………………………………………………………………… 107 Stock ……………………………………………………………………………… 111 Finca Dualde ……………………………………………………………………… 113 Última petición: Amparo y Paco ………………………………………………… 115 El milagro del agua ……………………………………………………………… 117 Mis dudas ………………………………………………………………………… 121 Preámbulo ………………………………………………………………………… 123 Azulejos Estrella ………………………………………………………………… 125 La cocina que hizo Rocersa ……………………………………………………… 127 Ropa interior Nova Design ……………………………………………………… 131 Paneles comedor ………………………………………………………………… 133 Grupo Valencia …………………………………………………………………… 135 Medicinas para las cabras ………………………………………………………… 139 Vaca lechera ……………………………………………………………………… 141 Carne en la gasolinera …………………………………………………………… 143 Tela vaquera ……………………………………………………………………… 145 Azulejos de Porcelanosa-Córdoba ……………………………………………… 147 Muebles Palau …………………………………………………………………… 149 Fábrica de bolsos ………………………………………………………………… 151 Dinero de Sargantana …………………………………………………………… 153 Óptica Mayor ……………………………………………………………………… 155 Comentario final ………………………………………………………………… 157 Fe de erratas de la 1º edición: El tío Francisquet ………………………………… 159 Puesta al día de la 1º edición ……………………………………………………… 161 Final de la 1º edición ……………………………………………………………… 163 Dedicatorias a la 1º edición ……………………………………………………… 165
Presentación Imagino que los que conozcan la existencia de estas vivencias se preguntarán las causas de su redacción y publicación. Voy a intentar explicarme con toda sinceridad. En primer lugar quiero destacar que todo lo que cuento me ha sucedido, lo co- nozco de primera mano y en el fondo de mi alma, me ha emocionado. Son más de cincuenta años de mi vida en los que las monjitas de San Clemente han significado una gran fuente de experiencias. Todos mis clientes, todos, saben de la existencia del convento de San Clemente y muchos han vivido con una mayor intensidad esta experiencia. Desde siempre he tenido la absoluta seguridad de que, a la primera ocasión, es- cribiría estos relatos llamándolos “Milagros de mis monjitas”. Ha llegado la ocasión y ya están escritos. He añadido algunos de los muchos donativos en los que he inter- venido. Y algo de las costumbres del convento en lo que a mí respecta. El trabajo ya está hecho, aunque dentro de un cajón, guardado bajo siete llaves. Es el momento de decidir lo que se va a hacer con él. No me cabe ninguna duda de que, a la gente de buena voluntad que lo conozca, daño no le va a hacer. Estas mon- jitas son una prueba evidente de que Dios existe, las oye y las ayuda en lo que cree conveniente. También estoy convencido de que, con la excusa de entregar en mano un ejem- plar, llegarán a las monjitas buenas y sabrosas limosnas de gente que siempre les ha ayudado y de otras personas que, a través de estos textos, las van a conocer ahora. Todo se ha vivido y escrito en positivo y todo quiero que se haga en positivo sin intentar buscar obstáculos y pegas a unos impulsos del corazón que solo buscan distraer, enseñar y poner en letra unas vivencias que han sucedido. Por todo ello, empezaremos a ir abriendo llaves hasta poder sacar el libro del ca- jón en el que ha estado un tiempo en reposo. Todo saldrá bien porque las monjitas de San Clemente rezarán para que así sea. Quien me ha indicado su negativa a figurar en este libro, me ha obligado a utilizar nombres simulados para que no se le identifique. Y si no era posible disimular, se ha suprimido y no se ha escrito.
6 José Antonio Fortuño Los que figuran con nombres y datos reales es porque me han autorizado a publi- carlos, si bien, en algún caso he tenido que consensuar la redacción suprimiendo y añadiendo detalles para conservar la bondad de esta publicación. Y si a alguien le llega alguna noticia negativa, que la transforme en positiva y siempre va por delante mi solicitud sincera de que me perdone. Pero que no se le olvide la limosna para las monjitas de San Clemente.
Visitas al convento El porqué de la existencia en mi vida del Convento de San José y Santa Ana, en San Clemente, nace por el hecho de que una hermana de mi madre ingresara en esta orden mucho antes de yo nacer. Desde que tengo uso de razón recuerdo, como úni- cos viajes al cabo del año, los que mi padre organizaba para que mi madre pudiera estar unas horas con su hermana Carmen. Aquellos viajes los hacíamos en un taxi enorme en los que uno de los equipajes era un orinal para no tener que parar el coche si un niño lo necesitara. Visto desde ahora pienso el enorme sacrificio económico que le costaba a mi padre organizar esos viajes. Otro recuerdo, que después se ha repetido muchas veces, era la solicitud que le hacían las monjitas a mi madre para que cantara. -Salomé cántanos el Ave María de Gounot. Y mi madre, con una voz angelical, cantaba de maravilla aquella y otras cancio- nes. Al terminar mi padre decía siempre: -Tengo que venir a San Clemente para oír cantar a mi mujer. Si no es aquí, no canta. O sea que, desde toda mi vida, he tenido en el convento de San Clemente una monjita hermana de mi madre que se llamaba Carmen Beltrán Albella, en la reli- gión, Hermana Teresita del niño Jesús. De forma independiente a mi familia, una vez terminada la carrera, empecé a visitar el convento cada vez que tenía oportunidad. Incluso recuerdo una vez que viniendo con D. Manuel Breva de Madrid allá por 1968 le hablé de mis monjitas y quiso desviarse de la carretera y entrar para saludarlas. La Madre Superiora tenía en aquel momento un pequeño problema de servi- dumbres, se lo contó a D. Manuel y nos hizo entrar a visitar todo el convento para que estudiáramos ese problema, dándoles D. Manuel la solución perfecta como no podía ser de otra manera. Los viajes a San Clemente se me hicieron ya costumbre, conquistándome aquel convento todos mis sentimientos.
8 José Antonio Fortuño En la mayoría de las visitas que, varias veces al año, hago al convento de San Clemente, me suelen acompañar amigos y, en algún caso clientes que me han oído hablar tantas veces de mis monjitas que me piden conocerlas. A los correctos y nor- males no me preocupa llevarlos con la esperanza de que, con el tiempo, se convier- tan en asiduos al convento sin necesitar mi presencia. Procuro que no vayan los mal hablados pues en aquel lugar se respeta lo que dijo el poeta y está escrito en la pared de entrada al locutorio: Hermano, una de dos o callar o hablar de Dios que en la casa de Teresa esta ciencia se profesa. Y tengo clientes que sueltan un taco cada dos palabras. En los momentos de gran tensión que, por desgracia, se producen en las empre- sas con problemas, siempre he utilizado el tema de mis monjitas para relajar las reu- niones. Y, la mayor parte de las veces, consigo alguna limosna, donativos o regalos, pero siempre, se apaciguan los ánimos y se piensa con mayor claridad de ideas. En los viajes que hacemos al convento, sobresale el menú que nos prepara, con sus propias manos, la Madre. Se compone de lo siguiente: -Ensalada de tomate, lechuga y espárragos. -Plato de fiambre variado de la región. -Sopa de fideos finos hecha con caldo de gallina de corral, deliciosa. -Merluza a la romana con abundante mayonesa. -Muslos y contra muslos de pollo hechos al estilo de la Madre, sabrosos como nunca. Hechos por dentro al punto pero tostaditos por fuera. Una delicia. -Fruta variada. -Cafés, licores y pasteles. Y para la tarde, la hermana María, la encargada del torno, fabrica un agua de limón célebre como ninguna otra. Y siempre la mesa preparada por Manuela, la mandadera, hermana de la tornera. Una norma de las reglas de Santa Teresa es que, si se alaba a una monjita, tiene que besar el suelo y solo se puede levantar cuando lo permite la Madre expresamen- te diciéndole: -Levántese vuestra reverencia. Mi tía, la hermana Teresita, tenía un hermano, el tío Juanito, que era el bromista número uno haciendo a las monjitas besar el suelo. “In memoriam”, también acostumbro, con mi carácter alegre, a alabar a las mon- jitas para hacerlas besar el suelo. Y finalmente, es curioso ver a toda la Comunidad besando el suelo cuando la alabanza es general.
Los milagros de mis monjitas de San Clemente 9 Cuesta conocerlas a todas pero hay una de Lérida que solo habla catalán con- migo, otra de Pamplona a la que distingo especialmente por razones obvias, a mi ahijada Mª Carmen, de la que fui padrino de profesión, que salta a la vista que es es- pecialmente querida por Dios. Hace unos años se murió otra de Castellón que entró con mi tía Carmen, la hermana Josefa. Y pronto se irá al cielo mi nueva tía, Mª Rosa, a la que ya no puedo volver a ver pues no puede bajar a la reja por su enfermedad. La Madre ha inventado un sistema para que las vayamos conociendo. Todos los años por Navidad hace un sorteo entre las monjitas nombrándolas “Capellana” de un benefactor. A primeros de año recibo una comunicación impresa (en carta de la imprenta de Fernando y Pepe) en la que se me comunica que me ha tocado en suerte como “capellana” a la Hermana Mari Carmen, que es la que tengo este año. A la comunicación se acompaña una cartita de la agraciada anunciando innumerables oraciones por mis necesidades. Un año que me tocó de “Capellana” a la Madre, con mucha ironía, me quejé por lo poco que yo calculaba que rezaba dadas sus múltiples ocupaciones. Todas las hermanas a coro se comprometieron a complementar el posible déficit de oraciones de la Madre. D. Manuel Breva Valls ha sido uno de los personajes más insignes de Castellón. Director General de Bancaja, Procurador en Cortes y Decano del Colegio de abogados durante muchos años. Fue mi maestro en el ejercicio de la abogacía y me enseñó todo lo que quise aprender. Esta foto se hizo el día en que D. Manuel firmó la regulación de las aguas del Río Mijares, en el Ministerio de Obras Públicas. La primera vez las reguló el Rey Jaime I y la segunda y última, D. Manuel Breva.
Los pinchos y mi abuelo Mi madre me contó que, cuando era muy pequeña, su hermana mayor, Carmen, ya había cumplido los dieciocho años. Su madre había fallecido y había dejado cinco hijos, tres hombres y dos mujeres. Todos vivían en la casa alquilada de la plaza de San Pascual, 21 de Villarreal. En esta situación, en la que mi tía hacia el papel de madre y sirvienta de la casa, comunica a la familia que se va de monja Carmelita Descalza a San Clemente. El disgusto de mi abuelo fue tremendo, sobre todo pensando el lío que se le producía en casa con tres chicos y una niña pequeña. Tal fue el enfado que, en la despedida, le comunicó a su hija que tardaría en verla pues, de momento, no se sentía con fuerzas de mirarla tras las rejas. Como todo pasa en la vida, el abuelo Pepe, “el negre de la Pelechana”, se las arre- gló como pudo y, pasados unos años, decidió ir a San Clemente a ver a su hija. El locutorio del convento está compuesto por dos salas cuadradas, de unos cinco por cinco metros cada una, separadas por un muro de medio metro de ancho en cuyo centro, a medio metro de altura, se abre un hueco de dos metros de ancho por uno de alto. Este hueco o ventana, en la parte recayente a las monjitas, está cerrado por unos barrotes de madera colocados verticalmente de un grosor del tamaño un poco mayor de una moneda de dos euros y separado entre si por una distancia de cinco centímetros. En la parte recayente a las visitas, el cierre está compuesto por barras de hierro cuadradas de un centímetro de lado colocadas en sentido horizontal y vertical y separadas unos cinco centímetros. De esta forma la reja tiene agujeros cuadrados de unos cinco centímetros de hueco. O sea que, entre las visitas y las monjitas está la barrera de hierro medio metro de espacio libre y los barrotes de madera. Y en la parte de las monjitas, la ventana per- manece cerrada por orden superior. Tan solo se pueden ver las caritas de las monjas por el resplandor de una débil bombilla, pendiente del elevado techo existente en la sala de visitas junto a una ventana elevada casi tres metros. Y en cada cruce donde se unen las barras de hierro, se colocaron unos pinchos
12 José Antonio Fortuño de unos diez centímetros de largo casi del tamaño de un bolígrafo en dirección a las visitas y terminados en punta. Hago esta larga descripción para que se entienda la ilusión de mi abuelo cuando, tras largos años de ausencia, vislumbra la carita de su hija Carmen y, con enorme ilusión y alegría, se acerca con vehemencia a la reja, y se clava varios centímetros de pincho en la frente. Hospital con toda urgencia y fin de fiesta. A fecha de hoy, el centro de la ventana está libre de pinchos en unos cincuenta centímetros de lado y, en el resto, se conservan los pinchos pero sin punta. Tal como se ve desde fuera, la primera que se sienta a la izquierda, es la Madre Esperanza por ser Madre Superiora y la primera a la derecha es la Hermana María Elena por su cargo de supriora. El primer barrote de madera de la Madre se puede levantar unos centímetros y, por el hueco, se pasa una caña larga con una cajita atada a la punta que puede pasar por el primer hueco de barrotes de hierro hasta alcanzar a las personas. ¿Para qué sirve este artilugio? Para depositar los billetes de limosna que la Madre retira con la caña y guarda con mucho agradecimiento.
Los milagros de mis monjitas de San Clemente 13 Hoy suena a un poco arcaico esta señal de peligro que representan estos pinchos que dificultan enormemente la visión y evitan un acercamiento tan irreal como innecesario. Pero las monjitas están en su casa y hacen las cosas como mandan sus normas.
José Antonio Fortuño Estos Son los hermanos de la tía Carmen. Sorprende lo guapos que eran los seis. De izquierda a derecha: Pepe, que se fue a vivir a Cartagena, Juan que se fue a vivir a Barcelona, la monjita, Manuel que también se fue a Barcelona y se distinguió por la afición a ser árbitro de boxeo. Salomé, mi madre. En Villarreal cuando yo decía que era hijo de Salomé siempre resaltaban lo guapa que era mi madre. 14
Bodas de oro de mi tia De mi tía Carmen recuerdo el cariño con que me trataba hasta el extremo de que, aproximándose sus bodas de oro de profesión religiosa en el convento, me comunicó: -He decidido que seas tú mi padrino. Intenté resistirme con una determinante razón. -Tienes dos hermanos llenos de salud y en buena situación económica. Pueden ser cualquiera de ellos perfectamente. No valieron argumentos de ningún tipo: -José Antonio, son mis bodas de oro, hace cincuenta años que estoy dentro de este convento y tengo derecho a elegir mi padrino y para mí nadie puede ser mejor que tú por lo tanto serás mi padrino en las bodas de oro de mi profesión. Acepté con toda ilusión el premio que me daba mi tía por mis atenciones para con ella. Como es costumbre le regalé un hábito nuevo para ese día. También quiso la tía que la madrina fuera su hermana Salomé, mi madre, que se puso teja y mantilla como en las grandes solemnidades. En la familia había dos sacerdotes, de “la Pelechana”, Mosen Matías y Mosen Juan Antonio, que celebraron la Misa. Vino también Escrig, el de la tienda de fotos de la Plaza de Santa Clara en Castellón, y nos hizo la foto de la familia en la puerta de la Igle- sia con los setenta asistentes a las bodas. Es la única vez que se ha reunido la familia de mi madre. Vinieron unas tías, Clotilde y María Simona de “Les Useres” muy queridas por mi madre. Quince pequeños, de la edad de mis hijos, conservaron imborrables aquellas esce- nas. Para mí, me quedo con la carita de mi tía cuando le puse la corona de flores a tra- vés de la ventanita que da al altar mayor y por la que le dan todos los días la comunión. Como regalo por ser su padrino, mi tía me entregó, UN MILLON DE JACULATO- RIAS. Se lo agradecí en lo que vale pero le pregunté: -Tía, ¿como las has contado? -Muy fácil, me contestó. Las tengo contadas por recorridos que hago a diario. De la celda a la capilla. De la capilla al comedor, etc. Y al cabo del día las sumo y las voy anotando.
16 José Antonio Fortuño Las monjitas ya saben que voy camino de mis actividades y voy diciendo: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”. O también: “Dulce Corazón de María, sed mi salvación”. Y así hasta UN MILLON de veces. Tres hermanos que en aquel momento vivían. La monjita en el centro con su corona de flores. A la izquierda, mi madre, Salomé, única hermana de la monjita y visitante asidua al convento. A la derecha el tío Juanito, siempre distinguido por sus chistes y bromas hacia las monjas a las que hacía besar el suelo con excesiva frecuencia. A la izquierda de la foto aparece mi hija Ana, muy jovencita entonces. Mi tía Carmen, Hermana Teresita del Niño Jesús, quiso que los padrinos de sus bodas de oro de entrada en el convento, fuéramos su hermana Salomé, mi madre y yo como sobrino predilecto suyo. Mi madre lució la teja y mantilla españolas.
Los milagros de mis monjitas de San Clemente 17 Resalta como siempre la alegría de la monjita. Esta carita es la que yo recuerdo de todas las veces que he visto a mi tía. Siempre alegre y contenta. Ya le han puesto la corona de flores como señal de haber renovado los votos solemnes. Esta ventanita es la única comunicación directa con las monjitas. Se utiliza para dar la comunión a las monjas y para imponerles la corona de flores el día de su profesión o de bodas de oro. Esta carita de mi tía refleja la alegría extrema a los 50 años de estar en el convento. Es lo que más sorprende en estas monjas.
José Antonio Fortuño Cuento setenta personas aproximadamente que acudieron a San Clemente para acompañar a la monjita el día de sus bodas de oro. Es la vez que más miembros de la familia Beltrán se han reunido por un acontecimiento familiar. La tía pudo saludar a todos sus parientes, a muchos de los cuales no conocía. El del centro, a mi lado, un poco agachado es el primo Escrig fotógrafo de profesión, que hizo un muy buen reportaje. 18
El entierro de la tia Todo empezó con una llamada de la Madre Superiora: -José Antonio, su tía acaba de fallecer. El entierro lo celebraremos mañana y le agrade- ceríamos mucho si pudiera desplazarse a San Clemente. Puede venir su padre y podrán entrar al convento y a la cripta donde presenciarán el entierro. En Villarreal vivía un personaje histórico que era el tío Vicente Mata Albella. Era primo hermano de mi madre y de la monjita fallecida. Y además se tenían un cariño especial, que extendió a su sobrino José Antonio, distinguiéndole siempre, tanto en el terreno personal como profesional. Cuando le comuniqué el fallecimiento de su prima hermana, la monjita de San Cle- mente, sin dudarlo se ofreció a acompañarnos. Y allá nos fuimos los tres de buena mañana. El viaje entre Villarreal y San Clemente tiene una duración inferior a dos horas con una carretera, ahora, de superior categoría. Antes duraba un poco más al tener que pasar el puerto de Contreras. Al llegar pudimos asistir a un funeral muy emotivo, oficiado por D. Joaquín, el cura de las monjas, ayudado por los otros sacerdotes de la ciudad. En el lateral izquierdo del altar existe un hueco en la pared tipo ventana de unos dos por dos metros con el consiguiente enrejado de hierro y con enormes pinchos mirando al altar. Recae este hueco a una habi- tación grande, de unos seis por seis metros donde están las monjas. En el ángulo inferior derecho hay otro hueco de unos treinta por treinta centímetros, o sea del tamaño de un azulejo por el que el Sr. Cura puede dar la comunión a cada monjita cuando ésta se acerca. Cuando llegué, por dentro de la iglesia, al hueco grande, vi, con enorme emoción, que habían colocado a mi tía en el centro de la sala. Alrededor estaban todas las monjitas re- zando con absoluta devoción. Terminada la ceremonia religiosa, con la Iglesia a rebosar de gente del pueblo que se habían enterado del fallecimiento, pasamos los tres hombres al locutorio. Poco tardó la Madre en venir. Le pedí que nos contara las últimas horas de vida de la tía y me dijo: -Ha muerto como una santa. Cogida al crucifijo, que era de su propiedad, cuya proce- dencia ignoro pero es el que siempre ha tenido. Rezando ha cerrado los ojos y ha dejado
20 José Antonio Fortuño de existir. Como si se hubiera dormido. Es la muerte más dulce que he visto en mi vida. A continuación la Madre nos abrió la puerta grande del convento y nos hizo pasar. Con absoluto respeto nos dirigimos por una estrecha escalera que desciende hasta el segundo sótano en donde está la cripta. Es una sala rectangular de unos cuatro metros de ancha por seis metros de larga. En la parte central de la sala, estaba la tía Carmen, Hermana Teresita del Niño Jesús. Como si estuviera dormida. Hasta color tenía en la cara. A su alrededor, arrodilladas todas las monjitas. Los tres familiares nos sentamos cada uno en un escalón un poco como escondidos y pudimos observar uno de los actos más emocionantes que he visto en mi vida. Cada monjita se dirigía a la fallecida contándole sus recuerdos y pidiéndole para que intercediera en el Cielo por ella. Más de una hora duró esta ceremonia y, al finalizar, la Madre nos acompañó hasta el locutorio para despedirnos. Nunca olvidaré el regalo que nos hizo la Madre al permitirnos presenciar una ceremo- nia de una intimidad tan extraordinaria como ésta. Años después le pedí a la Madre que hiciera una foto de la sepultura de la tía. Está enterrada en el suelo y en la pared han escrito: Aquí yace la Hermana Teresita del Niño Jesús Falleció el 12 de Diciembre 1980 a los 74 años de edad y 51 de profesión R.I.P. Desde esa fecha siento constantemente que tengo una intercesora en el cielo. En el suelo de esta habitación conocida como CRIPTA, estaba mi tía Carmen, fallecida unas horas antes, sobre una sábana blanca. Es un recuerdo imborrable. Y todas las monjitas diciéndole cosas bonitas. Aquí está enterrada una Santa capaz de regalar UN MILLON de jaculatorias.
Heredero universal Cuando murió mi tía, cuyas circunstancias he detallado en el capítulo anterior, después del entierro, la Madre Superiora me llamó a solas a la reja y me dijo: -La tía antes de morir te nombró heredero universal de todos sus bienes, declaran- do la herencia sujeta a condición que deberás aceptar antes de que proceda a la entrega de los bienes. Los bienes están en esta cajita de zapatos y la condición es que tienes que aceptar una nueva tía en este convento que sustituirá a la fallecida. Lo acepté de inmediato sin ninguna reserva, y la Madre me entregó una caja de za- patos que contenía tres fotos de la familia, una servilleta y además un verdadero tesoro que era un crucifijo pequeño que había tenido la tía en sus manos hasta el momento de fallecer. El crucifijo era ya conocido por mí con anterioridad porque una vez me lo enseñó mi tía con los pies del crucifijo atado con una pequeña cuerda porque se le había caído el clavito y ella no se atrevía a poner uno nuevo. La condición me la dio resuelta la Madre Esperanza al decirme que mi nueva tía era la Hermana Mª Rosa, entonces de setenta años de edad, hija única de padres hijos únicos por lo que no tenía a nadie en este mundo y a partir de ahora tendría a su so- brino José Antonio. Me cabe la alegría de que, desde aquel día, la tía Mª Rosa se ha sentado en un sitio preferente cada vez que he estado en el convento ya que, por ser su sobrino, tiene de- recho a estar cerca de mí. También ha tenido la enorme satisfacción de cantar a coro con todas las monjitas preciosas rancheras con letras de religión pero haciendo ella el solo de falsete al estilo mejicano. También llegó el día en que la tía Mª Rosa celebró las bodas de oro de su ingreso en el convento. Cincuenta años desde su profesión y dedicada íntegramente a la oración. Como era de esperar, quiso que Encarnita y yo fuéramos los padrinos. Lo cual acepta- mos de muy buen grado. Ofició la Misa el padre Joaquín, cura del convento que vivía en la casita que construimos junto a la Iglesia. Y luego invitamos a todos los asistentes a una buena merienda preparada, por en- cargo mío, por las monjitas del convento.
22 José Antonio Fortuño Al redactar este relato en el año 2010 tengo que manifestar que en mis dos últimos viajes la tía Mª Rosa ya no ha podido salir a la reja porque está muy enferma. O sea que muy pronto ya me veo en otro entierro, con otra herencia y con una nueva tía en el convento de Carmelitas de San Clemente. Aceptaré sin dudarlo ni un minuto. La celda habitación de la tía Mª Rosa. El mueble de la izquierda es una cruz con dos apoyos para rezar brazos en cruz. No puede imaginarse una celda más sencilla.
Los milagros de mis monjitas de San Clemente 23 La tía Mª Rosa el día de sus bodas de oro, quiso hacerse esta foto junto al cuadro de la Madre Maravillas, regalo de Pedro y Antonio, dueños de Roig Cerámica (ROCERSA). La tía Mª Rosa con su coronita de flores y bastón decorado. Es el jardín central con el claustro al fondo.
José Antonio Fortuño El día de las bodas de oro de la tía Mª Rosa, Encarnita y yo ejercimos de padrinos por expreso deseo de la tía. Asistieron mis padres, Paco y Salomé. Mi padre, con el único uniforme que tenía, camisa azul por su pertenencia a Falange Española y corbata negra por luto por los amigos caídos en la guerra civil española. Otro detalle. El macetero del centro de la foto está fabricado por Cerámicas Corinto, fabriquita de “Quart de Poblet”, cliente muy querido por mí. 24
Trabajo mio No siempre he pedido a las monjitas que recen para los demás. Algunas veces les he pedido que recen por mí, solo por mi trabajo, para que no falten asuntos en el des- pacho. Una broma que siempre he gastado a mis clientes, es: -Puedo pedirles a las monjitas que recen para que la fábrica te vaya bien y tu les das un buen dinerito. Si no quieres, no tienes obligación de darles ninguna limosna. Les diré que recen para que yo tenga trabajo y el primero que me conseguirán es el de tu Suspensión de Pagos que me producirán unos buenos honorarios y dinerito para ellas. Siempre cobran. Bromas aparte, durante muchos años he ejercido la profesión de abogado esforzán- dome en solucionar asuntos importantes. Y cuando se terminaba uno, entraba otro en el despacho. Si se retrasaba algo, llamaba al convento: -Madre, ahora toca rezar para que entre trabajo en el despacho pues vendría bien un asunto importante. A los quince días: -Madre, basta de rezar pues ya ha entrado el asunto importante y estoy dedicado a él día y noche. Y viaje a San Clemente.
Y si fuera verdad Hemos titulado este libro “Los milagros de mis monjitas de San Clemente”. El título no es dogma de fe. Es una forma de llamar familiarmente lo que ha ocu- rrido, como consecuencia o no, de las oraciones pedidas a mis monjitas. Cuando no me han pedido que recen o no se me ha ocurrido, el resultado, muchas veces, también ha sido positivo. También se pueden llamar “casualidades”. Existe el problema, las monjitas se ponen a rezar por una solución satisfactoria y, “por casualidad” se soluciona como habíamos pedido. Y le mandamos una buena limosna al convento. Los que creemos en la existencia de Dios, en la vida contemplativa de las personas consagradas a rezar para siempre y en la fuerza de la oración, cuando hay un resultado positivo, le llamamos “milagro”. Pero también es lícito llamarle “casualidad” o el resul- tado fruto del esfuerzo realizado. “A dios rogando y con el mazo dando”. En algunas ocasiones, sinceramente, no se ha producido el”milagro” esperado. Y buen disgusto que me he llevado. Pero la Madre Esperanza siempre que le he pedido oración siempre me ha contestado que rezarán para que aceptemos la voluntad de Dios. Y en los casos en que no hemos comprendido este final, ha sido asombroso el conformismo de las personas afectadas asumiendo que ello era la voluntad de Dios. “Milagros” o “casualidades” paso a contaros los que he considerado de mayor inte- rés, todos con el denominador común de las oraciones de las monjitas de San Clemen- te y vividos por mí directamente.
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