TRABAJO URBANO CALLEJERO: EL PISO LABORAL Y EL SÓTANO
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TRABAJO URBANO CALLEJERO: EL PISO LABORAL Y EL SÓTANO EN DERECHOS SOCIALES1 Alejandro Espinosa Yánez Introducción L os niños y jóvenes trabajadores usan las calles para vender, intercambiar, ofre- cer lo que saben hacer, re – conocerse, desplegando múltiples acciones para alcanzar sus fines, uno principal, contribuir en la reproducción de sus fami- lias. Son niños que con su sola presencia en los espacios laborales, cualquiera que éstos sean, reclaman derechos, así como demuestran, en general, que tienen en su memoria diaria la importancia de su contribución al gasto cotidiano. Su estancia en la calle implica capacidad de obediencia, reconocimiento de la autoridad moral 116 de los adultos, responsabilidad, aunque también están presentes la crisis de la fami- lia,2 así como el temor de llegar a casa con menos o nada de lo que se les reclama. Profesor del Departamento de Producción Económica de la Universidad Autónoma Metropo- litana, unidad Xochimilco, adscrito al Área de Análisis y Gestión Socioeconómica de las Organi- zaciones. Integrante del SNI. Correo electrónico: aley@correo.xoc.uam.mx. 1 Una versión preliminar de este trabajo se presentó en el Coloquio Trabajador@s, ciudadan@s, realiza- do en octubre de 2009, en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa. La información empírica recabada se remonta al año 2002, apoyado por el DIF estatal de Aguascalientes. En este estudio se aplicaron 145 cuestionarios, con el objeto de acercarnos al trabajo informal, específica- mente al que se realizaba en los espacios urbanos, distribuidos en las calles de la ciudad capital, en el Mercado Agropecuario (equivalente a la Central de Abastos en la ciudad de México), aunque también, por el interés en la accidentalidad del trabajo infantil, nos acercamos a la zona productora de gua- yaba en el municipio de Calvillo. Siguiendo las convenciones, entendemos por población infantil trabajadora a las niñas, niños y adolecentes menores de 18 años y que realizan actividades diversas para subsistir, en el caso específico que nos ocupa, por fuera de marcos de incorporación formal a la economía y que, como indicamos, sobre todo desempeñan sus actividades en los espacios públicos urbanos. Por la importancia de los datos que se presentan, y su vigencia como problema social, es que aún es pertinente difundir la evidencia empírica que en este documento se expone, por lo que devela y sugiere, a pesar de no ignorar que el tamaño de nuestro universo de estudio no tiene como pretensión validar estadísticamente nada. 2 La incorporación de la mujer al mercado de trabajo, producto de cambios tecnológicos, organizacio- nales y culturales, que se sintetizan en los “jalones modernizadores” a que se refieren los historiadores, ha tenido repercusiones en las unidades domésticas, trastocando roles sociales convencionalmente aceptados: la importancia del rol masculino como proveedor principal o único, como uno de los ejemplos más evidentes (no puede disminuirse el dato de que de cada 100 trabajadores, en 1990, 19 eran mujeres; diez años más tarde, en el 2000, de cada 100 personas que participan en la econo- mía, 29.9 son mujeres, llegando al 33.3, de acuerdo a los datos censales del 2010). Otro aspecto que debe considerarse como parte de la constelación compleja de la crisis de la familia se aprecia en la distribución de las jefaturas por género en los hogares. Ambos casos están presentes en el siguiente indicador: en 1970, los hogares con jefatura masculina llegaban a 82.63%, en tanto la jefatura feme- nina alcanzaba un 17.37%. De acuerdo a los datos censales de 2000, las mujeres ocupaban la jefatura en los hogares en el orden de 20.6%, en tanto en el Conteo de 2005, la jefatura masculina ocupaba
Revista Iberoaméricana Son historias con nombre y apellidos, aunque no sean objeto de biografías y es- tudios genealógicos, no han adquirido este estatuto de importancia. Muchos ten- drán certificados en los que se avalará, en los más, una escolaridad trunca, como revisaremos a lo largo de la exposición. En sus actividades, quizá sin reconocerlo del todo, vivirán en su propia piel afecciones ligadas al trabajo, a su trabajo. A pesar de sus esfuerzos por integrarse a una sociedad que los aparta, lo que predomina es la exclusión como categoría de trato. Pero ellos siguen en la vereda o en el surco, aventados por una sociedad que conjuga en lo dominante la palabra derechos como simplemente una palabra grave, mientras que para la población infantil tra- bajadora resulta realmente grave, al no ser reconocidos sus derechos. Un objetivo principal en este trabajo es comprender cuáles son las razones que vinculan a la población infantil trabajadora con actividades laborales y su relación con otras dimensiones sociales, concretamente con la familia y la escuela. En nues- tra indagación afirmamos que esta población infantil a la que nos acercamos co- mienza a realizar actividades laborales, de manera dominante, por necesidad. Es la síntesis que articula diferentes aspectos: 1) la salida precoz del aparato escolar, no solamente por el denominado “fracaso escolar” – con el acento en los individuos y las circunstancias específicas que les rodean – sino sobre todo por los requerimien- tos de un mercado de trabajo que acomoda a los sujetos con escolaridad trunca en actividades laborales caracterizadas por ser productoras de desafección al trabajo; 2) ya no es la escuela en el despliegue de un papel social principal, que alude a su capacidad reproductora de condiciones sociales (disciplina, inculcación ideológi- ca, fomento de competencias y habilidades) que coadyuvan en la reproducción del capital, sino la propia incorporación parcial o completa a actividades laborales por parte de la población infantil, afianzándose lo que planteaba Braverman: “Al mismo tiempo, la adaptación de los obreros al modo capitalista de producción debe ser renova- da con cada generación, tanto más que las generaciones que crecen bajo el capitalismo no están formadas dentro de la matriz de la vida del trabajo, sino que caen en medio del trabajo desde fuera” (Braverman, 1987: 168); 3) la depreciación sistemática de los ingresos, a la par de la expansión de actividades precarias y del crecimiento del sector informal, 117 exacerba la entrada de la población infantil al mundo del trabajo, sin paradojas encadenando a esta población a reproducir en su vida actividades laborales social- mente depreciadas, precarias: pobreza – trabajo precario-pobreza, como historia sin fin; 4) la presencia creciente de estos destacamentos laborales precarizados expresa la actualidad de la tesis sobre la tendencia a la descalificación laboral, al mismo tiempo que incide en la disminución de la masa salarial. Así, el niño que entra a laborar porque el trabajo adulto no se da abasto en la urgencia de solucionar problemas en familia incide, a su vez, en la baja salarial de los trabajadores adultos, lo que implica una degradación en las condiciones de re- producción de amplios segmentos poblacionales y de lo que será su historia futura. Se trata, pues, de una forma de control de la población.3 Por otra parte, afirmamos en los hogares 76.95%, mientras que la presencia femenina llegaba al 23.05%, incrementándose en el 2010 al 24.6%. Se trata de una tendencia claramente relacionada con la presencia de la mujer en las actividades económicas. No se aparta de este dato la historia estadística de la relación matrimonio – divorcio en una línea de tiempo de un poco más de 35 años. En 1970, de cada 100 matrimonios 3.2 se divorciaban. En una tendencia acelerada al divorcio, que no es sino la expresión de la crisis del matrimonio y de la pareja, lo que incluye violencia intrafamiliar, cambios en las percepciones de los sujetos, la incorporación de la mujer en las actividades económicas, la emergencia de los derechos sociales de las mujeres, entre otros, en el 2000 se llega al 7.4, mientras que en el 2005 se alcanza el 11.8 de divorcios de cada 100 matrimonios. Esto implica que en un lapso de 35 años el peso del divorcio, en la línea de tiempo reciente 1970 – 2005, tuvo una tasa de crecimiento de 268.75. Ahora, es perti- nente señalar que en estos datos no se aprecia el conflicto en los que continúan en “matrimonio”, en muchos casos sin separarse por el temor sobre todo de las mujeres de perder a sus hijos (cf. Figueroa – Perea, 1991 y 1992), y en muchos otros como cohabitantes de un espacio que dejó de ser de la pareja (cf. Montesinos, 2010). Es difícil medir la significación de estos problemas en nuestro objeto de análi- sis específico, el trabajo infantil, pero partimos del supuesto de que influye necesariamente en él. 3 Entre los efectos de este control poblacional destacan la regulación de los requerimientos del mercado de trabajadores con mayor o menor calificación laboral, la existencia de un basamento estructural que presiona los salarios a la baja, procesos de inhibición colectiva con sus repercusiones en la anulación de la personalidad de los sujetos laborales e influencias en un macro comportamiento organizacional.
Revista Iberoaméricana que el trabajo infantil no es un problema de orden reciente, aunque las modali- dades que asume en el capitalismo, desde sus orígenes hasta sus manifestaciones concretas actuales, le confiere un sentido particular.4 La trama familia – escuela El trabajo infantil tiene como objeto central la obtención de ingresos, lo que le cons- tituye en una condición para la reproducción de la familia en general, dada la de- preciación individual del ingreso. Tomamos distancia de considerar que es entonces la tiranía del padre la que produce el trabajo infantil, para apuntar hacia la constela- ción de condiciones económicas que lo hacen posible. No será entonces, como hasta ahora, lo dominante el jaloneo por ensanchar los derechos, sino las condiciones de desesperación para prolongar la supervivencia. Al indagar en la población infantil trabajadora que estudiamos, compuesta 65.5% por hombres y 34.5% por mujeres, con un promedio de edad general de 10.7 años -10.8 años en población masculina y 10.5 años en población femenina-, sobre cómo evalúan las relaciones en la familia, lo que encontramos es una evaluación positiva. Las niñas indican tener una mejor relación con las madres, en tanto en la relación con los padres no hay diferencias significativas entre hombres y mujeres. En lo que hace a relaciones entre hermanos- hermanas, los hombres señalan tener mejores relaciones con sus pares mujeres que las mujeres frente a sus pares hombres (suponemos que esta diferencia se apoya en la construcciones de discursos de poder en el que lo masculino se impone sobre lo femenino, y que toma cuerpo por ejemplo en el trabajo dentro del hogar, pero sobre todo en la forma en que son miradas las mujeres dentro de la unidad familia). La forma en que se materializa la incorporación de la población trabajadora infantil y su desembocadura en el apoyo a la familia se aprecia en la siguiente gráfica.5 118 Sobre la población infantil que fue entrevistada, en todos los casos se trata de niños trabajadores que usan la calle como espacio laboral, pero no viven en ella. Esta información es muy útil para desmontar el argumento conservador de que el niño que está en la calle laborando vive en ella. No se reducen, sin embargo, los riesgos que implica el peso del trabajo en el desaliento de la actividad escolar, la posible afectación física por la realización de actividades peligrosas y situaciones de 4 En el ascenso del capital en Inglaterra, señala Marx: “En estos centros, lejos de las ciudades, se necesita- ron de pronto miles de brazos. Lancashire sobre todo, que hasta entonces había sido una ciudad relativamente poco poblada e improductiva, atrajo hacía sí una enorme población. Se requisaban principalmente las manos de dedos finos y ligeros. Inmediatamente, se impuso la costumbre de traer aprendices (!) de los diferentes asilos parroquiales de Londres, Birmingham. y otros sitios. Así fueron expedidos al norte miles y miles de criaturitas impotentes, desde los siete hasta los trece o los catorce años” (Marx, 1976: 645). Coriat, apoyándose en este tipo de evidencias, plantea: “Las verdaderas razones de esta presencia de los manufactureros por niños sólo sale a la luz más que en las solicitudes formuladas a las autoridades locales - desde finales del siglo XVIII - para que les entreguen huérfanos y abandonados de los hospicios. Estas razones se resumen en una consigna: contra el peligro que supone para la manufactura la holganza de los obreros adultos, asegurar la continuidad de su aprovisionamiento en fuerza de trabajo dócil” (Coriat, 1982: 19). 5 Todos los cuadros y gráficas se refieren a la evidencia empírica obtenida en el trabajo de campo, excepto los cuadros 1 y 2, que fueron realizados con base en información obtenida del INEGI.
Revista Iberoaméricana violencia social. Ahora, mirando dentro del hogar a partir de la evidencia empírica recabada, encontramos una disposición de bienes y servicios por género diferen- te. No contamos con una explicación de esta diferencia, más allá del argumento, pareciera simple, de señalar que las niñas que trabajan en las calles viven en una condición económica más precaria que sus compañeros varones. Hay un segundo dato que nos permite ir afianzando el argumento de que la salida a la calle de las niñas es el ejemplo de mayor precariedad (implica desde el sentido común rom- per la idea convencional de que la mujer debe permanecer en casa): las mujeres entrevistadas presentan una tasa de alfabetización de 92%, en tanto los hombres alfabetizados llegan a 94%; desde el otro lado de la moneda esto significa que el analfabetismo oscila en las niñas el 8%, mientras que en los niños llega al 6% (para este segmento poblacional, el aprendizaje de las rondas infantiles no se realizará por la lectura del texto sino de manera oral, ágrafa). Veamos gráficamente parte de esta historia de las diferencias. 119 Un tercer dato a agregar en esta complejidad que apuntamos sobre la precarie- dad y el género es la evidencia de los chicos que dejaron de estudiar. La mayoría si- gue estudiando, en los hombres 76% y en las mujeres, diferencia importante, 67%; pero es significativo el paso rápido de este segmento de la población por la escuela, lo que deja ver no solamente la circunstancia de los niños trabajadores sino tam- bién de sus padres. En la realidad escolar general, las mujeres permanecen más en la escuela que sus compañeros varones (en datos del 2010, del 100% de mujeres, 95% asiste a la escuela, en tanto del 100% de hombres se presenta una disminu- ción, ya que solamente asisten a la escuela 94.5% de hombres); pero en nuestro universo de estudio se presenta una situación inversa. Recordemos con este fin lo que se enuncia en Indicadores del Sistema Educativo Nacional, “Panorama educativo de México 2006”, en Contexto social: “Cuanto mayor es la proporción de adultos con bajos
Revista Iberoaméricana niveles de escolaridad, mayor es la proporción de alumnos de educación básica cuyos resultados educativos no serán satisfactorios. De igual modo, cuando la escolaridad de la población adulta mejora, sucede lo mismo con esos resultados” (SEP, 2006: 118). La posibilidad de pensar en estos datos generales para acercarnos a nuestra información particular, plantea claros límites: cómo distinguir a los padres de los niños respecto de los padres de las niñas. Esta tarea no se puede realizar. Lo que sí podemos especular es que hay una correspondencia, grosso modo, entre una generación de padres con bajos niveles de escolaridad e hijos que tienen estos mismos atributos. En los Indicadores del Sistema Educativo Nacional, citados líneas arriba, con base en los datos censales del 2005 (INEGI, Conteo de población), señalan que en las entidades tradicio- nalmente signadas por el atraso económico y social (Chiapas, Oaxaca. Guerrero, Michoacán, Veracruz, Yucatán, Zacatecas, Guanajuato y Puebla, que ocupan los lugares en los índices de marginación del Consejo Nacional de Población (CONAPO), de primer lugar, tercero, segundo, décimo, onceavo, doceavo, treceavo y séptimo, respectivamente), de cada 100 habitantes 30 de éstos no contaban con los estudios de primaria. Con esta última información se aprecia un claro desnivel, que permite hacer un alcance crítico de la construcción del índice de escolaridad, que no deja de ser con toda su utilidad un dato general que oculta las disparidades. Como hemos apuntado, se trata de un conjunto de datos que, considerando como base el índice de escolaridad promedio en México, contrastan con la in- formación general que existe sobre la realidad educativa, concretamente en lo referido a deserción escolar y eficiencia terminal en educación básica (primaria y secundaria), que en los datos nacionales indican un mejor desempeño de las niñas frente a sus pares masculinos. Acercándonos en el tiempo, los datos de 2006 - 2007 apuntan en la misma di- rección, solamente considerando educación básica: las niñas desertan menos de la escuela primaria (1 frente a 1.4 de los niños) y secundaria (6.7 frente a 8 de los niños). En lo que hace a eficiencia terminal, en primaria las niñas tienen un mejor desempeño que sus pares masculinos, 93.1 frente a 91.1, respectivamente, mientras 120 que en secundaria disminuye la eficiencia terminal en general, pero continúa un mejor desempeño de las niñas, en 83.3 frente a 74.5 de los niños. Como se puede apreciar, la realidad educativa general no aplica en la información que recabamos de niños y niñas trabajadores en Aguascalientes, pues un 33% de niñas y adolescen- tes no prosiguen con su formación escolar, frente a 24% de niños y adolescentes en esta condición.6 No se trata de una historia escolar en la que la familia no tenga nada que ver. La familia está incrustada en esta realidad, por la propia escolaridad 6 Las tendencias estadísticas, en una línea histórica amplia, señalan que los segmentos sociales que dicen adiós a las aulas a edad temprana presentan, en correspondencia, una prevalencia mayor a ser padres y madres a edad también más temprana, en comparación de segmentos sociales más es- colarizados. Articulemos esta condición de escolaridad con la condición económica de contar con recursos escasos, es decir, estamos hablando de nuestra unidad de análisis, de la población infantil trabajadora que va desprendiéndose de la actividad escolar, sin percatarse del todo por estar sumer- gida en su cotidianidad, incorporando al mismo tiempo a lo laboral como un hecho creciente en importancia. En estos segmentos, con débil escolaridad y de recursos escasos, la muerte ronda de
Revista Iberoaméricana presente dentro de los hogares, por la asignación de roles sociales, así como por la necesidad de allegarse recursos vía el trabajo de los niños: “Al igual que el sistema edu- cativo, la familia desempeña un papel primordial en la preparación de los jóvenes para sus pa- peles sociales y económicos. Así, el impacto de la familia en la reproducción de la división sexual del trabajo, por ejemplo, es claramente superior a la del sistema educativo. Esta reproducción de la conciencia se facilita mediante una correspondencia aproximada entre las relaciones so- ciales de la producción y las relaciones sociales de la vida familiar, una correspondencia que se ve notablemente afectada por las experiencias de los padres en la división social del trabajo” (Bowles y Gintis, 1981:191). Agreguemos a esto que la deserción escolar no se ve como un problema sino como una solución para encarar las demandas del merca- do, lo que Baudelot y Establet (cf. 1975) apuntan cuando hablan de que la escuela divide, a la par que, agregamos, ejerce una influencia a la baja en los salarios.7 Trayectorias y experiencias en el espacio laboral. Condiciones de trabajo Un aspecto que merece destacarse son las experiencias laborales en hombres y mujeres. En su trayectoria laboral, los hombres señalaron haber trabajado con anterioridad en otras actividades en el orden de 23%, mientras que las mujeres indicaron haber tenido una experiencia laboral previa en un 9%, lo que deja ver que el hombre prácticamente casi triplica a la mujer en su incorporación a edad temprana en actividades laborales.8 Ahora, si bien los hombres tienen más experiencia laboral, las mujeres señala- ron haber contado con algunas prestaciones (vacaciones, aguinaldo, reparto de utilidades) en promedio por encima del 12% (en los hombres, en promedio el 2%), aunque en ambos casos, como los datos lo expresan, el universo amplio de niños y jóvenes trabajadores desconoce lo que son las prestaciones laborales. Los niños indicaron que para comenzar a trabajar se les enseñó a hacerlo, recibieron cierto entrenamiento, capacitación (no en el sentido formal)9: 62% niños, frente a 52% en las niñas. Asimismo, en caso de que haya ausencias laborales, aún en este espacio laboral informal los niños trabajadores señalaron que frente a la ausencia 121 en el trabajo laboran más tiempo del convencional, sin que se precisara el tiempo (19% y 28% en hombres y mujeres respectivamente).10 Como una forma de hacer más soportable el tiempo de trabajo, los niños tra- bajadores señalaron contar con fragmentos temporales para la ingestión de ali- mentos (85% y 69%, hombres y mujeres, respectivamente). Esto nos permite ver la centralidad del trabajo en la vida cotidiana de la población infantil que estamos estudiando: podríamos jugar con una expresión popular, señalando que “dime con quién comes y te diré la importancia de la jornada de trabajo en tu vida”. En esta misma línea de análisis se dirige la siguiente gráfica. manera más próxima, pues asimismo hay más proclividad en el indicador de hijos fallecidos que en los grupos sociales con mayor escolaridad o menos penuria económica. El trabajo infantil, en la complejidad social de la que abreva, deja ver este escenario sombrío para la población que cada día es menos criatura al enraizar en su cronología personal, con prisa y sin pausa, la actividad laboral. 7 En el mismo sentido se inscribe el planteo de Michel Albert: “En nuestra sociedad el desempleo es más una solución que un problema” (en De Gaulejac, 1994). 8 La incorporación laboral temprana no es otra cosa sino la amplitud en “la vida útil del trabajador”, no importando en el fondo que se trunque la trayectoria escolar, las posibles afectaciones en salud o las repercusiones en la familia. Parafraseando a Osorio, es la frontera de la ruptura civilizatoria con que se reviste el capital (cf. Osorio, 2006: 89). 9 Sobre la capacitación, nos dicen Sikula y McKenna que se trata de “…un procedimiento planeado, sistemático y organizado mediante el cual el personal no administrativo adquiere los conocimientos y habilidades técnicas necesarias para acrecentar la eficacia en lo logrado de las metas organizacionales”, en tanto que el desarrollo es entendido como “…un proceso educativo a largo plazo que usa un procedimiento planeado y sistemático mediante el cual el personal administrativo adquiere conocimientos conceptuales y teóricos para mejorar las habilidades administrativas generales” (Sikula y McKenna, 1989: 225). 10 Este es un dato que no puede apartarse de lo que aporta la estadística oficial mexicana, en datos del 2000: en promedio, hombres y mujeres laboran, sumando horas laborales con las extralaborales, 58.1 horas por semana. Los hombres, por su parte, trabajan en promedio 54.1 horas, mientras que las mujeres trabajan casi un día más de una jornada convencional, alcanzando a la semana las 62.7 horas de trabajo laboral - extralaboral, confirmándose en este dato la denominada doble jornada.
Revista Iberoaméricana El espacio laboral, cualquiera que sea su concreción, genera interacciones, procesos de control (el “taller y el cronómetro” de Coriat), afectos, identidades, la “fabriquización” a que alude Bourdieu (1990) repensando a Goffman, que en la unidad de análisis que nos hemos propuesto apuntaría hacia la “callejerización”, es decir dotar al actor en el espacio urbano de atributos que se renuevan sistemá- ticamente e influyen de manera decisiva en el sujeto laboral, generando lo que Schein (1977) sintetiza como “socialización organizacional” (adocrtinamiento y adiestramiento, articulados). Parte entonces de lo que viven los chicos trabajado- res se expresa en sus relaciones con los otros trabajadores, otras generaciones con las que interactúan a la par de algunos similares en su condición generacional, así como con los patrones o adultos que tienen papel de jefatura o liderazgo en el espacio laboral. 122 Trabajo, salud, accidente y sufrimiento El trabajo no es un acto aislado de lo social. En la sociedad capitalista esto se concreta en entender que en el trabajo, como señala Osorio repensando al Marx del “proceso de trabajo y proceso de valorización” (Marx, 1976), toda “relación de
Revista Iberoaméricana explotación es primariamente una relación política. Sin mando y dominio la explotación como fenómeno social reproducido de manera permanente no sería posible” (Osorio, 2006: 86). La forma en que se construye este vínculo, esta relación social, se sostiene en hilos no visibles, que sin embargo existen y se expresan justamente en la capacidad de generar obediencia (cf. Weber, 1987). Asimismo, los efectos de este vínculo, de esta relación social, tampoco son tan claros. Por ejemplo cuando se ha discutido la afirmación de R. Ricchi (1|981|): “Trabajar no es sólo peligroso sino que es también -muy frecuentemente- un verdadero sufrimiento. Y este principio vale para todos”. En una visión inicial no se aprecia al trabajo en el sentido de afectación que se plantea. En un sentido cercano, De Gaulejac señala sobre los lugares de trabajo y los síntomas de malestar que allí se generan: “No se volvían locos todos, pero todos estaban afectados” (De Gaulejac, 2008: 23). En la población infantil trabajadora que estudiamos, al inquirir sobre los padecimientos y enfermedades, los chicos pusieron el acento en las afecciones más comunes que viven, producto de su trabajo. Cuadro 3 Padecimientos o Hombres Mujeres enfermedades Estomacales 49% 48% Vías respiratorias 82% 74% Infecciones urinarias 14% 6% Cardiovasculares 12% 8% Hipertensión 26% 6% Hemorroides 5% 2% Infección en ojos 28% 26% Sordera 1% 2% Comezón en la piel 33% 36% Dolores musculares 35% 30% Dolor de dientes 46% 46% 123 Dolor de cabeza 61% 72% Cansancio físico 54% 66% Mareos 56% 54% A la par de las enfermedades y malestares, en nuestra evidencia empírica pu- dimos recoger el tipo de accidentes que padecen los niños trabajadores, lo que al mismo tiempo permite hacer una lectura de la actividad de que los hombres hacen determinado tipo de tareas en tanto las niñas hacen otras cosas (más allá de acer- carnos a informantes masculinos o femeninos, es decir más allá del género, un reto muy grande fue explicar, por cierto, qué es un accidente laboral, pues en general habían naturalizado al accidente, esto es como si fuera “natural” que sucedieran co- sas que ponían en riesgo sus cuerpos e integridad sin que se percataran de ello). Cuadro 4 Tipo de Accidentes Hombres Mujeres Caída de un vehículo, 40% 48% árbol, andamio) Quemadura 48% 74% Cortada 36% 6% Luxación 27% 8% Golpe 52% 6% Herramienta 38% 2% Atropellamiento 11% 26% Mordedura 34% 2% Intoxicación 3% 36%
Revista Iberoaméricana Al tratar de dar una explicación, desde los actores laborales implicados, de por qué la accidentalidad laboral, encontramos que los hombres ponen atención en el cansancio producido por mucho tiempo de laborar, a herramientas en mal estado o bien a malas condiciones de trabajo en general. Asimismo, a diferencia de las mujeres, los hombres ponderan más la presión del patrón. Las mujeres, por su parte, enfatizan el papel que tiene el cansancio que se genera por un ritmo intenso de trabajo, por las malas condiciones y por una jornada de trabajo extensa. Como se apuntó, la presión del patrón no tiene el mismo valor que para los hombres (33.7% y 18%, en hombres y mujeres respectivamente).11 Asimismo, al revisar las condiciones generales en que se despliega la actividad, los niños y niñas plantean con claridad las cosas que más les afectan. 124 A pesar de las enfermedades, los accidentes y las condiciones técnicas, de or- ganización y administración en que se realizan las actividades laborales, el trabajo es valorado y afirman los niños que es fácil de hacer, en la parte positiva. En lo ne- gativo, la población trabajadora infantil considera que lo que realizan es cansado, monótono, y para los niños más peligroso que para las niñas. Consideraciones finales La lucha por los derechos sociales no está escindida de las actividades en los es- pacios urbanos. Vender en la calles es el índice más puntual de la exigencia, es el derecho a la ciudad de Lefevbre y de Castells. Vender en la calle, hacer malaba- res, sobrevivir, es el grito silencioso e intenso de grupos sociales por el derecho a sobrevivir, a lo más elemental. No es la visión veterinaria de los movimientos sociales, parafraseando a Mary Douglas, aunque vale señalar que no hay una con- figuración intelectual consistente. El movimiento urbano popular construyó un discurso sobre la ciudad y la democracia. Los niños y jóvenes que hacen de la calle y del trabajo en ella su cotidianidad viven la experiencia de lo ciudadano sin ha- ber incorporado que su experiencia es en sí misma una exigencia de derechos. Como se apuntó a lo largo de la exposición, en los niños y jóvenes de las calles mexicanas, a pesar de sus esfuerzos por integrarse a una sociedad que los aparta, lo que predomina es la exclusión como categoría de trato. La experiencia de hacer de la calle lo cotidiano se articula al mismo tiempo de pensar la calle como tecnología de poder, como materialización del orden y desorden urbano –la ciu- dad como materialización de la sociedad, se plantea en un enfoque de lo urbano. 11 Esto no significa que las mujeres no sean responsables sino que hay diferencias en la lectura de la autoridad por género en este caso específico. Reygadas (1998), por un lado, y Ravelo y Sánchez (2004), por otro, destacan en sus hallazgos las posturas diferentes frente a la responsabilidad, la disciplina y la autoridad en los espacios laborales entre hombres y mujeres.
Revista Iberoaméricana Esto significa que sobre la ciudad, en ella, se edifican, aparte de las construcciones edilicias, sujetos portadores de sentido y significación. La calle, como objetivación de la subjetividad, como macrofísica en la que se vigila y castiga, aporta discursos, reglas, convenciones sociales que se encuentran entre sus muros y que generan, apoyándonos en Foucault, “diferentes modos de subjetivación”. Expresión de la exigencia de derechos sociales, el trabajo infantil también es una forma de maltrato, aun cuando esta situación no sea reconocida por los ac- tores sociales que rodean al niño o joven trabajador, lo que metodológicamente implica que “no ven que no ven”, pues se aparta al menor de las actividades y redes sociales que permiten su formación sucesiva y la recreación necesaria. Pero al mis- mo tiempo, en la acción de la población infantil y juvenil trabajadora se encuentra la mixtura compleja de la supervivencia y del reclamo por vivir mejor, con la pa- radoja de que con el trabajo infantil el almanaque se adelanta en un proceso que produce heridas incurables, pero que socialmente son “naturalizadas” como parte de lo que se clasifica desde las convenciones sociales dominantes como “normal”. Dos argumentos en este sentido: el niño trabajador en el horizonte largo reduce su tiempo de vida. En el mismo momento que alarga su tiempo como trabajador, disminuye su vida como tiempo de niño y como estudiante. La condición urbana para el trabajo infantil es resultado de la incorporación de la informalidad en las calles, al mismo tiempo que es su condición de existencia. En lo económico, los vendedores en los cruceros contribuyen en el proceso de va- lorización por lo que a su vez influyen en el proceso de creación de valor, aunque no se percaten de ello. Bajo este argumento no es ajeno lo señalado por Arteaga y Micheli: “Otro de los rasgos dominantes que caracteriza el mundo del trabajo de fines y de principio de siglo, es la creciente incorporación de la fuerza laboral al sector de la economía informal dedicada a actividades lícitas y cuyo dinamismo se ha acentuado a lo largo del perio- do 1992 - 2002” (2006: 137). Pero más allá de este aspecto tan importante también en la calle se viven procesos de producción de identidades, de construcción de sentido y expectativas, de subjetividad.12 A partir de lo señalado podemos concluir que, en efecto, hemos incrementado 125 nuestro conocimiento sobre el trabajo infantil, en particular del urbano callejero. Conocemos más el piso laboral en el que se despliega, como también reconocemos que como constitución de derechos sociales se encuentra en la calle, más aún, en el sótano – si es posible imaginar esta escena subterránea – de las ciudades. Referencias ARENAL, Sandra. No hay tiempo para jugar...(niños trabajadores). Nuestro Tiempo. Méxi- co. 1991. ARTEAGA García, Arnulfo y Jordy Micheli Trillón. Pensar la ciudadanía desde el trabajo en Méxi- co: globalización y nuevos-viejos segmentos del mundo laboral., en: Páramo, Teresa (coord.) Nuevas realidades y dilemas teóricos en la sociología del trabajo. Plaza y Valdés Editores. México. 2006. BARRERE - Maurison, Marie - Agnes. Du travail des femmes au partage du travail. Une approche des régulations familiales face aux évolutions du travail: le cas de la France depuis 1945. Sociologie du travail. No. 3., julio - septiembre. Francia. 1984. BAUDELOT, Christian y Roger Establet. La escuela capitalista. Siglo Veintiuno Editores, México. 1975. BOLTVINIK, Julio. Pobreza y Comportamiento Demográfico. Demos, México. 1996. BOURDIEU, Pierre. Sociología de la cultura. Grijalbo. México. 1990. BOWLES, Samuel y Herbert Gintis. La instrucción escolar en la América capitalista. La refor- ma educativa y las contradicciones de la vida económica, Siglo Veintiuno Editores, México. 1981. BRAVERMAN, Harry. Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX. Nuestro Tiempo. México. 1987. Comisión para el Estudio del Niños Callejero (Cesnica). Ciudad de México: estudio de los niños calle- jeros (Resumen ejecutivo), DDF, México. 1992. 12 Este argumento se aborda de manera más amplia en Espinosa, 2010.
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