Cartapacio Río Claro Claudia Tobo

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cartapacio

                                        Río Claro
                               Colombia, caminos para la paz

                                      Claudia Tobo

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Ari
Á ngela		      Actriz que representa.
M argarita		   Hija de Liliana, prima de Romelia, nieta de Teresa.
Pepita Urrutia Madre de Camilo.
Lilia			Madre de M argarita y tía de Romelia.

R aúl
Jose			                               Actor que representa.
Padre Á lvaro		                       Cura actual de Río Claro.
Francisco Cuéllar                     Exguerrillero captor de Camilo.
L ocutor		                            Locutor de radio.
Pecoso		                              Perro chandoso.
R amón Pérez                          Exjefe paramilitar, ordenó la masacre de
			                                   Río Claro y empaló a Juana.

M arisol
Flor			   Actriz que representa.
Teresa			Madre de Juana y Liliana, abuela de
			Romelia y M argarita.
Tatiana		 Guerrillera desmovilizada, indígena del Cauca.
Sarita			 Habitante de Río Claro y testigo viva de la masacre.

Astrid
Adelaida		 Actriz que representa.
Romelia		  Hija de Juana, sobrina de Liliana, prima de
			M argarita, nieta de Teresa.

Dani
Juan			        Actor que representa.
Gorka			Mochilero vasco.
Camilo		       Hijo secuestrado de Pepita Urrutia.
Voz Publicidad Voz de la radio.
Cura 		        Cura durante la masacre.
Policía			     Policía durante la masacre.
Juan M alacopa Costeño víctima de la masacre.

C oro

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                                       EPÍLOGO
Á ngela.— Somos un grupo de actores y actrices que representarán a un
   grupo de actores y actrices que representan, a su vez, una obra para
   hablar de la guerra en Colombia.
Juan.— Seremos pretenciosos porque hemos leído mucho y sabemos
   mucho sobre el tema.
Todos miran a Dani.
A delaida— Teníamos unas proyecciones muy lucidas con estadísticas y
   fechas para acercarlos más a la realidad colombiana.
Á ngela.— Luego nos hemos acordado de la utilidad de las cifras.
Juan.— Siete millones de víctimas.
Jose.— Una cifra es un número.
Adelaida— Más o menos como toda la población actual de Madrid.
Flor.— 7.900.102 víctimas es el número exacto que coteja el Registro
   Único de Víctimas (RUV) entre asesinatos, desapariciones, violacio-
   nes, torturas o desplazamientos forzados, entre otras causas.
Jose.— Sabemos, aprendimos y la historia nos recuerda a cada rato que
   un número es solo un número y un muerto solo un muerto; a menos
   que sea tuyo, lo maten violentamente o no lo puedas enterrar.
Flor.— (Con marcado acento caleño.) Algunos somos colombianos y hare-
   mos acentos de las diferentes regiones, todos ellos musicales y precio-
   sos que harán disfrutar a los más nostálgicos.
Juan.— Otros solo haremos guiños porque los coaches o entrenadores
   de acento cobran caro desde que los actores y actrices españoles se
   metieron a hacer pelis y series de narcos.
Flor.— Nos conocemos, somos estos, con esta ciudad y estos dolores.
   Unos viejos (Pausa.) y otros nuevos (Pausa.), unos colectivos y otros
   que no los contaríamos a nadie.
Á ngela.— Tienen en su programa de mano un código QR que pueden
   descargar si así lo desean. Contiene algunos documentos de con-
   sulta para que, una vez terminada esta función, se instruyan sobre el
   conflicto colombiano en términos de cifras, historia, terminología y
   doten a esas cañas de después de un algo más.

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Jose.— También seremos ambiciosos porque hay que darlo todo o que-
  darse en casa viendo Netflix.
Flor.— En la Latinoamérica más presente, la que se moviliza harta de
  que la pisen, se ha acuñado entre los más jóvenes el #Contodosino-
  paqué
Canta y los demás se van sumando a ese canto con toda la fuerza y energía que sus
cuerpos y voces permitan.
   ¡Con todo si no pa qué!
   ¡Con todo si no pa qué!
   ¡Con todo si no pa qué!
Los actores se detienen en coro mirando fijamente al público por unos segundos.
Hacen una danza/coro ritual que podría recordar vagamente a una haka del pueblo
maorí.
   Un hombre bueno será siempre un hombre bueno.
   ¡Así es!
   Un hombre bueno será siempre un hombre nuevo.
   ¡Así es!
   Nadie podrá
   llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal
   a su persona
   aunque piense y diga diferente.
   Un hombre bueno será siempre un hombre bueno.
   ¡Así es!
   Un hombre bueno será siempre un hombre nuevo.
   ¡Así es!
   ¡Así es!
   ¡Así es!
Los actores rompen el coro.
Jose.— Artículo 12 de la Constitución Política Colombiana traducida
  por los indios wayuus. A continuación, reproduzco el artículo origi-
  nal y su traducción.

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En la constitución colombiana. Artículo 12: Nadie será sometido a des-
   aparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanas
   o degradantes. Traducción de los indios wayuus del norte de Colom-
   bia. Pedazo Diez-Dos: Nadie podrá llevar por encima de su corazón
   a nadie, ni hacerle mal a su persona, aunque piense y diga diferente.
Bienvenides.

                                       EL MIEDO
Teresa— (Coge un trozo de cuerda entre las manos, la manipula y la hace dan-
  zar.) Una cuerda es una cuerda: para atar las vacas, para construir
  una escalera o para colgarse de un árbol. Los niños de mi pueblo son
  como cuerdas. Los hay curtidos por el sol y el agua, endurecidos e in-
  servibles, ese era mi abuelo. Los hay que, con el mismo sol y la misma
  agua, son blanditos y llorones como mi padre y los hay que, con co-
  bijo, agua y sol, son como mis nietas, llevan la cuerda en el bolsillo.
  En algunas ocasiones la cuerda las ahoga y en otras las hace volar…
  porque quién ha dicho que un trozo de cuerda no sirva para volar.
Romelia y Margarita están en la sala de embarque de un aeropuerto.Romelia tiene
una mochila entre sus piernas que guarda con recelo mientras no deja de mirar a
su alrededor.
M argarita.— ¡Venga, por favor, Rome! Deja eso en el suelo o a un lado
   que la gente va a pensar que llevas una bomba.
Romelia.— Te dije que lo mandáramos en el equipaje de bodega. Joder,
   esto es raro, esto no está bien y si me preguntan, ¿yo qué les digo?
Margarita le quita la mochila a Romelia y se queda en silencio.
Voz en off.— Viajeros con destino a la ciudad de Cali del vuelo B2433,
  su vuelo está a punto de empezar el proceso de embarque. Ladies and
  gentlemen…
Romelia se levanta y corre hacia la fila, se pone la primera para embarcar.
Voz en off.— Invitamos a embarcar a los pasajeros con tarjetas Gold,
   personas mayores, mujeres embarazadas o familias que viajan con
   niños.
M argarita.— Que todavía no toca, madre mía, qué atacada que es.

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Margarita se levanta y va junto a Romelia que se ha separado un poco de la fila
para dejar pasar a los pasajeros prioritarios, no para de hacer gestos.
Voz en off.— Por cuestiones de peso en cabina les invitamos a facturar
  su equipaje de mano sin costo adicional.

                                       SARITA
Padre Ávaro.— Esta escena ocurre un mes antes de que Romelia y
  Margarita lleguen a Río Claro. Es el 10 de agosto de 2019 y estoy
  con Sarita, una vecina del pueblo, una sobreviviente, aunque no le
  guste que la llamen así.
Sarita.— Ya le dije, padre, no es por ser terca ni por joderle la vida a
  nadie. Usted sabe que yo no soy así.
Padre Ávaro.— Sara, usted es ejemplo para mucha gente. Usted sabe
  cuánta plata y gente está metida en todo este proceso. Dígame, con
  todo lo que usted ha luchado por este pueblo, ¿cómo así que no va a
  estar en un momento tan importante? Ese señor ha insistido mucho.
Sarita.— ¿Yo qué les voy a decir a esos doctores?
Padre Ávaro.— No son doctores, es el señor que ordenó todo eso y otros
  que participaron también. Él ya pagó cárcel y todo, pero tenemos que
  cerrar esas heridas, Sara.
Sarita.— Yo le juro, padrecito, que yo no me acuerdo, hace ya tantos
  años, que yo no me acuerdo de ninguno de ellos. Yo sí me acuerdo de
  lo que pasó porque nos pasó a nosotros, pero ya casi no me acuerdo
  de ese día.
¿Cuándo es que dice que van a hacer la misa esa?
Padre Ávaro.— Haga el favor de poner cuidado cuando se le habla, que
  me tienen de loro en este pueblo y estoy mamado de repetir todo. Tres
  veces que le explico lo mismo.
El sacerdote sufre un ataque de tos.
Sarita.— Sí ve, padre, estas cosas son tan tristes que lo indisponen a uno.
  ¿Para qué revolver tanto el pasado? Lo pasado, pasado está.
Padre Ávaro.— Póngase a pensar lo que le deja a su hijo si un día se
  entera.

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Sarita.— A mi muchacho no me lo meta en esto. ¡Júreme, padre!
Padre Ávaro.— Yo le cumplo, pero cúmplale usted a la paz.
Sarita.— No me diga eso, padre. Yo no puedo ir por allá a inventarme
  cosas. ¿Me deja que le ponga un ejemplo? Cuando yo era chiquita mi
  papá le partía la carita a mi mamá cada vez que llegaba borracho,
  una vez casi la mata. ¿No va a creer que no me acuerdo de nada? Solo
  me acuerdo del sonido de las ollas contra el piso. Hasta el día de hoy
  que se cae una olla y me da tembladera y ganas de ponerme a llorar
  como si fuera una Magdalena. Cuando mi mamá contaba las palizas
  de mi papá, ya no se me daba nada, me daba lástima por mi viejita,
  pero ya no me daban ganas de llorar ni nada.
El padre se levanta de la silla, se pone un sombrero y toma su bastón.
Sarita.— No, padrecito, ahora se me sienta y escucha que estoy hablando
  yo. Me acuerdo de las ollas en el piso, de las botas que llevaban pues-
  tas, de los tiros que le dieron al tejado, de las gallinas aletiando sin
  parar, del charco de sangre, de que lo tapé con una sábana y luego
  me tocó lavarla porque no tenía más. Me acuerdo del patacón y de la
  limonada que se quedaron servidos.
El padre le pone la mano en el hombro a Sara y ella se aparta.
Sarita.— No, padre, no. Esa gente me pone fotos para que los reconozca
  y yo no puedo. Yo ese día me levanté del piso, lo tapé con una sábana,
  le di el biberón a mi niño y lo arrullé hasta que se durmió. Mientras,
  se escuchaba como petardiaban el pueblo.
El cura se recoloca el faldón y el alzacuellos. Sara toma un mantel y evoca a un bebé
en brazos.
Sarita.— Shhhh, duérmase, mi príncipe, duérmase. «Por ahí mataron a
  otro» me decía a mí misma y seguía arrullando a mi pelaíto. Mi niño
  se quedó dormido y nadie salió a la calle hasta el día siguiente. Cómo
  los voy a perdonar si solo me acuerdo del sonido de las ollas cuando
  las aporrean.
Padre Ávaro.— Yo le respeto su decisión, pero que sepa que de la
  gente que está citada, mucha va a hacer lo mismo que usted haga.
  Va a ser una cosa muy bonita. Primero una misa con el obispo y las

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  autoridades, después un acto de perdón y después vamos a llevar una
  ofrenda al río.
Sarita.— Usted sabe, padre, que yo nunca le digo a nada que no… pero
  esto es diferente.
Padre Ávaro.— Piénselo, lleve a los pelaos a los que les está enseñando a
  cantar pa que también participen.

                                       EL VIAJE

Romelia y Margarita sentadas en el avión.
Voz en off.— Señores pasajeros atravesamos una zona de turbulencia,
  les rogamos abrochen sus cinturones de seguridad y se abstengan de
  usar los baños.
Romelia sufre un ataque de risa nerviosa incontrolable y contagiosa.
M argarita.— Para.
Romelia.— No puedo, tía, te juro que no puedo.
M argarita.— (Que se contagia y no lo puede evitar.) Joder, que van a venir a
   decirnos algo.
Romelia rompe en llanto y risa a la vez.
Romelia.— Es que no puedo dejar de pensar que la urna estalla y todos
   quedamos cubiertos de ceniza.
M argarita.— Maldita desquiciada.
Romelia.— Loca tu madre, que mira en la que nos pone. Llevo meses
   doblando camisetas en una tienda y ahora resulta que me voy de va-
   caciones.
Romelia toma la mochila misteriosa y habla a público.
Romelia.— Ella es mi prima Margarita que, de alguna manera, es como
   mi hermana y la de la mochila es mi tía, que es como mi madre por-
   que me adoptó cuando mi madre murió.
M argarita.— (Sumándose al relato de Astrid.) Mi madre acaba de morir.
Romelia asume el rol de su tía para leer una carta.

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Romelia.— Mis niñas, mis muñecas hermosas, se acabó el viaje.
M argarita.— Fue una enfermedad larga y con dificultades económicas.
Romelia.— Les dejo una platica para que vayan a Cali y de ahí al pueblo
   para que lleven mis cenizas.
M argarita.— Dejó una carta con sus últimas voluntades y ahora tene-
   mos que cumplirlas.
Romelia.— Dejen mis cenizas junto al árbol de la plaza y páguenle una
   misa al cura del pueblo.
M argarita.— ¡Joder, mamá! ¡Joder!
Romelia.— Todo fue por amor. Su mamita que las quiere.
M argarita.— También dejó otra carta, como de culebrón latinoameri-
   cano, con mensajes de cariño para cada una de las vecinas del edifi-
   cio y también para cada uno de sus compañeros de trabajo.

                                       LOS ACTORES
Jose.— Cuando todo este viaje empezó hace ya varios meses, cuando
   guerrilla, paramilitares, Bojayá o Bacrim, sonaban a chino a más de la
   mitad de este equipo con ganas de hablar de Colombia y su guerra,
   apareció él. Nuestro Agustín Lara.
Flor.— Llevábamos varias semanas leyendo, alucinando y llorando
   ante entrevistas, imágenes y relatos de la historia de Colombia. Fue
   entonces cuando nuestro particular Agustin Lara preparó este viaje.
Juan.— Explicad por qué Agustin Lara que el público no debe estar
   entendiendo nada.
Jose.— Agustin Lara, compositor mexicano del chotis Madrid: (Tara-
   rea.) “Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en…”
Adelaida— (Interrumpiendo a Raúl.) Pues el señor Lara no pisó España
   una sola vez en su vida.
Á ngela.— Y, aun así, compuso uno de los himnos más bellos sobre la
   nostalgia y la morriña de los que cambiaron de patria.
Juan.— Es verdad, nunca estuve en Colombia. Una vez escuché a mi
   amigo Gorka, que fue como voluntario al Pacífico, decir lo siguiente:
   (Imita el acento vasco con poca destreza.) «Hostias, tío, Colombia es como
   una novia loca. ¿Sí me entiendes? La quieres y odias a la vez.

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   Pero, sobre todo, ¡tienes que amarla, hostia! Por encima de todas
   las cosas, tienes que amarla porque no la vas a entender en tu puta
   vida, créeme.»
Dani, solemne, pone una radio en el centro del escenario.
Juan.— Señoras y señores, por favor, revisen de nuevo que su teléfonos
  móviles están apagados, pónganse cómodos, cierren los ojos, escu-
  chen y… vuelen.
La luz se cierra sobre la radio y suena la grabación de Dani.

                                       RÍO CLARO

Romelia y Margarita con sus mochilas perdidas en medio de algún camino entre
pueblos del Pacífico colombiano.
M argarita.— Te dije que nos faltaban dos paradas.
Romelia.— Primera noticia de que hay paradas, tía, que no las veo,
   perdona.
M argarita.— _ No hay señal de móvil y no pasa un alma. Bienvenidas
   a Colombia.
A lo lejos se ve a un chico también con mochila, camina tranquilo y viene acompa-
ñado de un perro chandoso.
Romelia.— Anda, mira, un hippie de los tuyos, a ver si sabe cómo salir
   de aquí.
Gorka.— Hola chicas, las vi en la flota. Españolas, ¿verdad?
M argarita.— Sí, tú también.
Gorka.— No, soy vasco.
M argarita.— Pues español.
Gorka.—No, soy vasco.
M argarita.— Vale, lo que tú quieras, majo.
Romelia.— Estamos perdidas.
Gorka.— Tenéis toda la pinta. Si vais a ir al avistamiento de ballenas, el
   bus para Ladrilleros pasa en dos horas.

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Romelia.— Vamos para Río Claro.
Gorka.— ¿Estáis seguras? A ese pueblo no van turistas.
Romelia.— ¿Es peligroso?
Gorka.— No, no es eso, es que ahí no hay mucho para ver. Os acom-
   paño, son como cinco kilómetros.
M argarita.— ¿Y un taxi?
Gorka.— No, guapa, bienvenida a la Colombia que no sale por la tele.
Teresa los ata, arrastra y guía.
Teresa— Cuando un niño nace en Río Claro sus padres plantan un
  árbol para que no se separe de la tierra y para que pueda ser sombra
  para su familia. Cuando una mujer nace, una cuerda enorme se le
  regala a los padres, para que de mayor, entreguen sus riendas a un
  buen hombre (Coge un trozo de cuerda entre las manos, la manipula y la hace
  danzar.).

                                       EL AUSENTE
Teresa— A cada hijo, un legado. Hay hijos que heredan la tierra y hay
  hijos heredan el odio. Hay en cada ser del firmamento el anhelo de
  un buen padre, uno de manos grandes que aran la tierra y abrazan
  fuerte. Todos los hijos de esta tierra añoran un padre, aunque tirano,
  siempre un padre. Al padre se le ama, se le respeta, hay silencio a su
  paso, porque todos anhelan un padre. Sin padre un hijo es sal para
  alimentar las tierras de otro o sal para matar en nombre de nadie. Un
  hombre sin padre es capaz de construir un imperio o de quemar todo
  a su paso.
Francisco y Pepita están en espacio-tiempo diferente, como separados por una
quinta pared que les impide verse.
Francisco Cuéllar.— Seré Francisco Cuéllar. Guerrillero desmovili-
  zado de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
  Acabo de cumplir setenta y cinco años. Estoy cerca del mar, corto
  salchichón y pan con un cuchillo, tiro trozos de pan a los perros pla-
  yeros.

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Pepita Urrutia.— Pepita Urrutia, madre de hijo desaparecido: Juan
   Camilo Rodríguez. Estoy en la habitación de la casa donde dormía
   mi hijo. Recojo las cosas de mi hijo muerto. Hay una luz fría, como
   de mañana fresca, apenas está saliendo el sol.
Francisco Cuéllar.— Francisco Cuéllar participó en la creación de las
   FARC, eran los años 60, tenía quince años. Le gustaban las armas y
   le dijeron que servían para luchar por el pueblo.
Pepita Urrutia.— Suena el teléfono a las tres de la mañana del 12 de
   julio de 2001. Un escalofrío me atraviesa el pecho, igual que el
   día que dos sicarios mataron a mi marido, el fiscal general Mauricio
   Rodríguez, el 23 de diciembre de 1999. Camilito se fue a pasar el fin
   de semana a una finca en Honda con los amigos de la universidad. Lo
   acaba de secuestrar el frente 34 de las FARC en una pesca milagrosa.
   Pesca milagrosa es como le llamaron a los retenes de horas que hacía
   la guerrilla en las carreteras de este país entre 1998 y 2002 para ver
   a quién podían secuestrar. Solían secuestrar para pedir un rescate
   económico o por motivos políticos.
Francisco Cuéllar.— Sí que le voliamos pata a todas esas montañas del
   Tolima en los 70 y 80. Cuando se hacía de noche volié uno machete por
   todo ese monte lleno de culebras. En una de las veces cruzando el río
   nos acorralaron los del ejército. A una camarada le tocó ahogar a su
   tontico en el río. Uno ya sabía que si los llegaban a agarrar vivos los
   ensartaban en un palo por más hacer sufrir a la mamá.
Pepita Urrutia.— Hasta arrugados se los ponía… Mire que yo le decía
   que se los planchaba la muchacha y ni por esas. Era más terco que
   una mula. Mijito, nunca pensé… habría preferido ser yo. Mi niño, tan
   hermoso y tan inteligente. Igualito a tu papá…
Francisco Cuéllar.— Eran otros tiempos, con ánimos pa cambiar esto.
   Con ganas de parranda, ganas de cambiar el mundo. Acurrucados
   entre esos matorrales y listos pa echarle bala y machete al que juera.
Pepita Urrutia.— Este dolor no se me va a ir ni después de muerta.
   ¿Dónde estás?… ¿Te torturaron? ¿Dónde está tu cuerpito, mi niño
   amado?
Francisco Cuéllar.—
   Salvar al pueblo
   vencer la pobreza

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   cantar vallenatos
   acariciar una mujer
   echar tierra
   amansar la bestia
   morir de amor.
Pepita Urrutia.— Los elefantes marchan al lado de sus crías para toda
   la vida, les enseñan el camino que recorren y han recorrido para que
   las crías lo recuerden y lo enseñen de generación en generación.
Francisco Cuéllar.— No tengo mucho que hacer ahora, no quiero vol-
   ver a las armas, pero es toda una vida entregada a la causa revolu-
   cionaria.
Pepita Urrutia.— Después de un mes de llevarse a Camilo dieron la
   primera prueba de vida.
Se escucha en off la conversación de ese día, suena entrecortada como si se tratara de
una conexión por radioteléfono.
Pepita Urrutia.— Camilo, Camilito, mi vida.
Camilo.— Estoy bien, mami.
Pepita Urrutia.— Su voz es débil, una madre sabe esas cosas, es tan
   débil que llego a dudar que sea él. Camilo, ¿cómo se llamaba tu osito
   que te regaló la abuela? Pasa la persona a cargo y me dice que cree
   que estamos rastreando la llamada y que se comunican otro día. Dios
   me perdone pero el dolor, la incertidumbre… varias veces deseé du-
   rante esas semanas que mi niño estuviera muerto, que no lo tortura-
   ran, que no nos torturaran más.
Francisco Cuéllar.— Le gustaría a uno devolver esos cuerpos… pero
   son muchos y esas familias van a sufrir más si lo saben todo.
Pepita Urrutia.— Después de un mes nos volvieron a dar pruebas de
   vida, nos respondieron a preguntas para comprobar que era él. Le
   pregunté al comandante que si escuchaban en radio el programa Las
   Voces del secuestro, me dijo que algunos días sí. Le dije: «Señor, si usted
   tiene mamá déjeme escuchar a mi hijo, por favor». Creo que se con-
   movió. Estas son las últimas palabras que tengo de él. (Saca su móvil
   y pone el audio.). «Mami, te amo, no llores tanto que te salen arrugas.
   Te amo, nos vamos a ver pronto. Cuídame a Paquita». Mi hermano
   grabó esta conversación con una grabadora de periodista, conseguí
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  pasarla aquí y escucharla me da paz. Hay gente que no lo entiende,
  pero me da paz.
Francisco Cuéllar.— Señor presidente, le estamos cumpliendo, pero
  ¿sabe qué? Nos estamos mamando de esta mierda. Ya pagamos lo
  nuestro, ya pedimos perdón, pero no voy a tirarme por un puente.
  No juegue con mi paciencia, señor. Yo también tengo camaradas y
  familiares muertos. Usted firmó la paz con un grupo armado, no con
  cuatro ladrones… nomás le recuerdo.
Se rompe la quinta pared que separaba a los personajes. Hay ruido de periodistas y
flashes de cámaras fotográficas.
Pepita Urrutia.— El señor Francisco Cuéllar tiene mi perdón porque
   este país necesita la paz. Solo quiero recordarle que mi hijo hoy ten-
   dría treinta y seis años. Que nadie nunca más en este país le tenga
   que celebrar el cumpleaños a su hijo ausente. Digan dónde están los
   cuerpos para que la herida de todo este dolor pueda sanar. Ten-
   gan respeto por nuestro dolor, denle tiempo al país, no quieran ser
   líderes, senadores o alcaldes. Primero reparen y después pidan ser
   aceptados de nuevo por la sociedad.

                                       LOS ACTORES
Juan.— Yocreo que estamos siendo muy tibios con todo lo que han hecho
   los grupos armados.
Á ngela.— Se trata de humanizarlos, no de santificarlos, es lo que pienso
   todo el rato.
Adelaida— En ese infierno cada uno hizo lo que pudo, más que lo que
   quiso.
Flor.— Aparte, hay que dar una lectura optimista y humana. Hija, se
   te sale lo uribista.
Á ngela.— Bueno… habló la mamerta.
Juan.— Así todo el rato estas dos.
Jose.— Uribistas son los seguidores del expresidente de derechas Ál-
   varo Uribe Vélez, ligado de modo claro, y en actual investigación, a
   la creación del paramilitarismo en Colombia.

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Juan.— Los paramilitares son grupos al margen de la ley creados por
   empresarios, políticos, exmilitares, narcotraficantes y, en general,
   ciudadanos inconformes con el actuar del estado frente a los grupos
   guerrilleros.
Jose.— Mamerto es una forma despectiva de llamar a las personas que
   no comulgan con la derecha o que manifiestan empatía, gusto o mili-
   tancia en las ideas de izquierda.
Flor.— Es menos simplón que como lo estáis contando. Que son mu-
   chas décadas. Mi abuelo vio cuando mataron a sus tres hermanos a
   machetazos por godos en los años 40.
Jose.— Se cree, se investiga y se rumora que el expresidente Álvaro
   Uribe es uno de los fundadores y máximo jefe de los paramilitares.
Á ngela.— Mi tía se tuvo que ir de su pueblo a finales de los 90 por-
   que se enamoró de un guerrillero; los paras la buscaban para matarla
   cuando supieron que estaba embarazada.
Juan.— Pues así los colombianos… cincuenta años de odio y pelea entre
   hermanos, hasta hoy. Me quiere sonar familiar, pero digamos que no
   nos suena de nada…
Adelaida— Es imposible tomar partido en una guerra de más de cin-
   cuenta años, no sé, es lo que siento acercándome por primera vez a
   algo tan fuerte.
Flor.— ¿Tú sabes cuántas verdades posibles hay ahí?
Á ngela.— Siempre está la gente buena y la que se tuerce.
Jose.— ¿Sabíais que hay parejas de excombatientes de bandos contra-
   rios? También de víctimas y victimarios.
Adelaida— Como esas parejas de israelí y palestino.
Juan.— Lo de que existiera una radio que leía las cartas de los familia-
   res a los secuestrados es precioso, pero aterrador también.
Adelaida— Hay grupos guerrilleros que para castigar a los secuestra-
   dos les quitaban las radios, sabían que ese era el único contacto con
   sus familias
Ángela, que interpreta a Pepita Urrutia, saca una carta del bolsillo.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      309
Río Claro
Á ngela.— Esta es una de las cartas que Pepita le manda a Camilo, ella
   siempre ha tenido la certeza de que él la escuchó. ¿Cómo se le presta
   el cuerpo y la voz a una víctima para hacerle justicia?
Jose.— Eso es difícil de saber. ¿Bonito y digno? Yo hago de locutor y
   Juan las cuñas radiales.
Á ngela.— Vale.
Locutor.— Buenas tardes. Les damos la bienvenida a todos aquellos
   que están esperando ese turno para el regreso a la libertad, a todos
   esos hermanos secuestrados en las selvas de Colombia. Aquí inicia-
   mos esta cita con la vida.
Adelaida— Cada domingo desde la media noche y hasta las seis de la
   madrugada, el programa radial Las Voces del secuestro servía para dar
   unas pinceladas de la vida de la familia del secuestrado. Se compar-
   tían penas y alegrías.
Locutor.— Tenemos este siguiente mensaje. Este mensaje es para Ca-
   milo Rodríguez. Está con nosotros, aquí le tenemos una voz que yo sé
   que se va a emocionar mucho Camilo cuando la escuche.
Pepita Urrutia.— (Canta.) ¡Cumpleaños feliz! Felicidades, mi amor, te
   traje una tortica para celebrar que ya eres mayor de edad. Quiero
   decirte que te amo muchísimo y que estamos muy tristes porque, la-
   mentablemente, no estás hoy aquí. Paquita te extraña mucho, desde
   que no estás duerme en tu cama y está siendo una gran compañera
   en todo este proceso. Le hago pedacitos de pollo y se los mezclo con
   su comida, así como tú hacías. Amor, sigue cuidándote y con toda la
   esperanza viva.
Juan.— (Con desbordante entusiasmo.). ¿Disfunción eréctil, debilidad, bajo
   rendimiento en el trabajo y en la pareja? Jalea real Vigorex. Porque
   con Vigorex se sentirá mejor, mejor, mejorex. De venta en las mejores
   tiendas naturistas del país.
Jose.— El periodista Hervin Hoyos es el creador del programa Voces
   del secuestro. Dice que se le ocurrió cuando fue secuestrado y se dio
   cuenta que los secuestrados escuchaban la radio y que sintonizaban
   la emisora para la que él trabajaba.
Adelaida— La familia de Hervin vive fuera del país y al él han inten-
   tado asesinarlo varias veces. Hay periodistas que sueñan con no
   tener que emitir su programa nunca más.

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cartapacio
Locutor.— Aquí estaremos hasta que salga el último secuestrado en
  Colombia; ese día se acabará Las voces del secuestro.
Flor.— Durante veinticuatro años, el programa radial Las Voces del Se-
  cuestro les permitió a las familias de las víctimas del secuestro enviar
  mensajes a sus seres queridos secuestrados en Colombia. Pero en
  febrero de 2018, el programa salió del aire dejando a miles de víctimas
  sin el único medio de comunicación que tenían.
Locutor.— Hoy… me quitan un micrófono, pero no me quitan mi voz.
  Hoy me quitan un medio, pero no me quitan la fuerza para seguir de-
  nunciando. Y aquí seguiré denunciando hasta que ella se me apague
  para siempre.
Un fuerte aplauso.
Locutor.— La verdad no se negocia, la verdad no se vende, la verdad
  no se transa. La verdad no se acomoda al que mejor ofrece, la verdad
  no se deja intimidar, la verdad nos hará libres.
El actor rompe la ficción y se dirige a público.
Jose.— Todo mi texto en esta escena pertenece textualmente a las pala-
  bras del periodista Hervin Hoyos. Premio Nacional de Paz. Se cree
  que el fin del programa fue una orden política.
Se escucha alegre y solemne música de banda de pueblo.

                                       TATIANA

Gorka, Romelia, Margarita y Tatiana en el salón de una casa vieja con un patio
en medio y corredores alrededor, vienen con mochilas gigantes.
Tatiana.— Niños, si les provoca, péguense una duchita rápida porque
  en un rato nos cortan el agua. Les voy a preparar para que coman
  algo.
Gorka.— La ducha supo a Tatiana y a ese corazón de oro que tiene. No
  les dije a las chicas mucho de Tati, mejor que se descubran ellas. Nos
  pone una mesa linda, jugo de mango, arroz con patacón y huevo.
  Tatiana está tensa, las chicas agradecidas, pero la cosa no fluye.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      311
Río Claro
   Armo un porrito y Tati saca Whisky que le regalaron en navidad, lo
   demás… ay, lo demás.
Gorka muy afectado por los porros, queda en una especie de estado contemplativo
mientras las chicas hablan.
M argarita.— ¿Entonces eres desmovilizada?
Tatiana.— Sí.
Romelia.— Qué fuerte, tía, perdón por nuestra cara de flipadas y de
   turistas. No me respondas si no quieres, ¿vale? Pero ¿entonces tú has
   matado a personas?
Tatiana.— Sí, pero ya no mato ni a los mosquitos que me pican por las
   noches, no se preocupen.
M argarita.— Qué fuerte, tía, perdona, pero yo soy trabajadora social,
   esto lo he leído en libros y yo no estoy de acuerdo con la violencia.
Tatiana.— Eso por aquí no se elige. Mi mamá me abandonó y me crié
   con mi tía y el marido, que me violó desde que tenía cinco años.
Romelia.— Joder, qué mierda. ¿Y tu tía no decía nada?
Tatiana.— Lo supo siempre, pero le daba miedo que la dejaran. En este
   pueblo no había policía, ni ejército, yo tenía como diez años la pri-
   mera vez que vi un soldado. Vinieron los de las FARC a pedir cuota
   revolucionaria, que le tocaba dar a alguno de los hijos para ir a filas.
   Mis primos eran bien inútiles y pa mí eso fue la salvación. Allá tam-
   bién me violaron, pero al menos no eran familia mía.
M argarita.— Pero ¿no podías pedir ayuda o escaparte de ahí?
Tatiana.— Cuando yo era chiquita, ir a la vereda de al lado era como
   cambiar de país. Uno sabe que entra pero no sale de una cosa así.
Tatiana les sirve otro vaso de whisky.
Tatiana.— Entonces, ¿su mamá es de acá?
Romelia.— Sí, vinimos a traer las cenizas de mi tía, mi mamá murió
  cuando yo era muy pequeña, pero yo sí nací aquí.
Tatiana.— ¿Se imaginaban el pueblo así?
Romelia.— No, mi tía describía cosas que creo que ya no existen. El
  callejón de los novios, ese, por ejemplo, no lo hemos encontrado.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      312
cartapacio
Tatiana.— Dicen que era muy bonito, ahora es un parqueadero de
   motos y nadie va por allá. Hace unos años ahí mataron y torturaron
   a mucha gente.
M argarita.— ¿Y mataste a mucha gente ahí?
Tatiana.— No, esos fueron los paramilitares, que fueron más sanguina-
   rios, en complicidad con el ejército… ellos mirando pa otro lado y esa
   gente empalando muchachas y cortando cabezas con motosierra.
M argarita.— Vosotros no matasteis una mosca entonces.
Tania coge el vaso de Margarita y se lo bebe de un trago.
Tatiana.— Es mejor que se vayan a acostar, son muchas cosas y apenas
   acaban de llegar.
M argarita.— ¿Te pones chula?
Tatiana.— No entiendo qué es chula, vayan y acuéstense ya.
M argarita.— Mataste gente, tía, con sus familias y sus sueños.
Tatiana le sirve otro trago, Romelia se ha quedado dormida sobre la mesa y Gorka
está fumado disfrutando del cielo estrellado.
Tatiana.— Cuando yo era chiquita soñaba con ser profesora o astronauta
   porque una vez una profesora misionera trajo un cuento y nos explicó
   que era gente que viajaba a otros planetas. Me la pasaba haciendo
   dibujos y soñando con eso, pero no terminé la escuela porque a
   las profesoras las amenazaban y se tenían que ir corriendo siempre.
   Allá me enseñaron a coger un fusil, pero también a leer y a que había
   que luchar por el pueblo.
M argarita.— Matándolo.
Tatiana.— Yo era una niña.
M argarita se levanta muy mareada, despierta a su prima y se van a dormir.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      313
Río Claro
                                       LA MEMORIA

Están en una iglesia típica de pueblo de clima cálido. Romelia, Margarita y el
Padre Ávaro están sentados en los bancos de la iglesia, a cada rato ven pasar a
Sarita que barre, limpia el polvo y escucha lo que hablan.
Padre Ávaro.— Entonces españolas, qué honor tener a gente de la
   madre patria por aquí en Río Claro.
Romelia.— Nuestras madres eran de aquí. Mi madre murió cuando yo
   era pequeña y mi tía nos ha criado en Madrid.
M argarita.— Le entiendo que no esté permitido, pero entienda, por
   favor, venimos desde muy lejos y es la última voluntad de mi madre.
Padre Ávaro.— Pero, niñas, eso que me piden está prohibido en este
   pueblo, bueno, creo que no hay lugar en el país en que se pueda hacer
   algo así.
Romelia.— Según decía mi tía, a mi mamá la enterraron en ese mismo
   árbol.
Padre Ávaro.— ¿Cómo se apellidan ustedes?
Romelia.— Torres, al parecer en este pueblo en esa época estaban los
   Torres y dos apellidos más, así que igual le suena.
Padre Ávaro.— ¿En qué año se fue su mami de aquÍ?
M argarita.— En 2001.
Padre Ávaro.— Pobrecita, le tocó vivir la masacre, entonces.
M argarita.— ¿Qué masacre?
Padre Ávaro.— No les contó, ese año se metieron los paras al pueblo y
   estuvieron tres días torturando y matando gente.
Se escucha la voz bajita y temblorosa de Sarita.
Sarita.— ¿Cómo se llamaban sus mamás?
Romelia.— Liliana y Juana.
Sarita.— Yo fui vecina de ellas, padre, ellas dicen la verdad; a Juanita
  la enterraron en el roble junto a la cancha porque ahí fue donde la
  empalaron.
Romelia.— No, debe ser otra persona, mi madre murió de un infarto.
Sarita.— Tú eres igualita a ella.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.        314
cartapacio
Romelia.— Pero eso no puede ser.
Sarita.— Busquen ustedes que tienen celular con internet: masacre de
   Río Claro, muchacha empalada, salió en muchos periódicos.
M argarita.— El tiempo se detiene, no sé si fueron diez segundos o una
   hora. Rome busca, lee en silencio, suelta el móvil y sale corriendo. A
   Sarita se le llenan los ojos de lágrimas y me abraza.
Sarita.— Nosotras somos amigas de niñas. Teresa, la loca Teresa…
M argarita.— Sí, nos sigue allí donde vamos diciendo que nos hace una
   trenza.
Sarita.— Ella es su abuela.
M argarita.— Ahora soy yo quien sale corriendo de la iglesia, me falta el
   aire. El padre nos sigue. Sarita, mi prima y yo nos abrazamos y llo-
   ramos en la plaza. Ahí donde mataron a mi tía, a casi toda la familia
   de Sarita y a familiares de los que mi madre nunca habló.
Padre Ávaro.— Yo no puedo hacer nada, niñas, son reglas de la Con-
   ferencia Episcopal, pero yo ese día me voy del pueblo y no me enteré
   de nada.
Romelia.— El Padre Ávaro hizo una misa por mi tía cuando ya no es-
   tábamos. No nos quiso cobrar nada, dijo que era mejor así, para que
   la gente no revolviera todo ese dolor.
M argarita.— Sarita nos hace una visita guiada por el pueblo para con-
   tarnos todo lo que pasó. Su voz está llena de pena, pero también de
   entereza. Creo que, de alguna manera, sin ponernos de acuerdo con
   Rome, aguantamos las lágrimas.
Sarita.— Ustedes estaban perdidas porque ahora es la Plaza del Per-
   dón, pero en esta plaza había una cancha de futbol. Aquí pasó lo de
   su mami.
Romelia.— Es mediodía y el sudor se me mete en los ojos.
Sarita.— En esa casa de allá metieron a todas las mujeres después de que
   ya habían matado a los hombres porque llegaron con lista en mano.
M argarita.— ¿Tú estuviste ahí?
Sarita.— Yo estaba siempre en mi casa. Llegaron un día sábado a las
   ocho de la noche, yo estaba en la cocina lavando los platos. Mi niño
   dormidito en la cama, mi marido tomando limonada con patacón y
   mirando Sábados felices. Yo escuché como que descargaban un camión

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      315
Blackface y otras vergüenzas
   y salí corriendo pa ver quién era, no vi a nadie por ahí. Ya cuando
   volví a entrar mi marido estaba en el piso. Al niño yo creo que no
   alcanzaron a ver. Yo salí corriendo a pedir ayuda, pero vi cómo se
   bajaban como doscientos paracos de un camión y me tuve que meter a
   la casa otra vez.
M argarita.— ¿Y el ejército?
Sarita.— Ellos fueron cómplices, ese mismo día desde la cinco de la
   tarde estuvieron pasando aviones fantasma. Yo me ponía nerviosa
   con eso y mi marido me dijo «No sea boba, mija, es el ejército que nos
   está cuidando».
Romelia.— Seguimos caminando por el pueblo, Sarita nos cuenta todo
   con pelos y señales, los nombres de las personas, lo que les hicieron.
   Hay momentos en que ya no la escucho, solo le veo el cuerpo, tiembla,
   se estremece y ella misma se calma. No puedo parar de preguntarme
   dónde mete una mujer tan frágil tanto dolor. Esa tarde nos sentamos
   en la plaza, en el bar La espinita del diablo, tomamos cerveza, aguar-
   diente, lloramos y nos ponemos a bailar vallenatos con los borrachos
   de la tienda.
M argarita.— Gorka pasa por el bar y nos ve tan borrachas que solo
   acierta a comprarnos bolsas de patatas fritas para que se nos baje la
   borrachera. Intuye pero no llega a imaginar… Nos invita al cumplea-
   ños de Tania y nos pide que no lleguemos borrachas.
Romelia.— Sarita nos lleva a su casa y nos da caldo de pollo y café
   negro. La casa de Sarita está llena de flores, unas pintadas y otras
   que salen de macetas hechas con botellas de refresco. Nos muestra
   una foto en la que están con uniforme del colegio mi madre, mi tía y
   ella.
Sarita.— La belleza de Juana era mucho para este pueblo.
Romelia.— ¿Teresa es nuestra abuela?
Sarita.— Después de todo lo que pasó, desapareció y todos pensaban
   que estaba muerta. Volvió hace un par de años, todo es un misterio
   con ella. Vive en una casita de cartón cerca del río, le ofrecieron una
   casita pero dice que está cuidando para que no le tiren a sus niñas al
   río. Es mejor que no le digan nada, que no digan nada a nadie. Hay
   gente que dice que es bruja y si se sabe algo, le van a hacer la vida
   imposible, se van a inventar más cosas sobre ella. Los domingos le

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.           316
cartapacio
   llevo sancocho y me hace trenzas y me cuenta todo lo que se le pasa
   por la cabeza.
Romelia.— Llevo años soñando que me ahogo en un río.
M argarita.— También nos enseña muy orgullosa las fotos de su hijo
   que es militar.
Sarita.— A veces me dice «Mami, yo me metí allá para darle plomo
   a todos esos perros hijueputas, pero ya no se puede hacer eso». Yo
   siempre le digo: «papi, toca que perdonar». Uno perdona, pero cómo
   hago yo pa reponer a mi marido, cómo hago yo pa que se me olvide
   lo que pasó.
Romelia.— Margarita canta alabaos, que es un tipo de canto típico del
   Pacífico colombiano.
Sarita.— Llevo muchos años con miedo, si hablaba me mataban, si me
   callaba me mataban… ajá, entonces me puse a cantar y empezaron a
   venir pelaos pa que les enseñara. Tenemos un coro y cantan bien ché-
   vere, los van a llevar a cantar al extranjero el otro año.

                                       LA PARRANDA

Una gran parranda en casa de Tania. Hay baile, bailan los que saben y los que no,
también lo hacen. Hay coreografías, baile en círculo. Llevan gorros de colores y coti-
llones coloridos. Se celebra la vida como si se fuera a acabar mañana.
Gorka.— Qué tía, de verdad, se lo merece todo.
M argarita.— ¿Os conocéis hace mucho?
Gorka.— Trabajamos juntos en 2016 cuando se desmovilizó, yo daba un
   taller de clown y ella se apuntó. Cada día después de ese taller yo lle-
   gaba a la pensión en que dormía y me tiraba en la cama a llorar. Qué
   momentos más duros y más emocionantes.
Romelia.— ¿Ella fue a prisión?
Gorka.— Sí, un año y medio. Ella ha sido muy importante en la re-
   construcción de la guardería del pueblo. También da clases de pla-
   nificación familiar en comunidades y hace campañas para evitar los
   embarazos adolescentes y los abusos sexuales.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.        317
Blackface y otras vergüenzas
M argarita.— ¡Un partidazo vamos! Habréis follado, seguro.
Gorka.— ¿Qué te pasa, tía?
M argarita.— ¡Joder! Es que la pintáis como una santa y la amiga no
   estuvo de hippie todos esos años, supongo. Mató a mujeres, a niños,
   a familias completas.
Romelia.— A mí me cae bien, la gente tiene derecho a cambiar.
M argarita.— No sé, es que pienso en que soy familia de alguna de sus
   víctimas y me estaría retorciendo de ira al verla ahora tan campante,
   como si nada.
Gorka.— Estás siendo superniñata occidental. Todo desde tu lugar de
   privilegio.
M argarita.— Puede, pero debería estar en la cárcel más años por todo
   lo que hizo para que sea justo. Pero eres vasco, se me olvidaba…
Gorka.— Bueno… Otro día hablamos de tu incomprensión y te explico
   sobre la libre determinación de los pueblos y otras cuestiones, maja.
Romelia.— Tía, deja de beber, estás muy pesada, todo lo juzgas, todo te
   molesta, para todo tienes el cómo debería ser.
M argarita.— Me da rabia, mi madre tuvo que salir corriendo de aquí
   para salvar la vida. A mi tía la violaron, joder, la empalaron, la mata-
   ron, la torturaron y viene una tregua y se van de rositas. Mi madre se
   murió echando de menos este pueblo de mierda y venimos y quiénes
   están… ellos. No puedo, joder, no puedo… mi madre no militaba con
   nadie y tuvo que huir de aquí como una rata.
Gorka.— Lo de tu tía fueron los paramilitares, no la guerrilla.
M argarita.— Vete a la mierda Gorka, Puta manía de poner de bueno
   al que piensa como vosotros. En los archivos que vimos aparecen
   las cagadas de unos y otros y el pueblo en medio. Los derechos del
   pueblo… una hostia, ¡mi prima es pueblo, hijos de puta! Y creció sin
   mamá por vuestra culpa.
Romelia.— No hables por mí.
M argarita.— Os da igual, Tania os parece la tía más cojonuda del
   mundo. Se firma la paz y todos buenos, vaya chollo.
Romelia.— Mi tía fue mi mejor madre, a la mía no la conocí y es ho-
   rrible… no puedo entender, no puedo poner en palabras lo que nos
   han contado hoy. A mi madre le atravesaron el cuerpo con una lanza

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.           318
cartapacio
   desde la vagina hasta el cuello. No sé cómo voy a volver a Madrid a
   doblar camisetas y a besar a mi chico como si nada. ¿Dónde se pone
   un dolor así?
M argarita.— (Abraza a su prima y se derrumban.) Es una puta pesadilla,
   tía. Lo siento, lo siento. Joder.
Romelia.— Voy a reunirme con el paramilitar que ordenó la masacre…
M argarita.— Seguro que esa idea de mierda es tuya, Gorka.
Romelia.— Él tampoco lo sabía.
M argarita se indispone y vomita. Tatiana se acerca con unas latas de cerveza.
Tatiana.— ¿Están bien, muchachos?
M argarita.— De puta madre. Vete de aquí.
Gorka.—El guaro, que le sentó mal.
Tatiana se va.
Romelia.— Marga, si tu madre viviera te daría una bofetada ahora
   mismo por lo que acabas de hacer. Pero ¿sabes una cosa? Te voy a
   esperar y me voy a callar y te sostendré el pelo mientras vomitas;
   después te daré un baño, un vaso de leche y mañana ya hablaremos.
   ¿Sabes por qué? Porque somos las nietas e hijas de este pueblo donde
   se mataron entre hermanos. Es maravilloso que cuando decimos «te
   quiero matar» sea solo una forma de hablar porque no te haría daño
   nunca, ni aunque lideraras un grupo de fachas.
M argarita.— Es verdad, qué bofetadas que daba mi madre.
Gorka.— ¿Os zurraba mucho?
Romelia.— Sí, era de mano fácil la mama, sí.
Gorka.— Poco es para lo que le tocó.
Romelia.— Ya te digo.

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      319
Blackface y otras vergüenzas
                                        LA MASACRE

Esta escena puede representarse como si se tratara de una pieza de radioteatro.
Locutores y locutoras interpretan varios personajes a través de sus voces, instru-
mentos y efectos sonoros, que sirven para recrear las atmósferas de la narración. La
luz es tenue, recuerda a la de un estudio de radio de emisión nocturna.
Teresa— Soy Teresa, la madre que lloró hasta quedarse ciega porque
  hay cosas que es mejor no ver.
Disparos.
Sarita.— Estaba preparando la comida cuando empecé a oír gritos y
   disparos. Algo está pasando… algo pasó, pero a mí se me olvidó, por-
   que es mejor así. Disparos, tantos, que suenan como cuando tuestan
   maíz. Cada vez gritan más. No sé cuántas horas pasan, salgo a la
   calle para avisar que mataron a mi marido… No… No me lo puedo
   creer… No puede ser…¡Juana!…Veo correr a su mamá enloquecida
   en medio de cuerpos bocabajo y charcos de sangre.
Policía.— En este mundo todo lo hermoso termina costándole a uno
   muy caro.
Pecoso.— (Aúlla tres veces.) Una mañana Juana salió a darme de lo que
   estaba cocinando. También me dio agua. Me rascaba el lomito, me
   hablaba bonito y no le importaba que yo tuviera mis pulgas.
El cura.— Yo sabía lo que su vecino le hacía en la oscuridad. También
   supe cuando lo del guerrillero y le advertí que eso iba a traer desgra-
   cia a este pueblo. No nos dejan recoger y enterrar a toda esa gente. Su
   cuerpito fue nuestra tumba.
C oro.—
   Correr veloz
   Acariciar nervioso
   Agudo temblor
   Amar violento
   Destellos
Sarita.— Soy Sarita, la vecina. Le llevo seis años a Juana. Somos muy
   amigas, aunque ella se las cree mucho porque le dicen que es muy
   bonita.

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cartapacio
Teresa— Lo primero que veo cuando llego a la plaza son unos pájaros
   negros que dan vueltas en el cielo blanco y resplandeciente. Cruzo la
   plaza yendo pa la tienda. Me topo con ella, ahí en lo alto, con la luz
   del sol sobre la cabecita, se parece a los santos de las iglesias. Las
   moscas están por todas partes y los chulos no bajan, pero, en cuanto
   puedan, les van a sacar las tripas y los ojos a todos los muertos de la
   plaza. Las calles y la plaza son charcos de sangre de olor insoporta-
   ble.
Lilia.— Las vecinas me dicen muy bajito que ya se fueron, que vaya a la
   cancha del pueblo. «No puedo, estoy cuidando a Romelia y mi mamá
   está por allá». Las vecinas me empujan, me jalan, me arrastran.
C oro.—
   ¿Por qué no gritaste?
   ¿Quién fue? ¿Quién fue?
Pecoso.— Hoy no como por su culpa. Me chillan las tripas del hambre.
   Quiero tripas. Todos la miran.
El cura.— Le daba catequesis a usted solita. Uff, su primera comu-
   nión… Me acuerdo como si fuera ayer de la luz que entraba por los
   vitrales de la iglesia. Si es que con esos colores le ponía yo un altar,
   mijita. Ese cuerpito, ese pelo, ese olor. Infierno al que me arrastraba
   cuando la veía. Escucho en mi cabeza esa salsita vieja que la ponía a
   bailar en la sacristía.
R amón Pérez.— Ahora ya no tengo el sabor de sus besos. ¿Sí ve lo que
   nos obligó a hacer? Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado
   sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, así en
   la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día y
   perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los
   que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal.
   Amén. (Se persigna.).
Juan M alacopa.— Ajá, pelada, saludos a mi mami que ya está por allá
   arriba. Ya miré las cabezas y está mi primo, lo mataron por sapo,
   porque le andaba pasando datos a las FARC.
C oro.—
   Muerte lenta
   Casa vacía

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      321
Blackface y otras vergüenzas
   Cristal roto
   Vida eterna
   Sangre inocente
Lilia.— Soy Lilia, medio hermana de Juana. Mi mamá decía que a ella
   le tocó el papá de chocolate y a mí el de vainilla. Siempre fue arisca,
   siempre me retó… pelada hijuemadre, qué pelo duro tenía, siempre me
   gustó peinarla. Yo daba mi vida por ella.
El cura.— Eso le pasa por piernisuelta, niña.
R amón Pérez.— ¡Shhhh! ¡Shhhh! Quédese calladita. ¡Shhhh! Así
   de rico. Ella está acostadita sobre un charco de sangre, su olor me
   vuelve loco. Aún recuerdo sus miradas.
C oro.—
   Comer rico Beber fresco Dormir caliente Oler sabroso
Pecoso.— (Ladra nervioso.). Hay mucha gente. Huele a carne fresca, a
   sangre. Un platico con tripas frescas. Huele rico y busco, me cuelo
   entre las personas. Juana está tiesa, mirando al piso, sobre un charco
   de sangre. Todo el mundo la mira y comenta. Le lamo la patica… no
   me responde.
C oro.—
   ¿Mija, por qué salía tan destapada?
   ¿Se alcanzó a confesar?
Juan M alacopa.— Mejor beber.
Sarita.— Perdóneme por desear que la vida le diera una lección por re-
   galada. Yo no quería que le pasara nada malo.
C oro.—
   Rezar convencido Besar intensamente
Pecoso.— Soy Pecoso, uno de los chandosos de la plaza. Me gusta su
   olor, la persigo, me regala pan. Estoy seguro en su regazo.
El cura.— Mis muchachos… por un lado, las cabezas y, por otro, los
   cuerpos cortados con motosierra. Dios los tenga en su santa gloria.
Juan M alacopa.— ¿Por qué no huiste conmigo?¿Por qué me recha-
   zaste?

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.           322
cartapacio
R amón Pérez.— Tan perra, se dejó preñar de un guerrillo. Por eso la
   empalé, para que se les quiten las ganas de putería a las niñas de este
   pueblo.
Lilia.— Mi hermanita del alma… yo te cuido a Romelia hasta el día que
   me muera. ¡Malparidos asesinos! ¡Mi hermana! ¡Mi hermanita!
El cura.— Soy el cura del pueblo. Que Dios la tenga en su presencia.
Juan M alacopa.— No joda, esto parece día de mercado. Camino hacia
   la plaza, me quedé tomando whisky con el compadre hasta tarde y me
   dormí en la mesa. Paracos de mierda… paracos de mierda… Despe-
   dazaron a los muchachos. Empalaron a Juana, esa pelada acababa
   de ser mamá. Todavía parece que nos mira, está calientica esa negra
   todavía.
Teresa— Mil veces te dije que no provocaras a los hombres. Nos va
   tocar criarte a la negrita.
R amón Pérez.— Me siento sucio… soy un maldito… pero no podía dejar
   de imaginarte desnuda encima de mí mientras me tocaba. Sentía que
   algún día podría ser capaz de… Perdóname.
Juan M alacopa.— Soy Juan Malacopa. Ajá, ¿te acuerdas de mí? Me
   besaste en segundo de primaria y me enamoré. Dejaste de hacerme
   caso y me puse a beber ron.
R amón Pérez.— Gritos, alguien llora, pasos en la calle… Abro los ojos,
   estoy en la cama y siento que ella me está mirando… se me va a salir el
   corazón por la boca. Me levanto y me baño en el río. Los helicópteros
   del ejército sobrevuelan Río Claro. (Habla entre carcajadas y tocándose el
   sexo.) Ya para qué, hijueputas. Pirobos hipócritas. No quedó nadie. Los
   matamos a todos.
Sarita.— Yo sabía, yo sabía que algún día te iba a pasar algo. A los otros
   también los mataron pero a ti te metieron un palo por puta. Te daba
   igual si eran casados. Te toman fotos, vas a salir en el noticiero. Me
   daba asco verte coquetear por tres mangos dizque para el biberón de
   tu hija. Las mujeres decentes se guardan en la casa.
Policía.— La zorra de los Andes. Zorrus vulgaris. Es un animal de tierno
   pelaje rojo. Independiente. Se comunica por medio de aullidos agu-
   dos semejantes a un lamento humano. Suele ser devorada por los ma-
   chos de su manada al considerarse un animal muy rico en proteína,
   fósforo y omega 3, con lo cual también es frecuentemente cazada y

   Acotaciones, 46 enero-junio 2021.      323
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