LA LECTURA DE "EL QUIJOTE"
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LA LECTURA DE “EL QUIJOTE” Fernando Carratalá Teruel Catedrático de Lengua Castellana y Literatura del IES “Rey Pastor”, de Madrid (España) Letra ...y dándole una lanzada en el aspa, la devolvió el viento con tanta furia... Quijote, I, 8. Por más que el aspa le voltee y España le derrote y cornee, poderoso caballero es Don Quijote. Por más que el aire se lo cuente al viento, y no lo crea y la aviente, muy airosa criatura es Dulcinea. Blas de Otero En castellano (1960).
PRIMERA PARTE: CUÁNDO, CÓMO, DÓNDE Y POR QUÉ LEER EL QUIJOTE. Cuándo y dónde leer “El Quijote”. Ante una obra de la complejidad y transcendencia de El Quijote caben diferentes posiciones con respecto a su lectura, dentro del ámbito escolar; una lectura que, ya sea parcial o en su totalidad, contemplan los actuales currículos de tercer curso de la ESO y de primer curso de Bachillerato. Lo cual no invalida la opinión sostenida por muchos -entre ellos por el humorista gráfico Antonio Fraguas, que ha plasmado en múltiples viñetas, firmadas como Forges, sus reflexiones sobre los personajes cervantinos- de que no es el lector el que elige el momento más idóneo para leer El Quijote, sino que es la propia obra quien determina éste y selecciona a aquél. Desde luego, podría prescindirse de la lectura de El Quijote durante el periodo de escolarización del lector -lo que contraviene la normativa vigente en materia de lectura para la Educación Secundaria-, alegando que, para evitar el rechazo que la obra de Cervantes podría provocar en no pocos adolescentes, es preferible retrasar su lectura y reservarla para la vida adulta, fuera por tanto del ámbito escolar, en una época en la que ya debe poseerse la formación cultural, sensibilidad y capacidad crítica como para poder interpretar un texto cuya comprensión y justa valoración exigen un lector “maduro en humanidad”. No es esta, sin embargo, nuestra posición ante la lectura de El Quijote, convencidos como estamos de que el conocimiento de esta obra puede convertirse en el mejor de los revulsivos para ayudar a nuestros adolescentes a que se desarrollen armónicamente como personas, realzando su dimensión espiritual y despertando su sensibilidad estética. Y aquí es donde la labor del docente resulta imprescindible, precisamente por las carencias culturales de unos alumnos que, además, no siempre están dispuestos a realizar ese mayor esfuerzo intelectual que la lectura requiere, frente a otros procedimientos más “cómodos” o “pasivos” para adquirir e interpretar la información. Es el docente -insistimos- el que debe allanar a sus alumnos las dificultades de lectura que el texto cervantino presenta, sumergiéndoles en el contexto histórico de dicho texto, profundizando en las relaciones entre Literatura y Sociedad, afrontando sus referentes estéticos en el ámbito de la tradición literaria... Porque solo así los alumnos irán comprendiendo El Quijote desde una perspectiva racional y podrán estar en condiciones de valorarlo desde una perspectiva anímica.
También podría efectuarse una “lectura superficial” de El Quijote, más acorde con la psicología de un lector adolescente, al que, sin duda podría interesar el tono paródico de la obra, fomentando, así, solo los aspectos lúdicos de su lectura. Tampoco consideramos válido este acercamiento a El Quijote, porque desvirtúa gravemente el sentido global del texto cervantino. Naturalmente que la obra está insuflada de una poderosa fuerza cómica -que reside, precisamente, en el contraste entre el clima heroico de las novelas de caballerías y el ambiente vulgar en que se enmarcan las situaciones grotescas en que Don Quijote y su fiel escudero se ven envueltos, y a través de las cuales Cervantes ridiculiza los malos libros de caballerías-. Pero ese humorismo en los contenidos, esa comicidad que denotan igualmente los recursos expresivos utilizados por Cervantes encierran una toma de posición crítica ante la España de su época -crítica benévola, en la línea del temperamento magnánimo de Cervantes-; una sociedad -la de entonces, la de cualquier época- que necesita de la utopía vital quijotesca para no desmoronarse: la del caballero andante imbuido de nobles ideales que combate el mal allá donde quiera que se encuentre y lucha en favor de los más débiles y desvalidos, y por el triunfo de la justicia. Es, por lo tanto, El Quijote mucho más que una sátira de los anacrónicos libros de caballerías. La lectura de sus páginas nos exige, más allá de un simple ejercicio de evasión, un profundo esfuerzo que nos lleve a dejar libre la conciencia para la introspección reflexiva; porque, en definitiva, esas páginas cervantinas irradiarán su influjo sobre nuestra propia realidad y nos enseñarán a ser mejores. Y el aula es el espacio idóneo para propiciar este encuentro entre El Quijote y sus lectores. Y, de nuevo, la figura del profesor será la que sirva de estímulo para esa lectura fructífera que potencie el autoconocimiento. El ámbito escolar se convierte, así, en el más adecuado para situar El Quijote en el contexto sociocultural que hizo posible esta creación literaria; para presentar fragmentos que reflejen los planteamientos estéticos propios de ese entorno histórico-cultural en que fue concebida...; Pero también, y acaso sobre todo, para convertir la lectura de esta obra en una experiencia vital intransferible desde la que lanzarse a la conquista de un mundo más verdadero en el que la dignidad del ser humano ocupe un lugar de privilegio. Y ello sin contar con que el lector escolar de El Quijote compartirá, además, las vivencias de otras personas -ficticias, pero las más de las veces cargadas de verosimilitud; y, en este sentido, los continuos diálogos entre Don Quijote y su escudero permiten adentrarse en sus respectivas psicologías y acceder a un mejor conocimiento del ser humano-; se enfrentará con otras formas de pensar y obrar distintas de las propias -lo que se convierte en la mejor escuela de tolerancia-; entrará en contacto con mundos imaginarios y también reales en los que personas de las más variadas extracciones sociales exhiben sus costumbres -que pueden
erigirse en muchos casos en modelos de referencia-; participará con la imaginación en aventuras que de otra forma ajena a la lectura no podrían protagonizarse... Todo lo cual es innegable que despierta la fantasía y estimula la creatividad. Porque la lectura de El Quijote, así entendida en la Educación Secundaria, puede servir, además, para poner coto a esas actitudes más o menos indolentes de muchos adolescentes que buscan refugio en otras formas de recepción de la información aparentemente más sencillas que las que derivan de una adecuada comprensión del lenguaje escrito: en el mensaje audiovisual, que suele entenderse con mayor facilidad e implica un receptor más pasivo; y en el soporte informático, que facilita un más rápido acceso a la información-; lo que puede suponer -y de hecho supone- un freno a la imaginación, siempre despierta en el lector que se adentra con Don Quijote y Sancho Panza por los caminos de la Mancha y Sierra Morena, deseoso de participar de sus aventuras; y, también contagiado de ese idealismo quijotesco al que no es ajeno el propio Sancho: un Don Quijote que, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, regresa a su pueblo “vencedor de sí mismo, que es -según afirma Don Quijote por boca de Sancho- el mayor vencimiento que desearse puede” (Segunda parte, capítulo LXXII). Por qué leer “El Quijote”. A propósito de “El Quijote”, decía José Cadalso -en una de sus Cartas marruecas, concreto, en la LXI, que Gazel dirige a Ben Beley-: “Lo he leído, y me ha gustado sin duda, pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente. Lo que se lee es una serie de extravagancias de un loco, que cree que hay gigantes, encantadores, etc., algunas sentencias en boca de un necio, y muchas escenas de la vida bien criticada; pero lo que hay debajo de esta apariencia es, en mi concepto, un conjunto de materias profundas e importantes”. Certero juicio el de Cadalso. Porque si tuviéramos que radiografiar la novela cervantina desde alguna perspectiva concreta -a partir de la puramente literaria-, esa es, a nuestro entender, la de la dimensión ético-moral: la que nos presenta a Don Quijote batallando en favor de la dignidad del ser humano. Porque nadie, leyendo atentamente El Quijote, suscribiría que el comportamiento del hidalgo manchego en las múltiples aventura en que se ve inmerso a lo largo de la obra es el de un loco ridículo; antes por el contrario, cualquier lector ve en ese comportamiento el de un idealista cuya conducta se mueve impulsada por los más nobles sentimientos: Don Quijote cree en la utopía de un mundo mejor -pretende encarnar el espíritu de la caballería andante en una sociedad en la que ya no tienen
cabida los caballeros andantes-. Y, por ello, su locura es, en sí misma, una manifestación de la grandeza de su espíritu: Don Quijote representa la lucha por la justicia, por los derechos de los oprimidos frente al poderoso opresor, por la honra y el honor, por la libertad...; en definitiva, por la grandeza espiritual de las personas. Muy elocuentes son, a este respecto, las siguientes palabras de Don Quijote, que aunque repetidas y conocidas, resuenan hoy en nuestro oídos con la misma contundencia -o incluso mayor- con que debió de escribirlas Cervantes -que tantas veces ha relacionado el tema de la libertad con la dignidad del hombre-: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!” (segunda parte, capítulo LVIII). Cómo leer El Quijote. Un acercamiento posible a El Quijote en la Educación Secundaria se puede realizar de dos maneras: en primer lugar, mediante una selección de fragmentos que nos den noticia de los episodios y acontecimientos más notables de la obra -aunque sin perder la visión del conjunto-, fragmentos que han de resultar lo suficientemente significativos como para posibilitar una posterior lectura completa de la obra por parte de los alumnos, a la que nunca se debe renunciar; y, en segundo lugar, siguiendo la utopía vital quijotesca en otros autores posteriores -Rubén Darío, Miguel de Unamuno, León Felipe...-, que han encontrado en la figura de Don Quijote y en sus valores imperecederos el referente necesario que ha orientado en no pocas ocasiones sus preocupaciones existenciales.
Deambulando por “El Quijote”. Y son al menos cuatro los fragmentos que podrían abordarse desde la citada perspectiva ético-moral: la aventura de los frailes de la orden de San Benito (capítulo VIII de la primera parte), la aventura con los cueros de vino tinto (capítulo XXXV de la primera parte), la aventura de los leones (capítulo XVII de la segunda parte), y la aventura del Caballero de la Blanca Luna (capítulo LXIV de la segunda parte). En todos estos episodios se percibe a la perfección esa distancia entre el mundo ideal y el de la realidad que continuamente se produce en Don Quijote: el mundo de los libros de caballerías, en los que el héroe siempre sale airoso de los peligros a los que se enfrenta; y el mundo real -el de los personajes y situaciones con que Don Quijote se encuentra en su deambular por los caminos y los pueblos de la España de los primeros lustros del siglo XVII-; una realidad que Don Quijote transforma para acomodarla a los libros de caballerías; y un Don Quijote -ejemplo de valentía y heroísmo, siempre deseoso de emprender cualquier aventura que se le presente para enderezar entuertos- que responsabiliza a unos encantadores de todos sus fracasos, empeñado en proclamar su verdad, aunque la experiencia le desmienta (y que, incluso ya derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, sigue afirmando la superioridad de su dama frente a todas las demás, en un incomparable gesto de grandeza moral: “—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.”). Y en cuanto a Sancho Panza, en dos de estos episodios -el de los frailes de la orden de San Benito y el del acuchillamiento de los cueros de vino tinto- cree que está viviendo una aventura propia de los libros de caballerías; con lo que asistimos aquí a dos de los muchos momentos en los que, a lo largo de la obra, queda patente su proceso -más o menos consciente- de “quijotización”; un Sancho Panza cuya nobleza de espíritu brilla, una vez más, en el episodio de los leones, feliz y hábilmente resuelto por Cervantes. Un quinto fragmento, tomado del capítulo LIX de la segunda parte -en el que Cervantes lleva a cabo un ajuste de cuentas con El Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda- puede servirnos para poner de manifiesto la generosidad -que encubre una profunda dignidad moral- de Cervantes con quien, además de apropiarse de sus personajes y de desvirtuar su psicología, le profirió al verdadero autor de El Quijote todo tipo de insultos y vejaciones: Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo tras el que podría esconderse Jerónimo de Pasamonte. Cervantes defiende con gran originalidad la autenticidad de sus personajes, a la vez que alude con suma discreción a esos insultos e injurias que había dirigido contra él Fernández de Avellaneda -llamándole viejo, manco, murmurador, agresor de sus lectores...-, y a los que ya había respondido con finísima ironía -la propia de un hombre de bien- en el Prólogo de la segunda parte de su obra.
Textos de apoyo (fragmentos de “El Quijote”) Se ofrecen a continuación los textos de referencia, debidamente anotados, con explicaciones y comentarios breves de palabras antiguas y referencias y alusiones históricas, literarias y mitológicas.
Aventura de los frailes de la orden de San Benito. . Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran más pequeñas dos mulas en que venían [2]. Traían sus antojos de camino [3] y sus quitasoles [4]. Detrás dellos venía un coche [5], con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban [6] y dos mozos de mulas a [7] pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias [8] con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino [9]; mas apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero: —O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser y son sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto [10] a todo mi poderío [11]. —Peor será esto que los molinos de viento —dijo Sancho— [12]. Mire, señor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera [13]. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe. —Ya te he dicho, Sancho —respondió don Quijote—, que sabes poco de achaque de aventuras [14]: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. Y diciendo esto se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: —Gente endiablada y descomunal [15], dejad luego al punto [16] las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas [17]; si no, aparejaos [18] a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: —Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas. —Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla [19] —dijo don Quijote. Y sin esperar más respuesta picó [20] a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo [21], que si el fraile no se dejara caer de la mula él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto [22]. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula [23], y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas [24], ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces [25] y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un
buen espacio de allí le estaba aguardando [26], y esperando en qué paraba aquel sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas [27]. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: —La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante [28], porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por que no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso [29] y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho. Glosario de palabras, expresiones y personajes. Buen suceso. Éxito. Dromedarios. Con esta metáfora hiperbólica se alude al gran tamaño de las cabalgaduras en que venían montados los frailes de la orden de San Benito. Antojos de camino. Anteojos para proteger el rostro del polvo del camino y de los rayos del sol durante los viajes. Quitasoles. Sombrillas. Coche. Coche de caballos, signo externo de que en su interior viaja persona de cierta relevancia. Con cuatro o cinco de a caballo. Se quiere indicar que venían cabalgando. Mozos de mulas. Cuidadores de los animales que arrastran el coche. Pasaba a las Indias. Iba a América. Dos veces al año, la flota salía de Sevilla -en donde embarcaban los pasajeros- hacia las Indias, navegando por el Guadalquivir. Iban el mesmo camino. Llevaban el mismo camino. Tuerto. Entuerto: agravio, injusticia. Con todo mi poderío. Con toda mi autoridad. Peor será esto que lo de los molinos de viento -dijo Sancho-. Sancho le recuerda a Don Quijote su reciente aventura con unos molinos de viento, a los que se enfrentó tomándolos por gigantes, y de la que salió maltrecho. Gente pasajera. Viajeros. Achaque de aventuras. Asunto de aventuras. Gente descomunal. Gente extraordinaria o fuera de lo común, monstruosa. Luego al punto. Inmediatamente. Forzadas. Por la fuerza, en contra de su voluntad. Aparejaos. Preparaos. Fementida canalla. Gente despreciable y falsa. Picó. Espoleó, avivó con la espuela a la caballería. Denuedo. Brío. Mal de su grado y aun malferido, si no cayera muerto. A su pesar, e incluso malherido, y es posible que hasta cayese muerto. Al castillo de su buena mula. Nueva metáfora hiperbólica para exagerar el tamaño de la mula, a la que antes se había llamado dromedario. Que no sabían de burlas. Que eran poco dados a bromas. Sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces. Sin dejarle nada libre, le dieron de patadas.
Picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando. Apresuró el paso en dirección hacia donde se hallaba su compañero, que se había alejado lo suficiente para ponerse a salvo. Haciéndose más cruces que si llevaran el diablo a las espaldas. Santiguándose para conjurar el mal. Lo que más le viniere en talante. Lo que fuera de su gusto. No quiero otra cosa sino que volváis al Toboso. Que os desviéis del camino para ir al Toboso. Breve comentario explicativo del texto. El texto en su contexto. Tras la segunda salida de su pueblo -capítulo VII de la Primera Parte-, y acompañado ya, en calidad de escudero, de un rudo e ignorante labrador, don Quijote se enfrenta con unos molinos de viento, convencido de que son gigantes: “que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”. Y de nada le valen las advertencias de Sancho Panza intentando hacerle comprender que la realidad difiere mucho de lo que Don Quijote cree ver, llevado por sus delirios caballerescos: “—Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. / —Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla”. Pero Don Quijote, en su convencimiento de que lucha contra el mal, “arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante”. Sancho Panza se aferra a la realidad: “— ¡Válame Dios! ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?” Y Don Quijote se empeña en afirmar su verdad, aunque la experiencia le desmienta: “—Calla, amigo Sancho, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada”. El contenido del texto. Y camino de Puerto Lápice -en el mismo capítulo VIII de la Primera Parte- es cuando tiene lugar la aventura de los frailes de la orden de San Benito; una aventura que simboliza la distancia entre el mundo ideal de los libros de caballerías y el mundo real en el que se desenvuelve de Don Quijote. Porque en este episodio Don Quijote, se encuentra con dos frailes de la orden de San Benito que cabalgaban en sendas mulas, con un coche de caballos en el que viajaba una señora vizcaína que se dirigía a Sevilla, así como con los cuidadores de los animales que tiraban del coche, además de con cinco jinetes que venían cabalgando; ya que todos llevaban el mismo camino. Pero su imaginación convierte a los frailes de la orden de San Benito en encantadores, y a la señora vizcaína en una princesa secuestrada por dichos encantadores. Y precisamente porque era frecuente en los libros de caballerías que los encantadores raptaran a princesas, Don Quijote, procurando imitar a los héroes de tales libros en su lucha por restablecer la justicia, se va a enfrentar con esa “gente endiablada y descomunal”, con esa “fementida
canalla” que tan bien conoce, para que libere inmediatamente a las princesas retenidas en el carro en contra de su voluntad o se prepare para recibir inmediata muerte. Sancho Panza, en cambio, intenta inicialmente hacer entrar en razón a Don Quijote, recordándole cómo había confundido unos molinos de viento con gigantes, aventura de la que ha salido muy maltrecho: “ —Peor será esto que los molinos de viento. Mire, señor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe”. Pero Don Quijote tampoco atiende a razones en esta ocasión: “—Ya te he dicho, Sancho, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás”. Y terminó arremetiendo contra los frailes; y una vez que cree que ha vencido a uno de ellos -que en realidad se tiró de la mula al suelo para evitar un percance mayor-, le comunica a la señora vizcaína que él ha sido el libertador que ha puesto fin a su cautiverio: “ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por que no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso”; y le pide que, como justa correspondencia al beneficio recibido, se desvíe del camino a Sevilla para ir al Toboso y explicarle a Dulcinea el heroico episodio de su liberación. Hay, sin embargo, momentos en los que Sancho Panza cree que está viviendo una aventura propia de los libros de caballerías; con lo cual se asiste aquí a uno de los muchos episodios en los que queda patente el proceso de “quijotización” de Sancho Panza -que más adelante se reflejará con total nitidez en el episodio del acuchillamiento de los cueros de vino; en el capítulo XXV de la Primera Parte-. Sancho Panza ha acabado creyéndose que, en efecto, el fraile que está en el suelo es un encantador que ha sido vencido por su señor Don Quijote y que a él, como a su escudero que es, le corresponde una parte en el botín de guerra y, por lo tanto, se dispone a participar en él: “Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado”. Y, en esta ocasión, el que sale maltrecho es Sancho Panza, al que “dos mozos de los frailes” que no estaban para bromas le proporcionaron una paliza que le dejó sin conocimiento. El ambiente caballeresco. En todo el texto se recrea el ambiente de los libros de caballerías; y no solo en los parlamentos de Don Quijote, que se expresa con un lenguaje arcaico en su época, sumamente pomposo y grandilocuente -y esta comicidad de los recursos expresivos acrecienta el tono paródico de la obra, imitación burlesca de esta clase de libros-. En efecto, el uso de la metáfora hiperbólica de dromedario para indicar una cabalgadura muy grande -que bien podría recordar los libros de caballerías-; el empleo de los adjetivos endiablada y descomunal, que en los libros de caballerías se aplican a los gigantes; el imponer a la señora vizcaína que viajaba en el coche de caballos presentarse ante Dulcinea, de igual manera que Amadís de Gaula encargó a los caballeros y doncellas que él había salvado del poder del gigante Madarque que fuesen a presentarse ante la reina Brisena...; todo ello hace más intensa la ficción caballeresca y demuestra el profundo conocimiento que Cervantes tenía de este género novelesco. Don Quijote, en lucha por la dignidad del ser humano. No es necesario preguntarse si el comportamiento de Don Quijote en esta aventura -como en otras muchas de la obra- es el de un loco ridículo o el de un idealista cuya conducta está impulsada por los más nobles sentimientos que es capaz de albergar el corazón del ser humano. Porque Don Quijote es, en sí mismo, la viva manifestación de la dignidad del hombre y de su libertad. Muy elocuentes son, a este respecto, las siguientes palabras de Sancho Panza, finalizando la obra: “—Abre los ojos, deseada patria, y
mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba. / —Déjate desas sandeces —dijo don Quijote—, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar”. (Segunda parte, final del capítulo LXXII).
La brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto [1]. . Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón [2] donde reposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces: —Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona [3], que le ha tajado la cabeza cercen a cercen [4], como si fuera un nabo! —¿Qué dices, hermano? —dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba—. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí? En esto oyeron un gran ruido en el aposento y que don Quijote decía a voces: —¡Tente, ladrón, malandrín [5], follón [6], que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra [7]! Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho: —No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir [8] la pelea o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya muerto y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino. —Que me maten [9] —dijo a esta sazón [10] el ventero— si don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre. Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y nonada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo [11] colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué [12], y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer [13], que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don Quijote y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote, mas no con tanto acuerdo [14], que echase de ver de la manera que estaba. Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente [15] estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario. Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo y, como no la hallaba, dijo: —Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento, que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones [16] y porrazos, sin saber quién me los daba, y
nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza, que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente. —¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? —dijo el ventero—. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados [17] y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó? —No sé nada —respondió Sancho—: solo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua [18]. Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema [19] del escudero y el maleficio [20] del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas [21] que se habían de echar a los rotos cueros. Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo: —Bien puede la vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy más segura que [22] le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también de hoy más soy quito de la palabra que os di [23], pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido. —¿No lo dije yo? —dijo oyendo esto Sancho—. Sí, que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! [24] ¡Ciertos son los toros [25]: mi condado está de molde [26]! ¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían, sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Glosario de palabras, expresiones y personajes. El capítulo XXXV lleva por título Donde se da fin a la novela del «Curioso impertinente». Sin embargo, el episodio de la batalla con los cueros de vino tinto que se cuenta en este capítulo está anunciada en el título del siguiente -el XXXVI-. Quizá estas anomalías en los títulos de los capítulos en relación con su contenido pudieran obedecer a una superficial revisión del original, antes de entregarlo a la imprenta, por parte de Cervantes, o a simples errores de ésta. Caramanchón. Por camaranchón: desván. La princesa Micomicona. No es otra que Dorotea -que vestida de varón, anda vagando por Sierra Morena, tras el desplante amoroso de que ha sido objeto por parte de Fernando, quien la abandona por otra dama después de haberle dado palabra de matrimonio-. Dorotea se hace pasar por la princesa heredera del reino imaginario de Micomicón, dentro de la trama que urden el cura y el barbero para que Don Quijote abandone Sierra Morena y regrese a su casa. Cercén a cercén. De raíz; enteramente y en redondo. Malandrín. Malvado, bellaco. Follón. Ruin, vanidoso, fanfarrón Cimitarra. Sable corto que se ensancha hacia la punta, Espada grande de hoja curvada, considerado, en el siglo XVI, arma propia de los turcos. Despartir. Separar, apaciguar, poner paz entre los contendientes.
Que me maten. Locución que enfatiza la verdad de una cosa. A esta sazón. Entonces. Bonetillo. Gorro de dormir, que resguarda la cabeza del frío. Sancho tenía ojeriza a la manta y el sabía bien el porqué. Con ella le habían manteado (capítulo XVII), y de ahí la ojeriza que le tenía. Don Quijote usa la manta como escudo o rodela, para protegerse de las armas de su adversario. Fenecer. Acabar. Acuerdo. Conocimiento. Sutilmente. Escasamente. Mojicones. Golpes dados en la cara con la mano.
reflejan el proceso de “quijotización” de Sancho Panza. No obstante, este repentino idealismo caballeresco del que parece haberse contagiado Sancho Panza viene motivado por la promesa que le hace Dorotea -transformada en princesa Micomicona, dentro de la ficción creada por el cura y el barbero para lograr que Don Quijote dejara Sierra Morena y volviera a su casa- de proporcionarle un condado, promesa que sigue en pie: “Dorotea consoló a Sancho Panza diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho y aseguró a la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que por más señas tenía una barba que le llegaba a la cintura, y que si no parecía era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía y que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca”. La lengua del texto. Para lograr una mayor adecuación de la realidad a la ficción caballeresca, Cervantes hace que don Quijote -en un pasaje como este, en que se deja llevar por la locura- se exprese en el lenguaje propio de la caballería, y para ello recurre a un estilo oscuro a fuerza de afectación; si bien -como señala Menéndez Pidal-, el estilo que domina en la narración es aquel en que Cervantes imita “la lengua familiar que sigue con ligereza el pensamiento sin preocuparse de aquella trabazón inflexible que obliga al pensamiento a seguir los lentos pasos de la lógica gramatical”.
De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones. . Llegó en esto el carro de las banderas, en el cual no venía otra gente que el carretero, en las mulas, y un hombre sentado en la delantera. Púsose don Quijote delante y dijo: —¿Adónde vais, hermanos? ¿Qué carro es este, qué lleváis en él y qué banderas son aquestas? A lo que respondió el carretero: —El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que el general de Orán [1] envía a la corte, presentados [2] a Su Majestad; las banderas son del rey nuestro Señor, en señal que aquí va cosa suya [3]. —¿Y son grandes los leones? —preguntó don Quijote. —Tan grandes —respondió el hombre que iba a la puerta del carro—, que no han pasado mayores, ni tan grandes, de África a España jamás; y yo soy el leonero y he pasado otros, pero como estos, ninguno. Son hembra y macho: el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de atrás, y ahora van hambrientos porque no han comido hoy; y, así, vuesa merced se desvíe, que es menester llegar presto donde les demos de comer. A lo que dijo don Quijote, sonriéndose un poco: —¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas [4]? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían [5]. —¡Ta, ta [6]! —dijo a esta sazón entre sí el hidalgo [7]—. Dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos [8]. Llegóse en esto a él Sancho y díjole: —Señor, por quien Dios es que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome [9] con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos. —Pues ¿tan loco es vuestro amo —respondió el hidalgo—, que teméis y creéis que se ha de tomar con tan fieros animales? —No es loco —respondió Sancho—, sino atrevido. —Yo haré que no lo sea —replicó el hidalgo. Y llegándose a don Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo: —Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de todo en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza. Cuanto más que estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados [10] a Su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje. —Váyase vuesa merced, señor hidalgo —respondió don Quijote—, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido [11], y deje a cada uno hacer su oficio. Este es el mío, y yo no sé si vienen a mí o no [12] estos señores leones. Y volviéndose al leonero, le dijo: —¡Voto a tal [13], don bellaco, que si no abrís luego [14] las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!
El carretero, que vio la determinación de aquella armada fantasma, le dijo: —Señor mío, vuestra merced sea servido, por caridad, de dejarme desuncir las mulas y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones [15], porque si me las matan quedaré rematado [16] para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas. —¡Oh hombre de poca fe [17]! —respondió don Quijote—, apéate y desunce y haz lo que quisieres, que presto verás que trabajaste en vano y que pudieras ahorrar desta diligencia. Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a grandes voces: —Séanme testigos cuantos aquí están como contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro antes que abra [18], que yo seguro estoy que no me han de hacer daño. Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal disparate, a lo que respondió don Quijote que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba. —Ahora, señor —replicó don Quijote—, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo. Oído lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento y la temerosa de los batanes [19] y, finalmente, todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida. —Mire, señor —decía Sancho—, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león cuya debe de ser la tal uña [20] es mayor que una montaña. —El miedo a lo menos —respondió don Quijote— te le hará parecer mayor que la mitad del mundo. Retírate, Sancho, y déjame, y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto: acudirás a Dulcinea, y no te digo más. A estas añadió otras razones, con que quitó las esperanzas de que no había de dejar de proseguir su desvariado intento. Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote; el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen [21]. Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro. Viendo, pues, el leonero que ya los que iban huyendo estaban bien desviados, tornó a requerir y a intimar a don Quijote lo que ya le había requerido e intimado, el cual respondió que lo oía y que no se curase de más intimaciones y requirimientos, que todo sería de poco fruto, y que se diese priesa. En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie que a caballo, y, en fin, se determinó de hacerla a pie [22], temiendo que Rocinante se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo; y desenvainando la espada, paso ante paso [23], con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro encomendándose a Dios de todo corazón y luego a su señora Dulcinea. Visto el leonero ya puesto en postura a don Quijote [24], y que no podía dejar de soltar al león macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula, donde estaba el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula donde venía echado y tender la garra
y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro. Hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Solo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos. Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso [25] se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera. —Eso no haré yo —respondió el leonero—, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en su mano está salir o no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada; ningún bravo peleante, según a mí se me alcanza, está obligado a más que a desafiar a su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia y el esperante gana la corona del vencimiento. —Así es verdad —respondió don Quijote—. Cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio en la mejor forma que pudieres lo que aquí me has visto hacer [26], conviene a saber: como tú abriste al león, yo le esperé, él no salió, volvíle a esperar, volvió a no salir y volvióse a acostar. No debo más, y encantos afuera [27], y Dios ayude a la razón y a la verdad y a la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña. Glosario de palabras, expresiones y personajes. Orán. Ciudad de Argelia, a orillas del Mediterráneo, que fue posesión española entre 1509 y 1708. Ofrecidos. Presentados. Las banderas son del rey nuestro Señor, en señal que aquí va cosa suya. Las banderas protegían el cargamento, y atacarlo era considerado delito grave contra el rey. ¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? La pregunta de Don Quijote se ha convertido en proverbio para indicar que alguien no se acobarda ante peligros o amenazas. A despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían. Don Quijote siempre hace responsables de sus fracasos a los encantadores. ¡Ta, ta! Interjección con la que se indicaba que se había caído en la cuenta de algo. El hidalgo. Este hidalgo no es otro que el Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda. Los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos. Sancho había guardado en la celada de Don Quijote unos requesones que había comprado a unos pastores; pero no le dio tiempo a sacarlos cuando don Quijote se la pidió: “Tomóla Don Quijote, y sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda pisa se la encajó en la cabeza; y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de Don Quijote, de lo que recibió tal susto que dijo a Sancho: -¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo; sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie; que el copioso sudor me ciega los ojos”.
Se tome. Se enfrente. Presentados. Regalados. Váyase vuesa merced, señor hidalgo, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido. En el capítulo anterior -el XVI de la Segunda parte-, el Caballero del Verde Gabán le había comentado a Don Quijote que se dedicaba a la caza: “Mis ejercicios son el de la caza y la pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso o algún hurón atrevido ”. Yo no sé si vienen a mí o no estos señores leones. Si me son convenientes o no. La respuesta de Don Quijote al Caballero del Verde Gabán está motivada por la frase de aquél “Estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan”. Voto a tal. Locución interjectiva coloquial, de tono arcaizante, equivalente a boto a bríos (= voto a Dios). Luego. Inmediatamente. Se desenvainen los leones. Salgan de su jaula. La metáfora iguala a los leones con las armas: los leones, como las espadas, se desenvainan. Quedaré rematado. Arruinado, con los bienes subastados para pagar las deudas. ¡Oh hombre de poca fe! Palabras dirigidas por Cristo a San Pedro. El tono solemne que adopta Don Quijote hace que parezca una especie de Jesucristo de la caballería andante. Se pongan en cobro antes que abra. Se pongan a salvo en lugar seguro. La temerosa de los batanes. Este cómico episodio se encuentra en el capítulo XX de la Primera parte de El Quijote. La tal uña. Sancho alude a la versión popular del proverbio latino “ex ungue leonem” (por la uña se conoce el león). Los leones se desembanastasen. Fuesen puestos en libertad, saliesen de la jaula. De nuevo se acude a la metáfora leones-espadas. Hacerla a pie. Como señal de valor. Paso ante paso. Poquito a poco, lentamente. Puesto en postura. Colocado en guardia para combatir. Remanso. Lentitud, calma, sorna. Dame por testimonio en la mejor forma que pudieres lo que aquí me has visto hacer. O sea, mediante una declaración jurada, a falta de un documento notarial. No debo más, y encantos afuera. He cumplido al máximo con mi obligación y quedan vencidos los encantamientos.
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