A propósito de Podemos Antonio Antón - Cuaderno de trabajo Universidad Autónoma de Madrid

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A propósito de Podemos
Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía

                   Antonio Antón

                Cuaderno de trabajo

                Universidad Autónoma de Madrid

                                 1
CUADERNO DE TRABAJO

Departamento de Sociología

Universidad Autónoma de Madrid

TÍTULO: A propósito de Podemos. Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y
democracia/oligarquía.

AUTOR: ANTÓN MORÓN, Antonio
Profesor honorario
Correo electrónico: antonio.anton@uam.es
http://www.uam.es/antonio.anton

Madrid, marzo de 2015

                                       2
Índice

Introducción
1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado
2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por la
   igualdad
3. Significado de casta
4. Democracia y ciudadanía frente a poder oligárquico
Bibliografía

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A propósito del Podemos
 Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía1

            ¿Qué necesita la democracia? Mayor autonomía de los políticos respecto de los
                           poderes económicos, recuperación de la idea fuerte de proyecto
                    político… Pero, sobre todo, es necesario un cambio cultural de fondo…
                                  Donde no hay políticos libres, solo hay casta mantenida.
                                                 (J. Ramoneda, diario El País, 10-12-2012).

                  El único fin de los partidos es su propio crecimiento sin limitación alguna,
                                 lo que significa una rotunda impostura en la medida en que
                                                 convierten el instrumento en fin en sí mismo.
                                                                        (Simon Weil, +1943).

        Introducción

        Sin llegar al fatalismo de la cita de la filósofa Simón Weil, referida a la Europa de
entreguerras, hay que reconocer que es una poderosa tendencia de los partidos
políticos, particularmente sus grandes aparatos, considerarse un fin en sí mismos y
dejar en un segundo plano el bien común y la representación y mediación de los
intereses y demandas del conjunto de la sociedad. Sus estructuras superiores suelen
quedar presas de su propio interés corporativo, agravado en el caso de las cúpulas
gobernantes por su imbricación con la oligarquía económico-financiera. Además, como
dice Josep Ramoneda, si los políticos están dependientes del poder, no son libres y no
representan claramente las demandas de la ciudadanía, entonces son ‘casta
mantenida’ y la democracia necesita un nuevo y fuerte proyecto político de cambio y,
especialmente, cultural.
        Existe un fuerte debate sobre las características y la vigencia de la polarización
entre izquierda y derecha, o bien su sustitución por otras dicotomías como la que
enfrenta la democracia a la oligarquía o la ciudadanía frente a la casta. Se trata de
analizar los discursos utilizados, su significado simbólico y su contenido real, así como
el alcance y las características de la pugna social y política, para ayudar a clarificar la
actividad transformadora resultante.
        Primero, analizamos por qué y cómo se configura un electorado indignado,
contando con la experiencia de las elecciones europeas, el ascenso del voto estimado a
Podemos en distintos estudios demoscópicos y la perspectiva de las próximas
elecciones locales, autonómicas y generales.

        1
          Un extracto de este texto se ha presentado como Comunicación en el Congreso Andaluz de
Sociología, Málaga, 6, 7 y 8 de noviembre de 2014. Varios apartados se han publicado en distintos
medios de comunicación.
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Segundo, aportamos varias reflexiones sobre el eje izquierda/derecha,
diferenciando el contenido sustantivo de esas expresiones y su valor simbólico o
metafórico. Partimos de la vigencia, incluso la mayor relevancia, de la acción por la
igualdad y la democracia, valores asociados a las mejores tradiciones de las izquierdas.
Pero reconocemos la confusión social, política y mediática sobre quién pertenece a esa
izquierda y, por tanto, qué significa esa palabra y cómo configurar una alternativa real
a la derecha, al bloque de poder liberal-conservador. En particular, la
socialdemocracia, en España y en Europa, aún se define de izquierdas (mirando al
centro según sus nuevos dirigentes), a pesar del giro al centro de su discurso y su
última gestión gubernamental, fundamentalmente, de derechas.
        Tercero, profundizamos en el significado de casta y lo comparamos con otros
conceptos similares utilizados para denominar la oligarquía, los poderosos, el
establishment o las élites y clases dominantes.
        Cuarto, explicamos el concepto y las características de la democracia, el sentido
de la dicotomía democracia/oligarquía y el significado de las palabras pueblo y
ciudadanía, así como su pugna contra el poder oligárquico y su necesario
empoderamiento o refuerzo.

       1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado

        La irrupción de un electorado indignado en las elecciones europeas, junto con
el debilitamiento del bipartidismo y la debacle socialista, ha modificado en España el
panorama político y los equilibrios del sistema de partidos políticos. También afecta al
ámbito sociocultural y al debate intelectual, implicando la necesidad de un esfuerzo
teórico para interpretar las claves e ideas fuerza de este proceso.
        El ascenso electoral de Izquierda Plural y de otras fuerzas de izquierda y, sobre
todo, la emergencia de Podemos, con nuevos discursos y liderazgos, supone la
aparición de un polo de referencia alternativo a la izquierda del PSOE, con suficiente
representatividad ciudadana. Se ha generado un positivo reequilibrio de fuerzas que
rompe la completa hegemonía socialista anterior. Al mismo tiempo, abre la
oportunidad histórica de un cambio político-institucional sustantivo, de alternativa real
al monopolio de las élites gobernantes del bipartidismo, con sus políticas de austeridad
y su prepotencia. No solo tiene un carácter justo sino que esta dinámica abre la
posibilidad real del desplazamiento del establishment del poder institucional y el
avance de una ciudadanía activa y unas fuerzas políticas alternativas. Puede suponer el
comienzo de un ciclo político progresista que imprima una transformación profunda de
las políticas y estructuras socioeconómicas y una democratización sustancial del
sistema político. Es el temor de las capas dominantes que reaccionan de forma airada y
contundente para neutralizar ese proceso de cambio y descalificar a sus agentes más
significativos.
        La cristalización de ese electorado alternativo y su fuerte impacto político ha
sido posible por la configuración en estos últimos cinco años de un campo sociopolítico
crítico, progresista y democrático. Se ha desarrollado un nuevo ciclo de la protesta
social y la movilización colectiva, con la articulación de un amplio y heterogéneo
movimiento popular, con altibajos pero persistente. Ha tenido un papel destacado el
movimiento 15-M (y sus derivados y similares), pero también otros grupos y
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plataformas sociopolíticas, incluido el sindicalismo y las distintas mareas ciudadanas.
Esa ciudadanía activa (Antón, 2011, y 2013), implicada en la movilización social y la
participación ciudadana, que hemos cuantificado entre cuatro y cinco millones de
personas, es la base social más directa que ha condicionado el desarrollo de esta nueva
dinámica de la contienda política. Las ideas fuerza sobre las que se ha construido esta
movilización cívica son dos: 1) frente a las consecuencias injustas de la crisis, la política
de austeridad y recortes sociales y por los derechos sociales y laborales y la regulación
de la economía; 2) rechazo a la gestión antisocial e impopular de las élites dominantes,
económico-financieras y gobernantes, y apuesta por la democracia, la participación
ciudadana y la regeneración real del sistema político.
        Vinculado con esa ciudadanía activa y sus actores más representativos, se ha
conformado una tendencia social más amplia. Se caracteriza por su indignación,
descontento y desacuerdo ante la deriva antisocial de la crisis y su gestión política
impopular. Hemos explicado que en torno a dos tercios de la población (entre el 60% y
el 70% o más según los temas), de acuerdo con distintas encuestas de opinión,
manifiestan su disconformidad con los recortes sociales y laborales, desconfían de los
líderes políticos que dirigen la gestión pública regresiva y legitiman la protesta social
progresista. Esa corriente social indignada o descontenta la definimos por esas
posiciones sociopolíticas básicas sobre cuestiones fundamentales de la realidad,
aunque en el terreno político-electoral no haya una traslación mecánica o en otros
aspectos sociales expresen preferencias diversas. Pero es suficientemente sólida y
persistente y con una orientación progresista, basada en valores democráticos y de
justicia social, como para hablar de una tendencia social de fondo positiva frente a la
involución social y democrática promovida desde el establishment.
        Esa dinámica colectiva es la que ha posibilitado la conversión de parte de ese
campo sociopolítico crítico en el electorado indignado, con el impacto conocido de
debilitamiento del bipartidismo gobernante, particularmente del PSOE, y el
crecimiento de las fuerzas alternativas. Pero para la configuración de ese nuevo
espacio electoral indignado ha tenido un papel específico el liderazgo y el discurso de
Podemos (Iglesias, 2014; Monedero, 2013): han conseguido que una parte significativa
de esa ciudadanía crítica haya depositado su confianza y su delegación representativa
en sus portavoces, fortaleciendo su liderazgo público. O dicho de otro modo, los
representantes de Podemos han sabido transmitir unas ideas clave que han
sintonizado con la cultura, las demandas y las opiniones básicas de un amplio sector de
la ciudadanía indignada, más allá de sus votantes directos. El valor de su liderazgo y su
discurso no ha sido construir ese electorado desde la nada y desde arriba, por su
indudable habilidad comunicativa. Sería sobreestimar la capacidad constructiva de las
ideas y los líderes. Consiste en haber sabido expresar y dar visibilidad mediática a unas
ideas que sintonizaban con esas aspiraciones de la ciudadanía indignada, conseguir la
simpatía popular por su defensa pública de las mismas frente al establishment y
obtener el reconocimiento político y el aval de una parte popular relevante para
ejercer como nueva representación política.
        Podemos tiene un gran mérito: haber ‘construido’ un mecanismo político, con
un carácter social y democrático, en un momento adecuado: su específica apuesta
electoral con su mensaje y sus líderes. Ha servido de cauce para que una parte
relevante de esa ciudanía crítica pudiese expresar unas posiciones o identidades

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sociopolíticas en el campo electoral e institucional. Por otro lado, la innovación y la
valentía de llevar a cabo una brillante actividad comunicativa, con unos determinados
símbolos e ideas y un hábil liderazgo, no hubieran tenido tanto arraigo si no hubiera
estado creada ya, en el campo sociopolítico y con un amplio tejido asociativo, esa
ciudadanía activa, crítica con el poder y firme y participativa con unos objetivos
transformadores precisos: contra los recortes sociales y las élites dominantes y por los
derechos sociales y la democracia; junto con su experiencia solidaria, sus actitudes de
cambio y su cultura democrática e igualitaria.
        Las propuestas fundamentales de su programa (Más democracia; Más
derechos; Más economía al servicio de la gente) han expresado una síntesis de las
demandas del proceso de protesta social durante estos cinco años y les han dado una
proyección de compromiso público y participación electoral. Han generado la
posibilidad de traducir esas exigencias de la ‘calle’ y desarrolladas en el campo social
en voto en las urnas. El reconocimiento adquirido por sus portavoces y activistas se ha
transformado en el apoyo a una nueva representación política y la correspondiente
ilusión de que su reflejo en la estructura político-institucional coadyuve al avance de
esas aspiraciones.
        Esos tres ejes programáticos –democracia, derechos, giro económico-,
expresivos de los objetivos del actual movimiento popular progresista, han sido
suficientes para establecer una vinculación firme de este nuevo liderazgo político con
los movimientos sociales y la gente activa y recoger la simpatía de un amplio sector de
la ciudadanía descontenta. Necesitan mayor concreción y desarrollo. Son ideas fuerza,
emancipadoras y racionales, que parten del diagnóstico realista de los principales
problemas de la población y proyectan tareas fundamentales de la transformación
política y económica. Se está produciendo una fuerte pugna política y cultural y sus
dirigentes han demostrado capacidad explicativa y argumentativa. Han convencido a
gran parte de la población en esos dos niveles: apoyo directo en las urnas, y simpatía
más amplia pero (todavía) sin delegación representativa.
        En mucha gente descontenta y auto-identificada de izquierdas (y alguna de
centro progresista), al ver defendidas sus ideas también en ese cerrado ámbito
electoral, se han generado emociones positivas: alegría, por ver en el espacio
mediático sus ideas y personas afines; esperanza, por su impacto y su representación;
ilusión… por su conquista y la legitimidad social obtenida. Son actitudes subjetivas,
frente al aislamiento institucional, y enfrentadas a las emociones negativas que trata
de imponer el poder: frustración, desesperanza, miedo y resignación. No se puede
hablar peyorativamente de un plan basado en el emotivismo, de estímulo de las (bajas)
pasiones de la gente. Y mucho menos comparado con el abuso que hacen las grandes
formaciones políticas de sentimientos fundamentales y necesidades básicas de la
población: de seguridad y certidumbre si les apoya la ciudadanía; de miedo y caos si no
les apoya. Es como si la racionalidad o el sentido de la realidad estuviese en el
establishment, mientras las fuerzas alternativas por el cambio social y político fuesen
irracionales e irreales y siempre perjudiciales para la gente. Se trata también de una
pugna en el plano de la subjetividad, fundamental para reforzar la disponibilidad
popular para la indignación ciudadana, la resistencia cívica y la transformación social.
Además, en este caso, supone avanzar en la conformación de una nueva
representación política en el ámbito institucional (parlamento europeo y después en

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las instituciones municipales, autonómicas y estatales), que amenaza la total
hegemonía de los poderosos y la garantía para su estabilidad y su gobernabilidad.
       Junto con esos tres ejes programáticos los portavoces de Podemos han sabido
plantear un nuevo marco interpretativo del conflicto político-social. Han establecido
las ideas y polarizaciones claves que definen el nuevo proyecto y sus tareas
fundamentales. Se trata de superar la simple alternancia de izquierda (oficial)/derecha,
para presentar una alternativa al establishment o poder oligárquico desde la
reafirmación de la democracia y la ciudadanía, apostando por una transformación
profunda (proceso constituyente) del sistema político y económico. Volveremos sobre
ello después de aclarar el significado del eje izquierda/derecha y los conceptos de las
dicotomías planteadas.

       2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por
       la igualdad

        Vamos a tratar varios aspectos para acercarnos a la valoración del eje
izquierda/derecha y definir la pugna sociopolítica actual y la posición de dirigentes de
Podemos de sustituirlo por otros ejes (democracia/oligarquía o ciudadanía/casta) que
expliquen mejor el conflicto social. Primero, las características ideológicas del
electorado, particularmente el autodefinido como de izquierda. Segundo, el significado
real y simbólico del eje izquierda/derecha. Tercero, una valoración global de nuestros
criterios interpretativos sobre las izquierdas, teniendo en cuenta el carácter
ambivalente del PSOE.

       Auto-ubicación ideológica del electorado de PSOE, Podemos e Izquierda Plural

        El Centro de Investigaciones Sociológicas –CIS- viene estudiando desde hace
tiempo la auto-ubicación ideológica de la población sobre el eje izquierda-derecha.
Utiliza una escala de 1 –extrema izquierda- a 10 –extrema derecha-. Los segmentos 1 a
4 se consideran auto-identificados como de izquierda, el 5 y el 6 de centro, y del 7 al 10
de derecha.
        Según su Barómetro de julio de 2014 (publicado en agosto), la auto-ubicación
ideológica del conjunto de la población es la siguiente (en paréntesis los porcentajes
de mayo de 2010, cuando cobran fuerza las políticas de austeridad): segmentos 1-2:
9,9% (7,4); 3-4: 31,2% (24,7); 5-6: 28,4% (28,9); 7-8: 10,1% (9,5); 9-10: 2,8% (2,2); No
sabe y no contesta: 17,8% (27,3) –lo cual es un porcentaje relevante-. El total de la
izquierda suma 41,1% (32,1), el centro 28,4% (28,9) y la derecha 12,9% (11,7). O sea,
teniendo en cuenta la existencia de un porcentaje significativo que no se posiciona, la
gente auto-ubicada en la izquierda es similar a la suma de la situada en el centro y la
derecha. En estos cuatro años la gente que se sitúa en la izquierda ha crecido nueve
puntos, provenientes, sobre todo, del grupo no sabe-no contesta ya que la suma del
centro –baja medio punto- y la derecha –sube algo más de un punto- prácticamente no
varía. La media está en el punto 4,57. Pero considerando que una parte de las
personas de centro se consideran progresistas y más cercanas a la izquierda que a
‘esta’ derecha, el conjunto de izquierda y centro progresista tendría una ventaja

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sustancial frente al centro-derecha (pendiente, claro, de la definición del 17,8%
restante que no se pronuncia).
        Respecto del PSOE sumados sus votantes autodefinidos de centro (31,9%) y de
derecha (9,6%) son algo superiores a los de izquierda (39,7%) y la mayoría de estos son
moderados (21,9% del segmento 4). En las elecciones europeas la media de su base
electoral se autodefine de centro (cerca del punto 5) y también es visto de forma
similar por el conjunto de la sociedad (4,68).
        Así mismo, el electorado en las europeas de IU-ICV se sitúa en el punto 3,4 de la
escala y el de Podemos en el 3,7, aunque la sociedad los ve más a la izquierda (2,67 y
2,46, respectivamente). Aunque hay que resaltar que es el electorado autoubicado de
derechas quien más a la izquierda ve a esas formaciones, desequilibrando las medias.
Es decir, la mayoría de los votantes de Izquierda Plural (para Podemos no hay datos
desagregados, aunque la apreciación podría ser similar) no la ven mucho más a la
izquierda que como se autodefinen a sí mismos. O, dicho de otro modo, sus votantes
tienen una posición ideológica cercana a la que perciben que ocupa esa formación.
        Los datos de ese Barómetro de julio también expresan la suma del voto y la
simpatía, para el caso en que se convocasen ahora elecciones generales y según la
auto-ubicación ideológica. En la tabla 1 se han entresacado los porcentajes de cada
segmento ideológico con la distribución para cada uno de los tres agrupamientos.
Como se ve la media de voto + simpatía a Podemos (13,1%) es superior a la de IU/ICV
(7,1%). El PSOE tiene el 14,6% y el PP el 16,1%. Estamos hablando del conjunto de la
población y sólo expresa su opinión un 65,9%. El resto del 34,1% se pronuncia por
Ninguno (25,4%) o por voto en blanco, nulo o no sabe y no contesta. Por tanto, si
consideramos probables abstencionistas la suma de estos votos y los votos válidos en
esos casi dos tercios que se han definido por un partido, tenemos los datos siguientes
de tendencia de voto en esas supuestas elecciones generales: Podemos, 19,9%, casi el
doble que IU/ICV, 10,8%; es decir, en total reciben el apoyo de más del 30% de la
población; mientras, el PSOE, recibiría algo más del 22%, y el PP, el 24,4%. En la
distribución por cada segmento (son datos sobre el total) existen algunas diferencias
significativas. Podemos recibe un porcentaje mayor de las personas que se auto-ubican
en los segmentos 1 y 2, más a la izquierda, y en los segmentos 5 y 6, de centro, así
como de los que no saben o no contestan sobre su identificación ideológica; al mismo
tiempo, en los segmentos 3 y 4 o izquierda moderada, IU/ICV recorta alguna distancia
respecto de la media. Y muy pocos de los que se definen de derechas simpatiza con
ninguno de los dos.

      Tabla 1: Porcentaje de voto + simpatía según la auto-ubicación ideológica2

         Media 1    2    3    4                          5      6   7   8          9    10 Ns/nc
 Podemos 13,1 30,8 29,3 23,8 16,8                       9,5    3,4 3,7 1,7         0    3,1 14,6

        2
           Hay que advertir que la comparación de los porcentajes hay que hacerla verticalmente entre
los tres partidos; sumadas todas las opciones serían el 100%. Pero no se pueden sumar horizontalmente,
porque cada segmento tiene una dimensión distinta: los centrales y, por tanto, sus porcentajes
contienen mayor población que los extremos.

                                                  9
IU/ICV      7,1    22,5 19,5 17,7 10,2 1,8 1,9 0                 0    0   0        2,2
 PSOE       14,6 12,5 10,6 23,0 33,2 13,4 3,4 3,0 0,9 2,8 0                        16,1
       Fuente: CIS–Barómetro de julio de 2014. 1: izquierda a 10: derecha.

        En este plano ideológico, ambos tienen, sobre todo, simpatías ideológicas y
electorados de izquierda, y suman en torno a la mitad de los segmentos 1 y 2 y en
torno al 40% de los segmentos 3 y 4. Supone que entre la ‘izquierda social’ son
mayoritarios respecto del PSOE. La ‘transversalidad’, recepción de voto y simpatía de
los auto-ubicados ideológicamente en el centro (o derecha) es muy limitada y estaría
compuesta, como máximo y entre los dos, por el 11,3% del segmento 5 y el 5,3% del
segmento 6, aunque con una diferencia por debajo de la media en perjuicio de IU/ICV,
particularmente en el segmento 5 (centro-progresista).
        El PSOE, alcanza el 14,6% de media, menos que el 20,2% correspondiente a la
suma de Podemos e IU/ICV (y descontando el porcentaje de los que no se han
pronunciado, el PSOE tendría el 22,2%, es decir, menos que el 30,7% de la suma de los
otros dos grupos a su izquierda). Estos tienen más peso que el PSOE en los segmentos
1, 2 y 3 y menor en los 4 y 5. Y todos ellos, especialmente IU/ICV, tienen escaso apoyo
en los segmentos de centro-derecha.
        Según otros datos complementarios del CIS, la auto-ubicación global del
electorado de IU/ICV es la siguiente: izquierda (1-4): 70,6%; centro (5-6): 7,1%; derecha
(7-10): 0,8%; (el resto no se define). En todo caso, es significativa la diferencia de la
base ideológica de los electorados de ambos, Izquierda Plural y Podemos, con la del
PSOE, partido cuyos votantes que se sitúan en la izquierda no llegan al 40% del total.
        En conclusión, las referencias ideológicas de la población en torno al eje
izquierda y derecha sí tienen relevancia para la orientación del voto electoral. No son
el factor exclusivo. En particular, el PSOE, a pesar de la amplia desafección electoral,
conserva una parte significativa de electorado autoubicado en la izquierda,
especialmente el moderado, y en el centro progresista. Aunque ese sector mantenga
cierto descontento hacia su gestión gubernamental todavía le sigue votando, ya sea
porque considera que es menos malo que el PP y constituye un freno, ya sea porque su
actuación regresiva está compensada por otros componentes progresistas. La cuestión
es que sigue existiendo una ciudadanía descontenta e indignada contra la involución
social y democrática, que constituye una mayoría de la sociedad y demanda otra
orientación socioeconómica y más democracia. Sus referencias ideológicas la sitúan,
fundamentalmente, en la izquierda y el centro progresista, y en sus referencias
electorales, aparte de la configuración del llamado electorado indignado (Podemos,
Izquierda Plural, Primavera Verde…), otra parte –similar- sigue votando al PSOE y otra -
menos relevante- a varias formaciones de ‘centro’ o centro-derecha (a quienes vota,
sobre todo, el sector conformista o conservador).
        Para el convencimiento de ese electorado decisivo y la consecución de
mayorías sociales se establecen las distintas estrategias políticas y comunicativas: el
PSOE, intentando que se olvide la gestión de su cúpula gubernamental y con una
retórica ‘centrada’ y ambigua; Izquierda Plural, de acuerdo con su posición en el eje,
intentando hacer ver que el PSOE es de ‘derechas’ y que la alternativa es la auténtica
izquierda, y Podemos que la cúpula socialista es de la casta y la alternativa es la
ciudadanía y la democracia. La incógnita es la eficacia de cada discurso para conectar
                                           10
con la realidad de la estrategia de cada agrupamiento político, explicar la justeza o no
de su discurso, enlazar con la mayoritaria cultura cívica, social y democrática, así como
la credibilidad de cada formación y su liderazgo para representarla.

       Significado real y simbólico del eje izquierda/derecha

        Para Podemos la polarización entre izquierda y derecha está superada. El
conflicto principal es entre los de abajo y los de arriba, el pueblo o ciudadanía
descontenta frente al poder oligárquico o la casta. Por otro lado, para el primer
ministro socialista francés, Manuel Valls, la izquierda va a desaparecer si no se
convierte al social-liberalismo e impulsa el pragmatismo centrista de la gestión de la
austeridad y los recortes sociales, es decir, se coloca más activamente al servicio del
poder económico. Es el camino iniciado por el líder del Partido Demócrata italiano,
Mario Renzi, referencia para la dirección del PSOE.
        El significado de izquierda es confuso porque conlleva dinámicas
contradictorias. Se formó hace dos siglos como defensa de los de abajo frente a las
oligarquías conservadoras. Pero gran parte de ella, las cúpulas socialdemócratas desde
su acción gubernamental, ha perdido esa identidad de defensa de las clases populares
y forma parte del establishment y sus compromisos con los poderosos, los de arriba.
        Por otra parte, en distintas tradiciones, esa idea de las izquierdas se asocia a la
justicia social y la democracia, a la defensa de los derechos sociales y laborales frente a
los recortes, la austeridad, la corrupción o el autoritarismo de la oligarquía financiera y
las élites gobernantes. Muchas personas se auto-identifican con esa referencia
ideológica o conservan una cultura popular igualitaria que les permite fortalecer su
indignación contra la actual gestión regresiva y autoritaria de la crisis, oponerse al
poder establecido y desear un cambio social y político de progreso.
        Se trata de analizar quién y qué es la izquierda para plantearse qué está
superado, en qué sentido se debe renovar y qué elementos –igualdad y democracia- se
deben reforzar para favorecer un proyecto transformador emancipador frente al
regresivo poder establecido.
        La polarización de los de abajo frente a los de arriba (considerando que hay
sectores intermedios) se debe complementar con una orientación sociopolítica y
cultural basada en los valores de igualdad, libertad y democracia. Estas ideas y
aspiraciones son compartidas por capas populares que se autodefinen de izquierda o
centro progresista y les permiten diferenciarse del bloque de poder antisocial. Por
tanto, hay que asociar al pueblo o los de abajo con una política emancipadora,
democratizadora e igualitaria. Las categorías sociodemográficas, capas populares
frente a élites dominantes, se convierten en corrientes sociopolíticas, en actores o
sujetos, a través de su experiencia en el conflicto social y político y su cultura
democrática y social. El resultado de esa doble pertenencia, capas subordinadas y
experiencia emancipadora, constituye la mayoría social crítica, con una cultura
democratizadora y popular, necesaria para el cambio político. Es una fuerza
renovadora con una nueva orientación social e ideológica, que debe apoyarse en una
nueva teoría social crítica.
        La representación política y cultural mayoritaria de la izquierda (o mejor,
izquierdas, en plural), en las últimas décadas, ha sido hegemonizada por la

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socialdemocracia que, precisamente con su giro al Nuevo centro o Tercera vía, ha
abandonado sus prioridades fundamentales de profundizar realmente en la igualdad y
la democracia, particularmente en los derechos sociales, económicos y laborales.
Además, con la crisis sistémica, económica, político-institucional y europea, sus
aparatos gobernantes han aplicado una estrategia contraria a la justicia social y el
respeto a los derechos sociolaborales, han ejecutado unas políticas regresivas y
antisociales y han incumplido sus contratos con la ciudadanía. Es decir, su gestión
supone una involución en los valores democráticos y el respeto a los derechos
humanos, sin que se vislumbre una reconsideración autocrítica ni una reorientación
clara.
         Por otra parte, históricamente se han realizado diversos intentos de conformar
una izquierda nueva o auténtica, diferenciada del giro centrista de la socialdemocracia
o de sus corrientes más economicistas o rígidas. En el terreno social han sido, desde los
años setenta, los nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, pacifismo…)
quienes han modificado, renovado y ampliado las tradiciones de la problemática social
y los discursos, reivindicaciones, sistemas organizativos y reconocimientos sociales y
políticos de las izquierdas (incluido los partidos verdes). En el ámbito político-electoral
la propuesta de Izquierda Unida es una reafirmación en las referencias de la izquierda
democrática europea, junto con distintas inercias organizativas y discursivas que
deberían superar, para que puedan aportar lo mejor su experiencia en la acción social
y democrática.
         El contenido sustantivo de forjar una mayoría social frente al poder oligárquico,
basado en la participación popular contra la desigualdad y por la democracia podría ser
común entre Podemos e Izquierda Plural. La diferencia sería, sobre todo, de carácter
simbólico y de formas discursivas. Sin embargo, tiene implicaciones por su impacto en
la valoración de las tradiciones, la adecuación de los discursos a las nuevas realidades y
la legitimación de los distintos actores.
         El PSOE vuelve a utilizar el rótulo de izquierda, aunque es una retórica
instrumental y no supone un giro a una política diferente a la del periodo anterior.
Pero en esta fase y con la cúpula y la orientación actual del PSOE, utilizar un
simbolismo compartido (izquierda) no clarifica esa diferenciación. A no ser que el
conjunto del PSOE y, en particular su aparato, se reconvirtiera hacia una auténtica
izquierda, cosa improbable, o claramente dejara de declararse de izquierda, dejando el
símbolo en manos solo de IU.
         Ello no impide valorar elementos comunes y llegar a acuerdos concretos o a la
convergencia de posiciones parciales, como a veces ocurre entre distintas formaciones
políticas en foros parlamentarios, entre los sindicatos y las organizaciones
empresariales o entre otros movimientos y grupos sociales con instituciones diversas,
respecto de tal o cual reivindicación o actividad. Pero el hilo conductor ahora es cómo
hacer frente al cambio gubernamental, precisar los acuerdos necesarios, clarificar las
posibilidades para ello y situar el papel de esos símbolos y su contenido sustantivo.
         Han adquirido mayor relevancia graves problemas sociales para la población: la
cuestión social, la desigualdad socioeconómica y la involución democrática y de
derechos. Y, paralelamente, la necesidad de la reafirmación ciudadana en los mejores
fundamentos de la izquierda: igualdad y democracia (o libertades y no dominación),
además de otros como la solidaridad, la laicidad o la acción contra toda discriminación.

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Se produce una paradoja. Por un lado, los valores clásicos de la izquierda
democrática europea de estos dos siglos tienen más importancia y vigencia para
transformar la realidad de desigualdad, empobrecimiento y subordinación, mediante
la participación popular frente al establishment. Por otro lado, la marca izquierda no es
clara para representarlos y fortalecerlos y ha sido instrumentalizada y anulada en el
ámbito institucional por la tercera vía (o nuevo centro) socialdemócrata. O bien, ha
sido asociada a otras realidades históricas del llamado socialismo real, con regímenes
autoritarios con su nueva nomenclatura dominadora y sin libertades democráticas, o
se vincula con discursos anquilosados y prácticas burocratizadas. O sea, partes
significativas de las izquierdas se han asociado con los de arriba, los poderosos o
dominadores, muchas veces con grandes déficits democráticos.
        Por tanto, la contraposición simbólica izquierda/derecha es confusa, ya que en
la marca izquierda coexisten diversas tradiciones, unas buenas y otras menos buenas, y
distintos intereses sociopolíticos y corporativos. Pero lo significativo para la percepción
global de la población es que últimamente la ha gestionado, sobre todo, la
socialdemocracia con un discurso y una estrategia, según ellos mismos, de ‘nueva vía’
o ‘centro’. Gran parte de la población ve esa contraposición como la simple alternancia
de cúpulas gobernantes, hoy con similares proyectos en las cuestiones
socioeconómicas y políticas fundamentales. Ese eje no reflejaría una oposición sino
una línea de consenso, de limitada alternancia y sin alternativa. Se trata de superar ese
esquema que genera confusión, ya que la dirección de la izquierda mayoritaria
(socialdemocracia española y europea) ha hecho una reconversión ideológica hacia el
centro social-liberal y una última gestión gubernamental e institucional,
fundamentalmente, de derechas, no igualitaria y con déficit democrático.
        En este periodo de crisis económica y política y de consenso básico entre
conservadores y socialdemócratas sobre la austeridad (flexible) y los temas de Estado,
a veces puede haber mucha confrontación mediática, incluso fuerte crispación, entre
el PP y el PSOE. Pero no suele obedecer a profundas diferencias estratégicas o de
opciones fundamentales, hoy bastante coincidentes, sino a temas menos relevantes.
Podemos decir que la diferenciación pública, cuando no hay consenso de fondo, se
establece entre dos cúpulas del poder establecido. Por una parte, una élite de
derechas, liberal-conservadora, consecuente con las políticas regresivas en todos los
aspectos, que quiere aparecer de centro-derecha, como la mayoría de sus votantes.
Por otra parte, otra cúpula de derechas, social-liberal, que quiere que le consideren de
centro-izquierda, como se identifica su base social, y es consecuente también con la
estrategia liberal-conservadora con algunos matices. La cuestión es que su retórica de
centro no ha tenido credibilidad, aunque la complemente con algunos aspectos de
izquierda, algunos significativos, por ejemplo en el tema del aborto, dando por
supuesto que una parte de su base afiliada y votante tiene posiciones de izquierda, de
justicia social y defensa de los de abajo. Normalmente el conflicto entre sus equipos
dirigentes no se produce en temas de Estado, ni en las grandes líneas socioeconómicas
o europeas. La polarización parcial, a veces, es tensa, y se instrumentaliza según las
conveniencias del marketing por el aseguramiento de la legitimidad de sus aparatos
respecto de sus respectivos campos electorales.
        Esos giros –discursivo, al centro, y ejecutivo, a la derecha- de los aparatos
socialdemócratas no determinan que deba dejarse de utilizar esa expresión izquierda o

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que, bien acotada, sea un elemento significativo de la identificación popular. Existen
amplios sectores sociales que se autodefinen de izquierdas, incluida cerca de la mitad
de la base socialista y la gran mayoría de los votantes y simpatizantes de Podemos e
IU/ICV. Mantienen vigentes los valores de justicia social, los derechos socio-laborales,
la redistribución y la democracia. Son actitudes progresistas y de izquierda que les han
llevado a la crítica a los poderosos y el apoyo a la protesta social frente a la política
autoritaria de austeridad. En la sociedad todavía existen esa cultura positiva de
izquierdas y suficientes energías sociales para defender la igualdad y profundizar la
democracia. Ahora bien, aparte de qué política de fondo hay que desarrollar, el
interrogante es qué símbolo es más útil para que se identifique la ciudadanía en su
pugna político-electoral con el establishment: ¿Disputar la marca que se ha vuelto a
apropiar la dirección del PSOE para camuflar su giro al centro, ahora que su marca
centrista con gestión de derechas no ha dado resultados y está asociada a políticas
socioeconómicas liberales sin respeto por la opinión ciudadana? ¿A quién considera la
gente cuando se habla de izquierda política?
        El PSOE y sus bases sociales tienen un carácter ambivalente. Tienen
componentes de izquierdas, pero lo sustantivo de su aparato, su gestión y su proyecto,
político y socioeconómico, no son de izquierdas. La vocación de la nueva dirección de
volver a gobernar con similares estrategias y las mismas dependencias con el poder
establecido no augura un giro a la izquierda. Su estrategia comunicativa consiste, sobre
todo, en hacer olvidar su última gestión de derechas y mantener la ambigüedad sobre
una política centrada, sin diferencias sustanciales con la dominante en la Unión
Europea y el consenso de la socialdemocracia con el bloque de poder encabezado por
Merkel. La respuesta de la gente sobre quién o qué es izquierda, cuando menos, no es
sencilla y está presa de esa ambivalencia. Se puede resolver parcialmente haciendo
valer los valores en que se asienta la izquierda social y reafirmando el papel de una
izquierda política consecuente y renovada.

       Refuerzo, renovación y superación de la izquierda

        En relación con la izquierda se deben desarrollar tres tareas complementarias y
con una relación compleja entre sí: existen componentes a reforzar, otros a renovar y
algunos directamente a abandonar y superar. Hay que apoyarse en los valores
democráticos e igualitarios de la izquierda social, reforzarlos y representarlos, evitando
diferenciaciones artificiales o a efectos de legitimación particular. Definir los
adversarios reales, el campo de los aliados y el proyecto de cambio es la tarea común
de un polo diferenciado de la socialdemocracia y alternativo a la derecha. Igualmente,
hay que renovar y reelaborar el análisis, los proyectos y las ideas fuerza, junto con
nuevos esquemas analíticos y discursivos que simbolicen e interpreten el contenido
fundamental de los nuevos conflictos sociopolíticos y culturales. Debemos seleccionar
lo adecuado del pensamiento, la acción y los valores de las izquierdas (y otras
corrientes progresistas e ilustradas) y rechazar lo inadecuado. Realizar la
correspondiente valoración crítica de sus tradiciones más negativas, en particular y a
veces, su falta de sensibilidad democrática y de respeto al pluralismo y la existencia de
ciertos dogmatismos.

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Por tanto, se trata de cambiar discursos, renovar representaciones y liderazgos
y elaborar nuevos símbolos que expresen mejor las identidades colectivas
transformadoras en un sentido igualitario, emancipador y democrático. Y para ello es
necesario contar con la experiencia en la lucha democrática y social, la
representatividad y las mejores tradiciones culturales de las izquierdas
transformadoras. Lo nuevo no puede prescindir de las mejores características de lo
viejo. Elementos tradicionales en la acción democrática y de izquierdas,
convenientemente renovados, son fundamentales en la nueva época. Pero habrá que
superar la debilidad en el campo simbólico y discursivo para expresar claramente un
proyecto político transformador y democrático, así como sus bases sociales y las
alianzas, y abordar el hecho de que una parte del sector de centro-izquierda todavía
considera que la dirección socialista les representa políticamente.
        No obstante, la consolidación y ampliación del proyecto de cambio, se apoya,
sobre todo, en la gente de izquierda. Sin embargo, desborda la gente auto-identificada
con la izquierda, su base se asienta entre la ciudadanía descontenta y crítica con el
poder establecido por su estrategia regresiva. Su cultura es progresiva en lo social y
democrática en lo político. Incluso aunque algunas de esas personas se auto-ubiquen
en el centro-derecha, su oposición a los recortes sociales o a la corrupción de las
grandes instituciones, su talante crítico, social y democrático les distancia del bloque
de poder regresivo y autoritario, y es progresivo.
        Hemos expuesto la polarización o dicotomía entre izquierda y derecha. Por un
lado, con la crisis sistémica y la gestión autoritaria y antisocial de las élites
gobernantes, incluida la socialdemocracia, se han revalorizado los temas y valores
clásicos de la izquierda democrática europea: justicia social (igualdad socioeconómica
y derechos sociolaborales) y democracia (libertades, participación, no-dominación).
Igualmente, en el plano relacional e histórico, se ha configurado una ciudadanía
indignada, de carácter popular, emancipador y democrático. Y junto con la
movilización social de una ciudadanía activa, se ha abierto una pugna de fondo frente a
la gestión regresiva de los poderosos, cuestionando su legitimidad. Por otro lado, la
gran mayoría de votantes de Izquierda Plural y Podemos, así como la mitad de los del
PSOE, se sitúan ideológicamente en la izquierda, es decir, comparten esos valores
básicos. Finalmente, hemos señalado los problemas para la identificación de la
ciudadanía con la izquierda política dada, cuando menos, la ambivalencia de la
pertenencia de la socialdemocracia a ese bloque –diferenciando cúpulas de su base
militante y votante-. El vocablo izquierda no es unívoco y se presta a confusión, pero
dentro de las izquierdas hay experiencias, tradiciones y valores fundamentales para
aportar en la nueva época. Está vigente el conflicto de gran parte de la misma con la
derecha y la involución social y democrática y hay un sentido de pertenencia entre
amplios sectores de la sociedad, basado en esos valores de la igualdad y la
emancipación asociados a la izquierda. Todo ello sigue vigente, no está superado, se
debe realzar y formar parte de la identificación popular.
        En resumen, falta por profundizar el contenido de las izquierdas, renovar su
pensamiento, sus discursos y sus estructuras organizativas y, específicamente,
reelaborar y resignificar sus signos y sus símbolos. Pero, sobre todo, hay que definir de
otra forma los polos del conflicto social, por una parte, las capas dominantes y, por
otra parte, el sujeto emancipador, la ciudadanía crítica y sus principales actores, con

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un proyecto transformador por la igualdad, la libertad y la democracia. Es la virtud de
Podemos de resituar los ejes del conflicto entre las capas populares y el poder
establecido, entre el desarrollo de la democracia y el autoritarismo de la oligarquía. A
partir de ahí hay que elaborar y complementar los nuevos ejes con un nuevo proyecto
de cambio, con una teoría o pensamiento críticos entre los que caben los mejores
valores igualitarios y democráticos de la acción popular emancipadora, de izquierdas y
progresista.

       3. Significado de casta

        La palabra casta ha tenido un fuerte impacto mediático. Le ha puesto un
apelativo peyorativo a unas élites dominantes, hoy día, impopulares y autoras de una
gestión regresiva, política y socioeconómica. Apunta a la existencia de una minoría
oligárquica que busca reforzar sus privilegios y su poder a costa de mayor desigualdad
y subordinación para la mayoría de la sociedad. De ahí su relevancia pública, por un
lado, por su conexión con la deslegitimación ciudadana de los poderosos y, por otro
lado, por la reacción airada de ese grupo dominante aludido ante su identificación y su
descalificación.

       El concepto de casta

        La utilización de la palabra casta es muy variada y afecta a cuáles son sus
significados exactos, sus características y su amplitud. Según el diccionario de la Real
Academia de la Lengua, casta es un “grupo que forma una clase especial y tiende a
permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”. Según el diccionario de
María Moliner sería un “grupo constituido por individuos de cierta clase, profesión,
etc. que disfrutan de privilegios especiales o se mantienen aparte o superiores a los
demás”. Según la acepción académica (y popular) sería un grupo separado o
distanciado de las capas populares, con una situación privilegiada y ventajosa.
Tenemos ya dos criterios de selección: por encima de las capas populares o la gente
normal y corriente, y con ventajas comparativas. Es decir, serían capas altas o élites
dominantes con privilegios especiales y no merecidos que abusan de su posición de
poder y estatus. Pueden derivar de su colocación dominante en la economía (o la
herencia) o por su posición de control de los recursos públicos que utilizan en
beneficio propio (más o menos legales o corruptos).
        En este caso hablamos, sobre todo, de la casta política en un doble sentido. Por
un lado, a su vinculación y defensa de los intereses del poder económico-financiero –la
casta financiera-gerencial-, no de la mayoría de la sociedad. Favorecen una
acumulación de ventajas y poder hacia una élite dominante junto con los privilegios
corporativos hacia los gestores que lo dirigen. Por otro lado, a las personas y grupos
que, con una gestión corrupta o mafiosa de los recursos e instituciones públicas,
obtienen beneficios ilícitos, económicos, de estatus y poder. En esa circunstancia se
puede confundir con solo un comportamiento criminal o corrupto. Pero el aspecto
principal es su conexión con el primer caso, con la participación y complicidad de
núcleos de poder, con supuesta impunidad. Por ello existe también una
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responsabilidad de los altos organismos institucionales o partidarios, controladores o
supervisores, así como por la falta de adecuación y aplicación estricta del sistema
legislativo, judicial y penal.
        Esa casta se ha conformado por unas élites dominantes mediante su gestión de
políticas antipopulares, con incumplimiento o alejamiento de sus compromisos
sociales y democráticos. Se ha producido durante un periodo decisivo de crisis donde
la población ha visto grandes polarizaciones sociales y económicas: por un lado,
agravamiento de las condiciones socioeconómicas y mayor subordinación y
desconsideración hacia la mayoría de la sociedad; por otro lado, enriquecimiento sin
límites, prepotencia y autoritarismo de capas dominantes. Pero ante esa ofensiva
antisocial de los poderosos también se ha generado una pugna sociopolítica y cultural:
la activación de una ciudadanía indignada y un amplio proceso de deslegitimación del
establishment, con riesgo para la estabilidad de su estatus por lo que reacciona de
forma airada. Es pues una minoría dirigente, incrustada en las altas instituciones, que
impone privilegios y beneficios para los poderosos –económicos y políticos- en
perjuicio de la mayoría de la ciudadanía y del interés general de la sociedad.
        Por esa vía, y al margen del contenido peyorativo que refleja y que quizá le ha
dado un mayor impacto mediático, llegamos a un contenido similar al de otros
conceptos utilizados aquí y en distintos ámbitos para definir ese bloque de poder
oligárquico y prepotente. Unas palabras incluyen directamente la oligarquía
económica-financiera (según el diccionario de María Moliner): establishment, “clase
social influyente que intenta mantener el orden establecido”; poderosos, “clase
compuesta de ricos e influyentes (que controlan y gestionan el poder)”. O corporate
clase, capa gerencial, inversora-especuladora e institucional-gestora. Otras
expresiones, al igual que ‘casta’, se refieren más, aunque con íntima imbricación con el
poder económico-financiero, al ámbito de las altas instituciones políticas: capas
gobernantes, élites dominantes, clase política, bloque de poder liberal-conservador
(representado por Merkel) o simplemente Troika (FMI-CE-BCE)… Y, finalmente,
oligarquía en su doble acepción: 1) grupo minoritario de personas que asume la
dirección de una organización sin dejar intervenir a los demás, y 2) organización
política en que el poder es ejercido por una clase social dirigente. O sea, puede ser un
régimen político, elitista y autoritario, o bien su prepotente clase dirigente.
        Cabe una aclaración complementaria sobre la amplitud de algunas de estas
palabras, dada su relativa ambigüedad. Por ejemplo, élite (siguiendo con el diccionario
María Moliner) significa “grupo selecto de personas, por pertenecer a una clase social
elevada o por destacar en una actividad”. O sea, existen élites científicas, artísticas,
deportivas, profesionales y también élites económico-financieras y élites político-
institucionales. El aspecto de tener una función destacada no sería objeto de crítica; en
ese sentido podría incorporar al conjunto de expertos, técnicos, gestores y
profesionales, o sea, a las clases medias con un status más selecto que las capas
trabajadoras o precarias. Cuando la población critica a las élites, lo puede hacer solo
por sus comportamientos elitistas, separados del pueblo llano, pero sobre todo se
refiere al otro aspecto de ‘clase social elevada’. Su particularidad actual es que ejercen
un poder económico e institucional en provecho propio y en perjuicio de la mayoría de
la sociedad. Esa nueva realidad relacional e histórica del comportamiento antisocial de
las actuales élites dominantes es lo que las hace odiosas para la mayoría de la

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población. Así, se debe acotar su significado político deslegitimador y evitar introducir
a capas sociales que no participan de ese componente de clase alta con un papel de
dominación y posesión. Por ello hay que precisar su sentido principal de élites
‘dominantes’ y prepotentes, que abusan de su poder, con un papel selectivo y
destacado en el control de la estructura económica e institucional, caracterizada
últimamente por su gestión regresiva.
        Similar enfoque hay que dar a la expresión clase política o políticos. Hemos
analizado detalladamente el amplio desprestigio de la clase política y la exigencia de
democratización (Antón, 2013: 171-199). La población cuando habla de políticos no se
refiere al conjunto de representantes y gestores de la cosa pública, sino
específicamente a los componentes de los grandes aparatos político-institucionales. En
particular, expresa la crítica a los gobernantes que, con la estrategia regresiva e
impuesta de la austeridad, están gestionando las políticas y los recursos públicos en
beneficio de una minoría pudiente, en perjuicio de la mayoría social y en contra de su
opinión mayoritaria. Incluso cuando la mayoría de la ciudadanía critica a la ‘política’ no
se refiere a toda la actividad pública y representativa de los distintos actores
sociopolíticos, sino a la gestión de la ‘clase política’ (Estudio 2916 del CIS, octubre de
2012).
        Como se ha demostrado en estos últimos tiempos, con la masiva participación
ciudadana en la protesta social progresista y su gran legitimidad social, así como con el
amplio apoyo a opciones electorales alternativas, la mayoría de los sectores críticos y
del conjunto de la sociedad no es antipolítica y ‘no pasa’ de los asuntos públicos sino
todo lo contrario: ha fortalecido una conciencia cívica, una cultura ética, participativa y
democrática, rechaza estas políticas antisociales y sus gestores y apuesta por un
cambio de estrategias políticas y de políticos. O sea, la mayoría de la ciudadanía exige
la renovación de esas élites y la profunda regeneración democrática del sistema
político. Incluso llegando más allá, a la demanda de recambio de esta clase política con
la opción de que Lo mejor para renovar y revitalizar nuestra actual vida política sería
que…surjan nuevos partidos, plataformas o agrupaciones que compitan con los
actuales partidos y que permitan así a los ciudadanos un número más amplio de
opciones por las que poder votar, la eligen ya en el año 2013 (datos de Metroscopia, en
el diario El País del 2 de junio) el 70% de los encuestados y sólo el 25% apoya la
continuidad de los mismos partidos.
        La crítica popular a esa actuación política de las capas gobernantes, prepotente
y regresiva socialmente, es clara y contundente. Según la encuesta postelectoral del
CIS, de junio de 2014, a la pregunta Los/as políticos no se preocupan mucho de la gente
como Vd., las respuestas de la población son las siguientes: Muy de acuerdo, 46,2%. De
acuerdo, 37,3%. En desacuerdo, 12,7%. Muy desacuerdo, 1,3%. El que más del 80% de
la población considere que las y los políticos no se preocupan suficientemente por la
gente supone un cuestionamiento democrático a esa élite política, ya que considera
que sus prioridades son otras, el beneficio de la minoría poderosa y el suyo propio. Es
una crítica en toda regla a una función que, en lo fundamental, no se considera
representativa del interés de la sociedad o del bien común. Estos datos no son nuevos;
similares conclusiones proporcionaban ya las encuestas de Metroscopia, publicadas
(diario El País) los días 5 de agosto de 2012 y 13 de enero y 2 de junio de 2013. Pero a
continuación hay que añadir y remarcar que “cuando la ciudadanía critica a la política

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