Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

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Manuel Bauche Alcalde
       confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

                                    Felipe Gálvez Cancino

                          Esto perfeccionará aquello, y lo segundo hará lo propio respecto de
                          lo primero. Tal es la enseñanza que dejan los episodios que aquí se
                          narran. Historias que suelen entretejerse al calor del ámbito don-
                          de diversas estirpes y personajes se mueven e interactúan, ya por
                          amor, guerra, juego, estudios, trabajo, negocios, amistad o simple
                          coincidencia. Cuando el que con afán por años sigue rastros, de
                          pronto topa con gente en cuya trayectoria labora, y ésta de nuevo
                          camina, ríe, canta, sueña, odia o ama, vive y mata sin pudor algu-
                          no. Con toda naturalidad. Como se come, se escribe, se habla, se
                          sueña, se ríe, se ata, se vive y se mata.
ERAN DÍAS DE ESFUERZO REDOBLADO. Escribía para dos revistas, impartía
cátedra en mi Facultad, jugaba cuanto podía con Leonardo y Myrna,
mis primogénitos, y, si necesario era, cruzaba la ciudad tres o cuatro
veces por jornada.
   Por si algo faltara, en horas robadas al sueño redactaba Los felices del
alba. La primera endécada de la radiodifusión mexicana, 1920 a 1930, repor-
taje con el que concluí mi carrera universitaria.
   Así que cuando exhausto llegaba a la cama, poca o ninguna impor-
tancia daba al ruido que alguien, no sabía quién, noche a noche emitía
en alcoba contigua a la mía, desde un dúplex que se alzaba a nuestra
espalda, en Villa Coapa.
   El teclear nocturno era constante y disciplinado. No había día del año
en que la máquina aquella dejara de sonar; pero yo llegaba tan fatigado
que aún en medio del golpeteo aquel me abandonaba al sueño. Lo único
que me intrigaba, y mucho, era la identidad de dactilógrafo, pues llovie-
ra o no, en día hábil o de asueto, escribía y escribía sin parar.
   Una tarde mi indagación universitaria me condujo a su puerta. En-
viado sucesivamente por el poeta Raymundo Ramos y la profesora
María de Los Ángeles Gómez Camacho, iba en busca de una tía de
ambos, doña Margarita Gómez Fernández, la señora de la casa.

ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2003 • UAM-X • MÉXICO • 2004 • PP. 43-65
Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   Por la vía telefónica había ofrecido facilitarme, en calidad de présta-
mo y para su reproducción en un taller de fotografía, las imágenes de
dos hermanos suyos.
   Las fotos de Adolfo Enrique y Pedro Gómez Fernández, dos médi-
cos militares que en 1921 hicieron funcionar a la primera radiodifusora
de propiedad privada en México. Un transmisor de 20 watts decomisa-
do a un pesquero pirata estadunidense, aparato que instalaron en es-
trecha taquilla ubicada en los bajos del desaparecido teatro Ideal, del
número 6 de la calle de Dolores, frente a la Alameda Central.
   Emisión memorable ocurrida el 27 de septiembre 1921, día del cen-
tenario de la consumación de nuestra independencia, fecha que coin-
cidía con el aniversario número 26 de su hermano Adolfo Enrique,
quien había llegado al mundo en 1895.
   Noche en la que, en su honor y con el patrocinio de Francisco Barra
Vilela, el entonces empresario del Ideal, José Mojica fue la estrella del
programa, y la niña María de los Ángeles Gómez Camacho, hija del
festejado, la otra cantante de la emisión.
   Breve fue la misma. Mojica interpretó Vorrei morire, de Paolo Tosti;
Tango Negro, del músico nuevoleonés Belisario de Jesús García, la pe-
queña María de los Ángeles Gómez Camacho.
   Y mientras doña Margarita hacía evocaciones, yo miraba la foto de
un jinete que, por lo ajustado de su uniforme y lo robusto de su tórax,
más que militar parecía un tenor a punto de emitir estruendoso Do de
pecho.
   Meditaba en eso cuando detrás de unos lentes sobre el puente na-
sal, la faz rubicunda de un hombre asomó en la breve sala.
   El hombre me sonrió al pie de la imagen y entonces advertí la envi-
diable, por perfecta, caligrafía de quien redactara la dedicatoria que la
calzaba. El signatario subrayaba su orgullo por recibir el grado de co-
ronel Constitucionalista avalado con la firma de Venustiano Carranza.
   Una corta pausa me dio pie para provocar el diálogo y de paso cal-
cular la edad de quien entraba. Y en son provocador le pregunté:

   —¿Acaso es usted durante la revolución?
   —No, yo no soy el de la foto. Llevo sus apellidos, pero él era treinta
o más años mayor que yo... Él era mi padre y como puede usted ver,
aquel día era de dicha y orgullo para él. De ahí lo emotivo de su dedi-
catoria para mi abuela. Porque a ella le envió esa foto...

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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   Don Joaquín retornó al asunto de los Gómez Fernández y afinó
algunos detalles de las diversas versiones que yo había recogido antes
de llegar allí.
   Y cuando consideró propicio, declaró que él escribía. Radionovelas,
para ser puntual. Esa era su especialidad, y a diario, dijo, gustoso cum-
plía con ella.
   Estaba por fin ante aquel incansable que noche a noche, sobre su
máquina, laboraba casi junto a mis oídos...
   Don Joaquín puntualizó:

   —Lo mío no es nada del otro mundo. Repeticiones con cierta dosis
de fortuna. Asuntos viejos y eternos. Nada que los clásicos no hayan
tocado mejor antes que yo. A ellos sí se les debe considerar originales.
Ellos sí que abordaron novedosamente los temas que preocupan y afli-
gen al hombre. Lo mío son meros remedos de lo de ellos. Yo si acaso
intento darle vuelta a sus asuntos, mismos que busco adaptar a mi épo-
ca. Yo visto y doy apariencia de contemporáneos a personajes suyos. En
ellos abrevo. Ese es acaso, si es que lo tengo, el mérito de mi quehacer.

   Retomé la voz y traje a la plática que alguna vez leí un episodio
ocurrido en Chihuahua en el que un Bauche Alcalde jugaba un papel
importante en determinado momento.
   Aquél pronunciaba un rápido discurso durante una ceremonia en
honor de un anonadado Francisco Villa que en sólo unos cuantos mi-
nutos de oratoria recibe un diluvio de elogios en su honor, a cual más
de exagerados, acto que repetido una y otra vez, revienta cual pompa
de jabón cuando el guerrillero con la presea entre sus dedos la muestra
a todos y suelta esta frase memorable:

      ¡Esta es una miserable pequeñez para darla a un hombre por todo el heroís-
      mo del que han hablado!

   —Conozco la anécdota –dijo mi interlocutor–. John Reed la escri-
bió cuando, como mi padre y un tío mío cuyo nombre llevo, anduvo
entre la tropa aquella. El hombre cuya foto comentamos era el orador a
quien Reed alude en esa redonda y contundente anécdota.

  Transcurridos treinta o más años desde aquel encuentro con Joaquín
Bauche Alcalde, me enteré de que Guadalupe y Rosa Villa, dos historia-

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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doras nietas de Pancho Villa, recientemente publicaron, en elegante edi-
ción facsimilar, un manuscrito clave en la biografía de Villa, cuyo origi-
nal de puño y letra es obra del jinete de la foto que por primera vez vi
hace decenios en el dúplex de los Bauche Gómez, en Villa Coapa.
   Así que decidido salí a localizar a alguien de la estirpe de mis otrora
vecinos. Pero el reencuentro no se dio. Él había muerto en los años
ochenta, y doña Margarita Gómez Fernández, su viuda, nonagenaria
ya, unos días antes, el 30 de noviembre del 2003, en Quintana Roo.
   Me impuse entonces de otra mala nueva: en febrero del 2003 Ma-
nuel Bauche Alcalde IV, quizá el más destacado de sus hijos –infatigable
periodista, publicista radiofónico, director y productor de teatro–, tam-
bién había perecido.
   De esto me informaron, al iniciar diciembre del 2003, su hijo Bruno
Bauche Alcalde, y su viuda Virginia Rodríguez de Bauche, quienes me
notificaron que días atrás su familiar había recibido un emotivo reco-
nocimiento por parte de la SOGEM...
   Para entonces había hablado ya con don Juan Manuel Bauche Alcal-
de, el hijo supérstite de María Elena Espejo y el Manuel Bauche Alcalde
motivo de la presente semblanza.
   Y en esos momentos fue cuando concluí que dotado del valor, la
seguridad y la determinación que la ocasión reclamaba, sin más punta
a mano que la de su estilográfica, Manuel Bauche Alcalde recabó en
1914, de la agreste voz de Pancho Villa, la más singular relación de los
primeros veinte años de su vida.
   Para entonces había visitado ya el Panteón Francés de La Piedad y
había estado frente a la tumba familiar de Bauche Alcalde, y obtenido
copia de una lista fechada en 1926 con los nombres de uno de los gru-
pos a su cargo en la Secundaria Uno, enterándome también de que
alguna vez impartió cátedra en el Conservatorio Nacional de Música.
   Por eso es que puedo asegurar que además de Ojos Muertos, obra
que Bauche redactara para la escena, y el libro En mis prisiones –volu-
men que aparentemente desapareció, y en el que según don Carlos
González Peña, Bauche habla de sus padecimientos durante la guerra
civil–, El Duque de Mantua únicamente dejó un manuscrito por editar,
una especie de Manual de la Elocuencia destinado a formar oradores.
Texto que redactó luego de su largo paso por los terrenos del político,
el conferenciante y el educador.

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

    Ahora falta rescatar cuanto antes los cáusticos textos del agitador,
los recios argumentos del polemista y agudos señalamientos del crítico
de ópera, música y teatro.
    Por eso puedo asentar aquí que el orador y periodista maderista,
enseguida periodista y militar villista, y más tarde coronel constitucio-
nalista, empresario teatral, cronista y educador, Manuel Bauche Alcal-
de, nació el 3 de junio de 1881.
    Así como también afirmar que a dos semanas de cumplir los cuarenta
y ocho años de edad, dañado severamente por aguda endocarditis
bacteriana, su corazón dejó de latir el 19 de mayo de 1929. Y que a poco
de ocurrido lo anterior, una breve calle medio perdida en la maraña ur-
bana de la delegación Azcapotzalco, fue señalada con su nombre.
    Asimismo puedo destacar que uno de los más remotos, si no es que el
testimonio más distante acerca de su infancia, lo publicó en 1935 un
contemporáneo y amigo suyo de gran relieve: José Vasconcelos (1882-1959).
    Así como también, que ciudad Porfirio Díaz, hoy de Piedras Negras,
Coahuila, población donde residían por esa época las familias de ambos,
fue el escenario donde sostuvieron una breve, aunque recia e inolvidable,
amistad.
    Al evocar sus correrías infantiles, Vasconcelos deja ver –página 41
del Ulises Criollo, 1935– que era fiel su recuerdo de Manuel Bauche, el
padre de su amigo y administrador de la Aduana.
    Y sin siquiera dudarlo apunta que Manuel fue su condiscípulo en
una escuela sita en El Paso del Águila, Tejas.
    El bisnieto de José Bernardino Alcalde, irreconciliable y firme
adversario de Antonio López de Santa Anna, cumplía seis años de
muerto ese día de 1935 en que Vasconcelos evocaba así su fiera presencia
al reconstruir en el papel el día de 1893 o 1894 en el que para él y otros
niños mexicanos de su grupo, Bauche se convirtió en una suerte de
reivindicación frente a sus desagradables condiscípulos yanquis:

      Sólo uno nos mandó la metrópoli que puso a raya a los gringos. Era el hijo
      del Administrador de la Aduana (de Piedras Negras), Manuel Bauche. A los
      doce o catorce años tiraba esgrima y boxeo. Desde el primer día se plantó en
      el recreo desafiante y varios sintieron su puño en el rostro. Las girls le
      sonreían y los más se le acercaban con respeto.
      —¿A quién quieres que le pegue, Pepe? –decía dirigiéndose a mí–, ¿ a cuál
      le pego?

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   Y párrafos adelante –página 59 de la misma obra– asienta refiriéndose
al paso de ambos por el teatro de iniciación de aquella ciudad fronteriza
de Coahuila:

       Se llamaban los Delahanty y habían llegado a Piedras Negras al amparo de
       un cargo de la Aduana o del Timbre. El mayor, Luis, a los catorce años se
       constituyó nuestro jefe y director de escena; el pueblo se alborozó con la
       noticia de que representaríamos el Tenorio. Luis se reservó el papel de Don
       Juan; no se si Manuel Bauche hizo Don Luis, y a mí me tocó enharinarme
       para el plantón de Comendador en el Cementerio. Mi hermana Lola era tan
       pequeña que hizo reír al público pronunciando: “Lechina la celalula.”

   Que el siglo diecinueve todavía no llegaba a su fin y en 1897, Manuel
Bauche Alcalde se convirtió cadete del heroico Colegio Militar, plantel
en el que estudió Administración, y de cuyas aulas egresó en 1900.

Soy más periodista que militar

Temprano reconoció Manuel Bauche Alcalde esta verdad de a kilo al
declarar —5 de abril de 1915— ante un redactor de La voz de la revolución,
publicación del constitucionalismo editada en Mérida, la capital de
Yucatán.
   En efecto, el hijo de María Alcalde, y nieto del jurisconsulto vera-
cruzano Joaquín Alcalde, inició en 1906 su trayectoria como redactor de
periódicos. Escribía crónicas de teatro en El Diario, tras el seudónimo
de Justo Llano.*
   Varios años antes, una nota de sociedad relacionada con la farándula
y aparecida en El Disloque del 13 de octubre de 1908 habla del “próximo
enlace matrimonial de la cantante Elena Marín con el cronista teatral
Manuel Bauche Alcalde.” Acontecimiento que, subraya su autor,
“retiraría de la vida artística a la destacada cantante.” Lo que en efecto,
meses después ocurrió.
   En 1909 Bauche escribía para el semanario Actualidades, papel que, a
decir de don Carlos González Peña, valió el destierro al doctor Luis
Lara y Pardo, el “más insigne periodista de entonces”.

   * El primero en usar este seudónimo fue el liberal Joaquín María Alcalde, abuelo de
nuestro biografiado, en un artículo polémico dirigido a Justo Sierra.

                                    FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   En 1910 Manuel Bauche inició, en Guadalajara, Jalisco, intensa
campaña democrática que le llevó a escribir y dirigir sucesivamente
nueve periódicos. Ninguno más; tampoco uno menos. Y meses después
dirigió Nueva Era, publicación de la que se apartó por su carácter
independiente, mismo que le impedía aplicarse al que fuera órgano
decidido y torpe, por más señas, del Partido Nacional Progresista (PNP).
   Fundó entonces, en colaboración con don José Ferrel y Antonio Mediz
Bolio, un periódico moderno, atractivo e innovador, con ediciones
matutina y vespertina: El Intransigente, donde la critica de ópera corría
a su cargo.
   En noviembre de ese año emigró a Nueva York, donde escribió para
el New York Herald, el New York American, el Guglielmo Tell, el Novedades
y The Théatre. Páginas en las que, una detrás de otra, dio a la estampa lo
mismo críticas musicales que dramáticas.
   A la redacción de La libertad, en Guadalajara Jalisco; escudado en el
seudónimo Pedro Ponce, remitió “venenosas” crónicas acerca de la
actualidad política mexicana, empapadas de lo que la gente de esos días
denominaba “virus nuevo”, y que llevaron al director del mencionado
diario hasta una celda de la penitenciaría tapatía.
   Triunfante la revolución maderista, el periodismo ocupó el centro
mismo de su vida. Y una vez, de regreso a México, Bauche Alcalde
escribió febrilmente a diario.
   Las páginas de El País se le abrieron para dar cabida a una nueva
serie de sus artículos combativos. Tras de lo cual, desde los frescos
pliegos de El Demócrata Mexicano, enderezó redoblada campaña en
favor del maderismo y en contra de personajes tales como Jesús Flores
Magón, Manuel Calero y Francisco León de la Barra.
   Cuando la cresta de la ola arrolladora del antirreeleccionismo estaba
en lo más alto del poder, Rafael Martínez, Rip-Rip, director del papel
maderista La opinión, y Manuel Bauche Alcalde, redactor del periódico
Vida Moderna, ofrecieron un publicitado banquete al licenciado José
María Pino Suárez, secretario de Instrucción Pública y vicepresidente
de la República en el nuevo régimen.
   La cámara de algún Casasola registró el episodio. Presentes en ese
ágape de finales de noviembre de 1911 estuvieron los periodistas Juan
Sánchez Azcona, D. Durán, A. E. Pedroza, Jesús Urueta, Heriberto Frías,
Antonio Rivera de la Torre, José G. Ortiz, José Ferrel, Aldo Baroni,
Agustín Víctor Casasola, José Agüeros, Luis Zamora Plowes, C.
Montuori, Salvador Reséndiz, Joaquín Piña, Manuel de la Torre, Ignacio

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

Herrerías, Juan Bassó, los representantes de la Prensa Asociada y los
anfitriones.
   Al citado convite acudieron igualmente los señores Gustavo Madero,
Adolfo Bassó, Manuel Icaza, Camilo Arriaga y M. Sommerfield; así como
los doctores José Siurob y Cutberto Hidalgo; los abogados Serapio
Rendón y Víctor Moya y Zorrilla y el general Francisco Cosío Robelo.
   A la muerte del presidente Madero y su compadre José María Pino
Suárez –el vicepresidente era padrino de bautizo de Joaquín, el segundo
de sus hijos–, Manuel Bauche Alcalde era director del Internado
Nacional. Incómodo cargo académico administrativo en el que le
sorprendió el golpe pretoriano de Victoriano Huerta. Y allí permaneció
Manuel, obligado por la difícil circunstancia. Pero jamás arrió pendones.
Soportó a pie firme, en compañía de sus educandos y colaboradores,
los terribles embates que los insurrectos lanzaban gratuita y
criminalmente en su contra desde la Ciudadela y el Hotel Imperial.
   Y el 22 de febrero de 1913, en el
curso de una tensa entrevista con
Henry Lane Wilson, el embajador de
Estados Unidos en México, Manuel
Bauche Alcalde se enteró de que con
el etílico visto bueno de su inter-
locutor, los señores Madero y Pino
Suárez serían eliminados esa misma
noche. Razón por la cual, a menos
de cuatro semanas de aquel ingrato
episodio, en pleno mes de marzo,
y recién desembarcado en San
Francisco, California, Manuel Bauche
Alcalde se convirtió en el primer
mexicano que de cara a la opinión
pública estadunidense declaró abier-
tamente en contra de Lane Wilson, e
incluso le acusó ante los tribunales.
   Seguido de lo cual nuevamente
se sumó a las filas de la revolución
en Sonora. Entidad en la que su
primera encomienda consistió en
viajar a la ciudad de Los Ángeles,
California, comprar un aeroplano Bauche dijo a Pino: Nos haremos los compadres.

                                   FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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y contratar, con propósitos abiertamente bélicos, una tripulación para el
mismo.
   Más todavía, para asegurar el éxito completo de su empresa, en
compañía de su hermano Joaquín se inscribió en la aeroescuela de
Griffith Park, a fin de recibir capacitación de pilotos. De ahí que en
cuanto se consideraron suficientemente aptos para tripular una
aeronave, desarmados y perfectamente embalados y con la leyenda
CUIDADO: CRISTAL: CUIDADO... impresa en cada caja, los hermanos Bauche
introdujeron subrepticiamente al país un par de biplanos.
   Auxiliados por un grupo de sigilosos indios yaquis, Manuel y el
capitán Joaquín Bauche Alcalde burlaron a las autoridades aduanales y
sin más se dieron a la tarea de rearmar sus máquinas, a bordo de las
cuales entraron en acción en violentas maniobras de guerra. Ambos
estuvieron presentes en el sitio de Ortiz, ocurrido el 25 de junio de
1913 durante la famosa batalla de Santa María.
   Y unos días más tarde, al iniciar julio de 1913, en compañía del piloto
francés Didier Masson, y a bordo de una de sus famosas aeronaves de
contrabando, Manuel y su tripulación intervinieron en varios vuelos
de reconocimiento y espionaje y en una incursión aérea memorable
sobre Guaymas, Sonora, puerto donde permanecían anclados varios
buques de guerra tripulados por efectivos de la usurpación.
   Los hermanos Bauche Alcalde y el francés Didier Masson desgra-
naron ese día el primer bombardeo aéreo de la historia de México. Lo
que hizo crecer a la vista de sus numerosos correligionarios su talla de
combatientes. Pero ya desde entonces ese parecer no era unánime ni
hoy lo es todavía.

                                Didier Masson
                        se adiestra en pilotaje.

                                             Manuel Bauche, soldado del aire.

                                   FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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    Un diluvio de responsabilidades, honores y cargos se abatió sobre
aquel trío de arrojados personajes. Y pese a eso ninguno perdió suelo.
    “En esa época –sostenía Manuel– hacían falta soldados y no
politiqueros.” Y como todo buen administrador profesional que era,
optó por dedicarse a lo suyo, auxiliado por Joaquín y Didier. Organizó
entonces allí, con enorme acierto, un servicio sanitario en favor de los
combatientes sonorenses. Y pronto, de acuerdo con el modelo que trazó
e ideó, el bando sonorense empezó a construir carros de ferrocarril
expresamente habilitados para facilitar el transporte de heridos.
    Acto seguido, Manuel se incorporó, sin grado militar alguno, al Estado
Mayor del general Salvador Alvarado. Lo que no impidió que se multi-
plicara abiertamente o a la sombra, el número de quienes conspiraban
en su contra. Y si el humo de los campos de batalla no conseguía sofocar
su entusiasmo, los dolores que la metralla arrancaba tampoco lograban
apagar el timbre de su bien educada voz de orador y cantante. Así que
Manuel la hizo resonar nuevamente en emotivos y bien construidos
llamados a la acción.
    Casi al concluir su campaña en Sonora, Manuel dictó una confe-
rencia muy sonada en Hermosillo, donde los agudos dardos disparados
en su contra hicieron las veces de prólogo a una intriga perfectamente
orquestada por José María Maytorena, quien, previo amago de fusila-
miento, le llevó como primera providencia hasta el centro mismo de
una sucia e inhóspita mazmorra.
    De no ser por las decididas gestiones de su fiel hermano Joaquín, y
por la no menos efectiva, leal y oportuna intervención conjunta de
Juan Sánchez Azcona y don Enrique Breceda Mercado, sus días habrían
terminado ante un cuadro de fusilamiento sonorense.
    De modo que en cuanto las puertas de la prisión le permitieron
otear el horizonte, Manuel Bauche Alcalde retomó el exilio. Pero no
bien llegó a suelo de El Paso, Tejas, una vez más le alcanzó el cautiverio.
La Procuraduría Federal de Los Angeles, California, le acusó de conspirar
en su territorio y violar, en compañía de Joaquín y el francés Didier
Masson, las leyes estadunidenses de neutralidad
    Nuevamente estaba en capilla, y en el centro del conflicto emergía
el tan llevado y traído asunto de los aeroplanos introducidos ilegalmente
a suelo mexicano. Y algo más delicado aún: Juan R. Orcí, por la parte
mexicana, les calificó de “levantiscos” y ante los tribunales les declaró
“capaces de promover desórdenes en la Baja California.” Una fianza

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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                                   Villa le narró su vida.

de diez mil dólares suscrita por amigos y correligionarios le abrió las
rejas del penal y retornó al país por territorio de Chihuahua.
   Informado tal vez por Felipe Ángeles de que Bauche era hijo del
Colegio Militar, Francisco Villa le invitó a sumársele en cuanto cruzó a
suelo mexicano. Y con el grado de mayor por delante, le encomendó la
mitad de su artillería: tres baterías.
    Bauche no tardó en tener acción. En noviembre de 1913 participó
en la batalla de Tierra Blanca, y el 8 de diciembre estuvo en la toma de
Chihuahua. Finalmente, durante el asalto a la ciudad de Ojinaga en
enero de 1914, sus baterías causaron severos estragos en el enemigo.
   Acto seguido retomó la pluma y durante el trimestre siguiente, de
boca misma del guerrillero duranguense recogió hasta sus recuerdos
más íntimos.
   Dueño de una caligrafía y un estilo muy personales, Bauche recabó
muy a su modo las evocaciones de aquel que rico en recuerdos saltó, por
innegables méritos en campaña, de simple bandolero al grado de general

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

de la División del Norte. Texto que encabezó así: El general Francisco
Villa, por Manuel Bauche Alcalde.
   Mismo que con los pies editoriales de la Universidad Nacional
Autónoma de México y la serie Taurus de la Editorial Santillana, ha
sido publicado en 2003 en edición facsimilar preparada por Guadalupe
y Rosa Helia Villa, conocidas historiadoras y nietas del guerrillero, con
el título de Pancho Villa, retrato autobiográfico, 1894-1914, y un prólogo
del rector de la UNAM, doctor Juan Ramón de la Fuente.
   Enseguida, entre abril y junio de 1914, Manuel Bauche Alcalde
redactó y compuso cotidianamente en Chihuahua, de portada a contra,
el diario Vida Nueva, órgano político y de información. Encomienda cuya
dimensión suponía, en tiempos tan complejos, un enorme esfuerzo
para el organismo más vigoroso.
   Inmensa carga de trabajo para Bauche fue producir el diario Vida
Nueva, en pleno ocaso del huertismo y casi en paralelo con el
desembarco de la marina estadunidense en Veracruz.
   El periodista impuso a su publicación un sello y un espíritu
nacionalistas muy equilibrados que le valieron no únicamente el
reconocimiento de sus correligionarios, sino incluso el aplauso de un
lector atento y muy asiduo de la misma: el representante estadunidense
ante el constitucionalismo.
   El 5 de mayo de 1914, en la capital de Chihuahua, Venustiano
Carranza le ascendió a coronel de caballería y fue incorporado de
inmediato a la Brigada Benito Juárez, al mando del general Manuel Chao,
con quien Bauche permaneció algo más de un mes, ya que a conti-
nuación fue requerido desde Saltillo.
   De enfrentamientos y divisiones eran las horas que vivía. Villa se
aprestaba a tomar Zacatecas con la fuerza toda de sus contingentes,
contraviniendo incluso las directrices de Venustiano Carranza. Bauche
optó en Saltillo por la causa del Primer Jefe y valiéndose de hábil
estratagema, informó en detalle qué ocurría y cómo se pensaba en el
territorio de Villa. Lo que se comprobó puntualmente el 13 de junio de
1914, cuando Francisco Villa precipitó sobre Zacatecas, el último bastión
federal, el más feroz, violento y contundente embate de su tropas.
   Iniciada la segunda mitad de ese año, en pleno julio, Bauche Alcalde
era ya parte del Ejercito del Noreste, al mando del general Pablo González.
El avance constitucionalista sobre México era firme y sostenido y, a su
paso por San Luis Potosí nuestro personaje publicó los dos únicos
ejemplares que circularon de otro periódico a su cargo: La lucha.

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   Caliente todavía estaba la composición de aquella edición cuando
los gobernantes potosinos, enojados por lo violento de sus críticas contra
Francisco Villa, dictaron la orden terminantes de aprehenderle y
fusilarle. Pero sus garras nuevamente resultaron torpes y cortas,
y Manuel Bauche entró a la ciudad de México, sereno y firme, entre los
contingentes del constitucionalismo.
   A esas alturas sólo ansiaba la paz, y mientras permaneció en la capital
del país, en su papel de El Duque de Mantua y desde de las páginas de
El Liberal retomó la crítica y los comentarios sobre ópera. Pero lo intenso
de los enconos nacionales era tal que una vez más le empujaron a la
guerra. En esta ocasión a causa de la Convención de Aguascalientes.
   Emigró entonces, con todo y su estirpe, al puerto de Veracruz. Allá
se fueron Bauche y familia para sumarse a Carranza mientras en la
capital padecía aguda escasez de víveres y carne comestible.
   Perros, gatos y ratas pasaron a enriquecer la dieta cotidiana de los
capitalinos; el suministro eléctrico era irregular y los ladrones y
criminales hacían de las suyas a placer, mientras al calor del caos las
más diversas facciones entraban y salían de la urbe cuando les placía.
   En medio de una situación tal, una vez más el polvo de los caminos
reclamó y registro sus huellas. En esa vez Yucatán era su meta. E iba a
su encuentro con una orden expresa: combatir a los sublevados al
mando de Abel Ortiz Argumedo.
   Dos meses antes, en noviembre de 1914, y vencedor el constitu-
cionalismo en Yucatán, el mayor Eleuterio Ávila asumió el poder local
apoyado en sus tropas y requisó la Revista de Yucatán (R de Y).
   Don Carlos R. Menéndez, el propietario de esa publicación a quien
Ávila pretendía llevar a prisión, huyó en el entretanto de Yucatán en
compañía de Felipe Carrillo Puerto, destacado redactor de las revistas
de Mérida y de Yucatán.
   Ambos personajes conseguirían llegar hasta Nueva Orleáns ocultos
en la sentina de un buque al que lograron abordar en Puerto Progreso,
Yucatán.
   Entretanto, y a miles de kilómetros de la capital, el 27 de enero de
1915, día en que a las cuatro de la tarde los ejércitos de Álvaro Obregón
ocuparon la capital de la República, a tan sólo unas horas de haber
llegado a la ciudad de Mérida, Elena Marín, la esposa de Bauche Alcalde
ofreció un concierto en el teatro Peón Contreras lleno toda su capacidad.
   Días después, el 4 de febrero de ese año, el general Toribio de los
Santos, nuevo gobernador de esa entidad, incautó una vez más la Revista

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

de Yucatán e impuso en su dirección y administración a Manuel Bauche
Alcalde, “un individuo de ingratos recuerdos para los yucatecos,” según
apunta reciente edición de aniversario del Diario de Yucatán, propiedad
de la familia Menéndez.
   En el ínterin el Consejo de Redacción de la R de Y consiguió que
Ávila le devolviera el periódico y nombró director interino a Joaquín
Patrón Villamil.
   Manuel Bauche Alcalde fue el primero de una larga lista de redactores
y periodistas constitucionalistas que a lo largo de un quinquenio, entre
1914 y 1919, en las instalaciones y con los equipos de la R de Y, hicieron
posible la aparición de La voz de la revolución, publicación a cuyo frente
estuvieron sucesivamente destacados periodistas como Antonio Ancona
Albertos (Mónico Neck), otrora uno de los secretarios de don José María
Pino Suárez.
    Álvaro Torre Díaz, Manuel Carpio, el redactor venezolano Luis R.
Guzmán y los también periodistas peninsulares Antonio Mediz Bolio y
Horacio F. Villamil fueron otros de los directores de esa publicación.
   Pero en Yucatán para Bauche Alcalde no todo fue redactar y editar
periódicos. La mañana del 11 de febrero de 1915, espontáneamente se
presentaron frente a su redacción ciento cincuenta obreros de los
entonces Ferrocarriles Unidos de Yucatán, pidiéndole armas para batir
a los rebeldes separatistas encabezados por Ignacio Magaloni, y al
“gobierno huertista.”
   Armados y con Bauche Alcalde en la vanguardia, aquellos impro-
visados soldados salieron rumbo a Tixkokob y pronto entraron en
combate. La marcha de la columna resultó erizada de asedios y riesgos,
pues numerosas fuerzas se habían sumado a los secesionistas de Abel
Ortiz Argumedo. Así que, los ferrocarrileros y Bauche eran hostilizados
por doquiera que pasaban.
   El contingente aquel afrontó los riesgos, no obstante que el parque
escaseaba y los refuerzos meridanos no le llegaban. Viendo que sus
demandas de auxilio eran desatendidas, el jefe de la columna se
encaminó hacia la capital estatal para hacerlas efectivas.
   Una Mérida recién evacuada aguardaba aquel 12 de febrero de 1915 al
temerario Bauche Alcalde que se aventuró en solitario por una ciudad
hostil en poder de un adversario que no tardó en tomarle preso.
   Sus efectivos en el ínterin eran perseguidos, aprehendidos o disper-
sados en medio del desconcierto fruto de la falta de jefe. Y quienes

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

salvando montes y otros escollos lograron escapar, se sumaron a los
efectivos de su causa en medio de privaciones sin cuenta.
   Durante largos días después de ocurrido lo anterior, sobre la testa
de Bauche Alcalde pendió el anuncio de una última e inevitable cita
ante el paredón. Larga, interminable agonía que ni siquiera menguó
por el hecho de presenciar, una detrás de la otra, la aurora de cada día.
Asaeteado por el frío de cada amanecer y temeroso por la amenaza
repetida de una posible que no deseada cita, Bauche decidió retomar la
pluma y escribir en su celda. Redactó entonces, sin tregua ni pausa,
para ganar la carrera a la innombrable en aquel lúgubre penal “donde
toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo ruido hace su
habitación”.
   Bauche Alcalde hizo evocaciones, miró dentro de sí y su mano
transcribió el dictado de la memoria. En el prólogo de En mis prisiones,
fruto material de aquellas jornadas angustiosas, Elena Marín, su esposa, y
Manuel, el mayor de sus hijos, son objeto de una melancólica dedicatoria.
   En mis prisiones, asegura Gonzáles Peña, Bauche se reconoce hoja al
viento de una rama –la materna– marcada reiteradamente por la
persecución y el encarcelamiento políticos.
   Una irreconciliable enemistad con su Alteza Serenísima, había llevado
a don José Bernardino Alcalde, su bisabuelo, a dar varias veces con el
cuerpo en las insalubres celdas del penal de La Acordada, y su vida fue
truncada finalmente por el veneno con el que algún amigo de López
de Santa Ana condimentó las últimas viandas que se llevó a la boca.
   Otro tanto ocurrió con el padre de María Alcalde, su madre. El
renombrado jurisconsulto y diputado constituyente del cincuenta y
siete, don Joaquín María Alcalde, probó a su vez los filos del asedio y la
insidia políticos y las tenebrosas prisiones de su época. Y ahora él, quien
a todo lo largo y ancho del país había pasado de una a otra prisión en
su afán por que México alcanzara un destino más rico y más pleno...
   A don Alonso Villanueva, conocido comerciante de Valladolid, y un
contingente de 350 arrojados indios Chichimilá Manuel Bauche Alcalde
debió la libertad que alcanzó en esa ocasión para unirse de nuevo a las
huestes de Salvador Alvarado y Toribio de los Santos, en triunfante
marcha a caballo de Valladolid a Mérida, Yucatán.
   Más tarde, y ya de regreso a Veracruz, Bauche se reincorporó al Ejército
de Oriente, encabezado por Pablo González, y su retorno a la capital de la
República, fue en son de éxito, pues entró a la gran ciudad convertido
en secretario particular de ese caudillo.

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

    El 10 de noviembre de 1915, por orden expresa de Venustiano
Carranza, y con el cargo de cónsul general de México en Génova, Italia,
el periodista pasó a disposición de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Marcharía a Europa en misión consular que finalmente abortó.
    Poco más de un mes después, el 15 de diciembre de 1915, en Cuernavaca,
Morelos, Emiliano Zapata y sus generales designaron presidente de la
República al abogado potosino Antonio Díaz Soto y Gama.
    Nombramiento cuya fecha coincidió con la de un té-concierto que
Manuel Bauche Alcalde ofreció en la Ciudad de México a otro presi-
denciable del momento, el general Pablo González.
    En el recital de referencia, acompañada al piano por el maestro Carlos
Castillo, Elena Marín, la esposa del Duque de Mantua dejó una vez más
constancia de su excelencia como figura de la opera. Y Fernando
González Peña, el otro cantante de la jornada, varios poetas afectos al
candidato, desbordaron asimismo entre los allí reunidos las primicias
de su numen.
    Al concluir aquel año Manuel Bauche Alcalde escribió y envió una
carta al ministro de Guerra y Marina, a quien solicitó licencia ilimitada
para separarse de la milicia. “Bien pronto el país estará totalmente
pacificado y habrá llegado el momento de volver a la vida civil”,
argumentaba el periodista. Lo que ocurrió el 1 de febrero de 1916, fecha
en la que, dolido aún por la espantosa muerte de su hermano Joaquín,
acaecida el l5 de abril de 1915 en Celaya, Guanajuato, Manuel optó por
la senda diplomática.
    Lo de Joaquín había sido terrible. Su calidad de oficial villista preso
en combate bastó para que en vez de someterle al fuego del pelotón de
fusileros, fuera convertido en blanco de un cañón sonorense disparado
a escasos diez centímetros de su pecho. Lo que destrozó totalmente su
juvenil, vigoroso y atlético cuerpo. Tres fueron los hermanos que Manuel
tuvo en vida. Él mayor de la familia era él; Joaquín, Alfredo y Juan José
los siguientes.

Favor con terror

Y cuando en el horizonte vislumbró por fin el lapso de reposo que tanto
anhelaba, el vibrar de las páginas de un periódico naciente le colocó una
vez más en el centro mismo de las polémicas y las disputas públicas.

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

    Redención, diario político al que Bauche y Alfonso Barrera Peniche
dieron vida de diciembre de 1917 a mayo de 1918, le acarreó nuevas
penas, fatigas y sorpresas.
    Nuestro problema económico y la fundación del Banco de la República
Mexicana, un inquietante alegato de Buche Alcalde que Redención publicara
en breve separata adjunta a su edición del 4 de abril de 1918, detonó lo que
vendría.
    Y veintiún días más tarde, el 25 del mismo mes, con el fútil pretexto de
que Redención publicaba “falsas noticias en su edición de la Extra del día”,
el general Alfredo Breceda, gobernador del Distrito Federal, ordenó detener
a Bauche y a Barrera Peniche y, sin más, en su calidad de “regenerador de
la prensa citadina”, les recetó un viaje de Rectificación de 2 mil 500
kilómetros de recorrido por los estados de Nuevo León y Tamaulipas,
entidad en cuya Ciudad Victoria Bauche estuvo en un tris de caer víctima
del revólver de Alfredo Ricat, un energúmeno investido por su tío
Venustiano Carranza como general de Brigada y gobernador provisional
de Tamaulipas.
    El episodio cerraba un ciclo que iniciado cinco años atrás, cuando
en 1913, merced a las tenaces gestiones de su fiel hermano Joaquín, y
la no menos leal y oportuna intervención conjunta de Juan Sánchez
Azcona y don Enrique Breceda, libró la vida al conseguir quedar lejos de
las mirillas de un cuadro de fusilamiento sonorense.
    Alfredo Breceda parecía cobrarse ahora aquel favor fraterno y, para
dejar constancia de su poder, Peniche y Bauche debieron padecer los
avatares que acarrea cualquier rectificación de prensa bajo coacción.
    Y aunque ésta no se dio ni procedía, Bauche tuvo que convenir en
que si su bisabuelo José Bernardino Alcalde tuvo que sufrir alguna vez
lar arbitrariedades que traía consigo todo viaje de Orden Suprema
santanista, ahora él tenía que cargar con el gordo de la fortuna de un
viaje carrancista de Rectificación.
    Y en lo tocante a la estirpe Breceda, sin asombro pudo constatar
que en política y con el tiempo todo favor con terror se paga.
    Un par de años más tarde Bauche reanudó gestiones para sumarse al
servicio exterior y corrió con suerte. Viajó entonces, con todo y familia,
a tierra de sus antepasados. Pisó así Berna, Suiza, y suelo de Italia y
Alemania, país, el último, al que los Bauche Alcalde Marín llegaron el
28 de enero de 1920.
    En tierra de sus ancestros la suerte de plano se le negó. Incluso se
vio involucrado en un ingrato incidente que puso acíbar a su estancia.

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

Sus anfitriones manifestaban reservas aparentemente justificadas hacia
él. Subrayaban un incidente poco o nada claro en el que se le relacionaba
con el tráfico de pornografía.
    Italia, en cambió, le deparó incontables gratificaciones. Así que, al
regresar a México y en recuerdo de sus felices correrías por la Lombardía
italiana, el redactor de críticas de ópera de El Demócrata renovó su
pluma. Había recorrido la tierra de Mantua y con verdadero deleite
contemplado los tres espejos de agua que la circundaban.
    Eran los días en los que la capital mexicana vivía enormes y signi-
ficativos cambios. Arbolados, bien trazados y lujosos fraccionamientos
brotaban por doquier junto con amplias calles y calzadas sobre las que,
se deslizaban, en creciente cifra, incontables vehículos potentes y lujosos.
    Una de las más festinadas vías era la Calzada Ancha, hoy avenida de
Los Insurgentes, que partía la ciudad hacia el sur y acortaba distancias
y tiempos entre quienes a diario viajaban al zócalo capitalino desde los
barrios y municipios de San Pedro de los Pinos, Mixcoac, Contreras,
San Ángel, Tlalpan, Coyoacán, Xochimilco y San Ángel Inn.
    La ciudad estrenó estadio, funcionales bibliotecas y planteles escolares.
Y sobre multitud de hogares, extrañas figuras de cable y metal semejando
caireles y copetes extravagantes,
hacían las veces de antenas de los
miles de radiorreceptores que a diario
multiplicaban no sólo su número, sino
también su potencia y la cantidad de
sus adictos.
    No pocos textos del Duque de
Mantua y sus colegas se poblaron
repentinamente con vocablos tales
como audión, interferencia, estática y
frecuencia, ya que en más de una de
ellas se comenzó a comentar las
incidencias de los primeros conciertos
que, merced a la telefonía sin hilos, se
adueñaron de los aires de la urbe.
    Una nueva sensación de vida
marcó las horas de esos años cuando
las odas de los estridentistas trocaron
el objeto de sus cantos. En vez de la
amada o de la tiple del momento,            Diplomático en altamar.

                                   FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

la radio, la urbe, el automóvil y el
aeroplano arrancaron novedosos y
modernos tropos, metáforas y ripios
a los poetas de la velocidad y el es-
truendo de la fábrica, el jazz y el
motor de los biplanos. La moda
cambió y en lugar de rulos decenas
de gráciles muchachitas lucieron
sobre la testa minúsculos remedos de
las antenas radiofónicas que ahora
coronaban a la urbe, o bebieron y fu-
maron gaseosas y cigarrillos con la
palabra Radio impresa en el envase o
la envoltura, invitando de noche a
rasgar el velo de lo viejo y sintonizar
la frecuencia de lo nuevo.
    Por esos días el coronel Bauche
Alcalde pasó al otro lado del espec-      Suiza le acusó de pornógrafo.

táculo. Abandonó el estilete del crítico
y ocupó el lugar del empresario. Edgar Ceballos, historiador de la ópera
de esos días registra el momento en el que, entre abril y mayo de 1922,
coincide con varias emisiones radiofónicas de prueba del transmisor
radiofónico de la SEP.
    México estrenó en esos años ejército, banco central, aviación,
radiotelefonía y partidos políticos e instituyó prácticas y rituales de
poder inéditos hasta entonces. Numerosos contingentes acudieron
gustosos al los escenarios teatrales y los cosos taurinos para escuchar de
viva voz, recitales poéticos, conciertos, óperas y certámenes de zarzuela
u oratoria; las jovencitas cortaron sus cabelleras y su falda y borraron lo
insinuante de sus formas enfundadas en holgadas y cómodas ropas de
nuevo cuño, eligieron y estrenaron compañeros y, en abierto desafío a
los varones mandos, empezaron por conquistar para sí espacios en todos
los terrenos del humano quehacer.
    Las huellas de los empeños de Bauche Alcalde en contra de la
campaña política de Plutarco Elías Calles en pos del poder constan
impresas entre 1923 y 1924 en páginas de El Demócrata y El Heraldo de
México que acogieron sus textos durante la agria disputa por el poder
desatado en esos años.

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   Y si Eolo firmó por él en algún momento de su vida, Montesquieu
ocultó su identidad en escritos que publicó en El Demócrata. Y ocasiones
hubo en que Chinampina firmó textos suyos aparecidos en las páginas
del Heraldo de México
   Sí, nueva era la sensación de vida se respiraba en la pujante urbe,
durante la triste jornada aquella en que, en compañía de Joaquín y
Manuel, sus hijos primogénitos, Manuel Bauche Alcalde lloró la muerte
de Elena Marín, su esposa.
   Por propia mano, la cantante había cortado el hilo de su vida y roto
de paso y para siempre las otrora vibrantes y de viejo sofocadas cuerdas
de su voz privilegiada.
   Como consecuencia de lo anterior Bauche incrementó sus afanes de
periodista y no tardó en se verse en la necesidad de repartir su tiempo
entre las aulas, las redacciones y uno que otro cargo público de mayor o
menos rango donde a cada paso empezó a dejar jirones de vida.
   Tiempos de reflexión, que no de conformidad, conoció por entonces,
cuando María Elena Espejo se convirtió en su nueva esposa. Con ella
vivía ya cuando al pasar lista en las aulas, por entre los muros de la
urbe resonaban con fuerza los nombres de multitud de jóvenes
formados por él, y quienes gracias a su audacia y a su oratoria desafiarían
en breve, con José Vasconcelos en la punta, al poder indisputable y
creciente de Plutarco Elías Calles, en medio de un conflicto político
religioso que cotidianamente se enconaba merced a la necedad de
quienes encabezaban a las partes en disputa.
   Una lectura dinámica de la lista de uno de los grupos que tuvo a su
cargo en 1926, y cuyo original conserva devotamente su familia, y a la
vista de su brillante caligrafía, saltan a los ojos de quien lee los nombres
de algunos de sus alumnos de 1926 que, meses más tarde, en el año
mismo de su muerte y aún mucho después, resonarían con timbres
propios en otros ámbitos de la urbe, la academia y el periodismo.
   En ese año entre los noventa educandos a su cuidado figuraron
jovencitos tales como Cecilio Caballero, Rodolfo Dorantes, Jacob Metkler,
Mariano Prado Vértiz, Vicente Méndez Rostro, Manuel Sánchez, Gabriel
Somera, Jorge y Eduardo Torreblanca Velásquez y Ramón Torres
Quintero, quienes años más tarde como el propio Joaquín Bauche
Alcalde, su hijo, formarían filas, a su paso por la Escuela Nacional
Preparatoria, en grupos tales como la famosa UEPOC, el Centro de
Iniciación Literaria Aztlán; la Sociedad de Estudios Históricos Francisco
Javier Clavijero, los famosos Cachuchas y la no menos célebre Jija de

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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

José Alvarado, Federico Canessi, Enrique Ramírez y Ramírez, Manuel
Moreno Sánchez, Rodolfo Dorantes, Octavio Paz, Ricardo Cortés
Tamayo, Rubén Salazar Mallén, Carlos Sánchez Cárdenas, Salvador
Toscano, Pedro María Anaya, y otros.
   El 19 de mayo de 1929 la capital de la República amaneció en calma.
Ese día según el testimonio del corresponsal de Excélsior en el puerto
de Veracruz, José Vasconcelos pronunció encendida pieza oratoria en
el medio del foro de un enorme teatro donde entraron gratuitamente,
quienes ocuparon la galería, mientras una mayoría del público allí
reunido pagó sus entradas con el fin de allegar fondos a la campaña
política del orador.
   Llenas casi todas las localidades del recinto, el político arrancó los
aplausos del auditorio, pues José Vasconcelos categórico señaló entre
otras cosas:

      En sesenta años, México corre el peligro de quedar completamente
      tejanizado por circunstancias desfavorables para su desarrollo, aprovechán-
      dose Estados Unidos de la condición reinante, y encontrando aquí más
      facilidades que cuando la separación y sucesiva anexión de Tejas, pues
      aquel territorio terminó por imponernos ciertas condiciones. Precisa pues
      ir a la civilización. Desatemos los lazos del salvajismo. Nos están entregan-
      do a los Estados Unidos, porque cada día somos menos fuertes y más mise-
      rables. Se busca el apoyo americano para sostenimiento de los gobernantes.
      Debemos ir a la tierra, votar por un candidato netamente nacional, factor de
      civilización. Es urgente, imperioso.

   Un par de días de por medio aquel mismo diario notificó que Rafael
Martínez, Rip Rip, estaba de regreso en México, luego de años de
destierro en Centroamérica. Su paso por Guatemala y El Salvador no
había sido estéril. Atrás quedaba combativo y en pie, producto de su
esfuerzo, el diario El Tiempo, de El Salvador.
   Y en sendas notas medio perdidas en la página tres de las
respectivas ediciones de Excélsior y El Universal correspondientes al
veinte de mayo de 1929, el investigador se topa repentinamente con
la noticia del deceso del personaje cuya vida ha intentado reconstruir
mediante la lectura de reportajes, libros entrevistas y periódicos.
   Se entera así de que a las ocho con treinta de la mañana del 19 de
mayo de 1929, Manuel Bauche Alcalde rompió sus lazos con la vida.
Agravados sus males por severa endocarditis bacteriana, su muerte se
precipitó en tan sólo unos cuantos días.

                                  FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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Manuel Bauche Alcalde confesó a Pancho Villa a punta de estilográfica

   El deceso del inquieto escritor sorprendió a más de uno, pues era
dueño del reconocimiento de vastos círculos intelectuales y sociales de
la metrópoli. Así lo subrayó ante la prensa su concuño José Menéndez,
El Corbatón, romántico y popular abogado, que en su calidad de vocero
de la familia del finado, puntualizó convencido:

      Manuel Bauche Alcalde se dio a conocer desde la época maderista por lo
      variado e intenso de sus actividades políticas y periodísticas.

   Los restos del escritor, periodista y educador, Manuel Bauche Alcalde
yacen desde ese día en la fosa 211 de la avenida tercera del Panteón
Francés de La Piedad. Cerca, muy cerca de su muro norte, en un punto
donde el veinticinco de marzo de 1948 llegó también el cuerpo de María
Elena Espejo, su segunda esposa, y, el 25 de julio de 1963, el de su hija
María Elena Bauche de Gómez.
   En lugar muy próximo a los túmulos bajo los cuales yacen los
despojos de los más grandes editores liberales mexicanos: don Ignacio
Cumplido, alma y motor de El Siglo XIX, y don Vicente García Torres, el
no menos célebre editor del Monitor Republicano, así como los restos de
don Félix F. Palavicini, el director y fundador, en 1916, del más antiguo
diario capitalino actual: El Universal.
   En esas mismas inmediaciones se localiza también la hueca oquedad
que un día atesoró la huesa del infatigable Manuel Gutiérrez Nájera,
así como también la tumba sin nombre con los semiolvidados despojos
del célebre periodista suicida francomexicano Ernest Masson (1795-
1869), quien legó a la posteridad su Olla Podrida, especioso libro en el
que atesoró incontables datos útiles acerca de la vida en la capital del
país que libremente eligió para vivir y perecer.

   FOTOGRAFÍAS: Archivo gráfico de Juan Manuel Bauche Alcalde Espejo.

                                    FELIPE GÁLVEZ CANCINO
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