La administración de Eisenhower y la dictadura de Batista

Página creada Teresa Vasquez
 
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CAPÍTULO 3

La administración de Eisenhower
y la dictadura de Batista

Al analizar el significado que tuvo para los Estados Unidos el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952 y la sustitución de Carlos Prío por
Fulgencio Batista, el profesor Morris H. Morley hizo la apreciación
siguiente:

     Aunque los formuladores de política norteamericanos y los funciona-
     rios de la Embajada en La Habana se quejaron del ‘estrecho nacionalis-
     mo económico de Grau’ y de la ‘legislación impredecible de Prío, que
     afectaba a los negocios’, la ausencia de conflictos de naturaleza sistémica
     o estructural dictó la preferencia de Washington por un acercamiento
     negociador, de no enfrentamiento, en sus esfuerzos por resolver las
     diferencias —especialmente los recurrentes problemas que afectaban
     las operaciones de capitalistas norteamericanos en Cuba—. Más aún,
     ninguno de los dos gobiernos trató de elaborar una política exterior que
     chocara con los intereses norteamericanos1 . En las Naciones Unidas y
     en otros foros internacionales, tanto Grau como Prío continuaron sien-
     do ‘totalmente cooperativos con Estados Unidos’, cuando su apoyo
     fue requerido por los formuladores de política en Washington.2 Sin
     embargo, los funcionarios del estado imperial le dieron una discreta
1 Salvo en el caso de la Doctrina Grau, como ya se vio en capítulos precedentes.
2 Departament of State: “La política de los Estados Unidos hacia Cuba”, 11 de enero
  de 1950, en FRUS, vol. II, The United Nations: The Western Hemisphere, 1950,
  pp. 843-846, 852. Citado en Morris H. Morley: Imperial State and Revolution. The
  United States and Cuba, 1952-1986, Cambridge University Press, Gran Bretaña,
  Cambridge, 1987, pp. 38-39.

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bienvenida al golpe militar de Batista de marzo de 1952, pues ofrecía
  posibilidades para restringir al movimiento obrero organizado, aumen-
  tar el papel del capital extranjero dentro de la economía nacional, fo-
  mentar una Administración menos corrupta y más eficiente para facilitar
  la reproducción del capital, y obtener una cooperación creciente de
  Cuba en programas diseñados para mantener una región estable y se-
  gura en el Caribe.3
   El investigador Oscar Pino Santos planteó la hipótesis de que el golpe
de Estado de Batista fue instigado por el Grupo Rockefeller, disgustado
por la actitud poco cooperativa del presidente Prío, quien había obstacu-
lizado los negocios que esa agrupación pretendía llevar a cabo en la indus-
tria del níquel en Cuba.4 Enrique Cirules, con más lujo de detalles, también
abordó el tema.5 Sin desestimar los criterios de estos dos investigadores,
en mi opinión, existían dos factores de índole general que podían preocu-
par a los diplomáticos norteamericanos. Por un lado, la desmesurada,
impúdica y obscena venalidad de los corruptos gobernantes auténticos.
Por otro, el clima de crisis política sistémica que prevalecía desde hacía
años, lo que se traducía en una situación “de desasosiego, oposición e
inconformidad verdaderamente explosiva”.6
   La perspectiva casi segura de que el Partido del Pueblo Cubano (Orto-
doxo) pudiera ganar las elecciones, previstas para 1952, no tenía que ser
necesariamente del agrado de los funcionarios estadounidenses. Aunque
ese partido aglutinaba algunas facciones vinculadas al régimen económico
neocolonial vigente, se caracterizaba, sin embargo, por incluir en sus filas
a personalidades que no ocultaban su clara posición patriótica y eran co-
nocidos adeptos a políticas de recuperación de la riqueza nacional, cues-
tión esta que, junto a la lucha contra la corrupción y la adopción de medidas
de equidad social, se habían convertido en el centro del programa del
referido Partido.7
   Según Thomas G. Paterson, quien ha realizado una exhaustiva investi-
gación en los documentos norteamericanos del período, el entonces em-
bajador de los Estados Unidos en Cuba, Willard Beaulac, comunicó al
Departamento de Estado, el mismo 10 de marzo de 1952, que el golpe

3 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 38-39.
4 Oscar Pino Santos: Cuba: Historia y Economía, Editorial de Ciencias Sociales, La
  Habana, 1983, pp. 543-548.
5 Enrique Cirules: El imperio de La Habana, Casa de las Américas, La Habana, 1993,
  pp. 128-129.
6 Oscar Pino Santos: Ob. cit., p. 543.
7 Germán Sánchez: “El Moncada: crisis del sistema neocolonial, inicio de la revolución
  latinoamericana”, en Casa de las Américas, La Habana , julio-agosto de 1973, no. 79,
  pp. 66-70.

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había sido una sorpresa para todos en La Habana. Él, personalmente,
manifestó que tuvo conocimiento de lo ocurrido a las 6:00 a. m.8 Sin
embargo, Beaulac alertó a la Cancillería estadounidense de que, como el
cuartelazo se había producido solo tres días después de la firma del Acuerdo
de Asistencia Mutua para la Defensa, se podía pensar que existía alguna
relación entre ambos hechos.9 Quizás este fuera el motivo de la demora
de los Estados Unidos en otorgar el debido reconocimiento diplomático al
nuevo Gobierno, lo que no se produjo hasta el 27 de marzo.10
   En el ínterin se habían producido dos entrevistas significativas. A las 7:00
a. m., del propio 10 de marzo, Batista se reunió con el coronel Fred G.
Hook, Jr., jefe de la Misión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en
Cuba, pidiéndole que le dijera a su Embajador que todos los acuerdos esta-
ban vigentes. Ello motivó que Beaulac le comentara al Embajador británico:
“si esto tenía que suceder, Batista era el mejor hombre para el puesto”.11
   El 22 de marzo, el embajador Willard Beaulac se entrevistó con el
nuevo ministro de Estado, Miguel Ángel Campa. Durante esa entrevista,
el enviado norteamericano planteó dos temas de interés para su país:
   1. El posible restablecimiento de las relaciones entre Batista y el Par-
       tido Socialista Popular, algunos de cuyos miembros habían forma-

8 Según Hugh Thomas, Willard Beaulac le dijo en una entrevista personal algunos años
   después, que se había enterado de que se planeaba el golpe unos días antes gracias a
   un hombre de negocios norteamericano de apellido Hodges. En mi opinión, puede haberse
   tratado de Burke Hedges, dueño de la Textilera de Ariguanabo, y no de Hodges. Véase
   Hugh Thomas: Cuba: La lucha por la libertad, 1762-1970. La República
   Independiente, Editorial Grijalbo, México, 1974, t. 2, p. 1 024.
9 Thomas G. Paterson: Contesting Castro: The United States and the Triumph of the
   Cuban Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1994, p. 17.
10 La profesora del ISRI Nerina Romero, sin embargo, planteó que Batista podría haberse
    sentido preocupado porque, con motivo de las depuraciones de los partidarios en los
    institutos armados durante los gobiernos auténticos, los beneficios de los acuerdos
    militares con los Estados Unidos podrían ser explotados a favor de una nueva generación
    de oficiales ajenos a su control, con lo cual perdería su tradicional base de apoyo. Uno de
    los negociadores de estos acuerdos fue el coronel Ramón Barquín, por aquella época
    agregado Militar en Washington, quien, en 1956, fue detenido por conspirar contra la
    Dictadura y, en 1959, resultó una de las “cartas” que la Embajada norteamericana
    utilizó para mediatizar el triunfo revolucionario. Véase Nerina Romero: El modelo de
    seguridad hemisférica en la Cuba pre revolucionaria, Instituto Superior de
    Relaciones Internacionales, La Habana, 1997, p. 44 (inédito).
11 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 17. Paterson investigó no solo los archivos
    norteamericanos y cubanos, sino también los canadienses y los británicos. El examen
    de los informes de los Embajadores de esos países que eran aliados de los Estados
    Unidos, por lo general, ofrece una visión mucho más clara de las opiniones de sus
    homólogos estadounidenses, quienes eran menos cautos (y generalmente más cándidos)
    al comentar determinados asuntos a sus colegas, de lo que eran, incluso, en la redacción
    de los informes y las notas dirigidas al Departamento de Estado.

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do parte del Gabinete de guerra del Gobierno constitucional de 1940
        a 1944; y
   2. la actitud del nuevo Gobierno cubano ante los inversionistas ex-
        tranjeros.
   En ambas cuestiones el Jefe de la Misión Diplomática de los Estados
Unidos recibió seguridades inequívocas del Jefe de la Cancillería
batistiana.12
   Para los Estados Unidos, la toma del poder por parte de Batista era un
hecho que se conjugaba claramente con sus intereses en la región y con
las tendencias más generales prevalecientes de su política exterior. Como
expresé en el capítulo anterior, el Corolario Kennan de la Doctrina Monroe
justificaba el apoyo a los regímenes dictatoriales, preferiblemente a los
dirigidos por militares. Estos gobiernos de “mano dura” se ajustaban me-
jor a la cruzada anticomunista iniciada por Harry Truman y continuada
por Dwight D. Eisenhower y John Foster Dulles. Se suponía que ellos
estaban en mejores condiciones para enfrentar los movimientos revolu-
cionarios que Washington percibía, según la lógica de la guerra fría, como
meros instrumentos de una bien orquestada estrategia dirigida desde el
Kremlin contra los intereses de los Estados Unidos.13
   El régimen de Batista se adaptó con rapidez a estos requisitos políti-
cos y estableció estrechas relaciones con la Agencia Central de Inteli-
gencia (CIA). Gracias a la asistencia de la Agencia se creó el Buró de
Represión de Actividades Comunistas (BRAC). Ese fue el objetivo de la
visita que el director de la CIA Allen W. Dulles realizara a La Habana,
en abril de 1955. Después, hubo intercambios de cartas al respecto entre
el secretario de Estado John Foster Dulles y el propio Dictador. Ese mis-
mo año, el Gobierno norteamericano invitó a Washington al general Mar-
tín Díaz Tamayo, quien supuestamente encabezaría el BRAC.14 A pesar
de estos pasos, a mediados de 1956, los altos jefes de la CIA estaban
descontentos con los resultados alcanzados. Al parecer, los fondos sumi-
nistrados habían ido a engrosar los bolsillos de los personeros de la Tira-
nía y el BRAC había sido puesto a las órdenes del coronel Mariano Faget,
y no de Díaz Tamayo, como se había prometido. Con ese motivo se envió
a La Habana, en junio de ese año, al inspector General de la CIA, Lyman
B. Kirkpatrick en el primero de tres viajes que hizo a Cuba en el transcur-
so de dos años, pues regresó en 1957 y también en 1958.
   En su obra The Real CIA, Kirkpatrick narró sus encuentros con el
Tirano y con su ministro de Gobernación, Santiago Rey, a quien Batista
orientó organizar el BRAC. Todas las demandas del alto funcionario de la

12 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 17.
13 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 40-46.
14 Oscar Pino Santos: Ob. cit., pp. 549-551. Enrique Cirules: Ob. cit., pp. 165-166.

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CIA fueron aceptadas, incluyendo la designación del general Martín Díaz
Tamayo, como director de ese órgano represivo, aunque este después fue
trasladado. Por su parte, el alto oficial de inteligencia de los Estados Uni-
dos comprometió todo el apoyo de la Agencia para eliminar “el peligro
comunista en Cuba”.15
   En enero de 1957, cuando todavía era miembro del Gabinete de Batis-
ta, Santiago Rey viajó a Washington. De esta visita se sabe muy poco,
pues los investigadores norteamericanos casi no han hecho referencia a
ella en sus trabajos. Kirkpatrick no la menciona y el informe de la Em-
bajada de Cuba en los Estados Unidos solo hace referencia a las activida-
des públicas que se realizaron, entre ellas una cena con el coronel J. C.
King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la Dirección de
Planes de la CIA.16 El profesor Paterson se refirió a ella en el contexto del
apoyo irrestricto que los Estados Unidos brindaban al batistato, recalcan-
do que ni el nuevo embajador, Arthur S. Gardner,17 ni ningún otro alto
funcionario norteamericano hacían declaraciones contra la represión des-
encadenada por el régimen, sino por el contrario: “brindaban con el ministro de
Gobernación de Batista, Santiago Rey, cuya gira nacional en enero de 1957,
con los auspicios de una donación del programa para líderes extranjeros
del Departamento de Estado, recibió una amplia cobertura no censurada
en la prensa cubana (...) Rey también prometió mejorar la coordinación
entre el BRAC y las agencias de los Estados Unidos en la cruzada
anticomunista”.18
   En abril del propio año 1957, unas semanas después del Asalto al Pala-
cio Presidencial por miembros del Directorio Estudiantil, lidereado por
José Antonio Echevarría, Kirkpatrick regresó a La Habana para inspec-
cionar las actividades del BRAC. De su recuento sobre esta visita queda-
ba claro que a los oficiales de la CIA no les era ajeno el uso de la tortura
por parte de este y de otros aparatos represivos de la Dictadura: “existían
evidencias de que el BRAC se entusiasmaba mucho en sus interrogatorios.

15 Lyamn B. Kirkpatrick: The Real CIA, The Macmillan Company, Nueva York, 1968,
   pp. 162-164.
16 MINREX: Informe de la Embajada de Cuba en Washington, del 23 de enero de 1957,
   en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958.
17 Arthur S. Gardner era un hombre de negocios vinculado al Partido Republicano
   e importante contribuyente a la campaña presidencial de Eisenhower. Fue
   designado Embajador en Cuba para sustituir a Willard Beaulac, un diplomático
   de carrera, en 1953. La designación de los llamados “embajadores políticos” en Cuba
   por parte de la administración de Eisenhower, demuestra que para ella no era nada
   anormal ni importante el hecho de que el país estuviera dominado por una Dictadura
   militar inconstitucional. El puesto en La Habana era considerado por algunos funcionario
   como un “premio”.
18 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 74.

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Pensamos que se podía hacer mucho más en el reclutamiento de investi-
gadores y personal de vigilancia, y que había una necesidad desesperada
de consolidar los archivos de todas las agencias investigativas, de las cua-
les habían bastantes”.19 En esa ocasión, Kirkpatrick volvió a entrevistarse
con Batista, de ello quedó constancia gráfica, aunque el norteamericano
alegó que las fotografías se tomaron contra su voluntad. Vale la pena
señalar que el alto oficial de la CIA reconoció en su libro haber hablado
con el Dictador sobre la situación política y militar, pero no reveló casi
nada de aquella conversación.20
   A tono con las exigencias de Washington, la dictadura de Batista adop-
tó posiciones internacionales de un marcado carácter anticomunista. Poco
después de su acceso al poder, el Director rompió las relaciones diplomá-
ticas con la Unión Soviética. Por su parte, la delegación cubana a la Déci-
ma Conferencia Interamericana de Caracas, en 1954, estuvo entre las que
apoyó de manera incondicional las maniobras de John Foster Dulles con-
tra Guatemala. Otro ejemplo importante de esta política anticomunista
fue el apoyo del embajador Emilio Núñez Portuondo a las posiciones de
los Estados Unidos en la ONU, en relación a la entrada de tropas soviéti-
cas en Hungría. Así se lo recordó el propio Secretario de Estado al recién
designado embajador de los Estados Unidos en Cuba, Earl E.T. Smith,
poco antes de la partida de este hacia La Habana, en junio de 1957.21
   Otro elemento a tener en cuenta es, sin duda, la estrecha vinculación
de Batista con los sectores de la oligarquía financiera norteamericana
presentes en Cuba. Ya antes de que el Departamento de Estado recono-
ciera de manera oficial al gobierno de Batista, un grupo de altos funcio-
narios de la United States Steel Co. (consorcio acerero propiedad original
del Grupo Carnegie) visitó al ministro de Información, Ernesto de la Fe,
para asegurarle el apoyo del capital financiero estadounidense.22 En este
sentido, vale la pena resaltar la visita que hizo a Washington, en octubre
de 1953, el principal colaborador económico del Dictador, el ingeniero
Amadeo López Castro. Este último logró entrevistarse con Harold
Stassen, director de la Agencia de Ayuda Mutua e íntimo colaborador
del presidente Dwight D. Eisenhower, a quien solicitó el apoyo pecunia-
rio del Gobierno de los Estados Unidos. Esta entrevista la promovió
Robert L. Kleberg, dueño del King Ranch, compañía que poseía exten-
sas propiedades ganaderas en Camagüey y estaba vinculada al Grupo
Rockefeller. En 1958, Robert L. Kleberg instó al Departamento de Es-

19 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., p. 165.
20 Ibídem, pp. 165-166.
21 Earl E.T. Smith: The Fourth Floor: An Account of the Castro Communist Revolution,
   Random House, Nueva York, 1962, p. 8.
22 Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1 024.

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tado a intervenir directamente en Cuba para apoyar a Fulgencio Batista
y después, en 1959 y 1960, se convertió en uno de los principales pro-
motores de la política de bloqueo contra Cuba.23
   Morris H. Morley, además de revisar los archivos correspondientes, en-
trevistó a funcionarios y hombres de negocios relacionados con Cuba, en la
década de los cincuentas. En Imperial State and Revolution: The United
States and Cuba, 1952-1986, Morley citó a un alto ejecutivo de la Bethlehem
Steel Co., quien le comentó: “El problema con los gobiernos de Prío y Grau
eran las huelgas obreras. Yo encontré la situación con Batista mucho más
estable”.24 Partiendo de las informaciones recogidas, el académico austra-
liano sintetizó de la forma siguiente la actitud del Tirano ante los intereses de
los Estados Unidos en materia económica: “El gobierno de Batista otorgó a
las inversiones extranjeras un papel central en el desarrollo de Cuba, favore-
ció la posición de Cuba como uno de los principales mercados regionales
para los productos manufacturados de los Estados Unidos, y continuó ofre-
ciendo a la economía norteamericana ‘acceso total a los materiales cubanos
esenciales a la seguridad nacional’.”25
   Uno de los negocios norteamericanos más lucrativos estimulados por la
dictadura de Batista, después de 1952, fue el de los casinos de juego. En
una serie de reportajes publicados en el New York Daily News, a partir
del 8 de enero de 1958, titulados “Mobster Money - Cuban Boom” (“Di-
nero pandillero - bonanza cubana”) se informaba del proyecto conjunto
entre la mafia de los Estados Unidos y los personeros de la Tiranía, encar-
gados de transformar el malecón habanero en la mayor y más lujosa cade-
na de casinos de juego del mundo, desplazando incluso a Las Vegas. Según
esos artículos, el propio Meyer Lansky, jefe de la mafia en el Sur de los
Estados Unidos, se entrevistó con el presidente Batista y entre ambos
acordaron los detalles, que incluían el otorgamiento de licencias gratuitas
para abrir casinos a todo aquel inversionista que construyera un hotel de
más de 1 000 000 de dólares, dinero que se vería respaldado por 1 000 000
de dólares financiado por colaboradores del Gobierno. La licencia para
establecer un casino de juego era de 25 000 dólares y se debía pagar al
fisco solo 2 000 dólares mensuales para operarlos. Se eximía de pagar

23 MINREX: Informe de la Embajada de Cuba en Washington, del 15 de octubre de 1953,
   en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958.
24 Morris H. Morley: Ob. cit., p. 48. Según Morley, el entrevistado, del cual no se cita
   nombre, fue Administrador de la sucursal de la Bethlehem Steel Co. en Cuba,
   entre 1946 y 1955.
25 Ibídem, p. 47. Entrevista personal con un funcionario, del cual no se cita nombre, del
   Departamento de Estado, Washington, D.C., 2 de junio de 1975. Según Morley, el
   declarante ocupó un alto cargo relacionado con Cuba en la segunda mitad de la década
   de 1950.

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impuestos a los hoteles con casinos, y a los casinos, por diez años. Se les
permitía la importación libre de impuestos de los productos que se ven-
dían en esos establecimientos. Los croupiers y demás “especialistas” ne-
cesarios recibirían permisos especiales de trabajo por dos años, en lugar
de seis meses, que era lo establecido en la ley.26
   En octubre de 1953, el presidente Eisenhower nombró embajador de
los Estados Unidos en Cuba a Arthur S. Gardner, un industrial cercano al
Partido Republicano que vio premiado su apoyo al GOP con ese pues-
to.27 A su llegada a La Habana, el diplomático norteamericano “informó a
los funcionarios de la Embajada que sus instrucciones, emitidas por la
Casa Blanca, eran básicamente dos: apoyar al Gobierno existente y pro-
mover la expansión de los intereses económicos norteamericanos”.28 Esa
política se mantuvo hasta marzo de 1958. En ese lapso, ni lo que sucedía
en la propia Isla ni los antagonismos burocráticos produjeron una
reevaluación de las relaciones entre los dos gobiernos. “Los que propo-
nían un cambio en la política de los Estados Unidos hablaban esencial-
mente de ajustes marginales o simbólicos en las relaciones existentes. Esto
significaba, remendar la apariencia de los lazos con la Dictadura”.29 El
inspector General de la CIA Lyman B. Kirkpatrick lo reconoció de la
forma siguiente, durante su primer viaje a Cuba, en 1956: “La política de
los Estados Unidos en aquel momento era la de brindar apoyo total al
gobierno de Batista, incluyendo asistencia militar”.30
   El embajador Arthur S. Gardner manifestó especial celo en el cumpli-
miento de sus tareas. Todos los observadores coincidían cuando señala-
ban que las relaciones de Gardner con el Tirano eran excelentes, incluso
jugaba canasta con él dos o tres veces a la semana.31 En una nota que el
enviado diplomático remitió al secretario de Estado Adjunto para Asuntos
de las Repúblicas Americanas Henry F. Holland, el 21 de abril de 1955,
no pudo ocultar su admiración por el Dictador: “No cabe dudas, este país
ha tenido un renacimiento, un genuino resurgir” y ello se debía al liderazgo

26 MINREX: Recortes de la prensa, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114,
   1943-1958. Estos recortes fueron remitidos al Ministerio de Estado por el Consulado
   General en Nueva York.
27 Thomas G. Paterson: Ob. cit, p. 74.
28 Morris H. Morley: Ob. cit., pp. 56-57. Morley basó esta afirmación en el testimonio de
   un funcionario, del cual no se cita nombre, del Departamento de Estado que ocupó un
   alto cargo en la Sección Política de la Embajada, entre 1956 y 1960, y al cual entrevistó
   en Washington, D.C., el 19 de mayo de 1976.
29 Ibídem, p. 57.
30 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., pp. 157-158.
31 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 81.

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de Fulgencio Batista, “un verdadero administrador”.32 Aún después de
derrocado el Tirano, Gardner no había cambiado su opinión. En una de-
claración ante un comité investigador del Senado, en 1960, declaró: “No
creo que hayamos tenido nunca un amigo mejor que él (...) Era lamenta-
ble que se supiera que, como todos los sudamericanos, sacaba tajada (...)
de casi todas las cosas que se hacían, aunque de esto yo no tenía una
seguridad absoluta. Pero(...) estaba haciendo un trabajo asombroso.”33
   La estrecha relación entre ambos gobiernos se puso de manifiesto con
el viaje que realizó a La Habana el vicepresidente Richard Nixon, en fe-
brero de 1955, poco después de las elecciones espurias de 1954 y unos
días antes de la toma de posesión de Batista, que el régimen organizó con
toda fanfarria. El Ministerio de Estado cubano y el Encargado de Ne-
gocios en Washington hicieron ingentes esfuerzos ante las autoridades
norteamericanas para que reajustaran las fechas de la visita, con el fin de
que coincidiera con el 24 de febrero, fecha de la “inauguración” del Tirano.34
Sobre la importancia de aquella visita, Philip W. Bonsal35 expresó:

     En tanto, Batista había tomado posesión como Presidente con gran
     ceremonial. Más de cincuenta delegaciones extranjeras, incluyendo una
     de los Estados Unidos, habían asistido a finales de febrero de 1955 a la
     pomposa función que debía conferir legitimidad al régimen. Unas tres
     semanas antes Batista fue complacido con la visita del vicepresidente
     Nixon. Esta era la primera escala de una gira por Sudamérica que in-
     cluía México, el Caribe y las repúblicas centroamericanas, y terminaba
     con una visita a Trujillo, el “benefactor” de República Dominicana.
     Durante su estancia en La Habana, el señor Nixon reforzó la impresión
     de que los Estados Unidos estaban muy satisfechos, como siempre,
     con Batista, impresión que este apreciaba. Yo era miembro de la dele-
     gación del Vicepresidente en La Habana y fui testigo de la atmósfera de
     íntima cordialidad generada por el embajador Arthur Gardner en sus
     relaciones con el Presidente electo.36

32 Ibídem, p. 26. Paterson tomó la cita de una comunicación de Arthur S. Gardner que
   encontró en la Caja 2, Legajo 57 D 295, Fondos del Departamento de Estado, Archivo
   Nacional de los Estados Unidos.
33 Palabras de Henrry F. Holland citadas por Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1 217.
34 Véase MINREX: Inauguración del presidente Batista, en Archivo Central, Legajo
   No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958.
35 Philip W. Bonsal fue el último embajador de los Estados Unidos en Cuba antes del
   rompimiento de las relaciones diplomáticas, el 3 de enero de 1961. Diplomático de
   carrera, ocupó distintos cargos en el Departamento de Estado y en el Servicio Exterior.
   En el momento del viaje de Richard Nixon a La Habana era Secretario de Estado
   Adjunto para Asuntos de las Repúblicas Americanas y como tal, formó parte de la
   comitiva Vicepresidencial.
36 Philip W. Bonsal: Cuba, Castro and the United States, University of Pittsburgh Press,
   Pittsburgh, Pennsylvania, 1971, p. 13.

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Richard Nixon regresó a Washington con una impresión favorable so-
bre el Dictador. Según consta en el Diario de James Hagerty, secretario de
Prensa del presidente Eisenhower, a su retorno de la gira por América
Latina, en 1955, el Vicepresidente dijo al Primer Mandatario y a su Ga-
binete que el “brillante” Batista era “fuerte y vigoroso”, y estaba “deseo-
so” de hacer un buen trabajo, más por Cuba, que por él mismo”.37
   Las simpatías que la dictadura de Batista despertaba, no solo en los
círculos de negocios, sino también entre los militares y los funcionarios
norteamericanos, fueron la causa directa de la indiferencia y la hostilidad
de esos sectores hacia el surgimiento y desarrollo del movimiento revolu-
cionario. A pesar de las atrocidades cometidas contra los combatientes
revolucionarios, después del fallido Asalto al Cuartel Moncada, los fun-
cionarios de la Embajada de los Estados Unidos no hicieron comentario
condenatorio alguno. Según el profesor Thomas G. Paterson, quien citó
un cable de la Embajada al Departamento de Estado que obra en los
Fondos de este último organismo, en el Archivo Nacional de esa nación,38
la única reacción sobrevino durante el juicio, en octubre de 1953, cuando
calificaron al líder del movimiento, Fidel Castro, con palabras injuriosas.
“Parecían satisfechos de que el Gobierno cubano sentenciara a prisión, en
Isla de Pinos, a Fidel Castro y a sus compañeros de conspiración”.39
   A partir de 1955, después que los revolucionarios fueran amnistiados y
Fidel Castro viajó a los Estados Unidos, el Buró Federal de Investigacio-
nes (FBI), la CIA y otras agencias de los Estados Unidos buscaron mues-
tras de “contaminación comunista” durante todos los años de la
insurrección.40 Esta búsqueda se hizo más intensa en 1957, como lo reco-
noció Wayne Smith,41 entonces analista del Buró de Investigaciones e
Inteligencia del Departamento de Estado.

37 Diario de James Hagerty, en Papeles de James Hagerty, en Biblioteca de Dwight D.
   Eisenhower, Abilene, Kansas. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 26.
38 Embajada en La Habana al Departamento de Estado, Telegrama 525, 13 de octubre
   de 1953, Legajo 3371, 737.00/10-1353, Fondos del Departamento de Estado, Archivo
   Nacional de los Estados Unidos. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 18.
39 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 18.
40 Ibídem, p. 16.
41 Wayne Smith era funcionario diplomático norteamericano de carrera. Ingresó al
   Departamento de Estado en 1956. Fue designado Segundo Secretario de la Embajada
   de Estados Unidos en Cuba, en 1957. Con posterioridad, a finales de la década de los
   setentas y principios de los ochentas, ocupó los cargos de Jefe del Buró Cuba del
   Departamento de Estado y de Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos
   en La Habana. Renunció a este último cargo y al Departamento de Estado en protesta
   contra el establecimiento de la mal llamada “Radio Martí”. En la actualidad, se opone
   al bloqueo y a la política de su país hacia Cuba, y se dedica a promover intercambios
   académicos y de otra índole desde su cargo de Profesor y Director del Programa de
   Intercambios con Cuba de la Universidad de Johns Hopkins, Baltimore, Maryland.

                                                                                    79
Se nos instó a no dejar de examinar ninguna evidencia en el esfuerzo
     por determinar la posible predisposición marxista leninista de Castro o
     la ausencia de ella. Debíamos analizar todos los informes de inteligen-
     cia que teníamos sobre Castro, estudiar sus declaraciones, hurgar en
     sus antecedentes. Teníamos poca información concreta, pero después
     de un esfuerzo exhaustivo en el cual tuve una parte demasiado peque-
     ña, la comunidad de inteligencia produjo un informe final que ha sido
     reivindicado por el tiempo. No encontramos evidencia creíble que indi-
     cara que Castro tenía lazos con el Partido Comunista o, incluso, que
     sintiera mucha simpatía por ese partido.42
   Es probable que esta intensa búsqueda de información sobre la orienta-
ción política e ideológica de Fidel Castro y del Movimiento 26 de Julio, y
sobre sus posibles vínculos con el Partido Comunista explique la activación
de los intentos de contactos que los oficiales de la CIA tuvieron con miem-
bros del Movimiento en La Habana y Santiago de Cuba, entre julio de 1957
y mediados de 1958, a los cuales hizo referencia el periodista Tad Szulc, y
que, según él, incluyeron los sostenidos con el oficial de la CIA en el Consu-
lado en la capital oriental, Robert D. Wiecha. Szulc fue corresponsal de The
New York Times en La Habana, en 1959, y escribió la más amplia y objetiva
biografía de Fidel Castro publicada fuera de Cuba. En ella alegó que esos
acercamientos se llevaron a cabo en Santiago de Cuba, a través de integran-
tes de células que estaban a las órdenes de Frank País, y en La Habana, a
través de personas cercanas a Armando Hart.43
   Según Tad Szulc, en el primero de los casos, se llegó a proponer una
reunión entre el oficial de la CIA Robert D. Wiecha y la dirección del
Ejército Rebelde, que no se pudo concretar. En el segundo, fueron solo
intercambios a través de terceras personas. En todos los casos, los
interlocutores estadounidenses se identificaron como “diplomáticos” y no
como “oficiales de inteligencia”. Szulc afirmó que el Comandante en Jefe
del Ejército Rebelde, Fidel Castro, fue informado de estos pasos y no los
objetó. Al propio tiempo, reconoció que, aunque él personalmente cono-
ció esa información, en 1959, no existen documentos oficiales norteame-
ricanos que la corroboren. Sin embargo, en su libro Fidel: A Critical

42 Wayne Smith: The Closest of Enemies: A Personal and Diplomatic Account of
   United States-Cuban Relations since 1957, W.W. Norton & Company, Nueva
   York, 1987, p. 15.
43 Tad Szulc: Fidel: A Critical Portrait, William Morrow and Company, Inc., Nueva
   York, 1986, pp. 427-430. El periodista afirmó haber constatado estas informaciones en
   los documentos cubanos a los cuales tuvo acceso oficial en La Habana, durante la
   visita que realizó para recopilar la información que con posterioridad utilizó en la biografía
   del líder cubano Fidel Castro.

80
Portrait, sí aparecen citas de documentos cubanos a los cuales dijo haber
tenido acceso.44
   No debe sorprender esta actividad pues, en su libro, Kirkpatrick admi-
tió que tuvo que convencer al embajador Arthur S. Gardner, durante su
visita en 1956 sobre la necesidad de que los oficiales de la CIA tuvieran
contactos con elementos revolucionarios para realizar labores propias de
inteligencia, a lo que el diplomático accedió a regañadientes.45
   El general de División Fabián Escalante, quien ha ocupado altos cargos
en los servicios de contrainteligencia cubana durante muchos años de
Revolución, afirmó en su excelente libro sobre las actividades de la CIA
en Cuba, que esta situó agentes suyos en el Movimiento 26 de Julio y en
otras organizaciones opositoras, porque según Allen W. Dulles: “se debía
apoyar a los regímenes autoritarios y contar con elementos dentro de las
filas de la oposición (...) por si fuera necesario”.46 Esta concepción se
puso en práctica, en el caso de Cuba, por medio de la ubicación de los
agentes de la CIA William Morgan y John Maples Spiritto en el Segundo
Frente Nacional del Escambray dirigido por Eloy Gutiérrez Menoyo, a
finales de 1957.47
   La CIA tuvo menos éxito con el Movimiento 26 de Julio en la Sierra
Maestra. No fue sino hasta agosto de 1958, cuando logró que el piloto que
trasladaba el armamento desde México, Pedro Luis Díaz Lanz,48 se hicie-
ra acompañar en uno de sus viajes por el agente Frank Angelo Fiorini, o
Frank Sturgis, como más se le conocía. Este individuo fue una de las

44 Tad Szulc afirmó también que, entre finales de 1957 y mediados de 1958, Robert D.
   Wiecha entregó “no menos de 50 000 dólares a media docena o más miembros clave
   del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba”. El periodista aseguró haber conocido
   estos hechos en la época y haberlos confirmado luego con altos funcionarios del
   Departamento de Estado y la CIA. Sin embargo, esta ayuda monetaria fue negada por
   Lyman B. Kirkpatrick y por el propio Robert D. Wiecha, quien así se lo dijo a la
   periodista Georgie Anne Geyer, autora de una execrable biografía del Comandante
   Fidel Castro. Tad Szulc: Ob. cit., pp. 670 y 671. Lyman B. Kirkpatrick: Op. cit., p. 173.
   Georgie Anne Geyer: Guerrilla Prince: The Untold Story of Fidel Castro, Andrews
   & McMeel, Kansas City, Missouri, 1993, p. 189.
45 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., pp. 157-159.
46 Fabián Escalante: Cuba: la guerra secreta de la CIA. Agresiones de los Estados
   Unidos contra Cuba, 1959-1962, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 1993,
   p. 17.
47 Ibídem, pp. 20-22.
48 Pedro Luis Díaz Lanz fue jefe del Fuerza Aérea hasta junio de 1959, fecha en que se
   produjo su traición. Desertó a los Estados Unidos, donde compareció ante el Subcomité
   de Seguridad Interna del Senado norteamericano. Allí manifestó que en el Gobierno
   Revolucionario cubano se habían infiltrado elementos comunistas. Existen evidencias
   que demuestran que este sujeto había sido reclutado por la CIA. Fabián Escalante:
   Ob. cit., pp. 17-19.

                                                                                        81
fuentes utilizadas por el oficial de la CIA en el Consulado en Santiago de
Cuba, Robert D. Wiecha. Frank Angelo Fiorini tenía la misión de averi-
guar si existía o no influencia comunista en las tropas rebeldes que lucha-
ban en la Sierra Maestra.49
   La colaboración de las agencias del Gobierno de los Estados Unidos
con la dictadura batistiana no se limitaba a la ya señalada entre la CIA y el
BRAC. Las misiones militares norteamericanas, que se encontraban ins-
taladas en la alta jefatura de las Fuerzas Armadas en el Campamento de
Columbia y en el Estado Mayor, mantenían una estrecha cooperación con
los mandos del Ejército de la Tiranía en su represión al movimiento revo-
lucionario.
   Como ha señalado el profesor Thomas G. Paterson, las autoridades
estadounidenses, no desconocían el uso que las fuerzas de Batista daban
a la ayuda recibida según lo establecido en el Acuerdo de Asistencia Mu-
tua para la Defensa.

     Todo el mundo parecía reconocer que la argumentación de que la ayu-
     da militar iba a Cuba para la ‘defensa hemisférica’ era falsa. Como dijo
     en una reunión del Consejo de Relaciones Exteriores50 un antiguo fun-
     cionario del Departamento de Estado, la ayuda militar servía más para
     propósitos políticos, que para propósitos militares. Tal asistencia, in-
     cluyendo las misiones militares, ayudaba a excluir el comercio europeo
     de armas, a orientar a los militares cubanos hacia los Estados Unidos, y
     a promover la estabilidad política interna.51 Resumiendo, fortalecer a
     Batista y a sus Fuerzas Armadas significaba perpetuar la preponderan-
     cia del poder de Estados Unidos en Cuba. Cualquiera que fuera la letra
     de la ley entonces, el caso en favor del apoyo a las Fuerzas Armadas
     batistianas era apremiante: una Cuba estable y ordenada, que reprimie-
     ra a insurrectos y comunistas, serviría mejor los fines hegemónicos de
     los Estados Unidos y a la victoria en la guerra fría.52
   El incremento de la colaboración militar entre Cuba y los Estados Uni-
dos fue también un interés principal no solo del régimen de Batista, sino
de todo el aparato militar cubano, como lo ha demostrado la profesora del
Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) Nerina Romero,

49 Ibídem.
50 Se refiere al Council on Foreign Relations, el más prestigioso “tanque pensante” sobre
    política internacional de los Estados Unidos.
51 Henry F. Holland: “El papel de los militares en América Latina”, 4ta. Reunión, 24 de
    febrero de 1958, Informe del Grupo de Estudio, vol. LXX, Informes de Grupos, Archivos
    del Consejo de Relaciones Exteriores. Citado en Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 60.
52 Ibídem.

82
en su investigación titulada El modelo de seguridad hemisférica en la
Cuba pre revolucionaria. Esa fue la razón por la cual la jefatura del
Ejército se interesó por modificar, en 1954, el Acuerdo de Asistencia Mutua
para la Defensa. Según el texto original, firmado en 1952: “el papel de
Cuba en la defensa continental se limitaba a la protección de sus costas y
al control compartido de los pasos de comunicaciones que por su ubica-
ción geográfica le corresponden”.53
   A mediados de 1954, el Ejército y la Fuerza Aérea batistianos habían
llegado a la conclusión de que era necesario ampliar su colaboración con
sus homólogos norteamericanos para beneficiarse así de la ayuda prevista
dentro del Military Assistance Program (MAP), o sea, Programa de Asis-
tencia Militar. Un dato significativo revelado por Nerina Romero en su
investigación es que, según reza en una instrucción que el general Eulogio
Cantillo, ayudante del Jefe del Estado Mayor General, envió al coronel
Ramón Barquín, agregado Militar, Naval y Aéreo de la Embajada de Cuba
en Washington, el 8 de junio de 1954, copia de la cual también se remitió
a la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, se pedía la revisión
del Acuerdo para incluir en él la formación, con el apoyo de las Fuerzas
Armadas de los Estados Unidos, de un batallón de infantería
aerotransportada y otro de artillería antiaérea para el Ejército, y de un
escuadrón de persecución y bombardeo para la Fuerza Aérea. Esa ins-
trucción argumentaba lo siguiente: “La justificación principal para el bata-
llón de infantería aerotransportada (...) es disponer de una fuerza de
combate de alta movilidad, capaz de mantener la seguridad interna”. 54
   La sustitución de Arthur S. Gardner como embajador norteamericano,
en 1957, ha sido presentada por algunos autores, entre ellos su propio
sucesor, Eral E. T. Smith, como resultado de una reevaluación de la polí-
tica norteamericana hacia Cuba, con el objetivo de marcar distancias en-
tre los Estados Unidos y el Tirano.55 Nada más lejos de la verdad. Tanto
el profesor Thomas G. Paterson como Hugh Thomas han demostrado
que el cambio de embajadores era una consecuencia lógica de las eleccio-
nes presidenciales de 1956, ganadas de nuevo por Eisenhower. Existía, y
aún se mantiene, la costumbre de que, en caso de ser reelegido un Primer
Mandatario para un segundo mandato, todos los llamados “embajadores
políticos” presenten su renuncia para darle libertad al Presidente de
nombrar nuevos jefes de misiones diplomáticas entre los mayores contri-
buyentes a su campaña electoral.
   Ese fue el caso de Gardner, cuya presencia en La Habana era justa-
mente el resultado de un nombramiento político. A esto puede haber

53 Nerina Romero: Ob. cit., p. 37.
54 Citado en Ibídem. El subrayado es de Nerina Romero.
55 Philip W. Bonsal: Ob. cit., p. 16.

                                                                         83
contribuido, además, el hecho de que el Embajador no era bien visto en el
Departamento de Estado ni en la propia CIA por sus dislates diplomáticos
y sus procedimientos. Sus desatinos eran embarazosos para el Gobierno
norteamericano y se ha llegado ha afirmar que hasta el mismo Batista
consideraba que las alabanzas públicas de Gardner no lo ayudaban. La
gota que llenó el vaso pudo haber sido que Gardner le planteara directa-
mente al Presidente que debía quedarse en Cuba, aún cuando ya había
presentado la carta de renuncia. En esa ocasión Gardner pasó por encima
de las instrucciones del Departamento de Estado y del todopoderoso John
Foster Dulles.56 Pero Hugh Thomas planteó una cuestión importante:

     En primavera surgió la cuestión de la sustitución de Gardner, no porque
     el secretario de Estado, John Foster Dulles, no estuviera satisfecho con
     sus servicios, sino porque, habiendo empezado un nuevo período
     presidencial, tenía que suscitarse este asunto. Se pensó en que fuera a
     La Habana una de las estrellas intelectuales del servicio diplomático
     norteamericano, el admirable Charles E. Bohlen, entonces embajador
     en Moscú. Habría sido una elección muy sensata. Sin embargo, Bohlen
     fue a Manila. En cambio, el nombramiento fue a parar a Earl E. T.
     Smith, un agente de bolsa, de la promoción de 1926 de Yale, coronel
     de la fuerza área en la última guerra mundial y miembro de la Junta de
     Producción de Guerra, de cincuenta y cuatro años de edad, sin expe-
     riencia política de ningún tipo.57
   A pesar de que Hugh Thomas documentó muy bien toda su obra, en
este caso específico, no menciona de dónde sacó la información sobre la
candidatura de Bohlen como embajador en Cuba. Por su parte, Thomas
G. Paterson, quien también se refirió a la propuesta del diplomático, la
atribuyó a la biografía escrita por Michael T. Ruddy: The Cautious
Diplomat: Charles E. Bohlen and the Soviet Union.58 En las memorias
Bohlen no hizo mención alguna a esta posibilidad, a pesar de que le dedi-
có tres páginas a su intempestiva salida de Moscú y a sus intercambios
ásperos con John Foster Dulles sobre ese asunto, pues era evidente que se
trataba de una democión, a pesar de su reconocido prestigio como espe-
cialista en asuntos soviéticos.59

56 Thomas G. Paterson: Ob. cit., pp. 88-89. Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., p. 162.
57 Hugh Thomas: Ob. cit., p. 1218.
58 Michael T. Ruddy: The Cautious Diplomat: Charles E. Bohlen and the Soviet Union,
   1929-1969, Kent State University Press, Kent, Ohio, 1986. Citado en Thomas G. Paterson:
   Ob. cit., p. 90.
59 Charles E. Bohlen: Witness to History 1929-1969, W.W. Norton & Company, Inc.,
   Nueva York, 1973, pp. 465-468.

84
Lo importante en los planteamientos de ambos autores es que si hubie-
ra existido voluntad de cambio en la política hacia Cuba, se hubiera desig-
nado a La Habana a un diplomático de carrera con instrucciones específicas
de modificar la postura de la Embajada, como lo hubiera sido en el caso de
Bohlen o como efectivamente se hizo cuando se nombró a Philip W.
Bonsal, en 1959. El hecho de que el candidato seleccionado fuera Eart E.
T. Smith, un hombre similar a Arthur Gardner por sus características y
talante, demuestra que no había decisión alguna de modificar la política
de apoyo a Batista. Ello indica, además, que en la alta jerarquía del Go-
bierno norteamericano la situación política en Cuba, a principios de 1957,
no era percibida como inquietante, a pesar de que ya para esa fecha Herbert
Matthews, con su entrevista a Fidel Castroen la Sierra Maestra, el 17 de
febrero de 1957, había llevado el tema a las primeras páginas de un diario
tan prestigioso como The New York Times.60 “Sin embargo, no se dieron
pasos extraordinarios para seleccionar como Embajador a un diplomático
con conocidas habilidades mediadoras o a un especialista en América La-
tina que hablara español. El nuevo Embajador recibió el puesto, porque
había logrado realce como republicano adinerado”.61
   Durante las audiencias de confirmación en el senado, que estuvieron
presididas por el senador demócrata J. William Fullbright, Smith demos-
tró total incomprensión y sorprendente trivialidad sobre lo que estaba pa-
sando en Cuba. Al respecto, Thomas G. Paterson expresó:

   Ciertamente la actuación de Smith no satisfizo a los senadores, pero la
   de Smith era una designación política y Cuba era un estado cliente de
   los Estados Unidos que todavía parecía manejable. Los miembros del
   Comité no expresaron sensación alguna de urgencia, y el senador John
   F. Kennedy, uno de los amigos de Smith, habló a favor de él que ese
   había sido un nombramiento excelente. Más tarde, ese mismo año,
   Kennedy se convirtió en uno de los huéspedes de honor de Smith en la
   fiesta de Navidad de la Embajada.”62
  En sus memorias, Earl E. T. Smith pretendió hacer ver que cuando
fue designado Embajador ya existían en el Departamento de Estado
funcionarios subalternos que, manteniendo desinformados a sus supe-

60 Sobre esa famosa entrevista puede consultarse Herbert Matthews: Castro: A Political
   Biography, Penguin Books, Middlesex, Inglaterra, 1970, p. 105. Además, con el título
   “Famoso corresponsal americano entrevista a Fidel Castro” apareció publicado en la
   revista Bohemia, La Habana, 3 de marzo de 1957, pp. 2-4, una versión de la entrevista
   publicada en The New York Times.
61 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 92.
62 Ibídem, p. 91.

                                                                                    85
riores, conspiraban para lograr el derrocamiento de Batista y el ascenso
de la Revolución al poder.63 Thomas G. Paterson, sin embargo, refutó
esa hipótesis:

     Posteriormente, durante el debate sobre ‘¿quién perdió a Cuba?’, que
     era tan evocador de la controversia sobre ‘¿quién perdió a China?’, a
     principios de la década, el propio Smith alegó que, a mediados de 1957,
     conspiradores del Departamento de Estado mantuvieron
     desinformados al presidente Eisenhower y al secretario de Estado
     Dulles, ocultando informes oficiales sobre la infiltración comunista
     en el Movimiento 26 de Julio. Los archivos documentales en la época
     de la salida de Gardner y la llegada de Smith no contienen informes de
     ese tipo. Los archivos tampoco revelan un complot para derrocar a
     Batista con el objetivo de instalar a Castro. Los funcionarios del De-
     partamento de Estado especulaban acerca de si Batista podía subsis-
     tir hasta 1959 e informaron acerca de la violencia que se estaba
     produciendo en el país, pero, a mediados de 1957, no estaban aban-
     donando al Dictador. Siempre estuvieron en la búsqueda de una ter-
     cera fuerza popular y moderada que pudiera restablecer el orden.
     Pero aún no había surgido ninguna y los funcionarios del Departa-
     mento no querían que el joven rebelde de las montañas, Fidel Castro,
     fuera el próximo presidente de Cuba.64
   En sus memorias, Smith no mencionó haber recibido instrucciones
nuevas ni distintas a las de Gardner. Al contrario, opinaba que, tanto el
Presidente, como el Secretario de Estado, le dieron la impresión de con-
siderar al gobierno de Batista como un gobierno amigo con el que se
debía mantener relaciones excelentes. John Foster Dulles,
específicamente, se refirió al apoyo que Cuba había dado a los Estados
Unidos en el tema de Hungría y al buen comportamiento que en ese
sentido había tenido el embajador de la Tiranía en la ONU, Emilio Núñez
Portuondo. Su única insinuación fue: “quedé impresionado por la dife-
rencia de la actitud del Secretario de Estado hacia el Gobierno de Cuba
comparada con las impresiones que había adquirido durante mi extenso
período de preparación en los niveles inferiores, muchas veces designa-
dos como el ‘Cuarto Piso’.”65 Para Paterson, las indicaciones que reci-
bió el flamante Embajador, en junio de 1957, “se referían al estilo
diplomático y no a la esencia de la política”, pues “a Smith se le orientó
‘alterar la noción prevaleciente en Cuba de que el Embajador norteame-

63 Earl E.T. Smith: Ob. cit., p. 7.
64 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 91.
65 Earl E. T. Smith: Ob. cit., p. 7.

86
ricano estaba interviniendo en favor del Gobierno cubano para perpe-
tuar la dictadura de Batista’.”66
   A su llegada a La Habana, en la primera conferencia de prensa, el
embajador Earl E. T. Smith no hizo más que confirmar que no había
cambio alguno. Después de una obligada e hipócrita referencia a que “la
política básica de los Estados Unidos hacia Cuba es la no intervención en
los asuntos internos de Cuba”, el flamante diplomático, prácticamente sin
perder el aliento, afirmó: “los Estados Unidos están complacidos con los
pasos decisivos dados por el Gobierno de Cuba para ilegalizar el Partido
Comunista, romper relaciones con Rusia y establecer el Buró de Repre-
sión de las Actividades Comunistas (BRAC)”.67
   De la entrevista que Smith sostuvo con el Tirano cuando fue a presen-
tarle sus cartas credenciales —para la cual pidió que se le permitiera a su
esposa observar la ceremonia desde el balcón sobre el Salón de los Espe-
jos del entonces Palacio Presidencial, a lo que Batista de manera sumisa
accedió, aunque no estaba previsto en el ceremonial—, el Embajador guar-
daba un recuerdo que describió en sus memorias: “Me impresionó ver a
un hombre duro, con una fuerza similar a la de un toro, y que transmitía
una personalidad agradablemente robusta. He aquí un ejemplo extraordi-
nario de un hombre viril (...) que se había proyectado de un simple Sar-
gento a la Presidencia de su país”.68
   En el mismo mes de julio, poco tiempo después de su arribo, se produ-
jo el conocido incidente alrededor de la visita que el Embajador realizó a
Santiago de Cuba. Acababan de producirse los viles asesinatos de los
jóvenes revolucionarios miembros del Movimiento 26 de Julio Frank País
y Raúl Pujol, y la situación en esa ciudad era sumamente tensa. Era lógico
suponer que el pueblo santiaguero, que ya había demostrado su combati-
vidad, aprovecharía la visita del enviado de Washington para demostrar
su repudio a la Dictadura. Los sicarios del Tirano reprimieron con cruel-
dad a las mujeres que acudieron a una manifestación popular en el parque
Céspedes. Smith no tuvo otra alternativa que condenar la brutalidad del
aparato represivo policial. Sin duda, después de los largos años de silencio
cómplice y cordial intimidad de Gardner, no era conveniente que entre las
primeras manifestaciones públicas del nuevo representante norteamerica-
no se escucharan sus palabras críticas hacia las autoridades cubanas. Ello
podría crear la impresión de que, en efecto, el cambio de embajadores
conllevaba un cambio de política. Recuérdese que solo unos meses antes,

66 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 92, quien se basó en una cita tomada de Stephen G.
   Rabe: Eisenhower and Latin America: The Foreign Policy of Anticommunism,
   University of North Carolina Press, Carolina del Norte, 1988.
67 Eart E.T. Smith: Ob. cit., p.13.
68 Ibídem, pp.15-16.

                                                                                  87
en febrero de 1957, Herbert Matthews había entrevistado al Coman-
dante en Jefe Fidel Castro en la Sierra Maestra, desvirtuando de esta
forma la falsa propaganda de Batista de que el Jefe de la Revolución había
caído en combate. En marzo, jóvenes del Directorio Revolucionario, en-
cabezados por su líder, José Antonio Echevarría habían realizado el Asal-
to al Palacio Presidencial. La represión llegó a niveles espeluznantes. En
el Congreso y en la prensa norteamericana, en general, se escuchaban las
primeras voces que exigían un cambio de política hacia Cuba, estimulan-
do las expectativas cubanas al respecto.
   Para Batista y sus colaboradores era de vital importancia ponerle lí-
mites al nuevo enviado de los Estados Unidos. La reacción del régimen
no se hizo esperar. El 1ro. de agosto, a las 5:30 p. m., el ministro de
Estado, Gonzalo Güell, llamó al Embajador de Cuba en Washington,
Miguel Ángel Campa, instruyéndole que protestara ante el Secretario de
Estado. El solícito representante batistiano en la capital norteamericana
no dudó un instante y una hora después se entrevistó con el secretario
de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy Rubottom, a quien
solicitó aclaraciones sobre las palabras de Smith, sugiriendo que se tra-
taba de una intervención en los asuntos internos cubanos, que habían
provocado una huelga y por ello el Gobierno se veía obligado a suspen-
der las garantías constitucionales durante 45 días. Campa añadió que “el
Gobierno se encontraba muy contrariado por haber tenido que tomar
esa medida, pues estaba estar deseoso de continuar su política de solu-
ciones cívicas puestas ya en vigor con la acción parlamentaria que se
desenvuelve cronológicamente para celebrar elecciones el 1ro. de junio
del próximo año, única solución que la gente sensata encuentra en defi-
nitiva para mantener la paz y la seguridad nacionales”.69 El enviado
cubano ante el Gobierno de los Estados Unidos, en su informe al Minis-
tro de Estado, agregó que, según sus fuentes, tenía la impresión de que
la Secretaría no estaba complacida con las primeras andanzas de su
Embajador en Cuba.
   Cuatro días después, Gonzalo Güell se entrevistó con Smith, a quien
entregó un Aide Memoire o Ayuda Memoria70 donde acusaba a los ma-
nifestantes de ser “grupos terroristas e insurreccionales, que usan ele-
mentos y métodos comunistas con la intención de sabotear y obstruir las

69 MINREX: Mensaje Confidencial No. 47 del embajador de Cuba en Washington Miguel
   Ángel Campa al ministro de Estado Gonzalo Güell, del 1ro. de agosto de 1957, en
   Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958.
70 Es el documento escrito que usualmente utiliza un diplomático para transmitir a otro un
   mensaje. Por lo general, se prepara antes de la entrevista y se entrega durante ella.
   Aunque tiene carácter oficial, no es tan formal como la Nota verbal o la Nota firmada
   por un Canciller, un Vicecanciller o un Embajador.

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