QUÉ CAMBIA WIKILEAKS? - Patricia Álvarez Hernández-Cañizares Periodista y reservista voluntaria
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¿QUÉ CAMBIA WIKILEAKS? Patricia Álvarez Hernández-Cañizares Periodista y reservista voluntaria
¿QUÉ CAMBIA WIKILEAKS? La difusión, el pasado 25 de julio, en Wikileaks y en otras tres publicaciones, de los llamados Papeles de Afganistán constituye la que hasta el momento ha sido la mayor filtración militar de la historia. Aún es pronto para valorar su impacto político. Los documentos filtrados no revelan nada que no figurara ya en los informes oficiales, pero dan a conocer a un público mucho más amplio aspectos como la colaboración de los servicios de inteligencia pakistaníes con los líderes talibanes o la corrupción galopante del Gobierno de Kabul. Más allá de si en un futuro próximo esta filtración puede acabar con la retirada de las tropas internacionales de Afganistán, el debate se ha centrado en el nuevo equilibrio de fuerzas que inaugura la entrada en escena de Wikileaks, en los desafíos que entraña para los periodistas perder el protagonismo en la distribución de información confidencial y en los retos a los que se enfrentan las Fuerzas Armadas en un mundo en que la información circula sin trabas y se hace casi imposible guardar un secreto. ¿Pero qué hay realmente nuevo en Wikileaks? ¿Acaso la filtración de los papeles de la guerra afgana no es la misma historia, en versión digital, que la de los Papeles del Pentágono? Hace tres décadas, la publicación del informe ultrasecreto encargado por el secretario de Defensa Robert McNamara sobre la guerra de Vietnam puso en jaque al Gobierno de Estados Unidos y escandalizó a la opinión pública norteamericana. Era un material mucho más explosivo que el que hemos conocido ahora sobre el conflicto afgano. ¿Por qué se está montando entonces tanto ruido? Lejos de ser un fenómeno reciente, las filtraciones de información reservada y secreta están en el origen mismo del periodismo político. Como ha recordado estos días el profesor Jay Rosen, profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York, en la época en que los debates en el Parlamento Británico se celebraban a puerta cerrada, la filtración era un arma para el partido que se resistía a aceptar la derrota, pues forzaba a entrar en el juego a la opinión pública y alteraba el equilibrio de fuerzas. Esta dinámica ha alimentado a la prensa en la era de la tinta y el papel y la alimenta ahora, en la era digital (1). Y como apunta Rosen, “hasta ahora, la prensa ha sido libre de informar sobre lo que el poder desea mantener en secreto porque las leyes de una determinada nación lo permiten. Pero Wikileaks es capaz de informar de lo que el poder desea mantener en secreto porque la lógica de Internet lo permite. Al igual que Internet, Wikileaks no tiene una dirección física ni una oficina central”(2). Esto sí que es radicalmente nuevo: Wikileaks es la primera organización periodística que no pertenece a ningún estado y, por lo tanto, está fuera del alcance de cualquier gobierno y de cualquier sistema legal. Carece hasta de plantilla. No está sometido a las presiones políticas o a los intereses económicos de los medios de comunicación tradicionales. Es ajeno a las consideraciones de la seguridad nacional. Parte de sus servidores se alojan en Suecia, donde la ley prohíbe a los periodistas desvelar sus fuentes, pero si el gobierno sueco decidiese 1 http://journalism.nyu.edu/pubzone/weblogs/pressthink/2010/07/26/wikileaks_afghan.html 2 http://journalism.nyu.edu/pubzone/weblogs/pressthink/2010/07/26/wikileaks_afghan.html
cerrarlos, Wikileaks no tendría más que trasladarlos a otro país. Utiliza, además, otros “sitios espejo” y cientos de dominios, por lo que si un gobierno o corporación pretendiese impedir el acceso del público a su contenido tendría prácticamente que desmantelar Internet(3). Hay, además, otra novedad: Wikileaks ofrece un camino seguro a los “soplones”, libre de intermediarios y garantizando el anonimato. Aquellos que dispongan de información confidencial que, bien por asuntos de conciencia o por buscar una ventaja política, deseen darla a conocer al público, no tienen más que acudir a Wikileaks, donde unos sistemas de encriptación que borran las huellas de su procedencia le aseguran que nadie podrá seguirles el rastro. Hoy todo parece apuntar al soldado Bradley Manning como principal sospechoso de filtrar los Papeles de Afganistán, pero la pista no la ha proporcionado Wikileaks, sino el propio Manning al jactarse ante un pirata informático, que luego le delató, de que tenía acceso a redes secretas del Pentágono y había filtrado valiosos documentos. La fuente es imposible de rastrear, pero también de verificar. El abogado y periodista Peter Scheer señalaba recientemente que si el “soplón” de los papeles de la guerra afgana hubiera acudido directamente a The New York Times, el periodista encargado del caso habría insistido en conocer su identidad, dato de primer orden para asegurarse de la veracidad de la información filtrada y también para conocer los motivos de la filtración. Y para la fuente esto habría supuesto exponerse a un riesgo considerable (4). Scheer es de la opinión de que “la gestación de Wikileaks empezó el 17 de junio de 2005 en Washington DC. Ese día, el Tribunal Supremo se negó a atender las súplicas de los periodistas de la revista Time y de The New York Times, a quienes los jueces conminaban a desvelar la identidad de una fuente a quien habían prometido confidencialidad”. La mayoría de los periodistas no quieren ir a la cárcel por proteger a una fuente, pero aún sin la intervención de los tribunales, las agencias federales estadounidenses pueden acceder a los registros telefónicos de los reporteros, incluso sin el conocimiento de ellos. En estas circunstancias, las fuentes quedan en una situación de completa vulnerabilidad (5). Aunque muchos de los materiales desvelados Wikileaks han sido trabajos elaborados por periodistas que los tribunales habían prohibido publicar, hay también una gran parte de información que se distribuye en bruto, filtrada directamente por fuentes que prefieren evitar el riesgo de ver expuesta su identidad. No sólo eso. Buscan también asegurarse el máximo impacto y saltarse la intermediación de los medios tradicionales, que pueden arrinconar el material en un cajón o censurarlo y dulcificarlo. Sin embargo, Wikileaks no es un mero distribuidor pasivo de información. En ocasiones edita, verifica y contextualiza el material que llega a sus manos, lo que ha elevado voces que cuestionan la neutralidad del sitio web y su carencia de intereses más allá del servicio público y la transparencia informativa. En abril de 2010, Wikileaks difundía un vídeo que mostraba cómo militares de Estados Unidos mataban en Bagdad, desde un helicóptero Apache, a un fotógrafo de Reuters y a su asistente, además de a once civiles más. Para comprobar la veracidad de la grabación, que recibió 3,6 millones de visitas en You Tube en tan sólo dos días, Wikileaks envió a un periodista a Bagdad a investigar sobre el terreno. Además se editó una versión reducida y anotada, la más vista en You Tube, en la que se habían 3 Raffi Khatchadourian, “No secrets”, The New Yorker, 7 de junio de 2010. 4 http://www.huffingtonpost.com/peter-scheer/wikileaks-didnt-just-happ_b_664398.html 5 http://www.huffingtonpost.com/peter-scheer/wikileaks-didnt-just-happ_b_664398.html
cortado las imágenes que desactivaban en parte el carácter explosivo del material, pues mostraban a hombres armados entre la multitud aparentemente indefensa. En el caso de los Papeles de Afganistán, Wikileaks ha seguido otra táctica, asegurándose una impresionante resonancia mediática. Un mes antes de colgar en su web la información en bruto, filtró el material a The New York Times, The Guardian y Der Spiegel, tres medios de consolidado prestigio internacional. Proporcionarles este privilegiado acceso otorgaba a la información mucho más valor que si hubiera sido adelantada a la generalidad de los medios. Además, con esta maniobra Wikileaks no sólo se libraba del ingente trabajo de hacer digerible una gigantesca montaña de documentos que nadie iba a tener ni ganas ni tiempo de leer sino que conseguía el sello de garantía de la prensa convencional. Correspondió, pues, a estos tres medios la tarea de analizar, contrastar y contextualizar los datos, extraer el contenido más significativo y desechar el irrelevante, dar sentido, en fin, a una maraña de documentos desconectados entre sí. Les correspondió, en definitiva, la tarea de intermediación tradicionalmente asignada a la prensa. El fantasma de un nuevo periodismo sin intermediarios parecía haberse desvanecido. Los medios podían respirar tranquilos y verse libres del temor de llegar a convertirse en meros altavoces de Wikileaks. Pero en realidad Wikileaks ha dado muestras de utilizar a los medios a su antojo, de obviarlos o servirse de ellos según se presente la ocasión. No necesitó del análisis y la intermediación de la prensa semanas después, cuando difundió “Red Cell”, un memorando de cinco folios elaborado por la CIA sobre el temor de que EEUU pueda ser visto como una potencia exportadora de terroristas. El recelo de las cabeceras tradicionales hacia el nuevo competidor no ha hecho más que acrecentarse desde entonces. El pasado 23 de agosto, The Wall Street Journal denunciaba la oscura financiación de Wikileaks al tiempo que le exigía la misma transparencia que el propio sitio demanda a gobiernos y empresas. En principio, Wikileaks se nutre de donaciones anónimas y no acepta ni publicidad ni subvenciones de gobiernos o corporaciones, pero la falta de un respuesta clara a la pregunta de quién paga al controvertido sitio web ha alimentado toda clase de teorías conspiratorias, algunas tan descabelladas y paranoicas que apuntan nada menos que a la propia CIA como poder en la sombra moviendo los hilos de Wikileaks (6). El fundador del sitio, Julian Assange, ha declarado que su único objetivo es combatir la corrupción y a la censura, pero no ha logrado despejar las dudas sobre los intereses que mueven a Wikileaks. Y es un hecho que la filtración de documentos confidenciales constituye un arma de un formidable poder destructivo en manos de los potenciales enemigos de cualquier gobierno, corporación bancaria o secta religiosa. Pero Wikileaks despierta animadversión y sospechas no sólo por su falta de transparencia financiera, sino principalmente por haber puesto en peligro las vidas de civiles y colaboradores afganos. Con frecuencia, los periodistas estadounidenses han reprochado a su Gobierno el abuso de la excusa de la seguridad nacional para encubrir sus propios errores y equivocaciones, pero ahora muchos de ellos se suman a la acusación de “tener las manos manchadas de sangre” que el portavoz del Pentágono, Geoff Morell, 6 Tracy Samantha Schmidt, “A Wiki for whistle-blowers”, Time Magazine, 22 de enero de 2007.
ha dirigido contra Wikileaks. The New York Post, por ejemplo, ha afirmado que “ayuda a los talibanes a matar en Afganistán”. Y Reporteros Sin Fronteras, que había aplaudido la difusión del vídeo de la matanza de Bagdad, ha acusado a Julian Assange de “increíble irresponsabilidad” por filtrar indiscriminadamente miles de documentos. En efecto, mientras que los artículos publicados en The New York Times, The Guardian y Der Spiegel ponían cuidado en no revelar información sensible, el material en bruto que fue colgado directamente en el sitio web ha destapado no sólo métodos operativos, tácticas militares y procedimientos de información, sino también la identidad de al menos cien afganos que estaban colaborando con las fuerzas de la coalición, en algunos casos incluyendo el nombre de sus pueblos, los miembros de su familia, los comandantes talibanes sobre los que estaban informando e incluso las coordenadas GPS donde podían encontrarse. Los talibanes no han tardado en anunciar que están estudiando detenidamente el material colgado en Wikileaks para descubrir a los colaboradores de cada provincia. Ya han llegado amenazas de muerte y se sabe de al menos un líder tribal que ha sido ejecutado (aunque se desconoce si su identidad fue una de las filtradas) (7). También Amnistía Internacional, que en 2009 premió a Wikileaks por desvelar unas matanzas en Kenia, y otras cuatro ONG se han unido a las críticas e instado al sitio web a borrar las identidades de los afganos que colaboraron con las fuerzas internacionales. Y una de las webs más respetadas por sus campañas en contra del excesivo secretismo que rige la actuación de los gobiernos, Secrecy News, se ha lanzado contra Wikileaks, acusándola de practicar vandalismo informativo. El escritor Steve Aftergood explicaba en dicha web su desdén y desconfianza hacia el sitio fundado por Assange, al que reprocha su conducta poco ética, dirigida únicamente a buscar únicamente titulares y publicidad para sí mismo: “Wikileaks debe ser incluida entre los enemigos de la sociedad abierta porque no respeta el imperio de la ley ni el derecho al honor de los individuos. El año pasado, por ejemplo, Wikileaks publicaba el ritual secreto de una hermandad de mujeres llamada Alpha Sigma Tau”. Y lo hacía, continua Aftergood, no por denunciar algo ilícito, sino simplemente porque podía, de la misma manera que ha invadido rutinariamente la privacidad, sin ninguna razón política válida, de grupos no gubernamentales, como los masones o los mormones, que quedan inermes ante sus intrusiones (8). También los gobiernos tienen el derecho y la responsabilidad de guardar secretos. Y ahora que Internet ha roto las barreras de acceso a la información y da acceso en segundos a documentos que antes tardaban años o décadas en desclasificarse, se enfrentan al desafío de mantener a salvo sus comunicaciones sensibles. Desde la creación de Wikileaks, a finales de 2006, ha visto la luz material muy comprometedor para la Casa Blanca, incluso mensajes internos y cables diplomáticos con consejos y opiniones, a veces embarazosas, sobre aliados y enemigos. Y no cabe duda de que para el Pentágono la filtración de los Papeles de Afganistán ha sido una catástrofe sin precedentes. Tal como ha explicado Robert Gates, secretario de Defensa estadounidense, “Fuentes de inteligencia, métodos y tácticas militares, técnicas y procedimientos de información son puestos de esta manera bajo 7 Marc A. Thiessen, “Wikileaks´blow to the surge”, Time Magazine, 9 de agosto de 2010. 8 http://www.newsweek.com/blogs/declassified/2010/06/28/blowing-the-whistle-on-wikileaks.html
conocimiento de nuestros adversarios” (9). Entre otras consecuencias, decía Gates, la filtración afectará a la comunicación entre los cuarteles generales y el frente de batalla, vital para la protección de las tropas, pero también la más vulnerable, puesto que en ella se prioriza la rapidez sobre la seguridad y está menos protegida que la que se reserva para las comunicaciones secretas de los mandos del Pentágono. Por otra parte, al desvelar las identidades de los afganos que colaboran con las fuerzas internacionales, los Papeles de Afganistán no sólo han hecho a los talibanes el trabajo más fácil sino que además han enviado el mensaje de que Estados Unidos no es un buen protector de sus espías. El daño de la filtración pude socavar también la credibilidad de la inteligencia norteamericana más allá de Afganistán, en Pakistán, Yemen o el Este de África, donde necesitan confidentes para impedir los ataques de Al Qaeda, o en Irán, cuyo programa nuclear es uno de los grandes desafíos para la seguridad de Occidente. En realidad, la filtración de los Papeles de Afganistán no ha cogido por sorpresa al Pentágono. Wikileaks ya había colgado en su web información muy comprometedora para las fuerzas armadas estadounidenses (sobre el equipamiento de las tropas en Irak, la batalla de Fallujah o la posible violación de la convención para la guerra química) y los servicios de inteligencia habían elaborado en marzo de 2008 un memorando en el que se estudiaba cómo enfrentarse a esa epidemia de soplones que, amparados en el anonimato, estaban filtrando a la web de Assange documentos confidenciales. El propio memorando acabó colgado en Wikileaks en marzo de este año con el título “U.S. Intelligence planned to destroy Wikileaks”(10). Pero aunque habrá quien vea la mano negra de los servicios secretos en las acusaciones de acoso sexual que están cerniéndose sobre Julian Assange mientras su web anima a los miembros de las fuerzas armadas estadounidenses a filtrar información reservada, poco es lo que puede hacer el gobierno de Obama para parar los pies a Wikileaks: ni legalmente, ni técnicamente ni militarmente. Podría, por ejemplo, instar a los proveedores de Internet en Estados Unidos a bloquear el acceso a la web de Assange, pero sería inútil. Habría otros miles de caminos para llegar a ella. Mientras el Pentágono estudia cómo impedir que Wikileaks siga divulgando sus secretos, los medios de comunicación estadounidenses debaten sobre el papel de la inteligencia militar y la dificultad de guardar un secreto en la era de Internet. Y lo que les ha llamado la atención, en primer lugar, es que tipos como el soldado Manning, principal sospechoso de la filtración de los papeles de la guerra afgana, haya tenido acceso a esa enorme cantidad de información clasificada. Como analista de inteligencia, Manning trataba información sobre el enemigo para incluirla en la base de datos clasificada del Ejército estadounidense. Para ello usaba unos ordenadores conectados a dos redes ultrasecretas del Pentágono que, aunque por motivos de seguridad no tenían puertos USB, sí disponían de reproductores y grabadores de CD. Pero como ha señalado Alex Altman en la revista Time, lo más preocupante es la paradójica condición del entramado de la inteligencia estadounidense: cuanta más información se clasifica como secreta, menos segura es. Más información clasificada requiere más empleados para manejarla, redes mayores para procesarla e instalaciones más grandes para 9http://www.elpais.com/articulo/internacional/Pentagono/pone/Wikileaks/punto/mira/investigacion/papele s/Afganistan/elpepuint/20100730elpepuint_6/Tes 10 http://wikileaks.org/wiki/U.S._Intelligence_planned_to_destroy_WikiLeaks,_18_Mar_2008
almacenarla. Y significa también que más gente tiene acceso a ella. Los riesgos de que se produzca una filtración se multiplican además por la porosidad de las barreras tecnológicas y la desafección de determinados individuos que acceden a documentos confidenciales (11). Un extenso y exhaustivo trabajo de investigación publicado el pasado mes de julio en The Washinton Post con el título de “Top Secret America” (12) dejaba al descubierto el gigantismo del sistema de inteligencia estadounidense: “El mundo de alto secreto creado por el Gobierno en respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 se ha hecho tan grande, tan difícil de manejar y tan reservado que nadie sabe cuánto dinero cuesta, a cuánta gente emplea, cuántos programas existen dentro o exactamente cuántas agencias hacen el mismo trabajo”. “Top Secret America” afirma haber descubierto un mundo escondido creciendo fuera de control, una geografía alternativa de los Estados Unidos, oculta a la vista pública y carente de supervisión a fondo, cuya eficacia es imposible de determinar. Según la investigación del Post, existen 1.271 organizaciones del Gobierno y otras 1.931 empresas privadas trabajando en programas relacionados con el contraterrorismo y la seguridad nacional que emplean a cerca de 850.000 personas. Solamente en el área de Washington hay hasta 33 complejos de edificios que albergan trabajos de investigación secreta. Muchas de estas agencias están desperdiciando el dinero haciendo exactamente la misma tarea. Su ingente producción, más de 50.000 informes al año, lleva a que parte del trabajo sea rutinariamente ignorado. El problema que se plantea ahora, desde la entrada en escena de Wikileaks, es que el Gobierno de Estados Unidos tiene que descubrir al filtrador de sus secretos entre una lista casi infinita de candidatos. En cierta manera, ha perdido el control de la información que desea mantener a salvo de la mirada pública. Y ante la amenaza de filtración de nuevos documentos, la Casa Blanca “sólo puede implorar a la persona que tiene los documentos que no cuelgue más en Internet” (13), tal como ha reconocido su portavoz, Robert Gibbs. En el momento de escribir estas líneas, el Pentágono ha rechazado la oferta de Julian Assange de revisar los quince mil documentos que aún no ha publicado para borrar de ellos los datos y nombres que puedan comprometer la seguridad de sus operaciones en Afganistán, oferta que el departamento de Defensa estadounidense ha rechazado, pues equivaldría a avalar la filtración de sus propios documentos y a eximir a Wikileaks de responsabilidad. La web de Assange se enfrenta ahora al dilema del viejo periodismo: disponer de una información que considera de interés público pero cuya publicación, según el gobierno, podría poner en peligro vidas inocentes y perjudicar la seguridad de una nación. Charli Carpenter, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Massachusetts, propone la norma que debería seguir Wikileaks: “Para los militares, la guerra no es un crimen, pero va contra la ley atacar indiscriminadamente sin tener en cuenta las potenciales muertes de civiles. Deben escoger sus objetivos cuidadosamente. El mismo principio podría aplicarse a organizaciones como Wikileaks, con un mismo objetivo: difundir sólo los “soplos” en casos específicos de fechorías, mientras 11 Alex Altman, “Afgan Leaks: Is the U.S. Keeling too many secrets?”, Time Magazine, 30 de julio de 2010. 12 http://projects.washingtonpost.com/top-secret-america/articles/a-hidden-world-growing-beyond- control/ 13 http://www.abc.es/20100730/internacional/casa-blanca-suplica-wikileaks-201007301801.html
se minimizan los daños colaterales.” (14) Hasta el momento, a web de Assange parece haber seguido, sin embargo, el camino contrario: los papeles de la guerra afgana que ya han visto la luz no revelan ninguna “fechoría” que desacredite moralmente al Ejército de los Estados Unidos, pero sí acarrean cuantiosos daños colaterales. En su conjunto, estos documentos no contradicen la versión oficial que conocemos del conflicto afgano, pero sí dibujan un panorama más oscuro y brutal y lo someten a una nueva ola de escrutinio público que puede acabar administrándole un golpe de gracia, como ya ocurrió con los Papeles del Pentágono, cuya difusión marcó el principio del fin de la guerra de Vietnam. Aunque las consecuencias políticas de la publicación de unos y otros papeles puedan ser similares, la irrupción de Wikileaks supone una notable diferencia en lo que hasta ahora han sido las relaciones entre el poder y el periodismo y el equilibrio de fuerzas entre un bando que trata de ocultar información sensible y otro bando que pretende darla a conocer sin perjudicar los intereses de la seguridad nacional. Tanto los periódicos que publicaron los Papeles del Pentágono como los que ahora se han hecho eco de los Papeles de Afganistán expurgaron los nombres y datos comprometedores para la seguridad de las operaciones, pero no ha ocurrido lo mismo con Wikileaks. Organización apátrida y antisistema, ajena a los intereses de cualquier nación, lo único que parece frenarla a la hora de publicar nueva información sensible que suponga un peligro para la vida de civiles y colaboradores afganos es el temor a ser condenada por la opinión pública. Quizá exageran quienes afirman que Wikileaks constituye un poder global en sí mismo (15). Pero de alguna forma, ha planteado una guerra asimétrica tanto a los gobiernos como a los medios de comunicación. A los gobiernos porque se enfrentan a un enemigo invisible que actúa amparado en una web incensurable e irrastreable. Y a los medios de comunicación infiltrándose, con unas armas contra las que no pueden competir, en un terreno que tradicionalmente les estaba reservado. Vigo, 2 de septiembre de 2010 14 Charli Carpenter, “How Wikileaks Could use its power for Good”, Foreign Policy, 12 de agosto de 2010. 15 Howard Kurtz, “Wikileaks, the MSM and national security”, The Washington Post, 27 de julio de 2010.
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