LA TEORÍA DE LA GUERRA JUSTA EN LOS PRESIDENTES ESTADOUNIDENSES GEORGE BUSH Y BARACK OBAMA.
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LA TEORÍA DE LA GUERRA JUSTA EN LOS PRESIDENTES ESTADOUNIDENSES GEORGE BUSH Y BARACK OBAMA. María Luisa Soriano González Universidad Pablo de Olavide de Sevilla e-mail: mlsorgon@upo.es RESUMEN: Bush introduce en la esfera internacional el concepto de guerra preventiva contraria a los requisitos de la guerra legal internacional de Naciones Unidas. Comporta la legitimidad y justicia de una guerra frente a una amenaza cierta e inminente sin necesidad que se produzca un ataque del enemigo. Los factores de esta nueva teoría de la guerra justa son: el terrorismo internacional con el surgimiento de un nuevo enemigo no estatal, la defensa contra los Estados canallas y Eje del Mal y la justificación del cambio de regímenes tiránicos. Obama vuelve a la teoría de la guerra legal internacional de la comunidad internacional. Margina los fundamentos de la guerra preventiva de su antecesor en la Casa Blanca. Y promueve un nuevo escenario en la esfera internacional de diálogo y acción conjunta con sus aliados y de respeto y colaboración con otras culturas en pro de la paz mundial. PALABRAS CLAVE Guerra justa, guerra legal internacional, política exterior de George Bush, política exterior de Barack Obama, terrorismo internacional BIOGRAFÍA DE LA AUTORA María Luisa Soriano González es profesora ayudante doctora de la Universi- dad Pablo de Olavide de Sevilla. Acreditada como profesora contratada doctora. Ha publicado un libro y veinte artículos sobre pluralismo jurídico e intercultural- idad. Forma parte de equipos de investigación de proyectos I+D del Ministerio y de excelencia de la Junta de Andalucía. Ha realizado estancias de investigación en México, Italia y Argentina. 1. INTRODUCCIÓN La presente comunicación consta de dos grandes apartados con idénticos epígrafes. El primer apartado dedicado al concepto de guerra justa en el pres- 1
idente estadounidense George Bush. El segundo al significado de guerra justa en el presidente estadounidense Barack Obama. Examino en primer término el concepto de guerra preventiva del presidente Bush, que supone una inno- vación en la tradición de la filosofía jurídica y el derecho internacional en torno a la guerra justa. A continuación explico los factores de política exterior que confluyen y justifican este nuevo concepto de guerra preventiva. Siguiendo el mismo procedimiento desarrollado en la exposición de la filosofía de la guerra de Bush, paso a continuación a analizar el concepto de guerra justa en Obama y los factores que determinan este concepto. El objetivo de la comunicación es la realización de un análisis comparativo del significado de guerra justa en ambos presidentes estadounidenses, obligados a enfrentarse a acontecimientos de enorme gravedad en el ámbito internacional, y a constatar las semejanzas y diferencias de sus filosofías bélicas. 2.- LA FILOSOFÍA DE LA GUERRA DE GEORGE BUSH 2.1.- El concepto de guerra preventiva Tanto Bush como los neoconservadores estadounidenses advertían el surgir de un nuevo enemigo, dinámico, invisible, de gran poder de mortandad, incon- trolable, siempre acechante para menoscabar los intereses nacionales de Estados Unidos y sus aliados europeos. Un nuevo enemigo contra el que ya no valía la rémora de los requisitos de la guerra legal exigidos por Naciones Unidas, la guerra justa de la comunidad internacional. Para combatirle y salir exitoso en el empeño la guerra tiene que ser necesariamente de otra naturaleza, porque si el enemigo y las condiciones de la guerra cambian, tienen que cambiar también los resortes para combatirle: requisitos y procedimientos. La guerra legal in- ternacional debe ser sustituida por un nuevo y obligado concepto de guerra, la denominada guerra preventiva, que comporta la legitimidad de la guerra contra una amenaza inminente y cierta, aunque no se hubiera producido un ataque real del enemigo. Bush aplicó directamente esta nueva concepción de la guerra con ocasión de la guerra de Irak, pues este Estado no había llevado ataque alguno contra Estados Unidos, si bien era considerado por Bush una amenaza inmi- nente y cierta por su complicidad con el terrorismo internacional, ayudando a 2
los terroristas, y por esconder un arsenal de armas de destrucción masiva (que después se comprobó que realmente no existía). La guerra preventiva carecía de las limitaciones, requisitos y controles de la guerra legal internacional diseñada por Naciones Unidas, pues se traducía en la apreciación subjetiva por el em- prendedor de la guerra de un enemigo amenazante. Tanto es así que en el caso de la guerra de Irak, ésta se llevó a cabo sin la anuencia de Naciones Unidas y contra la voluntad de la mayoría de los Estados europeos. Como consecuencia, podemos asegurar que Bush, lejos de una alianza de civ- ilizaciones con el mundo musulmán y su civilización, cuyos valores y patrimonio histórico no reconoció, emprendió una guerra sin cuartel contra los Estados más significativos de esta civilización, promotores o cómplices (según él) del terror- ismo internacional, Irak e Irán, y animó a sus socios, especialmente europeos, a seguirle en la lucha al margen de Naciones Unidas. Practicó una política exte- rior unilateral contra estos enemigos de la civilización occidental y de Estados Unidos. Se distanció tanto de Naciones Unidas que mientras él enarbolaba el hacha de guerra en marzo de 2003 contra Irak, poco después -todavía durante su mandato presidencial- Naciones Unidas creaba una Alianza de Civilizaciones, con España y Turquía como Estados patrocinadores, para “tender un puente en- tre Occidente y el mundo musulmán”. 2.2.- Factores de la guerra preventiva de G. Bush 2.2.1.- El terrorismo internacional El hecho sociológico que convulsiona los sentimientos y la ideología del pres- idente Bush tiene lugar el 11 de septiembre de 2001 cuando son derribadas las torres gemelas de Nueva York. Este hecho da paso al factor sociológico desde en- tonces dominante en el ánimo de Bush: la presencia amenazante y persistente del terrorismo internacional, en cuyo proceso se lleva la palma el terrorismo fundamentalista islámico. Sintió en carne propia los efectos del terrorismo in- ternacional, que identificó inicialmente como acciones de unos fanáticos islámi- cos, y desde aquí fue evolucionando en su mentalidad hasta considerar que el terrorismo no era cosa de una minoría de fanáticos, sino la ideología profesada por Estados confesionales musulmanes, que eran directamente terroristas o cóm- 3
plices del terrorismo. Y en primer lugar situaba a Irak e Irán, Estados canallas en la cúspide del terrorismo islámico. Bush era dado a las simplificaciones y por ello trazó una línea que unía hitos sucesivos: terrorismo>Estados canal- las>Islam. Como consecuencia, aunque estaba obligado en política exterior a un discurso moderado (entre otras razones porque algunos Estados musulmanes es- taban dentro de la órbita protectora de Estados Unidos) de hecho Bush siempre advirtió la imposibilidad de una alianza que englobara a Occidente y el mundo musulmán. La sociología de una real fractura y enorme disparidad impedía el éxito de cualquier política de acercamiento entre ambas civilizaciones. Más aún. No solo contempló a la alianza como una pura utopía, sino como un peligro real. Irreal era la iniciativa de una política de aproximación pero muy real el peli- gro de acometer la misma desde el lado occidental. Se trataba de asumir un riesgo alto, inminente y cierto, porque los musulmanes fanáticos aprovecharían la situación para asestar duros golpes a la política confiada y desprevenida de los Estados de la civilización occidental. Bajar la guardia era exponerse a los peores males. Por esta razón Bush no entendía a los europeos y sus relaciones con el mundo musulmán y se quejaba de que no advirtieran los peligros de su negligente con- ducta recordando en sus discursos que Estados Unidos tuvo que salvar a Europa de regímenes tiránicos como el establecido por los nazis alemanes, sin que ellos correspondieran en la misma medida en la lucha de Estados Unidos contra el terrorismo islámico. Coincidía Bush en esta apreciación con sus ideólogos, los neoconservadores, que criticaban la política de brazos caídos de algunos presi- dentes estadounidenses y sobre todo de los Estados europeos con el terrorismo internacional. Los neoconservadores acuñaron una idea que repetían constan- temente aprovechando la lectura de la obra del historiador griego Tucídides sobre las guerras del Peloponeso: Atenas, la democrática y civilizada Atenas, no advirtió los peligros que para la conservación de su imperio suponía la emer- gente y militarizada Esparta, que a la postre la dominó y acabó con ella. De la misma manera ahora Estados Unidos, la nueva Atenas, no sabe o no se preocupa de cortar las alas a su enemigo, el terrorismo islámico promovido o 4
ayudado por Estados musulmanes. Los neoconservadores consideran que hay que aprender de los grandes errores de la historia cometidos por grandes poten- cias que no supieron ver los riesgos de poderes emergentes. Y al efecto aducían como ejemplos históricos a tener en cuenta la actitud de Atenas con Esparta en la Antigüedad y la actitud del Gobierno de Reino Unido (Chamberlain) con los nazis alemanes. 2.2.2.- Los Estados canallas y el Eje del Mal No hay una definición única de los Estados canallas en Bush y en los neo- conservadores. Se les definen como los Estados terroristas, o cómplices del ter- rorismo, o que oprimen a sus pueblos. O todo a la vez. A veces emplean con el mismo sentido ambos conceptos: Estados tiránicos y Estados canallas. Hay una lista de Estados canallas en la que se sitúa en primera fila a Irak, Irán y Corea del Norte. Estos tres Estados integran lo que denomina Bush el Eje del Mal. Contrapone el mal del terrorismo islámico y los Estados que lo apoyan y el bien de la civilización occidental. En su famoso discurso pronunciado poco después del 11-S el 29 de enero de 2002 Bush identificó con sus nombres a estos tres Estados que propagan el mal por el mundo. Posteriormente sus colaboradores han ampliado la lista, como ha hecho Condolezza Rice, su asesora de seguridad internacional. Bush encuentra difícil la práctica de una alianza con las culturas del mundo, porque otras culturas no comparten los valores de la civilización occidental cen- trados en las libertades individuales y la democracia política, esto es, un sistema político democrático que promueva las libertades de sus ciudadanos, y esto hace inviable la alianza. Éste es el presupuesto de carácter general. A lo que se añade que Estados concretos de otras civilizaciones son Estados tiránicos e in- cluso canallas, que hacen aún más inviable la relación entre civilizaciones. El primer presupuesto general está en la mente de Bush siempre y desde el prin- cipio. El segundo se va forjando en su pensamiento tras los acontecimientos del 11S, que al decir de muchos cambió la forma de pensar del presidente. Los Estados canallas son importantes Estados dentro de la civilización musulmana, portadores y defensores del terrorismo, con los que no cabe sino una lucha sin 5
cuartel y la necesidad del cambio de su régimen político. Ante el caso de los Estados canallas –y especialmente del que denomina el Eje del Mal- el pres- idente Bush es partidario de un enfrentamiento, que facilite la sustitución de las tiranías por las democracias y de esta manera se expanda por el mundo los valores americanos y se promocione la paz mundial. 2.2.3.- La conveniencia y legitimidad del cambio de regímenes tiránicos El intervencionismo externo tiene en el presidente Bush su expresión más extrema, pues le lleva a sostener el cambio de régimen tiránico por una democ- racia política: la imposición por la fuerza de la democracia y de esta manera extender los valores de libertad y democracia por el mundo. Toma esta idea Bush de los neoconservadores, sus maestros en filosofía política, y la lleva a la práctica en un programa de guerras sucesivas que comenzaría con Irak y ter- minaría en Corea del Norte pasando por Irán. El lector advertirá que en este programa bélico los Estados canallas y tiránicos a abatir coinciden con los que hacen frente a los intereses nacionales de Estados Unidos, pues es un hecho que la gran potencia estadounidense, para muchos tratadistas el imperio de nuestra época, no se enfrenta a otros Estados tiránicos adictos a su política e intereses. La parte más alarmante de la política exterior del presidente Bush es la defensa de la legitimidad del cambio político, la total interferencia de Estados Unidos en el sistema político de otro Estado, prohibida por el derecho inter- nacional (eje central de la política exterior defendida también por los neocon- servadores americanos, teóricos influyentes en la ideología y política del presi- dente). Bush identificó en un famoso discurso los nombres de los tres Estados canallas que constituían lo que llamó el “Eje del Mal”. Emprendió un programa de guerra que comportaría la destrucción de las tiranías en estos Estados y la implantación de la democracia en su territorio. Llevó a cabo la guerra contra el primero de ellos, Irak, cuyas consecuencias le impidió seguir adelante con su programa bélico. 2.2.4.- El liderazgo especial y excepcional de Estados Unidos, guardián de la paz mundial. Bush cree y desarrolla el papel de sheriff de la paz mundial, de guardián 6
responsable de la paz ante el mundo, como había proclamado tantas veces en sus discursos tras los acontecimientos del 11-S de 2001. Según él Estados Unidos debía desempeñar un liderazgo mundial basado en su excepcionalismo del que derivaba su alta responsabilidad ante Dios, el mundo y los americanos. El ex- cepcionalismo era una especial cualidad de Estados Unidos en el concierto de las naciones por ser el reino de las libertades desde sus inicios y la primera potencia mundial Los neoconservadores, maestros intelectuales de Bush, defendían un lid- erazgo especial y excepcional de Estados Unidos, única superpotencia mundial tras el fin de la Guerra Fría, que le permitía y exigía a la vez el ejercicio de una “hegemonía benevolente”. 2.2.5.- El unilateralismo en las relaciones internacionales. Cuando se habla del unilateralismo estadounidense a veces se interpreta mal y de un modo exagerado este concepto, pues no significa que Estados Unidos vaya totalmente por libre en las relaciones internacionales sin sujeción a pactos previos y a las decisiones de Naciones Unidas. No comporta una actitud de to- tal aislamiento de Estados Unidos en el concierto internacional de las naciones, sino la excepcional acción individual de Estados Unidos cuando la defensa de sus intereses nacionales lo aconseja, porque esperar a la acción conjunta con sus aliados les perjudicaría. El problema reside en que con cierta frecuencia se pro- duce la necesidad de que la defensa de esos intereses nacionales estadounidenses se haga unilateralmente. Es decir, Estados Unidos intenta la alianza con sus aliados por sistema y solo en casos justificados para sus intereses la abandona. Ahora bien, hay que decir que el unilateralismo en las relaciones interna- cionales no es solamente una práctica política del presidente Bush, sino en general de los presidentes estadounidenses quienes se han movido en la esfera internacional entre el intento del consenso entre los Estados socios y la defensa unilateral de los intereses nacionales cuando los presidentes americanos veían que la actitud de aquéllos era una rémora y un riesgo para la prevalencia de tales intereses. Veremos más adelante que ni el presidente Obama fue ajeno a este unilateralismo en el caso de Siria, si bien en este conflicto defendía más 7
los derechos humanos, cuya línea roja el Gobierno sirio había sobrepasado, que estrictos intereses nacionales. Aunque también hay que decir que en Bush se ha visto el unilateralismo más claro y contundente con ocasión de la guerra de Irak y él mismo lo ha introducido en su retórica con más fuerza que otros presidentes, acompañado de nuevos elementos como el excepcionalismo americano, la crítica a la pasiva Europa y la misión sagrada y la responsabilidad ante el mundo de Estados Unidos. Tanto para Bush como para los neoconservadores el unilateralismo deriva del excepcionalismo americano y de la responsabilidad que Estados Unidos tiene ante todo el mundo, como única potencia garante de la paz mundial. El excep- cionalismo es una cualidad de Estados Unidos que le permite intervenir y actuar unilateralmente en la esfera internacional como vigilante de la paz mundial. O dicho de otro modo, el unilateralismo e intervencionismo estadounidenses se jus- tifican por la excepcionalidad de esta potencia, que lleva como consecuencia el abandono de las normas de derecho internacional cuando éstas constituyen una rémora para la defensa de los intereses nacionales estadounidenses extendidos por todo el mundo y la defensa de la paz mundial. 3.- LA FILOSOFÍA DE LA GUERRA DE B. OBAMA 3.1.- El concepto de guerra legal internacional Obama ha abandonado la teoría tan querida para Bush y los neoconser- vadores, ideólogos sustentadores de su acción política exterior, la teoría de la guerra preventiva. Bush pensaba que había un nuevo enemigo, el fanático fun- damentalista, invisible, dinámico, muy capaz, contra el que no valía las reglas de la guerra legal del derecho internacional, que exigía un previo ataque del adversario para darle respuesta. La guerra actual, por el contrario, exigía la respuesta a la amenaza sin esperar al ataque. De ahí la denominación de guerra preventiva. Obama, lejos de seguir un programa de guerras contra el enemigo, pretende un repliegue de las fuerzas militares destacadas en Irán y Afganistán. Está en su programa de presentación a la presidencia de Estados Unidos. Desaparece las alusiones a la guerra preventiva y en cambio encuadra sus acciones de política 8
exterior dentro del marco del derecho internacional. Un Obama pacifista a quien por el contrario y a mi juicio los intereses estratégicos de Estados Unidos no le han dejado ser todo lo pacifista que quisiera ser. La realidad internacional no ha sido tan cruda como para precisar el quantum de pacifismo del declarado y profesado pacifismo obamiano, Premio Nobel de la Paz, recibido cuando aún no se había estrenado en política exterior ni su presidencia había comenzado su andadura. Como epílogo, sería erróneo e injusto asegurar que la política exterior sigue igual con Obama. Podemos decir que se ha encontrado con serios obstáculos y una madeja envolvente de intereses creados en esta esfera internacional que impiden un cambio sustancial. Pero no que estemos en la misma situación que con su predecesor, el presidente Bush. Algunos achacan a Obama la retórica de su lenguaje que esconde el manten- imiento del statu quo en política exterior. Un comentarista afirma que si uno cierra los ojos en la Casa Blanca y se limita a oír lo que dice Obama, sin saber que es él, creería que todavía se sienta Bush en el despacho oval. Un tratadista, Paul Street, señala el carácter orwelliano de Obama, que asegura defender la paz mundial manteniendo la guerra. Paul Street cita palabras de numerosos co- mentaristas coincidentes en señalar que la política exterior estadounidense poco había cambiado con Obama y que el cambio era más de estilo que real. Tras de- scribir la política desarrollada por Obama en numerosos territorios y conflictos del mundo este autor observa finalmente “la persistencia de una militarista e im- perial agenda bajo una nueva supuestamente progresista presidencia orientada a la paz.” Los críticos de Obama le achacan que sigue ayudando a dictadores y tiranos que oprimen a su pueblo, como Egipto y Arabia saudí, dando preferencia a in- tereses estratégicos sobre los derechos humanos. El ciudadano medio se siente frustrado cuando ve que Guantánamo sigue ahí a pesar de que su desaparición fue lo primero que Obama firmó tras ganar la presidencia. Pero esto es poco comparado con la marcha atrás de sus promesas en general. Asumida la presi- dencia el nuevo presidente no cambia las reglas del juego y ha dejado la situación 9
de Oriente próximo con pocas variaciones respecto al estado en que lo encontró. Ésta es la crítica general que se le hace. Las críticas señaladas a la política exterior de Obama tienen su buena parte de razón. Pero hay que comprender que no es posible un gran cambio en política exterior porque no se puede dejar inerme –ni Obama ni nadie en su lugar- los intereses estratégicos de Estados Unidos. Se le echaría encima la opinión pública. Esto no puede ensombrecer que su política en el largo tiempo haya contribuido a la paz mediante una estrategia de diálogo y mutuas concesiones de los Estados afectados. Es, a modo de ejemplo, lo que siempre ha intentado desde los inicios de su primer mandato con israelitas y palestinos. En sus primeras alocuciones tras ganar la presidencia insistía que era necesaria la creación de un Estado palestino. Defendería los intereses de Israel, pero al mismo tiempo la creación de un Estado palestino. Y a partir de entonces no ha parado en fomentar la diplomacia y el diálogo para llegar a un acuerdo entre los contendientes con una constante moderación de las conversaciones entre ambas partes por la secretaria del Estado Clinton y el secretario de Estado Kerry. La política exterior tiene todavía más condicionantes que la interior y es más difícil de remover. Basta citar una serie de grandes obstáculos: la división de zonas de influencia en el mundo entre las grandes potencias, la protección de los intereses nacionales, la conveniencia de la estabilidad regional, la dificultad de un cambio en política exterior ante la fuerza de pactos previos de anteriores Gobiernos... Esta serie de importantes limitaciones ha provocado que algunas promesas de Obama se hayan quedado en palabras sin consecuencia política. Ahora bien, ¿tanto separa al unilateral Bush del multilateral Obama? Hay en las manifestaciones del discurso de Obama una evidente vocación multilateral. No sabemos lo que hubiera hecho ante un golpe tan duro como el que sufrió Bush en el ataque del 11S de 2001. Ha actuado unilateralmente en intervenciones de menor calado que no implicaba el llamamiento a Naciones Unidas y dentro del reparto de influencia y control territorial de las grandes potencias mundiales. Obama ha hecho justicia a su filosofía sobre la guerra manteniéndose en los límites de la guerra legal internacional en las dos ocasiones conflictivas a las que 10
ha tenido que enfrentarse: la guerra civil de Siria y la intervención de Rusia en Crimea. 3.2.- Factores de la guerra legal internacional de B. Obama 3.2.1.- El multilateralismo –diálogo y acción conjunta- en la esfera interna- cional. Hay unas claras zonas de contrastes en política exterior de Bush y Obama y en relación con los Estados socios, los que en los discursos de los presidentes de Estados Unidos suelen recibir el nombre de “aliados”. El multilateralismo de Obama –consenso y acción conjunta de Estados Unidos y sus aliados- tiene un carácter revulsivo respecto a la política exterior unilateral de Bush, especial- mente en el caso de la guerra de Irak, que él llevó a cabo contra las resoluciones de Naciones Unidas, casi en solitario, solamente acompañado por Tony Blair y José María Aznar, y contra la opinión de Naciones Unidas y casi todos los Estados europeos (especialmente Francia). Da la impresión que al presidente Obama le interesaba comunicar inmedi- atamente al mundo y especialmente a los aliados naturales de Estados Unidos el cambio profundo de su Administración en política exterior, aun cuando no era algo nuevo pues ya había dejado claro en sus discursos las bases de esta nueva política contraria a la de los dos mandatos del presidente Bush. En relación con la política exterior y su proclamado –por sus correligionarios y por él mismo- pacifismo hay que tener en cuenta que mucho antes de presentar su candidatura Obama se había manifestado contrario en sus discursos a las guerras de Bush. En su campaña electoral Obama ordenó a sus voluntarios que difundieran miles de e-mails con párrafos de su discurso de octubre de 2002 contra la preparación de la guerra de Irak comenzada en marzo de 2003. “Una guerra –decía en este discurso bien temprano- que nunca debía llevarse a cabo”. Pretendía que se le viese como un simpatizante del movimiento social contrario a la desprestigiada guerra de Irak. Tras presentarse como candidato a la presidencia de Estados Unidos uno de los ejes de su política exterior, en la que muchos le veían bastante verde y como una página en blanco, fue la restauración de las alianzas rotas, componiendo lo 11
que había destruido la política del presidente Bush. Sus discursos van en esta línea persistente desde el principio de su candidatura, como el de 8 de enero de 2008, que alude expresamente a “acabar con la guerra de Irak retirando las tropas” y a “terminar el trabajo en Afganistán”, teniendo como colofón: “reparar nuestra imagen en el resto del mundo”. Palabras que aparecen en el discurso de la victoria, al final de este mismo año, el 5 de noviembre de 2008, pues entre los propósitos del presidente electo están: “las alianzas por reparar”. En su discurso sobre el estado de la nación pronunciado poco después de tomar posesión de su primer mandato presidencial Obama el 24 de febrero de 2009 convoca a una nueva era de participación pronunciando una idea que ya va a ser punto de referencia de sus discursos de política exterior: Estados Unidos no puede actuar solo sin sus aliados en el ámbito internacional, del mismo modo que sus aliados necesitan la colaboración de Estados Unidos. Tras trazar las líneas de su política interior en el país –economía, limitaciones para el libre mercado con una nueva regulación, ley nueva financiera, salud, educación, emigración, etc.- el nuevo presidente marca las nuevas líneas de su política exterior, que señalan una nueva relación de diálogo, consenso y acción conjunta con sus aliados. “Se ha iniciado –dice- una nueva era de participación, pues sabemos que Estados Unidos no puede hacer frente solo a las amenazas de este siglo, pero el mundo no puede afrontarlas sin Estados Unidos... Afianzaremos viejas alianzas, forjaremos nuevas y usaremos todos los elementos de nuestro poder nacional”. En pocas palabras queda destacado Estados Unidos como el cooperante necesario en el concierto de los Estados. Y en el discurso de mayor transcendencia pronunciado ante las Naciones Unidas el 23 de septiembre de 2009 habla de intereses compartidos de los pueb- los, de “reanudar nuestro compromiso con Naciones Unidas”, de “procurar una nueva época de participación en el mundo”, de “construir juntos nuevas coali- ciones para poner puentes sobre viejas divisiones”, etc. Todo el discurso está salpicado de frases por el estilo, pretendiendo Obama dejar claro que abre una nueva etapa de Estados Unidos en política exterior presidida por la determi- nación y al acción conjunta de todos los aliados. 12
3.2.2.- La renuncia al papel de Estados Unidos como guardián de la paz mundial. La paz, según Obama, es cuestión de todos: de Estados Unidos y cada uno de sus aliados. Acepta más tenuemente que su predecesor la condición excep- cional de Estados Unidos en el concierto de las naciones, como muestran los frecuentes apelativos a la nación americana como nación honesta, responsable, amante y promocionadora de las libertades y la democracia, primera potencia mundial, pero sin que este papel la conduzca a una especial y sagrada misión en el mundo. Para él la excepcionalidad reside simplemente en los valores de libertad y democracia asumidos desde los orígenes por Estados Unidos. “Lo que nos hace excepcionales –dice en el discurso de su segunda investidura como presidente-, lo que nos hace americanos, es nuestra lealtad a una idea, artic- ulada en una declaración que fue hecha hace más de dos siglos”. Para él la nación americana era ciertamente excepcional –una nación honesta, la primera en el mundo, ámbito de libertades, etc.-, pero este excepcionalismo no llegaba a la altura “celestial” como pensaba Bush, que consideraba una “misión sagrada” dictada por la Providencia la misión de Estados Unidos en el mundo. E igual- mente éste tiene una especial responsabilidad, pero no aisladamente, sino en el concierto de una comunidad de aliados, en cuyo seno desarrollaba el liderazgo como primus inter pares, pero no desde las alturas donde los situaba Bush. Una “cantinela” de Obama, que no es una simple frase para quedar bien con sus socios, sino que realmente pensaba que Estados Unidos necesitaba a sus aliados de la misma manera que sus aliados necesitaban a Estados Unidos. 3.2.3.- El frontal abandono de la política de sustitución de regímenes tiránicos por nuevas democracias. Obama se opone a uno de los elementos básicos de la política exterior de Bush, el cambio de regímenes tiránicos y sus sustitución por nuevos regímenes democráticos, el cual tenía como punto de mira a determinados Estados musul- manes, con Irak e Irán a la cabeza, Abandona la dura terminología de Bush y no habla de Estados canallas ni del Eje del Mal. Un crudo lenguaje que le servía para defender su programa de 13
cambio de regímenes políticos tiránicos por regímenes democráticos. Expresa claramente que él no pretende cambio de regímenes, aunque se reserva el derecho de ayudar a quienes dentro de ellos aspiran a la conversión de sus países en nuevas democracias. Y como muestra y consecuencia de esta nueva política de Obama, contraria a la de su predecesor, deja claro que no interferirá en los Estados musulmanes imponiendo el modelo americano de democracia, pues la democracia no se puede instaurar por la violencia. Lo dice claramente en su primer discurso en tierra musulmana el 4 de junio de 2009: “ninguna nación puede imponer o debe im- poner a ninguna otra sistema de gobierno alguno”. Repare el lector en la expre- sión “debe imponer” en recuerdo a cómo tantas veces repetía Bush que la imposi- ción de la democracia cambiando Estados tiránicos por Estados democráticos era un deber del liderazgo de Estados Unidos, una especie de “misión sagrada”. Obama quiere dejar claro que esta política estadounidense anterior del ejerci- cio de la violencia para cambiar regímenes políticos ha concluido. No volverá un nuevo Irak. No habrá campañas bélicas unilaterales pretendiendo cambios políticos en Estados ajenos, como durante la presidencia de Bush. En esta línea Obama suprime la alusión a los Estados canallas tan presente en los discursos bushianos cuando trata de política exterior, Estados fracasados que oprimían a sus ciudadanos y eran portadores o cómplices de armas de destrucción masiva, que merecían según Bush la interferencia exterior derrocando sus regímenes y sustituyéndolos por nuevas democracias con la finalidad de conseguir el bien de sus ciudadanos y la paz exterior. Ahora bien, la renuncia al cambio de regímenes tiránicos va acompañada de la ayuda a los ciudadanos de estos regímenes que luchan desde el interior contra sus gobernantes corruptos y pretenden la in- stauración en sus países de la democracia y las libertades. “Apoyaremos las democracias en todas partes –dice Obama al ser investido por segunda vez pres- idente el 21 de enero de 2013- desde Asia hasta África, desde las Américas hasta el Medio Oriente, pues así nos inspiran nuestros intereses y nuestra conciencia para obrar a favor de aquellos que aspiran a ser libres.” Y poco después en el discurso sobre el estado de la Unión de 12 de febrero de 2013 ratifica: “Apo- 14
yaremos a los ciudadanos a medida que estos exijan sus derechos universales, y apoyaremos transiciones estables a la democracia.” Por lo tanto, la confesada política de no interferencia no aleja a Obama de la promoción y compromiso con los derechos humanos, que para él constituyen las bases morales de la Humanidad y por lo tanto alcanza a todas las culturas. Todos los pueblos –afirma el presidente- desean vivir en una sociedad en la que estén reconocidos los derechos humanos, donde exista libertad de expresión, codecisión en el gobierno, imperio de la ley, justicia igualitaria, gobierno trans- parente, libertad para vivir como se desea. Pues los derechos humanos no son atributos de una cultura, sino de todos los pueblos y las personas: “no son sólo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es ese el motivo por el que los apoyaremos en todas partes”. Obama se convierte en este tramo de su discurso en un cabal liberal, que interpreta a los derechos humanos con expresiones seme- jantes a las que podríamos encontrar en los textos de John Rawls, para quien los derechos humanos no eran “parroquianos”, sino un acervo de todas las culturas. 4. CONCLUSIONES Se advierte claramente una diferencia en el imaginario ideológico de am- bos presidentes estadounidenses, Bush y Obama, sobre la justificación, proced- imiento y limitaciones de una guerra justa. En función de esta toma de postura Bush se aparta del concepto tradicional de guerra justa, que exige un previo ataque del enemigo, defendiendo la guerra o acción preventiva ante una amenaza inminente y cierta, aun cuando no se haya producido todavía el ataque del adversario. Ante un nuevo enemigo tan distinto de los ejércitos tradiiconales -dinámico, ilocalizable, de gran capacidad mortífera- los requisitos de la guerra justa no pueden ser los mismos mantenidos por la teoría clásica del bellum iustum. Apoya su concepto de guerra preven- tiva en una serie de factores confluyentes y que mutuamente se refuerzan: el terrorismo internacional, la presencia de Estados canallas y de un Eje del Mal, en el que se asientan los tres Estados más canallas del mundo –Irak, Irán y Corea del Norte-, la conveniencia en pro de la paz mundial de convertir los regímenes políticos tiránicos en nuevas democracias y la necesidad del unilater- 15
alismo estadounidense en la esfera internacional cuando los intereses nacionales y las circunstancias lo aconsejan. Obama lleva a la esfera internacional su vocación pacifista intentando un nuevo diálogo entre las potencias que recomponga viejas alianzas rotas por su predecesor en la Casa Blanca. Vuelve en su filosofía bélica al concepto de guerra legal internacional sostenida por Naciones Unidas. Abandona el concepto de guerra preventiva y los elementos que la sostenían, antes citados, en los que tanto se apoyaba el presidente Bush. En sus discursos desaparecen las alusiones a la guerra preventiva, los Estados canallas, el Eje del Mal, la expansión de los valores americanos de democracia y libertad destruyendo gobiernos tiránicos y sustituyéndolos por pretendidas democracias. Marginados estos conceptos del acervo de su filosofía política, promueve a continuación una nueva era de paz de los pueblos en un proceso de confianza y diálogo, que pasa por las siguientes fases sucesivas: a) la comprensión de lo mucho que los unen en contraste con lo poco que los separan, b) el mutuo respeto desde la previa comprensión, y c) la ayuda y la colaboración recíprocas en la consecución de un mundo de bienestar y paz. Obama recibió el Premio Nobel de la Paz sin estrenarse aun en política internacional. Un premio a la esperanza depositada en él y no en función de sus acciones de paz. Hoy ya se conocen sus propuestas y acciones en conflictos internacionales de gran envergadura, como los de Siria y Ucrania. En ambos el presidente estadounidense ha mostrado que su alineamiento con los requisitos de la guerra justa sostenida por Naciones Unidas no es una simple fórmula retórica. Incluso debido a este alineamiento está cosechando una crítica de sectores sociales de su país por su tibieza con las actividades de gobernantes, que como Putin o Asad se colocan impunemente fuera del control de Naciones Unidas y el derecho internacional. 16
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