LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ DE QUESADA

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LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES
              Y DE JIMÉNEZ DE QUESADA
                                          POR
                                  EDUARDO SANTA*

Retratos de Cervantes
    ¿Cómo era la verdadera fisonomía de Cervantes? ¿Fuera de la descrip-
ción física que él mismo se hizo, existe algún retrato auténtico hecho por
algún pintor o grabador de su época? Todo parece indicar que ninguno de
los que se han publicado es, realmente, auténtico, incluyendo el más conoci-
do, supuestamente hecho por Juan de Jáuregui. El destacado historiador Jai-
me Fitzmaurice-Kelli, en su biografía sobre don Miguel, y como anexo a la
misma, incluye un estudio muy convincente, con el cual se propone demos-
trar, con razones muy válidas, que dicho retrato no es del mencionado pintor
y que, por el contrario, constituye una verdadera impostura1. Demuestra que,
por la fecha que tiene puesta el retrato, Cervantes era una persona sin ningu-
na significación literaria, prácticamente un desconocido, una especie de bus-
cavidas que en Sevilla ocupaba un puesto de ínfima calidad, con un mísero
sueldo, que seguramente no le permitía contratar a un pintor del prestigio de
Jáuregui. Descarta, por estas mismas circunstancias, que el retrato hubiese
sido hecho sin costo alguno, en consideración a que tal vez hubiese existido
alguna amistad entre ellos, siendo Cervantes un individuo sin mayor signifi-
cación social y de cincuenta y tres años cuando fue pintado, y Jáuregui un
joven de diecisiete y de muy elevado rango social. Agrega el historiador
literario Fitzmaurice, que otros detalles que permiten negar la autenticidad
del retrato también los suministra la circunstancia de aparecer la firma de

*   Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia.
1   Jaime Fitzmaurice-Kelli. Miguel de Cervantes Saavedra; reseña documentada de su vida.
    Buenos Aires, Bajel, 1944.
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Jáuregui en forma diferente, es decir como “Xaurigui” (con “X” y dos “ies”),
siendo también que por aquella época él no usó esta manera de consignar su
apellido. Finalmente, como prueba casi concluyente, nos dice que Cervantes
nunca tuvo en vida el título honorífico de “Don”, ni lo usó jamás en docu-
mento alguno, para que Jáuregui lo hubiera consignado en el retrato mencio-
nado2.
    Es un hecho evidente, agregamos nosotros, que la fisonomía de Cervantes,
cualquiera que haya sido el autor del retrato, tiene una innegable correspon-
dencia con el que se hizo él mismo, utilizando su propia pluma de escritor,
como si fuera un delicado y fino pincel, dispuesto a dejar para la posteridad
su indiscutible estampa, y que él publicó en la primera edición de sus Nove-
las Ejemplares. Vale la pena recordarla, tomándola directamente de la obra
señalada: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente
lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien propor-
cionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los
bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque
no tiene sino seis, y éstos mal acondicionados y peor puestos, porque no
tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos,
ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado
de espaldas, y no muy ligero de pies. Ese digo, que es el rostro del autor de
La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del
Parnaso, a imitación del César Caporal Perusino, y otras obras que andan
por ahí descarriadas, y quizás sin el nombre de su dueño, llámase común-
mente Miguel de Cervantes Saavedra, etc.”3.
    Si confrontamos este retrato literario con el que se le atribuye a Jáuregui,
no dejaremos de pensar que éste, o quien haya sido su autor, tuvo muy en
cuenta el consignado por la pluma elocuente de Cervantes. Y es un hecho
evidente que el insigne escritor bien anheló que el maestro Jáuregui lo hubie-
ra retratado. Lo dijo él mismo al iniciar el prólogo citado, en el cual, además,
hizo su propia semblanza, anticipándose a su inmortalidad, como si le hubie-
ra querido dar las pautas a todos aquellos que a través de cuatro siglos han
tomado sus pinceles para plasmar la fisonomía del más importante novelista
de todos los tiempos. Dice así Cervantes, al iniciar su Prólogo a sus Novelas
Ejemplares, tantas veces citado: “Quisiera yo, si fuera posible, lector
amantísimo, excusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien

2     Ibíd.
3     Miguel de Cervantes. “Prólogo al lector”. En Novelas Ejemplares.
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                       Grabado de Miguel de Cervantes.
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con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con
éste. Desto tiene la culpa algún amigo de los muchos que en el discurso de
mi vida he granjeado, antes con mi condición que con mi ingenio, el cual
amigo bien pudiera, como uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la
primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato al famoso D. Juan de Jáuregui,
y con esto quedaría mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que que-
rrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invencio-
nes en la plaza del mundo a los ojos de las gentes, etc., etc.”4. Anotamos
nosotros que las Novelas Ejemplares fueron publicadas en 1613 y, en conse-
cuencia, el cuadro mal pudo ser pintado en 1600, pues para la fecha del libro
Cervantes declara en su prólogo su deseo de ser retratado por el célebre
artista; con lo cual se concluye que en 1613 no había ningún retrato de
Cervantes pintado por Jáuregui. La impostura salta a la vista de inmediato,
pues hay trece años de diferencia entre el prólogo y la obra de arte.
    El mencionado retrato de Jáuregui fue avalado por la Academia Españo-
la de la Lengua, al colocarlo en su salón principal, según lo anota el mismo
Fitzmaurice-Kelli, en nota de su biografía de Cervantes, en los siguientes
términos: “El original, que es una pintura en madera, ha sido considerado
como un retrato auténtico de Cervantes, hecho en su tiempo. Como a tal se le
ha asignado un lugar conspicuo en la sala principal de la Real Academia
Española, a la cual corporación fue generosamente obsequiado por su pri-
mer dueño, el señor Albiol. Como la Real Academia Española no pretende
ser autoridad en materias de arte, sus conclusiones en cuanto a la autentici-
dad de este supuesto de Cervantes deben ser recibidas con alguna reserva”.
Y, a renglón seguido, continúa diciendo el mencionado Fitzmaurice-Kelli, lo
siguiente: “Se observará que la pintura, firmada, según se presume, por Juan
de Jáuregui, está fechada en 1600 y lleva el nombre de Cervantes. Dícese
que estas inscripciones son contemporáneas del retrato”.
   “Afirmar, empero, no es probar, y la abundancia de pormenores en las
inscripciones puede tal vez hacer surgir, en vez de apaciguar las dudas en
cuanto a la autenticidad del cuadro. En primer lugar, está muy lejos de la
certidumbre el hecho de que Jáuregui haya pintado nunca una semblanza de
Cervantes. La opinión de que Jáuregui hiciera un retrato de Cervantes se
basa en un paso humorístico y exculpatorio del prólogo de las Novelas Ejem-
plares”5. Fitzmaurice-Kelli se refiere, indudablemente, al párrafo de
Cervantes, ya transcrito en este trabajo y en el cual dice: “pues le diera mi

4     Miguel de Cervantes. “Prólogo al lector”, En Novelas Ejemplares. Barcelona, Juventud, 1958.
5     Jaime Fitzmaurice-Kelli. Op. cit.
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retrato a don Juan de Xauregui y con esto quedara mi ambición satisfe-
cha”6. Concluye el mencionado autor y biógrafo así: “Estas palabras (las
anteriormente subrayadas), escritas evidentemente mucho después de 1600,
no son decisivas. Tomadas en su sentido natural y obvio las frases burlonas
no dan a entender sino que la curiosidad de sus lectores, por solo que hace a
la apariencia de su persona, podría satisfacerse con recurrir a Jáuregui que
aceptaría de buena gana el encargo de pintar el retrato del autor para grabarlo
luego a expensas de un amigo puramente ficticio. No hay prueba de que
existiese ningún retrato de Cervantes pintado por Jáuregui, cuando aquel
escribió el prólogo de las Novelas Ejemplares”7.
    No solo Fitzmaurice-Kelly ha desconocido o controvertido la autentici-
dad del retrato de Cervantes, supuestamente hecho por Jáuregui, pues otros
críticos de arte e historiadores literarios también lo han hecho y, entre ellos,
Martín de Riquer, ilustre y reconocido cervantista. Este nos dice en su ya
muy conocido libro Aproximación al Quijote, lo siguiente: “Cervantes afir-
ma en el prólogo de sus Novelas Ejemplares que Juan de Jáuregui, conocido
pintor y poeta, había pintado su retrato8. La Real Academia Española posee
un discutido retrato de un hombre con golillla, en cuya parte superior se lee
D. Miguel de Cervantes Saavedra y en la inferior Iuan de Iaurégui pinxit
año 1600, sobre cuya autenticidad se han emitido fundadas dudas. En la
colección del Marqués de Casa Torres existe el retrato de otro hombre, tam-
bién con golilla, que se ha supuesto que es el que pintó Juan de Jáuregui
porque corresponde con la descripción que de éste da Cervantes en el prólo-
go aludido”9. Nosotros ya hemos recordado que el pintor del mismo, sea
Jáuregui o cualquiera otro, se basó en el mencionado retrato literario que
Cervantes se hizo, y que, en realidad, ello nada prueba en lo relacionado con
la autenticidad sobre la autoría de dicho cuadro.
    Dejando de lado estos cuestionamientos, hemos tropezado, de pronto,
con un bello grabado de Cervantes, diferente al atribuido a Jáuregui, publi-
cado en el famoso Almanaque de la Ilustración, editado en Madrid, en 1879,
con el cual se ilustra un interesante artículo sobre el Manco de Lepanto,
escrito por el historiador español don Cayetano Rosell. Debajo de él, escribe
el mencionado autor, lo siguiente: “El retrato que arriba reproducimos no es
auténtico, pero se ha hecho tradicional. Lo conserva la Academia Española

6   Miguel de Cervantes. Op. cit.
7   Jaime Fitzmaurice-Kelli. Op. cit.
8   Martín de Riquer. Aproximación al Quijote. Navarra, Salvat, 1970.
9   Agregamos nosotros que no es una afirmación de Cervantes, sino una suposición, o deseo
    encubierto, a manera de gracejo, dado el carácter burlón y humorístico del mismo.
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como regalo muy estimable que debió a la generosidad del Sr. Conde del
Águila, de Sevilla, en 1773. Por rara coincidencia, tiene parecido muy exac-
to con el que ideó el dibujante Kent para la edición de Londres de 1738. Mr.
Viardot publicó en L’Ilustration del 8 de febrero de 1851 otro que se dice
sacado de un original de Velásquez de Silva. En 1854 se puso al frente de
una traducción inglesa del Persiles, publicada en Londres, una ridícula efigie
de Cervantes, que ni siquiera mención merece. El célebre del barquero, des-
cubierto en Sevilla en el año 1864, en el cuadro de la Rendición de Cautivos,
de Pacheco, es una bien intencionada suposición; con aquella fisonomía
Cervantes no hubiera sido desgraciado. De la multitud de grabados hechos
en diferentes épocas, nada es necesario decir aquí: la verdadera imagen del
autor del Quijote no se conocerá mientras no parezca la que Pacheco (con-
temporáneo de Cervantes y excelente retratista) incluyó en su precioso ál-
bum, que hoy es propiedad del Sr. D. José María Asensio, docto sevillano y
muy solícito investigador de cuanto se refiere a la vida y escritos del Príncipe
de nuestros ingenios”10. Nosotros, por nuestra parte, nos preguntamos: ¿dónde
se encuentra el mencionado retrato, al cual se refirió Cayetano Rosell, en
1879, y que, según su criterio, refleja la verdadera imagen de Cervantes?

Retratos de Quesada
   Con este título publicó Enrique Otero D’Costa, distinguido historiador, y
presidente que fue de nuestra Academia Colombiana de Historia, un intere-
sante artículo que incluyó en su obra titulada Gonzalo Ximénez de Quesada.
Resulta, en verdad, interesante, la tesis que formula el mencionado escritor
en el primer párrafo de su libro: “¿Existe un retrato auténtico de Gonzalo
Jiménez de Quesada?” Y él mismo se responde en forma inmediata: “Hasta
hoy se ha tenido como legítimo el divulgado por Alberto Urdaneta en el
Papel Periódico, retrato que muestra a un hombre maduro, de copiosas y
negras barbas, ojos adormecidos, nariz aquilina y vestido con galoneado
jubón”11.
   A este respecto, hemos consultado el Tomo V (1886-1888) de la citada
publicación de Alberto Urdaneta, donde aparece publicado el grabado al
cual hace mención Otero D’Costa. El artículo que acompaña dicho grabado,
de autoría de Urdaneta, dice lo siguiente: “Hoy que ha llegado a nuestras

10 Cayetano Rosell. “Miguel de Cervantes Saavedra”. En: Almanaque de la Ilustración. Madrid,
   Imprenta de Aribau, 1879.
11 Enrique Otero D’Costa. Gonzalo Ximenez de Quesada. Bogotá, Cromos, s.f.
EDUARDO SANTA: LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ...      871

            Gonzalo Jiménez de Quesada. Cuadro de Alberto Urdaneta
               Grabado de Daudenarde. Papel Periódico Ilustrado.
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manos una copia del retrato que en la galería histórica de México existe, de
los conquistadores de la América, y que recuerda en mucho la fisonomía del
que se ve en una antigua edición de Amberes de la historia de Piedrahita, y
del que en la Municipalidad de Bogotá se halla, hecho por don Ramón To-
rres M., no vacilamos, decimos, en darla como auténtica, e hincar en el espí-
ritu nacional como fisonomía del Adelantado, D. Gonzalo Jiménez de
Quesada, la que adorna la primera página del presente número”12.
    Creemos nosotros que la razón que nos presenta nuestro insigne Urdaneta
es bastante débil, por no decir desechable, y compartimos los comentarios
que hace a este respecto Enrique Otero D’Costa en su libro mencionado. En
efecto, dice Otero lo siguiente: “La adopción (de que habla Urdaneta) tuvo
buena suerte, como que en el día no habrá quien, rememorando al Adelanta-
do, no recuerde simultáneamente los rasgos fisonómicos aceptados por
Urdaneta y propagados en libros, revistas y periódicos. No obstante esos
rasgos, tan solemnemente proclamados como verídicos, no resistirían un exa-
men detenido en el cual se tuvieran en cuenta las cualidades morales del
héroe. Aquella faz soñolienta ayuna de energía, de viveza, sin rasgo destaca-
do de inteligencia, no alcanza a traducir, ciertamente, al guerrero, al conquis-
tador de uno de los más florecientes imperios indianos”13.
    Pero esta apreciación, que tiene que ver más con la psicología aplicada a
la imagen dibujada o impresa, a la que pudiéramos llamar psicofotografía, o
simplemente interpretación psicológica de una imagen de carácter histórico,
tampoco es suficiente para descalificar el dibujo publicado por Urdaneta. Sin
embargo, conviene decir en qué se basó éste para publicar el grabado de
Jiménez de Quesada, hecho por Antonio Rodríguez, para divulgarlo en las
páginas del Papel Periódico Ilustrado. La historia se la cuenta, en forma de
anécdota, don Pedro María Ibáñez a Otero D’Costa, y todo viene a reducirse
a algo tan deleznable, como la simple afirmación del señor Constantino Fran-
co, al obsequiarle a Urdaneta una copia de un óleo original que presumía
fuera de Jiménez de Quesada, y que reposaba en alguna pinacoteca mexica-
na, óleo que resultó ser el retrato de nadie menos que de Francisco I, rey de
Francia. Y sobre esta copia, don Alberto Urdaneta le pidió al artista Antonio
Rodríguez que hiciera el grabado que fue publicado en el famoso Papel Pe-

12 Alberto Urdaneta. “Gonzalo Jiménez de Quesada”. En: Papel Periódico Ilustrado. 1886-1888.
   Tomo V., pág. 3 (Se refiere en esta nota a la Noticia Historial de las Conquistas del Nuevo Reino
   de Granada, de Lucas Fernández de Piedrahita).
13 Enrique Otero D’Costa. Op. cit.
EDUARDO SANTA: LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ...                           873

riódico Ilustrado, del cual éste fue asiduo colaborador14. Desde entonces, el
mencionado grabado ha sido reproducido muchas veces en periódicos y re-
vistas y también ha sido tomado por muchos artistas como base para la ela-
boración de sus cuadros (óleos, grabados, acuarelas, frescos murales, etc.),
difundiendo en esta forma una imagen falsa del fundador de Bogotá y con-
quistador de nuestro Nuevo Reino de Granada. El grabado en mención, más
parece el de un apacible y bondadoso patriarca, pues en manera alguna co-
rresponde a la recia y combatiente personalidad del conquistador, humanista,
militar y letrado, que realizó admirables proezas de valor, dominando las
selvas inhóspitas, combatiendo contra fieros indígenas que defendían sus
tierras, sus mujeres y su honor, al precio de la vida, y escribiendo, en sus
ratos de ocio, valiosas obras de historia europea, como el Antijovio, y ameri-
cana (la que él había escrito antes con su espada), como el Epítome del Nue-
vo Reino de Granada, el Compendio Historial y otras que infortunadamente
han desaparecido con el paso del tiempo, por la incuria de sus contemporá-
neos y de quienes posteriormente estaban en la obligación de preservarlas.
    A la muerte de Urdaneta, el óleo al que nos hemos venido refiriendo, pasó
a manos de don Pedro María Ibáñez, uno de los más ilustres fundadores de
nuestra Academia Colombiana de Historia. Urdaneta también pintó un cuadro
de Jiménez de Quesada muerto. Aparece yacente, ataviado con su armadura,
su casco, su visera y su celada, sobre un solemne catafalco, que el artista repre-
sentó de menores dimensiones que el cuerpo del Conquistador, para que sus
espuelas no estorbaran su posición rígidamente horizontal, quedando sus pies
en el aire, fuera del catafalco, seguramente para que éstas no fueran a rayarlo.
Posteriormente Urdaneta hizo que un grabador de apellido Dandenarde lo re-
produjera en un grabado en madera, el cual fue publicado en el Papel Periódi-
co Ilustrado15 (pág. 284). Tanto el óleo como el grabado son sencillamente
lamentables por su pobreza expresiva, sus rasgos estereotipados e impersona-
les, su carencia de ámbito adecuado para la imagen que se quiso representar.
En realidad, en ellos aparece el Conquistador como una figura acartonada e
inocua, como la de cualquier muñeco lúdico, sin naturalidad, y el cuadro en
mención ni siquiera ostenta el tono funerario y grave que un cadáver y su
ambiente deben infundir en quienes contemplan la obra de arte.
  Hay otro retrato de Jiménez de Quesada y fue el que hizo Ramón Torres
Méndez, tomando como modelo el que aparece en las Décadas de Antonio

14 Ver “Índice de Grabados”, en el Tomo V del Papel Periódico Ilustrado (Retrato de Jiménez de
   Quesada, por A. Rodríguez, en las primeras páginas del tomo).
15 Ibíd., pág. 284.
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de Herrera. De él opina Otero D’Costa que refleja en mejor forma el carácter
fuerte y vigoroso del conquistador. ¿Qué se hizo tal retrato de tan importante
pintor colombiano? El mismo Otero D’Costa, en el libro donde publica su
artículo sobre la inautenticidad del cuadro de Jiménez de Quesada, nos dice
que dicho óleo original pereció abrasado por las llamas, en el incendio que
arrasó totalmente las Galerías de Bogotá en 1900.
    En relación con el incendio mencionado, vale la pena hacer un pequeño
paréntesis, por la importancia que tiene en los anales de nuestra cultura na-
cional, pues en las Galerías consumidas por el fuego, funcionaba el Archivo
Colonial, la Alcaldía de Bogotá y donde fueron destruidos no solo el retrato
de Quesada, hecho por Torres Méndez, sino otros de inmenso valor y docu-
mentos fundamentales para nuestra historia colombiana, como el original del
Acta de nuestra Independencia, con firmas autógrafas de todos los próceres
que la redactaron y suscribieron, aquel 20 de julio de 1810. Sobre este luc-
tuoso acontecimiento, el distinguido historiador Daniel Samper Ortega, en
su libro Bogotá 1538-1938, hermosa publicación, ilustrada con admirables
acuarelas de Luis Núñez Borda y editado con motivo del Cuarto Centenario
de nuestra capital, obra que hoy es considerada por los bibliófilos y los eru-
ditos como una verdadera joya histórica, artística y bibliográfica, nos dice lo
siguiente: “Bogotá, después del incendio del Palacio de los Virreyes, no ha-
bía vuelto a sufrir una catástrofe de tan funestas consecuencias para su histo-
ria como el de las Galerías, ocurrido el 20 de mayo de 1900, que redujo a
cenizas la mayor parte de nuestro Archivo Colonial. En la esquina de la calle
10 (hoy almacén del señor Pedro S. Rey), funcionaba una sombrerería lla-
mada ‘Al Progreso’, propiedad de la casa R. Y M. Wegener, de Hamburgo,
de la cual era apoderado y administrador el alemán Emilio Streinchner. Este
individuo gastaba más de lo que podía y, para curarse en salud contra un
posible examen de cuentas, así como para cobrar la póliza de seguro que a su
nombre había tomado sobre las existencias del almacén, provocó el incen-
dio, regando en el patio de la tienda materias inflamables y dejando encendi-
da la hornilla de calentar sus planchas y demás utensilios. Como a las once
de la noche del citado 20 de mayo, la ciudad entera se puso en pie al oír el
toque de rebato. No tardó en darse cuenta de que se trataba del incendio de
las Galerías, a las cuales acudieron en masa los ciudadanos, tanto para ayu-
dar a salvar las existencias de los numerosos almacenes instalados allí, como
para ejercer la vigilancia sobre los rateros que siempre se aprovechan de
ocasiones como ésta para pescar en río revuelto. Tres días, sin embargo, duró
el fuego, que consumió íntegramente el costado occidental de la Plaza de
Bolívar, sin que los heroicos sacrificios de innumerables personas lograran
dominarlo”. Continúa el historiador Samper Ortega, miembro que fue de
EDUARDO SANTA: LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ...            875

nuestra Academia de Historia, su crónica, en estos términos: “La situación
de guerra en que se encontraba el país (la de los Mil Días), y la mal disimu-
lada intención del partido gobiernista de achacar la causa de aquella desgra-
cia al bando opuesto, facilitaron la fuga del alemán, quien desapareció de
Colombia, abandonando un establecimiento de su propiedad llamado el “Ca-
sino”, mucho más valioso que la sombrerería. Los exhortos del juez que lo
llamó a juicio, dirigidos a los gobernadores y al director de la policía, para
aprehender al incendiario, no dieron resultado, porque, en espera del resta-
blecimiento del orden público, se ordenó mantener el auto en reserva, dán-
dole así tiempo al reo para escaparse”16.
    Volviendo a los retratos de Quesada, don Enrique Otero D’Costa, en el
libro de su autoría, se refiere a otros dos. El primero de ellos es el que se
encuentra en el poema Aquimen-Zaque, publicado en 1858 por Próspero
Pereira Gamba; y el segundo es el que se halla en las Décadas del cronista
Herrera, en la edición publicada en Amberes en 1728. Del primero, de acuerdo
con las declaraciones hechas por Pereira Gamba, se deduce que tal grabado
es una copia de otro hecho en Madrid en 1595, el cual se custodiaba en
nuestra Biblioteca Nacional hacia mediados del siglo XIX17.
    El que se halla en las Décadas de Herrera, edición amberiana, “repre-
senta a un caballero como de sesenta años, vestido con acerada armadura y
sosteniendo en las manos un morrión o celada”. Comenta Otero D’Costa
que “Este retrato fue el que sirvió a don Ramón Torres Méndez para traba-
jar el óleo que poseía la Municipalidad de Bogotá (...) obra que fue abrasa-
da en el incendio de las Galerías” y, agrega el mismo autor, que “el óleo en
referencia fue trazado por el pintor colombiano en 1886 o en el siguiente
año, para presentarlo en la exposición industrial celebrada en Bogotá en
1887, conmemorativa de las clásicas fechas del 20 de julio y 6 de agos-
to”18. A su vez, don José Segundo Peña, refiriéndose al mismo cuadro,
anota que “fue entonces (1886) cuando como presidente de la Municipali-
dad, contraté en doscientos pesos con el señor Torres Méndez el retrato de
Gonzalo Jiménez de Quesada, que está en el salón de sesiones, y fue toma-
do de un grabado de acero que trae don Antonio Herrera, Cronista de In-
dias... etc.”19. Anotamos nosotros que el mencionado retrato (presentado en
forma de grabado), que aparece en las Décadas de Herrera, también está

16   Daniel Samper Ortega. Bogotá1538-1938.
17   Enrique Otero D’Costa. Op. cit.
18   Ibíd., pie de pág. 172.
19   Op. cit.
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en la Historia General de los hechos de los Castellanos en las islas y tierras
firmes del mar Océano, del mismo Herrera, y que fue reproducido en la
revista “Cromos”, de Bogotá, en el número conmemorativo del Cuarto Cen-
tenario de nuestra ilustre ciudad, en el mes de agosto de 1938.
    Como conclusión total de su trabajo, afirma el historiador Otero D’Costa
que el retrato propuesto (por Alberto Urdaneta) en el Papel Periódico, ade-
más de venir de un original apócrifo, no resulta siquiera representativo de la
personalidad del héroe, de sus firmes condiciones morales, y que los más
aceptables entre los conocidos, serían el del libro de Aquimen-Zaque de Pereira
Gamba y el de Décadas de Herrera, que es el mismo que aparece en su
Historia General, y reproducido en la revista “Cromos”, ya citada. “Faltaría
entonces escoger entre el primero, que nos muestra al Licenciado y el segun-
do, que simboliza al Adelantado. Un desideratum entre el hombre de letras y
el hombre de armas”20.
    A estos dos cuadros, analizados por Otero D’Costa, también se refiere
Carlos Restrepo Canal, otro distinguido académico, ya fallecido, quien en su
Selección Histórica y Literaria, expresa lo siguiente: “Al pensar en Quesada,
personaje tan real, a la vez casi fabuloso, desearíamos conocer su fisonomía
en algún retrato suyo, tanto para fijar su figura en la imaginación como para
formarnos, por los rasgos de su rostro y por su actitud, idea de su tempera-
mento, de su personalidad varonil, de su índole caballeresca y guerrera”. Y
agrega, a renglón seguido, como experto no solo en historia sino en artes
plásticas, lo siguiente: “El retrato que mayores garantías de autenticidad pre-
senta, entre los antiguamente conocidos, es el que dio a la publicidad Próspe-
ro Pereira Gamba, copia de un antiguo grabado desaparecido. También se le
concede algún valor al que se halla en la Historia del señor Obispo Lucas
Fernández de Piedrahita, que, por el lugar donde aparece, no debe desecharse
en modo alguno. No tienen –dije alguna vez– mejores efigies otros antiguos
personajes de la historia de España de aquellos mismos tiempos. Así ocurre
con la figura del Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba. De Hernán Cortés se
considera como verdadero retrato el que en 1588 se estampó en la portada
del poema Cortés Valeroso, de Gabriel Lazo de la Vega; e igual cosa sucede
con el retrato de Benalcázar, con el de Juan de Castellanos, con el de Balboa
y con muchos otros personajes”. Después de esta interesante apreciación,
continúa diciéndonos el académico Restrepo Canal, algo que también anota
Otero D’Costa, en su libro ya mencionado; y es lo siguiente: “En las Déca-
das de Herrera, hay otro retrato de nuestro héroe, que guarda semejanza con

20 Enrique Otero D’Costa. Op. cit.
EDUARDO SANTA: LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ...                             877

los anteriores, y pueden dar los tres, en conjunto de sus facciones, una idea
aproximada de cómo era el famoso personaje conquistador y licenciado”. Y,
a continuación, agrega otro dato interesante sobre la iconografía de nuestro
ilustre conquistador, en el siguiente párrafo: “Últimamente trajo de España
don Guillermo Hernández de Alba (académico también) un retrato de
Quesada, vestida la armadura y con casco adornado con airosas plumas.
Este retrato, óleo antiguo, tiene una cartela que dice que el personaje allí
representado es el conquistador del Nuevo Reino de Granada. A mi parecer
difiere bastante de los anteriormente mencionados; mas los cambios que los
años suscitan en las fisonomías de los hombres prueban ser la causa de estas
divergencias”21.
   En realidad, no existe ningún retrato auténtico de Quesada. Ninguno de
los cronistas que tuvieron alguna relación directa con nuestro conquistador
nos dejó una semblanza física del mismo. Ni Juan de Castellanos en sus
Elegías de Varones Ilustres de Indias y que fue su amigo y contertulio, ni
Lucas Fernández de Piedrahita, quien se basó en el Compendio Historial de
Quesada, para escribir sus Noticias Historiales de Tierra firme en la Indias
Occidentales, nos suministran datos sobre la fisonomía del fundador de Bo-
gotá. Apenas Fray Pedro Simón nos da en sus Noticias Historiales una rápi-
da descripción de su figura en los siguientes términos: “Aunque era hombre
que profesaba letras y no pocas, era también mozo gallardo y de gallardo
brío, que las letras no le habían acobardado las fuerzas, antes corregídolas...”22.
Más adelante, agrega: “Era hombre de buena estatura, buen rostro, grave,
cortesano con todos y bien acomplexionado, pues llegó a vivir más de ochenta
años...”23. Como podemos verlo, Simón se abstiene de dar ningún dato rela-
cionado con el rostro del famoso Conquistador. No existen, pues, los meno-
res elementos para pensar que los que hoy conocemos como retratos de
Quesada tengan algún respaldo en este tipo de documentación iconográfica.
    Otros retratos, posteriores al de Ramón Torres Méndez, destruido en el
incendio de las Galerías, en 1900, han tenido amplia difusión, como el que
hizo el dibujante y acuarelista Rinaldo Scandroglio, publicado en la carátula
de la mencionada revista bogotana, también en 1938; el de Ricardo Gómez
Campuzano, que hace parte de la pinacoteca de nuestra Academia Colom-
biana de Historia, el cual fue reproducido en el libro que la compañía de

21 Carlos Restrepo Canal. “El Mariscal Jiménez de Quesada”. En: Selección Histórica y Literaria.
   Bogotá, Instituto de Cultura Hispánica, 1985.
22 Fray Pedro Simón. Noticias Historiales. Capítulo XVII. Tomo III.
23 Ibíd. Capítulo XXXVI. Tomo IV.
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“Seguros Bolívar” hizo sobre ésta, en el año 2002, con textos de nuestro
colega Fernando Restrepo Uribe; el de Coriolano Leudo, en el que Jiménez
de Quesada está de cuerpo entero, con el casco en la mano izquierda y un
manuscrito en la diestra, el cual pertenece al Museo de Desarrollo Urbano de
Bogotá; el elaborado por Pedro Alcántara Quijano, donde aparece Jiménez
de Quesada, a caballo, con el padre Las Casas y la tropa que le acompañaba,
fundando a Bogotá, colocado también en nuestra Academia, el 6 de agosto
de 1938; el de Ricardo Acevedo Bernal, que fue colocado en el Concejo
Municipal de Bogotá en esa misma fecha; el mural pintado por el maestro
Luis Alberto Acuña, en la Academia Colombiana de la Lengua, en el que
aparece Jiménez de Quesada junto a muchos otros de nuestros más insignes
literatos, de diversas épocas de nuestra historia; y la estatua yacente del gran
Conquistador, hecha también por el maestro Acuña, con motivo del Cuarto
Centenario de la fundación de Bogotá, y colocada en la Catedral Primada de
nuestra ciudad capital, cuando se trasladaron los restos de Jiménez de Quesada
a este sitio, desde el Cementerio Central de la misma, donde reposaron du-
rante muchos años, después de haber sido traídos desde la población tolimense
de Mariquita, donde había fallecido el 16 de febrero de 1579. Todas estas
obras de arte tienen sus méritos indiscutibles. También hay otros retratos de
Jiménez de Quesada, no menos importantes, los cuales se encuentran en
algunas oficinas, museos y otros sitios de interés histórico, pero de todos
ellos, sin excepción, se puede afirmar que constituyen una especie de cadena
iconográfica, de fisonomías más o menos estereotipadas del Conquistador,
hechas por lo general con base en el que presentó Alberto Urdaneta como
auténtico, y que a la postre resultó ser el de Francisco I, rey de Francia, según
lo afirmado por el atildado historiador Otero D’Costa, en su libro ya citado.
    Y ya que nos estamos refiriendo a don Gonzalo Jiménez de Quesada, sea
la oportunidad para aclarar lo relacionado con el lugar y año de nacimiento
del ilustre conquistador. Se ha discutido mucho si fue en Córdoba o en Gra-
nada donde vio la luz primera; y si fue en 1499 o en 1509 el año en que tuvo
ocasión ese acontecimiento. Después de tantas polémicas, el destacado in-
vestigador Juan Friede, miembro muy eminente que fue de esta academia,
después de varios años de permanentes pesquisas en varios archivos españo-
les, parece que nos da la última palabra sobre el particular, en su excelente
biografía titulada El Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada. La se-
riedad y credibilidad que nos merece Friede, reconocido internacionalmente
como un maestro en estos menesteres, nos eximen de todo comentario adi-
cional sobre su sólida autoridad a este respecto. En relación con el lugar de
nacimiento de Quesada, el historiador mencionado concluye, después de
analizar varias hipótesis, lo siguiente: “... Con todo, existen datos que indi-
EDUARDO SANTA: LOS FALSOS RETRATOS DE CERVANTES Y DE JIMÉNEZ...                        879

can que Granada, y no Córdoba, fue la ciudad natal de Jiménez, pese a lo
que afirma fray Pedro Simón a principios del siglo XVII, y pese a los docu-
mentos aludidos. Fray Pedro Aguado y Juan de Castellanos, los dos más
antiguos cronistas, declaran explícitamente que Granada fue el lugar de naci-
miento. El hermano menor del licenciado, Francisco Jiménez, el conquista-
dor del Perú, afirma ser natural de Granada. Los propios compañeros de
Jiménez, cuando piden que el territorio descubierto se designe con el nombre
de Nuevo Reino de Granada, dan como motivo el hecho de ser Jiménez
natural del viejo de este nombre, es decir, de Granada en España.
    El cronista Lucas Fernández de Piedrahita afirma lo mismo, basándose,
según declara, en el texto de la obra de Jiménez, Compendio Historial, per-
dida actualmente”24. En cuanto a la fecha de nacimiento, afirma Juan Friede,
lo siguiente: “Fray Pedro Simón declara que Jiménez, muerto el 16 de febre-
ro de 1579, llegó a vivir más de 80 años. Con ello indica el año de 1499
como el de su nacimiento, fecha aceptada, a nuestro modo de ver, demasiado
a la ligera por los historiadores. Es difícil admitir que la expedición al famoso
Dorado, en 1569, la hiciera un anciano de 70 años; o que a la edad de 74
hubiese realizado la pacificación de los indios de Gualí y fundado la ciudad
de Santa Águeda, como lo hizo, según veremos”. Continúa Friede su plan-
teamiento, párrafos más adelante, concluyendo lo siguiente: “Para objetar el
año de 1499 como el del nacimiento de Jiménez, disponemos de varios testi-
monios formulados por él mismo o por sus familiares, tanto en las ‘proban-
zas de servicio’ como en las atestiguaciones. En ellas se indica como el año
de su nacimiento el de 1506, 1508 y aún 1512, pero jamás el año de 1499.
Así, por ejemplo, en julio de 1539, cuando nuestro licenciado era aún joven
y podía recordar fácilmente su edad, afirmaba tener treinta años, o sea, que
nació en 1509. En el Antijovio, que escribiera hacia 1569, declara tener 60
años, lo que ratifica el año de 1509 como fecha de su nacimiento. En 1577
Melchor de Quesada, su hermano, presentó en el Consejo de Indias las pro-
banzas de servicios de su hermano, el fundador del Nuevo Reyno, y declaró:
“Ha cuarenta y tres años continuos que mi hermano no ha dejado de servir
un punto, y que en la vejez, con tener setenta años, etc”. Continua Friede,
afirmando: “Jiménez entró al servicio del rey en 1536, con ocasión de su
viaje a Santa Marta, y tenía a la sazón 27 años; según declaraciones de Melchor.
Su edad está confirmada por el último documento del anciano, ya con un pie
en la tumba. En su declaración, como testigo en la probanza de servicios que

24 Juan Friede. El Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada. Bogotá, Valencia Editores, 1979.
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levantó el capitán Diego de Ospina, vecino de Mariquita, el 17 de marzo de
1578, en la cual, preguntado por su edad, dijo ser de setenta años, poco más
o menos. El año de 1509 es, pues, indudablemente, el año de su nacimien-
to”25. Hasta aquí el ilustre investigador Friede. Dejo a los señores académi-
cos la inquietud de revisar sus ficheros y a la Academia, tomar nota de lo
expresado por uno de sus más ilustres miembros, ya fallecido.
    Para finalizar, resulta muy oportuno traer a colación una simpática anéc-
dota que nos cuenta Germán Arciniegas, a propósito de los retratos de
Quesada. Dice nuestro recordado y admirado académico, en su libro El Ca-
ballero del Dorado: “Don Constantino Franco, atendidos los afanes patrióti-
cos del director del Papel Periódico Ilustrado, que se empeñaba en glorificar
a los padres de nuestra nacionalidad, le obsequió una vez un retrato al óleo
del Adelantado. De ese retrato, y del grabado en madera que sobre él hizo
Urdaneta, se desprende toda la iconografía de Quesada”26.
    “Era don Constantino celebrado historiador, a quien deben las letras de Co-
lombia grandes hallazgos. Tenía a su cargo la Dirección del Museo Nacional. Se
preocupaba porque allí no quedase virrey, oidor o presidente de quien no tuvie-
sen las futuras generaciones una vera imagen. Contrató los servicios de un pintor
y empezó a formar la galería. Alguna vez el artista terminó la efigie del virrey don
Sebastián de Eslava. El director (del museo) la vio con infinita complacencia.
Cuánta humanidad había en ese rostro de fina color rosada y blanquísima peluca
de algodón. – El retrato es magnífico –dijo–. Desgraciadamente, de Eslava ya
tengo. Dejemos éste para Amar y Borbón, que me hace falta, y póngale el nom-
bre con todos los títulos. – Del retrato de Quesada, años después se vino a ver la
superchería. ¿Pero, como en el caso del muerto de Pirandello, qué se iba a hacer
si ya estaban tirados los pliegos de la historia?”
    En verdad, en el caso que nos ocupa, la historia también ha venido co-
rriendo sin que se hayan logrado despejar los enigmas planteados. El retrato
de Cervantes presuntamente pintado por Jáuregui capta, con más o menos
exactitud, su fisonomía, pues fue hecho con base en su retrato literario. Lo
que se niega o se discute es la autenticidad de su autoría, es decir, que haya
sido hecho por el mencionado artista. En cuanto a los de Jiménez de Quesada,

25 Ibíd.
26 Germán Arciniegas. El Caballero del Dorado. Bogotá, Planeta, 1969.
   Germán Arciniegas se equivoca al decir que el grabado lo hizo Urdaneta, pues en el “Índice de
   grabados”, en el Tomo V del Papel Periódico Ilustrado, aparece que fue Antonio Rodríguez
   quien lo elaboró.
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ninguno puede ser auténtico, puesto que se ignoran por completo sus rasgos
personales. Ninguno de los cronistas, que le conocieron o fueron sus ami-
gos, nos da alguna información sobre los mismos. Pero no dejamos de sentir
un vacío en nuestro espíritu y una frustración para nuestra natural curiosidad
histórica, saber que todos los retratos que se nos presentan como si fueran los
de Jiménez de Quesada, apenas son leves sombras que pasaron por la imagi-
nación de sus pintores y, ahora, por la credulidad de quienes siguen proyec-
tándolos sobre las actuales y futuras generaciones.

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