Sobre el caso Taringa! o la división de aguas en la cultura libre.

Página creada Ezequiel Carrizo
 
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Sobre el caso Taringa! o la división de aguas en la cultura libre.
Sobre el caso Taringa!
          o la división de aguas en la cultura libre.
         Evelin Heidel

    En todo ámbito social con un cierto grado de especialización técnica suele constatarse una regla general: quienes
delimitan los espacios y objetos de estudio son los integrantes de la propia comunidad. Dicho de otro modo, en un
ámbito científico serán los mismos científicos quienes decidirán qué es ciencia y qué no lo es, del mismo modo que
en una academia de Letras, serán los académicos quienes definan lo que es literatura de aquello que no lo es. En di-
versas disciplinas este trabajo tiene nombres diferentes: canon, paradigma, etc.; pero, en principio, remiten a la mis-
ma idea de que es la comunidad de pertenencia la que define sus propias reglas. En muchos sentidos, el software
libre y la cultura libre no han podido escapar de este principio. La disquisición alrededor de los términos "software li-
bre" u "open source" son un ejemplo de que muchas veces la definición conceptual es tan importante que produce
cismas ideológicos al interior de comunidades ultraespecializadas, mientras que la empiria atesta golpes tales como
la constatación fáctica de que por lo menos el 90% de la población sigue utilizando Windows en sus máquinas de es-
critorio.

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Sobre el caso Taringa! o la división de aguas en la cultura libre.
El caso Taringa! no escapó a esta regla general. Para aquellos que frecuentemente practicamos la descarga y su-
bida de archivos, Taringa! cristalizó en una serie de prejuicios, apareciendo siempre como ese espacio lleno de new-
bies, de amateurs, de 'piratitas' de poca monta y escasa capacidad tecnológica, de adolescentes de quince años que
quieren hacerse los hackers por saber crackear un programa, pero que muy probablemente desconozcan el significa-
do del comando sudo. En los medios de comunicación también se reflejó a Taringa! como ese agujero negro de pira-
tería y descontrol, sin reglas de ningún tipo. Para los militantes del software libre y/o de la cultura libre, taringuear
difícilmente podía ser una práctica de mentes refinadas; más bien, taringuear forma parte de las actividades de esa
población tosca e ignorante que participa en foros y comparte archivos de manera rudimentaria, poco profesional.
¿Para qué usar Taringa! si se puede usar un súper cliente de Torrent? ¿Qué necesidad hay de utilizar un foro cual-
quiera para descargar programas, si utilizando software libre y Synaptic o cualquier gestor de paquetes se puede rea-
lizar la misma tarea, legal, más fácil y más rápido? Esos de Taringa! no saben nada. Y sus dueños son unos chantas
que lucran con el trabajo ajeno.

    Esas dos líneas finales hicieron que la causa legal contra Taringa! diera lugar a una pelea de definiciones concep-
tuales sobre si compartir con ánimo de lucro debería ser un crimen o no, si la cultura libre puede englobar al compar-
tir con ánimo de lucro o si la cultura libre son sólo las licencias Creative Commons o existe algo más por fuera de
eso. Las élites intelectuales de Internet y de la tecnología se dedicaron a enaltecer las causas de gente como Hora-
cio Potel, cuya responsabilidad legal era obvia y evidente, pero basurearon con el mismo encono a Taringa! sólo por-
que detestan a sus usuarios y a sus dueños, y en ese basureo fueron capaces de obviar, olvidar e ignorar todos los
argumentos legales que existen para desestimar la causa contra Taringa!. Es decir, si en el fallo que elevó la causa a
juicio oral nunca se mencionó el tema del lucro, ¿por qué ésa debía ser una discusión que pareciera pertinente en
ciertos foros o blogs especializados en derecho de autor y/o en tecnologías?

    Lo que quedó en evidencia en el caso Taringa! es que la disquisición no pasaba por una cuestión de carácter le-
gal, sino antes bien por una cuestión de carácter ético. ¿Es legítimo el intercambio de archivos en una plataforma
que genera ingresos mediante publicidad contextual o a través de campañas publicitarias? ¿Está bien lo que hacen
los dueños de Taringa!? ¿Es ético? De manera sorprendente o no, se criticaba a Taringa! por hacer dinero, pero na-
die se atrevió a criticar empresas cuya actividad es legal pero cuya eticidad está fuertemente en duda. A ello venía la
comparación que se hizo en algunos lugares sobre la venta y fabricación de armas y Taringa!. Como todos sabrán,
para lo único que sirven las armas es para matar. Por supuesto, alguien podría decir que matar a un león feroz y
hambriento que se abalanza sobre nosotros es algo bueno, pero que utilizar un arma para matar a una mujer en una
situación típica de violencia doméstica es algo malo.

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Curiosamente, se matan más mujeres que leones feroces y hambrientos, con lo cual la conclusión lógica allí de-
bería ser es que las armas no sólo son una herramienta que sirven para matar sino que además son utilizadas mayo-
ritariamente para matar personas, seres humanos, y en órdenes lógicos los más afectados por las armas de fuego
son los pobres, los negros, los niños y las mujeres, y en ese orden, también, los disidentes políticos y religiosos. Ta-
ringa!, en cambio, es una plataforma que sirve para la comunicación humana, lo que incluye también el intercambio
de obras intelectuales como parte de esa comunicación humana, pero que en muchos aspectos excede esa práctica.

   Por supuesto, a esta distinción se la tildó de exagerada. El problema de la exageración, en este caso, era que
ponía en tensión una discusión que se olvida o ignora con frecuencia en el debate sobre el intercambio de archivos,
y es que en efecto socialmente está aceptado que no hay nada malo en el intercambio de archivos, que la práctica
del intercambio de archivos es algo bueno y que incluso en más de una ocasión se viola la ley con total desconoci-
miento de la misma o por la imposibilidad práctica de no violarla en un mundo donde todo son copias. Por lo tanto,
que una de las muchas plataformas que existen para el intercambio de archivos gane dinero debiera ser, en este ca-
so, un detalle menor o soslayable, puesto que la discusión sobre el dinero de los dueños de Taringa! no es lo que
está en cuestión, sino el intercambio de archivos como práctica, del mismo modo que en un homicidio no se cuestio-
na el rol de los fabricantes de armas porque lo que se evalúa como algo malo dentro de la sociedad es el homicidio y
no la fabricación de herramientas que sólo sirven para matar.

                                                          Desde la perspectiva de la industria está claro que el juicio
                                                      a Taringa! fue una jugada estratégica. Atacar a un profesor de
                                                      filosofía como Horacio Potel, a un héroe de la Internet como
                                                      Aaron Schwartz o a un periodista que quiere liberar la informa-
                                                      ción como Julian Assange, es poco redituable en términos de
                                                      la publicidad que semejantes acciones conllevan, es decir, la
                                                      mala fama que se ganan las industrias cuando atacan a perso-
                                                      nas cuyo trabajo es valorado como socialmente útil y altruista:
                                                      la difusión del saber y la cultura, la denuncia contra la corrup-
                                                      ción, entre otros fines. En ese sentido, el ataque judicial a Tarin-
                                                      ga!, por más que esté legalmente errado en múltiples
                                                      aspectos, iba a dividir las aguas, a dejar a alguien en ridículo
                                                      en cuanto se saltara a defenderlo o en provocar una reacción
                                                      social generalizada de que "el problema de Taringa! es que ha-
                                                      cen plata".

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Claramente el fin de Taringa! no es denunciar la corrupción o difundir el saber y la cultura, aunque pueda servir pa-
ra todo eso como parte de la comunicación humana, pero esa especie de agujero negro donde paran por igual soft-
ware pirateado con los libros de Rodolfo Walsh y malas copias de memes de 4chan o videos como "Superman en
Trelew", era para muchos "difícil" de defender. Es obvio que la industria editorial y la Cámara Argentina del Libro
tenían esto muy presente cuando iniciaron las acciones legales. Lo que se dice una estrategia de manual.

    Por lo tanto, en el fondo la discusión sobre Taringa! entraña ese tercer aspecto que no tiene que ver con lo ético o
con lo legal, sino con lo estratégico. Lo "difícil" de defender no es la práctica que se realiza sobre la plataforma, sino
la plataforma en sí misma como medio sobre el cual se ejerce determinada práctica. Por supuesto, lo "difícil" se refie-
re también a los límites ideológicos que cada cual desea defender; si el límite es discutir sobre la apropiación privada
del conocimiento o discutir sobre lo mal que hacen los monopolios artificiales a la economía de mercado. Cierto sec-
tor que ve con buenos ojos a la cultura libre porque la iguala a las licencias Creative Commons, dirá o bien que el
problema de Taringa! es que hace plata o bien que el juicio a Taringa! está bien porque entonces la gente empezará
a acercarse a la cultura libre. Otro sector más legalista dirá que no hay que violar la ley de propiedad intelectual por-
que de ese modo es difícil poner en discusión su restrictividad si efectivamente todos podemos violarla todo el tiem-
po. Y así hay sucesivas voces en el campo, cada una con su aporte sobre qué escenario es necesario construir para
poner en tensión las leyes de derechos de autor. En ese marco, Taringa! aparece como una plataforma que impide
elaborar estrategias razonables, al ser una plataforma "mersa" o "grasa", lo mejor es no discutirla, tratar de no enfren-
tarla o no hacerse cargo del problema: existe y ya, pero involucrarse con ella no permitirá construir una estrategia cla-
ra a la hora de dar discusiones sobre las leyes de propiedad intelectual.

    La forma de considerar a Taringa! en el horizonte de la discusión sobre el derecho autoral dividirá la misma canti-
dad de aguas que dividieron a los defensores del "open source" y del "software libre". En definitiva, ambos utilizan,
en la práctica, software libre, pero los fundamentos políticos varían en un caso y en otro. Por supuesto, la limitación
natural del open source es que como dijo Eben Moglen alguna vez, el software libre acertó en su estrategia de poner
el acento en la libertad y no en el software, porque de esa forma pudo cuestionar cosas como el cloud computing (la
nube), difíciles de cuestionar desde el campo del open-source. Del mismo modo, quienes promueven el uso de licen-
cias libres como modo de acabar con el problema de la propiedad intelectual, encontrarán más temprano que tarde
una limitación ideológica para abordar cuestiones que atentan contra sus libertades pero que sin embargo son cohe-
rentes con la defensa de determinadas ideas, como por ejemplo, los defensores de la existencia de las corporacio-
nes pero que piden respeto a su privacidad. Del mismo modo, los llamados a "compartir sin ánimo de lucro",
"respetar la leyes de propiedad intelectual mientras construimos cultura libre", o manifiestos de esa índole que ponen
el acento en el respeto de marcos legales que no sólo son obsoletos sino que además son injustos, pueden ser muy
útiles a la hora de mostrar que "en este campo hay muchas discusiones", pero a la larga son políticamente inefica-
ces.
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Así como los lobbystas de la propiedad intelectual han adoptado la modalidad de moverse en numerosos planos, si-
tuación que describe Silvia Rodríguez Cervantes como "estrategias cambiantes y combinadas", quienes estamos in-
teresados en flexibilizar las leyes de propiedad intelectual o incluso hasta abolirlas, no podemos renegar o no apoyar
los diferentes planos y escenarios de discusión de la propiedad intelectual sólo porque una plataforma determinada
gana plata, nos cae mal o es menos altruista que la otra. En efecto, hay que debatir y la discusión conceptual es sa-
na, pero quienes defendemos la permanencia del conocimiento y la cultura en el dominio público, no deberíamos
caer tan fácilmente en lo que es, evidentemente, una estrategia corporativa de las industrias del conocimiento y el en-
tretenimiento para separar a quienes en principio tienen pisos mínimos de acuerdos. Las discusiones que se produ-
cen en el ámbito de la vida pública no pueden negar sus características políticas, y en este sentido la discusión
excede con mucho a una plataforma determinada o al hecho de si gana o no gana dinero. Se trata, en definitiva, de
qué lado de la mecha nos encontramos quienes nos posicionamos de determinada manera en favor de la liberación
de la cultura. Si el hecho de que una plataforma gane plata hace que le retiremos el apoyo, es porque en definitiva
                                                                               no nos interesa la liberación de la cultu-
                                                                               ra o la flexibilización de la propiedad in-
                                                                               telectual, sino que nos interesa que nos
                                                                               dejen descargarnos cosas sin ser llama-
                                                                               dos 'piratitas', pero que a las empresas
                                                                               que a mí no me caen bien les caigan
                                                                               con todo el peso de la ley. Y a eso se le
                                                                               llama ser unos hipócritas.

Fotografías: Verónica Maggi. 2011.

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