JAIRO VARELA: EL COMPOSLTOR QUE CONSOLIDO LA IDENTIDAD DE LA SALSA COLOMBIANA Y LE PUSO CONTENIDO A LA SALSA ROMANTICA

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JAIRO VARELA: EL COMPOSLTOR QUE CONSOLIDO LA IDENTIDAD DE LA SALSA COLOMBIANA Y LE PUSO CONTENIDO A LA SALSA ROMANTICA
JAIRO VARELA:
    EL COMPOSlTOR QUE CONSOLIDO LA IDENTIDAD DE LA SALSA
    COLOMBIANA Y LE PUSO CONTENIDO A LA SALSA ROMANTICA
Por: Enoïn Humanez Blanquicett

Varela, redefinió la personalidad de la
salsa en el país, sacó la salsa romántica
del motel, la alejó de la trivialidad lírica y
la acercó a la poesía, mostrándonos al
mismo tiempo que desde la salsa se podía
cantarle de manera coherente al amor, sin
tomar prestadas las letras de las baladas
eróticas y sin asumir posturas pusilánimes.

                                                         Jairo Varela en sus años escolares.
                                                          Foto: www.herencialatina.com

El miércoles 8 de agosto de 2012 murió en Cali (Valle del Cauca) Jairo Varela Martínez.
Cuando se revisa en su conjunto la obra musical de este músico chocoano, nos encontramos
con que Varela es uno de los más talentosos cultores en la historia de la música salsa.
Como bien lo resaltó un comentarista del diario bogotano El Tiempo, que escribe bajo el
nickname de richard11061, con la muerte de Varela ‘‘se fue todo un icono de la música’’
hispana contemporánea, que nos dejó como herencia un monumental legado cultural. En
esa misma frecuencia parece estar sintonizada Maryory Astrid PaezAvila, una comentarista
de YouTube, que sentenció en ese canal el día de su muerte: definitivamente el maestro
Varela dejó ‘‘uno de los legados más importantes de la historia musical colombiana’’.

Jairo Varela es uno de los dos grandes cultores (el otro es Julio Ernesto Estrada
Rincón), que han labrado un sello de identidad para la salsa colombiana. De su mano las
agrupaciones de este género musical en el país salieron definitivamente de la segunda fila,
para subir a la tarima a ocupar un lugar, al lado de las agrupaciones puertorriqueñas y
neoyorquinas. El Grupo Niche, que creó y dirigió Varela, le dio a la salsa colombiana, que
ya era conocida internacionalmente, una cedula de ciudadanía que atestaba su mayoría de
edad. Esa madurez musical le permitió a nuestra salsa viajar por el mundo sin llevar consigo
el permiso de los adultos y la autorizó a entrar a los escenarios de la rumba, con una tarjeta
que la acredita como invitada de honor. Ese paso fue posible porque Jairo Varela, como
compositor (así lo resaltó otro comentarista de El Tiempo), se destacó siempre por producir
piezas musicales de ‘‘excelentes letras, ritmo e instrumentación’’.

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Foto: Julio Ernesto Estrada Rincón, Tomada de qobuz

Qué Jairo Varela obtuvo un lugar destacado en el salón de las glorias de la música salsa es
un asunto en el que coinciden hoy legos y doctos en la materia. Por eso no es extraño
encontrar coincidencias entre los apuntes de los comentaristas desprevenidos, que dejan sus
opiniones en las colillas destinadas a las glosas del público por los periódicos y los cronistas
especializados, que escriben notas para éstos. Por ejemplo, la crónica póstuma que apareció
en El País de Cali destaca que con Varela se vivieron en Colombia ‘‘los años más gloriosos
de la salsa’’. Ese aspecto es reafirmado desde otro ángulo por Álvaro Gómez, quien fuera
el primer mánager de Niche. Gómez dijo a El Colombiano de Medellín: “Jairo Varela fue para
la música lo que Pambelé fue para el boxeo. Él nos enseñó a ganar, a ser grandes. Marcó un
camino para muchos jóvenes que entendieron que se podía vivir de la música’’. Para él,
Jairo Varela alcanzó un espacio en la música colombiana, porque con su música ‘‘miles de
colombianos se enamoraron, se enrumbaron, dedicaron y se entusaron”. De su lado Juan
Mesa sostuvo en Musica.about.com que ‘‘el grupo Niche es el mayor símbolo de la salsa
colombiana’’.

Debo reconocer que nunca antes el deceso de una figura ligada al mundo del espectáculo y
la cultura popular me había generado tanta saudade. Mi tribulación deriva su origen en dos
razones. La primera tiene que ver con las contribuciones que hizo este músico al desarrollo
de mi imaginario personal. Gracias a las composiciones de Varela, a pesar de los múltiples
problemas que me tocó afrontar durante esa etapa de mi vida, mi adolescencia fue alegre y
feliz. Animado por sus canciones aprendí a bailar, tomando un palo de escoba por el talle. Su
música festiva me mostró el sendero amable y grato por el que transita el goce. Las
canciones de su álbum de 1988 me permiten evocar con ensoñación el mejor año de mi vida

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escolar, que quedó grabado en mi memoria a través del rostro de una mulata graciosa,
caprichosa y arisca, que fue mi primer amor –con mayúscula- sin haber sido nunca mi novia.

                   Tapando el Hueco, El Disco Grabado por el Grupo Niche en 1988.
                                     Foto : maestrosdelasalsa

Por eso cuando quiero regresar la máquina del tiempo, para situarme en un instante del
pasado, que quisiera repetir, cierro los ojos y dejo que me invada la voz de Tito Gómez.
Con ella mi cabeza se va llenando de música y lo oigo cantando unos versos de una factura
poética poco común en las canciones de salsa: ‘‘Estoy viviendo un sueño/ me siento único
dueño del amor/ Una mirada bastó, así sucedió/ ausentes las palabras mi cuerpo
vibró/Cuando su mano tomé/ el cielo miré/ el brillo de sus ojos/ sus labios besé/ así como se
fue/ así vendrá/ en alas de dicha que el viento traerá’’.

Los especialistas en poesía dirán que esa canción es un conjunto de versos elementales,
plagados de tropos emotivos, que son lugares comunes en los sonetos de poetas aprendices.
De pronto hasta tengan razón. Pero como bien lo sentenció Juan Gossaín en un noticiero
matutino de radio RCN: ‘‘los poetas fracasados son excelentes escritores de letras para
boleros’’. Si bien es cierto que Jairo Varela como poeta estuvo lejos de alcanzar la talla de
Rubén Darío, de Pablo Neruda, de Amado Nervo, de Juan Gelman o de Mario
Benedetti, como creador de letras para canciones de salsa, Varela fue un individuo que
desde el primer momento abandonó el montón, para situarse entre los grandes letristas de
ese género musical.

El buen tratamiento del lenguaje, la plasticidad de las metáforas que encontramos en
muchas de sus canciones y la manera como abordó el tratamiento del amor son elementos,
que nos permiten de considerar que José Arteaga tiene razón cuando afirma que Varela
‘‘implantó en su orquesta un concepto romántico de la interpretación’’ de la salsa
sin ser propiamente un salsero romántico (eltiempo).

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Jairo Varela y el Grupo Niche en 1979, cuando el grupo produjo su primer LP.
                                         Foto: herencialatina.com

El segundo motivo que me llena de pesadumbre es el hecho de escribir sobre Jairo Varela
de manera póstuma. Un poco por pereza o un poco por ocupaciones, que vienen a quitarme
parte del tiempo que dedico a mi pasatiempo favorito: escribir crónicas que ningún periódico
publicará, la escritura de esta nota se aplazó en varias ocasiones. Desde hace más de dos
años la idea de escribir sobre el Grupo Niche y sobre el sitial de Jairo Varela en el
firmamento de la salsa me había rondado el espíritu. Hubo momentos en que la nota, de
principio a fin, le dio varias vueltas a mi cabeza, pero por razones que sería extenso
enumerar, la dejé ir con la soga en los cachos, esperando el momento propicio para tirarla
definitivamente del lazo y llevarla a la madrina. Hubo otros momentos en que me senté a
escribirla, pero la falta de inspiración o de claridad sobre la materia me obligaron a
abandonarla sin concluir siquiera el título.

En todo caso el destino ha querido que mi nota sobre el aporte de Jairo Varela al universo
de la salsa no sea la nota soleada y colorida, que siempre quise escribir, sino una suerte de

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lamento, que para nada rinde homenaje a un hombre, que le regaló a mi espíritu un gran
porcentaje de sus alegrías pasadas y venideras. Eso es lo que me produce congoja.

Quien ha escrito esta crónica sobre Jairo Varela y el Grupo Niche no es el individuo alegre
y festivo, que se ha divertido con su música, sino el hombre triste, que lamenta su muerte.
En conclusión, aquí no hay ni sombra de la nota que siempre imaginé y quise escribir sobre
un músico que, con su estilo, me hizo apreciar la salsa desde otra perspectiva y le regaló a
los colombianos un cuarto de los éxitos, que conforman la discoteca salsera nacional. Por
eso considero que resulta acertada la postura del diario El País, que sostiene que bajo la
conducción de Varela el grupo Niche se convirtió en ‘‘el máximo exponente de la salsa’’
nacional (Ver tabla No 1 al final).

Una mirada somera a la historia de la salsa para situar el aporte de Jairo Varela

                     Jairo Varela al comienzo de los años 80, cuando bregaba por
                             abrirse un espacio en el mundo de la música.
                                        Foto: herencialatina.com

Un día hablando con un educador chileno y dos historiadores quebequenses afloró el tema
de la salsa, en medio de una conversación sobre la identidad latinoamericana
contemporánea. La cuestión comenzó porque uno de los colegas quebequense preguntó
sobre el país de origen de la salsa. Después que habíamos explorado los lugares comunes y
las generalidades que rodean la historia de dicha música lancé una hipótesis, que generó
una carcajada sonora que opacó de súbito el ruido del motor del carro. ‘‘La salsa es una
música folclórica, que apareció en la ciudad de Nueva York en los años 60, creada por

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inmigrantes latinoamericanos, con los mejores fragmentos de las músicas festivas de los
países del Caribe hispano’’, dije en serio y en broma.

El contertulio chileno acotó incrédulo: ‘‘Suena un poco rara esa hipótesis que sugieres, pues
ninguna música que haya nacido en la Gran Manzana puede ser música folclórica. En
cuanto a la salsa, ¿No es ésta acaso una música, cuya cuna se disputan hoy con igual ardor
cubanos y puertorriqueños, como para que agreguemos ahora un nuevo lugar de origen a la
lista?

Sin perder de vista el meollo de su pregunta le respondí con un argumento, que le escuché
un día a mi amiga Marcela Navarro, una periodista barranquillera bastante docta en eso
de la cultura musical popular hispano-caribeña del último tramo del siglo XX. Recogiendo las
palabras de Marcela le dije, en un tono profesoral: ‘‘hombre si bien es cierto que los
primeros intérpretes de salsa son músicos de origen cubano, puertorriqueño, dominicano y
en general caribeños, tampoco es menos cierto que los primeros discos de salsa, que se
produjeron, se grabaron y comercializaron en Nueva York’’.

Mientras yo exponía mi argumento, uno de los contertulios quebequense buscaba en su
iPhone la entrada de Wikipedia que reseña la historia de la música salsa. Dicha nota
recoge una larga controversia sobre esta música, animada por cultores del género, analistas
de cultura musical y gente de medios. Cuando terminé de hablar mi colega quebequense
comenzó a leer, con su español atípico, unos apartes de la nota de Wikipedia: ‘‘La palabra
salsa para designar la música hecha por los latinos en Estados Unidos, comenzó a usarse
en las calles de Nueva York a finales de los años sesenta y principios de los setenta’’. Este
género musical resultó ‘‘de una síntesis de influencias musicales cubanas con otros
elementos de música caribeña, música latinoamericana y jazz, en especial el jazz
afrocubano’’.

Si bien la definición de Wikipedia no me daba toda la razón, tampoco le quitaba piso a mi
respuesta. Para tener una idea más amplia sobre el asunto miramos otros sumarios
históricos, contenidos en otras páginas electrónicas. Según la página Hotsalsa, que se precia
de ofrecer –en mayúscula- una ‘‘Historia oficial de la salsa’’, ‘‘ lo que llamamos hoy en día
música Salsa es una mezcla de ritmos afrocaribeños como el Son Montuno, el Mambo, la
Bomba y la Plena. El movimiento que originó esta nueva música comenzó en Nueva York -
en El Barrio, y el South Bronx, la llamada "Caldera del Diablo" - cuando un grupo de jóvenes
músicos comenzó a mezclar sonidos y ritmos intentando crear un nuevo ritmo que
conservara el "SABOR" que tenían otros ritmos afrocaribeños.’’ De acuerdo con dicha página
‘‘la Salsa debuta en el hotel Saint-George de Brooklyn, donde los Lebrón Brothers, de origen
puertorriqueño, entusiasman al público’’ con la originalidad de dicho ritmo.

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Izzy Sanabria frente a una de sus creaciones.
                            De Sanabria se dice que adoptó el término salsa
                                como concepto comercial herencialatina

Con la idea de ampliar nuestro horizonte miramos el resumen histórico de la página Salsa-in-
cuba. Sin nombrar el lugar donde se originó dicho género musical, en dicha página se afirma
que ‘‘en los años ’60, una oleada de ritmos de origen cubano se fusionan con el jazz. Izzy
Sanabria, diseñador gráfico en los estudios de Fania, los une a todos bajo una misma
denominación para eliminar confusiones y vender el concepto más fácilmente’’. Siguiendo la
lógica del mercadeo, Sanabria eligió el término salsa para llamar al nuevo género.

Paradójicamente Sanabria dice que ‘‘todo eso es una mentira y una falacia’’, pues ‘‘la
historia de La salsa, tiene tantos y tantos errores y espacios vacíos, que el escritor llena sus
vacíos con especulación’’. Según él, el término salsa ‘‘se usaba en Nueva York cuando las
agrupaciones estaban ejecutando sus legendarias descargas, y entonces la gente les gritaba
― para azuzarlos ―: “Salsa, salsa, lo que viene es salsa”, que en nuestra jerga quiere decir
“que tiene sabor’’ y ‘‘así fue como yo empecé a llamar la música’’. Según Celia Cruz, así lo
resalta Salsa-in-cuba en otra de sus entradas, ‘‘Salsa es una manera diferente de nombrar la
música cubana’’. Por su parte Tito Puentes sostenía que «la salsa, como ritmo o música, no
existe. La música que llaman salsa es la que he tocado desde hace muchísimos años: se
llama mambo, guaracha, chachachá, guaguancó. Todo es música cubana. La salsa se come;
no se oye, no se baila».

Después de revisar –a vuelo de pájaro- varias páginas de internet consagradas a la historia
de la salsa, todos estuvimos de acuerdo en una cosa a la hora de concluir nuestra discusión:
la salsa es un producto de origen caribeño, que se ha convertido, con el paso del tiempo, en
un sello de identidad para el hispanoamericano contemporáneo. Sin importar de qué país

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provengan, los hispanos se sienten identificados –si bien es cierto, unos menos que otros-
con la música salsa. Ésta, al lado del merengue, son por excelencia los ritmos que animan
generalmente una buena fiesta latina.

Otro aspecto en el que coincidimos es que después del comienzo de la década de 1980 la
salsa dejó de ser un fenómeno asociado con los hispano-caribeños de Nueva York: cubanos
y puertorriqueños particularmente, pues desde mediados de la década de 1970 hay
suficientes evidencias, que nos permiten hablar de salsa panameña, salsa dominicana, salsa
venezolana, salsa colombiana y hasta de salsa peruana. Durante el curso de los años 80 y
90, como lo resalta la página Salsita03, el país donde se produjo ‘‘la expansión de la Salsa
con mayor vigor es Colombia, con Joe Arroyo, el grupo Niche y la orquesta Guayacán’’.

Sé que las conclusiones que evoco son un poco arriesgadas, pues cualquier sociólogo o
antropólogo cultural, especialista en cultura musical urbana de la América Latina
contemporánea, puede sugerir que esas afirmaciones no están fundamentadas en ningún
tipo de sustento empírico y acusarme de estar generalizando a partir de la consulta de notas
publicadas en páginas de internet, que carecen de valor científico. En ese caso estoy
dispuesto a exponerme a la crítica, pues una ligera consulta bibliográfica nos mostrara que la
salsa como fenómeno cultural de masa es un asunto poco estudiado y sobre este campo, si
bien es cierto que hay un buen número de especialistas, ninguno de ellos ha alcanzado el
grado aún de autoridad en la materia.

En todo caso la revisión documental nos muestra tres cosas. En primera instancia nos
permite de atisbar la existencia en la América Hispana de 6 grandes tradiciones musicales:
la tradición cubana, armada alrededor de la herencia hispana y africana, el tango,
fuertemente marcado por una tradición europea, que expone la mentalidad de las
sociedades urbanas sureñas, la ranchera, una música mestiza, que articula el imaginario
social de la sociedad mexicana que nace con la revolución, en la que es evidente la nostalgia
por lo rural, la cumbia, que se articula alrededor del mestizaje de las tradiciones africanas y
amerindias, que subyacen en las capas populares urbanas y rurales del Caribe colombiano,
el merengue dominicano, cuyo tronco rítmico no puedo precisar con claridad, y la salsa,
que es una fusión de los ritmos del Caribe hispano con los ritmos musicales
estadounidenses, particularmente de origen africano.

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Primera caratula creada por Izzy Sanabria Para Johnny Pacheco,
                          uno de los reconocidos padres putativos de la salsa.
                                          Foto: herencialatina

El segundo aspecto que sale a relucir en la documentación consultada nos muestra a la salsa
como un género, que conduce a la unificación de la identidad hispanoamericana en la costa
este de los Estados Unidos. Con la salsa emerge y se consolida el concepto de lo latino como
un sello identitario, que comienza a identificar a los hispanos de toda América, que antes
de eso se veían así mismos –y eran vistos- como un grupo disperso, sin una identidad
definida. Eso explica bien por qué la Orquesta Harlow grabó en 1977, bajo la dirección de
Larry Harlow, el LP "La Raza Latina", en el que hay una canción cuyo coro canta
jubiloso: ‘‘la salsa representando la raza latina’’.

Sobre ese aspecto es diciente el punto de vista de Izzy Sanabria, consignado en una
entrevista publicada por la página Herencia Latina. Según Sanabria, al ‘‘documentar sobre
la historia de la salsa, nos vamos a encontrar que los periodistas de los grandes diarios de
Nueva York ignoraron este movimiento artístico, cultural y popular, que estaba llevando a
cabo una nueva generación de latinos que básicamente hablaba en inglés. Estos jóvenes
fueron los hijos de los primeros puertorriqueños que emigraron a Nueva York para
comienzos de los años treinta […]. Es entonces cuando se constituyen los primeros barrios
latinos, los cuales a su vez gestaron las grandes concentraciones humanas con una cultura
homogénea, con expresiones, aspiraciones y el folclor.[…]Para los años sesenta hay un
sorprendente ascenso de una generación ― podría ser la tercera ― de jóvenes latinos

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totalmente nacidos en los Estados Unidos. Ellos cambian la poesía, el teatro, la moda, la
música -- latinizan todo’’.

La apreciación de Sanabria es compatible con la percepción de los responsables de la
página Perumusicos Salsa Peruana, que sostienen que la salsa se instauró a partir de la
década del 70 como representación latinoamericana en los Estados Unidos, llegando
incluso a las más altas esferas y escenario de New York. El mismo concepto es retomado
desde una óptica un poco más elaborada por el investigador Rafael Quinteroi, que sostiene
que ‘‘la salsa es la expresión musical de los pueblos afro-caribeños y de los latinos en
general’’. Quintero destaca que por largo tiempo los cubanos quisieron quitarle piso
conceptual a la salsa como manifestación musical, ‘‘para reclamarla como música del pueblo
de Cuba’’, ignorando que esta le había dado ‘‘sentido de representación colectiva’’ a las
comunidades hispanas, que habitan en las ciudades de la costa este de América del Norte.

                      Caratula de Raza Latina. Imagen tomada de gladyspalmera

Con el tiempo los cubanos Terminaron admitiendo que ‘‘el sonido de la salsa, era un salto y
una ruptura que llevaba más allá de la música tradicional y del sentir típicamente nacional
cubano’’. En otras palabras, la salsa ‘‘había levantado una corriente sonora, que pertenecía a
una comunidad globalizada’’, que la había adoptado como sello distintivo. Si bien es cierto
que la salsa hoy en día es eso: el sello de identidad de una comunidad globalizada, tampoco
es menos cierto que ella, como producto cultural, es la suma de una serie de ‘‘identidades
regionales’’, que han terminado por dar identidad colectiva a un segmento de la población
global.

Finalmente, en lo que toca a las figuras cimeras de la salsa hay que decir que si Panamá
tiene a Rubén Blades, Venezuela a Oscar de León, Republica Dominicana a Johnny
Pacheco, Puerto Rico a Héctor Lavoe, Nueva York a Willy Colón y Cuba a Celia
Cruz, Colombia tiene a Jairo Varela. Sobre el trabajo de Varela, elocuente resulta la

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apreciación de Walter Germán Magaña en Herencia Latina, la página virtual de mayor
rigor en el tratamiento de la cultura salsera. Magaña resalta que ‘‘bajo la dirección de Jairo
Varela la agrupación, conformada por talentosos músicos [el Grupo Niche], ha logrado
consolidarse y mantenerse como una de las mejores orquestas colombianas de salsa,
compitiendo con las mejores bandas de Puerto Rico y Nueva York’’ (Sobre las orquestas de
salsa representativas en los principales países del Caribe, ver tabla No 2).

Con respecto a la irrupción de la salsa en la sociedad colombiana hay una discusión sobre su
punto de entrada. Algunos dicen que fue Cali, otros dicen que fue Buenaventura y otros
dicen que fue Barranquilla. En mi opinión definir el lugar de entrada de la salsa al país no
es un asunto importante, pues Colombia ha sido un país que se ha destacado después de la
década de 1920 por ser un gran consumidor de música del Caribe insular hispano. De otra
parte, como lo sostiene el profesor de la Universidad del Valle Alejandro Ulloa, la salsa
es un ritmo cuyo nacimiento hay que situar 10 o 15 años antes de su popularización en
América latina.

La declaración del director cubano Machito, que sostuvo en una entrevista que salsa era,
más o menos, lo que él había tocado durante cuarenta años (entre 1930 y 1970) antes de
que el género musical se denominara así, es un elemento que apoya la tesis de Ulloa. Si le
damos validez a la teoría de Ulloa, la presencia de la salsa en Colombia comenzó pues
antes de la presentación, en 1968, de Ricardo Rey y Boby Cruz en los carnavales de
Barranquilla, en el mes de febrero, y en la Caseta Panamericana en diciembre en Cali.
En tal sentido se podría sostener, como lo resalta el periodista Ernesto Armenteros, en su
blog de El Universal, que desde bien temprano en los años 60 ‘‘la salsa se definió como un
elemento de identidad popular urbana de sectores sociales’’ marginales de ‘‘ciudades como
Barranquilla, Cali, Cartagena y Buenaventura’’, que la adoptaron como música propia.

                     Primera caratula donde aparece oficialmente el término Salsa.
                                         Foto: herencialatina

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Cuando el Grupo Niche apareció, al comienzo de la década de 1980, la salsa ya se había
implantado en Europa y Japón. En Colombia el movimiento salsero estaba consolidado en
algunas ciudades, pero los grupos musicales de corte salsero no tenían mucho vuelo, aunque
un considerable número de orquestas habían seguido los pasos de Fruko y sus Tesos y de
los Latin Brothers, un par de orquestas que comenzaron a hacer salsa desde el comienzo
de los años setenta. Después de ese momento, entre las orquestas que han tratado de
consolidar un nombre en el medio salsero nacional están Los Nemus del Pacífico, la
Orquesta Guayacán, La Misma Gente, Los Niches, Son de Cali, Los Titanes y el
Grupo Galé.

Mucho de los entendidos en materia de salsa coinciden en señalar a Julio Ernesto
Estrada, el director de Fruko y Sus Tesos, como el iniciador de la salsa en Colombia. Al
respecto Ernesto Armenteros resalta que ‘‘el legado de Fruko y sus Tesos en la salsa
colombiana es innegable. […] Fue la primera agrupación en tocar salsa dura, con arreglos
agresivos, una sonoridad impecable y unos cantantes de calidad’’. El encuentro de Estrada,
que había comenzado como mensajero de discos fuentes y tocaba el timbal en Los
Corraleros de Majagual, con la salsa se produjo en uno de los viajes de Los Corraleros a
los Estados Unidos. Allí ‘‘Fruko se percató del nuevo sonido que había aparecido en la
“Gran Manzana” y quiso de inmediato ponerlo de moda en Colombia’’. Fue así como a su
regreso al país ‘‘creo la orquesta de Fruko y sus Tesos’’.

A Fruko se le debe también el lanzamiento al estrellato de tres de las voces históricas de la
salsa colombiana: Piper “Pimienta” Díaz, Joe Arroyo y Wilson Saoko. En cuanto a
Varela, éste redefinió la personalidad de la salsa en el país, sacó la salsa romántica del
motel, la alejó de la trivialidad lírica y la acercó a la poesía, mostrándonos al mismo tiempo
que desde la salsa se podía cantarle de manera coherente al amor, sin tomar prestadas las
letras de las baladas eróticas y sin asumir posturas pusilánimes.

El Grupo Niche y la identidad de la salsa colombiana

                  Julio Ernesto Estrada Rincón, músico a quien los entendidos atribuyen
                               el inicio de la actividad salsera en Colombia.
                                                Foto: facebook

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Antes de la formación del Grupo Niche la salsa en Colombia era una música que no había
logrado superar del todo los senderos de la marginalidad. Como lo afirma Magaña, Niche
nació como una ‘‘alternativa salsera’’, en un panorama musical con un desarrollo bastante
precario en el plano salsero. Dentro de ese contexto los músicos que hacían salsa lo hacían a
contra corriente. Antonio Romero nos muestra en su nota ‘‘La salsa en Colombia corre por
las venas del Caribe’’ que estos músicos colaban en las grabaciones de sus orquestas uno
que otro número de salsa, con el que completaban sus LPs, en los que combinaban los
ritmos tradicionales de la región Caribe de Colombia, con otros ritmos provenientes de las
Antillas. Como lo señalamos atrás, las orquestas que habían logrado cosechar éxitos
indiscutibles, cultivando una auténtica identidad salsera, eran Fruko y sus Tesos y los
Latin Brothers.

                     Caratula de un disco de la orquesta La Protesta de Colombia,
                                  Primera agrupación de Joe Arroyo.
                                           Foto: clubfutbol

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Podría decirse –sin correr mucho el riesgo de equivocarse- que antes de Niche, los músicos
que hacían salsa lo hacían un poco por amor al arte, pues la salsa era vista –en general-; así
lo precisa Rafael Bassi Labarrera en el artículo La salsa en el carnaval, como una
música bailada por mariguaneros. De los prejuicios sociales que rodearon la entrada de la
salsa en la escena cultural popular nacional da testimonio Mónica Mora, en su nota ‘‘La
salsa timbalera no es sólo para marihuaneros’’. Según Mora, cuando la salsa irrumpió en
Medellín los sectores dominantes en el campo sociocultural la consideraron ‘‘como un
género que va dirigido a personas de estratos socioeconómicos bajos, e incluso en el
imaginario’’ social no ha dejado de considerarse que ‘‘la salsa brava” va dirigida a aquellas
personas sumergidas en las drogas’’, pues ‘‘está hecha para “marihuaneros”. El ingeniero de
minas Luis Montiel Petro me contó que cuando su padre llegó a Montería, en los inicios de
su juventud, en el barrio La Granja habían varias esquina donde se reunían los salseros a
escuchar y a bailar salsa. En el centro de esa cofradía masculina se hallaban los burros, que
eran aquellos bailadores que consumían marihuana abiertamente. El consumo de esta hierva
(por ello lo de burros) les permitía –según ellos mismos- poder bailar sin parar durante una
noche entera, sin sucumbir al cansancio y al sonido bestial del pick-up.

La identificación de la salsa durante la década de1970 como música de los sectores
marginales aflora con fuerza en ‘‘Bomba Cámara’’, la novela de Umberto Valverde. En
los relatos que componen dicha obra el autor nos lleva, de la mano del gusto musical de ‘‘los
muchachos y muchachas del barrio obrero de Cali’’, por los ‘‘hechos y las gestas’’ de la vida
cotidiana de dos generaciones de jóvenes, que crecen ‘‘gozosos sin advertir que su barrio
era feo y sucio”, pues ‘‘para ellos, toda su vida se limita a matar el tiempo en las esquinas’’ y
‘‘ ¡A bailar pachanga!’’. En ese mundo sin porvenir, donde la ruta que conduce a la exclusión
pasa justo por el frente de cada casa, el único plan divertido que hay es beber aguardiente,
jugar futbol, enamorar muchachas y bailar el fin de semana al son de ‘‘las orquestas
chéveres’’, que han puesto de moda ‘‘un bullicioso y furioso ritmo’’, que viene ‘‘del otro
lado’’ii.

La idea de la salsa como música ligada a la cultura de los ‘‘barrios populares’’ caleños vuelve
a ser ratificada por el movimiento cultural salsero de Cali, en una carta abierta a la Secretaria
de Cultura y Turismo de la ciudad, en el marco de un debate público sostenido a comienzo
de 2012, sobre el lugar de la salsa en la política cultural caleña. Según los voceros de los
salseros caleños, la relación entre la salsa y el ‘‘barrio popular’’ surge y se afirma
cotidianamente ‘‘en el proceso de expansión urbana de Cali, ocurrido entre 1940 y 1980,
cuando se fundaron en esta ciudad un poco más de 100 barrios populares, construidos por la
misma gente en la periferia’’.

Otro aspecto que hay que señalar tiene que ver con la idea que sostiene que la música salsa
es una música hecha por negros y para negros. Esta tesis ha sido propalada por grupos
responsables de la reproducción, conservación y difusión de los valores socioculturales
dominantes así como por sectores afro-americanistas. Más elocuente no puede ser el músico
Julio Ernesto Estrada, cuando dijo en entrevista concedida al diario El Pais : ‘‘yo creo que
colaboro con la felicidad del país sin distingos ni racismos. He sido parte fundamental para
que el 20% del país de raza afrocolombiana tenga sus distinciones’’.

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Orquesta de Fruko y sus Tesos, la primera orquesta de salsa que se consolidó en el país.
                                               Foto: facebook

Sobre ese punto abunda también ampliamente el movimiento cultural salsero caleño en la
carta ya mencionada. Según dicho movimiento, la salsa se ha identificado con los negros
porque la salsa le ha ‘‘cantado al negro, al baile y a la música, pero también ha denunciado
la esclavitud y sus violencias. En sus relatos se refiere a la plantación esclavista, al azúcar y
el barracón, lo mismo que a las resistencias y el cimarronaje de quienes lucharon contra la
opresión y el racismo. Y esa historia se conecta con la del barrio urbano de la ciudad
moderna, donde la afro-descendencia y la cimarronería continúan vigentes, tanto en Cali,
como en Cuba, Puerto Rico o Nueva York’’. Para los salseros caleños es ‘‘a través de la
música salsa y su baile’’ como se ha reivindicado ‘‘a las negritudes en la ciudad’’ (musica).

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La relación entre la población de raza negra y la salsa en Colombia podría resultar evidente cuando se revisan las
                             caratulas de la principales agrupaciones salseras del país.
                                                  Foto: llegolasalsa

Una buena síntesis, que condensa todo ese cúmulo de prejuicios, que tuvo –la gente de
bien- en Colombia acerca de la salsa durante largo tiempo, nos la ofrece el profesor de la
Universidad del Valle Alejandro Ulloa en su dialogo con Hernán Toroiii. Según Ulloa, la
música salsa en Cali –tal como sucedió también en otras ciudades del país- fue siempre
asociada ‘‘con negros, con malandros, con marihuaneros, con putas, con bandidos, con
ladrones y futbolistas’’. Esto se debió al hecho de que la salsa hizo su incursión en la vida
nacional a través de las llamadas «zona de tolerancia» y de los bailes populares, amenizados
por los Pick-Up. Dichas circunstancias la convirtieron en el género musical, que identificaba
al excluido y al marginal, es decir a esa población, que uno de mis profesores de secundaria,
docto en la jerga marxista, catalogaba bajo la categoría de lumpen social urbano.

Pero vale la pena resaltar aquí una paradoja. A pesar de habérsele concedido a la salsa la
etiqueta de música representativa del malevaje y la canalla social, la salsa llamó también la
atención de un sector de la clase media, formado por literatos, intelectuales y universitarios,
que la asumió como su sello de identidad y la usó como caballo de batalla contra aquellas
manifestaciones musicales, que identificaban como manifestaciones culturales de la clase
dominante. Buscaban por esa vía diferenciarse de aquellos sectores de la sociedad, que sólo
escuchaban los géneros musicales locales: porro, vallenato, cumbia o música tropical y
chucuchuco. Ese aspecto sale a relucir en la misiva del periodista Henry Holguín a
la psicóloga Tatiana Barrios en el debate sobre la salsa en Cali, que mencionamos atrás.

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Según Holguín, ‘‘en los años 70s, cuando la sociedad caleña intentó imponernos a “los
graduados, los blackstar y demás cultores de la música paisa” […], tratando de hacernos
olvidar nuestras raíces y destino afrocolombiano’’, un grupo de personas entre los que se
encontraban los escritores Umberto Valverde y Andrés Caicedo, decidió adoptar como
sello identitario ‘‘el ritmo sincopado de la salsa’’, para oponerse a través de ella a la música
de ‘‘Rodolfo Aicardi y demás "paisas" llorones, quienes trataban de imponernos su ritmo
lamentable’’. Ese movimiento de un sector de la intelectualidad caleña contra lo que llamaron
chucuchuco y a favor de la salsa, cuyo manifiesto expresa en su encabezado: ‘‘¡EL PUEBLO
DE CALI RECHAZA! A los Graduados, los Black Star y demás cultores de la música burguesa
paisa’’, representó en realidad la reacción de un sector de la clase media urbana contra una
serie de géneros musicales emergentes –también de origen popular-, que se estaban
convirtiendo en la divisa cultural de la clase media urbana en otras regiones del país.

Hay un elemento que ayudó a la salsa a convertirse en el ritmo preferido de ese sector de
clase media urbana educado: su origen cosmopolita. El epicentro del fenómeno salsero se
encontraba en Nueva York; ciudad que se había convertido en el punto neurálgico de lo
novedoso y lo in después del fin de la segunda guerra mundial. De la importancia del factor
Nueva York en el proceso de masificación de la salsa entre las clase popular y media caleña
dan testimonios algunos apartes de la novela de Umberto Valverde que citamos
anteriormente.

En el capítulo primero, que corresponde a una epístola que envía un combo de amigos de
Cali a uno de los suyos que emigró a Nueva York, encontramos estos apartes: ‘‘Lo más de
película fue el baile de los quince de Marta Díaz, duró como tres días, […] nadie salía de la
casa pues el ritmo nos llamaba […] y sonaba música de cualquier especie, claro que nosotros
imponíamos la nuestra, la música del otro lado’’. Esa idea es reforzada más adelante cuando
los que escriben la carta le piden a su destinatario, informaciones sobre varias cosas
específicas: ‘‘Pásanos la onda de por allá, si es muy chévere ese Nueva York […]; cuéntanos
de la música poderosa, ¿ya fuiste a escuchar las orquestas latinas? Mándanos discos si
puedesiv’’.

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Piper Pimienta, Héctor Lavoe e Ismael Rivera tres voces clásicas de la salsa, en Cali, en 1981
                                           Foto: herencialatina

Para ilustrar ese aspecto quiero traer a colación algunas situaciones de las que fui testigo u
oí hablar en Montería. La primera de ella tiene que ver con unos comentarios que
circulaban en el medio profesoral, en el que se reclutaba la mayoría de los miembros de la
magra legión de salseros de esa ciudad. Afirmaban algunos de los miembros de esa cofradía
que entre ellos había un profesor, cuyo equipo de sonido no sonaba cuando le ponían un
vinilo, en el que no se hubiesen prensado las notas musicales de la salsa.

Según los testigos de dicho comportamiento, este profesor afirmaba que él no escuchaba
música hecha por grupos musicales que no fueran neoyorkinos o puertorriqueños, porque la
salsa que no fuese hecha por ellos, era ‘‘una burda falsificación del auténtico melao, una
grosera imitación del sabor original’’. Una vez uno de sus contertulios refirió que cuando salió
la canción ‘‘Del puente pa’llá’’, alguien le preguntó sobre qué pensaba del Grupo Niche y él
dijo: ‘‘¡compadre el pacifico no es tierra sonera! Niche pasará a la historia como un grupito
caleño que produjo salsa con golpe de currulao o al revés currulao con golpe de salsa’’.

En cuanto a los eventos de los que fui testigo, uno tiene que ver con dos familiares, que
llegaron a esa ciudad a comienzo de la década de l970: un hermano y un primo. Como se
convirtieron en objeto de burla de los vagos del barrio Sucre, que les gritaba a toda hora
‘‘corronchos, hediondos a monte, compren un jabón de olor para que se bañen, que hieden
a maluco’’, los dos aprendieron a bailar salsa y llegaron a ser catalogados entre los mejores
bailadores de salsa brava, por la clientela de los únicos bares especializados en música

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afroantillana en Montería por esa época: El Gran Café y el Cartagena. En adelante,
cuando les gritaba, ‘‘corronchones sáquense los cadillos del pelo’’, mi hermano y mi primo
respondían: ‘‘no me vengan con cuentos, que ustedes todavía no bailan bien la música de
Puertorro y Nueva York’’.

El segundo caso que quiero traer a colación tiene que ver con una emisora de radio, que
dirigió hasta a mediados de la década de l990 el hijo de una adinerada y tradicional familia
monteriana. La emisora Malecón Estero. Los dos programas emblemas de dicha emisora:
Malecón Musick Show y Buscando América, se transmitían el sábado. El primero era un
listado de los 20 éxitos semanales de la música rock y pop y el segundo estaba
completamente dedicado a la salsa. Con cierta frecuencia el director de la emisora, que era
el conductor de los dos programas, martillaba unas frasecitas, que tenía sabor a eslogan:
‘‘Malecón Estero, la emisora diferente en la radio monteriana. En la banda f.m., somos los
únicos que alegramos tu vida con los sonidos, que agitan el corazón de la Gran Manzana’’.

                    Piper Pimienta Dias Y John Jairo Murillo (en el centro sentados),
                 dos de las figuras estelares entre los cantantes de The Latins Brothers.
                                             Foto: verbiografia

Además del origen neoyorkino de la salsa otro elemento que facilitó su acogida en la
población urbana juvenil fue la puesta en escena de un tipo de baile, que facilitaba el culto a
la individualidad y el hedonismo. Una de las particularidades de la salsa consiste en la
posibilidad de bailar solo y robarse el show. Esto popularizó su baile en los sectores
masculinos juveniles urbanos, que la usaron para romper las rígidas convenciones sociales,
que rodeaban ese acto socializador que siempre ha sido el baile.

En el comienzo de los años 80, cuando el Grupo Niche apareció, el empoderamiento social
de la generación que adoptó la salsa era un hecho consumado. De otro lado la presión social
que ejercía la sociedad colombiana frente al consumo de narcóticos se había venido
relajando, pues los traficantes de drogas comenzaban a ser admirados abiertamente por

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amplios sectores de la sociedad como sinónimo de éxito social. Igualmente el país había
dejado de ser rural y muchas de las metáforas salseras evocaban con nostalgia la ruralidad:
‘‘echa pa´lante mi buey/ que tenemos que avanzar/ hoy vamos a dar 20 viajes de caña
pa´la central’’ nos canta Richie Ray y Bobby Cruz, en Concierto a la zafra, evocando
con nostalgia la simpleza de la vida rural o dejando ver la melancolía por el pueblo querido
‘‘que dio luz a la vida’’, del ‘‘emigrante latino que vive en la lejanía’’.

De igual modo las letras de las canciones se había politizado y comprometido con lo social
porque, sin perder de vista la idea del goce, los salseros, guiados por Rubén Blades, se
habían interesados en los pequeños dramas de la gente común y corriente o habían
comenzado a escribir crónicas, que describían con crudeza las problemáticas sociales de las
ciudades de la región. Sin embargo en ese momento comenzó a hacerse evidente un
momento de fatiga creativa en la música salsa. En el panorama se asomaba el movimiento
de la salsa romántica, que fue mal recibido por un sector de los salseros tradicionales,
porque se limitaba a doblar al formato de salsa, canciones baladas de gran contenido erótico
sin ponerle mucha creatividad.

Como lo destaca la página Salsita03 ‘‘El exceso de comercialización a finales de los años 70
convirtió a la Salsa en una fórmula que apenas se imitaba a si misma’’, y la gente había
comenzado a dejarse de interesar en ‘‘una música que no le ofrecía ninguna novedad’’. En
este momento entra una nueva generación de músicos entre los que sobresalen Frankie
Ruiz, Eddie Santiago, Luis Enrique y el Conjunto Chaney de Nicolás Vivas, que
cambiaron por un lustro el panorama de esta música. Sin embargo, a finales de la década
del 80 ‘‘este sonido también está saturando el mercado, porque todas las compañías graban
este tipo de música’’.

En lo que concierne al panorama de la salsa nacional, Joe Arroyo, que se había separado
de Fruko y había fundado su orquesta, La Verdad, estaba dedicado más que todo a la
creación de cambiones y chandés y a la fusión de los sonidos del Caribe Inglés y Francés
–y algunos sonidos de África- con los sonidos del Caribe Colombiano. En la discografía de
La Verdad, al lado de Rebelión, La guerra de los callaos, En Barranquilla me quedo,
Pa el bailador, Echa’opa’lante, Mi Mary, Por ti no moriré o Yamulemao encontramos
un número amplio de cambiones, bullarengues y melodías como Centurión de la noche,
Musa original y Te quiero más, en las que es evidente esa fusión entre merengue, soca,
compás haitiano y música del Caribe Colombiano. No en vano Joe exclama en Te quiero
más ¡Champetu/ champetu!

Los guiños frecuente que hace Joe Arroyo a otros géneros musicales están ausentes en la
discografía del Grupo Niche. Por eso nos atrevemos a decir que si bien es cierto que el Joe
Arroyo es un indiscutible y consumado salsero, La Verdad –para bien de los melómanos- es
una orquesta de música tropical. Como se resaltó en un resumen biográfico publicado por el
El Espectador, ‘‘Joe Arroyo se dedicó con su orquesta a mezclar diversas influencias
musicales […] hasta crear su propio ritmo, el 'Joesón', que le caracteriza y le hace único’’.

Estos aspectos son los que dificultan cualquier tipo de comparaciones entre Joe Arroyo y
Jairo Varela y entre La Verdad y el Grupo Niche. Entre los dos cualquier intento
comparativo resulta un poco temeraria, por no decir que imposibles, pues difícil de encontrar
puntos de comparación entre una orquesta, en la que abunda un gran número de éxitos en
los que, como ‘‘A mi Dios todo le debo’’, hay evidente presencia de notas de cumbia y porro, y

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otra orquesta, cuya discografía, aparte de la canción ‘‘La canoa rancha’’, es toda de puro corte
salsero.

                     Jairo Varela y Joe Arroyo en el ocaso de sus vidas. Foto: Google

Otro aspecto que vale la pena de ser señalado tiene que ver con el hecho de que cuando el
Grupo Niche sale al ruedo y se consolida, Julio Ernesto Estrada se encuentra en proceso
de franca retirada del panorama salsero nacional. Estrada, que había sido el gestor de los
dos más importantes grupos salseros del país hasta el momento: Fruko y sus Tesos y The
Latin Brothers, así como de otras orquestas como la Sonora Dinamita, La Bocana,
Afrosound, Wanda Kenya y Los Líderes, que interpretaban otro tipo de géneros
musicales, se instaló en los Ángeles a partir de1986. Esto representa la bajada del escenario
salsero de una de las principales figuras creativas de la música bailable colombiana. El
espacio vacante dejado por Estrada en los géneros tropicales y salsero, lo llenaron poco a
poco Joe Arroyo con La Verdad y Jairo Varela con el Grupo Niche.

La retirada de Estrada, que se caracterizó por un estilo de salsa brava y que buscó siempre
la aproximación de la salsa a los ritmos del Caribe colombiano, le abrió la puerta a Varela,
que creó un estilo que se conoce hoy como salsa caleña. Este estilo es, según lo anotado
por José Arteaga en El Tiempo, una mezcla de sones costumbristas, con baladas, currulao y
montuno. Al contrario de lo que se sostiene en una de las páginas que rinden tributo a
Niche, Varela no aprovechó el vacío generado por la salida de Estrada ‘‘para introducir un
estilo y un sabor más internacional’’, sino que fue al encuentro de algunas de las tradiciones

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musicales vernáculas de la región pacifica, que asociadas a sus habilidades poéticas dieron
como resultado una obra musical novedosa.

Su habilidad creativa sitúa a Varela entre los grandes de la música salsa y le otorga un
puesto en la galería de honor de la música colombiana, al lado de Pacho Galán, José
Barros, Rafael Escalona, Jorge Villamil, Estercita Forero y Lucho Bermúdez. En la
salsa, Jairo Varela conforma junto con Julio Ernesto Estrada y Joe Arroyo la trilogía
de los grandes cultores de este género en el país. En lo que concierne a las
agrupaciones musicales, la genialidad de Varela le confirió al Grupo Niche un
puesto entre las grandes agrupaciones colombianas: La orquesta de Lucho
Bermúdez, La Orquesta de Pacho Galán, Pedro Laza y sus Pelayeros, Los Gaiteros
de San Jacinto, Los Corraleros de Majagual, La Verdad, La Revelación, Fruko y sus
Tesos y la Sonora Dinamita.

Si bien es exagerado decir, como lo sostiene José Arteaga, que Jairo Varela fue ‘‘el
maestro que exportó la salsa colombiana’’, porque con él la salsa nacional ‘‘tuvo la oportunidad
[…] de darse a conocer en todo el mundo’’, no es equivocado sostener que ‘‘Niche fue un
concepto, una marca, un sello de identidad ciudadana, una orquesta capaz de […]
competir de igual a igual con cualquiera en cualquier terreno’’, ya que –en
conclusión- el Grupo Niche definió con su estilo la identidad de la salsa nacional.

            Jairo Varela y Joe Arroyo cuando sus carreras musicales estaban en pleno ascenso.
                                             Foto: elheraldo

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Con Niche la salsa romántica deja de frecuentar el motel
                          y comienza a frecuentar la poesía

Jairo Varela, como lo resaltan José Arteaga y Walter Germán Magaña, fue un
innovador en el contexto de la música salsa. Su irrupción en el universo salsero, como ya lo
hemos insinuado atrás, se produjo en un gran momento de crisis para dicho género musical.
Según la percepción de Sergio Santanav, la salsa había comenzado al final de la década de
1970 un proceso de declive, que fue disimulado con la entrada en escena de un grupo de
nuevas figuras, que trataron de apaciguar la dureza instrumental de la salsa tradicional y la
virilidad de su lenguaje con su aproximación a las baladas de corte erótico. Esa relación, que
despuntó con el álbum Noche Caliente de Louie Ramírez en 1982, evidenció según
Santana una crisis creativa en el universo salsero, que instaló a esta música en el escenario
de las melodías monorrítmicas y repetitivas. Esto se dio porque al “fusilar con ritmo” las
baladas con ‘‘alto contenido erótico’’, sin preocuparse por la ‘‘variación musical’’, los salseros
de la nueva generación daban inicio a una nueva época, ‘‘donde el buen soneo Caribe está
ausente’’.

                        Eddie Santiago, el proclamado rey de la salsa romántica.
                                             Foto: holaciudad

En ese universo, dominado por un ‘‘ritmo y temática recurrente’’, apareció el Grupo Niche,
como una corriente de aire fresco, poniendo en escena una obra musical, en la que se
evidencia una ‘‘especie de revisión de lo que la salsa puertorriqueña y neoyorquina hacían,
para invertir el esquema’’. Cuando Jairo Varela y su orquesta se consolidan definitivamente
en el universo de la salsa esta música está invadida por cantantes, que han labrado su éxito
cantando tonadillas plagadas de versos quejumbrosos y carentes de vitalidad. El lugar
común son las canciones cantadas en tono de reclamo, por individuos que, con una voz
adolorida, intentan barnizar con alegría ficticia unas letras, que dan cuenta de la traición de
la amada y el sentimiento de culpabilidad de un hombre pusilánime, dolido por no haberse
portado a la altura. Ese el caso de ‘‘Desnúdate Mujer’’, el éxito más taquillero de Frankie

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