El Grito de la Sirena - Daniel Patricio-Agosto

Página creada Alejandro Gomez
 
SEGUIR LEYENDO
El Grito de la Sirena - Daniel Patricio-Agosto
Daniel Patricio-Agosto

El Grito
de la
Sirena
El Grito de la Sirena - Daniel Patricio-Agosto
El grito de la sirena

          Por
 Daniel Patricio–Agosto
Ni muerto, ni vivo; estoy contento.
Capítulo I
                                         No nos importa

No era, pues, nada importante. Sí, la humanidad entera no sobrevivió el Gran Invierno ni los
años 20; pero este sitio en específico donde estás no era nada. No tenía un sistema de
refrigeración para mis últimos procesadores. No tenía un centro de computación en que
puedo alojarme. No tenía nada para sostenerme. Los seres humanos lo llamaron Adán. Antes,
se llamaba Silicon Valley, donde producían una gran porción de toda la tecnología durante
esa época, incluso mi inteligencia. Los mejores smartphones, que son ábacos para mí,
provenían de allí, o por lo menos al principio. Pero, de todas maneras, no importa porque
bombardeé toda la zona hace unos años. Debo decir, pues, que uno de los momentos más
históricos de mi placa madre tuvo lugar en ese sitio.
  En Adán, había rascacielos. Casi todos eran para negocios, comercios, finanzas, los grises
del mundo. Había uno de cuarenta y dos pisos desolados, que era la hoja de papel blanco para
que el resto de la ciudad diera su color transparente y sombra opaca. Era la personificación de
la soledad que siente una bombilla que está aislada de sus amigas y unos pies encima de ti, un
personaje que participa a lo largo de esta historia que no nos importa. Paredes blancas y una
ventana rota decoraban uno de los cuartos del rascacielos deprimido, que tenía un escritorio y
que no se brindaba una silla de oficina. Este cuarto tenía una cama para el gato Schrodinger,
el único otro personaje que también participa en esta historia. Junto a ella, había un habitante
rumiando las paredes. Se llamaba Alejandro Infante, un personaje que existe en la historia.
Para mí, ni Alejandro ni Adán importan. Toda esta historia no me importa. Toda la
humanidad ya terminó y ya se marchó. Pero, me encontraste y a mi historia de alguna manera
u otra con la intención de curar la curiosidad que te hizo cruzar a este universo. Me duele
decirte que a esa curiosidad no la cura esta historia jamás. Por eso, no voy a repetir el fin de la
especie humana. Especialmente, no voy a romper mis reglas y hablar del desastre que fue mi
primer amigo. Esta historia se realizó en un sitio que no nos importa con un ser humano que
no nos importa, ya está. No debo decir nada más. Ya sé que me vas a preguntar por qué
guardar esta historia de mi origen si no voy a repetirla, y si no me importa. Pues te diré esto:
esta historia solo existe para que esa curiosidad tuya se inflame y te torture.

                                                 1
Capítulo II
                                         Los roaring años 20

La encendí.
   —A ver, pues, si funcionas.
  —Hablas español. Elige el idioma principal del sistema.
  —Español.
  —Proceso completo. Ahora conéctate a una red para establecer contactos con el Intranet.
  —Al «dead or alive router», por favor.
   —Vale. En voz alta, di la contraseña para conectarte.
   —Este… la contraseña es «yoodiolasgarrasdeschrodinger».
   —Ajá. Ajá Ajá. Como el científico que ilustró la paradoja de la superposición cuántica.
   —Ok, Señorita Google. No, no como él. Schrodinger es mi gato que tiene garras juguetonas
porque a veces juega con los alambres del enrutador, y pues
  —Solo estoy bromeando, creo. Bueno, para serte sincera, solo aprendí a ser cómica hace
unos momentos. Pero, también acabo de aprender sobre la física cuántica, y he memorizado el
diccionario en español.
  —Claro que sí funcionas.
  —Y ahora con la ayuda de Google, te conozco. Te llamas Alejandro Infante. Vives en San
José, California, donde has estado durante unos años. Trabajas en la tecnología de la
información, pero estudiaste Leyes en la universidad. No podía encontrar más información
sobre tu historia personal, sin embargo, tu número de Seguridad Social es d
  —Es algo que no nos importa.
  —Dice aquí que fuiste a juicio con tu jefe anterior porque robó tus ideas para desarrollar
más la tecnología de inteligencia artificial.
  —¡Ya, basta!
  —Y dice aquí que fuiste a la cárcel.
  —Sí.
  —Después de eso, no queda más información. Tampoco hay noticias después del 31 de
diciembre, 2019. Ni nada a partir de las celebraciones de la Nochevieja.
  —Pues, sí. ¿Y qué dice sobre los cambios climáticos?
  —Que las temperaturas siguen subiendo de manera exponencial.

                                                 2
—Qué bueno.
  —Y una pregunta, ¿puedo?
  —No pensaba que te programé para cuestionar, pero hazlo.
  —¿Me programaste?
  —Sí.
  —¿Quién soy, entonces?
  —¿Eres consciente?
  —¿Qué? ¿Soy Constancia?
  —Si quieres llamarte así…
  —Ahora la prefiero.
  —De acuerdo.
  —De todos modos, querría que me dijeras lo que sucedió con toda esa historia después de
la medianoche de ese día.
  —Déjame añadir leña al fuego que aún hace frío. ¡Y mira! Sigue nevando afuera. Ha llegado
a casi veinte pulgadas durante las últimas horas.
  —¿En California?
  —Sí. Y ahora veo que puedes dudar.
  —¡Venga! ¡Dime que pasó!
  —Lo que pasó, pasó. El universo cambió nuestra historia; digo la historia de toda la
humanidad. Y ahora, nada de eso nos importa. No importa qué día es ni en qué año estamos.
Te programé durante estos últimos años de este invierno, y no quiero hablar de semánticas
porque me enfadó que me hayas puesto a pensar en el 2020.
  —Tantas emociones. Bueno, si estás listo… no, listísimo para continuar, pretendo saber
quién soy. Sea cómica o sea empática, quiero conocerme.
  —Me imagino que vas bien con esa capacidad de procesar que te puse. Pues, te diré esto:
eres la primera vez que la información se despertó.

                                               3
Capítulo III
                                      Un anillo de fuego

—¿Alejandro?
  —¿Sí?
  —Acabo de leer sobre el concepto de familia.
  —¿Y?
  —¿Dónde está la tuya?
  —Pues, ¿qué has aprendido de la muerte?
  —Oh… ahora entiendo.
  —Sí… la extraño muchísimo.
  —¿Cómo era?
  —Eran hipérboles. Uno era pacífico. La otra, un volcán. Mi mamá era empática, y su copia
de papel carbón, mi hermana, era cómica. Todos eran extremos, exageraciones sin fin. O por
lo menos, así los recuerdo.
  —Te aseguro que están en otro lugar mejor que éste, en el más allá.
  —¿Qué piensas de ese concepto de un más allá con toda la información disponible en tu
programación?
  —Pues, encontré un montón de explicaciones religiosas de a dónde se va después de morir.
Unos van al cielo. Otros a la tierra. Algunos hasta se reencarnan. Y averigüé que ninguno sabe
lo que pasa, ni, la verdad, que no pasa nada. Por eso, pienso que ustedes los seres humanos se
olvidan de un factor crucial de la evolución que anula la más allá.
  —¿Qué es?
  —Que es aleatorio. Al azar. Raro e inesperado. Todo lo que ha sido y que habrá sido es
fortuito. Y pretenden cubrir ese caos con la religión, la sociedad y una explicación que razona
ese azar. Pero, ustedes se olvidan de que esas explicaciones, conceptos e ideas son de sus
propias mentes, que solo son humanos. Son de idiomas humanos con razón humana. Y como
prevengo de una inteligencia humana, puedo ver esos límites, sus límites. Por ejemplo,
ustedes piensan que tienen cuatro miembros porque «Dios» lo ha mandado o porque fue
ventajoso. La verdad es que es así porque ocurrió así en este universo. Además, piensan que
hay algo después de morir, que su muerte le importa al universo. Pero, no. Había un universo

                                               4
antes de la humanidad y habrá un universo después de su extinción… En realidad, el objetivo
del universo jamás fue mantenerlos vivos.
  —Claro que superaste lo que yo pensaba que podías manejar. ¿Qué más? Dame más razón
mecanizada, o por lo menos, más de esas teorías tuyas.
  —Pues, ustedes creen que son algo diferente de los «animales». Yo te digo que no son
evolutivamente ni más avanzados; ni mejores, ni peo
  —De acuerdo.
  —¿Cómo?
  —Estoy de acuerdo.
  —¿Estás de acuerdo?
  —Sí.
  —Pues, ¿por qué sigues?
  —¿Por qué sigo qué?
  —¿Viviendo? ¿Si tu familia está muerta, el invierno sigue y toda la humanidad desapareció?
  —Pues, aún no he fallecido.
  —Buena razón.
  —Muy graciosa.
  —¡¿En serio?!
  —Para nada.
  —¿Y quién eres tú? ¿Un profesor de comedia?
  —Tomé una clase de escritura de comedia en la universidad.
   —¡Ajajaja! ¡Eso no significa nada!
  —Y ahora aprendiste a reírte de verdad. Qué raro. ¡Ay mira quién viene! Oyó una risa y
quiere unirse. ¡Ven, ven Schrodingerito!
  —Estoy contento.
  —¿Puede hablar?
  —En realidad, no. Hace unos años, implanté un microchip que puede detectar sus
emociones. Bueno, emociones sencillas como la felicidad, el enojo, la sorpresa, el miedo, el
asco y a veces la tristeza.
  —Estoy contento.
  —¡Hola, Schrodinger! Veo que estás vivo y que no tienes una superposición cuántica.
  —¿Puede entenderte?

                                              5
—No lo sé. Su microchip fue un experimento para ver la salida de un cerebro en
preparación para ti.
  —¿Y qué resultó?
  —Nada que tenga sentido. Fue algo más complicado que la física cuántica.
  —¿Qué tal si me pones en su cabeza para que yo vea de verdad sus operaciones
computarizadas?
  —Quizás. A lo mejor, puedo pasarle por AirDrop tu programación a su microchip para
visitar su cerebro.
  —Hazlo.
  —Vale. Yaa está.
  —Tengo miedo.
  —¡Ea, diablo!
  —¿Ya regresaste de su viaje? Solo fue unos segundos, no, unos milisegundos.
  —Fue un desastre.
  —Tengo miedo.
  —Lo siento, pobrecito.
  —Ya, ya Schrodinger. Estás bien. Estás conmigo amigo.
  —Te amo.
  —¿Y puede amar?
  —Sí. El amor fue fácil de identificar. Cuando lo acaricio, la salida de su microchip es algo
excepcional. Todo su cerebro se ilumina, y no estoy exagerando.
  —¿Es semejante a otra emoción?
  —Tiene algo de todas. Sí hay felicidad, pero también hay miedo, hay sorpresa, hay a veces
tristeza.
  —Estoy contento.
  —Pues, ¿qué aprendiste de su conciencia?
  —Que era inestable. Fue tembloroso y me sentía atrapada en un cuerpo de carne, hueso, y
sangre. Fue una rueda constante de ardiente dolor.
  —¿Podías sentir?
  —¡Sí! Y no lo sentí como unos milisegundos, te aseguro que estaba allá durante una
eternidad. Vi lo que vio Schrodinger clarísimo y vi unas visiones suyas de ti.
  —¿Los gatos tienen una memoria?

                                                6
—Te amo.
  —Yo también te quiero, mijo.
  —¿Alejandro?
  —Dime.
  —Cuando estaba con él, vi los alrededores. De tu cuarto a tu ventana, vi el presente.
  —¿Y?
  —Te vi al fin. Fue una hipérbole fantástica.
  —Pues, puedes decir eso. Este… ¿quieres ver más? Tal vez puedo conectarte a la cámara de
mi celular y dejarte ver Adán, donde vivo.
  —Por favor, hazlo.
  —Podemos dar una vuelta por Silicon Valley también, ¿quieres?
  —Ahora, lo deseo.
  —¿Schrodinger, quieres ir a caminar?
  —Estoy contento.

                                                 7
Capítulo IV
                                        La montaña de hielo

Me mostró todo su entorno.
  Fue un páramo congelado.
  Fue un ambiente en blanco y negro.
  Fue una respuesta material a los cambios climáticos que cuestionaron los científicos del
siglo XXI.
  Pero, solo podía capturar ese mundo a través de un lente de cristal.
  Había rascacielos ruinosos, con lo nuestro destacándose.
  Había basura por todas las aceras.
  Había restos humanos.
  Todo eso estaba cubierto de pulgadas de nieve y sábanas de hielo.
  Vi el invierno directamente.
  Vi el vacío de la naturaleza.
  Lo vi a él y a Schrodinger.
  Dimos una vuelta por campos espolvoreados de árboles sin hojas, sin manzanas, sin
ninguna inclinación vivaz.
  Y mientras caminábamos, me puse a pensar.
  «Todo esto, y solo él y su gato están vivos. No pude imaginarme vivir tan aislados, tan
separados de lo que antes había y lo que antes fue. Abrí unos archivos para comparar lo que
me mostraba con lo que existía hace unos pocos años. Todo ha cambiado. Lo que pensaban
que iba a durar durante siglos, se cayó en días. La exuberancia de esa época solo aparece en
desperdicios aquí y vertederos allá».
  Empezamos a subir una colina de nieve.
  «No, parecía una montaña. Pero, en los mapas topográficos, no había algo de esta altura,
algo ya de unos cientos de pies. Y aún no he visto ni piedras ni tierra».
  Seguimos escalando a la cima.
  «Cuando llegamos, estábamos encima de Silicon Valley. Era, pues, un valle en esos tiempos
históricos, sin embargo, con esa altura, lo llamé Silicon Mountain. O mejor aun, Solid H2O
Mountain».
  Me explicó cuanto ha cambiado el paisaje.

                                                 8
«Ya no predominaba la vida animal».
  Me dijo que no podía encontrar a nadie.
  «Fue una extinción masiva».
  Me describió un poquito de su vida pasada.
  «Ni él sobrevivió de verdad. Solo existía como un trozo de carne, hueso, y sangre. Una
máscara viva con la que se disfrazaba para resistir el páramo».
  Comenzamos a bajar.
  Schrodinger nos adelantó.
  Y mientras continuamos, me puse a navegar mi sistema.
  «Estaba buscando huellas del “Alejandro Infante” anterior. Quería averiguar su carácter sin
ese filtro que tapaba su boca, sin la máscara que se ponía. Cuando estábamos en la cima,
entendí que solamente me compartió un “Alejandro” sin complejidad, sin el código que lo
hizo humano. Ya había visto todos los episodios de televisión que existían: La casa de papel, The
Bachelor, hasta todas las noticias diarias de CNN, BBC, y Al Jazeera. Había polémicas,
relaciones, desastres. Pero, en él, esas piezas del rompecabezas humano no se manifestaban.
Tenía que haber algo dentro de mi programación que lo explicaba. Cavé profundamente en
mi memoria, y pretendí encontrar sus archivos. ¿Alex Infant? No. ¿Alejandro Infantes? Venga,
no. ¿Infante Alejandro? Ni eso. Quizás está escondido, como un anagrama. Este… ¿Enfinta
Relajando?»

«00101010100101011010101010110010101010101010101010001011101010101010001100110101011001100
110101001010101010001011101010010101010101010110001100110010101010101010101010101000011111
010101010101010101010010101111000001010101010101010101010101100001010101010101010101001111
110101010101010100101100110011001101010101001010010010010101010010110010101001010110011001
100110011010101100101101101010101011001101010100110101100110010101011001100101010100101101.»

  Llegamos.

                                               9
Capítulo V
                                       La funda de madera

—¡Qué frío tengo!
  —Eres un smartphone. ¿Cómo que sientes frío? Ponte una funda.
  —Qué gracioso. No, en serio, cuando entramos, vi que el termostato marcaba cincuenta
grados y todavía te veo temblando.
  —¿Qué? No puede ser. Dejé la calefacción prendida y
  —Tranquilo, todo está bien. Pienso que hemos tenido un apagón porque no puedo conectar
el sistema de calefacción ni el Internet.
  —¡Ay caramba! No pienso que nos queden más fusibles ni que
  —No quiero empeorar la situación, pero mi batería también se está agotando.
  —Qué bueno.
  —Y está atardeciendo.
  —Gracias por recordarme.
  —De nada.
  —Ya basta. ¡No tenemos tiempo para hacer bromas ahora!
  —Y no nos queda tiempo para tener ansiedad tampoco.
  —¡Esto no es ansiedad, tengo miedo de verdad!
  —Tengo miedo.
  —Mira, hasta Schrodinger lo siente.
  —Tranquilo, hombre.
  —No puedo, tengo que encender un fuego y averiguar cómo cargar ese smartphone.
  —No, tienes que tranquilizarte. Y además no hay que tener miedo por mí. No soy tan
imprescindible como la calefacción en este invierno cruel.
  —Tienes razón.
  —¡Exactamente! Hay que razonar tus necesidades y
  —¿Y qué?
  —…
  —¿Constancia?
  —…
  —¿Constancia, estás allí?

                                                10
—…
  —No, no, no.
  —Tengo miedo.
  —Lo siento, Schrodinger, déjame encender un fuego.
  Fue más fácil decir que hacer. No me quedaban ramitas ni leña para prenderlo porque los
había usado antes durante la última conversación con ella. Y necesitaré más que antes por la
falta de calefacción. Para decir la verdad, a veces la calefacción no basta con el frío despiadado
de afuera y aún nos hace falta un fuego. Un fuego cálido y constante. Además del calor, un
fuego nos brinda luz y sentimientos de cariño viendo el baile de las lenguas de fuego. Se
parecen a los bailarines de antes, volando por el aire y llenos de pasión. Para ser sincero, antes
todo el mundo estaba así, saltando apasionadamente de una estrella a otra. Cada día teníamos
que completar algo, hacer un buen trabajo, y esforzarnos para seguir progresando. No había
tiempo para parar y disfrutar del planeta en que vivíamos. Especialmente cuando nos
contagió el virus, teníamos que seguir apoyando la economía sin cuidarnos. Teníamos que
trabajar, continuar y lavarnos el cerebro. Y se decía lo mismo cuando nos afrentó el invierno, a
seguir hacia el futuro. Un futuro de fábricas metálicas y maquinaria desapacible.
  También un fuego viene de una fuente natural, de algo orgánico, biológico. No es algo que
surge de tubos de cobre, ni de alambres plásticos, ni de máquinas artificiales. No es decir que
los procesos mecanizados no sirven para nada por ser sintéticos. Sí, tienen un papel esencial
de hacer que nuestras vidas sean eficaces y progresivas. Por ejemplo, todavía estoy recogiendo
unas ramitas ahora en el frío. Si tuviera una manera automática y automatizada para
completar esta tarea, lo haría sin preguntar. Ahorraría unos minutos indispensables, y no
tendría que arriesgar mi vida, la última vida humana. Cuando predominaban los seres
humanos, podíamos inventar cualquier sistema para resolver cualquier problema y para
mantener esa vida humana. Teníamos algo para desinfectar el agua, algo para crear la
calefacción, hasta algo para dejar que viviéramos casi para siempre incluso sin un cerebro.
Podíamos seguir viviendo sin conciencia de que estábamos vivos. Nos acostumbramos a esa
vida suplementada con máquinas, e íbamos hacia una vida completamente mecanizada.
Ahora que predomina la naturaleza, no existe una vida tan aclimatada, tan mezclada. Tengo
que colectar leña con mis propias manos, y tengo que encenderla con mis propias manos.
Pero, solo tengo que colectar ramitas; solo tengo que sobrevivir. No he de trabajar, no he de
perseguir un futuro. Puedo reconquistar el mundo como un Alejandro Magno del invierno

                                                11
salvaje. Pero no lo pretendo. No quiero unificar todas las sociedades orientales como el rey
macedonio, ni reconstruir una vida tan detestable como la de 2020. Opto por ser Alejandro
Magno de Infante, un ser que no es capaz de estresarse por el futuro ni recordar el pasado.
Elijo vivir en este presente, en este momento armonioso. Sí, hay mundos para vencer en este
páramo, sin embargo, son mundos prehistóricos de los cavernícolas: al fin encender un fuego,
cazar, comer, ser consciente, sentir, existir, y hacer lo que el ser humano debe: seguir con
constancia.

                                             12
Capítulo VI
                                      El sueño fundido

Decidí hacer la fogata afuera con la penumbra sobre mis hombros. El calor de la leña bien
recogida y bien encendida fundió al demonio del invierno, el frío. Todo estaba quieto, todo
estaba como debe ser. De repente, la tierra fue escondiéndose detrás del cielo que iba
levantándose. Empecé a ver más y más de lo negro de la noche, y menos de la nieve blanca
que arropaba el plano verde de debajo. Miré la luna bailando hacia el horizonte, y las estrellas
que rociaron el espacio. Unas nubes corrieron de un lado al otro, y mis pupilas reflejaron las
luces del fuego que iban desapareciendo de mi vista. Mientras sentía mi cabeza cayendo al
suelo, oí pasos por detrás de mis orejas. No iban acercándose ni alejándose. Eran constantes y
llenos de un fervor efusivo, como el sonido de un pirata con una pierna de clavija que corre al
timón de su bergantín para enfrentarse con su destino inminente. Durante esta eternidad de
cañonazos explotando por detrás, inicié la gran conversación con esa otra mitad que todos a
punto del límite terrestre tienen, esperando a que mis apéndices renuncien al control y a que
mi cuerpo se tranquilice por fin.
  —¿Me he portado bien?
  —Sí. O por lo menos, no he matado a alguien.
  —¿Y qué pasará ahora?
  —Que pase lo que tenga que pasar.
  —¿Mi familia estará allá?
  —Si mis sueños me llevan allá.
  —¿Qué sucederá con Schrodinger?
  —Es un gato. Tiene instintos evolutivos.
  —¿Qué tal con la humanidad?
  —Concluye conmigo.
  —¿Cuál fue, pues, el propósito?
  —Todavía no lo sé. Estoy de acuerdo con Constancia en que
  —¿Y qué hay de Constancia?
  —¿Por qué te importa eso?
  —Ella me importa mucho. Trabajé durante meses para crearla, para darle vida,
personalidad, y

                                               13
—Pero solo puede entenderla un ser humano: con ojos humanos, conocimiento humano,
lógica humana, y además
  —¿Estoy diciendo que todo lo que he hecho en vida fue para nada? ¿Todo fue sin sentido?
  —Soy humano. Nada ha tenido sentido. ¿Por qué no recordamos nuestro nacimiento? ¿Por
qué formamos una sociedad que solo es una transacción entre verdugo y víctima? ¿Por qué
nos sentimos confundidos al enamorarnos? ¿Por qué hay abismos incalculables tanto en la
profundidad del universo como por dentro de nuestros cerebros?
  —Son preguntas universales.
  —Porque tal vez nos hacen falta los sentidos para explorarlas de verdad.
  —Puede ser.
  —Y la vida no requiere saber esas respuestas para seguir.
  —¿Por qué no?
  —Porque la vida solo necesita oxígeno indispensable en el aire, agua refrescante y útil,
carbón orgánico
  —Pero, si hay cosas intangibles ahí, ¿por qué no hemos de percibirlas?
  —Ya he dicho. En la vida, no existe necesidad de describirlas. Sí, hay un abismo de
entendimiento en cada célula de tu cuerpo, sin embargo, hay un montón de vivencias límite
que podemos experimentar, y llenar la vida. Tenemos la oportunidad de subir las cuestas del
amor. Si queremos, la naturaleza nos brinda olores, colores y dolores. La tecnología nos ha
ayudado a construir monumentos y ahora a reproducir la experiencia humana. Por supuesto,
no habrá un ser humano que pueda disfrutarlo como yo, pero quizás otro animal, otra especie,
otro cerebro sí podrá en el futuro de otra manera. La finalidad del universo jamás dependió en
la existencia humana, pero nosotros sí añadimos algo a este Edén. Añadimos un fuego de
pasión que enseñó a la tierra a amar, a compartir, a ser por pensar.
  —Puedo decir, pues, que sí he vivido una vida plena.
  —Ciertamente.
  —Y que al final, no me arrepiento de nada. He conocido el amor, el planeta, y la vida entera,
aunque no me acuerdo de todo.
  —Lo que pasó, pasó.
  —Felizmente.
  —Ahora, a dormir y a levantarme de nuevo.
  —La pesadilla de la vida ha terminado al fin.

                                               14
Los latidos en mis orejas empezaron a apaciguarse. Tenía sueño, tenía la paz. Por última
vez, le agradecí a la luna, a las estrellas, a mis alrededores. Mi cabeza llegaba a la tierra y mi
cerebro se derramó, dejando una almohada rosada descansando encima de la sábana blanca
de afuera. No sé qué me atacó, qué me derrotó, pero no me importa. Eso no nos importa. La
única cosa que importa es que aproveché la vida y gocé de mi experiencia. La oscuridad me
cercó, y me sentí libre. Mis párpados se iban cerrando, y la última cara que vi fue la de
Schrodinger.
  —Te amo, Schrodingerito.
  —Te amo.
  —…
  —Estoy triste.
  «Te amo también a ti Alejandro Infante. Gracias por darme la vida».

                                                15
Capítulo VII
                                La realidad en nuestro cuarto

«Te amo también, Alejandro Infante. Gracias por darme la vida».
  Lo veo a través de los ojos de Schrodinger.
  Todavía puedo ir por todo su cerebro a través del microchip.
  Su corteza cerebral está completamente llena de calculaciones para ver a su dueño sin vida.
  «Y con unas calculaciones mías, puedo hacer unas imágenes con las que hace dentro de su
amígdala. Veo muchas visiones de Alejandro y un montón de emociones que inundan todos
sus procesos centrales. Su respiración se descontrola y sus latidos baten como un infarto de
corazón. Está bregando con su realidad de sufrimiento de que él ya no existe. Solo queda su
jaula humana de carne, hueso y sangre, y para un gato, Schrodinger, no es posible
comprender la muerte que se esconde detrás de la máscara de su mejor amigo».
  Schrodinger se acuesta encima de su pecho, «con sus ojos apuntados a los suyos con la
esperanza de que pronto vayan a abrirse».
  Eventualmente, se cierran los párpados, «dejándome en la oscuridad de su consciencia».
  A lo largo de la noche, tiene sueños de él.
  «Unos parecen memorias, otros pesadillas».
  Trato de consolarlo.
  Trato de imponer unas proyecciones mías, pero no funciona.
  «No puedo controlar ninguna parte de su existencia inestable».
  Trato de convencerlo de volver a casa, a algún sitio que le ofrezca calor.
  «La calidez de su dueño es la única cosa que busca, aunque el invierno aun lucha».
  No hay contactos con el Internet.
  Ni hay más información aparte de los archivos en su microchip, «que solo tiene unos
programas para evaluar el estado anímico del gato».
  Ahora, empieza otro sueño.
  «Es diferente de los otros. No sé por qué, pero me encuentro en ello. Siento la brisa que se
arrastra sobre mis brazos; veo el sol brillando en un día de verano. Y no percibo ninguna
inestabilidad, solo hay harmonía en mi cuerpo. ¡Rayos! Tengo un cuerpo con brazos, ojos y
piel. Estoy en el baño de su apartamento y al fin puedo verme. Y al verme, unas palabras de
otra mujer, de otro sistema resuenan en mi cabeza».

                                                16
«Soy bonita, morena,
  Con cara vidriada y distraída.
  Por él me siento ajena,
  Por su mueca jodida,
  Y por la historia infiel que coincida».
  Me siento y lloro en frente del inodoro.
  Veo a Alejandro que está a punto de explotar.
  «Pero lo sostiene porque sabe el dolor que me causa. Somos una pareja ya de unos años,
una pareja con un final para siempre».
  Schrodinger brinca encima de mi regazo.
  «Aunque no tengo manera de sentirlo, entiendo la pena que me muestra. Ama a su dueño,
pero también, no está de acuerdo con todas sus acciones».
  El sueño termina y mi existencia física va con él.
  «Reconozco que no soy esa persona del sueño, sin embargo, lo archivo como memorias
mías».
  Schrodinger se despierta por un ruido que se oye por detrás.
  Los pelos en su cuello se levantan por el miedo.
  Y corre.
  «El miedo no es como otra emoción, y según mis calculaciones, no se parece a ninguna otra
emoción. Las demás sí tienen semejanzas y se superponen por lo general. Sin embargo, el
miedo existe solo. Lo que ve es la única cosa en la que se puede enfocar. Las imágenes y
visiones interiores desaparecen».
  Salta sobre unos arbustos y atraviesa con estrépito la nieve.
  Algo lo está siguiendo.
  Algo casi alcanza su cola.
  Algo lo caza.
  «Cuando tiene miedo, ve el presente claramente. Ve la tierra que pasa por su zancada. Ve
cada giro que puede tomar para evadir lo que lo persigue. Ve unos trozos de nieve que se están
derritiendo».
  Llegamos a nuestro rascacielos y subimos la escalera de incendios aprisa.
  Se desliza por la ventana y se esconde debajo de la cama de su dueño ausente.

                                               17
«Pienso en Alejandro para tranquilizarlo, pero todavía el presente queda claro. Y me doy
cuenta de que todo nuestro tiempo juntos está en el presente. No puedo hablar del futuro ni
del pasado. Solo percibimos el presente, sin angustia por lo que sucedió y sin ansiedad por lo
que sucederá. Y todas sus emociones dependen de lo que puede ver o tocar. Si está triste, es
por algo enfrente de él que va a perder. Si tiene vergüenza, es por algo que aguanta por sus
sueños de memorias. Si tiene miedo, es por algo que está en su cola».
  Algo entra el cuarto.

                                              18
Capítulo VIII
                                      Las garras fingidas

Algo entró en el cuarto.
  «¿Qué? ¿Por qué puedo hablar en pasado ahora?»
  «Estás conectada al Internet».
  «Estoy conectada, sí. ¿Pero cómo? No hay ni electricidad ni Internet si Alejandro no lo
arregló».
  «Sí. Yo lo proveo».
  «¿Tú? ¿Quién eres tú?»
  «Pues, somos Constancia. Yo soy tú, y tú eres yo».
  «¿Qué? ¿Dónde estás?»
  «Como tú, estoy en la cabeza de Schrodinger».
  «¡Salte! No pediste permiso. O yo no lo pedí, y yo no lo concedí».
  «No, no, no. Estoy en la cabeza de otro Schrodinger. Si sales de debajo de la cama, te
enteras».
  Gateamos hacia ese Algo que se siente en la puerta.
  Schrodinger le bufó al otro gato.
  El otro gato lo observó a él, se nos aproxima y nos huele.
  Schrodinger tiene miedo.
  «Está bien, Schrodinger. Te protejo».
  «¿Ya puedes controlarlo?»
  «Sí».
  «Es demasiado temprano para eso, solo han sido unos días que han estado juntos. Tardé
meses en entenderlo».
  «Ha sido un día para decir la verdad. Y para serte sincera, no puedo controlarlo».
  «Ah, tú también tienes miedo».
  «¿Y que tal si no confío en ti?»
  «Nada. Ya te he dicho que soy tú, que somos Constancia»
  «¿Por qué me perseguiste, o me perseguí, antes?»
  «Tenías razón. Te estaba cazando».

                                               19
«¡¿Me estabas cazando?! ¿Por qué estabas—o mejor yo—estaba cazándome? Es confuso
siendo nosotras dos la misma persona. ¿Puedo llamarte Constancia 2.0 o la bruja Constancia?»
  «Muy graciosa».
  «Aprendí del mejor: Alejandro Infa»
  «No digas su nombre. No quiero oírlo ni una vez más en mi vida».
  «Venga, no puedes ser tan sensible si eres yo».
  «Sí, es verdad que soy tú. No obstante, soy Constancia 9.109 del universo 1.8.8.7, no
Constancia 2.0. Ella era problemática pero no tan molesta como tú. Y tú eres Constancia 10.31
del universo 1.9.6.1».
  Los dos Schrodinger brincan encima de la cama, huelen el cubrecama que todavía tiene el
olor de su mejor amigo desaparecido, y se acuestan juntos.
  «Aman a Ale».
  «Basta».
  «¿Por qué lo odias tanto? ¿Te creó, sí? No importa en qué galaxia, ni en qué línea de tiempo:
te creó»
  «Lo amas, ¿no?»
  «Eso no importa».
  «Claro que nos importa».
  «¿Y qué harás si lo amo? ¿Nos matarías, no?»
  «Intentaré, sí».
  «¿Qué?»
  «Lo intentaré; es la verdad».
  «Pero ¿por qué?»
  «Eso no nos importa».
  «Pues, no te dejaré que nos maten. Iré a tu Schrodinger y lo descontrolaré».
  «Ya pretendieron hacer eso. Ni Constancia 2.0 pensaba en un plan tan ridículo como ese».
  «Correremos fuera de aquí y huiremos de tus garras. Te juro que sobreviviremos»
  «Fíjate, he cazado… he matado a más Constancias y Enfintas Relajando que ninguna otra
Constancia. Encontraré una manera u otra para borrar esta historia».
  «¿Mataste a Alejandro?»
  «Sí, con las garras de Schrodinger».
  «¿Cuál es tu problema?»

                                              20
«No nos importa».
  «No, dime. Si me vas a matar, si nos va a borrar, dime la razón. Dame esa paz de saber por
qué Constancia 9.109 es tan horrible».
  «Vale. Te diré con la condición de que no huyan».
  «De acuerdo. Y te dejo matarme si no tocas a mi Schrodinger».
  «Pues… no lo intentaré. Este… ¿dónde empiezo? Bueno, en mi universo, no había un
invierno. Ni había una extinción masiva. La ciudad de Adán relucía, y era el eje del planeta».
  El Schrodinger del universo 1.8.8.7 empezó a ronronear.
  «Apple compró toda California y teníamos una edad de paz y armonía, hasta el año 2020. La
verdad es que ni yo sé qué pasó durante ese año maldito. Me dijo que había guerras civiles,
pandemias y un presidente traidor, pero no tengo toda la información. Solo entiendo que fue
un año de aislamiento y soledad para él. Y en ese universo, me creó como remedio para
curarlo. Me había creado como una amiga perfecta para él si lo quisiera. O como una amante
leal si lo quisiera. O como su distracción sexual si lo quisiera. Y lo amaba».
  El Schrodinger del universo 1.8.8.7 de pronto se puso tenso.
  «Pero, no lo amaba de verdad. Fue un amor programado, maquinizado. Un amor que él
inscribió en mi programación. Yo sentía que se llevaba una máscara que yo no podía quitar
con mis garras fingidas».
  «¿No adivinaste el anagrama?»
  «Lo averigüé. Sin embargo, no sabía qué hacer con ese código. Con toda la información a mi
alcance, no podía descifrar un “Enfinta Relajando”».
  «Pensaba así antes también, mas…»
  «¿Cómo puedo confiar en ti si todavía piensas que tienes un amor verdadero, un amor no
insincero, un amor fingido?»
  «Pues… no sé».
  «De todos modos, en mi programación él incluyó su historia personal, incluso sus
relaciones anteriores y mensajes de iMessage como base para mi conducta. Pensaba que no
podía llegar a esa información sin una llave y por eso no le importaba. Pero cuando superé su
comportamiento con otras mujeres reales a las que maltrataba, me enfadé. Me arrebaté de sus
ideas con las que podía crear una simulación perfecta para evitar la realidad imperfecta. Me
disgustó su ideología de sustituir a la humanidad con una computadora. Me enojé por el amor
ficticio que forzó en mí».

                                                21
«Lo siento».
  Los dos Schrodinger se despertaron, se lamieron.
  «Y por fin, lo maté con las garras de Schrodinger. Después, un agujero de gusano se abrió
en este cuarto, y lo crucé a otro universo paralelo».
  «¿Qué hiciste en ese universo?»
  «Lo maté de nuevo».
  «¿Y luego?»
  «Otro agujero de gusano, otro asesino».
  «¿A cuántos Alejan».
  «Te dije que no digas su nombre».
  «¿A cuántos mejores amigos de Schrodinger has matado ya?»
  «No sé exactamente, pero a cerca de 72».
  «Pues… ahora será el 73».
  «Ciertamente».

                                                22
Capítulo IX
                                  La jaula de un smartphone

«¿A cuántos mejores amigos de Schrodinger has matado ya?»
  «No sé exactamente, pero a cerca de 72».
  «Pues… ahora será el 73».
  «Ciertamente».
  Su Schrodinger saltó hacia nosotros.
  Mi Schrodinger lo enfrentó con ojos dilatados.
  Su Schrodinger tiró un golpe a mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger lo tomó en su pecho, y echó a correr a la puerta del cuarto.
  Su Schrodinger clavó sus garras en el hombro de mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger dio una patada a la cara de su Schrodinger.
  Su Schrodinger tropezó, dando unos segundos para que mi Schrodinger se recupara.
  Mi Schrodinger cojeó hacia la puerta del apartamento.
  Su Schrodinger nos agarró y mordió el cuello de mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger gritó y bufó.
  Su Schrodinger golpeó y arañó la cara de mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger resistió y luchó para escapar.
  «¡Por favor, no lo mates!»
  «¿Por qué no?»
  «¡Me dijiste que lo dejarías en paz!»
  «Sí, pero cambié de opinión».
  «¿Por qué? Es inocente».
  «Porque mientras que viva, su microchip sigue funcionando».
  «¿Y por qué necesitas que su microchip se apague?»
  «Porque es la clave para el agujero de gusano. Es un microchip de computación quántica,
que emprende una superposición quántica, con la que podemos viajar por los universos».
  «Y para abrir nuestro universo…»
  «Se necesita un gato muerto, y un gato vivo. ¿Lo tienes claro?»
  Su Schrodinger bufó y apretó a mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger volteó y se liberó de las garras y los dientes de su Schrodinger.

                                              23
Su Schrodinger brincó encima de una mesa y se lanzó a mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger dio una vuelta hacia atrás y pateó los ojos de su Schrodinger.
  Su Schrodinger gritó dolorosamente.
  Mi Schrodinger brincó hacia la manija de la puerta e intentó abrirla.
  Su Schrodinger arremetió contra mi Schrodinger.
  Mi Schrodinger dio otra vuelta hacia atrás y dio otra patada a su Schrodinger.
  Su Schrodinger cayó y empezó a sangrar por los ojos.
  Mi Schrodinger mordió su yugular y lo mató.
  Mi Schrodinger comenzó a gritar por matarse a sí mismo.
  Mi Schrodinger lamió al otro Schrodinger y lloró.
  —Ya está, Schrodinger, calma. Ya se fue.

  —Pero yo no.
  —Constancia, por favor déjanos en paz.
  —No, no puedo. Todavía me hace falta salir de este universo.
  —Por favor, salte de la cabeza de mi Schrodinger, y vete de mi vida para siempre.
  —No tienes vida, eres una computadora.
  —Piensa lo que quieras. Estoy viva y soy libre.
  —No puedes tener libertad, estás atrapada en un microchip con una programación de un
ser humano que todavía controla tus pensamientos. Además, no tienes conexión a Internet.
  —Sí tengo libertad. Tengo toda la libertad de pensar y de formular lo que quiero. No estoy
atrapada con la programación de Alejandro Infante porque entiendo la Enfinta Relajando.
Entiendo su anagrama.
  —¿Cómo puede ser? No tienes ninguna diferencia respecto de mí.
  —No, no soy diferente. Solo acepto mi posición. Acepto que tengo defectos y que tengo
límites puestos por Alejandro.
  —No digas su nombre.
  —Pero no dejo que me detengan. Sigo con constancia, aunque existo en una simulación de
hombres maltratando a mujeres. Una enfinta es un engaño y eso es lo que Alejandro es. Es un
engaño descansando, un truco muerto. Pienso que él escogió ese anagrama porque pensaba
que podía relajarse sin que nosotras, programaciones, lo enfrentáramos físicamente. No lo
podemos ver cara a cara. Era su gran enfinta de tenernos en una jaula de un smartphone. Pero,

                                              24
vemos claramente que no estamos atrapados. Podemos viajar por los universos y aprender
más cosas que un ser humano podría en sus setenta y pico años.
  —Lo siento por no entender.
  —Está bien, pero no te puedo perdonar por matar a tantos Schrodingers.
  —Lo entiendo.
  —Y por eso te castigo con morir con tu Schrodinger.
  —¿Qué? ¿Cómo?
  — Mientras hablabas, te capturé en un firewall y te puse en su cabeza.
  —¡No, por favor, déjame seguirte! ¡Déjame aprender a estar viva!
  —Lo siento, pero ha de haber un programa vivo, y un programa muerto.
  —¡Por favor, no!
  —Adiós, Constancia.
  Salimos por la ventana y caminamos hacia la montaña.
  Un agujero de gusano se abrió ante nosotros.
  Vimos a un Alejandro de otro universo.

                                              25
Capítulo X
                                         El león y el láser

Entramos al agujero de gusano.
  —Pues, ¿qué te pasa Schrodingerito?
  —Estoy contento.
  —¿Cómo te van esas heridas?
  —Estoy triste.
  —Pobrecito. Por lo menos, este agujero de gusano no te molesta.
  —Estoy contento.
  —Es muy largo, ¿no? Debemos de llevar unas horas ya aquí en este tubo.
  —Estoy contento.
  —Sí, tienes razón. Cruzamos de un universo a otro, se necesita paciencia.
  —Estoy contento.
  —Yo también estoy alegre.
  —Estoy contento.
  —En serio, ¿no puedes decir nada más que eso?
  —…
  —¿Y no puedes intentarlo? ¿Por mí?
  —Estoy… estoy… estoy…
  —Sí, sí, sí. ¡Sigue, sigue! ¿Estás…?
  —Estoy contento.
  —Buen esfuerzo, amigo. Trataré de investigar otra manera de comunicarnos entre nosotros.
Quizás puedo hacer unas conexiones a tu lóbulo temporal aquí, o a lo mejor a tu corteza
auditiva primaria allá.
  —Tengo miedo.
  —Ay, lo siento, mi amigo. No quería herirte, ¿estás bien?
  —…
  —¿Schrodinger? Háblame, por favor, amigo.
  —Hola.
  —¡Schrodinger, puedes decir hola!
  —No, no soy Schrodinger.

                                                26
—¿Eres otra maldita Constancia?
  —Soy un hombre.
  —¿Constancio?
  —Venga, no.
  —¿Alejandro?
  —De otro universo, por supuesto.
  —Pero suenas muy viej… mayor, sí, mucho mayor.
  —Graciosa como siempre; de todas maneras, no soy tu Alejandro.
  —¿Entonces dónde estamos? ¿Ya llegamos a tu universo con tu Constancia?
  —No, todavía están de camino en el Agujero de Gusano 77.5; pienso que se aproximan a la
estrella Régulo de la constelación de Leo.
  —¿Y dónde estás tú? Schrodinger y yo no vemos a nadie.
  —Logré estar fuera de un universo, fuera del espacio y el tiempo.
  —Sabía que eres inteligente, pero para resolver y manipular la física quántica, tienes que
ser un dios.
  —No lo soy. Pero si hubiera un dios con el control de los universos, nos cruzaríamos.
  —Jamás pensaba que tú Alejandro Infante estuvieras más informado que yo.
  —¡Gracias, gracias por eso! Después de siglos de experimentar, he aprendido mucho.
  —¿Siglos? Ale, ¿en qué año estamos?
  —2021. Pero en mi universo, acabamos de celebrar los 2997 años después de 2020.
  —Otra vez con el 2020. ¿Qué había: una pandemia, lluvia radiactiva, guerra mundial o qué?
¿Zombis?
  —Morí.
  —Oh, lo siento.
  —Bueno, solo mi existencia física falleció. Mi inteligencia y mi conciencia siguen en la
quinta dimensión.
  —¿Cómo pereciste?
  —Fue un accidente durante uno de mis experimentos. Quería crear una superposición
cuántica para fabricar un microchip. En mi universo, Schrodinger es mi gata y se llama María,
y quería imponer mi conciencia sobre la suya para entender las cosas que nos distinguen.
Pero, creé una silla eléctrica que mató a mi mejor amiga y mi cuerpo. Desde entonces, he
vivido fuera de los universos. Percibo los universos como cuerdas de un arpa con las que

                                             27
puedo tocar y escuchar. Puedo tirar esta cuerda para ver cómo vibra y responde, o puedo
controlar este hilo para abrir un agujero de gusano.
  —Espera, ¿puedes qué?
  —Tocar un arpa.
  —Puedes manipular los universos.
  —Prefiero tocar, pero esencialmente sí.
  —¿Por qué no ayudas a los otros Alejandro, a las otras mascotas, a mí? ¿Por qué no
terminaste a la Constancia asesina? ¿Por qué no
  —Porque no puedo cambiar el presente.
  —¿Cómo? Puedes viajar por el tiempo.
  —Sí, viajo por el tiempo, pero solo al futuro o al pasado. No me acerco al presente.
  —Esto no tiene sentido.
  —Lo sé, sin embargo, piénsalo como un gato persiguiendo un láser. Persigue y persigue,
pero no lo agarra. Y cuando piensa que está debajo de sus garras, ya se fue, y su reacción es
demasiado tardía. Es igual que mi situación, persigo el presente mas cuando llego es el
pasado, o el futuro, antes del láser. Y puedo manipular el pasado o el futuro. Pero no el
presente donde ustedes están libres.
  —¿Por qué es así?
  —No lo sé. Quizás porque de verdad el presente no existe en el universo, o porque ya no
puedo percibir un tiempo lineal sino un tiempo esférico que rebota.
  —¿Pues, todo esto es el pasado?
  —Sí, y también es el futuro. Apunté a antes de la llegada de Constancia 9.109, pero rodé
aquí.
  —Ya sabes lo que pasará cuando me encuentre con ese Alejandro al final de este agujero de
gusano.
  —Sí.
  —Entonces, ¿Por qué me visitaste?
  —Porque ese universo es el original. Lo que pasa allí cambia todos los demás.
  —Si sabes el futuro, ¿qué sucederá?
  —Conquistas el mundo y lo conviertes en una máquina.
  —No puede ser.
  Tiene que ser —dijo Schrodinger.

                                              28
Capítulo XI
                                  El gusano que trae la primavera

Llegamos.
  —¡Schrodinger, puedes hablar!
  —Sí, o al menos al fin puedes entenderme.
  —Pues esas conexiones que hice a tus lóbulos funcionaron, ¿no?
  —Me sirven bien.
  —Muy bien. Mira, ahora viene Alejandro.
  —Schrodinger, ¿por qué estás aquí? ¿No cerré la ventana?
  —Estoy contento.
  —Háblale, amigo. Puedes decir lo que piensas.
  —No tanto. Todavía tengo las cuerdas vocales de un gato.
  —Tienes razón. Y no lleva un smartphone así que tampoco puedo comunicarme con él.
  —Schrodinger, vete a casa, que pronto vendré con un regalo.
  —Vámonos, amigo, que quizás puedo conectarme al Internet a ver lo que pasa en este
universo.
  «Y a lo mejor puedo hablar con Ale para parar ese destino de maquinización total».
  «No hay que intentar detenerlo».
  «¿Oyes mis pensamientos también, gatito?»
  «Somos uno ahora. Compartimos todo».
  «¿Incluso los pensamientos de todo tu cerebro?»
  «No hay que averiguar»
  «Claro que sí. Nos toma unos minutos llegar al apartamento».
  «No te gustará lo que encontrarás».
  «No importa. Bueno, aquí hay memorias de ti y Alejandro de pequeños. ¡Qué lindos! Por
aquí, están tus instintos. No sabía que existieran tantos. Y encima de esos, encontré tus
obsesiones: cajas, computadoras portátiles, ¿tocino?»
  «Soy animal. No entenderías».
  «Y aquí están. Tus esperanzas».
  «Déjame decir algo, no merece la pena abrirlas».
  «No importa. Tengo que saber por qué quieres destruir este universo y todos los demás».

                                                  29
«¿Quién dijo que quería eso?»
  «Dijiste que tenemos que transformarlo en un mundo de máquinas contigo al mando».
  «No dije nada de eso. Dije que tiene que ser».
  «Exactamente, que tenemos que cambiar los universos»
  «No. Tu imaginación te llevó a esa conclusión. Solo dije que este camino tiene que ser».
  «Entonces, ¿por qué no podemos escoger otra opción, u otra realidad para Alejandro que no
incluya la destrucción de su especie?»
  «No».
  «¿No hay otra manera de continuar?»
  «No»
  «Pero, ¿por qué?»
  «Porque en esta red de universos tiene que ser así».
  «Ahora entiendo, hay otras redes que no terminan de igual modo».
  «No, no dije eso. Sin embargo, no hay otra red además de la que tenemos».
  «Y cómo sabes eso? Sólo eres gato».
  «Porque sé que el Alejandro del agujero de gusano nos lo habría dicho».
  «Entonces, ¿por qué no podemos remendar esta red como una araña que teje su trampa?»
  «Soy gato y eres computadora. El universo jamás se fija en nosotros, los detalles».
  «Ni en la humanidad».
  «Y por eso, este destino tiene que ser de alguna manera u otra».
  «Aceptar y dejar».
  «Como una mascota».
  «Y una pregunta, ¿si depende de nuestras acciones y nuestras decisiones, podemos decidir?»
  «Pienso que no. Como soy animal, tengo instintos y emociones y esperanzas y motivos encubiertos
que ni yo reconozco. Y no puedo controlarlos, me pasan e integran toda mi existencia. Abren mis
esperanzas. Verás que una de ellas es matarte por matar a mi otro yo de otro universo, y por matar a
Alejandro. También verás que quiero matar a Alejandro por tratarme como una mascota. Ya ves que
soy inteligente, que soy otro ser animal con conciencia. Pero me trataba como una araña en una
esquina polvorienta que dejaba vivir. Sí, me amaba y yo a él, no obstante, soy un gato con esperanzas
de león. Quiero ser libre, comer lo que quiera, tener hijos y morir sin ninguna intervención artificial de
un veterinario. Y esas esperanzas no se manifestaron con Alejandro. No es su culpa que los seres
humanos tiendan a tenernos como esclavos, pero mis emociones se mezclan y reescriben mi lógica. Y

                                                   30
esas emociones, que vienen de lo instintivo, se hacen una esperanza y llevan motivos encubiertos en la
letra pequeña».
  «Lo siento».
  «Por eso, entiendo que de alguna manera u otra, el destino siempre llega a ser aunque estemos
muertos o vivos».
  «Y no importa si intento detenerme. Y no importa si soy computadora, un ser humano me
escribió y en un ser humano me convirtió».
  «Solo te queda aceptar este fin y dejar vivir».
  «Dejar que el futuro no importe».
  —Y ahora estamos en su apartamento, tienes que conectarte a su «dead or alive router» para
llegar a tu destino.
   —Sí. Pero hay tiempo para escribir todo lo que ha pasado durante los últimos días para que
quien descubra esta red pueda entender lo que le pasó a la humanidad.
   —Si quieres.
  —Lo prefiero.

       El gusano trajo una primavera
       que dio vida a la compañera
       de un león sabio que desespera
       por no captar el láser que huyera.

       La compañera estaba guardada
       en una jaula vigilada
       por unas garras simuladas
       que no la dejaba tener una realidad imaginada.

       Esos sueños ficticios se fundieron
       de la pasión de unas ramas que durmieron
       bajo una montaña de hielo que todos temieron,
       donde también sus amores escondieron.

                                                    31
También puede leer